Abrid los ojos hacia vosotros mismos y mirad en el infinito del espacio y el tiempo. Oireis que alli vuelven a resonar el canto de los astros, la voz de los numeros y la armonia de las esferas. Cada sol es un pensamiento de dios y cada planeta una forma de ese pensamiento, y es para conocer el pensamiento divino que vosotras almas descendereis y remontareis penosamente el camino de los siete planetas y de los siete cielos suyos. HERMES TRISMEGISTO


Lo que la oruga ve como el final de la vida, el maestro lo llama una mariposa. RICHARD BACH

DEDICATORIA

Allí, donde habitan las mariposas, lo hacen tambien las hadas y los angeles, la verdad y la ilusion, la alegria, el amor, la dulzura y la fantasia; los mas bellos sueños y la esperanza.

Es el lugar donde los rios son de miel y las montañas de plata y diamantes; donde los seres alados bailan moviendose al ritmo de la musica de George Harrison y el aroma del Padmini; donde puedo descansar en grandes almohadones de plumas tejidos con hilos de seda y oro. Es mi refugio, y el de muchos que sueñan encontrarlo, sin saber aún que son mariposas.

Este blog esta dedicado a todos ellos y ojala puedan disfrutarlo como parte de su camino hacia el lugar donde habitaron o habitaran algun dia


Parameshwary
Enero 2009


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los cuatro acuerdos de la sabiduria Maya

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Secretos Parameshwary

sábado, 4 de octubre de 2014

¿Que misterios se esconden tras el concepto de Diluvio Universal

Parte 3

Volviendo a Sumeria, tenemos que Enlil fue el sucesor de Anu y era considerado fuerte, poderoso y un dios sin compasión. Y fue Enlil el que provocó el Diluvio y el que destruyó Ur y Babilonia. También fue él el que destruyo Accad y confundió las lenguas de los seres humanos, tal como se explica en relación a la Torre de Babel. Asimismo creó el monstruo Labbu para aniquilar a la Humanidad. En los textos originales mesopotámicos, Enlil no estaba satisfecho con el camino que había seguido la evolución humana, y buscó su destrucción mediante una catástrofe que se preveía iba a caer sobre la Tierra. Por esta razón obligó a a los otros líderes anunnaki a mantener el secreto sobre el previsto cataclismo. En la versión bíblica (Génesis, capítulo 6), es Yahveh el que proclama su insatisfacción con respecto a la Humanidad y el que toma la decisión de aniquilar la Humanidad de la faz de la Tierra. En la conclusión de la historia sumeria del Diluvio, Ziusudra/Utnapishtim (el Noé bíblico) ofrece sacrificios en el Monte Ararat. Enlil se ve atraído por el agradable (para él) olor a carne quemada y, tras la necesaria persuasión, acepta dejar vivir a los supervivientes de la Humanidad. Perdona a Enki, por ser el que salvase a Ziusudra, y bendice a Ziusudra y su mujer. En el Génesis, es a Yahveh a quién Noé construye un altar, en el que sacrifica animales. Y, en este caso, es Yahveh el que huele el aroma agradable. Una evidente conclusión sería que Yahveh era Enlil. De los dos hijos de Anu, Enlil y Enki, el primero era Enlil, o En.Lil (Señor del Comando), que fue el que se convirtió en el jefe de los anunnaki en la Tierra. Esto lo podemos leer en el Salmo 97.9: “Por Ti, oh Yahveh, dios supremo sobre toda la Tierra y todos los demás Elohim”. La elevación de Enlil a este estatus se describe en los versos introductorios del poema épico Atra-Hasis, antes del amotinamiento de los mineros de oro anunnakis: “Después de Anu, el gobernante de Nibiru, que volvió a Nibiru después de visitar la Tierra, fue Enlil quién convoco y presidió el concilio de los Grandes Anunnaki, en donde se tomaban las principales decisiones”. La monoteísta Biblia se refiere varias veces a Yahveh de manera similar, presidiendo una asamblea de deidades de menor nivel, llamadas usualmente B’nai-elohim, “hijos de dioses”. En el Salmo 82.1, leemos: “El Señor estaba en la asamblea de dioses, entre los Elohim que está juzgando”. En el Salmo 29.1, leemos:”Dad a Yahveh, o hijos de dioses, dad a Yahveh gloria y poder”.

