Los días y noches de Bhramâ es el nombre que se ha dado a los períodos llamados Manvantara, que contempla períodos entre distintos Manu, y Pralaya, o disolución. En la mitología hinduista, Manu es el nombre del primer ser humano, el primer rey que reinó sobre la Tierra, y que fue salvado del diluvio universal. En sánscrito, manu proviene de manas: ‘mente’, y significaría ‘criatura pensante, ser humano, o humanidad’, según el Rig-veda. También se cree que proviene de un vocablo indoeuropeo que habría dado lugar al término inglés man. El Manvantara se refiere a los períodos activos del Universo, mientras que el Pralaya se refiere a sus tiempos de reposo relativos y completos. Bhramâ es el padre de Manu, y de éste desciende toda la humanidad. La mujer de Bhramâ es Saraswati, la diosa del conocimiento y una de las tres diosas principales, junto a Laksmí y Durgá. También tuvo por esposas a Savitri y a Gayatri, que, junto a Saraswati, son reverenciadas como Madre de los Vedas. Bhramâ, junto a Visnú y a Shiva, dioses del mantenimiento y destrucción del universo, respectivamente, conforma la Trimurti o tríada de dioses principales del hinduismo. Bhramâ, el Supremo Dios, es considerado el origen de todos los demás dioses, que se considera que son sus manifestaciones. En el Atharva-Veda se lee: “Todos los dioses están en Bhramâ como las vacas en un establo“. En el principio, Bhramâ era el universo y luego creó a los dioses. Habiendo creado a los dioses, los colocó en los diversos mundos. A Agni lo colocó en este mundo, a Vaiu en la atmósfera, y a Suria en el cielo. Y en los mundos que son más altos, colocó a los dioses que son aun más elevados que aquéllos.
Pero antes de continuar, conozcamos un poco más a los dioses referenciados. En el marco del hinduismo, Bhramâ(‘evolución’ en idioma sánscrito) es el dios creador del universo y miembro de la Trimurti (‘tres formas’), la tríada conformada por el mismo Bhramâ(dios creador), Visnú (dios preservador) y Shiva (dios destructor). Según un mito hinduista poco difundido, los tres dioses surgieron de un huevo cósmico puesto por la diosa Ammavaru. Un huevo cósmico o huevo del mundo es un tema mitológico y cosmogónico usado en los mitos de creación de muchas culturas y civilizaciones. Típicamente el huevo cósmico representa simbólicamente un comienzo de algún tipo. El huevo cósmico es también un concepto cosmológico desarrollado en los años 1930 y explorado por los teóricos durante las dos décadas siguientes. La idea viene de la aparente necesidad de reconciliar las observaciones de Edwin Hubble de un universo en expansión, también predicho por las ecuaciones de la relatividad general de Einstein, con la noción de que el universo debiera ser eternamente viejo. La teoría científica afirma que hace muchos miles de millones de años toda la masa del universo estaba comprimida en un volumen unas treinta veces el tamaño de nuestro sol, y desde este estado se expandió hasta su estado actual (el Big Bang). Otra teoría relacionada también afirma que la gravedad está ralentizando gradualmente la expansión cósmica, y que en algún momento del futuro el universo volverá a contraerse hasta formar una nueva singularidad espacio-temporal, equivalente a un nuevo huevo cósmico, proceso conocido como el Big Crunch. Entonces el universo “rebotará” a otra fase de expansión, y el proceso se repetirá indefinidamente. Esta teoría es conocida como teoría del Universo oscilante.
Ammavaru, de acuerdo con una creencia hindú, es una antigua diosa que existió antes del comienzo de los tiempos y puso el huevo cósmico, del cual surgieron los Trimurti (‘tres formas’), la Trinidad conformada, tal como ya hemos dicho antes, por Bhramâ (dios creador), Visnú (dios preservador) y Shivá (dios destructor). La palabra “Amma” significa madre. Anualmente, las mujeres del sur de India que creen en la diosa Ammavaru realizan un ritual a la deidad. Una pieza de metal llenado con arroz es utilizado para simbolizar el cuerpo de la diosa. El pote es vestido con un tradicional sari. En la boca del pote, un coco pintado es utilizado para simbolizar su cabeza. A veces se utilizan otros instrumentos diferentes para simbolizar sus ojos, orejas y nariz. Pero el primer mito es aquel que supone a Bhramâ como el primer ser creado por el Brahman, e incluso como la primera personificación del absoluto Brahman, mediante la cual el Brahman lo crea todo. Brahman es un término sánscrito que hace referencia a la divinidad absoluta del hinduismo. Etimológicamente, brahman tiene el significado de ‘expansión’ en sánscrito. El impacto en el agua sería una analogía del alma en el Brahman. Según el Taitiríia-upanishad, el primero en nombrar a esta divinidad invisible e impensable fue el sabio Majá, o Majáh (‘grande‘ en sanscrito), aunque le aplicó su propio nombre. El siguiente concepto que se le adjudicó a esta divinidad fue el de «expansión». En el marco del vedismo, Majáh fue un antiguo religioso hindú, relacionado con la creación de los textos de los Vedas. En la escritura Taitiriia-upanishad, Majá es nombrado como Majá Chamasia.
