Abrid los ojos hacia vosotros mismos y mirad en el infinito del espacio y el tiempo. Oireis que alli vuelven a resonar el canto de los astros, la voz de los numeros y la armonia de las esferas. Cada sol es un pensamiento de dios y cada planeta una forma de ese pensamiento, y es para conocer el pensamiento divino que vosotras almas descendereis y remontareis penosamente el camino de los siete planetas y de los siete cielos suyos. HERMES TRISMEGISTO


Lo que la oruga ve como el final de la vida, el maestro lo llama una mariposa. RICHARD BACH

DEDICATORIA

Allí, donde habitan las mariposas, lo hacen tambien las hadas y los angeles, la verdad y la ilusion, la alegria, el amor, la dulzura y la fantasia; los mas bellos sueños y la esperanza.

Es el lugar donde los rios son de miel y las montañas de plata y diamantes; donde los seres alados bailan moviendose al ritmo de la musica de George Harrison y el aroma del Padmini; donde puedo descansar en grandes almohadones de plumas tejidos con hilos de seda y oro. Es mi refugio, y el de muchos que sueñan encontrarlo, sin saber aún que son mariposas.

Este blog esta dedicado a todos ellos y ojala puedan disfrutarlo como parte de su camino hacia el lugar donde habitaron o habitaran algun dia


Parameshwary
Enero 2009


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los cuatro acuerdos de la sabiduria Maya

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jueves, 14 de enero de 2016

¿Qué nos dice la mitología sobre las Edades Míticas? 2


Creencias similares a las de las cuatro eras o edades pueden encontrarse en el antiguo Oriente medio y en todo el mundo antiguo. Según Giorgio de Santillana, que fuera profesor de historia en el MIT y coautor del libro Hamlet’s Mill, hay cerca de 200 mitos e historias de 30 culturas antiguas que hablan de un ciclo de edades ligadas al movimiento de los cielos. Algunos creyentes utópicos, tanto políticos como religiosos, sostienen que la edad de oro volvería después de un período de decadencia.
Otros consideran, en particular los hindúes modernos, que la edad de oro volverá gradualmente como una consecuencia natural de los cambiantes iugás (eras). Antes hemos dejado el tema de los titanes, que volvemos a retomar.
 Los titanes fueron doce desde su primera aparición en la Teogonía de Hesíodo; aunque en su Biblioteca mitológica, Apolodoro añade una decimotercera entidad, llamada Dione, desdoblamiento de la titánide Tea. Los titanes estaban relacionados con diversos conceptos primordiales, algunos de los cuales simplemente se deducían a partir de sus nombre, tales como el océano y la fructífera tierra, el Sol y la Luna, la memoria y la ley natural. Los doce titanes de la primera generación fueron liderados por el más joven, Crono (o Cronos), quien derrocó a su padre Urano (‘Cielo’) a instancia de su madre, Gea (‘Tierra’).
 Posteriormente los titanes engendraron una segunda generación, destacando los hijos de Hiperión (Helios, Eos y Selene), las hijas de Ceo (Leto y Asteria) y los hijos de Jápeto (Prometeo, Epimeteo, Atlas y Menecio).
Los titanes precedieron a los doce dioses olímpicos, quienes, guiados por Zeus, terminaron derrocándolos en la Titanomaquia (‘guerra de los titanes’).
 La mayoría de los titanes fueron entonces encarcelados en el Tártaro, la región más profunda del inframundo.
En la mitología griega, la Titanomaquia trata de una serie de batallas libradas durante diez años entre las dos razas de deidades muy anteriores a la existencia de la humanidad. Se trataba de los Titanes, luchando desde el monte Otris, y los Olímpicos, que llegarían a reinar en el monte Olimpo. Se la conoce también como la Batalla de los Titanes. Es confundida por algunos autores, como Ovidio, con la Gigantomaquia, o ‘guerra de los gigantes’, que es posterior.
Los griegos de la edad clásica conocían varios poemas sobre la Titanomaquia. El principal de ellos, y el único que se ha conservado, era la Teogonía, atribuida a Hesíodo. Un poema épico perdido titulado Titanomaquia y atribuido a Tamiris, un aedo tracio hijo de Filamón y Argíope, a su vez un personaje legendario.
 Los Titanes también jugaban un papel prominente en los poemas atribuidos a Orfeo. Aunque sólo se conservan fragmentos de los relatos órficos, revelan interesantes diferencias con la tradición de Hesíodo.
 Estos mitos griegos de la Titanomaquia caen dentro de una clase de mitos similares a otros en Europa y Oriente Próximo, donde un grupo de dioses se enfrenta a los dioses dominantes. A veces éstos dioses son suplantados. Otras los rebeldes pierden y son totalmente apartados del poder o incorporados al panteón.

