Abrid los ojos hacia vosotros mismos y mirad en el infinito del espacio y el tiempo. Oireis que alli vuelven a resonar el canto de los astros, la voz de los numeros y la armonia de las esferas. Cada sol es un pensamiento de dios y cada planeta una forma de ese pensamiento, y es para conocer el pensamiento divino que vosotras almas descendereis y remontareis penosamente el camino de los siete planetas y de los siete cielos suyos. HERMES TRISMEGISTO


Lo que la oruga ve como el final de la vida, el maestro lo llama una mariposa. RICHARD BACH

DEDICATORIA

Allí, donde habitan las mariposas, lo hacen tambien las hadas y los angeles, la verdad y la ilusion, la alegria, el amor, la dulzura y la fantasia; los mas bellos sueños y la esperanza.

Es el lugar donde los rios son de miel y las montañas de plata y diamantes; donde los seres alados bailan moviendose al ritmo de la musica de George Harrison y el aroma del Padmini; donde puedo descansar en grandes almohadones de plumas tejidos con hilos de seda y oro. Es mi refugio, y el de muchos que sueñan encontrarlo, sin saber aún que son mariposas.

Este blog esta dedicado a todos ellos y ojala puedan disfrutarlo como parte de su camino hacia el lugar donde habitaron o habitaran algun dia


Parameshwary
Enero 2009


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los cuatro acuerdos de la sabiduria Maya

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Secretos Parameshwary

miércoles, 13 de enero de 2016

¿Qué nos dice la mitología sobre las Edades Míticas? 1

En el Bhagavad Gita, Krisna le dice a Arjuna, uno de los héroes del poema épico hindú Majábharata y tercero de los cinco hermanos Pándava: “Así como un fuego ardiente convierte la leña en cenizas, ¡oh, Arjuna!, así mismo el fuego del conocimiento reduce a cenizas todas las reacciones de las actividades materiales“. Krisna explica a Arjuna que la causa de la ignorancia es el


materialismo, que cubre el verdadero Imagen 10conocimiento, y por ello la ignorancia nos ciega.
La ceguera es la ignorancia, y la visión es el conocimiento.
 En la mitología griega, Prometeo es el Titán amigo de los mortales, honrado principalmente por robar el fuego de los dioses en el tallo de una cañaheja, darlo a los hombres para su uso y posteriormente ser castigado por Zeus por este motivo. Como introductor del fuego e inventor del sacrificio, Prometeo es considerado el Titán protector de la civilización humana.
 Pero, ¿quiénes eran los titanes?
 En la mitología griega, los titanes y las titánides eran una raza de poderosos dioses que gobernaron durante la legendaria Edad de Oro. El término Edad de Oro proviene de la mitología griega y fue recogido por primera vez por el poeta griego Hesíodo. Se refiere a la etapa inicial de las edades del hombre en la que vivió en un estado ideal o utopía, cuando la humanidad era pura e inmortal.
En las obras literarias, la Edad de Oro usualmente acaba con un acontecimiento devastador, que trae consigo la caída del hombre. La idea de una Edad de Oro aparece por vez primera en el poema los Trabajos y días, de Hesíodo, en la mitad del siglo VIII a. C. Según el poeta, se trata de la primera edad mítica, el tiempo de «una dorada estirpe de hombres mortales», que «crearon en los primeros tiempos los inmortales que habitaban el Olimpo. Vivieron en los tiempos de Crono, cuando reinaba en el cielo».
 Hesíodo describe otras cuatro eras que sucedieron a la edad de oro en orden cronológico. Se trataría de la edad de plata, la edad de bronce, la edad de los héroes y la edad del hierro.
Es curioso que el número de cuatro edades del hombre, si no consideramos la edad de los héroes, se correspondan también con el número cuatro para las grandes eras geológicas.
La mítica Edad de Oro descrita por Hesíodo está en la base de «toda la historia del pensamiento griego, alimentando los sueños de los que por diversas razones rechazan el mundo en que viven». En la mítica Edad de Oro no se conocía ni la guerra, ni el trabajo, ni la vejez, ni la enfermedad. Las personas morían en un sueño pacífico y la tierra producía bienes en cantidad suficiente para satisfacer todas las necesidades. Por consiguiente, no había razón alguna para que surgiese ningún conflicto, por lo que los hombres de la raza de oro llevaban una vida tranquila y feliz, que se correspondería con la idea del Paraíso Terrenal o Edén.



