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Desde la antigüedad el ser humano ha tenido la sensación de que hubo una Edad de Oro en su prehistoria. Pero no puede basarse en recuerdos humanos, ya que esta época habría tenido lugar en tiempos muy remotos, en que se supone que el ser humano era demasiado primitivo como para conservar cualquier información para generaciones futuras. Si la Humanidad retuvo de algún modo una sensación subconsciente de haber vivido en una era feliz, tal vez se deba a que estos relatos de esa era no se los contaron a la Humanidad los seres humanos que les precedieron, sino los misteriosos nefilim (“los caídos”), unos seres que se mencionan varias veces en la Biblia. Según el Génesis serían los descendientes de los «hijos de Dios», tal vez ángeles, y las «hijas de los hombres» que vivían antes del diluvio. Se usa el mismo nombre para referirse a unos gigantes que habitaban en Canaán en el momento de la conquista israelita. El término Edad de Oro proviene de la mitología griega y fue recogido por primera vez por el poeta griego Hesíodo. Se refiere a la etapa inicial de las edades del hombre, en la que se supone vivió en un estado ideal, cuando aparentemente la humanidad era inmortal. La Edad de Oro se considera que acabó con un acontecimiento devastador, que trajo consigo la caída del hombre. La idea de una Edad de Oro aparece por vez primera en el poema los Trabajos y días, de Hesíodo, a mediados del siglo VIII a. C. Según el poeta griego se trató de la primera edad mítica, el tiempo de «una dorada estirpe de hombres mortales», que «crearon en los primeros tiempos los inmortales que habitaban el Olimpo. Vivieron en los tiempos de Crono, cuando reinaba en el cielo». Hesíodo describe otras cuatro eras que sucedieron a la Edad de Oro según un orden cronológico. Se trataría de la Edad de Plata, la Edad de Bronce, la Edad de los Héroes y la Edad del Hierro.
La mítica Edad de Oro está en la base de «toda la historia del pensamiento griego, alimentando los sueños de los que, por diversas razones, rechazan el mundo en que viven». La Edad de Oro no conoce ni la guerra, ni el trabajo, ni la vejez, ni la enfermedad, puesto que las personas mueren en un sueño pacífico. La tierra produce bienes en cantidad suficiente para satisfacer todas las necesidades y, por consiguiente, no hay razón para que surja ningún conflicto, por lo que los hombres de la Edad de Oro llevan una vida tranquila y feliz. El mito de la Edad de Oro aparece también en el diálogo Político de Platón: “No había en absoluto constitución, ni posesión de mujeres ni de niños, porque desde el seno de la tierra es de donde todos remontan a la vida, sin guardar ningún recuerdo de sus existencias anteriores. En lugar de esto, poseían en profusión los frutos de los árboles y de toda una vegetación generosa, y los recogían sin necesidad de cultivarlos en una tierra que se los ofrecía por sí misma. Vivían frecuentemente al aire libre, sin cama ni vestidos, ya que las estaciones eran de un clima tan agradable que no les ocasionaban molestias, y sus lechos eran nobles entre la hierba que crecía en abundancia“. Algunas obras representan la vida en una imaginaria Arcadia como continuación de la vida en la Edad de Oro, ya que los pastores de tales tierras no permitieron que la civilización los corrompiese. El poeta latino Ovidio también habla de las diferentes edades del hombre en Las metamorfosis. La Edad de Oro tuvo lugar inmediatamente después de la creación del hombre, cuando Saturno gobernaba el cielo, por lo que igualmente se la llamaba reinado de Saturno, que se cree era un tiempo de inocencia, de justicia, de abundancia y de bondad. La Tierra gozaba de una primavera perpetua, y los campos fructificaban sin necesidad de que los cultivasen. Pero Saturno fue lanzado a las tinieblas del Tártaro y Júpiter se convirtió en el amo del mundo, con lo que comenzó la Edad de Plata. Este tema se encuentra igualmente en las evocaciones de la Edad de Oro por parte de otros autores y poetas latinos, como Tíbulo, en una de sus elegías, y Virgilio, en las Geórgicas.
No sólo la literatura ha recogido la idea de una Edad de Oro, sino que la pintura acogió el tema, a partir del Renacimiento, usando sobre todo el símbolo del laurel. En el siglo XVII también se convirtió en un tema literario, y permaneció como un tema popular de tipo legendario. La Edad de Oro (The Golden Age) es también el título de una obra del escritor estadounidense Gore Vidal; así como de una película del cineasta hispano-mexicano Luis Buñuel. La Iglesia Católica nunca negó el mito de la Edad de Oro. Los Padres de la Iglesia, sobre todo san Agustín y san Ambrosio, no dudaban de que en un principio Dios había creado el mundo para que sus riquezas fueran comunes a todos los hombres. Pero el pecado original había destruido este orden natural primitivo, obligando al hombre a trabajar y causando la desigualdad entre los hombres. La Iglesia aceptó esta desigualdad, en que sólo una élite de clérigos o laicos podía soñar con encontrar estas formas comunitarias e igualitarias que se encarnaban en la vida monástica. Pero, a principios del siglo XIV, cuando las bases laica y eclesiástica de la sociedad feudal comienzan a resquebrajarse, la idea de un retorno a la igualdad natural se presenta para algunos como la única solución a los males de su tiempo, y el mito de la Edad de Oro va a verse reforzado. Probablemente el movimiento de los taboritas de Bohemia sea el más representativo de esta tendencia. Después de su fracaso renació en Alemania en el siglo XVI bajo el impulso del reformador Thomas Münzer y tuvo su epígono en el movimiento de los anabaptistas de Münster.
Los taboritas eran miembros de una comunidad cristiana considerada herética por la Iglesia católica. Se encontraban en la ciudad bohemia de Tábor durante las guerras husitas del siglo XV. El movimiento de reforma religiosa en Bohemia dio lugar a varias sectas. Las sectas eran las taboritas, orebitas, utraquistas, pragueros y adamitas, doctrina herética y la más radical, surgida en el siglo II en el norte de África y que pretendía, mediante la práctica del nudismo, retornar a la inocencia originaria del Edén descrita en el Génesis. Algunos autores piensan que la pintura de Hieronymus Bosch El jardín de las delicias podría ser una representación de la mitología adamita, ya que la secta de los Hermanos del Libre Espíritu, que seguían sus principios, estaba en la población de Bolduque, donde residía el pintor. Debido a que el ímpetu de la revolución nació a partir de la quema de Jan Hus, algunos escritores han puesto a estas sectas el nombre global de husitas. Económicamente fuertes debido al control de las minas de oro locales, los ciudadanos se unieron a los campesinos para desarrollar una sociedad de tipo comunista. Los taboritas anunciaron la llegada del milenio de Cristo, en el cual no habría más criados ni amos. Prometieron que la gente volvería a un estado de inocencia original. La teología taborita representó una de las salidas más radicales a la iglesia medieval jerárquica. Rechazaron el aparato externo de la iglesia, que consideraban corrompido, e insistieron en regirse únicamente por la autoridad de la Biblia. Aunque los teólogos de los taboritas eran versados en teología escolástica, estuvieron entre los primeros intelectuales en romper con los viejos métodos escolásticos. Eran particularmente entusiastas en sus prácticas religiosas y, como otras corrientes religiosas de la época, consideraban que era su deber matar a todos los “herejes“, es decir, a los no taboritas. Algunos de los teólogos taboritas más destacados fueron Mikuláš Biskupec de Pelhřimov y Prokop Veliký, que murió en la batalla de Lipany. Las ideas teológicas radicales tempranas de los taboritas fueron representadas por Petr Kanis y Martin Huska.
El ejército taborita fue mandado por Jan Žižka, general checo y seguidor de las ideas de Jan Hus, que con sus tropas defendió Bohemia del ejército del emperador Segismundo de Hungría y que llegó a ser emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Žižka era partidario de la clemencia con los vencidos, y después de una batalla, cuando su ejército lo desobedeció y mató a muchos prisioneros, Žižka ordenó a sus tropas que oraran por el perdón. Esta experiencia le inspiró para escribir un código de conducta militar famoso, basado en parte en el libro bíblico del Deuteronomio. Žižka dejó a los taboritas porque esta comunidad se hizo demasiado radical para sus creencias, y asumió entonces la dirección de los orebitas, más moderados, en Hradec Králové. Las numerosas cruzadas contra los husitas, taboritas y orebitas pusieron en segundo plano sus diferencias y cooperaron a menudo militarmente para derrotar las cruzadas puestas en marcha contra Bohemia. Una vez la amenaza exterior fue alejada por las victorias husitas, las diversas facciones se volvieron una contra la otra. Finalmente, tras 20 años de luchas, el poderío de los taboritas fue resquebrajado en la batalla de Lipany, el 30 de mayo de 1434, en la cual cayeron 13.000 de sus 18.000 soldados. En 1437 firmaron el tratado de paz con Segismundo. Aunque los taboritas dejaron de desempeñar un papel político importante, su pensamiento teológico influyó fuertemente la fundación y el desarrollo posterior de la Hermandad de Moravia, iglesia evangélica pre-luterana, en 1457. Una idea parecida puede encontrarse en las tradiciones religiosas y filosóficas de Asia. Por ejemplo, los Vedás, antiguos textos hinduistas escritos en sánscrito, concebían la historia en forma cíclica, con alternancia entre las edades oscuras y las de oro, representadas por satiá iugá (edad de oro), treta iugá (edad de plata), dwapara iugá (edad de bronce) y kali iugá (edad de hierro), que se corresponden con las cuatro edades griegas. Creencias similares pueden encontrarse en el antiguo Oriente medio y a través de todo el mundo antiguo.