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Otros ejemplos de la guerra de los titanes serían las guerras de los Aesir con los Vanir y los Jotunos en la mitología escandinava, o bien el épico Enuma Elish babilónico, así como la narración hitita del «Reino del Cielo» y el oscuro conflicto generacional de los fragmentos ugaritas.
El marco para esta importante batalla fue creado después de que el titán más joven, Crono, derrocase a su propio padre, Urano, dios del Cielo y gobernante del universo, con la ayuda de su madre, Gea (la Tierra).
 Crono castró entonces a su padre, se apoderó de su trono y liberó a sus hermanos titanes, que habían sido encerrados en el Tártaro bajo el reinado tiránico y egoísta de Urano. Sin embargo, al ser usurpado su puesto, Urano profetizó que los propios hijos de Crono se rebelarían contra su gobierno igual que habían hecho él y sus hermanos. Por miedo de que sus futuros hijos se rebelasen contra él, Crono se convirtió en el terrible rey que su padre Urano había sido, y se tragaba enteros a sus hijos a medida que nacían de su esposa y hermana Rea.
Sin embargo, según una leyenda arcadia recogida por el geógrafo griego Pausanias en su Descripción de Grecia, Rea logró esconder a sus hijos quinto y sexto, Poseidón y Zeus, diciendo a Crono que había dado a luz un caballo, y le dio un potro para que se lo comiera en lugar de Poseidón, y en lugar de Zeus le entregó una piedra envuelta en pañales. Rea llevó a Zeus a una cueva en la isla de Creta, donde éste fue criado por los Curetes y las ninfas Adrastea e Ida. Cuando Zeus se hizo mayor, Metis dio a Crono una poción especial, que provocó que éste vomitara a los hijos que se había tragado.
Zeus los condujo entonces a la rebelión contra los Titanes. Entonces los Olímpicos, guiados por Zeus, declararon la guerra a la anterior generación de deidades, los Titanes. Estos fueron encabezados por Crono e incluían a Ceo, Crío, Hiperión, Jápeto, Atlas y Menecio. Los Olímpicos eran guiados por Zeus e incluían a Hestia, Hera, Deméter, Hades y Poseidón; e incluso a la titánide Hecate.
 Probablemente Estigia y sus hijos también lucharon en el bando de los Olímpicos. Además, los Hecatónquiros, gigantes con 100 brazos y 50 cabezas e hijos de Gea y Urano, y los Cíclopes, miembros de una raza de gigantes con un solo ojo en mitad de la frente, que habían sido encarcelados por Crono, ayudaron a los Olímpicos.
Se decía que los Hecatónquiros ayudaron a los Olímpicos arrojando enormes piedras a los Titanes, de cien en cien. Los Cíclopes ayudaron fabricando las famosas armas de Zeus, los rayos, el tridente de Poseidón y el casco de invisibilidad de Hades. Habiendo logrado por fin la victoria tras toda una década de guerra, los Olímpicos dividieron el botín entre ellos, otorgando el dominio del cielo a Zeus, el del mar a Poseidón, y el del inframundo a Hades. Procedieron entonces a encerrar a los derrotados Titanes en el Tártaro, las más hondas profundidades del inframundo.

Sin embargo, dado que durante la guerra, tanto Océano como las titánides Tea, Rea, Temis, Mnemósine, Febe y Tetis, habían permanecido neutrales, no fueron castigadas por Zeus. Algunos otros titanes que no fueron encerrados en el Tártaro fueron Atlas, Crono, Epimeteo, Menecio y Prometeo. Zeus dio a Atlas un castigo diferente. Urano, el cielo, casi se había derrumbado sobre la tierra tras la guerra, debido a la enorme lucha que había ocurrido bajo él, por lo que Zeus dispuso que Atlas sujetase los cielos por toda la eternidad. Epimeteo, Menecio y Prometeo cambiaron de bando y ayudaron a Zeus en la guerra, por lo que no fueron castigados.
Sobre el destino de Crono existen al menos dos variantes míticas. La tradición más antigua, reflejada en ciertos textos homéricos, como la Ilíada, y de Hesíodo, supone que Crono habita en el Tártaro rodeado por el resto de los titanes. Una tradición posterior señala que Crono fue luego liberado por voluntad de Zeus, y que quedó reinando en las islas de los Bienaventurados. Los que no se habían opuesto a Zeus siguieron teniendo de forma más o menos directa un papel en el nuevo orden mundial. Océano continuó circundando el mundo, el nombre de la ‘brillante’ Febe fue empleado como sobrenombre de Artemis y añadido como epíteto de Apolo, como «Apolo Febo», Mnemósine alumbró a las Musas, Temis siguió encarnando el concepto de ‘ley de la naturaleza’ y Metis fue madre de Atenea.
En un texto órfico, Zeus no se limitó a atacar a su padre con violencia. En su lugar, Rea preparó un banquete para Crono, y éste se emborrachó con miel fermentada. En lugar de encerrarlo en el Tártaro, Crono fue arrastrado, todavía borracho, a la cueva de Nix, donde siguió durmiendo y vaticinando por toda la eternidad. Otro mito acerca de los titanes no mencionado por Hesíodo gira en torno a Dioniso.
En un momento determinado de su reinado, Zeus decidió ceder el trono en favor del infante Dioniso, que, como Zeus a su edad, era protegido por los Curetes. Los titanes decidieron matar al niño y reclamar el trono para ellos.
 Se pintaron las caras de blanco con yeso, distrajeron a Dioniso con juguetes, y entonces lo despedazaron, y cocieron y asaron sus miembros, dándose un festín con ellos, mientras que de la sangre de la víctima nacía un granado. Zeus, enfurecido, castigó a los titanes fulminándolos con sus rayos. Atenea guardaba el corazón del niño en un muñeco de yeso, a partir del cual Zeus hizo a un nuevo Dioniso.
 Esta historia es narrada por los poetas Calímaco y Nono, que llaman a este Dioniso «Zagreo», y también en cierto número de textos órficos, en los que no se usa tal nombre. Una variación de esta historia, recogida por el filósofo neoplatónico Olimpiodoro, ya en la era cristiana, dice que la humanidad surgió del humo grasiento que despedían los cadáveres de los titanes al arder, muertos por el rayo de Zeus. Otros escritores anteriores insinúan por el contrario que la humanidad nació de la sangre derramada por los titanes en su guerra contra los Olímpicos.

