¿No es acaso muy importante, mientras somos jóvenes, que se nos ame y también saber qué significa amar?
Pero me parece que muy pocos de nosotros amamos o somos amados. Y creo que es esencial, mientras somos jóvenes, investigar este problema muy seriamente y comprenderlo; porque entonces quizá podamos ser lo bastante sensibles como para sentir amor, conocer su cualidad, su perfume, de modo que cuando crezcamos éste no sea completamente destruido. Consideremos, pues, esta cuestión.
¿Qué significa amar? ¿Es un ideal, algo lejano, inalcanzable? ¿O puede ser sentido por cada uno de nosotros, en raros momentos del día? Tener la cualidad de la simpatía, de la comprensión, ayudar a alguien naturalmente sin ningún motivo, ser espontáneamente amable, cuidar con esmero una planta o un perro, ser compasivo con el aldeano, generoso con el amigo, con un vecino, ¿no es esto lo que entendemos por amor?
¿No es el amor un estado en el que no hay sentido alguno de resentimiento sino una perpetua indulgencia?
¿Acaso no es posible sentir esto mientras somos jóvenes?
Muchos de nosotros experimentamos este sentimiento en la juventud: un súbito flujo de simpatía por el aldeano, por un perro, por aquéllos que son pequeños o desvalidos. ¿No deberíamos tender constantemente a eso? ¿No deberían ustedes dedicar alguna parte del día para ayudar a otro, para cuidar un árbol o un jardín, para ayudar en la casa o en la posada, de modo que cuando alcancen la madurez sepan lo que significa ser naturalmente considerados, sin esfuerzo ni motivo alguno? ¿No deberían tener esta calidad del verdadero afecto?
El verdadero afecto no puede generarse artificialmente, tenemos que sentirlo, y también deben sentirlo sus tutores, sus padres, sus maestros. Muy pocas personas sienten verdadero afecto; están demasiado interesadas en sus realizaciones personales, en sus anhelos, en sus conocimientos, en su éxito. Dan a lo que han hecho y a lo que desean hacer, una importancia tan colosal que finalmente las destruye.
Por eso es muy importante, mientras son jóvenes, que se ocupen de las habitaciones o cuiden una cantidad de árboles que ustedes mismos hayan plantado o vayan a asistir a un amigo enfermo, de modo que haya un sutil sentimiento de simpatía, de interés, de generosidad -generosidad auténtica que no es de la mente y que les hace querer compartir con alguien cualquier cosa que puedan poseer, por pequeña que sea-. Si no tienen este sentimiento de amor, de generosidad, de bondad, de delicadeza, mientras son jóvenes, será muy difícil que lo tengan cuando sean mayores; pero si empiezan a tenerlo ahora, entonces tal vez podrán despertarlo en otros.
Tener simpatía y afecto implica estar libres del temor, ¿no es así? Pero ya lo ven, es muy difícil crecer en este mundo sin temor, sin tener algún motivo personal para actuar. Las personas mayores jamás han reflexionado acerca de este problema del temor o lo han considerado solamente de manera abstracta, sin actuar sobre el temor en sus existencias cotidianas. Ustedes son todavía muy jóvenes, observan, inquieren, aprenden, pero si no ven y comprenden qué es lo que causa el temor, se volverán como sus mayores. El temor crecerá como una especie de maleza oculta y se extenderá por sus mentes, deformándolas. Por lo tanto, deben estar alerta a todo lo que ocurre alrededor y dentro de ustedes -cómo hablan sus maestros, cómo se comportan sus padres y cómo responden ustedes-, de modo que puedan ver y comprender esta cuestión del temor.
La mayoría de los adultos piensa que es necesaria alguna clase de disciplina. ¿Saben ustedes qué es la disciplina? Es un proceso por el cual se les fuerza a hacer algo que no quieren hacer. Donde hay disciplina, hay miedo; por consiguiente, la disciplina no es la vía del amor. Es por eso por lo que la disciplina debe evitarse a toda costa, siendo la disciplina coacción, resistencia, compulsión, forzarles a hacer lo que no comprenden o persuadirles a que lo hagan ofreciéndoles un premio. Si no comprenden algo, no lo hagan ni se esfuercen por hacerlo. Pidan una explicación; no sean meramente obstinados, traten de descubrir la verdad del asunto de manera que no haya temor alguno implicado y la mente de ustedes se vuelva muy flexible, muy dúctil.