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Helena Blavatsky, también conocida como Madame Blavatsky, cuyo nombre de soltera era Helena von Hahn y luego de casada Helena Petrovna Blavátskaya, (1831 – 1891), fue una escritora, ocultista y teósofa rusa. Fue también una de las fundadoras de la Sociedad Teosófica y contribuyó a la difusión de la Teosofía moderna.
Sus libros más importantes son Isis sin velo y La Doctrina Secreta (en que está basado este artículo), escritos en 1875 y 1888, respectivamente. En sus escritos, de gran erudición, se refirió a una serie de civilizaciones antiguas, algunas de ellas perdidas, que han servido de inspiración a escritores posteriores que han tratado estos temas.
Me he basado en algunos de sus escritos para redactar este artículo.
Blavatsky alegó que no era la autora de los libros sino que habían sido inspirados por los Mahatmas, a través de su cuerpo físico, en un proceso llamado Tulku, que según la autora, no es un proceso mediúmnico.
En enero de 1884 se publicó en The Theosophist (revista oficial de la Sociedad Teosófica) la noticia de que Blavatsky escribiría una obra que ampliaría la información contenida en su gran trabajo anterior, titulado Isis Sin Velo. Se escribió entre los años 1884 y 1885.
 A principios de 1886, en una carta dirigida a Alfred Sinnett, Blavatsky dijo que la obra sería ampliada respecto al plan original, lo que supuso la reescritura de algunos de sus capítulos.
En septiembre de 1886, envió desde Europa a la India el que sería el volumen I, pero resolvió inmediatamente después volver a reescribirlo con adiciones y cambios. En 1887, Elena Blavatsky estaba muy enferma, al borde de la muerte. Recibió, luego la visita de uno de sus instructores tibetanos y le dio según dijo, la siguiente elección: o bien morir, liberándose del cuerpo enfermo, o seguir viviendo para poder poner fin a la Doctrina Secreta. Ella se recuperó y siguió escribiendo la obra.
 En la primavera de 1887 residía en Londres donde completó el trabajo que fue publicado simultáneamente en Londres y Nueva York, a finales de octubre de 1888. Las últimas palabras de Blavatsky acerca del trabajo fueron las siguientes: “este libro está dedicado a todos los verdaderos teosofistas”.