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Píndaro, Platón y Opiano se referían a la «naturaleza titánica» del hombre. Que esto se refiera a algún tipo de «pecado original» relacionado con el asesinato de Dioniso sigue siendo objeto de debate.
En Atenas, se había dedicado un altar a Prometeo en la Academia de Platón. Desde allí partía una carrera de antorchas celebrada en su honor por la ciudad, en la que ganaba el primero que alcanzaba la meta con la antorcha encendida. Prometeo era hijo de Jápeto y la oceánide Asia o de la también oceánide Clímene. Era hermano de Atlas, Epimeteo y Menecio, a los que superaba en astucia y engaños. No tenía miedo alguno a los dioses, y ridiculizó a Zeus y a su poca perspicacia.
Sin embargo, Esquilo afirmaba en su Prometeo encadenado que era hijo de Gea o Temis. Según una versión minoritaria, el gigante Eurimedonte violó a Hera cuando esta era una niña y engendró a Prometeo, lo que causó la furia de Zeus. Prometeo fue un gran benefactor de la humanidad. Urdió un primer engaño contra Zeus al realizar el sacrificio de un gran buey que dividió a continuación en dos partes. En una de ellas puso la piel, la carne y las vísceras, que ocultó en el vientre del buey, y en la otra puso los huesos, pero los cubrió de apetitosa grasa. Dejó entonces elegir a Zeus la parte que comerían los dioses. Zeus eligió la capa de grasa y se llenó de cólera cuando vio que en realidad había escogido los huesos.
Desde entonces los hombres queman en los sacrificios los huesos para ofrecerlos a los dioses, y se comen la carne. Indignado por este engaño, Zeus privó a los hombres del fuego.
Prometeo decidió robarlo, así que subió al monte Olimpo y lo cogió del carro de Helios o de la forja de Hefesto, y lo consiguió devolver a los hombres en el tallo de una cañaheja, que arde lentamente y resulta muy apropiado para este fin. De esta forma la humanidad pudo calentarse. En otras versiones, como el Protágoras de Platón, Prometeo robaba las artes de Hefesto y Atenea, se llevaba también el fuego porque sin él no servían para nada, y proporcionaba de esta forma al hombre los medios con los que ganarse la vida.
Para vengarse por esta segunda ofensa, Zeus ordenó a Hefesto que hiciese una mujer de arcilla llamada Pandora. Zeus le infundió vida y la envió por medio de Hermes al hermano de Prometeo: Epimeteo, en cuya casa se encontraba la jarra que contenía todas las desgracias (plagas, dolor, pobreza, crimen, etcétera) con las que Zeus quería castigar a la humanidad. Epimeteo se casó con ella para aplacar la ira de Zeus, por haberla rechazado una primera vez a causa de las advertencias de su hermano de que no aceptase ningún regalo de los dioses. Pandora terminaría abriendo el ánfora, tal y como Zeus había previsto. Tras vengarse así de la humanidad, Zeus se vengó también de Prometeo e hizo que lo llevaran al Cáucaso, donde fue encadenado por Hefesto con la ayuda de Bía y Cratos.

Zeus envió un águila, hija de los monstruos Tifón y Equidna, para que se comiera el hígado de Prometeo. Siendo éste inmortal, su hígado volvía a crecerle cada noche, y el águila volvía a comérselo cada día.
Este castigo había de durar para siempre. Pero Heracles pasó por el lugar de cautiverio de Prometeo de camino al jardín de las Hespérides y lo liberó disparando una flecha al águila. Esta vez no le importó a Zeus que Prometeo evitase de nuevo su castigo, ya que este acto de liberación y misericordia ayudaba a la glorificación del mito de Heracles, quien era hijo de Zeus. Prometeo fue así liberado, aunque debía llevar con él un anillo unido a un trozo de la roca a la que fue encadenado. Agradecido, Prometeo reveló a Heracles el modo de obtener las manzanas doradas de las Hespérides. Sin embargo, en otra versión Prometeo fue liberado por Hefesto tras revelar a Zeus que si tenía un hijo con la nereida Tetis, este hijo llegaría a ser más poderoso que su padre, quien quiera que éste fuera. Por ello Zeus evitó tener a Tetis como consorte y el hijo que tuvo ésta con Peleo fue Aquiles quien, tal y como decía la profecía, llegó a ser más poderoso que su padre. La Biblioteca mitológica recoge una versión según la cual Prometeo fue el creador de los hombres, modelándolos con barro. Prometeo se ofreció ante Zeus para cambiar su mortalidad por la inmortalidad de Quirón cuando éste fue herido accidentalmente por Heracles, lo que le produjo una herida incurable. Prometeo puede ser clasificado entre los dioses tramposos, como en la mitología nórdica lo es Loki, quien también es un gigante más que un dios, está asociado con el fuego y es castigado a ser encadenado a una roca y atormentado por un águila.
Los mejores simbologistas europeos creen que el nombre de Prometeo tenía en la antigüedad un significado importante y misterioso.
 Paul Decharme (1839-1905), autor francés de la  Mythologie de la Grèce Antique,  explica la historia de Deucalión, hijo de Prometeo, a quien los beocios, naturales de la antigua Beocia, en Grecia, consideraban como el antecesor de las razas humanas. Paul Decharme dice: “Así, pues, Prometeo es algo más que el arquetipo de la humanidad, es su  generador.  Del mismo modo que hemos visto a Hefesto modelando a la primera mujer (Pandora) y dotándola de vida, así Prometeo amasa el barro húmedo, con el cual modela el cuerpo del  primer hombre, a quien quiere dotar de la chispa del alma. Después del diluvio de Deucalión, Zeus, decían, había ordenado a Prometeo y a Athenaque que produjeran una nueva raza de hombres del lodo dejado por las aguas del diluvio, y, en los días de  Pausanias, el limo que el héroe había empleado con este objeto se enseñaba todavía en Focis. En varios monumentos arcaicos  vemos aún a Prometeo modelando un cuerpo humano, ya solo o con ayuda de Athena“.

