Abrid los ojos hacia vosotros mismos y mirad en el infinito del espacio y el tiempo. Oireis que alli vuelven a resonar el canto de los astros, la voz de los numeros y la armonia de las esferas. Cada sol es un pensamiento de dios y cada planeta una forma de ese pensamiento, y es para conocer el pensamiento divino que vosotras almas descendereis y remontareis penosamente el camino de los siete planetas y de los siete cielos suyos. HERMES TRISMEGISTO


Lo que la oruga ve como el final de la vida, el maestro lo llama una mariposa. RICHARD BACH

DEDICATORIA

Allí, donde habitan las mariposas, lo hacen tambien las hadas y los angeles, la verdad y la ilusion, la alegria, el amor, la dulzura y la fantasia; los mas bellos sueños y la esperanza.

Es el lugar donde los rios son de miel y las montañas de plata y diamantes; donde los seres alados bailan moviendose al ritmo de la musica de George Harrison y el aroma del Padmini; donde puedo descansar en grandes almohadones de plumas tejidos con hilos de seda y oro. Es mi refugio, y el de muchos que sueñan encontrarlo, sin saber aún que son mariposas.

Este blog esta dedicado a todos ellos y ojala puedan disfrutarlo como parte de su camino hacia el lugar donde habitaron o habitaran algun dia


Parameshwary
Enero 2009


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los cuatro acuerdos de la sabiduria Maya

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Secretos Parameshwary

sábado, 14 de marzo de 2015

Evidencias de civilizaciones antediluvianas-1-



El poeta romano Ovidio, al describir el Diluvio, nos ofrece la continuación de la crónica de Platón sobre la Atlántida: «Había antaño tanta maldad sobre la Tierra, que la Justicia voló a los cielos y el rey de los dioses decidió exterminar la raza de los hombres. La cólera de Júpiter se extendió más allá de su reino de los cielos. Neptuno, su hermano de los mares azules, envió las olas en su ayuda. Neptuno golpeó a la tierra con su tridente, y la tierra tembló y se estremeció. Muy pronto, no era ya posible distinguir la tierra del mar. Bajo las aguas, las ninfas Nereidas contemplaban, asombradas, los bosques, las casas y las ciudades.

 Casi Imagen 6todos los hombres perecieron en el agua, y los que escaparon, faltos de alimentos, murieron de hambre».
Una leyenda egipcia dice que fue el dios Sol, Ra, quien causó la inundación sobre las personas en la Tierra. Un papiro de la XII dinastía, de tres mil años de antigüedad, que se conserva en el Ermitage de Leningrado menciona la «isla de la Serpiente» y contiene el siguiente pasaje: «Cuando abandonéis mi isla, no la volveréis a encontrar, pues este lugar desaparecerá bajo las aguas de los mares».
 Asimismo, este antiguo documento egipcio describe la caída de un meteoro y la catástrofe que siguió: «Una estrella cayó de los cielos, y las llamas lo consumieron todo. Todos fueron abrasados, y sólo yo salvé la vida. Pero cuando vi la montaña de cuerpos hacinados estuve a punto de morir, a mi vez, de pena». Es casi imposible hacerse una idea exacta de los trastornos geológicos que destruyeron la Atlántida.
Pero las tradiciones y las escrituras sagradas de numerosos pueblos nos proporcionan un cuadro de la catástrofe. La Biblia contiene el relato del arca de Noé que se salvó del gran Diluvio.
 En el libro de Enoc, el patriarca que previno a Noé del inminente desastre antes de subir él mismo al cielo, encontramos significativos pasajes referentes al «fuego que vendrá del Occidente» y a «las grandes aguas hacia Occidente».
 El canto épico de Gilgamesh, de hace cuatro mil años, contiene un relato detallado del Diluvio y deplora el fin de un pueblo antiguo: «Hubiera sido mejor que el hambre devastara el mundo, y no el Diluvio». Los sacerdotes de Baalbek (“Ciudad del dios Baal”),  en el actual Líbano y donde se encuentran tres colosales bloques, cada uno de ellos con un peso de entre mil y dos mil toneladas, tenían la costumbre de verter agua de mar, obtenida en el Mediterráneo, en la grieta de una roca cercana al templo, a fin de perpetuar el recuerdo de las aguas del Diluvio, que se decía habían desaparecido por allí. La ceremonia debía conmemorar igualmente la salvación de Deucalión. Para conseguir esta agua, los sacerdotes tenían que realizar un trayecto de cuatro días hasta las orillas del Mediterráneo, y otros tantos de regreso hasta Baalbek.
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Andrew Tomas (1906 – 2001) fue ufólogo, masón y escritor. Tomás nació en San Petersburgo, Rusia. En 1911 su familia se trasladó a Helsinki, Finlandia, donde su padre trabajaba como ingeniero civil para el Ministerio de Defensa. En 1912 la familia Tomas se trasladó a Vladivostok y luego, en 1922, a Harbin, Manchuria. Allí Tomas fue a una escuela de un misionero metodista inglés para aprender mecanografía e inglés. En 1924, la familia de Tomas se mudó a Shanghai, China, donde vivió durante 21 años hasta 1948, cuando se trasladó a Australia.
Tomás fue miembro de grado 32 y Gran Maestre de la Logia Masónica de Shanghai.  Andrew Tomas vivió en Australia desde 1948 hasta alrededor de 1966. Sus amplios intereses, sobre todo por los misterios, implicaron que se uniese al grupo Australian Flying Saucer Bureau, de Edgar Jarrold, creada el año 1952. Tomás había estado pensando en la cuestión de seres de otros mundos mucho antes de la era moderna, que comenzó con el avistamiento de Kenneth Arnold en 1947.  En una entrevista para la revista People, en 1955, describió su papel como dedicado a abordar el “lado filosófico y teórico de los platillos“.
A raíz de la popularidad del libro de von Daniken “Recuerdos del futuro“, Tomas escribió No somos los Primeros, que fue publicado en 1971.  Luego escribió otros libros, como Secretos de la Atlántida, en que me he basado para escribir este artículo, No somos los primeros, Shambhala, oasis de luz, En las orillas de los mundos infinitos, y La barrera del Tiempo.
 Hay autores que sin destacarse y sin muchos libros logran volverse verdaderos clásicos.
El ruso Andrew Tomas es un buen ejemplo de ello. En su primera obra escrita No somos los Primeros, el autor relata, mediante una serie de ejemplos, que han existido varias civilizaciones, cuyos rastros se han perdido a través del tiempo y que alcanzaron conocimientos que no hemos sido los primeros en descubrir. En Secretos de la Atlántida, Tomas se propone atraer la atención de los medios científicos y del gran público sobre uno de los grandes misterios de este mundo. ¿Dejó la Atlántida depósitos de oro y otros tesoros enterrados bajo las Pirámides y la Esfinge, como pretende una antigua tradición?
Con motivo de la Exposición Internacional de 1964, se enterró en Nueva York una cápsula conteniendo 44 objetos, testigos de nuestra época. Nuestros predecesores históricos pudieron haber actuado del mismo modo, legando a las edades futuras objetos y manuscritos de inapreciable valor.
Luciano de Samοsata (125 – 181), escritor sirio con influencias griegas, escribió una historia muy curiosa que ilustra la supervivencia en el mundo antiguo de la tradición del gran Diluvio.
 En África, una narración difundida entre los bosquimanos menciona una vasta isla que existía al oeste de África y que fue sumergida bajo las aguas. Es una de las numerosas leyendas que hablan de la desaparición de la Atlántida.
 Al otro lado del Atlántico existen igualmente testimonios de un cataclismo mundial. Ello debería parecer natural si se admite que la Atlántida estaba unida por lazos comerciales y culturales, no sólo a Europa y África, sino también con América. Un códice maya afirma que «el cielo se acercó a la tierra, y todo pereció en un día: incluso las montañas desaparecieron bajo el agua».
El códice de Dresde maya describe de forma gráfica la desaparición del mundo. En el documento se ve una serpiente instalada en el cielo, que derrama torrentes de agua por la boca. Unos signos mayas indican eclipses de la Luna y del Sol. La diosa de la Luna, señora de la muerte, presenta un aspecto terrorífico. Sostiene en sus manos una copa invertida de la que manan olas destructoras.
El libro sagrado de los mayas de Guatemala, el Popol Vuh, aporta un testimonio del carácter terrible del desastre. Dice que se oía en las alturas celestes el ruido de las llamas. La tierra tembló y los objetos se alzaron contra el hombre. Una lluvia de agua y de brea descendió sobre la tierra. Los árboles se balanceaban, las casas caían en pedazos, se derrumbaban las cavernas y el día se convirtió en noche cerrada.
 El Chilam Balam del Yucatán afirma que, en una época lejana la tierra materna de los mayas fue engullida por el mar, mientras se producían temblores de tierra y terribles erupciones. Chilam Balam es el nombre de varios libros que relatan hechos y circunstancias históricas de la civilización maya. Escritos en lengua maya, por personajes anónimos, durante los siglos XVI y XVII, en la península de Yucatán. Son fuente importante para el conocimiento de la religión, historia, folklore, medicina y astronomía maya precolombina. Los libros del Chilam Balam fueron redactados después de la conquista española.
Durante la época colonial, la mayor parte de los escritos y vestigios de la religión maya fueron destruidos por los misioneros católicos españoles, al considerar que tales vestigios representaban influencias paganas y por tanto nocivas para la catequización de los mayas.