Según Giorgio de Santillana, filósofo y profesor de historia de la ciencia en el MIT, así como coautor del libro El molino de Hamlet (Hamlet’s Mill), hay cerca de 200 mitos e historias en una treinta culturas antiguas que hablan de un ciclo de edades ligadas al movimiento de los cielos. Algunos creyentes utópicos sostienen que la Edad de Oro volverá después de un período de decadencia. Otros consideran, en particular los hindúes, que la Edad de Oro volverá gradualmente como una consecuencia natural de las cambiantes eras (iugás). El único relato completo de los acontecimientos que le acaecieron al ser humano, después de su traslado a la Morada de los Dioses, en Mesopotamia, es el relato bíblico de Adán y Eva en el Jardín del Edén: “Y la Deidad Yahveh plantó un huerto en Edén, en el este; y puso allí al Adán al cual había creado. Y la Deidad Yahveh hizo crecer del suelo todo árbol que es agradable a la vista y bueno para comer. Y el Árbol de la Vida estaba en el huerto y el Árbol del Conocimiento del bien y del mal. Y la Deidad Yahveh tomó a Adán y lo puso en el Jardín del Edén para que lo trabajara y lo cuidara. Y la Deidad Yahveh mandó al Adán, diciendo: ‘De cualquier árbol del huerto comerás; pero del Árbol del Conocimiento del bien y del mal no comerás de él; pues a partir del día en que comas sin duda morirás’“. Aunque se podía disponer de dos frutos vitales, los humanos tenían prohibido tomar el fruto del Árbol del Conocimiento. Hasta ese momento, a la deidad Yahveh no parecía preocuparle que el hombre pudiera probar el Fruto de la Vida. Sin embargo, el hombre no pudo respetar esta prohibición y devino la tragedia. La idílica imagen no tardó en dar paso a unos acontecimientos dramáticos, que los eruditos bíblicos y los teólogos llaman la Caída del Hombre. Es un relato de mandatos divinos desobedecidos, de mentiras divinas, de una astuta serpiente, así como del castigo y el exilio. La serpiente desafió las solemnes advertencias de Dios: “Y la Serpiente dijo a la mujer: ¿De verdad la Deidad os ha dicho: No comáis de ningún árbol del huerto? Y la mujer le dijo a la Serpiente: De los frutos de los árboles del huerto podemos comer; es del fruto del árbol que hay en mitad del huerto que la Deidad ha dicho: No comeréis de él, ni lo tocaréis, no sea que muráis. Y la Serpiente le dijo a la mujer: De ningún modo, sin duda no moriréis; es que la Deidad sabe bien que el día que comiereis los ojos se os abrirán y seríais como la Deidad, conocedores del bien y el mal. Y la mujer vio que el árbol era bueno para comer y que era apetecible de contemplar; y el árbol era deseable para lograr sabiduría; y tomó de su fruto y comió, y dio también a su pareja, y él comió. Y los ojos de ambos se abrieron, y supieron que estaban desnudos; y cosieron hojas de higuera, y se hicieron taparrabos“.
Es verdaderamente un extraño relato. A pesar de la prohibición, bajo amenaza de muerte, de tocar siquiera el Fruto del Conocimiento, los dos humanos son persuadidos para dar el paso y comerse aquello que les permitiría «conocer» como la Deidad. Y, sin embargo, todo lo que sucedió fue que, repentinamente, se dieron cuenta de que estaban desnudos. De hecho, el estado de desnudez es un aspecto importante en todo este incidente. El relato bíblico de Adán y Eva en el Jardín del Edén se inicia con la afirmación: «Y ambos estaban desnudos, el Adán y su compañera, y no estaban avergonzados». Tenemos que suponer que Adán y Eva estaban en un estadio del desarrollo humano inferior al de unos seres humanos plenamente desarrollados. No sólo estaban desnudos, sino que no eran conscientes de las implicaciones de tal desnudez. Analizando en más detalle el relato bíblico, Zecharia Sitchin sugiere que el tema tratado aquí es el de la adquisición por parte del ser humano de algún conocimiento relacionado con el sexo masculino y femenino; pues, tan pronto como Adán y Eva adquirieron el «conocimiento», «supieron que estaban desnudos» y se cubrieron los órganos genitales. Por lo tanto, no parece que el «conocimiento» que se le impedía al hombre no era algún tipo de información científica. Lo que aparece a continuación en la narración bíblica confirma la conexión entre desnudez y falta de conocimiento, pues la Deidad Yahveh enseguida asocia una cosa con otra: “Y ellos oyeron el sonido de la Deidad Yahveh caminando en el huerto con la brisa del día, y el Adán y su compañera se escondieron de la Deidad Yahveh entre los árboles del huerto. Y la Deidad Yahveh llamó al Adán y dijo: ¿Dónde estás?. Y él respondió: Tu sonido oí en el huerto y tuve miedo, pues estoy desnudo; y me escondí. Y Él dijo: ¿Quién te ha dicho que estás desnudo? ¿Acaso has comido del árbol del que te mandé que no comieras?“.
En realidad Adán echó la culpa a su compañera, quien, a su vez, culpó a la Serpiente. Enormemente enojado, la Deidad maldijo a la Serpiente y a los dos humanos. Después, sorprendentemente, «la Deidad Yahveh hizo para Adán y su mujer prendas de pieles, y los vistió». No parece lógico que el propósito de todo el incidente, que llevó a la expulsión de los humanos del Jardín del Edén, fuera explicar de qué forma acabó por vestirse el ser humano. Ponerse ropa no era más que una manifestación externa del nuevo «conocimiento». La adquisición de tal «conocimiento», y los intentos de la Deidad Yahveh por privar al hombre de dicho «conocimiento», parece el tema central de aquellos acontecimientos. Aunque no se ha encontrado todavía ningún equivalente mesopotámico del relato bíblico, parece que el relato, como todo el material bíblico relativo a la Creación y a la prehistoria del Hombre, tenía un origen sumerio. Tenemos el emplazamiento, que sería la Morada de los Dioses en Mesopotamia. Y tenemos dos árboles importantes, el Árbol del Conocimiento y el Árbol de la Vida, al igual que en la morada de Anu. En la mitología sumeria, Anu era el dios del cielo, señor de las constelaciones, rey de los dioses, que vivía con su esposa, la diosa Ki (“tierra“), en las regiones más altas del cielo. Sus seguidores eran llamados los annunaki. Se creía que tenía el poder de juzgar a los que habían cometido delitos, y que había creado las estrellas como soldados para destruir a los malvados. Su atributo era la tiara real. Su sirviente y ministro era el dios Ilabrat. Fue uno de los más antiguos dioses del panteón sumerio, y formaba parte de una tríada de grandes dioses, junto a Enlil, dios del aire y la atmósfera, y Enki (o Ea), dios de la tierra o de los “cimientos“. Era considerado como el padre y primer rey de los dioses. Anu es asociado con el templo E-an-na de la ciudad de Uruk, en el sur de Babilonia y hay buenas razones para creer que este lugar sería la sede original del culto a Anu. Si esto fuese correcto, entonces la diosa Inanna (o Ishtar) de Uruk puede, en algún momento, haber sido su consorte. Su templo de Uruk se llamaba E-an-na (‘casa del cielo’). «En el cielo está Anu sobre su trono, revestido de todos los atributos de la soberanía: el cetro, la diadema, el tocado, el báculo». Las estrellas constituían su ejército. Simbólicamente, el rey recibía su poder directamente de Anu. Por eso le invocaban solo los soberanos y no el resto de los mortales. El equivalente semítico occidental de Anu sería el dios Ël. Y también parece tener equivalencia con el dios Dagón de los filisteos y fenicios.
Incluso las palabras de la Deidad Yahveh reflejan un origen sumerio, pues la Deidad hebrea se dirige (en plural) a colegas divinos que no aparecen en la Biblia, sino en los textos sumerios: “Entonces dijo la Deidad Yahveh: He aquí, el Adán ha venido a ser como uno de nosotros, a conocer el bien y el mal. Y ahora, ¿no podría alargar la mano y tomar parte también del Árbol de la Vida, y comer, y vivir para siempre?. Y la Deidad Yahveh expulsó al Adán del huerto del Edén“. Como se puede ver en muchas representaciones sumerias primitivas, hubo un tiempo en que el ser humano, como trabajador esclavo, servía a sus dioses desnudo. Estaba desnudo, tanto si servía a los dioses su comida y su bebida, como si trabajaba en los campos o en labores de construcción. La conclusión es que el estatus del ser humano en relación a los dioses no era muy diferente del de los animales domésticos. Supuestamente los dioses había mejorado genéticamente algún homínido existente para satisfacer sus propias necesidades, un comportamiento muy “humano“. Tal vez la falta de «conocimiento» implicaba que, desnudo como un animal, el ser recién creado se dedicaba al sexo como hacen los animales o incluso con animales. Algunas representaciones primitivas indican que éste pudo ser el caso. Algunos textos sumerios, como «La Epopeya de Gilgamesh», sugieren que el comportamiento en la relación sexual era lo que marcaba la distinción entre el Hombre-salvaje y el Hombre-humano. Hace unos cinco mil años, un rey llamado Gilgamesh gobernó la ciudad mesopotámica de Uruk. Pronto se convirtió en héroe y dios, y sus gestas lo hicieron protagonista de la primera epopeya de la historia, centrada en su desesperada búsqueda de la inmortalidad. En ella aparece, por primera vez, el tema del diluvio universal. Gilgamesh pronto entró en la leyenda, convertido en protagonista de la primera epopeya de la historia, un dramático relato sobre la búsqueda de la inmortalidad. El escriba Sin-leqi-unnini («Dios Sin, acepta mi plegaria») acaba de trazar unas palabras en lengua acadia sobre una tablilla de barro fresco: «Aquel que todo lo ha visto, que ha experimentado todas las emociones, del júbilo a la desesperación, ha recibido la merced de ver dentro del gran misterio, de los lugares secretos, de los días primeros antes del Diluvio. Ha viajado a los confines del mundo y ha regresado, exhausto pero entero. Ha grabado sus hazañas en estelas de piedra, ha vuelto a erigir el sagrado templo de Eanna y las gruesas murallas de Uruk, ciudad con la que ninguna otra puede compararse».