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En la mitología griega, Deucalión era hijo de Prometeo y la oceánide Pronea, y reinó en las regiones próximas a Ftía. Su esposa, y a la vez prima hermana, fue Pirra, hija de Epimeteo y Pandora.
Cuando Zeus decidió poner fin a la Edad de Bronce con un gran diluvio, Deucalión, por consejo de Prometeo, construyó un arca y, disponiendo dentro de ella lo necesario, se embarcó en compañía de Pirra.
Este relato es muy similar al del bíblico Noé, lo que indicaría un origen común. Zeus hizo caer desde el cielo una copiosa lluvia e inundó la mayor parte de la Hélade (Grecia), de manera que perecieran todos los hombres, excepto unos pocos que se refugiaron en las cumbres de las montañas próximas. Después de nueve días y otras tantas noches navegando, al término del diluvio, la pareja volvió a tierra firme y Deucalión decidió consultar el oráculo de Delfos, asistida por Temis, sobre cómo repoblar la tierra. Se le dijo que arrojase los huesos de su madre por encima de su hombro. Deucalión y Pirra entendieron que “su madre” era Gea, la madre de todas los seres vivientes, y que los “huesos” eran las rocas. Así que tiraron piedras por encima de sus hombros y éstas se convirtieron en personas.
Las de Pirra en mujeres y las de Deucalión en hombres. El Diluvio de Deucalión es llamado así para diferenciarlo del diluvio de Ogigia y de otros. La Edad de Plata es el nombre que se suele dar a un periodo histórico particular que se considera sucesor o emulador de una anterior Edad de Oro, aunque su nivel sea inferior. La expresión se acuñó como una de las cinco Edades del Hombre descritas por Hesíodo, y que comienzan con la creación del hombre a partir de las piedras arrojadas por Deucalión y Pirra tras un diluvio.
Esta humanidad vivió por cien años como niños, sin crecer; y repentinamente envejecieron y murieron. Zeus los destruyó por su impiedad mediante el diluvio de Ogigia. Tras el exilio de Crono, Zeus gobernaba el mundo, y los olímpicos crearon una segunda generación de hombres, denominados de plata por ser su raza menos noble que la anterior de oro.
 Zeus redujo la primavera perpetua que existía a una sola estación. Los hombres debían abrigarse, construir casas y trabajar, sembrando para poder cosechar y alimentarse. Los niños crecían al cuidado de su madre durante cien años, y la edad adulta duraba pocos años. Menos noble que la de la Edad de Oro, la humanidad de la Edad de Plata no dejaba de suscitar luchas de unos contra otros, y no honraba ni servía a los dioses inmortales.
Estas acciones enojaron a Zeus, y los castigó destruyéndolos. El Diluvio de Deucalión fue provocado por la ira de Zeus contra los impíos hijos de Licaón, el hijo de Pelasgo. El mismo Licaón fue el primero en civilizar la Arcadia e institucionalizó el culto a Zeus Licio, pero enojó al dios sacrificándole un niño. Por esa razón fue transformado en lobo y su casa destruida por el rayo.

Algunos investigadores dicen que Licaón tuvo en total veintidós hijos, mientras que otros dicen que cincuenta. La noticia de los crímenes cometidos por los hijos de Licaón llegó al Olimpo y el mismo Zeus fue a visitarles disfrazado de viajero pobre. Tuvieron la desfachatez de servirle una sopa de menudos en la que habían mezclado las vísceras de su hermano Níctimo con otras de ovejas y cabras. Zeus no se dejó engañar y, derribando de un golpe la mesa en la que le habían servido aquel repugnante banquete, los convirtió a todos en lobos, menos a Níctimo, a quien devolvió la vida.
A su regreso a] Olimpo, Zeus desahogó su disgusto desatando un gran diluvio sobre la tierra con la intención de borrar de su faz a toda la raza humana. Pero Deucalión, rey de Ptía, avisado por su padre, el titán Prometeo, a quien había visitado en el Cáucaso, construyó un arca, la llenó de avituallamiento y subió a bordo con su esposa Pirra, hija de Epimeteo.
Luego empezó a soplar el viento del sur y comenzó la lluvia, y los ríos se precipitaban sobre el mar, que subía con asombrosa rapidez, arrasando y cubriendo cada ciudad de la costa y del interior, hasta que todo el mundo quedó inundado, a excepción de unas cuantas cimas montañosas, y todas las criaturas mortales parecían haber desaparecido, excepto Deucalión y Pirra, El arca estuvo flotando durante unos nueve días hasta que finalmente las aguas retrocedieron y la embarcación se posó en el monte Parnaso, o, en opinión de algunos, en el Etna, en el Atos, o en el monte Otris de Tesalia.
 Se dice que Deucalión obtuvo la confirmación del fin del diluvio por una paloma que él mismo había enviado a explorar. Como vemos, un relato muy similar al bíblico de Noé. Después de desembarcar sanos y salvos, ofrecieron un sacrificio al padre Zeus, protector de los fugitivos, y bajaron a orar en el santuario de Temis, junto al río Cefiso, donde hacía frío y el techo estaba cubierto de algas. Suplicaron humildemente que volviera a renacer la raza humana, y Zeus, escuchando sus voces desde lejos, envió a Hermes para asegurarles que todo lo que pidieran les sería concedido. Temis apareció en persona y dijo: «¡Cubríos la cabeza y arrojad hacia atrás los huesos de vuestra madre!».
 Deucalión y Pirra eran hijos de distintas madres, ambas ya fallecidas, así que dedujeron que la Titánide se refería a la Madre Tierra, cuyos huesos eran las rocas que yacían en la orilla del río. Por tanto, se cubrieron las cabezas y se inclinaron para recoger las rocas, tirándolas por encima de sus hombros. Las rocas se transformaron en hombres y mujeres, en función de que las hubiera arrojado Deucalión o Pirra, y de esta forma se renovó a humanidad, y desde entonces «pueblo» (laos) y «piedra» (laas) son la misma palabra en muchas lenguas.