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Los libros Chilam Balam fueron escritos por los mayas después de la conquista, presuntamente propiciados por los europeos, por lo que en su redacción se nota ya la influencia de la cultura española, sobre todo en materia religiosa.
 Los libros en su conjunto relatan acontecimientos de relevancia histórica consignados conforme a los katunes (períodos de 20 años) del calendario maya. Los relatos dejan constancia de las tradiciones religiosas del pueblo original, así como de su devenir histórico. Algunos historiadores piensan que los libros podrían contener cierta información que habría provenido, a través de la memoria colectiva, de los escritos destruidos en el auto de fe de Maní del arzobispo Diego de Landa (1524-1579).
Desde el siglo XVI, indígenas evangelizados recopilaron, en el alfabeto latino, viejas memorias orales vertidas en códices o dibujos. Así se fueron reuniendo textos de diversa naturaleza: cosmogonías, calendarios, astronomía, rituales, crónicas y profecías; todos sin estructura unitaria. Entre esas memorias están los libros del profeta Chilam Balam de la región de Chumayel, en Yucatán.
En el texto se dice, es la “Profecía de Chilam Balam, que era cantor, en la antigua Maní”, quien preparaba a los mayas sobre la llegada de un “Padre, señor del cielo y de la tierra”. Se estima que originalmente existían más textos de Chilam Balam, aunque solamente unos cuantos han llegado hasta nuestros días.
Antiguamente, vivía en Venezuela una tribu de indios blancos llamados parias, en un pueblo que llevaba el significativo nombre de «Atlán». Esa tribu mantenía la tradición de un desastre que había destruido a su país, una vasta isla del océano.
Un estudio de las mitologías de los indios de América nos permite comprobar que más de 130 tribus conservan leyendas referentes a una catástrofe mundial.
¿Son válidas la mitología y las leyendas para rellenar las lagunas de la Historia? Iván Antónovich Yefrémov (1908 – 1972), paleontólogo y escritor de ciencia ficción ruso, responde a esta pregunta de forma netamente afirmativa: «Los historiadores deben dar pruebas de más respeto en relación con las tradiciones antiguas y el folklore».
Una leyenda esquimal cuenta: «Vino luego un diluvio inmenso. Muchas personas se ahogaron, y su número disminuyó». Los esquimales, como los chinos, conservan una curiosa leyenda, según la cual la tierra fue violentamente sacudida antes del Diluvio. Un bamboleo del eje terrestre podría explicar un cataclismo de amplitud mundial.
 Pero la ciencia no conoce causas que pudieran producir semejante sacudida. La colisión con un enorme meteoro habría podido provocar el cataclismo atlante, a menos que se tratara, como pretende Hanns Hörbiger, ingeniero austríaco y gurú científico de la Alemania nazi, el cataclismo habría sido causado por el contacto con un planeta conocido en la actualidad con el nombre de «Luna». Los «hoyos» de Carolina tendrían su origen en caídas de meteoros. Estos cráteres elípticos tienen, por término medio, un diámetro de unos ochocientos metros, con bordes elevados y una depresión de 7,5 a 15 metros de profundidad. Puede observarse que en Carolina del Norte y del Sur se han encontrado gran número de meteoritos.
La hipótesis de un deslizamiento de la corteza terrestre fue formulada en los Estados Unidos por el doctor Charles Hapgood.
Según su teoría, la fina corteza terrestre se deslizaría hacia delante y hacia atrás sobre una bola de fuego. El peso de las capas de hielo sobre los dos polos provocaría este deslizamiento. El doctor Hapgood explica por este deslizamiento de la corteza la presencia de corales fósiles en el Ártico y los movimientos hacia el Norte de los glaciares del Himalaya. La hipótesis del deslizamiento polar sugiere que han ocurrido cambios geológicos muy rápidos en lo que refiere a las ubicaciones geográficas de los polos y eje de rotación de la Tierra, provocando calamidades como inundaciones y eventos tectónicos.
 Aunque hay evidencia de precesión y cambios en la inclinación axial, pero éstos cambios han ocurrido dentro de escalas de tiempo mucho más largas y no implican movimiento relativo del eje de giro con respecto al planeta. Sin embargo, en lo que es conocido como Deriva o Desplazamiento Polar Real, la Tierra puede girar con respecto a un eje fijo de rotación.
Algunas investigaciones revelan que durante los últimos 200 millones de años ha ocurrido un desplazamiento polar de casi 30°, pero no han ocurrido eventos muy rápidos de cambio de posición dentro de éste período de tiempo.
 La relación de cambio típica de deriva polar o desplazamiento implica sólo 1° dentro de un lapso de 790 y 810 millones de años. Cuando existió el supercontinente de Rodinia es probable que se hayan verificado dos eventos geológicos rápidos. En cada uno de ellos los polos magnéticos cambiaron unos 55° con respecto los polos geográficos.
Los polos geográficos de la Tierra son puntos sobre la superficie que son intersecados por el eje de rotación. La hipótesis del deslizamiento polar describe un cambio de localización de éstos polos respecto a la superficie, un fenómeno distinto del cambio de orientación axial respecto del plano de la eclíptica, que son causadas por la precesión y rotación, y de la verdadera deriva polar. La hipótesis del deslizamiento polar no está conectada con la teoría geológica de la Tectónica de Placas, que es una teoría bien aceptada y que concibe la idea de una superficie terrestre formada por placas sólidas que cambian de posición y se ubican sobre una astenósfera líquida. Tampoco está conectado con la deriva continental.
La teoría de las placas tectónicas sustenta que las ubicaciones de los continentes se han movido lentamente sobre la superficie de la Tierra. Provoca como resultado el surgir y la ruptura gradual de continentes y océanos en periodos de cientos de millones de años.