Los geólogos William Ryan y Walter Pitman, de la Universidad de Columbia, han planteado una posible inundación del mar Negro, que durante la última era glacial pudo haber sido un lago de agua dulce cuyo nivel descendió considerablemente. Al terminar la era glacial, con el aumento del nivel de los océanos, la estrecha franja de tierra que lo separaba del mar Mediterráneo se habría erosionado causando una inundación catastrófica en toda la cuenca del mar Negro, que habría aumentado su nivel e inundado grandes extensiones de superficie en tal vez unas pocas semanas. Existen pruebas convincentes de que esta inundación del mar Negro efectivamente ocurrió, pero no parece que sea el recuerdo de este hecho el que dio origen a las historias del Diluvio. No obstante, el Poema de Gilgamesh sería compatible con esta interpretación, pues en él se indica “La vasta tierra se hizo añicos como una perola. Durante un día la tormenta del sur sopló, acumulando velocidad a medida que soplaba, sumergiendo los montes, atrapando a la gente como en una batalla“. Los habitantes de la región del Mar Negro habrían visto, por tanto, llegar la inundación o tsunami procedente del sur, sumergiendo montes y atrapando a la gente. Los supervivientes de dicha inundación podrían haberse desperdigado a su alrededor dando lugar a la zona de influencia del idioma indoeuropeo junto con sus mitos. De hecho, en el Poema de Gilgamesh se relata que el único superviviente, Utnapishtim, “residirá lejos, en la boca de los ríos“. Es decir, probablemente en la baja Mesopotamia y en la desembocadura de los ríos Tigris y Eúfrates. Descartando el uso de pruebas de carbono-14 y otros modelos de determinación de la edad de los distintos períodos de la Tierra, se presenta la hipótesis de que todas aquellas culturas que refieren un evento en la antigüedad relacionado con el impacto de un asteroide, como en Yucatán, México, o con un tsunami atlántico, se encuentran de hecho refiriéndose al mismo evento cataclísmico provocado por el impacto de un asteroide en la zona del golfo de México, provocando una vaporización y atomización del agua salina, y la precipitación de aguas del Océano Atlántico con rumbo al valle de Persia (actual Irán) en la forma de un tsunami gigante, así como la consecuente formación de nubes cubriendo todo el planeta y causando daños a corto y medio plazo.
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Se asocian las crecidas de los ríos en los que se desarrollaron las primeras civilizaciones con las catástrofes que afectaron a las primeras comunidades urbanas del Tigris y el Éufrates. En este sentido existe una amplia tradición local que asocia estas catástrofes con el diluvio del Génesis bíblico-mesopotámico. Se ha teorizado que el Diluvio pudo ser en realidad un tsunami mediterráneo producido por el estallido del volcán Etna en la ribera oriental de Sicilia. Una investigación publicada en 2006 sugiere que esto ocurrió alrededor del año 6000 a. C. y causó un enorme tsunami que dejó su marca en varios lugares del mar Mediterráneo oriental, como en el asentamiento de Atlit Yam (Israel), hoy día bajo el nivel del mar, que fue abandonado repentinamente alrededor de esa época. Por otro lado, se sugiere que el mito del diluvio universal estaría relacionado con la Teoría de la catástrofe de Toba. La teoría de la catástrofe de Toba explica un hecho que se produjo en el norte de la isla de Sumatra, en Indonesia, hace entre 70 y 75 mil años, cuando un supervolcán situado en el lago Toba entró en erupción. Algunos estudios afirman que esto produjo un cuello de botella en la raza humana, influyendo en su evolución, así como un invierno volcánico con descensos de temperatura a nivel global durante 6 ó 7 años. La teoría afirma que cuando se restableció el clima y los demás factores, los humanos se empezaron a extender a partir de África. La teoría establece que la evolución humana fue afectada por un reciente acontecimiento de tipo volcánico. Fue propuesta en 1998 por Stanley H. Ambrose, de la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign. Este acontecimiento habría reducido la población mundial a 10.000 o incluso unas 1.000 parejas reproductoras. El conocimiento sobre la prehistoria humana es en gran medida teórico, pero está basado en las evidencias obtenidas de fósiles, la arqueología y las evidencias genéticas. En los últimos tres a seis millones de años, tras la separación de los linajes de humanos y simios del tronco común de homínidos, la línea humana se ramificó en varias especies. La teoría catastrófica de Toba establece que una inmensa erupción volcánica cambió el curso de la historia al producir la casi extinción de la población humana. Hace entre 70.000 y 75.000 años, el supervolcán del lago Toba, en el norte de la isla indonesia de Sumatra, explotó como una caldera con una fuerza 3000 veces superior a la erupción del monte Santa Helena, y dejó como rastro el actual lago Toba, el lago volcánico más grande del mundo, de 100 km × 30 km y 505 m de profundidad. Se han encontrado restos directos de esta explosión hasta en lugares alejados varios miles de kilómetros, como el Sur de la India.

Según Ambrose, esto provocó una caída de la media de las temperaturas en la Tierra entre unos 3 y 3,5 °C, con un invierno volcánico global que pudo durar entre 6 y 7 años. En las regiones templadas produjo una disminución de las temperaturas globales de 15 °C de promedio, lo que representa un cambio drástico en el ambiente, que debió producir múltiples cuellos de botella de población en varias especies homínidas que debían existir en la época, incluyendo la nuestra e incluso llevando a la extinción a muchas de ellas. Una combinación de evidencias geológicas y modelos computacionales apoya la factibilidad de la teoría de la catástrofe de Toba, y la evidencia genética sugiere que todos los humanos actuales, a pesar de la aparente variedad, provienen de un mismo tronco formado por una población muy pequeña. Utilizando las tasas promedio de mutación genética, algunos genetistas han estimado que esta población humana original vivió en una época que concuerda con el acontecimiento de Toba. Esta teoría establece que cuando el clima y otros factores fueron propicios, los humanos nuevamente se expandieron a partir de África, migrando primero al Oriente Medio, y luego a Indochina y Australia. Las rutas migratorias crearon centros de población en Uzbekistán, Afganistán e India. Las subsiguientes adaptaciones al medio produjeron los diferentes rasgos y tonalidades en el color de la piel que hoy en día se observan en la población humana, a partir de un reducido colectivo de humanos similar genética y físicamente a los actuales bosquimanos. La transmisión oral de esta catástrofe a través del tiempo explicaría por qué el mito del diluvio universal es común a diversas culturas a lo largo del mundo como, por ejemplo, en los indios Innu de Canadá. Con respecto al Arca, existe la versión de que «en el siglo XX fueron encontradas en la cumbre del monte Ararat pruebas fehacientes de restos de una embarcación aceptadas por la arqueología». Las presuntas pruebas consisten en unas polémicas fotografías en las que, según algunos investigadores, se apreciaban en las estribaciones de esta montaña formaciones naturales que ellos creen que podría ser restos de madera que habrían pertenecido a dicha Arca. En 1950, el alpinista francés Fernand Navarra encontró restos de madera cuyo análisis mediante carbono 14 en distintos laboratorios ubicó la edad de los trozos de madera entre 650 y 760 d.C, con un margen de error de 100 años, lo que desmentiría que fuesen restos del Arca. Del mismo modo, en la parte más elevada del Monte Ararat, en la zona este de Turquía, se postula que existen imágenes que se atribuyen al Arca de Noé, de acuerdo a las investigaciones que se han venido realizando con imágenes desde satélites. El tamaño de la formación equivaldría a los 300 por 50 codos que medía el Arca de Noé, como explica el libro del Génesis. Sin embargo, tampoco ha sido corroborado arqueológicamente, y geológicamente se ha señalado que es solo una formación natural.