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Sin embargo, resultó que Deucalión y Pirra no fueron los únicos supervivientes del Diluvio, pues Megaro, un hijo de Zeus, había sido despertado mientras dormía por los gritos de las grullas que le llamaban para que subiera a lo alto del monte Gerania, que no llegó a ser cubierto por las aguas. Otro que escapó fue Cerambo de Pelión, a quien las Ninfas transformaron en escarabajo, pudiendo así volar a la cumbre del Parnaso.
 De modo similar, los habitantes de Parnaso, ciudad fundada por Parnaso, un hijo de Posidón que inventó el arte del augurio, fueron despertados por el aullido de lobos, y los siguieron hasta la cima de la montaña.
 En memoria de estos lobos llamaron Licorea a su ciudad. Así pues, el diluvio sirvió de poco, pues algunos de los parnasianos emigraron a Arcadia y repitieron las abominaciones de Licaón. Se sacrificaba un niño a Zeus Liceo y sus vísceras se mezclaban con otras en una sopa de menudos que se repartía luego entre los pastores junto al río. El pastor que come las vísceras del aúlla como un lobo, cuelga sus ropas en un roble, cruza el río y se convierte en licántropo. Durante ocho años forma parte de la manada de lobos, pero si se abstiene de comer carne humana durante este tiempo, puede regresar, cruzar de nuevo el río y recuperar sus ropas.
Según Robert Graves, en su obra Los mitos griegos, este Deucalión era hermano de la Ariadna cretense y padre de Oresteo, rey de los locrios ozolianos, en cuya época una perra blanca parió una estaca que Oresteo plantó y que creció convirtiéndose en vid.
Otro de sus hijos, Anfictión, dio alojamiento a Dioniso y fue el primer hombre que mezcló vino con agua. Pero su primer descendiente y el más famoso fue Heleno, padre de todos los griegos.
El mito del Diluvio de Deucalión, aparentemente traído de Asia por los hélades, tiene el mismo origen que la leyenda bíblica de Noé. Pero, aunque la invención del vino por Noé es el tema de una fábula moral hebrea para justificar casualmente la esclavización de los cananeos por sus conquistadores semitas y casitas, los griegos han suprimido la invención del vino por Deucalión y se la han atribuido a Dioniso.
Sin embargo, a Deucalión se le describe como hermano de Ariadna, que, junto con Dioniso, era la madre de varias tribus seguidoras del culto del vino, y además ha conservado su nombre de «marinero del nuevo vino». El mito de Deucalión recoge un diluvio mesopotámico del tercer milenio a.C., y también la fiesta otoñal del Año Nuevo de Babilonia, Siria y Palestina. Esta fiesta celebraba que Parnapishtim servía vino dulce nuevo a los constructores del arca, en la cual, según el poema épico babilónico de Gilgamesh, él y su familia sobrevivieron al diluvio enviado por la diosa lshtar. Parnapishtim, el Noé babilonio, era conocido por su sabiduría, por lo que también era llamado Atrahasis (el muy sabio).
El sacerdote babilonio Beroso le llama Xisuthros, que viene de Hasis-Atra. El arca era un barco lunar y la fiesta se celebraba en la luna nueva más próxima al equinoccio otoñal, como una forma de provocar las lluvias invernales. A Ishtar, en el mito griego, se la llama Pirra, nombre de la diosa-madre de los puresati (filisteos), un pueblo cretense que llegó a Palestina pasando por Cilicia aproximadamente en el año 1200 a.C. Pirra en griego significa «rojo vivo» y es un adjetivo que se aplica al vino.

El arqueólogo Leonard Wooley empezó a excavar la ciudad sumeria de Ur, en el Eufrates, la patria legendaria de Abraham, entre 1927 y 1928. Encontró el mosaico de 3.500 a.C. y la tumba de la reina Shub-ad, acompañada de su corte y servidores asesinados durante su funeral.
Excavando a 12 metros de profundidad encontró una capa de arcilla completamente limpia. Tenía un grosor de dos metros y medio, y no presentaba restos de utensilios ni basura.
Una capa de aluvión natural se explica por una enorme inundación venida del mar y el cielo al mismo tiempo.
Según el cap.VII del libro de Moisés, en la Biblia, el agua debe haberse vertido sobre los valles y las colinas por abrirse las fuentes de las grandes profundidades, y las ventanas del cielo, de tal modo que cayó sobre la tierra lluvia durante cuarenta días y cuarenta noches. Y las aguas siguieron sobre la tierra durante ciento cincuenta días.
Recordando la concordancia del relato bíblico con la epopeya mucho más antigua de Gilgamésh y el diluvio sumerio, sirviéndose de las llamadas listas sumerias de reyes, y teniendo en cuenta que todas las excavaciones habían confirmado en el país de los dos ríos la autenticidad de las antiguas leyendas, y en especial de las Sagradas Escrituras, le pareció lógico suponer que esta inundación era el famoso Diluvio. Las representaciones de la media Luna como una barca se encuentran entre los registros sumerios.
El dios Luna, navegante del cielo, es el hijo del dios supremo Enlil. El dios de las aguas y ordenador del mundo Enki también es un navegante. Jano bifronte tiene a la barca como emblema para navegar en el recipiente primordial de las aguas. Es el navegador del tiempo, el dios de los misterios y las iniciaciones.
 El barquero Caronte frecuentemente era representado de pie y con una percha, ayudando a las almas a atravesar la laguna Estigia.
Miguel Angel representa en la Sixtina escenas de la vida de Noé y destaca el recurso de una barca para sobrevivir. Según la tradición, Santiago llevó a España el Evangelio de Jesús. Se convirtió en el santo patrono del país. Y Santiago de Compostela, donde supuestamente fue sepultado, se convirtió en lugar de peregrinación desde los primeros siglos de la Edad Media.
A orillas del Mar de Galilea Jesús invitó a cuatro pescadores a ser sus primeros discípulos. Simón (Pedro), Andrés, Santiago y Juan estaban en una barca echando sus redes. El Nazareno demostró su dominio sobre la naturaleza haciendo que sus redes se llenaran de peces. “No temáis, les dijo, desde ahora seréis pescadores de hombres“.