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La hipótesis del deslizamiento polar no es lo mismo que la reversión geomagnética del campo de la Tierra, el cambio real de los polos magnéticos norte y sur.
Una temprana mención del deslizamiento del eje terrestre se encuentra en un artículo que data de 1872 y se titula “Chronologie historique des Mexicains“, escrito por Charles Étienne Brasseur de Bourbourg, quien interpretó los antiguos mitos mexicanos como evidencia de cuatro períodos de cataclismos globales que comenzaron aproximadamente hacia el 10.500 a.C. En 1948, Hugh Auchincloss Brown, un ingeniero electricista, lanzó una hipótesis sobre el deslizamiento polar. Brown argumentaba que la acumulación de hielo en los casquetes polares causaban una desviación del eje de rotación terrestre, identificando ciclos de aproximadamente siete milenios.
En su controvertido libro “Mundos en Colisión“, escrito en 1950, Immanuel Velikovsky postuló que Venus emergió de Júpiter como un cometa. Durante dos aproximaciones propuestas para el año 1450 a.C., sugirió que la dirección de la rotación de la Tierra fue cambiada radicalmente y que ésta se revirtió en el siguiente paso. Esta disrupción supuestamente ocasionó tsunamis y terremotos y la desaparición del Mar Rojo. Pero aún más, afirmó que aproximaciones de Marte ocurridas entre 776 y 687 a.C. también propiciaron que el eje de la Tierra cambiara entre 4 y 10 grados.
Velikovsky respaldó su trabajo con registros históricos, aunque sus estudios fueron ridiculizados por la comunidad científica. Charles Hapgood, en su libro “La Deslizante Corteza Terrestre” (1958), incluye un prefacio de Albert Einstein y fue escrito antes de que la tectónica de placas fuese aceptada por la gran mayoría de los expertos.
En su libro Path of The Pole (La Ruta del Polo), escrito en 1970, Hapgood especulaba que la masa de hielo acumulada en cada uno de los polos desestabiliza el balance rotacional de la Tierra, causando deslizamientos de una buena parte de la corteza alrededor del núcleo terrestre, que retiene su orientación axial. Basado en sus investigaciones, Hapgood opina que cada deslizamiento se produce en aproximadamente 5000 años, seguido por períodos de 20.000 a 30.000 años sin ningún movimiento polar. Asimismo, según sus cálculos, el área de movimiento nunca cubrió más de 40º. Los ejemplos de Hapgood para las ubicaciones recientes del Polo incluyen: La bahía de Hudson (60° N, 73° W), el Océano Atlántico, entre Islandia y Noruega (72° N, 10° E), y Yukon (63° N, 135° W).
Sin embargo, en “La ruta del Polo“, Hapgood argumentó que las fuerzas que causaban los deslizamientos en la corteza se encontraban debajo de la superficie. Hoy está demostrado que la Deriva Polar, o Desplazamiento Polar, ha ocurrido varias veces en el pasado, pero en relaciones de 1° en millones de años. Aunque Hapgood sobreestimó los cambios en la distribución de masa a través de la Tierra, los cálculos muestran que cambios en la distribución de masa en la corteza pueden conducir a verdaderas derivas polares.
Si la envoltura de la Tierra fuese móvil, una colisión con un asteroide habría podido provocar el desplazamiento de esta corteza. No se trata de ciencia ficción, sino de una posibilidad astronómica. Baste recordar cómo nuestro planeta evitó en octubre de 1937, por cinco horas y media solamente, el choque con un planetoide.
El profesor soviético N. S. Vetchinkin pretende resolver el misterio de la Atlántida y del Diluvio de la manera siguiente: «La caída de un meteorito gigantesco fue la causa de la destrucción de la Atlántida. Huellas de meteoritos gigantes son claramente visibles en la superficie de la Luna. Se divisan en ella cráteres de doscientos kilómetros de diámetro, mientras que en la Tierra no tienen más de tres kilómetros de longitud. Al caer en el mar, estos meteoritos gigantes provocaron una marea de olas que sumergió, no solamente el mundo vegetal y animal, sino también colinas y montañas».
El recuerdo de un cataclismo atlante sobrevive en los mitos de numerosos pueblos. Puede deducirse que la amplitud y el carácter de la catástrofe variaron según los emplazamientos geográficos.
 Los indios quichés de Guatemala recuerdan una lluvia negra que cayó del cielo en el momento mismo en qué un temblor de tierra destruía las casas y las cavernas. Esto implica un violento movimiento tectónico que se produjo en el Atlántico.
El humo, las cenizas y el vapor ascendieron desde las hirvientes aguas hacia la estratosfera, y fueron seguidamente arrastrados hacia el Oeste por la rotación de la Tierra, produciendo así la lluvia negra que se derramó sobre la América Central. Las leyendas de los quichés encuentran confirmación en las de los indios de la Amazonia. Cuentan éstos que, tras una terrible explosión, el mundo quedó sumido en tinieblas.
Los indios del Perú añaden que el agua subió entonces hasta la altura de las montañas. En la cuenca del Mediterráneo, los relatos referentes al Diluvio ocupan más lugar que los dedicados a fenómenos volcánicos.
En la antigua mitología griega se habla de mareas cuyas olas ascienden hasta las copas de los árboles, dejando tras ellas peces trabados en las ramas. El Zend-Avesta afirma que en Persia el Diluvio alcanzó la altura de un hombre.
Alejándonos más hacia Oriente, vemos que, según los documentos antiguos, el mar retrocedió en China en dirección Sudeste.  Megatsunami es un término informal utilizado para designar aquellos tsunamis cuyas olas superan con creces en altura a las de un tsunami  provocado por terremotos. Los megatsunamis pueden alcanzar alturas de cientos de metros, viajar a más de 400 km/h por el océano y a diferencia de los tsunamis que rompen en la costa, los megatsunamis pueden romper decenas de kilómetros tierra adentro.
 Probablemente es esto lo que nos cuentan estas tradiciones.
El derrumbe de la isla griega de Santorini, durante su erupción cataclísmica hace alrededor 3.500 años, produjo una ola de 100 metros de altura, que se estrelló contra la costa norte de Creta después de viajar 70 km.