Sin-leqi-unnini evoca las portentosas murallas de la ciudad y, dirigiéndose al lector, se aplica otra vez a escribir: «Mira cómo sus baluartes brillan como cobre al sol. Busca su piedra angular y, debajo de ella, el cofre de cobre que indica su nombre. Ábrelo. Levanta su tapa. Saca de él la tablilla de lapislázuli. Lee cómo Gilgamesh todo lo sufrió y todo lo superó». Así empieza la primera epopeya de la historia, el Poema de Gilgamesh. Sin-leqi-unnini quizás lo escribió hacia el 1400 a.C. Pero no es el creador de la obra. El relato que pone por escrito se hunde en la noche de los tiempos, seguramente más de mil años atrás. Hace aproximadamente unos seis milenios, en lo que hoy es Irak, se extendía la fértil llanura mesopotámica, atravesada por los ríos Éufrates y Tigris. En el sur de esa llanura, en el país de Sumer, se levantaba la imponente Uruk, cuna de su todopoderoso rey Gilgamesh. Por sus hechos y su fama, este personaje pasó muy pronto a la categoría de mito, convertido en protagonista de un ciclo de poemas sumerios que cristalizaron en la magna composición que lleva su nombre. Sabemos que hacia 2700 a.C. existió un personaje, llamado Gilgamesh, que los más antiguos textos en escritura cuneiforme sitúan en Kullab, un barrio de Uruk, en calidad de sacerdote-rey. Gilgamesh también aparece en un famoso documento, la Lista real sumeria, redactada hacia el 1950 a.C., que atribuye la fundación de esta ciudad, emplazada en la orilla izquierda del Éufrates, al rey Enmerkar. De acuerdo con la Lista real sumeria, Gilgamesh perteneció a la dinastía I de Uruk. Fue su quinto soberano, reinó 126 años y le sucedió su hijo Ur-lugal. A Gilgamesh se le atribuía la construcción de las poderosas murallas de la ciudad, según menciona una inscripción del rey Anam de Uruk, datada hacia el 1825 a.C., y según recuerda el poema. Dichas murallas eran de estructura doble. Una exterior, de la que tan sólo restan trazas en el suelo, y otra interior, de unos 9,5 kilómetros de longitud y cinco metros de espesor, reforzada con más de 900 torres semicirculares. Sin-leqi-unnini organizó el Poema de Gilgamesh en once tablillas. Este genial sacerdote enriqueció el poema con otra narración sumeria que se ha hecho famosa, el relato del Diluvio. Los escribas asirios del tiempo del rey Assurbanipal, en el siglo VII a.C., dieron al texto su forma canónica, añadiéndole una tablilla. Esta versión fue archivada en la biblioteca del palacio del rey, en Nínive, descubierta en 1853 y cuyos materiales fueron enviados a Londres. Allí, en 1872, el joven investigador George Smith (1840 – 1876), asiriólogo inglés que logró traducir las tablillas y fragmentos del Poema de Gilgamesh.
En las doce tablillas del Poema de Gilgamesh se perfila a Gilgamesh como un héroe mítico, de una increíble altura de 5,60 metros, el doble que el bíblico gigante Goliat. Se dice que está compuesto en sus dos terceras partes de esencia divina, un concepto bastante genético, puesto que era hijo de Lugalbanda y de la diosa Ninsun, y que habla y se mueve entre los dioses como uno más de ellos. Dos serán las premisas de su actuación. Una será la búsqueda de la gloria, que intentará alcanzar junto a su amigo Enkidu, un humano salvaje, cuyo episodios son narrados en las seis primeras tablillas. Pero, sobre todo, Gilgamesh se enfrascará en la búsqueda de la inmortalidad, que tiene lugar en un contexto narrativo sombrío, caracterizado por la soledad y el temor a la muerte, y que se recoge de la tabilla séptima a la decimoprimera. A todo ello se añadió la doceava y última tablilla, que se refiere al Más Allá, sin conexión con el relato anterior, pero que permite a Gilgamesh ver el mundo que le espera tras su inevitable muerte. Cuando el pueblo de Uruk quiso civilizar al hombre-salvaje Enkidu, «el bárbaro de las profundidades de las estepas», se hicieron con los servicios de una «chica de placer» y la enviaron para que se encontrara con Enkidu en el hoyo de agua en el que solía entablar amistad con otros animales, para ofrecerle allí su «madurez». El texto da a entender que el punto crucial del proceso de «civilización» de Enkidu fue el que los animales con los que había entablado amistad le rechazaran a él. El pueblo de Uruk le dijo a la chica que lo importante era que no dejara de invitarlo hasta que «las bestias salvajes que crecían en su estepa lo rechazaran». El prerrequisito para considerar que Enkidu se había hecho humano era que había dejado la sodomía: “La muchacha liberó sus bestias, se desnudó el busto, y él tomó posesión de la madurez de ella. Ella invitó al salvaje a un trabajo de mujer“.
Aparentemente, la estratagema funcionó. Después de seis días y siete noches, «después de que él se llenara de los encantos de ella», se acordó de sus antiguos compañeros de juegos, los animales: “Se volvió hacia sus bestias salvajes; pero, al verlo, las gacelas huyeron. Las bestias salvajes de la estepa se alejaron de su cuerpo“. La información es bastante explícita. La relación sexual humana provocó un cambio tan profundo en Enkidu que los animales con los que tenía amistad «se alejaron de su cuerpo». No sólo huyeron, sino que también rehuyeron el contacto físico con él. Asombrado, Enkidu se quedó inmóvil durante un rato, «pues sus animales salvajes se habían ido». Pero no lamentó el cambio, pues, como explica el antiguo texto: “Ahora tenía visión, una comprensión más amplia. La prostituta le dice a él, a Enkidu: Tienes conocimiento, Enkidu; ¡te has hecho como un dios!“. Las palabras en este texto mesopotámico son casi idénticas a las del relato bíblico de Adán y Eva. Tal como había predicho la Serpiente, al comer del Árbol del Conocimiento, se habían convertido, en materia sexual, «como la Deidad -conocedores del bien y el mal». Pero si ello tan sólo significaba que el hombre había llegado a reconocer que tener relaciones sexuales con animales era incivilizado o malo, no se entiende la razón por la qué Adán y Eva fueron castigados por abandonar supuestamente la sodomía. El Antiguo Testamento está lleno de admoniciones contra la sodomía, aunque parece sorprendente que pudiera provocar la cólera divina. Supuestamente el «conocimiento» que el Hombre obtuvo en contra de los deseos de la Deidad Yahveh, o de una de las otras deidades, debe haber sido de una naturaleza más profunda. Se trataba, sin duda, de algo que era algo bueno para el Hombre, pero también de algo que sus creadores no deseaban que tuviera. Si leemos entre líneas la maldición contra Eva, podemos captar el significado del acontecimiento: “Y a la mujer le dijo: Multiplicaré enormemente tus sufrimientos por tu embarazo. Sufriendo tendrás los hijos, pero para tu compañero será tu deseo. Y el Adán llamó a su mujer Eva, pues ella fue la madre de todos los vivientes“. Este parece ser el acontecimiento trascendental que se nos transmite en el relato bíblico. Mientras Adán y Eva carecieron de «conocimiento», vivieron en el Jardín del Edén sin descendencia. Al obtener el «conocimiento», Eva consiguió la capacidad y el correspondiente dolor de quedarse embarazada y tener hijos. Solo después de que la pareja hubiera adquirido este «conocimiento», «Adán conoció a Eva, su mujer, y ella concibió y dio a luz a Caín».
Parece que, a lo largo de todo el Antiguo Testamento, el término «conocer» se utiliza para significar la relación sexual, normalmente entre un hombre y una mujer, con el propósito de tener hijos. El relato de Adán y Eva en el Jardín del Edén seguramente es la historia de un paso crucial en el desarrollo del ser humano, la adquisición de la capacidad de procrear. Tal vez los primeros representantes del Homo Sapiens no fueran capaces de reproducirse. Fuera cual fuera el método que supuestamente utilizaron los nefilim para infundir su material genético en la estructura biológica de los homínidos que seleccionaran para este objetivo, el nuevo ser no dejaba de ser un híbrido, un cruce entre dos especies que, aunque emparentadas, eran diferentes. Los mamíferos híbridos son estériles, como en el caso de la mula. A través de la inseminación artificial y métodos de ingeniería biológica, podemos producir tantas mulas como deseemos, incluso sin la relación sexual entre asno y yegua. Pero ninguna mula puede procrear y engendrar otra mula. Tal vez, al principio, los nefilim se dedicaban simplemente a producir híbridos humanos simplemente para satisfacer sus requerimientos. En las montañas del sur de Elam, situaba al este de Sumeria y Acad, en el actual suroeste de Irán, se encontró una roca tallada en la que hay una escena muy curiosa. En ella, hay una deidad sentada que sostiene un tipo de matraz de laboratorio, del cual que un líquido. Se trata de una representación de Enki. Junto a él, hay una Gran Diosa también sentada, postura que indica que se trata de una colaboradora más que de una esposa. Se considera que es Ninhursag, la Diosa Madre. Ambos están flanqueados por diosas menores. Delante de estos creadores del hombre, hay filas y filas de seres humanos, cuyo rasgo más notable es que todos ellos parecen iguales, como hechos en un mismo molde. Otro relato sumerio habla de los machos y las hembras imperfectos que engendraron en sus inicios Enki y la Diosa Madre, seres que o bien no tenían sexo o eran sexualmente incompletos. Tal vez recuerda una primera fase en que existía un híbrido humano, un ser a imagen y semejanza de los dioses, pero sexualmente incompleto y, por lo tanto, carente de «conocimiento».
