Abrid los ojos hacia vosotros mismos y mirad en el infinito del espacio y el tiempo. Oireis que alli vuelven a resonar el canto de los astros, la voz de los numeros y la armonia de las esferas. Cada sol es un pensamiento de dios y cada planeta una forma de ese pensamiento, y es para conocer el pensamiento divino que vosotras almas descendereis y remontareis penosamente el camino de los siete planetas y de los siete cielos suyos. HERMES TRISMEGISTO


Lo que la oruga ve como el final de la vida, el maestro lo llama una mariposa. RICHARD BACH

DEDICATORIA

Allí, donde habitan las mariposas, lo hacen tambien las hadas y los angeles, la verdad y la ilusion, la alegria, el amor, la dulzura y la fantasia; los mas bellos sueños y la esperanza.

Es el lugar donde los rios son de miel y las montañas de plata y diamantes; donde los seres alados bailan moviendose al ritmo de la musica de George Harrison y el aroma del Padmini; donde puedo descansar en grandes almohadones de plumas tejidos con hilos de seda y oro. Es mi refugio, y el de muchos que sueñan encontrarlo, sin saber aún que son mariposas.

Este blog esta dedicado a todos ellos y ojala puedan disfrutarlo como parte de su camino hacia el lugar donde habitaron o habitaran algun dia


Parameshwary
Enero 2009


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los cuatro acuerdos de la sabiduria Maya

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hada mariposas

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Secretos Parameshwary

jueves, 31 de julio de 2014

“Viaje al centro de la Tierra”, de Julio Verne, ¿fue algo más que una obra de ficción? 3

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E. Wyllys Andrews, IV (1916 – 1971) fue un arqueólogo y hombre de ciencia estadounidense, especializado en la cultura maya, que dirigió en la península de Yucatán durante más de tres décadas, desde antes de 1940, un programa de investigación de la Universidad de Tulane sobre la historia y arqueología de la civilización maya. Complementó sus estudios sobre la región con investigaciones sobre etnología, lingüística, ecología y zoología. Sus escritos se consideran toda una síntesis de la historia de los mayas, con el conocimiento que se tenía hasta su muerte, acaecida en la ciudad de Nueva Orleans en 1971, cuando contaba con 54 años de edad. Desde su infancia Andrews recolectó artefactos geológicos y paleontológicos y desarrolló su interés en la cultura maya durante su adolescencia. A la edad de 15 años se inició en la arqueología en Mesa Verde en una excavación arqueológica con Byron Cummings. En 1933 se inscribió en la Universidad de Chicago donde trabajó en el Museo Field en el tema de los jeroglíficos mayas y herpetología. Acompañó poco más tarde a Sylvanus G. Morley a Chichén Itzá, Yucatán. Se matriculó en la Universidad de Harvard en la que obtuvo su doctorado en 1942. A los 21 años, ya había publicado cinco artículos científicos, principalmente sobre los jeroglíficos mayas. Durante la Segunda Guerra Mundial, Andrews sirvió en las fuerzas navales de los Estados Unidos y después de la guerra se incorporó a la Agencia Central de Inteligencia. Después de esas experiencias sirviendo a su país, retornó a sus tareas arqueológicas en el Instituto de Investigaciones sobre Mesoamérica de la Universidad de Tulane. Los últimos 40 años de su vida los destinó al estudio de la civilización maya, dedicando esfuerzo particular a los yacimientos del norte de la península, como en Dzibilchaltún, sitio que ya había visitado antes de la guerra. Él fue quien afirmó por primera vez que este sitio arqueológico era un gran centro urbano maya y no un conjunto de yacimientos en una zona arqueológica extensa como se pensaba originalmente. También participó activamente en la exploración de Komchén, ayudando a definir los vínculos históricos de este sitio con el de Dzibilchaltún. Así mismo, promovió y participó, con arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México, en el descubrimiento de otro hallazgo importante en el norte de la península, en las grutas de Balankanché, cerca de Chichén Itzá. Otro caso similar fue el de Kulubá, cerca de Tizimín, en el sector nororiental del estado de Yucatán. Sus trabajos lo llevaron a la zona de Campeche en donde exploró e hizo estudios en Río Bec, en Becan, en Mocú y en Xpuhil, contando en esta ocasión con el patrocinio de la National Geographic Society y también de la Universidad de Tulane.