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El dios Odin, que creó el mundo con sus hermanos a partir de la carne y la sangre del gigante Ymir, estaba considerado como el jefe de los Ases y el dios de los Dioses.
La mitología nórdica nos ofrece, además del Ragnarok, una de las guerras más interesantes de todos los ciclos mitológicos, la guerra entre Ases y Vanes, es decir, entre los Señores del Valhalla y los Dioses del Mar.
La información sobre este remoto conflicto es vaga y fragmentada. Las fuentes confiables son escasas. Una de ellas es la Völuspá, poema recopilado en la Edda poético en algún momento del siglo XII, a partir de una fuente tradicional mucho más antigua.  La guerra entre Ases y Vanes, vital para comprender la unicidad posterior del panteón nórdico, y, en definitiva, para explicar quienes serán dioses y quienes no lo serán nunca; está desperdigada en varios textos.
 La guerra es relatada en la Völuspá por una sacerdotisa, y por Odín, participante activo del conflicto.  Allí se nos dice que este conflicto entre el cielo y el mar es el más antiguo del mundo. La diosa marina Gullveig, una Vanir, fue lanceada y quemada viva tres veces en las estancias de Odín, con el inconveniente de que la divinidad renació ante cada muerte. Reformada en el fuego abrasador, Gullveig se hizo llamar Heiðr, palabra que significa “reluciente“.
Gullweig practicaba un tipo de hechicería notablemente antigua, que le permitía entrar en un estado de trance y conocer cosas que estaban veladas incluso a los dioses.  Este ataque de Odín a Gullweig nos aclara una cuestión vital para comprender el alcance del conflicto, que podría resumirse como la lucha de un pueblo invasor contra un antiguo culto marino oficiado por mujeres. Los Vanir, Señores del Mar, reclamaron una inmediata reparación por la tortura de Gullweig, y solicitaron los mismos privilegios que los Ases.
Todas las fuerzas del mundo se congregaron en un concilio en donde se discutió el problema. Primero se estableció una tregua, por la cual todos los involucrados escupieron en una fuente.
De aquella saliva emergió Kvasir, cuya sangre inspiró a los poetas. Finalmente, los Ases se negaron al diálogo y rompieron las negociaciones. La guerra estalló con rapidez y ferocidad; y los Vanir demostraron ser dignos rivales para los inmortales. Así lo señala la sacerdotisa: “Odín arrojó una lanza sobre la multitud; esa sería la primera guerra en el mundo, el muro que cerraba el bastión de los Æsir fue roto; los Vanir, indomables, aplastaron la llanura“.
 La guerra fue tan equilibrada que ambos bandos se vieron obligados a intercambiar rehenes a cambio de escasos momentos de tregua.
 Casi todas las batallas se produjeron en tierra firme, cuestión que beneficiaba a los Ases, que siempre se mantuvieron a una distancia prudente del mar. Pero ni siquiera esta ventaja estratégica inclinó la balanza hacia los dioses. Los Vanir, fuertemente armados y poseedores de una magia ancestral, resistieron cada uno de los ataques, devolviendo golpe por golpe y causando estragos en las filas celestiales.

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La guerra entre Ases y Vanes se asemeja a la epopeya hindú relatada en el Mahábharata, e incluso a La Ilíada griega, que, en definitiva, no son más que visiones alternativas de probablemente un mismo conflicto.
Poco sabemos sobre los hechos que precipitaron el final de la guerra. Solo que los Ases vencieron, y que los Vanir fueron incorporados a un segundo orden de divinidades.
Curiosamente, son los Vanir los que mejor han sobrevivido a los avatares del cristianismo contra los cultos antiguos. Ellos son, en definitiva, lo que luego se conoció como Elfos en las leyendas medievales; criaturas sobrenaturales que no responden al cielo y que viven ancladas en los círculos de la tierra, añorando la espuma del mar y el susurro casi impronunciable de antiquísimas ciudades bajo las olas. El Enûma Elish es un poema babilónico que narra el origen del mundo. Enûma Elish significa en acadio “cuando en lo alto“, y son las dos primeras palabras del poema.
Está recogido en unas tablillas halladas en las ruinas de la biblioteca de Asurbanipal (669 – 627 a. C.), en Nínive. Cada una de las tablillas contiene entre 115 y 170 líneas de caracteres cuneiformes datados del año 1200 a. C. El poema está constituido en versos de dos líneas, y la función del segundo es enfatizar el primero mediante oposición, por ejemplo: “Cuando en lo alto el cielo no había sido nombrado, abajo no había sido llamada con un nombre la tierra firme“. Según esta cosmogonía, antes de que el cielo y la tierra tuviesen nombre, la diosa del agua salada Tiamat y el dios del agua dulce Apsu, engendraron una familia de dioses con la mezcla de sus aguas, y estos a su vez a otros dioses. Estos nuevos dioses perturbaban a Apsu, que decidió destruirlos. Aunque uno de ellos, Ea (o Enki), se anticipó a los deseos de Apsu, haciendo un conjuro y derramando el sueño sobre él, para luego matarlo. Ea, o Nudimmud, el dios parricida, junto a Damkina, engendraron a Marduk, el dios de Babilonia. Al tiempo, Tiamat es convencida de tomar venganza y rebelarse, por lo que decide dar mucho poder a Kingu, su nuevo esposo, y le entrega las tablillas del destino. Marduk es nombrado por los dioses para enfrentar a Tiamat. Accede con la condición de ser nombrado “príncipe de los dioses o dios supremo“.
 Finalmente vence a Tiamat, la mata y con su cuerpo crea el cielo y la tierra. Luego le son arrebatadas las tablas del destino a Kingu. Marduk, exultante, planea realizar obras estupendas y las comunica a Ea: “Amasaré la sangre y haré que haya huesos. Crearé una criatura salvaje, ‘hombre’ se llamará. Tendrá que estar al servicio de los dioses, para que ellos vivan sin cuidado“.
Kingu es condenado a morir por ser el jefe de la rebelión, y, con su sangre, Ea crea a la humanidad. En honor a Marduk se construyó el Esagila en el Etemenanki, nombre de un zigurat dedicado a Marduk en la ciudad de Babilonia en el siglo VI a. C. de la dinastía caldea.
Originalmente de siete pisos de altura, pocos restos permanecen en la actualidad. El Etemenanki fue popularmente identificado con la Torre de Babel en cuya cúspide estaba la Esagila, que era el templo de Marduk.

