Abrid los ojos hacia vosotros mismos y mirad en el infinito del espacio y el tiempo. Oireis que alli vuelven a resonar el canto de los astros, la voz de los numeros y la armonia de las esferas. Cada sol es un pensamiento de dios y cada planeta una forma de ese pensamiento, y es para conocer el pensamiento divino que vosotras almas descendereis y remontareis penosamente el camino de los siete planetas y de los siete cielos suyos. HERMES TRISMEGISTO


Lo que la oruga ve como el final de la vida, el maestro lo llama una mariposa. RICHARD BACH

DEDICATORIA

Allí, donde habitan las mariposas, lo hacen tambien las hadas y los angeles, la verdad y la ilusion, la alegria, el amor, la dulzura y la fantasia; los mas bellos sueños y la esperanza.

Es el lugar donde los rios son de miel y las montañas de plata y diamantes; donde los seres alados bailan moviendose al ritmo de la musica de George Harrison y el aroma del Padmini; donde puedo descansar en grandes almohadones de plumas tejidos con hilos de seda y oro. Es mi refugio, y el de muchos que sueñan encontrarlo, sin saber aún que son mariposas.

Este blog esta dedicado a todos ellos y ojala puedan disfrutarlo como parte de su camino hacia el lugar donde habitaron o habitaran algun dia


Parameshwary
Enero 2009


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los cuatro acuerdos de la sabiduria Maya

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Secretos Parameshwary

lunes, 23 de junio de 2014

Una Síntesis de Unidad.







¿Qué es técnicamente hablando la Unidad cuando la referimos, tal como es de rigor, a la relación entre el hombre y la Divinidad?
Yo diría que es la incorporación del fragmento humano perdido en la inmensidad del tiempo dentro de la gran Vasija divina de la cual formaba parte.
 Esta idea la hemos expuesto ya en páginas anteriores, pero resulta tan gráfica que no he resistido el deseo de repetirla. Lo que seguramente merecerá una idea nueva o un nuevo y más incluyente símbolo es cómo y de qué manera el fragmento ha llegado a reconstruirse dentro de la Absoluta Medida de la Creación divina, lo cual quiere significar que deberemos abordar el tema singularmente místico de Sendero o referimos científicamente a las leyes de la evolución, tal como son apreciadas desde el ángulo del observador inteligente en la vida del Universo.

El Sendero indica dirección, extensión y cumplimiento y toda unidad de vida y de conciencia -sea cual sea su grado de integración espiritual- viene impelida desde sus cósmicas e inmortales raíces por un propósito insigne que dirige su existencia mortal como fragmento por una extensión más o menos dilatada de espacio dentro del tiempo kármico del planeta, persiguiendo un grado específico de cumplimiento, el cual, naturalmente, estará de acuerdo con la intensidad del propósito espiritual y la duración o permanencia del mismo bajo una definida forma en el seno de aquella extensión temporal. Jugando con estos tres factores podríamos programar no solamente una imagen psicológica del fragmento, fuese cual fuese su grado de integración, sino que al propio tiempo podríamos afirmar que todo cuanto existe de pequeño o de grande en la vida del Universo, forma parte de un destino común y que todo evoluciona proporcionalmente de acuerdo con una INTENCIÓN infinita, más allá de nuestra humana comprensión, pero que fija o establece para cada ser, para cada especie, raza o reino un Arquetipo de perfección a través del cual se realizan las aspiraciones, intenciones o voluntades del insigne y eternamente desconocido Creador universal.