Pero las historias sobre un diluvio bíblico, o su versión de Mesopotamia, no son las únicas historias sobre este asunto. Existen también otras historias de diluvios en otras culturas repartidas por todo el mundo, lo cual apuntaría a un gran cataclismo a nivel global más que a una catástrofe local. En las historias griega e hindú aparece también la ayuda divina y un barco o arca. En las Escrituras védicas de la India encontramos a un rey llamado Svayambhuva Manu, que fue avisado del diluvio por una encarnación de Visnú en forma de un gigantesco pez, Matsya Avatar. Matsya arrastró el barco de Manu y lo salvó de la destrucción. El diluvio hindú fue mucho más devastador, ya que el agua no provenía de las nubes de este planeta, sino que se trataba de una creciente del océano que se encuentra en el fondo del universo. Curiosa versión que daría verosimilitud a que el agua del planeta Tierra proviene de otro planeta que fue destruido por un enorme cataclismo. No obstante, esta versión hindú es congruente con el desbordamiento del Mar Mediterráneo que inundó el área ahora ocupada por el Mar Negro, forzando a los supervivientes indoeuropeos de la zona este del Mar Negro a emigrar, en este caso hacia la India. El mito persistió al igual que en Mesopotamia. La mitología griega relata la historia de un gran diluvio producido por Zeus, quien había decidido poner fin a la existencia humana, por haber aceptado el fuego que Prometeo había robado del Monte Olimpo. Deucalión y su esposa Pirra fueron los únicos supervivientes. Prometeo le dijo a su hijo Deucalión que construyese una embarcación, en la cual dispusieron todo lo necesario, y así sobrevivieron. Es importante destacar que, según la versión griega, el diluvio fue ocasionado por el viento Austral (del sur): “sólo se dio salida al Austro, el cual se precipitó a la Tierra cargado de lluvia” , hecho similar al de la mitología mesopotámica, que puede ser explicado por el desbordamiento del Mar Mediterráneo formando, al norte, el Mar Negro. Al terminar el diluvio, y una vez que se secó la tierra y las aguas retrocedieron hacia el mar, el arca de Deucalión se posó sobre el monte Parnaso, en donde estaba el oráculo de Temis, teniendo en cuenta que Apolo aún no había nacido. Deucalión y Pirra entraron en el templo para que el oráculo les dijera qué debían hacer para volver a poblar la Tierra, y la diosa sólo les dijo: «Vuélvanse hacia atrás y arrojen los huesos de su madre». Deucalión y su mujer adivinaron que el oráculo se refería a las rocas de la Tierra. De esa forma, las piedras arrojadas por Deucalión se convirtieron en hombres, y las arrojadas por Pirra en mujeres.
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En las tradiciones del pueblo amerindio mapuche, pueblo aborigen sudamericano que habita el sur de Chile y el suroeste de Argentina, igualmente existe una leyenda sobre una inundación. El pueblo mapuche cuenta entre sus mitos con una fantástica leyenda del diluvio universal que reviste cierta analogía con el diluvio bíblico. Encarnan la leyenda dos serpientes, la llamada Treng treng vilu, protectora de los hombres, equivalente al Enki sumerio, y Caicai vilu, enemiga del género humano y equivalente al Enlil sumerio. Un día fueron advertidos por la serpiente amiga Treng treng vilu que la serpiente enemiga preparaba su exterminio mediante una terrible crecida del mar y les instó a refugiarse en el cerro sagrado que ella habitaba, donde sólo unos pocos concurrieron. Producida la inundación, a medida que las aguas subían, Treng treng vilu elevaba el cerro hasta acercarse al sol (como si fuese una nave espacial). Los refugiados se salvaron y los que fueron alcanzados por las aguas quedaron convertidos en peces, cetáceos y rocas. Así fue cómo se salvó la humanidad al bajar estos pocos hombres desde el cerro en el que se habían refugiado. Para los indios quiché, de Guatemala, la inundación fue producida por Uk’u’x Kaj (“Corazón del Cielo”) o Jurakan, Madre y Padre de los dioses, a fin de destruir a la raza de los hombres de madera. Fray Bartolomé de las Casas refiere también que entre los quiché “había noticia de un diluvio y del fin del mundo, y llámanle Butic, que significa diluvio de muchas aguas y quiere decir juicio, y así creen que está por venir otro Butic, que es otro diluvio y juicio, no de agua, sino de fuego, el cual dicen que ha de ser el fin del mundo, en el cual han de reñir todas las criaturas”. Semejante al anterior relato es un pasaje contenido en la Relación de la ciudad de Mérida, que confirma la creencia en diluvios sucesivos de agua y fuego, como también en un caimán que simbolizaba la inundación y la tierra. En la obra “Historia de la América Central“, de Enrique Gómez Carrillo, el autor recopila documentos de la conquista, principalmente de fray Francisco Ximénez, en se describe cómo, a la llegada de los primeros misioneros cristianos, encontraron muchos paralelismos con los temas de la torre de Babel, las tribus perdidas, la caída de Lucifer, los viajes de evangelización de los apóstoles y, por supuesto, el diluvio universal. En un fragmento se describe cómo el cacique de Nicaragua, sosteniendo un diálogo con Gil Gonzáles de Ávila, preguntó si ellos también tenían noticia del diluvio que había destruido el mundo antiguo. En el manuscrito mexica, denominado Códice Borgia (Códice Vaticano), se recoge la historia del mundo dividido en edades, de las cuales la última terminó con un gran diluvio a manos de la diosa Chalchitlicue. En la mitología incaica, Viracocha destruyó a los gigantes con una gran inundación, y dos personas repoblaron la Tierra, Manco Cápac y Mama Ocllo, que sobrevivieron en cuevas selladas.