Dzibilchaltún es un sitio arqueológico maya ubicado en el estado mexicano de Yucatán, aproximadamente 17 kilómetros al norte de Mérida, la capital del estado. La estructura más famosa es el Templo de las Siete Muñecas, nombrado así debido a siete pequeñas figurillas de barro, encontradas en el sitio cuando el templo fue excavado por arqueólogos, en la década de 1950. En el equinoccio de primavera, la orientación del edificio hace que sol pueda verse a través las puertas este y oeste, “atravesando” la construcción. El templo está conectado con el resto del sitio por un sacbé largo. Sacbé es un camino recto, elevado, sin desniveles y pavimentado construido por los mayas prehispánicos, particularmente en la península de Yucatán. Otra característica importante de Dzibilchaltún es su cenote, en el que es posible bañarse. En algunas partes alcanza los 40m. de profundidad. Dzibilchaltún también contiene las ruinas de una capilla abierta española del siglo XVI, construida en el sitio después de la conquista. El sitio arqueológico alberga un museo que contiene muchos artefactos mayas hallados en el sitio y su región adyacente. Entre estos se cuentan estelas, así como inscripciones de Chichén Itzá y Uxmal. También hay una armadura de los conquistadores, vestidos mayas representativos de Chiapas, Yucatán y Guatemala y fragmentos originales de una iglesia colonial. El museo alberga una mayor cantidad de artefactos que los de Chichén Itzá o Uxmal. En Dzibilchaltún se encuentra el cenote de Xlacah es el más importante cenote abierto de la zona arqueológica de Dzibilchaltún y fue utilizada como abastecimiento de agua para los mayas. Mide 40 metros de profundidad ,40 metros de ancho y 100 de largo. Su nombre es una voz maya que significa “Pueblo viejo“. El sitio arqueológico de Komchén se encuentra a unos 20 km de la costa del Golfo de México en la Península de Yucatán, 17 km al norte de la ciudad de Mérida, y a sólo 2 km del poblado del mismo nombre. El yacimiento maya precolombino fue estudiado con una relativa profundidad por el arqueólogo y antropólogo de la Universidad Tulane, Wyllys Andrews, durante los años 1960. Los trabajos realizados en ese entonces señalan la existencia de mayas del preclásico en esta región de la Península de Yucatán, como Komchén, Dzibilchaltún y Tipikal. La ciudad maya de Komchén se estableció durante el periodo preclásico medio. Sus construcciones más tempranas consistieron en una zona residencial de estructuras efímeras. Más tarde el sitio evolucionó hacia una ciudad más compleja durante el preclásico tardío, habiendo alcanzado su apogeo constructivo hacia los años de 350-150 a. C. De esta época datan los vestigios que se encuentran actualmente en el yacimiento y que fueron construidos con piedra caliza. Parece ser que el lugar fue totalmente abandonado al final del periodo preclásico, hacia el año 250 d. C. Más tarde, sin embargo, la ciudad se volvió a ocupar durante el periodo de expansión de la cercana ciudad de Dzibilchaltún. Durante la investigación arqueológica del lugar, bajo la dirección de Andrews, se hicieron excavaciones y descubrimientos importantes de la ciudad maya. La investigación documentó cerca de 1000 estructuras residenciales en un área de aproximadamente 2 km², que incluyó un núcleo de cinco plataformas grandes.
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Queriendo averiguar el motivo de este nombre, le fue narrada al arqueólogo norteamericano una leyenda transmitida entre los indios desde antiguas generaciones y que afirmaba que, en el fondo de la laguna, existía una parte de la ciudad. De acuerdo con la narración del viejo chamán, muchos siglos (o tal vez milenios) antes había en la ciudad de Dzibilchaltún un gran palacio, residencia del cacique. Cierta tarde llegó al lugar un anciano desconocido que le solicitó hospedaje. Ordenó a sus esclavos que preparasen un aposento para el viajero. Mientras tanto, el anciano abrió su bolsa de viaje y de ella extrajo una enorme piedra preciosa de color verde, que entregó al soberano como prueba de gratitud por el hospedaje. Sorprendido con el inesperado presente, el cacique interrogó al huésped acerca del lugar del que procedía la piedra preciosa. Como el anciano rehusaba responder, su anfitrión le preguntó si llevaba en la bolsa otras piedras preciosas. Y dado que el anciano continuó manteniéndose en silencio, el soberano montó en cólera y ordenó a sus servidores que ejecutasen inmediatamente al extranjero. Después del crimen, que violaba las normas sagradas del hospedaje, el propio cacique revisó la bolsa de su víctima, suponiendo que encontraría en ella más objetos valiosos. Mas, para su desespero, solamente halló unas ropas viejas y una piedra negra sin mayor atractivo. Lleno de rabia, el soberano arrojó la piedra fuera del palacio. En cuanto cayó a tierra, se originó una formidable explosión, e inmediatamente la tierra se abrió engullendo el edificio, que desapareció bajo las aguas del pozo, surgido en el punto exacto en el que cayó a tierra la piedra. El cacique, sus servidores y su familia fueron a parar al fondo de la laguna, y nunca más fueron vistos. Hasta aquí la leyenda. Pero en relación a estas ruinas del Yucatán septentrional. La expedición acabó por desobstruir una pirámide que albergaba ídolos diferentes de las representaciones habituales de las divinidades mayas. Otro edificio cercano se revelaría como mucho más importante. Se trataba de una construcción que difería totalmente de los estilos tradicionales mayas, ofreciendo características arquitectónicas jamás vistas en ninguna de las ciudades mayas conocidas. En el interior del templo, adornado con representaciones de animales marinos, Andrews descubrió un santuario secreto, tapiado con una pared, en el que se encontraba un altar con siete ídolos que representaban a seres híbridos entre peces y hombres. Seres similares por lo tanto a aquellos que en tiempos remotos revelaron conocimientos astronómicos a los dogones, en el Africa central, y a aquellos otros que nos refieren las tradiciones asirias cuando hablan de su divinidad Oannes.