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Esta concepción de cataclismo mundial es perfectamente defendible. Una marea gigantesca del Atlántico debía por fuerza producir un reflujo en la otra parte del Globo, en el océano Pacífico.
 En apoyo de esta tesis puede citarse que en el antiguo México se celebraba una fiesta consagrada a la celebración de un acontecimiento del pasado en el que las constelaciones tomaron un aspecto nuevo. Resultaba de ello, según la opinión de los indígenas, que los cielos no habían tenido en otro tiempo el mismo aspecto que hoy.
 Martinus Martini, misionero jesuita que trabajó en China en el siglo XVII, habla en su Historia de China de viejas crónicas que evocan un tiempo en que el cielo comenzó súbitamente a declinar hacia el Norte. El Sol, la Luna y los planetas cambiaron su curso después de una conmoción ocurrida en la Tierra. Constituye ello una seria indicación de una fuerte sacudida de la Tierra, única causa susceptible de explicar los fenómenos astronómicos descritos en los documentos chinos.
Dos reproducciones de la bóveda celeste, pintadas en el techo de la tumba de Senmut, el arquitecto de la reina Hatshepsut, nos presentan un enigma. Los puntos cardinales se hallan correctamente colocados en uno de estos mapas, mientras que en el otro están invertidos, como si la Tierra hubiera sufrido un choque. En efecto, el papiro Harris afirma que la Tierra se invirtió durante un cataclismo cósmico.
En los papiros del museo Ermitage, de Leningrado, y en el papiro Ipuwer, se hace igualmente mención de esta inversión de la Tierra.
Los indios asentados a orillas del curso inferior del río Mackenzie, en el Canadá septentrional, afirman que una ola de calor insoportable se abatió durante el Diluvio sobre su región ártica; y, luego, súbitamente, un frío glacial habría sucedido a este calor. Un desplazamiento de la atmósfera, producido en el curso de una sacudida del globo terráqueo, muy bien hubiera podido provocar estos cambios extremadamente bruscos de la temperatura de que hablan los indios del Canadá.
De todos estos testimonios del pasado se infiere que la catástrofe de la Atlántida tuvo un carácter violento y terrorífico. En 1833 se produjo la famosa erupción del Krakatoa. La isla de Krakatoa, situada entre Sumatra y Java, fue literalmente levantada, provocando un desgarro del suelo submarino. Una ola de más de treinta metros de altura proyectó grandes buques y pequeñas embarcaciones sobre las costas ribereñas. El fragor de la erupción se oyó hasta en Australia, y la atmósfera sufrió perturbaciones en toda la extensión del globo terrestre. Tal vez sea exactamente esto lo que ocurrió con la legendaria Atlántida.
 Aunque la Historia, nos ha transmitido el recuerdo de importantes cambios geográficos operados en el pasado. Heinrich Schliemann, leyendo la Ilíada de Homero, encontró la legendaria Troya. La ciudad etrusca de Spina, mencionada por Plinio el Viejo y por Estrabón como un importante centro del comercio y la civilización, se halla en la actualidad completamente sumergida bajo las olas del Adriático.
Fanagorias, importante puerto del mar Negro en la época helénica, está sumergido en el golfo de Tamán.
Dioscurias, la ciudad cercana a Sukumi, que fue visitada por los legendarios argonautas en su travesía del mar Negro, yace hoy bajo las aguas. No se trata solamente de ciudades, sino también de inmensas extensiones de terrenos que desaparecen constantemente en las profundidades de los océanos. Y los movimientos tectónicos prosiguen sin cesar en toda la superficie de la Tierra. Si tomamos en consideración estos hechos, la desaparición de la Atlántida bajo las aguas es perfectamente factible. La tierra se hunde en el mar y emerge de él en un tiempo relativamente muy breve.
 La simple enumeración de estos cambios geológicos y geográficos que se han producido por doquier en la Tierra pone de manifiesto fenómenos sorprendentes.
 El templo de Júpiter-Serapis fue construido en la bahía de Nápoles el año 105 a. C. Tras haber ido hundiéndose gradualmente en el Mediterráneo, emergió de nuevo, en 1742, de las profundidades del mar. En la actualidad, se está hundiendo otra vez.
Existe, a través del Atlántico, otro lazo entre el antiguo Egipto y el antiguo Perú. Su calendario constaba de dieciocho meses de veinte días, con una fiesta de cinco días a fin de año. ¿Se trata de simple coincidencia?
Un examen de estos antiguos calendarios nos permite fijar la fecha aproximada de la desaparición de la Atlántida. El primer año de la cronología de Zoroastro, el año en que «comenzó el tiempo», corresponde al 9600 a. C. Esta fecha es muy próxima a la que, con motivo de su conversación con Solón, dieron los sacerdotes egipcios para la desaparición de la Atlántida, es decir, 9560 a. C.
Los antiguos egipcios calculaban el tiempo en ciclos solares de 1460 años. El fin de su última época astronómica sobrevino en el año 139 d. C. A partir de esta fecha se pueden reconstituir ocho ciclos solares hasta el año 11.542 a. C.
El calendario lunar de los asirios dividía el tiempo en períodos de 1805 años; el último de estos períodos finalizó en 712 a. C. A partir de esta fecha, se pueden establecer seis ciclos lunares para remontarse hasta 11.542 a. C. El calendario solar de Egipto y el sistema asirio de calendario lunar coinciden, pues, al llegar al mismo año, 11.542 a. C., como fecha probable de iniciación de los dos calendarios.
Los brahmanes de la India calculan el tiempo en ciclos de 2850 años a partir del 3102 a. C. Tres de estos ciclos, o sea 8550 años, sumados a 3102 a. C., nos dan la fecha de 11.652 a. C.
El calendario maya nos muestra que los antiguos pueblos de la América Central tenían ciclos de 2760 años. El comienzo de una etapa se instituye en el año 3373 a. C. Tres períodos de 2760 años, o sea, 8280 años, a partir de 3373 a. C., nos llevarían a 11.653 a. C., es decir, a un año de distancia de la fecha establecida por los Sabios de la India.
El Codex Vaticanus A-3738 contiene una cronología azteca muy significativa, según la cual el primer ciclo concluyó con un diluvio, tras 4008 años de duración. El segundo ciclo de 4010 años finalizó con un huracán. La tercera Era de 4801 años terminó con incendios.
Durante el cuarto período, que duró 5042 años, la Humanidad padeció hambre. La Era actual es la quinta y comenzó el 751 a. C. La duración total de los cuatro períodos mencionados en el Codex Vaticanus A-3738 es de 17.861 años y su comienzo se halla en la fecha, increíblemente remota, de 18.612 años a. C.