Después de que Enki pudiese hacer un «modelo perfecto», llamado Adapa o Adán, en los textos sumerios se describen técnicas de producción en masa de seres humanos. Se habla de la implantación de óvulos genéticamente tratados, en una aparente producción en serie por parte de diosas del nacimiento, sabiéndose de antemano que la mitad engendrarían varones y la otra mitad hembras. Esto no sólo implica que el híbrido humano fue manufacturado, sino también que el ser humano quizás no procreara en aquella época por sí mismo. Se ha descubierto recientemente que la incapacidad de los híbridos para procrear proviene de un déficit en sus células reproductoras. Aunque todas las células contienen sólo una serie de cromosomas hereditarios, el hombre y otros mamíferos pueden reproducirse porque tienen dos series de cromosomas en sus células sexuales, provenientes del esperma masculino y del óvulo femenino. Pero los híbridos carecen de este rasgo. En la actualidad se están haciendo pruebas en ingeniería genética para proporcionar a los híbridos una doble serie de cromosomas en sus células reproductoras, con el fin de dotarlos de capacidad reproductiva. Tal vez fue esto lo que la famosa Serpiente bíblica hizo con la Humanidad. La Serpiente bíblica evidentemente no era una simple serpiente, pues pudo conversar con Eva, sabía la verdad acerca del tema del «conocimiento» y debía tener la suficiente categoría como para desafiar a la Deidad Yahveh. En casi todas las tradiciones de la antigüedad, la deidad jefe combatía con un adversario serpiente, un relato mítico cuyas raíces se remontan, probablemente, a los dioses sumerios. El relato bíblico revela muchas pistas de su origen sumerio, como la presencia de otras deidades «El Adán se ha hecho como uno de nosotros». La posibilidad de que los antagonistas bíblicos, la Deidad y la Serpiente, sean Enlil y Enki, parece bastante probable. Según Sitchin, su antagonismo se origina en el momento de la transferencia del mando de la Tierra a Enlil, aunque Enki había sido el verdadero pionero. Se produjo un motín de los anunnaki en la Tierra dirigido contra Enlil y contra su hijo, Ninurta. El dios que habló a favor de los amotinados fue Enki. También fue Enki el que sugirió, y llevó a cabo, la creación del hombre, como trabajador esclavo en sustitución de los trabajadores anunnaki.
En los textos sumerios Enki emerge como el protector de la Humanidad, mientras que Enlil es el que le impone una dura disciplina a los nuevos seres. El papel de una deidad que desea mantener a los nuevos seres humanos reprimidos y solo dedicados a un trabajo de esclavos, contrasta con el de otra deidad que desea ofrecer a la Humanidad el fruto del «conocimiento». Ello encaja con los papeles de Enlil y Enki respectivamente. La palabra bíblica para serpiente es nahash. Pero esta palabra proviene de la raíz nhsh, que significa descubrir. Ello implica que nahash también podría significar «el que descubre cosas», un epíteto correspondiente a Enki, el científico jefe y el dios del conocimiento de los nefilim/anunnaki. Trazando paralelismos entre el relato mesopotámico de Adapa, que obtuvo el «conocimiento», pero fracasó en conseguir la vida eterna, y el destino de Adán, el asiriólogo británico Stephen Herbert Langdon, en su obra Semitic Mythology, reprodujo una imagen descubierta en Mesopotamia que se parece mucho al relato bíblico. Se trata de una serpiente enroscada en un árbol, señalando su fruto. Los símbolos celestes son significativos, ya que en lo alto está el planeta Nibiru, que simboliza a Anu, mientras que cerca de la serpiente esta el creciente de la Luna, que simboliza a Enki. Es relevante el hecho de que, en los textos mesopotámicos, el dios que finalmente concedía el «conocimiento» a Adapa era Enki: “Una considerable comprensión perfeccionó para él. La sabiduría [le había dado]. A él le había dado Conocimiento. La Vida Eterna no se la había dado“. Existe una historia ilustrada, grabada en un sello cilíndrico encontrado en Mari, antigua ciudad situada al oeste del Éufrates en la actual Tell Hariri (Siria), que es muy posible que represente una antigua versión mesopotámica del relato del Génesis. El grabado muestra a un gran dios sentado en un terreno elevado que emerge de las aguas, lo que parece ser una representación de Enki. Unas serpientes que echan chorros de agua salen de ambos lados del supuesto trono. Flanqueando a esta figura central, hay dos dioses con aspecto de árbol. El de la derecha, que tiene ramas que terminan con forma de pene, sostiene un cuenco donde, presumiblemente, se encuentra el Fruto de la Vida. El de la izquierda, cuyas ramas terminan en forma de vagina, ofrece ramas cargadas de fruto, representando al Árbol del «Conocimiento», posiblemente el don de la procreación dado por el dios. Al lado de esta figura, de pie, hay otro Gran Dios. Aparentemente se trata de Enlil, enfadado con Enki.
Nunca sabremos lo que provocó este conflicto en el Jardín del Edén. Pero, fueran cuales fueran los motivos de Enki, consiguió perfeccionar al ser humano y crear al Homo Sapiens, que, a partir de entonces, podría tener su propia descendencia. Después de que el ser humano adquiriera el «conocimiento», el Antiguo Testamento deja de referirse a él como «el Adán», y pasa a referirse a Adán, una persona concreta, que es presentado como el primer patriarca al que se refiere la Biblia. Pero esta mayoría de edad de la Humanidad implicó un cisma entre Dios y el ser humano. El hecho de que el hombre ya no fuese un simple siervo de los dioses, sino una persona independiente, no se atribuye en el Libro del Génesis a una decisión del hombre, sino a la imposición de un castigo por parte de la Deidad Yahveh. Para que el hombre no consiga escapar de la mortalidad, se le expulsará del Jardín del Edén. Y aparentemente la existencia independiente del hombre no comenzó en el sur de Mesopotamia, donde los nefilim habían establecido sus ciudades, sino en el este, en los Montes Zagros: «Y expulsó al Adán y le hizo vivir al este del Jardín del Edén». Los Montes Zagros constituyen la cadena montañosa más larga de Irak y de Irán. Se extienden a lo largo de 1500 kilómetros, desde el Kurdistán iraquí, en el noroeste de Irán, hasta el estrecho de Ormuz en el golfo Pérsico. Es paralela a la frontera occidental de Irán y se extiende a todo lo largo del oeste y suroeste de la meseta iraní. Así pues, una vez más, la información bíblica se acerca a los descubrimientos científicos, que nos dicen que la cultura humana comenzó en las zonas montañosas que bordean la llanura mesopotámica. Arrojado de la Morada de los Dioses y condenado a una vida mortal, pero capaz de procrear, el hombre se dedicó precisamente a ello.
En la Morada de los Dioses, el Olimpo griego, los dioses poseen palacios majestuosos, especialmente el palacio de Zeus, padre de los dioses y de los humanos. Este palacio había sido construido por Hefesto, dios del fuego y la forja, ocupando un lugar privilegiado. También otras deidades tenían palacios en tan idílico lugar. El Olimpo era el lugar apropiado para que se llevaran a cabo las asambleas de los dioses, con la presencia de las deidades superiores y de segundo orden. La falda del Olimpo, en cambio, estaba ocupada por efebos, ninfas, héroes y musas. En el Olimpo los dioses no sólo deliberan, sino que también se divierten. En el espléndido palacio de Zeus se reúnen, en ocasiones, para comer juntos. Hebe, la diosa de la juventud e hija de Zeus y Hera, les servirá el suave licor o néctar, pues tal es la misión que su padre Zeus le ha encomendado. Según la Ilíada, Hebe era la ayudante de los dioses. Llenaba sus copas con néctar, ayudaba a Hera a enganchar los caballos a su carro, y bañaba y vestía a su hermano Ares. Según la Odisea, se casó con Heracles tras la apoteosis de éste, siendo sustituida en sus labores por el joven príncipe troyano Ganimedes. Sin embargo, tradiciones posteriores contaban que con él había tenido dos hijos, Alexiares y Aniceto. Era una divinidad con el poder de rejuvenecer a los ancianos, como hizo en una ocasión con Yolao, cuando éste iba a luchar con Euristeo, o de envejecer a los niños, como hizo con los hijos de Alcmeón, para que pudiesen vengar su muerte en manos de los hermanos de su primera esposa, Arsíone. Fue adorada en Atenas, donde tenía un altar en el Cinosargo, cerca del de Heracles. Con el nombre de Ganimeda. Su equivalente en la mitología romana era Juventas, siendo tradición que los muchachos le ofrecieran una moneda cuando vestían por primera vez la toga de los adultos, la toga viril. Juventas fue adorada desde época muy temprana, pues su capilla en el Capitolio existía antes de que se construyese el templo de Júpiter. Pero, un fatídico día, la hermosa Hebe no pudo con un jarro atestado de líquido y se le resbaló de sus finas y delicadas manos, rompiéndose en mil pedazos. Este contratiempo trajo consigo la expulsión de Hebe, por parte de Zeus, en presencia de los demás dioses. A partir de entonces la sustituirá un bello muchacho. Se trata del joven efebo Ganímedes, conocido como “el copero de los dioses“, y el más bello de los mortales.