El Taitiriia-upanishad explica que el sabio Majá, investigando las sílabas sagradas bhur bhuvá suar, que servían para adorar a la materia, agregó su nombre (‘grande’) como un nombre de Dios. Quizá fue el primer teísta hinduista. En el hinduismo no tiene ninguna trascendencia y su nombre fue prácticamente olvidado, excepto por los aduaita, que estudian el Vedanta y las Upanishad. Por eso se considera a Majá como un nombre del propio Brahman, la divinidad hindú informe, origen de todos los dioses. Majá Chamasia (‘descendiente de Mahachamasa’) es el patronímico de este maestro, a quien el Taitiríia Araniaka le atribuye la adición del término majá a la tríada bhur bhuvá suar (‘tierra-atmósfera-espacio’) que aparece en la oración Gáiatri-mantra. Según el Taitiriia-upanishad: “Bhur bhuvá suar son tres importantes sonidos místicos. Un cuarto, proclamado por Majá Chamasia, es el de Brahman, del que todos los dioses no son sino miembros. Bhur significa el mundo, el fuego, los versos sagrados y el prana, aire vital que se inhala. Bhuvá significa el espacio entre el cielo y la Tierra, los cantos del Sama Vedá y el apana, aire que se exhala). Suar significa el cielo, las prescripciones del Iáyur Vedá, y el viana, aire que se contiene dentro. Majá significa el Brahman, el Sol, la Luna y el alimento, que respectivamente sustentan a los Vedás, al mundo, a toda la luz y a todos los seres animados. Los cuatro sonidos místicos se expanden en cuatro y la meditación en ellos brinda conocimiento del Brahman y representa el homenaje a los dioses“. En los Upanishads, textos sagrados del hinduismo, se señala al Brahman como lo absoluto, que se encuentra en todo el universo, que es la esencia de todo, que transciende a todo, que es inmanente y causa eficiente del cosmos. Mientras que a nivel de microcosmos su equivalencia es el atma o alma eterna de cada individuo.
Si en el plano existencial y fenoménico, el mundo material de maia, aquello que no es más que apariencia, ilusión o quimera, el alma se considera distinta del Brahman, en el plano esencial absoluto se considera que no existe diferencia entre el alma y el Brahman. Dentro de muchas de las creencias originadas en la India se supone que es factible en nuestra vida alcanzar la identificación del alma con el Brahman en el estado llamado samādhi (‘éxtasis’). En ocasiones se han hecho representaciones del Brahman y algunos afirman que el mantra om es la expresión directa del Brahman. Pero otros consideran que el Brahman, en tanto que absoluto, es transcendente a toda forma, a toda figuración, a toda delimitación y a toda explicación. En el hinduismo existen muchos devas (‘dioses’) que son sólo una mínima manifestación del único Brahman. A la doctrina específicamente dedicada al Brahman se la llama vedanta advaita. Pero debido a su alto grado de abstracción nunca fue popular en la India. En la mitología hinduista el primer ser creado por el Brahman es el dios creador Brahmā. Mientras que en las escrituras budistas Brahmā es referido como un semidiós no eterno, en cambio Brahman es referenciado como el ser eterno y perfecto, así como al nivel más alto que cualquier persona puede alcanzar. Por ejemplo, el camino óctuple de Buda no solo se llama asta-anga marga (camino óctuple) y dharmaiana (sendero de la religión dharma) sino también como brahmaiana (el sendero del Brahman). Como dice el Samiutta-nikaia, «este Ariyan óctuple camino puede ser nombrado como brahmayana o dhammayana». Otra vez el dharma de Buda se equipara con el Brahman cuando «se ha convertido en dharma, se ha convertido en Brahman».