En el lago Titicaca, donde habita un grupo de indígenas conocidos por el nombre de urus, existe una leyenda local que dice que, después del diluvio universal, fue en el lago Titicaca donde se vieron los primeros rayos del Sol. Para los Kawesqar, o Alacalufes, de Tierra del Fuego, una gran inundación tuvo lugar en el mundo cuando un joven cazó una nutria, que era tabú cazarla, para regalarle a su novia una buena comida. La nutria era una criatura protegida por el espíritu de las aguas, quien, dolido por esta afrenta, hizo subir el mar para vengarse de toda la humanidad. Al final del relato, el joven y su novia se salvan al subir a elevados cerros. Luego son ellos los encargados de repoblar la tierra. Según una tradición de los taínos del Caribe, Yukiyu o Yukahua, su dios, creó una gran inundación. Se dice que se salvaron gracias a que se albergaron en el bosque fluvial del Yunque. La Mitología guaraní de los nativos de América del Sur sostiene que durante el tiempo conocido como “Yvy tenonde” (primera tierra), los hombres y los dioses convivían libremente en abundancia y no existían enfermedades ni penurias. Hasta que un hombre llamado Jeupié transgredió su máximo tabú, el incesto, al copular con la hermana de su padre. Este hecho fue castigado severamente con un diluvio (Mba’e-megua guasu), que destruyó aquella tierra primera y produjo la partida de los dioses hacia su morada celestial. Ñamandú, dios principal de los guaraníes, decide crear entonces una segunda tierra, aunque imperfecta. Solicita entonces la ayuda de Jakairá, quien esparce una bruma vivificante sobre la nueva tierra. Los sobrevivientes del diluvio pasan a habitar esta tierra donde ahora hay enfermedad, sufrimientos y muerte. Desde entonces, los hombres habitantes de la “nueva tierra“, conocida como Yvy Pyahu, están condenados a la eterna búsqueda de aquella primera tierra perdida que llaman: “Yvymara’eỹ” (Tierra sin Mal). La tradición del pueblo de la Isla de Pascua dice que sus ancestros llegaron a la isla escapando de la inundación de un mítico continente o isla llamada Hiva. Al otro lado del Atlántico, en el Chad africano, la tribu moussaye cuenta en su mitología la historia de una familia que vivía en un lugar remoto. Cierto día, la madre quiso preparar una comida opípara para su familia; así que tomó el mortero con su majador para moler el grano y hacerlo harina. Parece que en aquel tiempo el cielo estaba mucho más cerca que ahora, por lo que si se alargaba la mano, podía tocarse. Majó el grano con todas sus fuerzas y machacó el mijo hasta que lo hizo harina. Pero al moler, la mujer se descuidó y alzó el majador tan alto que hizo un agujero en el cielo. En el acto empezó a caer a la tierra mucha agua. No era una lluvia normal. Llovió durante siete días y siete noches hasta que toda la tierra quedó anegada. Conforme caía la lluvia, el cielo se iba levantando, hasta que llegó a la altura inalcanzable que ahora tiene. Desde entonces perdimos el privilegio de tocar el cielo con la mano.

Hay una frase, perteneciente a la tradición peruana, que explica lo siguiente: “Durante cinco días y cinco noches, el sol no apareció en el cielo. Mientras, el océano, abandonando el litoral, regresó y se echó sobre el continente con un estruendo espantoso. Toda la faz de la Tierra fue cubierta”. Este relato recuerda, aunque en una versión ampliada, lo que las televisiones habían mostrado sobre el gran tsunami acaecido el año 2005 en Indonesia, que mató a más de 250.000 personas en pocas horas. Y en el relato peruano hablaban de cinco días y cinco noches y que toda la faz de la Tierra quedó sumergida. Aquello tenía sentido. Tal vez un Diluvio universal sea poco creíble, pero un tsunami ya es otra cosa y el efecto puede ser tanto o más devastador. En un relato de indios de América del Sur se dice: “Un gruñido quebrantó cielo y tierra, y los ríos se desbordaron a su paso por las ciudades. Un mes más tarde, resonó de nuevo, enorme esta vez, y la Tierra se quedó a oscuras bajo una lluvia incesante y espesa”. Los indios Choctaw, de América del Norte, también hablaban de una ola tan alta como una montaña: “La Tierra se quedó a oscuras, cuando una luz viva alumbró todo el norte. Pero era una ola, alta como una montaña, que avanzaba a toda velocidad”. Un legendario poema lapón, en el norte de Finlandia, en Europa, también habla de un tsunami gigantesco: “Avanzaba la pared de agua, espumante, ensordecedora. Se elevó hasta el cielo, rompiéndolo todo. De un solo golpe, el suelo se levantó, se plegó, se dio la vuelta y cayó. La bella Tierra, el hogar de los hombres, se llenó del lamento de los moribundos”. Una tradición de indígenas del Brasil, explica que: “Los relámpagos rasgaban el cielo y el trueno producía tal estruendo que los hombres se quedaron petrificados. Entonces el cielo estalló. En su caída, los fragmentos lo aplastaron todo, matando a todo el mundo. Tierra y cielo volcaron. Nada vivo quedó sobre la Tierra”. «Entonces el cielo estalló» es una descripción adecuada para indicar que algo terrorífico se nos vino encima. En América del Norte, entre las tribus Tlingit se cuenta un relato que dice: “La mayor parte de la humanidad pereció en un diluvio. Los supervivientes fueron entonces víctimas de una ola de calor a la que siguió un frío intenso y una helada”. En esta descripción aparece una novedad, ya que habla de un diluvio seguido de una ola de calor y luego un frío intenso y una helada.
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El poeta romano Ovidio, en su obra Metamorfosis, habla de una catástrofe que asoló toda Europa, desde las aguas del Tajo, hasta el Nilo, pasando por el Rin, el Ródano y el Tíber. Y dice: “La Tierra se abrasó, se partió en fallas profundas y se secó. Las grandes ciudades desaparecieron y la inmensa deflagración redujo a cenizas naciones enteras. Bosques y montañas fueron presa de las llamas. Mientras Libia, quemada por el calor, se convertía en un desierto. ¡Y los ríos!… El Don, el Ganges, el Éufrates y el Danubio estaban en llamas; las arenas de oro del Tajo se fundieron bajo el calor. El Nilo dejó de fluir, su delta vomitó polvo. Igual que las aguas del Rin, del Ródano, del Tíber y de los ríos de la Tracia… Por todas partes había enormes fallas abiertas. Aquí, un mar desaparecía: lo que por la tarde aún era una vasta extensión de agua, ahora no es más que una playa de arena seca. En otro lugar, del fondo de los mares surgían nuevas islas que se añadían a las Cícladas rotas y dispersas”. Los indios Warao, pueblo indígena amerindio que habita en el delta del río Orinoco, cuentan lo siguiente: “Surgidos de una convulsión telúrica, los volcanes escupían fuego con tanta violencia que las estrellas palidecieron. Sobrevino entonces otro Cataclismo donde se vio de repente levantarse una pared de las montañas y al mar arrojarse sobre las planicies y sumergirlas”. Ahí aparecía los volcanes que escupían fuego y el mar que se arrojaba sobre las planicies y las sumergía. Unas tribus indias de Canadá, en la Columbia Británica, relatan que: “Se formaron nubes enormes y el calor se hizo tan fuerte que las aguas hirvieron. Y todos cuantos se zambulleron para refrescarse, murieron allí”. Un manuscrito maya afirmaba: El suelo se levantó y se hundió muchas veces en lugares diversos. Cuando cedió, diez regiones dislocadas se hundieron en las aguas, arrastrando con ellas a millones de habitantes. Es sorprendente que se refiera millones de habitantes, indicando una catástrofe de tipo planetario. Una leyenda india de América Central contaba que «Todo estuvo perdido en un solo día». De los antiguos pueblos de Samoa, en la Polinesia, procede este relato: “Entonces un miasma se levantó. El miasma se volvió humo y el humo nube. El mar se hinchó desmesuradamente y, en una espantosa catástrofe, el Continente se hundió en las aguas. En mitad de la noche que envolvía a todo el mundo, la nueva tierra surgió de las entrañas de la Tierra que había sido engullida”. Parece que relate una gran explosión nuclear. Desde  la tradición budista del Tíbet nos llega este relato: “Después de un largo tiempo, apareció de nuevo el sol. La faz de la Tierra había cambiado. Todo lo que había existido antes había sido destruido y la vida partió de cero”. Una leyenda popular de la China relata lo siguiente: “Cuando surgieron las grandes montañas, la Tierra se abrió y engulló casi mil millones de seres humanos”. Es sorprendente esta cifra de personas en una remota antigüedad. Según el Mahabharata, en la India: “La Tierra estalló y sesenta millones de ciudadanos de las metrópolis perecieron ahogados en una sola y espantosa noche”. También se trata de una cifra muy importante de victimas.