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El mito de la Edad de Oro aparece también en el diálogo Político de Platón: “No había en absoluto constitución, ni posesión de mujeres ni de niños, porque desde el seno de la tierra es de donde todos remontan a la vida, sin guardar ningún recuerdo de sus existencias anteriores. En lugar de esto, poseían en profusión los frutos de los árboles y de toda una vegetación generosa, y los recogían sin necesidad de cultivarlos en una tierra que se los ofrecía por sí misma. Vivían frecuentemente al aire libre, sin cama ni vestidos, ya que las estaciones eran de un clima tan agradable que no les ocasionaban molestias, y sus lechos eran nobles entre la hierba que crecía en abundancia“.
Algunas obras pastorales de ficción representan la vida en una imaginaria Arcadia, región de la antigua Grecia que se ha convertido en el nombre de un país imaginario, creado y descrito por diversos poetas y artistas, como continuación de la vida en la Edad de Oro.
El poeta latino Ovidio también habla de las diferentes edades del hombre en Las metamorfosis.
La Edad de Oro tuvo lugar inmediatamente después de la creación del hombre, cuando Saturno gobernaba el cielo, por lo que igualmente se la llamaba reinado de Saturno.
 En la mitología romana, Saturno era un importante dios de la agricultura y la cosecha. Fue identificado en la antigüedad con el titán griego Crono, entremezclándose con frecuencia los mitos de ambos. Saturno es representado como un anciano con larga y espesa barba blanca, con una hoz en la mano. Es el emblema del tiempo y lo simboliza como algo muy antiguo que todo lo destruye y acaba.
Los griegos consideraban el cielo como el más antiguo de los dioses y le daban el nombre de Urano, homólogo del dios romano Caelus, o el Cielo. Del firmamento y de la diosa romana Tellus, antigua Cibeles o Tierra, resultaron dos hijos: Titán y Saturno, de los cuales el segundo era el menor. Tendrían un equivalencia en los dos dioses hermanos sumerios Enlil y Enki. Saturno obtuvo de su hermano mayor Titán el favor de reinar en su lugar pero puso una condición: «Saturno no debía criar hijos». Se casó con Ops (Rea), con quien tuvo varios hijos. Pero por causa del pacto que había suscrito con su hermano, decidía devorarlos. Ops ocultó a Júpiter, a Neptuno y a Plutón y los hizo criar en secreto, mostrando solo a su hija Juno. Titán descubrió el engaño y le encarceló junto con su esposa.
Una vez adulto, Júpiter hizo la guerra a su tío Titán, derrotándolo, y devolvió el imperio del cielo a su padre, Saturno, equivalente al tiempo. Saturno trató de matar a su hijo Júpiter, pero éste le venció y se apoderó del imperio del cielo. Así la dinastía de Saturno y Ops perduró en detrimento de la de Titán. El mito concluye con que Saturno quedó reducido a la condición de simple mortal, yendo a refugiarse al Lacio, donde puso orden entre los hombres y les dio leyes. Otra versión dice que fue bien recibido por Jano, rey del Lacio.

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La Edad de Oro era un tiempo de inocencia, de justicia, de abundancia y de bondad. La Tierra gozaba de una primavera perpetua, y los campos fructificaban sin necesidad de que los cultivasen. Cuando Saturno fue lanzado a las tinieblas del Tártaro, Júpiter se convirtió en el amo del mundo, con lo que comenzó la Edad de Plata.
Se encuentran igualmente evocaciones a la Edad de Oro en otros autores y poetas latinos como Tíbulo, en una de sus elegías, y Virgilio, en las Geórgicas. No sólo la literatura ha recogido la idea de una Edad de Oro, sino que la pintura también recogió el tema, a partir del Renacimiento, usando sobre todo el símbolo del laurel.
 En el siglo XVII también se acogió como tema literario, y permaneció como tema popular de tipo legendario. Las edades o las razas del hombre son las etapas por las que ha pasado la humanidad desde su creación, según la mitología clásica. Sus fuentes literarias principales son las obras del griego Hesíodo y el latino Ovidio, así como con una versión de San Jerónimo de Estridón en el comienzo de la época medieval. El mito tiene una estructura general que presenta una sucesión de etapas, desde un principio lejano en el tiempo, en el que los hombres vivían de forma semejante a los dioses, y llamada Edad de Oro, hasta la época de quien narra la historia, en la Edad de Hierro actual. Las versiones presentan diferencias significativas.
El primer testimonio conocido del mito de las razas proviene del poema Trabajos y días, de Hesíodo. El poeta introduce el relato diciendo que contará cómo los dioses y los hombres tuvieron el mismo origen. De ahí vendría la frase de que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. Hesíodo describe que al principio los dioses crearon una estirpe dorada de mortales. Estos existieron en tiempos del reinado de Crono y vivían como si fueran dioses, es decir, sin fatigas, preocupaciones ni miserias. A su vez eran siempre jóvenes y fuertes, disfrutaban de fiestas y no conocían el mal. Poseían alegrías de todo tipo y la tierra fértil los proveía de manera espontánea de abundantes frutos. Alternaban sus trabajos con muchos deleites. Además eran ricos en rebaños, cercanos y agradables a los bienaventurados dioses. No conocían la muerte sino que, en vez de eso, se sumían en un sueño. Una vez que fueron sepultados bajo tierra, Zeus les concedió el rango de démones, y ahora gozan del privilegio de ser protectores de los mortales y proveedores de riquezas. También vigilan las sentencias y malas acciones recorriendo todo el mundo. Un demon, daimon, o daimón es un concepto de la mitología y la religión griega cuyo significado puede ser diferente según el contexto en el que aparece. En los textos de Homero habitualmente tenía el significado de una divinidad indeterminada; cuando se aplicaba a la vida del hombre, equivalía a la fortuna, la suerte, un genio protector, el destino o la fatalidad.