Dharma es una palabra sánscrita que significa ‘ley religiosa’. Con ligeras diferencias conceptuales, se utiliza en casi todas las doctrinas y religiones de origen indio, las llamadas religiones dhármicas, como el budismo, el hinduismo, el jainismo y el sijismo. No existe una única palabra que sirva de traducción para dharma en otros idiomas. La palabra dharma aparece ya en el Átharva vedá (I milenio a. C.) y en el sánscrito clásico. En el idioma pāli, lengua literaria del grupo prácrito de lenguas indoeuropeas, toma la forma dhamma, como se utiliza muchas veces en el budismo. El erudito inglés del siglo XIX, Monier-Williams, propone como traducciones ‘virtud, moralidad, religión, o mérito religioso’. Pero también significa “propósito“. Por lo tanto, tener un buen dharma es tener un buen propósito, una buena intención de vida. De ahí su parentesco con “virtud“. La palabra dharma ya estaba en uso en la religión védica histórica y su significado y alcance conceptual evolucionó a lo largo de varios milenios. En el hinduismo, el dharma significa las conductas que se considera que están de acuerdo con el rita, el orden que hace posible la vida y el universo, e incluye deberes, derechos, leyes, conducta, virtudes y un recto modo de vivir. En el hinduismo, el dharma es la ley universal de la naturaleza, ley que se encuentra en cada individuo, lo mismo que en todo el universo. A nivel cósmico esta ley se concibe manifestada por movimientos regulares y cíclicos. Por este motivo se simboliza al dharma como una rueda (dharma-chakra) que gira sobre sí misma. Este símbolo es el que se encuentra en la bandera de la India.
A nivel del individuo humano, el dharma adquiere una nueva acepción: la del deber ético y religioso que cada cual tiene asignado según su determinada situación de nacimiento. Existen varios textos acerca del tema del deber, llamados genéricamente Dharmasastra, entre los que se incluyen las Leyes de Manu. Los hinduistas no llaman «hinduismo» a su religión, sino sanatana dharma, que se traduce como ‘religión eterna’. En la epopeya india del Majábharata (texto épico-religioso del siglo III a. C.) también aparece la figura de Dharma como un dios (Iama, el superintendente de la muerte), que encarna como un hombre, Iudistira, que es un emperador en el Majabhárata. Cuando se retiró, por causa de la edad, vivió en las ciudades indias para hacer meditación y encontrar el camino de la superación del ciclo de las reencarnaciones, algo que era habitual antiguamente. No murió, pues fue llevado en cuerpo y alma al Cielo de Indra, el jefe de todos los dioses, donde todavía seguiría viviendo. En el budismo, dharma significa ‘ley cósmica y orden’, aunque también se aplica a las enseñanzas de Buda. En la doctrina budista, el dharma es también el término usado para ‘fenómenos’. Dentro del budismo la noción del dharma, entendido como doctrina, se dividió para su mejor comprensión en las llamadas Tipitaka. En el jainismo el dharma se refiere a las enseñanzas de los yinas y el cuerpo de la doctrina relativa a la purificación y transformación moral de los seres humanos. En el jainismo el dharma se entiende principalmente como ‘movimiento’ de la dravia o substancia universal. En tal sentido dentro del jainismo el dharma es una de las siete categorías de la dravia.
Conviene distinguir la divinidad Brahmán del bráhmana o sacerdote, quien, dentro del sistema hinduista de castas, es el superior de los cuatro grupos sociales. A veces el Brahmán es confundido con el dios creador Bhramâ debido a errores en la pronunciación del nombre. Bhramâ es el esposo de Sáraswati (la diosa del conocimiento) y de Savitrī (la hija del dios de Sol, Vivasuán o Savitrá), también llamada Gáiatri (‘la cantada’; uno de los mantras más importantes del hinduismo). Sin embargo, siendo el Creador, todos sus hijos son mana-putra o hijos de la mente, indicando su nacimiento de la mente de Bhramâ y no de su cuerpo. Bhramâ interfiere ocasionalmente en los asuntos de los dioses, e incluso más raramente en los de los mortales. Él obligó al dios Soma (el dios de la Luna) a devolver a Tara a su marido Brijáspati (el gurú de los dioses). Es considerado el padre de Dharma (el dios de la religión) y de Atri. Bhramâ vive en Brahmapura, una ciudad situada en la cima del mitológico monte Meru, situado en medio del mundo. Tal como se ha dicho Bhramâ es un agente del Brahman, el Ser supremo o Ser absoluto del hinduismo. Nunca se convirtió en un objeto de adoración y en la India solo hay dos templos dedicados a él. Bhramâ es representado tradicionalmente con cuatro cabezas de barbas blancas, símbolo de la sabiduría, cuatro brazos y una piel roja, o amarilla en las iconografías más modernas. Cada boca recita uno de los cuatro Vedas. Las manos sostienen un recipiente de agua usado para crear la vida, un yapa-mala (collar de cuentas) usado para llevar el registro del tiempo del universo, el texto de los Vedas escritos en papel, lo que es un anacronismo, ya que los libros no existían en la época de composición de los textos védicos, así como un padma (flor de loto). Va montado sobre un cisne, Jansa, con el que vuela por el universo. Este Jansa no debe confundirse con la encarnación de Visnú en forma de cisne, también llamado Jansa.