Vemos así que todo Sendero, subhumano, humano o superhumano persigue constantemente un Arquetipo de perfección, siendo los esfuerzos de cada especie viviente hacia esta Meta instintiva o intuitivamente reconocida, lo que técnicamente llamamos Sendero. El Sendero, por tanto, es universal y no es el patrimonio exclusivo de la raza humana tal como parecen indicarlo los escritos sagrados provenientes de la más lejana antigüedad. Lo único que puede ser dicho al respecto es que el primer ser en la vida de la Naturaleza que hace conciencia de sí mismo y por ello es consciente del Sendero, es el ser humano y admitir que aún dentro de los seres humanos, el concepto que se tiene del Sendero es muy particular y personal y, por esta razón, muy distinto entre unos y otros. Esta diversidad de opiniones sobre un mismo sujeto de interés principal mantiene muy desunida todavía a la gran familia humana y es causa de grandes luchas y contradicciones en el orden social imperante. Subsiste, sin embargo y como esencia, el sentimiento íntimo de soledad que sólo cederá o será adecuadamente interpretado cuando el ser humano se conozca mejor a sí mismo y vaya identificándose con la fuente de paz de su propio corazón. El corazón, ya se le considere como un órgano esencial del cuerpo físico, en su aspecto etérico de chacra cardíaco o como centro continente del Santo Grial de su existencia organizada, es la sede del poder divino y del mismo arranca la potencia ígnea que inflama la mente y la orienta hacia el descubrimiento de la Verdad espiritual y a la conquista de la propia inmortalidad.

No puede ser dejado de lado el corazón cuando tratemos de alcanzar el entendimiento natural del sentido de Síntesis o de Unidad interna. Hasta aquí -salvo en las raras y poco numerosas huestes de los seres humanos que conquistaron el Reino de Dios- a la mente humana se le ha asignado un sentido integrador o de síntesis y es así que a través del tiempo hemos asistido a un proceso de incesante acopio de conocimientos, exotéricos y esotéricos, que sobrecargaron la mente y la descompensaron del equilibrio natural que tiene la misión de revelar. La estela que dejaron tras de sí los Conocedores de todos los tiempos fue sin embargo beneficiosa, porque la humanidad estaba siguiendo un proceso de desarrollo intelectual y todas las ideas y los conocimientos adquiridos le depararon una mejor comprensión de su vida personal, de sus ambientes y de sus circunstancias kármicas. No obstante, el corazón -salvo en las naturalezas potentemente místicas- quedó relegado siempre a un segundo término y sujeto a las veleidades humanas, cuyos conceptos de la Verdad y el estudio de las exposiciones teológicas y religiosas lo habían reducido casi a una función meramente fisiológica. Ahora, sin embargo, los tiempos son absolutamente distintos de los de antaño y el corazón debe ser espiritualmente rehabilitado. El ser humano ha crecido internamente en una cierta medida y dentro de su desarrollo intelectual habrá notado quizás con mayor profundidad y comprensión, que los conocimientos adquiridos a través de la mente, si bien muy interesantes y precisos, no fueron lo suficientemente importantes como para depararle paz y serenidad en momentos cruciales de su existencia kármica, ni para acallar en su ánimo aquel íntimo, desconocido e inenarrable sentimiento de soledad o de aislamiento que surgía inesperadamente del centro mismo de las más complejas y elaboradas ideas.

El sentido del corazón -tal como esotéricamente se define a veces a la capacidad intuitiva del hombre- hace sentir frecuentemente su suave y benéfica presión sobre la personalidad humana y sus efectos místicamente reconocidos, se demuestran en forma de una acusada e irresistible tendencia hacia la libertad individual. Se nos dice así que cuando el corazón ha rebasado en una cierta medida su capacidad de resistencia al frío razonamiento intelectual, se produce una gran crisis en la vida del hombre. Esta crisis es el clamor invocativo del alma la cual, a través del corazón que es el asiento divino de Síntesis, exige una especial atención de parte del ser humano, una inapelable respuesta a un sinnúmero de solicitaciones espirituales surgidas en el transcurso del tiempo. Todos hemos sentido alguna vez, en momentos realmente cumbres de nuestra existencia, el aliento íntimo de esta muda solicitación causal... pero, ¿cuántos de nosotros respondimos adecuadamente a la misma?