Para Hesíodo, los hombres de la Edad de Oro se habían convertido por voluntad de Zeus en démones que protegían a los mortales.
Los pitagóricos distinguían entre dioses, démones, héroes y hombres. Y, más tarde, Platón, en El banquete, definió un demon como un ser intermedio entre los mortales e inmortales, puesto que debía transmitir los asuntos humanos a los dioses y los asuntos divinos a los hombres.
Dentro de esta concepción platónica, las principales funciones de los démones eran servir de guías a los hombres a lo largo de su vida y de conducirles al Hades en el momento de la muerte. En lugar de la estirpe dorada, los dioses olímpicos crearon una segunda raza, de plata, que no se parecía a la primera ni en belleza ni en inteligencia, pues era mucho peor.
Durante cien años los niños permanecían junto a su madre, en su casa. Luego vivían poco tiempo, en la juventud, y padecían sufrimientos por su ignorancia. Ejercían violencia todo el tiempo, y no querían dar culto a los dioses haciendo sacrificios. Por ello Zeus, irritado, los exterminó. Sin embargo, recibieron el rango inferior de mortales bienaventurados. Zeus creó una tercera raza, a partir de los fresnos. Esta estirpe era temible y fuerte, no comía pan, y sólo tenía interés en la guerra y en los actos de soberbia. Todo en ellos era de bronce, sus armas, sus casas y sus trabajos, pero no había hierro. Aunque eran terribles, de ellos se apoderó la muerte y murieron sin dejar nombre. Una vez enterrados los hombres de bronce, fue creada por Zeus una raza justa y virtuosa : la de los héroes o semidioses.
 El poeta indica que es la generación que pereció, en gran parte, en las hazañas relacionadas con las Guerras de Troya y Tebas. A unos pocos Zeus determinó alejarlos del resto y darles residencia en los confines de la tierra. Ellos ahora viven en las Islas de los Bienaventurados y no conocen los dolores. Zeus creó otra raza, conformada por los contemporáneos del poeta, que deplora haber nacido en el tiempo de esta estirpe de hierro. Sus hombres no se verán libres de fatigas ni miserias, los dioses los someterán a tribulaciones. Pero, no obstante, conocerán algunas alegrías mezcladas con males. Zeus destruirá también esta raza, cuando sus hombres nazcan ya con canas. Padres e hijos no se parecerán entre sí, el anfitrión no apreciará al huésped, así como los amigos no apreciarán a los amigos y los hermanos no se querrán como antes. En cuanto el padre envejezca el hijo lo insultará duramente, sin advertir la vigilancia de los dioses. Tampoco, estos hombres podrán dar sustento a sus padres en la vejez.
 Los justos y los honrados no obtendrán reconocimiento, sino que, por el contrario, se beneficiarán los malhechores y los hombres violentos. La justicia se identificará con la fuerza y no existirá el pudor.
Los malvados tratarán de perjudicar a los hombres virtuosos con discursos retorcidos y juramentos.
 La envidia acompañará a los hombres miserables. Entonces, Aidos y Némesis se irán desde la tierra hasta el Olimpo para vivir con los inmortales y los hombres quedarán solos con sus amarguras. Ya no existirá remedio para el mal.