Al inicio del proceso de creación, Bhramâ crea los cuatro Kumaras de su mente, que son descritos como grandes rishi (sabios) que tomaron los votos del celibato contra los deseos de su padre Bhramâ. Entonces procedió a crear de su mente diez hijos o Prayápatis y una hija llamada Shatrupa, que podía tomar cientos de formas. Se considera que ellos son los padres de la raza humana. Pero como estos hijos nacieron de su mente y no de su cuerpo, son llamados mana putra, hijos mentales. Agni (‘fuego’ en sánscrito) es el dios védico del fuego. Junto con los dioses Indra y Suria conformaban la “trinidad védica”, que más tarde fue reemplazada por la trinidad puránica de Bhramâ, Visnú y Shivá. Vaiu es el dios del viento. En los Upanishad hay numerosas referencias a Vaiu, particularmente en el Brijad-araniaka-upanishad, donde se relata la historia de las divinidades que controlan las funciones vitales y su lucha para determinar cuál de ellas es la imprescindible. Cuando una deidad como la de la visión abandona el cuerpo del hombre, este continúa viviendo y se adapta a la nueva situación de invidente. Esto pasa con todas y cada una de las funciones reguladas por los dioses que controlan el cuerpo, excepto con Vaiu, que en este relato demostrará ser el imprescindible aliento que permite realizar su función al resto de deidades y por tanto mantener la vida. Suria es el dios del Sol. En la mitología hinduista, este dios representa al Sol en su triple aspecto de deidad bienhechora que alumbra, vivifica y alimenta. Se le menciona por primera vez en el Rig-veda (el texto más antiguo de la India, de mediados del II milenio a. C.), donde se le describe con brazos, manos, pelo, etc. de oro. En su alabanza se invocan hermosos himnos védicos, siendo el rey del sol, de la aurora y del ocaso. Según Iaská (entre los siglos VI y IV a. C.), que fue el comentarista más antiguo del Rig-veda, Suria es un dios perteneciente al grupo de los Aditiás, o hijos de Áditi, la cual es una de las diosas más antiguas, hija de Daksha y esposa de Kashiapa.
Visnú (también llamado Vishnu, en sánscrito) es un dios venerado en el hinduismo. Junto con Bhramâ y Shiva, Visnú forma la trinidad Hindú (Trimurti). Sin embargo, textos hindúes antiguos también mencionan otras trinidades de dioses y diosas. En el Vaisnavismo, Visnú es idéntico al concepto metafísico abstracto llamado Brahman, el supremo, el Svayam bhagavan, que tiene varios avatares para actuar de protector cuando el mundo se halle amenazado por el mal, el caos, y las fuerzas destructivas. De sus avatares (encarnaciones) se pueden destacar Krishna, en el Mahabharata, y Rama en el Ramayana. También se le conoce como Narayana. En la iconografía hindu, Visnú se suele representar teniendo un color azul y con cuatro brazos. Sostiene en ellas una flor de loto en su mano izquierda inferior y una maza en su mano derecha inferior, una concha en la mano izquierda superior, y un disco en la mano derecha superior. La primera aparición de Visnú se encuentra en el Rig-veda. Allí se le presenta como un dios menor, secundario a otros dioses rig-védicos. Varios siglos después, en el Atharva-veda (de fines del II milenio a. C.) se describen a sus dos esposas, Aditi y Sinivali, así como a su hijo Kamadeva. Con el paso de los siglos, su parentesco fue variando. En el Mahabharata su hijo Kamadeva será el hijo del dios Dharma y en el Bhagavat-purana (siglo X d. C.) será el hijo del dios Shiva. En el Mahabharata y los Puranas las esposas de Visnú son Laksmi y Sri, e incluso Sarasuati. En los Puranas Visnú se convirtió en uno de los dioses más importantes, y pasó a formar parte de la Trimurti (‘tres formas’). Según el Padma-purana, Visnú es el dios principal de la Trímurti; es decir, que es él el creador, preservador y destructor del universo. Cuando Visnú decidió crear el universo se dividió a sí mismo en tres partes. Para crear dio su parte derecha, dando lugar al dios Bhramâ. Para proteger dio su parte izquierda, originando a Visnú, es decir, a sí mismo, y por último, para destruir dividió en dos partes su mitad, dando lugar a Shiva. Es más célebremente identificado por sus avatares, especialmente Rama y Krisna.