Démonos cuenta, sin embargo, que estas mudas solicitaciones espirituales del corazón se expresan en forma de un sentimiento muy profundo e inenarrable de soledad, una soledad o un senti do de aislamiento que no todos tendremos quizás el valor de afrontar serenamente en el fragor de la existencia cotidiana. La mayoría de nosotros recurriremos a lo mejor a los textos de los libros sagrados a los cuales hicimos anteriormente referencia o a alguna autoridad espiritual para mitigar nuestro íntimo sentimiento de soledad o endulzar aquel desconsolador pasaje de nuestra vida psicológica, es decir, que en lugar de hacer frente a la realidad actual que es fresca, vívida y trascendente, volvemos los ojos al pasado, a la tradición, a los conceptos fríos de la mente y a la vacuidad de los argumentos de la fe dogmática... Como consecuencia de ello, la flor del corazón vuelve a cerrarse y el imperativo de la mente domina los sentidos, pero no calma la angustia del corazón ni resuelve el misterio de la propia soledad. Cuántas veces en el devenir de nuestra existencia habremos cerrado voluntariamente nuestros oídos a esta voz invocativa del corazón, temerosos de perder nuestras conquistas materiales, limitados por la incertidumbre de nuestra vida psicológica o condicionados por el miedo ante cualquier posible anatema de carácter religioso.

La Verdad, que en estas crisis del alma se expresa como soledad, ha sido sofocada en nuestro interior y seguramente pasará mucho tiempo antes de que el corazón vuelva a hacer sentir su presencia y a reclamar la atención de nuestro ser. Debo afirmar, sin embargo, y no me mueve a hacer esta declaración otro motivo que el de exponer mi propia experiencia, que llegará un momento en nuestra vida en que el dolor de la soledad interna será tan agudo y tan intenso el sentimiento de separatividad, que forzosamente deberemos atender aquella VOZ muda y silenciosa del corazón, dejando de recurrir definitivamente a las formulaciones artificiosas de la mente con su compleja estructura de frías verdades teológicas y afrontando el reto de la propia Verdad, la única que puede liberarnos del sentimiento angustioso de soledad y dotarnos de valor espiritual.

La soledad del corazón tiene un significado muy profundo de síntesis y no habrá unión posible con la Divinidad, el objetivo final del Yoga, si no se afronta abiertamente y sin intermediario alguno, ya que nadie puede sofocar la angustia del corazón salvo la comprensión de la propia soledad y del misterio que se oculta tras el sentimiento íntimo de separatividad y aislamiento. La mente, ante la alternativa del corazón solitario, ha de quedar serenamente expectante, siguiendo el proceso con atención, aunque sin intervenir directamente por medio de los habituales sistemas de disciplina a los cuales está tan habituada.

"La expectación serena de la mente -tal como decía un gran Maestro de la Jerarquía- es la avenida que conduce a la Síntesis, al Corazón". Síntesis, según el sentido cabal del término, implica equilibrio, culminación de esfuerzos y el logro de un definido objetivo de carácter superior. En el caso del alma supremamente anhelante, dotada de una gran experiencia espiritual y capacitada, por tanto, para afrontar el dilema de la propia soledad, Síntesis adopta el carácter de una culminación iniciática, la conquista de aquella Meta constantemente cambiante que traslada la conciencia de plano en plano y de esfera en esfera hasta convertir el ser humano en una entidad divina, libre -tal como místicamente se dice- del polvo de la tierra.

Es así como la Síntesis, convertida en sentimiento inefable de unidad, se adueña del corazón y lo redime de la angustia de la propia soledad, elevándole al monte Everest de la conciencia y mostrándole al Iniciado la extensa y maravillosa panorámica del valle trascendido de las ilusiones personales y de todos los conflictos kármicos.



Capítulo 3 - Una Síntesis de Unidad
Introducción al Agni Yoga - Por Vicente Beltrán Anglada





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