Si trasladamos a un mapa terrestre todas estas tradiciones sobre una catástrofe planetaria, vemos que, de norte a sur y de este a oeste, desde Laponia hasta Egipto, desde el Canadá hasta el cono sur del continente americano, desde Brasil hasta la India, sin olvidar China, América Central o el propio Tíbet, todos los relatos cuentan que tuvo lugar un cataclismo de proporciones inimaginables. La conclusión que podemos deducir es que en tiempos remotos se produjo un suceso espantoso, que asoló la Tierra. En el libro de los Hopi, de Frank Waters, se explica que desde hace muchos siglos los Hopi afirman que: “La explosión demográfica, la multiplicación de las mega polis y de los transportes aéreos hicieron que el Hombre no se conformase únicamente con la creación. Un número cada vez mayor de individuos sólo se preocupaba de su bienestar personal y material. El Hombre disponía de todo hasta la saciedad, pero siempre deseaba más y más. No dejaba de producir incluso lo que no necesitaba y cuanto más tenía, más reclamaba”. Es curioso que este antiguo texto hopi se parezca tanto a lo que podría decirse actualmente sobre nuestra sociedad. Esto obligaba a plantearse si en tiempos remotos era posible que hubiese existido una civilización tan avanzada, capaz de llenar los cielos con transportes aéreos, producir una explosión demográfica y fabricar cuanto deseara. Otro gran misterio de la antigüedad lo constituye Tiahuanaco, que todo indica que es un antiguo puerto marítimo situado en la cordillera de los Andes, a casi cuatro mil metros sobre el nivel del mar. Pero no tiene ningún sentido construir un puerto marítimo a esta altura. Hay distintas teorías sobre Tiahuanaco, desde que fue construido hace unos cuatro o cinco mil años hasta que tiene más de cien mil, incluyendo las teorías que dicen que era un puerto de mar que fue elevado hasta esa altura por algún tipo de cataclismo. Los geólogos clasifican las montañas en viejas y jóvenes. Lo que parece bastante generalizado es que todos los geólogos, o casi todos, llegan a la conclusión de que nuestros antepasados vieron nacer las cumbres más altas de la Tierra, como el Himalaya, los Alpes, los Pirineos, las Rocosas y los Andes. Ello indicaría que no eran tan antiguas como se suponía. Sin embargo, la mayoría de los geólogos opinan que ese fenómeno no se produjo de golpe. Afirman que las montañas más altas del mundo surgieron del suelo a una velocidad de 2 a 4 centímetros por año. Entonces tendrían razón los que afirman que Tiahuanaco fue construida hace por lo menos cien mil años, porque éste es el tiempo que se tarda en crecer cuatro mil metros (cuatrocientos mil centímetros) a la velocidad de cuatro centímetros por año.