En la mitología hinduista, Indra es el rey de los dioses, o devas, así como señor del Cielo y dios principal de la religión védica, previa al hinduismo, en la India. Aparece como héroe, deidad y figura central en el Rig-veda. Es considerado el dios de la guerra, la atmósfera, el cielo visible, la tormenta y el rayo, que era representado como una espada con ondulaciones, como un rayo. Posteriormente, en el hinduismo, se convirtió en el rey de todos los semidioses o dioses inferiores, y fue superado por los dioses Bhramâ, Visnú y Shiva. Su arma es el relámpago (vashra). Su vajana (‘vehículo o montura’) es el elefante Airavata, que representa la nube de la cual Indra hace descargar su lluvia. Entre otras cosas es el dios regente de la pupila del ojo derecho, mientras que la del izquierdo es representada por su esposa, la diosa Indrānī. Su piel es blanca o amarillenta y su cuerpo está cubierto de ojos con párpados que le permiten ver todo lo que sucede en el mundo. En realidad esos ojos fueron una maldición-bendición del sabio Gótama. Indra había seducido a la esposa del sabio, Ajalia (Ahalya). Al enterarse el asceta del adulterio, hizo que el cuerpo de Indra se llenara de decenas de vulvas. Indra hizo penitencias para pedir perdón, y el sabio terminó accediendo a convertir las vulvas en ojos. En las escrituras hinduistas, Indra es un dios temeroso de perder su puesto como dios principal. Por eso, cuando se entera de que algún humano, como Vishuámitra, realiza muchas austeridades para ganar el karma que le permita ascender en una siguiente encarnación y ocupar el puesto de Indra, éste envía a las prostitutas celestiales, las apsaras, como Urvashí, Rambhá o Menaká, para que lo seduzcan y le hagan perder todo avance místico. Se puede clasificar a Indra como una deidad afín a otros dioses indoeuropeos, como Thor, Perun, Zeus, Jupiter y el dios hitita-anatolio Tarhun. También con otros dioses vinculados al vino como Dionisos. El nombre de Indra también se menciona entre los dioses de los mitanni, un pueblo hurrita indoario-hablante que gobernó el norte de Siria entre el 1500 y el 1270 a. C.
En los versos del Rig-veda se dice: “Él, bajo cuya altísima jerarquía de control están los caballos, todos los carros, los pueblos, y el ganado. Él, que se entregó al Sol de la mañana, el que conduce las aguas, él, oh hombres, es Indra“. En otro verso del Rig-veda se dice: “Indra, tú que elevaste a los marginados que estaban oprimidos, que glorificas a los ciegos y los cojos“. Indra, con Váruna y Mitra, es uno de los Aditias, un grupo de deidades solares, hijos de Áditi y el sabio Kashiapa, además del dios del fuego Agní y de los Ashvins, dioses jinetes gemelos, hijos del dios del sol Suria, en su forma como Vivasuat, y de Sharaniá, una diosa secundaria de las nubes. Indra se deleita en el consumo de la droga soma. El mito védico central de Indra es su heroica victoria sobre el asura Vritrá, liberando los ríos. Alternativamente es remarcable su destrucción del asura Valá, un demonio con forma de caverna en una montaña, donde los Panis, un tipo de demonios en el Rig-veda, habían encerrado a las vacas y a Ushas, una deidad védica. Indra es el dios de la guerra, rompiendo las fortalezas de piedra de los dasius, aborígenes del país que se identifican con los drávidas, e invocado por los combatientes de ambos bandos en la batalla de los Diez Reyes. Esta batalla es un hito guerrero relatado en el Rig-veda, donde se narra la derrota de una coalición de diez reyes que intentaban conquistar el reino de Sudás, ubicado en el Punyab, entre los ríos Sarasvati y el Ganges. El lingüista alemán Karl Friedrich Geldner (1852 – 1929), especialista en sánscrito védico, escribió sobre la alusión a la batalla de los diez reyes en estos himnos védicos que estarían “obviamente basados en un hecho histórico”. Al parecer Sudás y sus hombres lograron cruzar el Parusni con seguridad, mientras que sus enemigos, tratando de alcanzarlos, se ahogaron por una inundación, o fueron asesinados por los hombres del rey Sudás. La batalla parece enmarcarse en una disputa entre tribus arias durante su avance por el norte de la India, y puede estar fechada en torno a la mitad del segundo milenio a.C.