En 1961, Andrews regresó a Dzibilchaltún, acompañado por dos experimentados submarinistas, que debían completar con un mejor equipamiento la tentativa de inmersión efectuada en 1956 por David Conkle y W. Robbinet, que alcanzaron una profundidad de 45 metros, a la cual desistieron en su empeño debido a la total falta de luz. En esta segunda tentativa, los submarinistas fueron el arqueólogo Marden, famoso por haber hallado en 1956 los restos de la H.M.S Bounty, la nave del gran motín, y B. Littlehales. Después de los primeros sondeos, vieron que la laguna tenía una forma parecida a una bota, prosiguiendo bajo tierra hasta un punto que a los arqueólogos submarinistas les fue imposible determinar. Al llegar al fondo de la vertical, advirtieron que existía allí un declive bastante pronunciado, que se encaminaba hacia el tramo subterráneo del pozo. Y allí se encontraron con varios restos de columnas labradas y con restos de otras construcciones. Con lo cual parecía confirmarse que la leyenda del palacio sumergido se fundamentaba en un suceso real. Este enclave del Yucatán presenta certeras similitudes con las ruinas de Nan Madol, la antigua ciudad del océano Pacífico del que afirman proceder los indios americanos. Consistente en una serie de pequeñas islas artificiales unidas por una red de canales,  Nan Madol es conocido a veces como “la Venecia del Pacífico“. Está cerca de la isla de Pohnpei, que forma parte de los Estados Federados de Micronesia, y fue la capital de la dinastía Saudeleur hasta aproximadamente el año 1500 de nuestra era. Nan Madol significa “entre espacios” y hace referencia a sus canales. También allí se conserva una enigmática ciudad abandonada y devorada por la jungla, a cuyos pies, en las profundidades del mar, los submarinistas descubrieron igualmente columnas y construcciones engullidas por el agua. En la costa del Pacífico de México, en Jalisco, y a unos 120 km tierra adentro del cabo Corrientes, cuentan los indígenas que se oculta un templo subterráneo en el que antaño fue venerado el emperador del universo . Y que, cuando finalice el actual ciclo evolutivo, volverá a gobernar la Tierra con esplendor. Tal afirmación guarda relación con el legado que encierran los pasadizos de Tayu Wari, en la selva del Ecuador. En el estado mexicano de Chiapas, junto a la frontera con Guatemala, moran unos indios diferentes, de tez blanca, por cuyos secretos subterráneos ya se había interesado en marzo de 1942 el mismo presidente norteamericano Roosevelt. Cuentan los lacandones que saben de sus antepasados que en la extensa red de subterráneos que surcan su territorio, se hallan en algún lugar secreto unas láminas de oro, sobre las que alguien dejó escrita la historia de los pueblos antiguos del mundo, además de describir con precisión lo que sería la Segunda Guerra Mundial, que implicaría a todas las naciones más poderosas de la Tierra. Este relato llega a oídos de Roosevelt a los pocos meses de sufrir los Estados Unidos el ataque japonés a Pearl Harbor.