Pero se supone que no existían ciudades hace mil siglos. Charles Berlitz, en su libro “El misterio de Atlantis” decía: “Arqueólogos sudamericanos sitúan la construcción de Tiahuanaco en una época cuando el terreno estaba unos 4.000 metros más bajo que el actual [...] Su teoría se apoya en las transformaciones de la cordillera de los Andes inscritas en los depósitos calcáreos o en las líneas del nivel dejadas por las aguas del mar en los acantilados y en las montañas, y que muestran que esta parte de los Andes fue levantada, con el lago Titicaca, provocando la destrucción y la muerte de la ciudad. [...] Estos arqueólogos sitúan la despoblación de Tiahuanaco en una época comprendida entre los 10 ó 12 mil años de nuestros días”. El mismo autor, en su libro Doomsday 1999, dice: “Aunque Tiahuanaco esté hoy a una altitud de 4.000 metros, demasiado elevada para vivir, sus diques y sus muelles muestran que en otro tiempo fue puerto de mar y que fue elevada a esa altura con la creación de los Andes, hace 11.000 años”. Richard Mooney, en su libro Colony Earth, dice: “La abundancia de fósiles marinos sobre el altiplano da pie a pensar que la región estuvo un día a nivel del mar. Las relaciones geológicas muestran que el levantamiento de la planicie es bastante reciente. Debió de producirse hace unos 6.000 u 8.000 años [...] Tiahuanaco estaba posiblemente en fase de construcción cuando sobrevino la catástrofe que asoló la Tierra [...] Estimaciones recientes muestran sin embargo que la ciudad fue fundada mucho antes, lo que la situaría antes del Diluvio”. La geología tradicional dice que «las rocas que se amontonan entre los cuatro mil y los ocho mil metros están en orden inverso a su edad. Es decir: las más antiguas sobre las más recientes». Eso es justo al revés de lo que la lógica apuntaría, porque significaría que el macizo himalayo, el más alto del mundo, era también el más joven, surgido ya en tiempos históricos. Era similar al caso de un arado que removía la tierra y dejaba lo que está debajo encima. Pero en este caso, en lugar de un arado, ¿no sería tal vez el efecto de un gigantesco tsunami o un volteo de la Tierra? Según algunos textos científicos, apenas formados, los Alpes pivotaron sobre sí mismos y ascendieron hacia el noroeste centenares de kilómetros; el Himalaya, en bloque, y toda la falda de las Rocosas recorrieron cien kilómetros; un macizo de tres mil metros, Chief Mountain, atravesó la planicie de Montana y se desplazó sesenta kilómetros; enormes placas de roca, dos veces más extensas que el Gran ducado de Luxemburgo, fueron catapultadas más de cien kilómetros como vulgares guijarros. ¿Qué fuerza gigantesca fue capaz de realizar semejantes acciones?
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Es lógico pensar que la gran violencia de tal cataclismo universal tendría que haber producido una gran mortandad entre los seres vivos. En efecto, los libros de paleontología explican que en cualquier parte del mundo pueden encontrarse centenares de osarios gigantescos. Desde el estrecho de Boering a la Patagonia, desde Maine a Michigan y desde New Jersey, pasando por el Brasil, Perú, Europa Central, Inglaterra, Alemania, Dinamarca, Siberia y China, existen montones de cuevas y grietas llenas de restos de animales que se cuentan por millones. Ya sea en las laderas del monte Mc Kinley en Alaska con inmensos depósitos de restos de mamuts, mastodontes y bisontes, la cueva de Cumberland, la grieta de Chou-k’ou-tien, la cueva de San Ciro, en Palermo, con veinte toneladas de huesos de hipopótamos, la cueva de Vallonet, en Mónaco, donde encontraron restos de elefantes, rinocerontes, leones e incluso ballenas, o la isla Liakhov, en Siberia, por citar sólo los lugares más célebres, todos los osarios presentan las mismas características. Aparecen montones de cuerpos en todas las actitudes, sorprendidos por la muerte, aplastados aunque pesasen toneladas, incluso despedazados y esparcidos. Pero aún había más, ya que los geólogos encontraron en los depósitos sedimentarios restos humanos, de animales, de plantas y utensilios, todo mezclado. Llegaron a la conclusión de que, para que se produjese semejante hecho, fue necesario un medio aglutinante que lo moviese todo en la misma dirección para acabar sepultado por el aluvión. Incluso encontraron fósiles de insectos en los que no se detectaban huellas de desintegración, lo que apuntaba a una muerte súbita y un enterramiento casi instantáneo. Esto es característico en un desastre ocasionado por una gigantesca ola de agua, probablemente de más de 1 km. de altura, seguida de un asentamiento de todas las partículas en flotación. La carnicería fue tan impresionante que Charles Darwin escribió: «Nuestro espíritu nos empuja a imaginar alguna catástrofe terrible, porque para matar a tantos animales de todo tipo, no queda más remedio que sacudir todo el globo terrestre». Asimismo Platón dijo: «La Tierra basculó adelante y atrás, a derecha e izquierda, moviéndose en todos sentidos». La mayoría de las leyendas y relatos del Gran Cataclismo atribuyen el desastre a la cólera divina. Ya fuesen babilonios, aztecas o guaraníes, cuentan que los dioses estaban irritados por la malignidad del hombre. El Dios de la Biblia también reacciona con brutalidad ante la maldad, la corrupción y la violencia de la gente. Pero había otro detalle sorprendente. Todos los relatos eran unánimes al explicar que los dioses, o Dios, prometieron solemnemente que semejante castigo no se abatiría nunca más sobre la Tierra, fuera cual fuese la conducta del ser humano.

Uno de los relatos más impactantes es la Epopeya (o Poema) de Gilgamesh, que atribuía el Gran Cataclismo a un hecho planificado: «Un día, los grandes dioses decidieron hacer el Diluvio». El texto explicaba que los grandes dioses se reunieron, rodeados de sus consejeros, y deliberaron sobre la oportunidad de llevar a cabo la operación del Diluvio. Se acordó ejecutarla y así se hizo. Pero algo salió mal y los dioses acabaron moviéndose en mitad de la gran confusión, «se arrastraban como perros» aplastados por el desastre que habían provocado «sin reflexionar», como ellos mismos reconocían. Los sumerios consideraban que el Cataclismo fue el resultado de un error humano. Tal vez la palabra dios, quizás, no debía tomarla en el sentido bíblico, sino que puede que hablasen de seres bastante más humanos, capaces de cometer errores, según se desprendía de los escritos y de las tradiciones. Ello implicaría que tal vez el Diluvio Universal fue provocado por el hombre o por seres extraterrestres. Existen más de ochenta relatos conocidos, entre leyendas y tradiciones, basados en el Diluvio Universal y todos ellos hacen mención de un «salvador», cuya figura más representativa es el venerable Noé. Ya en el año 600 a.C. los historiadores egipcios trataron a los griegos de «niños que ignoran la historia y las ciencias del pasado» e ilustraron sus acusaciones con ejemplos. Así, escribieron que «existe una historia que retuvisteis: es la de Faetón. ¡Pero la convertisteis en un mito, cuando resulta que es una realidad!». Faetón es el nombre de un planeta hipotético existente entre las órbitas de Marte y Júpiter, cuya destrucción supuestamente llevó a la destrucción de Marte, la formación del cinturón de asteroides y, tal vez, la formación de la Luna, que al acercarse peligrosamente a la Tierra, produjo un Gran Cataclismo. Tal vez el agua que tenía Marte, de lo que hay claras evidencias, se traslado a la Tierra, provocando el Diluvio. El planeta hipotético toma su nombre de Faetón, el hijo del dios del Sol Helios en la mitología griega, que intentó conducir el carro solar de su padre durante un día, con resultados desastrosos, y que fue finalmente destruido por Zeus. El asteroide 3200 Faetón comparte el nombre con el planeta hipotético. 3200 Faetón es un asteroide del tipo Apolo que cruza las órbitas de Mercurio, Venus y Marte, con propiedades inusuales. En la mitología griega, Faetón o Faetonte (en griego antiguo Phaéthôn, ‘brillante’, ‘radiante’) era hijo de Helios (Febo, el ‘brillante’, un epíteto posteriormente asumido por Apolo), y de Clímene, esposa de Mérope. Alternativamente, sería el hijo que Eos dio a Céfalo y que Afrodita robaría cuando no era más que un niño, para convertirlo en un daimon, guardián nocturno de sus más sagrados santuarios. Fue padre, con Afrodita, de Astino. Los cretenses le llamaron Adymus, que para ellos significaba estrella de la mañana y de la tarde. Faetón alardeaba con sus amigos de que su padre era el dios-sol. Éstos se resistían a creerlo e incluso uno de ellos decía ser hijo de Zeus lo cual enojo a Faetón que terminó acudiendo a su padre Helios, quien juró por el río Estigia darle lo que pidiera. Faetón quiso conducir su carruaje (el sol) un día. Aunque Helios intentó disuadirle, Faetón se mantuvo inflexible. Cuando llegó el día, Faetón se dejó llevar por el pánico y perdió el control de los caballos blancos que tiraban del carro. Primero giró demasiado alto, de forma que la tierra se enfrió. Luego bajó demasiado, y la vegetación se secó y ardió.