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El obispo Diego de Landa escribía, en 1566, que en su tiempo los mayas establecían su calendario a partir de una fecha que venía a corresponderse con el 3113 a. C., en la cronología europea. Afirmaban que antes de esta fecha habían transcurrido 5125 años en ciclos anteriores. Esto fijaría el origen de los primitivos mayas en el año 8238 a. C., fecha muy próxima a la del cataclismo atlante.
Sobre la base de todas estas fechas, que nos proporcionan una indicación para la de la Atlántida, cabe formular la hipótesis de que, hace millares de años, la Humanidad disponía ya de considerables conocimientos de astronomía, dignos de una elevada civilización.
El día más largo del calendario maya contenía 13 horas, y el más corto, 11. En el antiguo Egipto, el día más largo tenía 12 horas y 55 minutos, y el más corto, 11 horas y 55 minutos, cifras casi idénticas a las de los mayas. Pero lo más asombroso de estos cálculos es que 12 horas y 55 minutos no es la duración real del día más largo en Egipto, sino en el Sudán.
 Tratando de explicar esta diferencia, el doctor L. Zajdler, de Varsovia, formula la suposición de que este cálculo del tiempo provenía de la Atlántida tropical.
 El arqueólogo Arthur Posnansky, de La Paz, Bolivia, hablando del templo inacabado del Sol en Tiahuanaco, afirma que la construcción fue súbitamente abandonada hacia el 9550 a. C. ¿No le habían dicho a Solón los sacerdotes de Sais que la Atlántida pereció en 9560 a. C.?
Según el sabio soviético E. F. Hagemeister, la ciencia puede afirmar, con respecto a la desaparición de la Atlántida, que: «El fin de la Era glacial en Europa, la aparición de la Corriente del Golfo y la desaparición de la Atlántida se produjeron simultáneamente hacia el año 10000 a. C.».
En la sección egipcia del museo del Louvre se encuentra un dibujo del Zodíaco de Dendera. Esta antigua reliquia egipcia constituía en otro tiempo parte del techo de un pórtico del templo de Dendera, en el Alto Egipto. Fue llevada a Francia por el grabador Jean Baptiste Le Lorrain en 1821. Durante generaciones enteras, el calendario de Dendera ha constituido para los sabios un enigma indescifrable. Los signos del Zodíaco están colocados en espiral, y los símbolos son fáciles de reconocer. Pero Leo se encuentra en el punto del equinoccio vernal. Teniendo en cuenta la precesión de los equinoccios, ello indicaría una fecha entre 10.950 y 8800 a. C., es decir, el período mismo en el curso del cual se produjo la catástrofe de la Atlántida. El Zodíaco de Dendera es de origen egipcio, pero podría haber sido esculpido en conmemoración de un remoto acontecimiento, el fin de la Atlántida y el nacimiento de un nuevo ciclo. Si observamos la literatura, la mitología y el folklore de la Antigüedad, la Atlántida se nos aparece como una posibilidad histórica. Los Diálogos de Timeo y Critias, de Platón, contienen una crónica de la Atlántida. Se la atribuye a Solón, legislador de la antigua Grecia, que viajó a Egipto hacia el 560 a. C.
La asamblea de los sacerdotes de la diosa Neith, de Sais, protectora de las ciencias, reveló a Solón que sus archivos se remontaban a millares de años y que se hablaba en ellos de un continente situado más allá de las Columnas de Hércules y engullido por las aguas hacia el 9560 a. C. Sais es el nombre griego de la capital del Bajo Egipto, situada al oeste del delta del Nilo. Fue residencia real de la dinastía XXVI (664-527 a. C.), llamada saíta. Su divinidad tutelar era la diosa guerrera Neith. Su nombre en egipcio es Sau, en griego Sais y en árabe Sa el-Hagar.
Platón no comete el error de confundir la Atlántida con América, ya que dice claramente que existía otro continente al oeste de la Atlántida. Habla de un océano que se extiende más allá del estrecho de Gibraltar y dice que el Mediterráneo «no es más que un puerto». En este océano, el Atlántico, sitúa una isla-continente más extensa que Libia y Asia Menor juntas. Se dice que el nombre de Atlántida fue dado en honor de su primer gobernante, Atlas, uno de los hijos de Poseidón que se rebeló contra los dioses y fue condenado por Zeus a cargar sobre los hombros la bóveda del cielo. En los Diálogos también se describe como vivía la civilización atlante con bastante detalle. Esta civilización tuvo su origen en la unión del dios Poseidón con una mortal llamada Cleito.
El amor de Poseidón por Cleito era tan grande que, para protegerla, aisló la isla de todo cuanto la rodeaba por medio de dos anillos de agua y tres de tierra, fosos inundados y muros alternados. Convirtió así el centro de la isla en un círculo. Cuenta que en el centro del Atlántico existía una fértil llanura protegida de los vientos septentrionales por altas montañas. El clima era subtropical, y sus habitantes podían recoger dos cosechas al año. El país era rico en minerales, metales y productos agrícolas. En la Atlántida, florecían la industria, los oficios y las ciencias. El país se enorgullecía de sus numerosos puertos, canales y astilleros. Al mencionar sus relaciones comerciales con el mundo exterior. Platón sugiere el empleo de barcos capaces de atravesar el Océano. Los habitantes de la Atlántida construían sus edificios con piedras rojas, blancas y negras. El templo de Cleito y de Poseidón estaba decorado con ornamentos de oro; los muros eran de plata y una muralla de oro lo rodeaba.
Allí es donde los diez reyes de la Atlántida celebraron sus reuniones. Según los datos de Platón, más de 1 millón de hombres estaban alistados en el ejército y en la marina. Partiendo de esta cifra, había que admitir que la población entera se elevaba a un buen número de millones. Durante el último período de la historia de la Atlántida de que habla Platón, la nación se hallaba gobernada por los descendientes reales de Poseidón.
Poco antes de su desaparición, el Imperio atlante se lanzó por los caminos del imperialismo, con la intención de extender sus colonias al Mediterráneo. A juzgar por el relato de Platón, parecería, no obstante, que en una época anterior los atlantes se mostraban sabios y afables. Según él, «despreciaban todo, a excepción de la virtud».
No daban gran importancia a «la posesión del oro y de otras propiedades, que les parecían una carga; no estaban intoxicados por el lujo, y la riqueza no les hacía perder el sentido».