Según José Angel Hernández, en su artículo Analogías indias con Tartessos y la Atlántida, “este enfrentamiento entre arios, en el que una coalición de diez tribus se vio enfrentado a la de Sudás, que resistió victoriosamente el avance de dicha coalición, pudo tener su reflejo mítico en la epopeya que Platón narra en el Timeo cuando habla de la guerra que la Atenas primitiva sostuvo con la coalición de los diez reyes de la Atlántida. Las analogías entre la civilización del Valle del Indo, diversos aspectos de la cultura del sur de la península ibérica atribuidos por algunos sectores del mundo de la arqueología a Tartessos, y el relato mítico de Platón sobre la Atlántida, son a mi entender más que evidentes“. Todo indica que la civilización del Valle del Indo alcanzó altas cotas de desarrollo. En la edad del Vedanta (hacia el siglo III a. C.), Indra se convirtió en el prototipo de todos los dioses y era conocido como Mánava-Indra, ‘señor de los hombres’. El dios Rama, héroe en el Ramaiana, fue citado bajo el nombre de Rághava-Indra, ‘señor de los Rághavas’. Por lo tanto el Indra original fue llamado también Devá-Indra, señor de los dioses. Sin embargo, los nombres Shakrá y Vasavá fueron utilizados exclusivamente por el Indra original. Aunque los textos modernos por lo general se adhieren al nombre de Indra, los textos hinduistas tradicionales, como los Vedas, las Epopeyas y los Puranas, usan Indra, Śakrá y Vasavá indistintamente. Tal como dice Krishná, en el Bhagavad-guitá: “De los Vedas soy el Sama-veda; de los semidioses soy Indra, el rey de los cielos; de los sentidos soy la mente; y en los seres vivos yo soy la conciencia de la fuerza viviente“.
Indra es uno de los hermanos del dios del sol, Suria. Indra mató a los hijos de la diosa Diti, así que ella esperaba un hijo que fuera más poderoso que Indra y les vengara. En la mitología hinduista, los daitias son un clan de asuras, al igual que los danavas. El patronímico daitia significa ‘hijos de Diti’, que fue esposa del sabio Kashiapa. En el marco del hinduismo, Kashiapa fue un antiguo rishi (sabio), que se convirtió en uno de los Saptarshis (Siete Sabios) y en el progenitor de toda la humanidad. Los daitia eran una raza de gigantes que lucharon contra sus medio hermanos devas, ya que estaban celosos de ellos. Se describe que las mujeres daitias usaban joyas del tamaño de cantos rodados. Pero en el Rig-veda no se menciona a los daitias. Se menciona a Diti, que más tarde será convertida en la madre de todos los daitias, pero que es un personaje apenas nombrado, contrapuesto a la antiquísima diosa indoirania Áditi. Según la mitología hindú, Kashiapa fue el padre de los devas, asuras, nagas y de toda la humanidad. Estaba casado inicialmente con Áditi, con quien fue padre de Agní, los aditias, y lo más importante, del propio dios Visnú, que nació con el nombre de Vamaná (el avatar enano), como hijo de Aditi, en el séptimo manvantara. Con su segunda esposa, Diti, tuvo a los daitias, considerados demonios. Diti y Aditi eran hijas del rey Daksha Prayapati y hermanas de Dakshaiani, esposa de Shiva. Kashiapa recibió el mundo de manos de Parashurama, quien lo había conquistado al matar al rey Kartaviria Áryuna. Y desde ese momento a la Tierra se la llamó Kashiapi. En el Majábharata se mencionan historias de los daitias, así como su relación con otras razas humanas y no humanas. Por esta razón Diti es convertida en una diosa importante, como madre de todos los daitias y de los maruts, un grupo de dioses de la tormenta menos potentes que Indra. Diti se mantuvo embarazada durante un siglo, mediante la práctica de la magia. Pero cuando Indra la descubrió, le arrojó su rayo, que destrozó el feto en siete partes. Cada parte se regeneró como un individuo, que se convirtieron en los maruts.