Durante sus banquetes, los dioses escuchaban la cítara melodiosa de Apolo y las dulces canciones de las nueve musas, las cuales habían llegado al Olimpo en el caballo Pegaso que, merced a sus alas, alcanzaba velocidades de vértigo. En la mitología griega, Pegaso era un caballo alado. Pegaso fue el primer caballo que llegó a estar entre los dioses, ya que era el caballo de Zeus, dios del Cielo y de la Tierra. Pegaso nació de la sangre derramada por Medusa cuando Perseo le cortó la cabeza. Medusa era una de las tres hermanas gorgonas, despiadados monstruos femeninos a la vez que deidades protectoras. Sus hermanas gorgonas eran Esteno y Euríale. Pegaso suele representarse en blanco o negro y tiene dos alas que le permiten volar. Una característica de su vuelo es que cuando lo realiza, mueve las patas como si, en realidad, estuviera corriendo por el aire. Según las fuentes clásicas, Perseo no llegó a volar montado en Pegaso, puesto que lo hacía gracias a unas sandalias aladas; sin embargo, muchos artistas renacentistas lo representaron volando en este caballo. Pegaso aparece relacionado fundamentalmente con el héroe Belerofonte, quien a lomos de Pegaso logró dar muerte a la Quimera, bestia de múltiples cabezas, entre ellas una de león y otra de cabra, que asolaba los territorios de Licia. Gracias a este corcel, Belerofonte pudo obtener igualmente una victoria sobre las amazonas. Belerofonte encarna la excesiva ambición. Cuando por fin consigue montar a Pegaso, no contento con esto, le obliga a llevarlo al Olimpo para convertirse en un dios. Pero Zeus, molesto por su osadía, envía a un insignificante mosquito que pica el lomo de Pegaso y precipita al vacío a Belerofonte sin matarlo, quedando lisiado y condenado a vagar apartado del resto del mundo toda su vida, recordando su gloria pasada. La leyenda de Pegaso puede haber influido la formación de la figura del buraq en la tradición islámica. Es uno de los equinos más célebres de la literatura junto con Rocinante, caballo de Don Quijote de la Mancha, Babieca, caballo del Cid, Bucéfalo caballo de Alejandro Magno, y el legendario caballo de Troya. Las musas eran, según escritores de la antigüedad, divinidades inspiradoras de la música y divinidades que presidían los diferentes tipos de poesía. Originalmente fueron consideradas ninfas inspiradoras ubicadas junto a las fuentes, cerca de las cuales eran adoradas. Tenían nombres diferentes en función del lugar, hasta que la adoración tracio-beocia de las nueve musas se extendió desde Beocia al resto de las regiones de Grecia y finalmente quedaría establecida globalmente.
En la mitología romana las musas terminaron siendo identificadas con las camenas, ninfas inspiradoras de las fuentes, aunque en realidad poco tenían que ver con ellas. En los poemas homéricos se considera a las musas diosas de la música y la poesía que viven en el Olimpo. Allí cantan alegres canciones durante las comidas de los dioses, y en el funeral de Patroclo cantaron lamentos. De la estrecha relación existente en Grecia entre la música, la poesía y la danza puede también inferirse que una de las ocupaciones de las musas era el baile. Como se las adoraba en el monte Helicón eran generalmente asociadas a Dioniso y la poesía dramática, y por esto eran descritas como sus acompañantes, compañeras de juego o niñeras. El poder que se les atribuye con más frecuencia es el de traer a la mente del poeta mortal los sucesos que ha de relatar, así como otorgarle el don del canto y darle elegancia a lo que recita. No hay razón para dudar de que los poetas más antiguos eran sinceros en su invocación a las musas y que realmente se creían inspirados por ellas. Al ser diosas del canto, están relacionadas con Apolo, el dios de la lira, quien también instruía a los bardos y era mencionado junto a ellas, incluso por Homero. En épocas posteriores Apolo es situado en muy estrecha relación con ellas, pues se le describe como jefe del coro de las musas con el epíteto Musageta. Otra característica de las musas es su poder profético, que les pertenece, en parte, porque eran consideradas como ninfas inspiradoras y, por otro lado, por su relación con Apolo, el dios profético de Delfos. De ahí que instruyeran, por ejemplo, a Aristeo en el arte de la profecía. Apolo personificaba la claridad y la luz y era hijo de Zeus. Era, después de éste, el más importante de los dioses del Olimpo y preservaba a los mortales de la oscuridad y del crimen. Apolo siempre llevaba su lira y en una ocasión colocó dos orejas de burro al legendario rey Midas, aquél que había pedido a los dioses que le concedieran el don de convertir en oro todo lo que tocara. La consecuencia fue que tuvo que retractarse, pues de lo contrario se hubiera muerto de hambre, ya que el oro no servía como alimento y el rey Midas había manifestado que prefería la música de la flauta de otros dioses al sonido armonioso de la lira de Apolo. Las diferentes deidades, para mantener en lo posible su semblanza con los humanos, se encontraban reunidas en el Olimpo y formaban una comunidad celestial, al frente de la cual se encontraba Zeus, rey de los dioses y padre de los hombres. Los dioses de los océanos y de las aguas debían obediencia a Poseidón y los dioses del inframundo y de la tierra debían obediencia a Hades, el dios de las profundidades y de los muertos, al que los mortales no le llamaban por su nombre, cuando desarrollaban ritos en su honor, por miedo a encolerizarlo. Preferían llamarle Plutón, porque todos los metales de la tierra le pertenecían, o Clímeno, título que se usaba con la sola intención de adularlo.
El primer Adán, de cuyos descendientes durante varias generaciones se ocupa el Antiguo Testamento, «conoció» a su mujer Eva, y tuvieron un hijo, Caín, que labraba la tierra. Después, Eva tuvo a Abel, que era pastor. Cuando llegó el tiempo de ofrecer un sacrificio a Dios, Abel presento a los primogénitos de las ovejas y Caín el trabajo de la tierra. “Pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya. Y se ensaño Caín en gran manera, y decayó su semblante“. Caín enloqueció de celos y mató a su hermano Abel. El Génesis dice que «Caín se levantó contra su hermano Abel y lo mató». Tras la muerte de Abel, Caín fue sentenciado por Dios a vagar por la tierra con una marca en la frente. Tiempo después, Caín fundó en la región de Nod, al oriente del Edén, la ciudad de Enoc, en honor a su hijo: «y construyó una ciudad, y le puso por nombre a la ciudad el nombre de su hijo». La ciudad de Erec, que fundó Nimrod y menciona el Génesis, es la Uruk que mencionan los Sumerios y de la cual se habla en leyendas tales como la epopeya de Gilgamesh. Se dice que fue fundada sobre una ciudad que ya existía antes del diluvio de Noé. Al parecer, esta Uruk o Erec fue fundada sobre la primera ciudad, llamada Enoc y que fundó Caín, es decir la primera ciudad del mundo. Según el Génesis, el pueblo de Caín se caracterizo por haber forjado el metal y ser violento. Enoc, a su vez, tuvo hijos, nietos y bisnietos. En la sexta generación después de Caín, nació Lamec. A sus tres hijos se les considera en la Biblia como los portadores de la civilización. Yabal «fue el padre de los que habitan en tiendas y crían ganado»; Yubal «fue el padre de los que tocan la lira y el arpa»; mientras que Túbal Caín fue el primer herrero. Pero Lamec, al igual que su antepasado Caín, también se vio involucrado en el asesinato, esta vez de un hombre y de un muchacho. Se puede afirmar que las víctimas eran personajes importantes, pues el Génesis trata ampliamente del incidente y lo considera un punto crucial en el linaje de Adán. La Biblia dice que Lamec llamó a sus dos esposas, madres de sus tres hijos, y les confesó el doble asesinato, diciendo: «Si Caín es siete veces vengado, Lamec será setenta y siete veces». Habría que aceptar que esta poco comprendida afirmación tenía que ver con la sucesión. Lamec parece admitir ante sus esposas que la esperanza de que la maldición de Caín quedará redimida con la séptima generación, la generación de sus hijos, se ha quedado en nada. Ahora, una nueva maldición, una maldición mucho más duradera, se le ha impuesto a la casa de Lamec.