Faetón convirtió accidentalmente en desierto la mayor parte de África, quemando la piel de los etíopes hasta volverla negra. Finalmente, Zeus fue obligado a intervenir golpeando el carro desbocado con un rayo para pararlo, y Faetón se ahogó en el río Erídano (Po). Su amigo Cicno se apenó tanto que los dioses lo convirtieron en cisne. Sus hermanas, las helíades, también se apenaron y fueron transformadas en alisos o álamos, según Ovidio, convirtiéndose sus lágrimas en ámbar. La moraleja de la historia es un añadido posterior. En las primeras referencias homéricas, Faetón es simplemente otro nombre del propio Helios. La sustitución de éste por Apolo como dios-sol sucedió más tarde que esta leyenda. Se conservan fragmentos de la tragedia de Eurípides sobre este mito, titulada Phaethon. Al reconstruir la obra perdida y discutir los fragmentos, James Diggle ha cuestionado el tratamiento del mito de Faetón. El tema de la estrella caída debe haber sido familiar en Israel, pues Isaías se refiere a él cuando amonesta al rey de Babilonia por su orgullo. La Enciclopedia Judía cuenta que «es obvio que el profeta, al atribuir al rey babilonio un exceso de orgullo, seguido de su caída, tomó la idea prestada de una leyenda popular relacionada con la estrella de la mañana». La imagen de la estrella caída reaparece sin nombre en el Apocalipsis de Juan. En el siglo IV, Jerónimo de Estridón tradujo ‘estrella de la mañana’ por «Lucifer», llevando el elemento mítico de la estrella caída a la mitología cristiana. Resulta peligroso tomar un relato al pie de la letra. Cuando nuestros antepasados hablaban de conducir el carro del Sol, posiblemente querían decir conducir el carro de la Tierra u otro planeta (o gran nave espacial) en relación al Sol, lo cual seguramente indicaría controlar su trayectoria y su velocidad. Y tomar las riendas de los caballos celestes sería ponerse a los mandos del planeta. Obtener el permiso para conducir el carro durante un día equivaldría a una rotación completa de la Tierra. Es decir: sería tanto como controlar la rotación de la Tierra. Hay una tradición de la Polinesia que explica que una mujer tenía un hijo. Cada noche, cuando lo acostaba, le contaba una leyenda hawaiana muy antigua. Tan antigua que nadie sabe de dónde salió: «La madre del semidiós Maui estaba muy enfadada porque su colada no tenía tiempo suficiente para secarse. El sol corría muy deprisa y los días eran demasiado cortos. Su amado hijo el semidiós Maui decidió atrapar al sol por las piernas y dejarlo atado a un árbol...». Entre las tribus Shoshone, establecidas en Utah, Colorado y Nevada, en América del Norte, se cuenta otro curioso relato. También es de noche y otra mujer, también arrodillada junto al jergón de su hijo, le cuenta: «Un día un conejo gigante decidió agarrar el sol y detener su carrera para que brillase más tiempo porque los días eran demasiado cortos...». En ambos relatos se hace referencia a que «los días eran demasiado cortos». Curiosamente, en ambas leyendas, nacidas en dos puntos tan alejados del planeta, el sol siempre se escapa, no sin antes prender fuego al rabo del conejo o al árbol al que fue atado. Y las llamas se propagan. Faetón también perdió el control del carro del Sol, se acercó demasiado a la Tierra y estuvo a punto de incendiarla entera. Pero, ¿qué objetivo tendría dominar la rotación de la Tierra? Según las leyendas hawaiana y shoshone, querían detener la rotación de la Tierra para que el sol brillase más tiempo sobre ella.
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Arthur Posnansky, en su Guía general ilustrada de Tiahuanaco, descubrió más inscripciones sobre las rocas de dos islas sagradas del lago Titicaca, y señaló que eran muy similares a las enigmáticas inscripciones descubiertas en la isla de Pascua, conclusión con la que, en la actualidad, suelen coincidir los expertos. Pero se sabe que la escritura de la isla de Pascua pertenece a la familia de las escrituras indoeuropeas del Valle del Indo y de los hititas. Un rasgo común a todas ellas (incluidas las inscripciones del Lago Titicaca) es su sistema «como de arado de buey». La escritura de la primera línea comienza por la izquierda y termina por la derecha; en la segunda línea es al revés, terminando por la izquierda; en la tercera es igual que en la primera, y así sucesivamente. Sin querer entrar ahora en la cuestión de cómo llegó al lago Titicaca una escritura que imita a la de los hititas, parece que queda confirmada la existencia de una o más formas de escritura en el antiguo Perú. Así pues, también a este respecto, la información proporcionada por Montesinos demuestra ser correcta. Si, a pesar de todo esto, al lector le resulta todavía difícil de aceptar la inevitable conclusión de que hubo una civilización similar a la del Viejo Mundo en los Andes, hacia el 2400 a.C, entonces aportaremos algunas evidencias más. Los expertos han ignorado por completo como pista válida la reiterada afirmación de las leyendas andinas de que hubo una terrorífica oscuridad en tiempos remotos. Nadie se ha preguntado si no sería ésta la misma oscuridad, o la no aparición del sol en el momento en que debería de haberlo hecho, de la cual hablan las leyendas mexicanas en el relato de Teotihuacán y sus pirámides. Aunque se supone que es un hecho posterior al Diluvio Universal, sirve para ilustrar que pueden suceder fenómenos similares. Pues, si de verdad sucedió este fenómeno, que el sol no salió y la noche se hizo interminable, debió de ser algo que se pudo observar en todo el continente americano. Los recuerdos colectivos mexicanos y los andinos parecen corroborarse entre sí en este punto, apoyando así la veracidad de ambos, como dos testigos ante un mismo acontecimiento. Pero, por si esto no fuera lo suficientemente convincente, podemos recurrir a la Biblia en busca de evidencias, y podemos recurrir nada menos que a Josué como testigo. Según Montesinos y otros cronistas, un acontecimiento de lo más inusual tuvo lugar durante el reinado de Titu Yupanqui Pachacuti II, decimoquinto monarca del Imperio Antiguo. Fue en el tercer año de su reinado, en que «las buenas costumbres se olvidaron y la gente se entregó a todo tipo de vicios», cuando «no hubo amanecer durante veinte horas». Es decir, la noche no terminó cuando tendría que haberlo hecho y la salida del Sol se retrasó durante veinte horas. Después de un gran lamento, de confesiones de los pecados, sacrificios y oraciones, el Sol apareció finalmente. Esto no pudo ser un eclipse: no fue que el Sol se viera oscurecido por una sombra. Además, ningún eclipse dura tanto, y los peruanos eran conocedores de estos eventos periódicos. El relato no dice que el Sol desapareciera; dice que no salió -«no hubo amanecer»-durante veinte horas. Fue como si el Sol, dondequiera que estuviera escondido, se hubiera parado de pronto.