Bhramâ partió hacia la esfera más alta llamada Satyaloka, o Brahmapura, el más excelente y lejano de todos los mundos. En el marco del hinduismo, Brahmapura (‘ciudad de Brahmā’, en sánscrito) es el más alto de los siete mundos. A ese lugar llegan las almas que durante su vida humana no se desarrollaron espiritualmente, pero que han sido las más piadosas. Allí nacen con un cuerpo con cuatro cabezas, como el propio dios Bhramâ. Los dioses eran originalmente mortales, pero por obra de Bhramâ se volvieron inmortales. Dentro de Bhramâ está el universo entero, por lo que Bhramâ es el más grande de todos los seres. En Bhramâ están los treinta y tres dioses. Como curiosidad debemos remarcar las increíbles implicaciones del número 33 en la historia. Este enigmático número ha estado involucrado en cientos de eventos cruciales. A lo largo de la historia de la Humanidad el número 33 ha constituido un verdadero enigma. Para muchos corresponde a un número mágico que ha aparecido en algunos de los acontecimientos más importantes de la historia. Según la numerología, el 33 es un número maestro, cargado de equilibrio, espiritualidad y del amor en su más pura expresión, mediante la entrega, sacrificio y compasión. Los mayas habrían descubierto la naturaleza matemática de Dios en las frecuencias de los números 13 y 20 que, sumados, dan 33, en que el 13 es representado como un círculo y el 20 como un cuadrado. Sin embargo, si bien el 33 se relaciona con las aptitudes intelectuales y artísticas de las personas, gracias a una especie de “vibración maestra” que permite que los seres humanos tengan la capacidad de atraer hacia sí vibraciones cósmicas que inspiran a otras personas, volviéndolos líderes espirituales y grandes personajes, también se conecta con las ciencias ocultas y los fenómenos paranormales.
El número 33 se encuentra registrado en los textos y la tradición de varias religiones del planeta. La Biblia asegura que el rey David reinó en Jerusalén durante 33 años y que Jesús tenía 33 años cuando murió en la cruz. También se afirma que el hinduismo cuenta con 33 mil dioses y que en el Islam los musulmanes creen que los habitantes del cielo existen eternamente con una edad de 33 años. En el libro El Secreto de los Illuminatis, Elizabeth Van Buren afirma que “en la numerología espiritual, los números 11, 22 y 33 son los denominados ‘Números Maestros’, siendo el numero 33 el mas alto en la escala. Este número representa la edad de la Maestría en la Iniciación de Jesús (su muerte, resurrección y ascensión), aparte de otros detalles esotéricos. El 33 simboliza el grado alto de consciencia espiritual por parte del ser humano”. En la Masonería el 33 significa el máximo grado masón del Rito Escocés. El poeta Dante Alighieri divide a las tres partes de La Divina Comedia (Infierno, Purgatorio y Paraíso) en 33 cantos cada una. El pintor Miguel Ángel habría comenzado a pintar la Capilla Sixtina a los 33 años, y una de las obras más conocidas del arquitecto español Antonio Gaudí es el llamado ‘cuadrado mágico’, un cuadrado donde se observa una variedad de números del 1 al 15, que sumados de cualquier manera, ya sea horizontal, vertical o diagonal, siempre dan 33.
En Bhramâ tiene su origen la manifestación de todos los elementos del cosmos, de los propios dioses, del tiempo y de los cuatro grupos sociales del hombre. Es el Principio creador del universo, o en otras palabras, es la personificación temporal del poder creador de Bhramân. Existe periódicamente tan sólo en el período de manifestación del mundo, después del cual desaparece y vuelve a Bhramâ, del cual procedió. Brahmâ, en unión con Vishnú y Siva, forman la Trimûrti. Nació de un huevo de oro, en el que permaneció durante un año, al cabo del cual, por el esfuerzo de su pensamiento, lo dividió en dos. De las dos mitades hizo el cielo y la tierra. De sí mismo sacó el espíritu que encerraba el ser y el no ser, y luego el sentimiento del yo, y todos los seres que viven. El señor Bhramâ solo interfiere ocasionalmente en los asuntos de los dioses y, aun más raramente, en los de los mortales. Él obligó a Soma, el dios de la Luna, a devolver Tara a su marido Brihaspati, el gurú de los semidioses. Bhramâ es considerado padre de Dharma, el dios de la religión, y de Atri, uno de los sapta rishis (siete grandes sabios) en el séptimo manu antara (‘dentro de un Manu’, o sea ‘en el lapso que dura la vida de un Manu’). En el hinduismo, el Dharma es la ley universal de la naturaleza, ley que se encuentra en cada individuo, lo mismo que en todo el universo. A nivel cósmico esta ley se concibe manifestada por movimientos regulares y cíclicos. Por este motivo se simboliza al dharma como una rueda (dharma-chakra), que gira sobre sí misma. Bhramâ vive en Bhramâpura, una ciudad situada en la cima del mitológico monte Meru, situado en medio del universo. En ese lugar llegan las almas que durante su vida humana no se desarrollaron espiritualmente, pero que han sido las más piadosas. Allí nacen con un cuerpo con cuatro cabezas, como el propio dios Bhramâ. Bhramâ es un agente de Bhramân, el Ser supremo o Absoluto del hinduismo. Dicen que cuando Bhramâ estaba haciendo al mundo, sintió la necesidad de crear una mujer para procrear la raza humana. De su propio cuerpo creó la primera mujer, llamada Shatrupa. Era tan bella que el mismo creador se quedo mirándola, ya que no podía apartar los ojos de ella. La mujer aguanto la mirada un rato, pero al final le dio vergüenza y se hizo a un lado para no estar delante de Bhramâ. Sin embargo, Bhramâ no quería perderla de vista, por lo que en seguida saco una nueva cabeza hacia ese lado y siguió mirándola. La pobre mujer se fue a otros costados, pero a Bhramâ le salía una cara nueva en cada dirección. Finalmente, ella voló hacia arriba para escapar de su vista. Tampoco le sirvió de nada porque la quinta cabeza del dios ya la miraba hacia arriba.