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Los hombres de la Atlántida ponían la camaradería y la amistad por encima de los bienes terrestres. Despreciaba la propiedad privada y tenían un sistema de tipo socialismo. Ello explicaría la existencia de una economía sin dinero en el país de los incas, puesto que, según todos los indicios, el Perú era una porción del Estado atlante. Según las Geórgicas, de Virgilio, y las Elegías, de Tíbulo, la tierra era en la Antigüedad propiedad común.
 El recuerdo de una democracia que habría existido antaño en la antigua Grecia y en la antigua Roma se perpetuó en las fiestas de las saturnales, en las que amos y esclavos bebían y danzaban juntos durante un día entero. En su mito de Enki y Ninhursag, los sumerios se lamentan de la desaparición de una estructura social en la que «no había mentira, ni enfermedad, ni vejez».
 El mito de Enki y Ninhursag es relatado en las tablillas que datan de la época de Ur III y paleo-Babilonia, de la antigua Mesopotamia. La historia narra cómo Enki bendijo la paradisíaca tierra de Dilmun, a petición de Ninsikil, haciendo que brotara el agua, y que navíos de Tukric, y otros lugares llevaran oro y piedras preciosas. El texto narra a continuación la incestuosa historia de Ninhursag, Enki y sus hijas, Ninsar, Ninkurra y Uttu: Enki tiene relaciones con sus hijas y Ninhursag se venga causándole ocho enfermedades. Más tarde Enlil, con ayuda de un zorro, trae junto a Enki a Ninhursag que había jurado no verle con buenos ojos hasta el día de su muerte. Finalmente accede a deshacer el conjuro y crea ocho deidades para sanar cada una de las enfermedades.
 Platón evoca la decadencia moral de los atlantes, que se produjo cuando ganaron terreno la avaricia y el egoísmo. Fue entonces cuando Zeus, «viendo que una raza memorable había caído en un triste estado» y que «se alzaba contra toda Europa y Asia», resolvió infligirle un castigo terrible. Según el filósofo griego, «los hombres animados de un espíritu guerrero se hundieron en la tierra, y la isla de la Atlántida desapareció del mismo modo, engullida por las aguas». Previendo la actitud escéptica de sus futuros lectores, Platón afirma que su historia «aun pareciendo extraña, es perfectamente verídica».
 En nuestros días, su relato se ve cada vez más firmemente confirmado por los datos de la Ciencia. La exploración del lecho del Atlántico nos revela la existencia de una cresta que se extiende de Norte a Sur en medio del Océano.
Las Azores podrían ser los picos de esas montañas sumergidas que, según el relato de Platón, protegían la llanura central de los vientos fríos del Norte. Cuando Critias nos habla de las casas atlantes construidas con piedras negras, blancas y rojas, su indicación está confirmada por el descubrimiento de terrenos calcáreos blancos y rocas volcánicas negras y rojas en las Azores, últimos restos de la Atlántida. Tenemos el ejemplo de la fortaleza de Caravan-Sarai, que fue construida en 1135 en un islote del mar Caspio. En el transcurso de las generaciones, desapareció lentamente bajo las aguas. Las referencias a este fortín que figuran en las antiguas crónicas fueron consideradas, en definitiva, como pura fábula. Pero, en 1723, el islote se elevó por encima del nivel del mar y es perfectamente visible en la actualidad.
La isla de Faucon, o de Jacques-dans-Ia-Boite, fue descubierta en el Pacífico meridional por Morell, un explorador español. En 1892, el Gobierno de Tonga hizo plantar en ella dos mil cocoteros, pero dos años más tarde la isla entera desapareció en el océano. En la actualidad, comienza a elevarse de nuevo.
 Durante el terremoto de Lisboa de 1755, la altura de las olas alcanzó los diez metros. La mayor parte de la ciudad quedó destruida y sesenta mil de sus habitantes perecieron. Un violento terremoto sacudió, en 1819, el delta del Indo (Sind). Un vasto territorio quedó inundado, y sólo los edificios más altos se mantuvieron por encima de las aguas. Entre 1822 y 1853, tras importantes movimientos sísmicos, la costa de Chile se elevó nueve metros. En Jamaica, Port-Royal, que durante mucho tiempo sirvió de albergue a los piratas, fue intensamente estremecido en 1692 por un temblor de tierra, quedando parcialmente cubierto por las aguas. En la segunda mitad del siglo XIX, la isla Tuanaki, en el archipiélago de las Cook, se sumergió con sus trece mil habitantes, en el océano Pacífico. Varios pescadores habían salido de la isla por la mañana a bordo de sus embarcaciones; cuando regresaron, al atardecer, la isla había desaparecido.
 En 1957, se vio surgir una isla humeante de las profundidades del Atlántico, no lejos de las Azores. El volcán de Tristán da Cunha, considerado como extinguido, hizo erupción en 1961 en el Atlántico meridional, lo que dio lugar a la evacuación a Inglaterra de toda su población. En este mismo archipiélago de las Azores, un terremoto asoló, siete años más tarde, la isla de San Jorge. La catástrofe adquirió tales proporciones que quince mil habitantes se vieron obligados a abandonar la isla.
Y no son solamente islas o costas las que se hunden o emergen, sino continentes enteros.
Así, se supone que, desde la época de Cristóbal Colón, los Andes, en América del Sur, se han elevado un centenar de metros.
Francia se hunde treinta centímetros cada siglo.
El terreno existente entre el Ganges y el Himalaya asciende 18 milímetros al año.
El fondo del océano Pacífico asciende hacia la superficie en la región de las islas Aleutianas.
Según el padre Lynch, de la Universidad de Fordham, en Nueva York, un nuevo continente se halla próximo a surgir en la superficie del océano Atlántico. Tal vez sea la reaparición de la legendaria Atlántida.
La importancia de los cambios geológicos operados en las profundidades de los océanos fue puesta de manifiesto por los técnicos de la Western Telegraph, en 1923, cuando buscaban un cable submarino en las aguas del Atlántico. Descubrieron que el cable, en sólo veinticinco años, había sido proyectado, por el ascenso del fondo oceánico, a una altura de 3620 metros. Si se lograra desecar el océano Atlántico, podría verse en el fondo una larga cadena de montañas, desde Islandia al Antártico. Al sur de las Azores se encuentra una protuberancia denominada Atlántida, que seguramente representa los restos de la Atlántida legendaria.