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La mayoría de los relatos de la mitología hitita se han perdido, y se carece de los elementos que podrían dar una visión equilibrada de la “religión hitita” entre las tablillas recuperadas en la capital hitita Hattusa y otros lugares hititas: “no hay escrituras canónicas, ni disquisiciones teológicas ni discursos, tampoco ayudas para la devoción privada“.
Algunos documentos religiosos forman parte del corpus con que fueron entrenados jóvenes escribas y han sobrevivido, datando la mayoría de ellos de las últimas décadas históricas, antes de que los lugares fueran quemados. Los escribas de la administración real, algunos de cuyos archivos han sobrevivido, formaban parte de una burocracia encargada de organizar y mantener las responsabilidades reales en áreas, que hoy día, se considerarían parte de la religión, tales como organización del templo, administración del culto o informes adivinatorios.
Todo esto ha conformado el cuerpo principal de los textos que se han podido recuperar.
La comprensión de la mitología hitita ha dependido de las lecturas de determinadas tallas de piedra que han sobrevivido, el desciframiento de la iconología representada en sellos de piedra o de la interpretación de las plantas de los templos. Además, se han conservado unas cuantas imágenes de deidades, pues, a menudo, los hititas adoraban a sus dioses a través de piedras Huwasi, que representaba deidades y eran tratadas como objetos sagrados. Los dioses eran representados a menudo de pie sobre el lomo de sus respectivos animales, o bien han podido ser identificados por su forma animal. Entre otros, Tarhun, el dios del trueno y la tormenta, cuyo emblema era un hacha, y donde su conflicto con la serpiente Illuyanka se asemeja al conflicto entre Indra y la serpiente cósmica Vritra en la mitología indoaria. Su consorte es la diosa solar Arinna. Se rendía culto divino a la pareja, presumiblemente, en el más grande templo de Hattusa. Los hititas, que se refieren a sus “mil dioses“, que aparecen en un número asombroso de inscripciones.
Pero sólo son conocidos sus nombres en la actualidad.  “Muchas ciudades hititas mantuvieron dioses de la tormenta individuales, y no quisieron identificar a las deidades locales como manifestaciones de una única figura nacional“, observó Gary Beckman.
La multiplicidad es, sin duda, un hecho de localización socio-político dentro del Imperio hitita y no es fácil de reconstruir. Por ejemplo, el centro de culto de Nerik, en la Edad de Bronce, al norte de la capital Hattusa y de Sapinuwa, era un lugar sagrado de los hititas dedicado a un dios local de la tormenta, que era hijo de Wurusemu, diosa solar de Arinna y que fue propiciado desde Hattusa. Según un texto hitita: “Puesto que los Gasgas han tomado la tierra de Nerik por sí mismos, estamos constantemente enviando material para los rituales del dios de la tormenta en Nerik y para los dioses de Nerik desde Hattusa en la ciudad de Ḫakmišša, (es decir) gruesos panes, libaciones, bueyes y ovejas“.

El dios del tiempo atmosférico fue identificado allí con el monte Zaliyanu, cerca de Nerik, responsable de la asignación de la lluvia en las tierras de cultivo de la ciudad. Entre la multitud de dioses, unos pocos se destacan como algo más que locales. Teshub es el nombre dado al dios del Cielo y de la Tormenta en la mitología hitita, que previamente lo había tomado de los hurritas, que era su dios principal, el rey de los dioses.
Su nombre hitita y luvita fue Tarhun. El lugar principal de culto era en Kumme, en el Kurdistán, pero también era venerado en los templos consagrados en general al dios de la Tormenta, como en Alepo, Arrafa, Kumani y en el santuario rupestre hitita de Yazilikaya.
Los hititas lo representaban usualmente como un guerrero y dios que sostiene un rayo triple, casco y armas, generalmente un hacha y espada. También viajaba sobre las espaldas o en el carro que llevaban los toros de las mitologías hurrita e hitita, Seri y Hurri (‘Día’ y ‘Noche’), que pacían en las ruinas de las ciudades. Teshub es descrito en la cultura hitita como el esposo de Arinna, con la cual tuvo muchos hijos.
Igualmente se le describe como el dios que mató al dragón Illuyanka, pero que previamente había sido derrotado por él. Este mito se recitaba en el Festival hitita del Año Nuevo.
Tarhun tuvo un hijo, Telepinu y una hija, Inara. Inara es una deidad protectora involucrada en la fiesta de la primavera y del Año Nuevo, Purulli. Ishara es una diosa del juramento, y una lista de tratados y testigos divinos parece representar el panteón hitita más claramente, aunque algunos dioses han desaparecido inexplicablemente.
La ciudad de Arinna, a un día de marcha desde Hattusa, fue quizás el centro de culto principal de los hititas, y desde luego de su más importante diosa del sol, conocido como “diosa solar de Arinna“. Durante el siglo XIII a. C. aparecen en las inscripciones algunos gestos explícitos hacia el sincretismo, o intento de conciliar doctrinas distintas. Puduhepa, reina y sacerdotisa, trabajó en la organización y la racionalización de la religión de su pueblo.
 En una inscripción invoca: “Diosa solar de Arinna, mi señora, ¡eres la reina de todas las tierras!. En la tierra de Hatti has tomado el nombre de diosa solar de Arinna, pero con respecto a la tierra que hiciste de cedros, has asumido el nombre de Hebat“. Kumarbi es el padre de Tarhun y su papel en la Canción de Kumarbi recuerda al de Crono en la Teogonía de Hesíodo. Kumarbi es el dios principal de los hurritas, padre de dioses. Era hijo de Anu, dios del cielo, y padre del dios de la tormenta, Teshub.
 Fue identificado por los hurritas con el sumerio Enlil y por los ugaritas con El. Kumarbi es conocido por una serie de textos mitológicos hititas, a veces resumidos bajo el término de “Ciclo de Kumarbi“. Estos textos incluyen, en particular, el Cantar de Kumarbi o la Teogonía hitita.