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En la mitología griega Aidos era la diosa de la vergüenza, la modestia y la humildad, siendo al mismo tiempo la deidad que representaba el sentimiento de la dignidad humana. Representa la cualidad de reverencia o la vergüenza que reprime a los hombres de hacer lo inapropiado. También abarca la emoción que una persona rica podría sentirse en la presencia de los pobres, ya que la riqueza era más una cuestión de suerte que de mérito.
El concepto de Aidos es complejo y en la filología clásica aún es controvertido. Según Píndaro, Aidos era hija de Prometeo.
 Y en los Diálogos a Protagoras, de Platón, se dice que fue enviada por Zeus junto con Dice, el sentimiento de justicia, debido a que éste se compadeció del caos autodestructivo en el que vivía el hombre tras haber recibido el fuego de Prometeo. Hesiodo, por su parte, cuenta que será, junto con Némesis, con la que parece haber estado estrechamente vinculada y de la cuál era compañera, la última diosa en abandonar la Tierra y regresar al Olimpo cuando la Edad de Hierro, nuestra era actual, esté por terminar en un baño de sangre e inmoralidad.
También hay referencias a ella en varias obras a principios griega, como Prometeo encadenado, de Esquilo, Ifigenia en Áulide, de Eurípides, y Edipo Rey, de Sófocles. Se le consideraba una deidad física. Y, como tal, tenía un altar cerca del antiguo templo de Atenea en la Acrópolis de Atenas.
En Esparta había su imagen sagrada y dos santuarios en Roma fueron dedicadas a ella.
En la mitología griega, Némesis es la diosa de la justicia retributiva, la solidaridad, la venganza, el equilibrio y la fortuna. Castigaba a los que no obedecían a aquellas personas con derecho a mandarlas y, sobre todo, a los hijos que no obedecían a sus padres.
Recibía los votos y juramentos secretos de su amor y vengaba a los amantes infelices o desgraciados por el perjurio o la infidelidad de su amante. Su equivalente romana, casi en todo, era Envidia, aunque en idiomas romances se usa la palabra némesis con el significado de alguien que es artífice de una venganza en cuanto es la justicia retributiva. Némesis ha sido descrita por Pausanias como la hija de Océano o Zeus.
Por su parte, Hesíodo la cree hija de la oscuridad y la noche, Érebo y Nix. En los Cantos ciprios se habla de la unión de Zeus y Némesis, para dar nacimiento a Helena, lo cual expresa la idea de la cólera celeste. Némesis fue perseguida por el dios del cielo, y para librarse de él tomó formas de monstruos marinos y de diversos animales terrestres.
Finalmente se transformó en una oca. Zeus transmutado en cisne logró alcanzarla y, fruto de esta unión, la diosa puso un huevo que fue recogido por unos pastores y entregado por ellos a Leda, que lo cuidó.
Ésta es una de las versiones del origen de Helena de Troya. Némesis es una deidad primordial, por lo que no está sometida a los dictámenes de los dioses olímpicos. Castiga sobre todo la desmesura. Sus sanciones tienen usualmente la intención de dejar claro a los mortales que, debido a su condición humana, no pueden ser excesivamente afortunados ni deben trastocar con sus actos, ya sean buenos o malos, el equilibrio universal.