Para confirmar que el acontecimiento tenía que ver con la línea de sucesión, los siguientes textos nos informan del establecimiento inmediato de un nuevo linaje, de un linaje puro: “Y Adán conoció a su mujer de nuevo, y ella dio a luz un hijo, y le puso por nombre Set [«fundación»], pues la Deidad ha fundado para mí otra semilla en lugar de Abel, al que mató Caín“. Lamec era hijo de Metusael y descendiente de Caín. Pero, sorprendentemente, su vida y la de su antecesor Adán parecen coincidir en el tiempo. O se refiere a otro Adán, o bien Adán vivió muchísimos años. Lamec es el primer polígamo del registro bíblico, pues tuvo dos esposas a la vez, Adá y Zilá. Con Adá tuvo dos hijos, Yabal y Yubal. Con Zilá llegó a ser padre de Túbal Caín así como de una hija llamada Naamá. El poema que Lamec compuso para sus esposas refleja el espíritu tremendamente violento de su tiempo. Decía: “Oigan mi voz, esposas de Lamec; presten oído a mi dicho: A un hombre he matado por haberme herido, sí, a un joven por haberme dado un golpe. Si siete veces ha de ser vengado Caín, entonces Lamec setenta veces y siete”. Con este poema Lamec presentaba un caso de defensa propia, y alegaba que su acto no había sido un asesinato deliberado, como en el caso de Caín, pues había matado en defensa propia al hombre que le había golpeado y herido. Por lo tanto, su poema era una petición de inmunidad a cualquiera que deseara vengarse de él por haber matado a su atacante. Parece que ninguno de los descendientes de Caín sobrevivió al Diluvio, lo que incluiría a la prole de Lamec. Pero en la Biblia tenemos otro Lemec, que sería descendiente de Set; hijo de Matusalén y padre de Noé. La vida de este otro Lamec curiosamente también se solapa con la de Adán. Lamec tenía fe en Dios, y después de dar a su hijo el nombre de Noé, pronunció las siguientes palabras: “Éste nos traerá consuelo aliviándonos de nuestro trabajo y del dolor de nuestras manos que resulta del suelo que Jehová ha maldecido”. Estas palabras se cumplieron cuando terminó la maldición sobre el suelo durante la vida de Noé. Este Lamec tuvo otros hijos e hijas, vivió setecientos setenta y siete años, y murió unos cinco años antes del Diluvio. Su nombre figura en la genealogía de Jesús, según Lucas. A partir de aquí, el Antiguo Testamento parece perder interés en la corrompida línea de Caín y de Lamec. El relato de los acontecimientos humanos se centra, a partir de entonces, en el linaje de Adán, pero solo a través de su hijo Set y del primogénito de Set, Enós, cuyo nombre ha adquirido en hebreo la connotación genérica de «ser humano».
«Fue entonces», nos dice el Génesis, «cuando se comenzó a invocar el nombre de la Deidad», en realidad de Yahveh. Esta enigmática frase ha desconcertado a los estudiosos bíblicos y a los teólogos a lo largo de los siglos. Viene seguido por un capítulo en que se da la genealogía de Adán a través de Set y Enós a lo largo de diez generaciones y finalizando con Noé, el héroe del Diluvio. Los textos sumerios, que describen los tiempos primitivos, cuando los dioses estaban en Sumer, describen con igual precisión la vida de los humanos en Sumer en un tiempo posterior, pero antes del Diluvio. El relato sumerio del Diluvio identifica a Noé con un «Hombre de Shurupak», la séptima ciudad fundada por los nefilim, cuando se supone llegaron a la Tierra. En la versión WB-62 de la Lista Real Sumeria se mencionan dos reyes de Shurupak. Ziusudra reinó durante 10 shar. Un shar se estima que son tres mil seiscientos años. Ziusudra está precedido en la lista real por su padre, Su.Kur.Lam, que ostentó también la realeza en Shurupak, rigiéndola durante 8 shar. Shurupak fue conocida en la tradición mesopotámica posterior por haber sido hogar del héroe del Diluvio mesopotámico, Ziusudra Utnapishtim, según el Poema de Gilgamesh, o de Atrahasis, según la tradición babilónica. Según este mito, Enlil, molesto con los seres humanos, decide destruirlos. Enki, advertido de sus intenciones y sabiendo que los dioses necesitan a los hombres para numerosos trabajos, informa a Atrahasis de que construya una barca en la cual, una vez comience la inundación, suban él y su esposa, guardando el semen de todas las especies animales. Cuando al fin se retiran las aguas, la pareja ofrece un sacrificio a los dioses, que estos reciben con agrado. Al final, los dioses crean nuevos seres humanos, reprenden a Enlil y otorgan la inmortalidad a Atrahasis y su esposa. En la versión sumeria de este mismo relato se menciona que Shurupak fue entregada al culto de Sud. Cuando sólo los dioses habitaban Nippur y el Hombre aún no había sido creado, Enlil conoció a la diosa que acabaría convirtiéndose en su esposa. Según una versión, Enlil vio a su futura novia mientras se estaba bañando en el riachuelo de Nippur -desnuda. Enlil reveló a su chambelán Nushku su ardiente deseo por «la joven doncella», que se llamaba Sud («niñera»), y que vivía con su madre en E.Resh («la casa perfumada»). Nushku le sugirió un paseo en barca y le trajo una barca. Enlil persuadió a Sud para salir a navegar con él y, una vez estuvieron en la barca, la violó. El antiguo relato cuenta entonces que, aunque Enlil era el jefe de los dioses, éstos se enfurecieron tanto por lo que había hecho que lo detuvieron y lo desterraron al Mundo Inferior.
En esta versión, Sud, embarazada con el hijo de Enlil, siguió a éste y se casó con él. Otra versión dice que Enlil, arrepentido, buscó a la joven y envió a su chambelán para que le pidiera a su madre la mano de la hija. De un modo o de otro, Sud se convirtió en la esposa de Enlil, y éste le puso el nombre de Ninlil. Pero lo que no sabían ni él ni los dioses que le desterraron es que no fue Enlil el que sedujo a Ninlil, sino al revés. Lo cierto es que Ninlil se bañó desnuda en el riachuelo siguiendo las instrucciones de su madre, con la esperanza de que Enlil, que solía pasear junto al arroyo, se percatara de la presencia de Ninlil y deseara poseerla. En algún momento, a los seres humanos, desterrados del Edén, se les permitió volver a Mesopotamia para vivir junto a los dioses, para servirles y adorarles. Aparentemente ello debió suceder en tiempos de Enós. Debió de ser entonces cuando los dioses permitieron a la Humanidad volver a Mesopotamia, para servir a los dioses «e invocar el nombre de la Deidad». El siguiente acontecimiento épico de la historia humana lo constituye el Diluvio bíblico. El Libro del Génesis nos da muy poca información, aparte de los nombres de los patriarcas que siguieron a Enós. Pero el significado del nombre de cada patriarca puede darnos alguna pista de los acontecimientos que tuvieron lugar durante el tiempo en que vivieron. El hijo de Enós, a través del cual continuó el linaje, fue Cainán («pequeño Caín»). Algunos estudiosos traducen el nombre por «herrero del metal». El hijo de Cainán fue Mahalalel («el que alaba a Dios»). Éste fue seguido por Jared («el que descendió»). Su hijo fue Henoc, o Enoc («el consagrado»), que a la edad de 365 años se lo llevó la Deidad Yahveh. Pero trescientos años antes, a la edad de 65 años, Henoc tuvo un hijo llamado Methuselah, o Matusalén. El hijo de Matusalén se llamó Lamec. Y Lamec tuvo como hijo a Noé. Parece ser que la Humanidad estaba pasando por grandes crisis cuando nació Noé, ya que la tierra que tenía que alimentarles estaba maldita. El escenario del Diluvio se estaba dibujando. Se trataba del trascendental acontecimiento que iba a borrar de la faz de la Tierra, no sólo a la raza humana sino a toda la vida: “Y la Deidad vio que la maldad del Hombre era grande en la tierra, y que todo deseo que ideaba su corazón era sólo mal, todos los días. Y la Deidad se arrepintió de haber hecho al Hombre sobre la tierra, y Su corazón se apenó. Y la Deidad dijo: Exterminaré al terrestre que he creado de la faz de la tierra“.
Evidentemente son unas graves acusaciones, que son presentadas como justificación para unas drásticas medidas que tenían que llevar al «fin de toda carne». Pero ni los estudiosos ni los teólogos encuentran respuestas satisfactorias en lo referente a los supuestos pecados que pudieran haber disgustado tanto a la Deidad Yahveh. El uso insistente del término carne, tanto en los versículos acusatorios como en las proclamaciones del juicio, sugiere, claro está, que los pecados tenían que ver con la carne. La Divinidad estaba apenada por el mal «deseo que ideaba el Hombre». Parece ser que el ser humano había descubierto el sexo, y lo utilizaba de manera desbocada. Pero resulta difícil de aceptar que la Deidad Yahveh decidiera barrer a la Humanidad de la faz de la Tierra, simplemente, porque los abusaban del sexo. Los textos mesopotámicos hablan claramente del acto sexual entre los dioses, por lo que no parece fuese algo extraño entre ellos. Hay textos en los que se describe el amor entre los dioses y sus consortes, el amor ilícito entre una doncella y su amante, o un sexo violento, como cuando Enlil violó a Ninlil. En muchísimos textos se habla abiertamente de la relación sexual entre los dioses, con sus consortes oficiales o con concubinas no oficiales, con sus hermanas, con sus hijas e, incluso, con sus nietas. Por ejemplo, hacer el amor con sus nietas era el pasatiempo favorito de Enki. Parece poco explicable que los dioses se hubiesen vuelto contra la Humanidad por comportarse como ellos mismos se comportaban. Nos da la impresión de que el móvil de la Deidad Yahveh no era meramente una cuestión de moral humana. La mayor parte del disgusto venía provocada supuestamente porque la corrupción se estaba difundiendo entre los mismos dioses. Visto bajo esta luz, el significado de los desconcertantes versículos iniciales del capítulo 6 del Génesis quedaría claro: “Y sucedió, cuando los terrestres comenzaron a crecer en número sobre la faz de la Tierra, y les nacieron hijas, que los hijos de los dioses vieron que las hijas de los terrestres eran compatibles; y tomaron para sí, por esposas a las que eligieron“. Estos versículos evidencian que cuando los hijos de los dioses empezaron a relacionarse sexualmente con la descendencia de los terrestres, fue cuando la Deidad Yahveh se enojó: “Y la Deidad dijo: Mi espíritu no protegerá al Hombre para siempre; después de extraviarse, él no es más que carne“.