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En 1949, El profesor Ewing, de la Universidad de Columbia, llevó a cabo la exploración de la cordillera que se eleva en medio del Atlántico. A una profundidad entre los 3000 y los 5500 metros, descubrió arena costera prehistórica. Se encontró ante un gran enigma, pues la arena, producto de la erosión, no existe en el fondo del mar. La única conclusión que podía extraerse de este descubrimiento era que el terreno se había hundido en el fondo del Atlántico, a menos que las aguas del océano se hubieran encontrado, en una época remota, a un nivel inferior.
Si se aceptase esta última hipótesis, cabría preguntarse qué había sido de toda el agua suplementaria.
Numerosos valles submarinos del Atlántico no son sino continuaciones de ríos existentes. Esto indicaría que, en ciertos lugares, el actual fondo del mar era en otro tiempo tierra firme.
En 1898, un barco cablero francés tropezó, a una profundidad de 3160 metros, con un trozo de lava vítrea, llamada taquilita, que solamente se forma en la superficie, por encima del nivel del mar. Ello indicaría que en este lugar se produjo una erupción volcánica, en una época en que en lugar del océano allí se encontraba tierra firme.
Los Andes debieron de elevarse súbitamente en una época relativamente reciente, en la que ya se podía navegar sobre los mares. Si se rechaza esta hipótesis, resulta totalmente inexplicable la existencia de un puerto marítimo en el lago Titicaca, a una altitud de 3800 metros y a 322 kilómetros de distancia del Pacífico. Las argollas destinadas a sujetar las cuerdas al muelle eran tan grandes que sólo habrían podido utilizarlas los navíos que cruzaban los océanos. En este extraño puerto de los Andes se encuentran todavía rastros de conchas y de algas marinas. Se ven en él numerosas playas sobrealzadas, y el agua de la parte meridional del lago es, en la actualidad, todavía salada. En efecto, cerca del lago Titicaca, a unos cuatro mil metros de altura, sobre el océano Pacífico, se encuentran las ruinas de construcciones ciclópeas levantadas con gigantescos bloques de piedra. Son los restos de varias ciudades superpuestas, vestigios de una antigua civilización muy desarrollada, según las leyendas de los indígenas. Se trata de la fabulosa ciudad de Tiahuanaco, que se dice “fue levantada en una noche“, por unos extranjeros misteriosos, gigantes de piel blanca y barbudos, que se llamaban “Hijos del Sol“. La leyenda dice que llegaron del cielo para difundir allí su civilización e impartir sus conocimientos a los nativos.
 En aquel tiempo, según el investigador Hans Schindler Bellamy, el Océano Pacífico llegaba a esta altura de las montañas, por lo cual Tiahuanaco estaba a la orilla del mar. Tal como hemos indicado, existe una línea de sedimentos marinos, que se extiende sin interrupción durante setecientos kilómetros.
Vemos pues que Tiahuanaco era un puerto de mar. Y el lago Titicaca es salado porque es el último resto de un océano desaparecido. Los muelles del puerto de Tiahuanaco existen todavía, y se encuentran sobre la línea de sedimentos. Podemos deducir de ello y de lo que nos cuentan las antiguas leyendas indias, que quizá los hombres de Tiahuanaco tenían naves que daban la vuelta al Mundo. Ello implicaría que una cultura, que comprendía toda la tierra entonces habitada, estaba unida por el tráfico marítimo. No menos misterioso es el puerto megalítico de Nan Madol. Consistente en una serie de pequeñas islas artificiales unidas por una red de canales, Nan Madol es conocido a veces como “la Venecia del Pacífico“. Está cerca de la isla de Pohnpei, que forma parte de los Estados Federados de Micronesia, y fue la capital de la dinastía Saudeleur hasta aproximadamente el año 1500 de nuestra era. Nan Madol significa “entre espacios” y hace referencia a sus canales.
Ya mucho antes de la primera gran guerra, según explicaron los nativos, buscadores de perlas y comerciantes japoneses habían efectuado sondeos clandestinos en el fondo del mar. Los submarinistas regresaron con narraciones fabulosas. Allí abajo se habían podido pasear por calles en parte bien conservadas, si bien recubiertas por moluscos, colonias de corales y otros habitantes marinos, amén de algún que otro vestigio de ruinas. Desconcertante había sido, según ellos, la visión de numerosas bóvedas de piedra, columnas y monolitos.
 Esta misteriosa ciudad submarina albergaba tesoros concretos, debiéndose hallar en el centro de la misma una especie de panteón de los nobles del lugar, cuyas momias yacían allí. Pero cada una de estas momias estaría encerrada en un sarcófago de platino. Estos son los sarcófagos que en época de la dominación japonesa de la isla, o sea entre las dos guerras mundiales, habrían localizado los submarinistas nipones.
De acuerdo con estos testimonios, habrían ido extrayendo platino del fondo marino hasta el momento en que dos submarinistas ya no volvieron a emerger. Desaparecieron sin dejar rastro, llevándose consigo su moderno equipo de inmersión. ¿Qué era Nan Madol? Quizá parte de una vasta isla, cuya mayor parte fue engullida por las aguas, tal vez en la misma época de la destrucción de Tiahuanaco.
Los indios quechuas afirman que los cereales comenzaron a cultivarse en las proximidades del lago Titicaca; pero en nuestros días el maíz no crece ya a esa elevada altitud. Todo esto nos permite suponer que el hundimiento de la Atlántida podría haber provocado la elevación de los Andes.
 El explorador mexicano José García Payón ha encontrado en la cordillera dos cabañas recubiertas de una espesa capa de hielo. Restos de conchas indicaban la presencia, en aquel lugar, de una playa marítima en la que se construyeron esas viviendas.
En la actualidad, su emplazamiento se halla a 6300 metros encima del nivel del mar.