Un claro ejemplo lo encontramos en Creso, último rey de Lidia entre el 560 y el 546 a. C., que al ser demasiado dichoso fue arrastrado por Némesis a una expedición contra Ciro que provocó su ruina.
 También se considera que Némesis era la diosa griega que medía la felicidad y la desdicha de los mortales, a quienes solía ocasionar crueles pérdidas cuando habían sido favorecidos en demasía por la Fortuna. Con este carácter nos la presentan los primeros escritores griegos, y más tarde fue considerada como representación de las Furias, es decir, como la diosa que castigaba los crímenes. El poder irresistible de Némesis está expresado por su asociación con Adrastea, divinidad asiática que se confundió con ella, hasta ser este nombre uno de sus epítetos. Némesis es uno de los atributos del dios supremo, y era, en unión de Adrastea, el instrumento de la cólera divina.
Solían representarla los artistas de la antigüedad con alas para expresar la prontitud con que atendía todas sus funciones y armada de antorchas, espadas y serpientes como instrumentos de su venganza.
 El origen del culto a Némesis hay que buscarlo en el temor que sentían los griegos a la cólera divina. Hesíodo presenta a Aidos y Némesis indignadas por el espectáculo de la perversidad humana, huyendo de la Tierra envueltas en velos blancos, de suerte que Némesis no es más que una personificación del sentimiento moral, reprobador de toda violencia y de todo exceso.
 El primer templo y los primeros altares que tuvo Némesis estuvieron en Ramnonte, situado en la región del Ática. Durante mucho tiempo su culto no salió de allí. Considerada por algunos como la fuerza o poder del Sol, su culto se había extendido por toda la tierra. Era venerada por los persas, asirios, babilonios, egipcios y etíopes. Orfeo llevó su culto a Grecia e Italia y la colocó entre sus principales divinidades bajo el nombre griego de Némesis. Tenía un altar en el Capitolio al que los guerreros iban a sacrificar antes de partir para los combates y le ofrecían un machete o una cuchilla.
El poeta romano Ovidio narra un mito similar al de Hesíodo, pero con sólo cuatro edades, en su libro poético Las metamorfosis. Su mito es similar al de Hesíodo, aunque omite la Edad de los Héroes. Ovidio recalca que la justicia y la paz sólo son propias de la Edad de Oro. También añade que, en esta edad, los hombres no conocían aún la navegación y, por tanto, no podían explorar el mundo.
En la Edad de Plata, Júpiter da a los hombres las estaciones del año, por lo que éstos aprenden el arte de la agricultura y la arquitectura. En la Edad de Bronce, los hombres viven para la guerra, pero no son impiadosos. Finalmente, en la actual Edad de Hierro, los hombres demarcan las naciones con fronteras y aprenden las artes de la navegación y la minería. Les gustan las guerras, son codiciosos e impiadosos. La verdad, la modestia y la lealtad han desaparecido.

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Una idea análoga puede encontrarse en las tradiciones religiosas y filosóficas de Asia.
 Por ejemplo, los Vedas, antiguos textos hinduistas escritos en sánscrito, concebían la historia en forma cíclica, con alternancia entre las edades oscuras y las de oro. En el marco del hinduismo, un iugá (‘era’ en sánscrito) es cada una de las cuatro eras en la que está dividido un majā iugá (‘gran era’). Los cuatro iugás son: satiá iugá (edad de oro), de 1.728.000 años; treta iugá (edad de plata), de 864.000 años; duapara iugá (edad de bronce), de 1.296.000 años; y káli iugá (edad de hierro o era del demonio Kali), de 432.000 años.
Estas eras se corresponderían con las cuatro edades griegas. En la tradición hinduista, el mundo pasa por un continuo ciclo de estas épocas. Cada satiá-iugá se va degradando hasta convertirse en kali-iugá. Luego viene una etapa de renacimiento que no se describe en las Escrituras, y comienza otro satiá-iugá, seguida de otra fase descendente. Y así continuamente.
El descenso de satiá-iugá a kali-iugá está asociado a un progresivo deterioro del dharma, palabra sánscrita que significa ‘ley religiosa’, manifestado en un decrecimiento en la duración de la vida del ser humano y la calidad de los estándares de la moral humana. El satiá-iugá es la primera de las edades del mundo. El satiá-iugá en total dura 4800 años de los dioses, que equivaldrían a 1.728.000 años de los hombres. Curiosamente 1 año de los dioses equivale a 360 años del hombre (360=60*6).
El sistema sexagesimal es un sistema de numeración posicional que emplea como base aritmética el número 60. Tuvo su origen en la antigua Mesopotamia, en la civilización sumeria. También fue empleado por los árabes durante el califato omeya. El sistema sexagesimal se usa para medir tiempos (horas, minutos y segundos) y ángulos (grados).
 En Babilonia se dividió la circunferencia en 360 arcos iguales.
Cada una de esas partes recibió el nombre de grado y a cada una de ellas se le asignó un dios. En el zodíaco vuelve a aparecer el doce, pues esa cantidad de signos o «casas» tiene el sistema, abarcando un arco de 30 grados y un conjunto de la misma cantidad de dioses.
El sistema religioso era muy estricto y dogmático y exigía que los ángulos fueran construidos mediante regla no graduada de un solo borde y longitud indefinida, más un compás de abertura fija, mientras se trazaba una circunferencia, pero que se cerraba al levantarlo, con lo que no era posible usarlo para transportar segmentos o medidas. Este sistema de construcción geométrica era considerado de origen y uso divino. Según estas creencias el universo había sido creado con ese método de construcción geométrica. Lo que constituye un misterio es saber cómo se desarrolló plenamente ese sistema religioso geométrico, ya que el Teorema General de Ciclotomía de Gauss, de 1801, demuestra imposible la construcción para muchos ángulos de un número entero de grados, cualquiera que no sea múltiplo de 3º.