Esta frase siempre ha sido un enigma. Pero si consideramos que la manipulación genética fue la que puso en marcha la creación del hombre, tal vez el perfeccionamiento genético de la Humanidad estaba empezando a deteriorarse. Quizá la Humanidad se había extraviado, volviendo a estar más cerca de sus orígenes animales. Es digno de tener en cuenta el énfasis que pone el Antiguo Testamento en la distinción entre Noé, «un hombre justo y puro en sus genealogías», y la expresión «toda la tierra que estaba corrupta». Al casarse con hombres y mujeres de pureza genética decreciente, tal vez los dioses estaban cayendo también en una degradación. Al señalar que sólo Noé seguía siendo genéticamente puro, el relato bíblico justifica la contradicción de la Deidad Yahveh. Después de decidir borrar toda vida de la faz de la Tierra, decidió salvar a Noé y a sus descendientes, y a «todo animal puro», y otras bestias y aves, «para que sobreviva la simiente de toda la faz de la tierra». El plan de la Deidad para atenuar su propio objetivo inicial, consistió en avisar a Noé de la llegada de la catástrofe, y dirigirle en la construcción de un arca que salvara a la gente y a las criaturas elegidas. La noticia se le dio a Noé solo siete días antes y, de algún modo, fue capaz de construir un arca e impermeabilizarla, recoger a todas las criaturas y subirlas a bordo, junto con su familia. Y, además, aprovisionar el arca en el tiempo previsto. «Y sucedió, después de siete días, que las aguas del Diluvio vinieron sobre la tierra». Lo que sucedió lo describe en detalle la Biblia: “Aquel día, reventaron todas las fuentes del gran abismo, y las compuertas de los cielos se abrieron. Y el Diluvio estuvo cuarenta días sobre la Tierra, y las aguas crecieron y levantaron el arca, y se elevó por encima de la tierra. Y las aguas se hicieron más fuertes y crecieron enormemente sobre la tierra, y el arca flotó sobre las aguas. Y las aguas se hicieron excesivamente fuertes sobre la tierra y todas las montañas altas fueron cubiertas, aquellas que están bajo todos los cielos: quince codos por encima de ellas imperó el agua, y las montañas fueron cubiertas. Y toda carne pereció, desde el hombre hasta los ganados y hasta las cosas reptantes y las aves del cielo fueron barridos de la Tierra; y sólo quedó Noé,y los que estaban con él en el arca. Las aguas imperaron sobre la Tierra 150 días cuando la Divinidad hizo pasar un viento sobre la Tierra, y las aguas se calmaron. Y las fuentes del abismo se cerraron, al igual que las compuertas de los cielos; y la lluvia del cielo cesó. Y las aguas comenzaron a retroceder sobre la Tierra, yendo y viniendo. Y después de ciento cincuenta días, las aguas habían menguado; y el arca descansaba sobre los Montes de Ararat“.
Según la versión bíblica, el proceso final de la Humanidad comenzó «en el año seiscientos de la vida de Noé, en el segundo mes, en el decimoséptimo día del mes». El arca descansó sobre los Montes de Ararat «en el séptimo mes, en el decimoséptimo día del mes». El aumento de las aguas y su gradual retroceso, suficiente como para que el descenso de nivel permitiera que el arca se posara sobre los picos de los Montes de Ararat- llevó, por tanto, cinco meses enteros. Después, «las aguas siguieron bajando, hasta que los picos de las montañas pudieron verse en el undécimo día del décimo mes». es decir, casi tres meses después. No obstante, Noé esperó otros cuarenta días. Después, soltó un cuervo y una paloma «para ver si las aguas habían menguado de la superficie terrestre». En el tercer intento, la paloma volvió con una rama de olivo en la boca, indicando que las aguas habían retrocedido lo suficiente como para que se pudieran ver las copas de los árboles. Pocos días después, Noé soltó a la paloma una vez más, «pero ya no volvió». El Diluvio había terminado: “Y Noé retiró la cubierta del Arca y miró, y he aquí: la superficie del suelo estaba seca“. «En el segundo mes, en el vigésimo séptimo día del mes, quedó seca la tierra». Noé tenía entonces nada menos que 601 años. El cataclismo había durado un año y diez días. Después, Noé y todos los que estaban con él en el arca salieron. Y Noé construyó un altar y ofreció holocaustos a la Deidad Yahveh: “Y la Deidad aspiró el tentador aroma y dijo en su corazón: Nunca más maldeciré a la tierra seca por causa del terrestre; pues el deseo de su corazón es malo desde su juventud“. Este final feliz de la epopeya de Noé está lleno de contradicciones, al igual que la misma historia del Diluvio. Comienza con una larga acusación a la Humanidad por distintas abominaciones, entre las que habría que incluir la corrupción de los jóvenes dioses. Se llega a la trascendente decisión de exterminar toda carne, que se presenta como plenamente justificada. Después, la misma Deidad Yahveh se apresura en no más de siete días para asegurarse de que la semilla de la Humanidad y otras criaturas no perecerán. Y, luego, cuando la tragedia ha terminado, la Deidad se apacigua con el aroma de la carne asada. Es curioso como a la Deidad Yahveh, como a otros dioses, le gusta tanto el olor a carne quemada. Y olvidando su determinación original de poner fin a la Humanidad, deja de lado todo el asunto culpando a los malos deseos del hombre en su juventud. Pero estas aparentes contradicciones desaparecen, no obstante, cuando nos damos cuenta de que el relato bíblico es una versión reducida del relato original sumerio. Como en otros casos, la Biblia ha comprimido en una sola Deidad los papeles representados por varios dioses, que no siempre estaban de acuerdo.
La historia bíblica del Diluvio parecía una pura leyenda hasta que se hicieron los descubrimientos arqueológicos de la civilización mesopotámica y se pudieron descifrar los textos de la literatura acadia y sumeria. Hasta ese momento, sólo se había visto refrendada por primitivas leyendas a lo ancho todo el mundo. El descubrimiento de «La Epopeya de Gilgamesh» le dio al Diluvio del Génesis una verificación más antigua, fortalecida más tarde con otros descubrimientos de textos y fragmentos, aun más antiguos, pertenecientes a la versión original sumeria. El héroe del Diluvio mesopotámico era Ziusudra, en sumerio, que equivale a Utnapistim en acadío. Después del Diluvio fue llevado a la Morada de los Dioses para vivir allí felizmente para siempre, como inmortal. Cuando, en su búsqueda de la inmortalidad, Gilgamesh llegó por fin a la Morada de los Dioses, pidió consejo a Utnapistim sobre el tema de la vida y la muerte. Y Utnapistim le desveló a Gilgamesh y, a través de él, a toda la Humanidad postdiluviana, el secreto de su supervivencia, «una materia oculta, un secreto de los dioses», que probablemente fuese la verdadera historia del Diluvio. El secreto revelado por Utnapistim fue que, antes de la acometida del Diluvio, los dioses tuvieron una asamblea y votaron sobre la destrucción de la Humanidad. Los votos y la decisión se mantuvieron en secreto, pero Enki buscó a Utnapistim, el soberano de Shurupak, para informarle de la inminente calamidad. De forma clandestina, Enki le habló a Utnapistim desde detrás de un biombo de junco. Al principio, sus revelaciones fueron crípticas. Después, su advertencia y su consejo se especificaron con claridad: “Hombre de Shurupak, hijo de Ubar-Tutu: ¡Echa abajo la casa, construye un barco! ¡Renuncia a las posesiones, salva tu vida! ¡Abjura de tus pertenencias, salva tu alma! Lleva a bordo la simiente de todas las cosas vivas; el barco que has de construir, sus dimensiones se habrán de medir“.
El paralelismo de este relato con la historia bíblica es obvio. Un Diluvio está a punto de llegar, pero se advierte a un hombre, que tiene que salvarse construyendo un barco especial. Ha de llevar con él y salvar «la simiente de todas las cosas vivas». Sin embargo, la versión babilónica es más clara y detallada. La decisión de destruir y el esfuerzo por salvar no son los actos contradictorios de una misma y única Deidad, sino los actos de diferentes deidades. Además, la decisión de advertir y salvar la semilla del hombre es el desafiante acto de un dios, Enki, que actúa en secreto y en contra de la decisión conjunta de los otros Grandes Dioses. Es sorprendente que Enki desafiara al resto de los dioses. Pero tal vez habría que analizar su actitud en base a la creciente rivalidad con su hermano Enlil. La existencia de un conflicto de este tipo entre ambos hermanos destaca en la historia sumeria del Diluvio. Utnapistim le hizo a Enki una pregunta obvia: “¿Cómo iba él, Utnapistim, a explicar al resto de ciudadanos de Shurupak la construcción de una embarcación tan extraña y el abandono de todas sus posesiones?“. Enki le aconsejó: “Así les debes hablar a ellos: He sabido que Enlil me es hostil, de manera que ya no puedo residir en vuestra ciudad, ni poner mis pies en territorio de Enlil. Por tanto, al Apsu bajaré, para morar con mi Señor Ea (Enki)“. Así pues, la excusa fue que, como seguidor de Enki, Utnapistim no podía seguir viviendo en Mesopotamia, y que estaba construyendo un barco con el que pretendía ir hasta el Mundo Inferior, supuestamente en el sur de África, para vivir allí con su Señor, Ea/Enki. Los versos que vienen a continuación sugieren que la zona estaba padeciendo una sequía o una hambruna. Utnapistim, siguiendo el consejo de Enki, fue a decir a los residentes de la ciudad que, si Enlil le veía partir, «la tierra se volverá a llenar de ricas cosechas». Aparentemente esta excusa tenía sentido para los habitantes de la ciudad. De esta manera la gente de la ciudad no hizo preguntas, sino que hasta llegó a ayudar en la construcción del arca. Matando y sirviéndoles bueyes y ovejas «todos los días», y prodigándose en «mosto, vino tinto, aceite y vino blanco», Utnapistim los animó a trabajar más rápido. Hasta los niños llevaban betunes para impermeabilizar la nave. «Al séptimo día, el barco estaba terminado. La botadura fue muy dificultosa, de modo que tuvieron que mover los tablones del suelo arriba y abajo, hasta dos tercios de la estructura tenía que entrar en el agua», se supone del Eufrates. Después, Utnapistim subió a bordo a toda su familia y parientes, junto con «todo lo que yo tenía de todas las criaturas vivas», así como «los animales del campo, las bestias salvajes del campo».