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Estas planchas de oro guardan estrecha relación con las que se esconden en los citados túneles de Tayu Wari, en el Oriente ecuatoriano. En 1689 el misionero Francisco Antonio Fuentes y Guzmán dejó descrita la maravillosa estructura de los túneles del pueblo de Puchuta, que recorre el interior de la tierra hasta el pueblo de Tecpan, en Guatemala, situado a unos 50 km.  A finales de los 40 del siglo pasado apareció un libro titulado Incidentes de un viaje a América Central, Chiapas y el Yucatán, escrito por el abogado norteamericano John Lloyd Stephens, que en misión diplomática visitó Guatemala en compañía de su amigo el dibujante Frederick Catherwood. Allí, en Santa Cruz del Quiché, un anciano sacerdote español le narró su visita, años atrás, a una zona situada al otro lado de la sierra y a cuatro días de camino en dirección a la frontera mexicana, que estaba habitada por una tribu de indios que permanecían aún en el estado original en que se hallaban antes de la conquista. En conferencia de prensa celebrada en New York, tiempo después de la publicación del libro, añadió que, recabando más información por la zona, averiguó que dichos indios habían podido sobrevivir en su estado original gracias a que, siempre que aparecían tropas extrañas, se escondían bajo tierra, en un mundo subterráneo dotado de luz, cuyo secreto les fue legado en tiempos antiguos por los dioses que habitan bajo tierra. Y aportó su propio testimonio de haber comenzado a recorrer un túnel debajo de uno de los edificios de Santa Cruz del Quiché, por el que en opinión de los indios antiguamente se llegaba en una hora a México.  Faber Kaiser, en octubre de 1985, accedió, con otros acompañantes, a un túnel excavado en el subsuelo de una finca situada en los montes de Costa Rica. Se internaron en una gran cavidad que daba paso a un túnel artificial que descendía casi en vertical hacia las profundidades de aquel terreno. Los lugareños afirmaron que al final del túnel se halla el templo de la Luna , un edificio sagrado, uno de los varios edificios expresamente construidos bajo tierra hace milenios por una raza desconocida que, de acuerdo con sus registros, había construido una ciudad subterránea de más de 500 edificios. En 1986 Faber Kaiser se adentró en la intrincada selva que, en el Oriente amazónico ecuatoriano, le llevaría hasta la boca del sistema de túneles conocidos por Los Tayos , Tayu Wari en el idioma de los jíbaros que los custodian, en los que el etnólogo, húngaro Janos Moricz había hallado una auténtica biblioteca de planchas de metal. En ellas estaba grabada con signos y escritura ideográfica la relación cronológica de la historia de la Humanidad, el origen del hombre sobre la Tierra y los conocimientos científicos de una civilización extinguida. Por los testimonios recogidos, a partir de allí partían dos sendas subterráneas principales. Una se dirigía al Este hacia la cuenca amazónica en territorio brasileño, y la otra se dirigía hacia el Sur, para discurrir por el subsuelo peruano hasta Cuzco, el lago Titicaca en la frontera con Bolivia, y finalmente alcanzar la zona lindante a Arica, en el extremo norte de Chile.

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