Es un problema determinar si los sacerdotes se conformaron con aproximaciones o con métodos no sagrados, como hacer marcas en la regla. Esto hubiera destruido toda una filosofía y, si hubiese ocurrido, tendrían que haberlo escondido cuidadosamente de los hombres no pertenecientes al clero. Cuatro períodos abarcan 1260 años, que equivalen a 3 + ½ veces 360 años. El uso del número sesenta como base para la medición de ángulos, coordenadas y medidas de tiempo se vincula a la vieja astronomía y a la trigonometría. Era común medir el ángulo de elevación de un astro y la trigonometría utiliza triángulos rectángulos. Durante el Califato Omeya, el sistema sexagesimal fue empleado por los árabes tanto para contar el tiempo como para la geometría y trigonometría que había evolucionado de los ancestros babilónicos, pasando por el viejo Egipto y muchas otras culturas. Fueron precisamente los árabes quienes asentaron el uso del sistema sexagesimal en la cultura moderna, ya que durante casi 500 años ostentaron todo el potencial científico sin discusión. Al igual que en su momento los babilonios trazaron las primeras líneas para que los árabes utilizaran su sistema años después, estos cimentaron el uso del sistema sexagesimal tal y como lo conocemos hoy día.
 Y por muy curiosos que resulte todavía sigue funcionando a la perfección.

 Volviendo al satiá-iugá, vemos que la era propiamente dicha duraba 4000 años de los dioses, el comienzo (amanecer) 400 años y el final (atardecer) otros 400 años. Estos son 4800 años de los dioses, que equivaldrían a 1.728.000 años de los hombres.
 El método de liberación espiritual en esta primera era es dhiana (‘meditación’). En este iugá más elevado, todas las personas puede experimentar la espiritualidad por intuición directa. El velo entre los reinos de lo material y lo transcendental se vuelve casi transparente. De acuerdo con el Natia Shastra, antiguo tratado hinduista, no hay presentaciones de natiá (danza) en el satiá-iugá porque es un periodo libre de cualquier tipo de infelicidad o miseria. Satiá-iugá es también llamado la Era Dorada o Edad de Oro. En el tréta-iugá, el método de liberación espiritual es el iagñá (‘sacrificio de animales en un altar’). La era en total dura 2400 años de los dioses, equivalente a 864.000 años de los hombres. La era propiamente dicha dura 2000 años de los dioses, el comienzo (amanecer) 200 años y el final (atardecer) 200 años. Se dice que la guerra descrita en el Rāmāiaṇa sucedió en tréta-iugá. En el duapára-iugá, el método de liberación espiritual es archana (‘adoración de ídolos’). En sánscrito, dvā-pára iugá significa ‘segunda era’’. Sin embargo esta era es la tercera, después de tréta-iugá, ya que el orden de las cuatro eras se trastocó en esta época en particular, y la ‘tercera era’ (tréta-iugá) vino antes que la ‘segunda era’. La era en total dura 3600 años de los dioses, equivalente a 1.296.000 años de los hombres.
El fin de esta era está relacionado con la muerte del dios Krishná, y los sucesos descritos en el Majábharata.