La similitud con el relato bíblico, incluyendo los siete días de la construcción, es evidente. No obstante, yendo más allá que Noé, Utnapistim también subió a escondidas a todos los artesanos que le habían ayudado en la construcción del barco. Utnapistim también tenía que subir a bordo, pero cuando se diera cierta señal; una señal cuya naturaleza Enki le había revelado también: el «momento indicado» lo marcaría la deidad Shamash, Utu para los sumerios y Tammuz para los babilonios, que era el dios del Sol y la Justicia en la mitología mesopotámica. Su santuario principal estaba en la ciudad de Sippar. Fue dios local de Babilonia, con los nombres de Marduk o Merodac, y fue elevado a dios supremo. Los acadios y babilonios consideraban a Shamash también hijo de Anu, o en otras ocasiones de Enlil. Durante el período sumerio su santuario principal estaba situado en la ciudad de Larsa. En esta etapa era considerado hijo de Nannar y Ningal, y hermano de Inanna e Iskur. En el período acadio era, junto con Sin e Ishtar, miembro de la “Tríada de dioses con relaciones celestes“. A veces aparece con su esposa Sherida, o Aya para acadios y babilonios. Se le representaba con un disco solar de ocho puntas o mediante una figura masculina de cuyos hombros emanaban llamas. En época posterior, su símbolo también fue la balanza. Se le identificaba con el número 20, uno de los números que indicaba el rango de los dioses sumerios. Ésta fue la orden de Enki: “¡Cuando Shamash, que da la orden del temblor al anochecer, haga caer una lluvia de erupciones, sube a bordo de tu barco y atranca la entrada!”. Da la impresión de que Shamash va a utilizar algún tipo de arma que producirá algún tipo de explosión en el momento en que Utnapistim se deba meter en el arca y sellar la entrada. Se supone que Shamash provocó un «temblor al anochecer» y hubo una lluvia de erupciones. Entonces Utnapistim «atrancó todo el barco y entregó la estructura junto con su contenido a Puzur-Amurri, el Barquero». Llegó la tormenta «con las primeras luces del alba» y hubo estremecedores truenos. Una nube negra se levantó desde el horizonte. La tormenta arrancó los postes de las construcciones y los muelles; después, los diques cedieron. A continuación, llegó la oscuridad, «convirtiendo en negrura todo lo que había sido luminoso»; y «la ancha tierra se hizo añicos como una olla. Durante seis días y seis noches sopló la ‘tormenta sur’, ganando velocidad mientras soplaba, sumergiendo las montañas, sorprendiendo a la gente como en una batalla. Cuando llegó el séptimo día, la tormenta-sur que llevaba la inundación amainó en la batalla que había entablado como un ejército. El mar calló, la tempestad se sosegó, la inundación cesó. Tantee el tiempo. Se había instalado la tranquilidad. Y toda la Humanidad había vuelto al barro“.
Es evidente que se había cumplido la voluntad de Enlil y de la Asamblea de los Dioses. Pero, sin saberlo ellos, el plan de Enki había funcionado, ya que, flotando en las turbulentas aguas, había una embarcación que llevaba hombres, mujeres, niños y otras criaturas vivas. Finalizada la tormenta, Utnapistim dice: «Abrí una ventanilla; la luz cayó sobre mi rostro». Miró alrededor y «el paisaje era tan liso como un tejado plano». Y, agachándose, se sentó y sollozó, «las lágrimas corrían por mi cara». Buscó una costa en la inmensidad del mar, pero no vio nada. Después “emergió una región montañosa; sobre el Monte de la Salvación se detuvo el barco; el Monte Nisir [«salvación»] sujetó al barco con firmeza, sin dejar que se moviera“. El Monte Nisir, que se menciona en la Epopeya de Gilgamesh, como ubicado en la antigua Mesopotamia, se supone que es la montaña conocida como hoy en día como Pir Omar Gudrun de 2743 metros de altura, cerca de la ciudad de Suleimaniya, en el Kurdistán iraquí. Su nombre puede significar “Monte de la Salvación“. Durante seis días, Utnapistim estuvo vigilando desde el arca, inmovilizada en los picos del Monte de la Salvación. Después, al igual que sucede con Noé, soltó una paloma para que buscara un lugar de descanso, pero volvió. Una golondrina también salió, y volvió. Después, soltó a un cuervo, que no volvió al encontrar un lugar de descanso. Entonces, Utnapistim soltó a todas las aves y animales que estaban con él, y salió él también. Construyó un altar «y ofrendó un sacrificio», lo mismo que hizo Noé. Pero aquí, una vez más, la diferencia entre una Deidad única o múltiple vuelve a aparecer. Cuando Noé ofreció el holocausto, «Yahveh aspiró el tentador aroma». Pero cuando Utnapistim ofreció el sacrificio, «los dioses aspiraron el perfume, los dioses aspiraron el dulce perfume. Los dioses acudieron como moscas hasta el que había hecho el sacrificio». En la versión del Génesis, fue Yahveh el que prometió que nunca más destruiría a la Humanidad. En la versión babilónica fue la Gran Diosa la que prometió: «No olvidaré. Seré consciente de estos días, nunca los olvidaré». Pero el problema real en aquel momento fue cuando Enlil llegó finalmente al lugar donde estaba Utnapistim. Estaba indignado al ver que habían habido sobrevivientes: «¿Acaso alguna alma viviente ha escapado? ¡Ningún hombre tenía que sobrevivir a la destrucción!»
Ninurta, hijo y heredero de Enlil, inmediatamente acusó a Enki (Ea). «¿Quién, sino Ea, puede diseñar un plan así? Sólo Ea sabe de qué va todo». Lejos de negar la acusación, Enki lanzó un elocuente discurso de defensa. Elogiando a Enlil por su sabiduría, Enki mezcló una negación con una confesión. «No fui yo el que descubrió el secreto de los dioses. Simplemente dejé que un hombre, uno extremadamente sabio, percibiera por su propio saber el secreto de los dioses“. Y como este terrestre era tan sabio, Enki le sugirió a Enlil no ignorar sus capacidades: «Así pues, ¡déjate aconsejar en cuanto a él!». Todo esto, nos relata La Epopeya de Gilgamesh, era el «secreto de los dioses» que Utnapistim le contó a Gilgamesh. Y, después, le contó el acontecimiento final, dejándose influir por el argumento de Enki: “Acto seguido, Enlil subió a bordo del barco. Me cogió de la mano y me llevó a bordo. Llevó a mi mujer a bordo, la hizo arrodillarse a mi lado. Y él, de pie entre nosotros, tocó nuestras frentes para bendecirnos: Hasta ahora, Utnapistim no has sido más que humano; en lo sucesivo, Utnapistim y su esposa serán para nosotros como dioses. ¡Utnapistim residirá en la Lejanía,en la Boca de las Aguas!”. Y Utnapistim terminó de contar su historia a Gilgamesh. Después de ser llevado a vivir en la lejanía, Anu y Enlil: “Le dieron vida, como a un dios, lo elevaron a la vida eterna, como a un dios“. Pero, ¿qué fue lo que sucedió al resto de la Humanidad? El relato bíblico termina diciendo que la Deidad Yahveh permitió y bendijo a la Humanidad con la frase «sed fecundos y multiplicaos». Las versiones mesopotámicas de la historia del Diluvio también terminan con unos versículos que tratan de la procreación de la Humanidad. Los textos, en parte mutilados, hablan del establecimiento de distintas categorías humanas: “Que haya una tercera categoría entre los Humanos: que haya entre los Humanos mujeres que den a luz y mujeres que no den a luz“. Y parece ser que se establecieron nuevas directrices para la relación sexual. Enlil fue superado por Enki. La Humanidad se salvó y se le permitió procrear. Los dioses abrieron la puerta de la Tierra al ser humano.
Fuentes:
- La Biblia (Génesis)
- Andrew George – La Epopeya de Gilgamesh
- Franco D’Agostino – Gilgameš o La conquista de la inmortalidad.
- Federico Lara Peinado – Poema de Gilgamesh
- Joaquín Sanmartín – Epopeya de Gilgames, rey de Uruk
- Samuel Noah Kramer – La historia empieza en Sumer
- Zecharia Sitchin – El libro perdido de Enki
- Zecharia Sitchin – El fin de los días
- Zecharia Sitchin – El código cósmico
- Zecharia Sitchin – La guerra de los dioses y los hombres
- Zecharia Sitchin – El 12º planeta
- Bottéro y S. N. Kramer – Cuando los dioses hacían de hombres
- Giorgio de Santillana y Herta von Dechend – El molino de Hamlet
- Hesíodo – Los Trabajos y los días
- Heródoto – Historia I
- Károly Kerényi – La mitología de los griegos
- Epifanio de Salamis – Panarion
- Wilhelm – Jan Hus
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