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El Cantar de Kumarbi o la Realeza en el Cielo es el título dado a una versión hitita del mito hurrita de Kumarbi, que data del siglo XIV a. C.
 Se conserva en tres tablillas, aunque sólo una pequeña fracción del texto es legible. El cantar relata que la deidad primigenia y rey de los cielos Alalu, después que fuese derrocado por Anu, se refugiaría en el mundo subterráneo. Kumarbi pasaría a servir a Anu durante nueve años hasta que consiguió derrotarle. Cuando Anu trató de escapar volando hacia el cielo, Kumarbi le persiguió y al darle alcance, le mordió sus genitales, y una parte de la virilidad de Anu penetró en su cuerpo.
 En el texto, Anu advierte a su hijo que había quedado embarazado de tres dioses: Teshub, Tigris y Tasmisu, el dios hitita Suwaliya. Al oír esto, Kumarbi escupió el semen en el suelo que quedó impregnado con dos hijos. De Kumarbi nace Teshub. Juntos, Anu y Teshub depondrán a Kumarbi. En otra versión de la Realeza en el Cielo, los tres dioses, Alalu, Anu y Kumarbi, gobiernan el cielo, cada uno sirviendo al que le precede en el reinado, durante nueve años. Es Teshub, hijo de Kumarbi, dios del tiempo atmosférico, quien comienza a conspirar para derrocar a su padre.
 Desde la primera publicación de las tablillas de la Realeza en el Cielo, los estudiosos han señalado las similitudes entre este mito de la creación hurrita-hitita y la historia de Urano, Crono y Zeus de la mitología griega. En el Cantar de Ullikummi, para poder vencer a Teshub, Kumarbi impregna una roca con su semen, de donde nacerá Ullikummi, un monstruo gigantesco de piedra diorita que llega a crecer tanto que puede tocar el cielo.
 Kumarbi le había entregado a las deidades de Irsirra para mantenerlo oculto del dios de la tormenta Teshub, el dios Sol del Cielo e Ishtar. Después de que estas deidades lo presentaran a Enlil, le colocaron en el hombro de Upelluri donde creció una hectárea en un mes.
 Después de quince días, crece lo suficiente en el mar para que el dios Sol pueda darse cuenta y alerta de inmediato a Teshub, que se prepara para la batalla en lo alto del Monte Imgarra. Sin embargo, su primera batalla resulta en una victoria incompleta. Conduce a Hebat a su templo, cortando su comunicación con los otros dioses. Astabis lidera a setenta dioses para atacarle, tratando de sacar el agua de su alrededor, tal vez con el fin de detener su crecimiento. Caen al mar y Ullikummi crece hasta 9000 leguas de alto y ancho, agitando los cielos y la tierra y empujando hacia arriba el cielo, elevándose sobre Kummiya.
 Piden ayuda a Ea, que le localiza y corta los pies con el cuchillo de cobre que había separado el cielo de la tierra. A pesar de sus heridas, se jacta de que la realeza celeste le ha sido asignada por su padre. Presumiblemente, llegaría a tener una derrota a manos de Teshub.

El dios del tiempo y el relámpago Pihassassa pueden estar en el origen del griego Pegaso.
 Las representaciones de animales híbridos, como hipogrifos o quimeras, son típicos del arte de Anatolia de este período. En el mito de Telepinu, la desaparición de este dios de la agricultura y la fertilidad provoca que toda la fertilidad se desvanezca, tanto en vegetales como en animales. El resultado es la devastación y desesperación entre los dioses y los seres humanos por igual. Con el fin de detener este caos y devastación, los dioses buscan a Telepinu pero no lo encuentran. Sólo una abeja, enviada por la diosa Hannahanna, encuentra a Telepinu, dormido en el bosque y le pica con su aguijón para despertarlo.
Sin embargo, esto enfurece a Telepinu y “desvía el curso de los ríos y destruye las casas“.
Al final, la diosa Kamrusepa utiliza la sanación y la magia para calmar a Telepinu, después de lo cual vuelve a su casa y restaura la vegetación y la fertilidad. En otras referencias, es un sacerdote el que ora por todos para que la ira de Telepinu sea enviada a recipientes de bronce en el inframundo, del que nada escapa.
Otros dioses importantes eran Aserdus (diosa de la fertilidad), su marido Elkunirsa (creador del universo) y Sausga (equivalente hitita de Ishtar). Ugarit, actual Ras Shamra, en Siria, fue una antigua ciudad portuaria, situada en la costa mediterránea, al norte de Siria y a pocos kilómetros de la moderna ciudad de Latakia, en la región asiática conocida como Levante.
Esta ciudad fue fundamental en la historia de las grandes civilizaciones del Cercano Oriente, especialmente durante el período de esplendor, en el cual Egipto tuvo estados vasallos en el Levante. Este período quedó registrado con precisión en la correspondencia de Tell el-Amarna entre funcionarios egipcios, ugaríticos, y de otras nacionalidades.
El pueblo ugarítico, además, hizo importantes contribuciones a la escritura y a la religión, tanto semítica pagana como en las fases iniciales del judaísmo. Por estas contribuciones se puede identificar al pueblo que habitó Ugarit en su etapa histórica, que fue su período de esplendor, como un pueblo semita nororiental, emparentado lingüística y religiosamente con los cananeos ubicados más al sur. Las fuentes históricas destacaban que esta ciudad-estado, de alrededor de 2.000 Km² de superficie con sus áreas rurales, envió tributos al faraón de Egipto durante ciertos períodos, y mantuvo importantes relaciones políticas y comerciales con el Reino de Alasiya, estado que posiblemente comprendía la isla de Chipre.
Su período de esplendor se extendió entre el 1450 a. C. y el 1180 a. C., aunque la ciudad surgió en el Neolítico, como todo asentamiento de importancia en el Levante. La correspondencia egipcia ya la menciona en su estadio histórico clásico; y no solo como un poblado neolítico, hacia el siglo XX a. C., fecha desde que se tiene conocimiento preciso de la ciudad.

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