Cuando no comprenden y son meramente obligados por la autoridad de los mayores, están reprimiendo la propia mente, y entonces surge el temor; y ese temor les persigue como una sombra a lo largo de toda la vida.
Por eso es tan importante que no se les discipline según algún tipo particular de pensamiento o modelo de acción. Pero casi todos los adultos sólo pueden pensar en esos términos. Quieren inducirles a hacer algo por el así llamado bien de ustedes. Este proceso mismo de inducirles a que hagan algo por el propio "bien" de ustedes, es destructivo para la sensibilidad, para la capacidad de comprender; por lo tanto destruye el amor.
Es muy difícil negarse a ser coaccionado u obligado, porque el mundo que nos rodea tiene mucha fuerza; pero si meramente cedemos y hacemos cosas sin comprenderlas, caemos en el hábito de la irreflexión y entonces se vuelve aún más difícil para nosotros salimos de ello.
Por lo tanto, ¿tiene que haber autoridad y disciplina en la escuela? ¿O deberían sus maestros asentarles a discutir estas cuestiones, a investigarlas, a comprenderlas a fin de que, cuando hayan crecido y salgan al mundo, sean seres humanos maduros capaces de afrontar inteligentemente los problemas que el mundo habrá de presentarles? Ustedes no pueden tener esa profunda inteligencia, si existe alguna clase de temor. El temor tan sólo les embota, les refrena la iniciativa, apaga ese fuego que llamamos simpatía, generosidad, afecto, amor. De modo que no se dejen disciplinar dentro de un patrón de acción, sino descubran, lo cual implica que deben tener tiempo para cuestionar, para investigar; y los maestros también deben tener tiempo. Si no hay tiempo, entonces deben conseguirlo. El temor es una fuente de corrupción, es el principio de la degeneración, y estar libres de temor es más importante que cualquier examen o cualquier título académico.
Interlocutor: ¿Qué es el amor en sí mismo?
K.: ¿Qué es el amor intrínsecamente? ¿Es eso lo que quieres decir? ¿Preguntas qué es el amor sin motivo, sin incentivo? Escucha atentamente y lo descubrirás. Estamos examinando la pregunta, no estamos buscando la respuesta. Al estudiar matemáticas o al formular una pregunta, la mayoría de nosotros se interesa más en encontrar la respuesta que en comprender el problema. Comprendamos, pues, qué es el problema y no busquemos una respuesta, ya sea una respuesta del Bhagavad Gita, del Corán, de la Biblia o de algún profesor o conferenciante. Si podemos comprender realmente el problema, la respuesta surgirá de él; porque la respuesta está en el problema, no está separada del problema.
El problema es: ¿Qué es el amor sin motivo? ¿Puede haber amor sin ningún incentivo, sin que uno desee nada para sí mismo del amor? ¿Puede haber amor sin que uno se sienta lastimado cuando el amor no es retribuido?
Si yo te ofrezco mi amistad y tú la rechazas, ¿no me siento lastimado? Ese sentirse lastimado, ¿es el resultado de la amistad, de la generosidad, de la simpatía? Ciertamente, en tanto me sienta lastimado, en tanto haya temor, en tanto te ayude esperando que tú puedas ayudarme -a lo cual llaman servicio-, no hay amor.
Si comprendes esto, la respuesta está ahí.
Interlocutor: ¿Qué es la religión?
K.: ¿Quieres una respuesta de mí o quieres descubrirla por ti mismo? ¿Estás buscando una respuesta de alguien, por grande o necio que pueda ser? ¿O estás realmente tratando de descubrir la verdad acerca de lo que es la religión?
Para descubrir qué es la verdadera religión, tienes que descartar todo lo que estorba. Si tienes muchas ventanas pintadas o sucias y quieres ver la luz pura del sol, debes limpiar o abrir las ventanas o salir fuera. De igual modo, para descubrir qué es la verdadera religión, primero tienes que ver lo que no es verdadera religión y desecharlo. Entonces puedes descubrir, porque hay percepción directa. Veamos, pues, lo que no es religión.