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En el Kali iugá actual el método de liberación espiritual es dāna (‘dar caridad’). Igualmente, las escrituras Védicas recomiendan para esta era: “Cantar el nombre de Hari, Cantar el nombre de Hari, Cantar el nombre de Hari es el principal medio de alcanzar liberación espiritual en la era de Kali. No hay otra manera, no hay otra manera, no hay otra manera“.
Es decir, el canto de los Santos Nombres de Dios, de forma colectiva (kirtan) o individual (japa) son las únicas maneras de alcanzar la liberación del espíritu de la contaminación material provocada por la riña e hipocresía que caracterizan a esta era.
La era en total dura 1200 años de los dioses, equivalente a 432.000 años de los hombres. En el Vishnú puraná, kali-iugá se describe así: “En el kali-iugá, habrán numerosos gobernantes luchando por el poder entre ellos. Ellos no tendrán carácter. La violencia, las mentiras y la inmoralidad estarán a la orden del día. La piedad y la naturaleza del bien se desvanecerán lentamente. La pasión y la lujuria serán la única atracción entre los sexos. Las mujeres serán objetos de placer sexual. La mentira será la línea límite de subsistencia. La gente culta será ridiculizada y puesta en vergüenza; en el mundo la ley del más rico será la única ley“.
Literalmente kali significa ‘el lado del dado marcado con un uno’. No se debe confundir con la diosa Kālī, fundamental en el hinduismo. Estos cuatro iugás juntos (satiá, treta, duapara y kali) completan un majā-iugá (‘gran era’). Una sucesión de 71 maja-iugás completan un manuantara (‘intervalo de Manu’), la vida de un patriarca Manu.
Equivale a 12.000 años de los dioses o a 4.320.000 años de los hombres. Al final de cada manuantara hay un periodo igual de tiempo, de 71 majá-iugas, durante el cual el «mundo», que puede ser este planeta o el universo entero, es inundado. Entonces el ciclo comienza de nuevo.
 El escritor hindú Sri Yukteswar Giri tenía una interpretación diferente del ciclo de iugás, que lograba explicar la incoherencia de las doctrinas hindúes con la realidad que se vivía en su época, de principio del siglo XX. Se supone que en kali-iugá debería haber menos longevidad y menos desarrollo del conocimiento, y más machismo, crímenes de odio, etc.
Para eliminar esa incoherencia, en su libro La ciencia sagrada, él sostuvo con cálculos matemáticos que no estamos en un kali-iugá. Según Sri Yukteswar Giri, el kali iugá comprende un periodo de 1000 +200 años de dioses, dwarpa-iugá 2000 +400, tetra-iugá 3000 +600 y satya-iugá 4000 + 800. A cada iugá le corresponden dos fases de transición, por ejemplo 100 + 1000 + 100. Si representamos las iugás en un reloj, la época espiritual más baja serían las 6 del reloj, hacia al año 1.000 d.C., el centro de kali yuga, más o menos la Edad Media, y el punto más alto estaría en las 12 del reloj, que  es el centro del satya-iugá o Edad de Oro.
 Tardamos unos 12.500 años de los dioses desde el punto más bajo al más alto, y unos 25.000 en la vuelta completa en el sentido del reloj. Actualmente estaríamos a las 7 y ascendiendo en dwarpa-iugá o Edad de Bronce.

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