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La ciencia actual confirma la posibilidad de la existencia, en medio del Atlántico, de un centro de una elevada civilización. V. A. Obruchev, que fue miembro de la Academia de Ciencias de la URSS, afirmaba que la práctica de sondeos en la zona septentrional del océano Atlántico «podría revelar, bajo las aguas, ruinas de edificios y otros restos de una antigua civilización».
 El profesor N. Lednev, físico y matemático moscovita, tras veinte años de investigaciones llegó a la conclusión de que la fabulosa Atlántida no puede ser considerada como un simple mito. Según él, documentos históricos y monumentos culturales de la Antigüedad nos demuestran que la Atlántida «era una inmensa isla de centenares de kilómetros de extensión, situada al oeste de Gibraltar».
Otro representante de la ciencia soviética, Catalina Hagemeister, escribía, en 1955, que, habiendo llegado hace diez o doce mil años las aguas de la Corriente del Golfo al océano Ártico, la Atlántida debió de haber sido la barrera que desvió la corriente hacia el Sur. «La Atlántida explica la aparición del período glaciar en Europa. La Atlántida era también la razón de su fin», afirmaba.
Cuando las cordilleras que formaban la Atlántida se prolongaban desde América hasta Europa y África, impedían el flujo de las aguas tropicales del océano hacia el Norte y no existía la Corriente del Golfo, tal como la conocemos.
La tierra encerraba el océano, que bañaba las playas del Norte de Europa y era intensamente frío. El resultado fue un período de glaciaciones. Cuando la barrera de la Atlántida se hundió lo suficiente como para permitir la expansión natural de las aguas calientes de los trópicos hacia el Norte, el hielo y la nieve que cubrían Europa desaparecieron gradualmente; la Corriente del Golfo fluyó alrededor de la isla-continente y aún conserva el movimiento circular que adquirió originalmente debido a la presencia de la Atlántida.
Más coloquialmente, cuando se habla de los últimos millones de años, se utiliza «glaciación» para referirse a periodos más fríos con extensos casquetes glaciales en Norteamérica y Eurasia. Según esta definición, la glaciación más reciente acabó hace unos 10.000 años. Groenlandia está cubierta por una capa de hielo de unos 1600 metros de espesor que no se funde jamás. Y, sin embargo, Noruega, que se halla situada en la misma latitud, posee en verano una rica vegetación.
La Corriente del Golfo calienta a Escandinavia y al resto de Europa, y a esta corriente cálida se la designa, con justicia, la «calefacción central» de nuestro continente. Realizando sondeos en el lecho del Atlántico ecuatorial, el buque sueco Albatros descubrió, a más de 3219 metros de profundidad, rastros de plantas de agua dulce. El profesor Hans Petterson, jefe de la expedición, expuso la opinión de que una isla había sido engullida en aquel lugar.
Los foraminíferos son minúsculos animales marinos testáceos, o recubiertos por una concha. Son organismos muy abundantes en los sedimentos marinos y presentan una gran diversidad de especies. Existen dos géneros principales de ellos, los Globorotalia menardii y los Globorotalia truncatulinoides. El primero se caracteriza por una envoltura de concha que gira en espiral hacia la derecha y habita en aguas cálidas. La concha del segundo gira hacia la derecha, y puede existir también en las aguas frías del océano. Estos dos géneros de animales marítimos pueden servir como indicadores de clima cálido o frío. El tipo cálido no aparece en ningún lugar por encima de una línea que se extiende desde las Azores a las Canarias. El foraminífero de agua fría se halla en el cuadrilátero nororiental del Atlántico. La zona media del Atlántico, desde el África occidental a la América central, está poblada abundantemente por el tipo cálido de los globorotalia menardii.
No obstante, el tipo frío hace su reaparición en el Atlántico ecuatorial. Parece como si la especie de foraminíferos de agua templada hubiera penetrado a través de una barrera en dirección al Este. Tal vez esto demostraría que la Atlántida era esta barrera.
Los trabajos científicos emprendidos por el Observatorio Geológico Lamont (Universidad de Columbia), en los Estados Unidos, han permitido la realización de un importante descubrimiento basado en la distribución de foraminíferos. Hace una decena de millares de años se produjo en el Atlántico un súbito calentamiento de las aguas en la superficie oceánica. Lo que es más, la transformación del tipo «frío» de foraminíferos en tipo «caliente» no duró más de un centenar de años. Ello indicaría que hacia el año 8000 a. C. se produjo en el océano Atlántico un cambio climático catastrófico.
En el curso de un sondeo submarino efectuado en 1949 por la Sociedad Geológica de América, se extrajo del lecho del Atlántico, al sur de las Azores, una tonelada de discos de piedra caliza. Su diámetro medio era de 15 centímetros, y su grosor de 3,75 centímetros. Estos discos poseían en su centro una extraña cavidad. Eran relativamente lisos por fuera, pero sus cavidades presentaban un aspecto rugoso.
Estos discos de piedra caliza, difíciles de identificar, no parecían ser de formación natural. Según el Observatorio Geológico Lamont, «el estado de litificación de la piedra caliza permite suponer que pudo litificarse en condiciones aéreas en una isla situada en medio del mar hace doce mil años».
Si queremos fijar la fecha de la desaparición de la Atlántida, no debemos olvidar que la edad de la garganta del Niágara se remonta a unos 12.500 años. Es también un hecho conocido que la elevación de la cordillera alpina hasta una altura de 5700 metros se produjo hace unos diez mil años.

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