Hacer puja, practicar un ritual, ¿es eso religión? Repites una y otra vez cierto ritual, cierto mantra frente a un altar o un ídolo. Eso puede proporcionarte una sensación de placer, de satisfacción, ¿pero es religión eso?
Ponerse el hilo sagrado, llamarse uno hindú, budista, cristiano, aceptar ciertas tradiciones, dogmas, creencias, ¿tiene todo eso algo que ver con la religión? Obviamente, no. Por lo tanto, la religión debe ser algo que puede encontrarse sólo cuando la mente ha comprendido y desechado todo esto.
La religión, en el verdadero sentido de la palabra, no genera separación, ¿verdad? ¿Pero qué sucede cuando tú eres musulmán y yo soy cristiano, o cuando yo creo en algo y tú no crees en eso? Nuestras creencias nos separan; por lo tanto, nuestras creencias no tienen nada que ver con la religión. El hecho de que tú creas de una manera y yo de otra, depende mayormente de dónde hayamos nacido, ya sea en Inglaterra, en la India, en Rusia o en América. De modo que la creencia no es religión, es solamente el resultado de nuestro condicionamiento.
Luego está la búsqueda de la salvación personal. Quiero estar a salvo, quiero alcanzar el nirvana o el cielo; tengo que encontrar un sitio cerca de Jesús, cerca de Buda o a la diestra de un Dios en particular. Tu creencia no me proporciona una satisfacción profunda, no me da consuelo; por lo tanto, tengo mi propia creencia que sí lo hace. ¿Es religión eso? Por cierto, nuestra mente debe estar libre de todas estas cosas para descubrir lo que es la verdadera religión.
Y, ¿es la religión meramente una cuestión de hacer el bien, de servir o de ayudar a otros? ¿O es algo más? Lo cual no quiere decir que no podamos ser generosos o amables. ¿Pero eso es todo? ¿Acaso la religión no es algo más grande, más puro, más inmenso, más expansivo que todo lo concebido en la mente?
Para descubrir, pues, lo que es la verdadera religión, debemos investigar profundamente todas estas cosas y estar libres del temor. Es como salir de una casa oscura, a la luz del sol. Entonces no preguntarás qué es la verdadera religión; lo sabrás. Habrá una experiencia directa de aquello que es ver.
Interlocutor: Si alguien es desdichado y quiere ser feliz, ¿eso es ambición?
K.: Cuando uno está sufriendo quiere estar libre del sufrimiento. Eso no es ambición, ¿verdad? Es el instinto natural de todas las personas, de todos nosotros: no tener miedo, no tener dolor físico ni emocional. Pero nuestra vida es tal que constantemente estamos experimentando dolor. He comido algo que no me sienta bien y tengo dolor de estómago. Alguien me dice algo y me siento lastimado. Estoy impedido de hacer alguna cosa que anhelo hacer y me siento frustrado, infeliz. Soy desdichado porque ha muerto mi padre o mi hijo, etcétera. La vida está actuando constantemente sobre mí, me guste o no me guste, y me siento siempre herido, frustrado, tengo reacciones dolorosas. Lo que he de hacer, entonces, es comprender todo este proceso del dolor. Pero ya lo ven, la mayoría de nosotros escapa del dolor.
Cuando ustedes sufren internamente, psicológicamente, ¿qué hacen? Acuden a alguien en busca de consuelo, leen un libro o encienden la radio o van y hacen puja. Son todas indicaciones de que están escapando del sufrimiento. Si escapan de algo, obviamente no lo comprenden. Pero sí uno mira su sufrimiento, si lo observa de instante en instante, comienza a comprender el problema que implica, y esto no es ambición. La ambición surge cuando escapamos de nuestro sufrimiento o nos aferramos a él o lo combatimos, o cuando elaboramos teorías y esperanzas en tomo a él. En el instante en que escapamos del sufrimiento, la cosa hacia la cual escapamos se vuelve muy importante, porque nos identificamos con ella. Nos identificamos con nuestro país, con nuestra posición, con nuestro Dios, y esto sí que es una de ambición.
Extracto de: EL ARTE DE VIVIR - J. Krishnamurti
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