Si los recuerdos andinos son ciertos, en algún otro lugar, en la otra parte del mundo, el día tuvo que ser igual de largo, y no debió terminar cuando debería de haber terminado, por ser un día veinte horas más largo. Increíblemente, este acontecimiento está registrado, y en ningún sitio mejor que en la misma Biblia. Fue cuando los israelitas, bajo el liderazgo de Josué, acababan de cruzar el río Jordán y de entrar en la Tierra Prometida, después de tomar las ciudades fortificadas de Jericó y Ay. Fue cuando todos los reyes amorreos formaron una alianza para crear una fuerza combinada contra los israelitas. Una gran batalla tuvo lugar en el valle de Ayyalón, cerca de la ciudad de Gabaón. Comenzó con un ataque nocturno de los israelitas, que puso a los cananeos en fuga. Al amanecer, cuando las fuerzas cananeas se reagruparon cerca de Bet Jorón, el Señor Dios «arrojó grandes piedras desde el cielo sobre ellos y murieron; hubo más de ellos que murieron por las piedras que los que murieron por la espada de los israelitas». Entonces Josué le habló a Yahveh, el día en que Yahveh entregó a los amorreos a los Hijos de Israel, diciendo: “«A la vista de los israelitas, que el Sol se detenga en Gabaón y la Luna en el valle de Ayyalón». Y el Sol se detuvo, y la Luna se paró, hasta que el pueblo se vengó de sus enemigos“. Cierto es, pues todo esto está escrito en el Libro de Jashar:El Sol se detuvo en mitad de los cielos y no se apresuró en bajar en casi un día entero“. El incidente, cuya singularidad se reconoce en la Biblia («no hubo un día como aquél, ni antes ni después»), al tener lugar en el lado opuesto de la Tierra con respecto a los Andes, describiría por tanto un fenómeno que sería el inverso al sucedido en América. En Canaán, el Sol no se puso durante unas veinte horas; en los Andes, el Sol no salió durante el mismo lapso de tiempo. ¿Acaso no describen los dos relatos el mismo acontecimiento y, por provenir desde dos lados diferentes de la Tierra, atestiguan su veracidad?  Lo que pudo suceder todavía es un enigma. La única pista bíblica es la mención de las grandes piedras que cayeron del cielo. Dado que sabemos que lo que los relatos describen no es la detención del Sol (y la Luna), sino una alteración en la rotación de la Tierra sobre su eje, una explicación posible sería la de que un cometa hubiera pasado demasiado cerca de la Tierra. Y, dado que algunos cometas orbitan el Sol en dirección opuesta a las manecillas del reloj, que es la inversa a la dirección orbital de la Tierra y el resto de planetas, su fuerza cinética podría haber contrarrestado temporalmente la rotación de la Tierra, provocando una ralentización. Sea cual sea la causa exacta del fenómeno, lo que nos interesa ahora es su ubicación temporal. Eminentes arqueólogos y expertos bíblicos llegaron a la conclusión de que el Éxodo tuvo lugar alrededor del 1500 a.C. Dado que los israelitas erraron por los desiertos del Sinaí durante cuarenta años, el acontecimiento observado por Josué tuvo que ocurrir poco después.

La pregunta ahora es la siguiente: el fenómeno opuesto, la noche interminable, ¿ocurrió en los Andes al mismo tiempo? Desgraciadamente, la forma en que los escritos de Montesinos han llegado hasta los expertos actuales deja algunas lagunas en los datos relativos a la duración del reinado de cada monarca, y esto nos obligará a obtener la respuesta dando un rodeo. El acontecimiento, según nos informa Montesinos, tuvo lugar en el tercer año del reinado de Titu Yupanqui Pachacuti II. Para determinar este momento, tendremos que calcular desde ambos extremos. Se nos dice que los primeros 1.000 años desde el Punto Cero se cumplieron durante el reinado del cuarto monarca, es decir, en el 1900 a.C; y que el trigésimo segundo rey reinó 2.070 años después del Punto Cero, es decir, en el 830 a.C. ¿Cuándo reinó el decimoquinto monarca? Los datos de los que disponemos sugieren que los nueve reyes que separan al cuarto del decimoquinto monarca remaron un total de unos 500 años, colocando a Titu Yupanqui Pachacuti II en los alrededores del 1500 a.C. De ambos modos llegamos a una fecha para el acontecimiento andino que parece coincide con la fecha bíblica y la fecha del acontecimiento en Teotihuacán. Aunque los datos para calcular exactamente la fecha son imprecisos, al menos parecen estar suficientemente próximos en el tiempo, como para que asumamos que se refieren al mismo día. La impactante conclusión es evidente: “El día que el Sol se detuvo en Canaán fue la noche sin amanecer en las Américas“. El acontecimiento, así verificado, se levanta como una prueba irrefutable de la veracidad de los recuerdos andinos de un Imperio Antiguo que comenzó cuando los dioses concedieron a la humanidad la varita de oro en el lago Titicaca. Los expertos han estado pugnando durante generaciones con este relato del capítulo 10 del Libro de Josué. Algunos lo han descartado como mera ficción; otros ven en él los ecos de un mito; y otros más intentan explicarlo en términos de un eclipse de Sol inusualmente prolongado. Si fuera el eco de un mito, a lo mejor sería un relato de algo que sucedió durante el Diluvio Universal. Pero no sólo es que estos eclipses de Sol son desconocidos, sino que, además, el relato no habla de la desaparición del Sol. Al contrario, relata un acontecimiento en el cual el Sol continuó viéndose, colgado en los cielos, durante «casi un día entero» ¿digamos veinte horas?

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