Bhramâ estaba tratando de convencer a Visnú que él mismo (Bhramâ) era el dios más importante. Pero Visnú insistía en su propia superioridad. En eso apareció delante de ellos una columna de luz, tan alta que no se veía hasta donde llegaba. Bhramâ y Visnú decidieron tratar de averiguar su tamaño. Visnú se convirtió en un jabalí y empezó a cavar para ver hasta dónde estaba metida la columna en la tierra, y Bhramâ tomo la forma de un cisne para volar hasta el punto más alto de la misma. Estuvieron muchísimo tiempo explorando, pero no dieron con los extremos del pilar. Cuando regresaron al punto de partida, allí estaba el dios Shiva, que había hecho aparecer la gran columna. Visnú admitió que no había podido encontrar la raíz de la misma, pero Bhramâ, con el fin de ganar, mintió diciendo que había llegado hasta la cumbre de la misma. Y, como prueba, presentó una flor que dijo había encontrado allí. Shiva se enfureció tanto ante esta mentira piadosa que en seguida le corto la quinta cabeza que miraba hacia arriba y había sido la que había pronunciado la falsedad. Además, declaro que desde entonces nadie construyera un templo en honor a Bhramâ ni le rindiera culto a través de ceremonias religiosas.
Los períodos, llamados Manvantara y Pralaya, se siguen los unos a los otros en sucesión, que también reciben el nombre de Kalpas. Kalpa es un término sánscrito que significa Eón o largo período, y es utilizado principalmente en la cosmología budista e hindú. En el budismo existen cuatro tipos diferentes de kalpas: El kalpa de uso más común dura unos 16 millones de años. Un kalpa de corta duración mide unos 1.000 kalpa comunes o 16.000 millones de años. Un kalpa de tamaño medio dura unos 320.000 millones de años, equivalente a unos 20 kalpas cortos. Un gran kalpa dura unos 4 kalpas de tamaño medio. El Buda Gautama no habló sobre la duración exacta de un kalpa en años, pero ofreció varias analogías para calcularlo: “Imagina un enorme cubo vacío en el inicio de un kalpa, con una longitud de arista de unos 25,6 km; una vez cada cien años, insertamos una pepita de mostaza en el cubo. Cuando el cubo se llene, el kalpa terminará. Imagina una montaña de roca con unas medidas de 26x26x26 km (ancho, largo, alto). Tomamos un pequeño trozo de tela y la frotamos con él una vez cada 100 años. Cuando la montaña desaparezca desgastada, el kalpa terminará“. En una ocasión, varios monjes quisieron saber cuántos kalpas habían transcurrido hasta la fecha. Buda les dio una analogía sorprendente: “Si cuentas el número total de granos de arena de las profundidades del río Ganges, desde donde comienza hasta donde desemboca en el mar, incluso ese número será menor que el número de kalpas que ya han transcurrido“. En el hinduismo, un kalpa equivale a 4.320 millones de años. Un único día de Bhramâ, o mil mahayugas, miden la duración del mundo. Hoy en día, la ciencia estima la edad del universo en unos 13.800 millones de años. Cada kalpa se divide en 14 manvantara, cada una de 306.720.000 años. Dos kalpas constituyen un día y una noche de Bhramâ. Un mes de Bhramâ contienen 30 de estos días, incluyendo noches, o 259.200 millones de años. De acuerdo al Mahábharata, 12 meses de Bhramâ constituyen uno de sus años y 100 de esos años representan el ciclo de vida del universo. Se supone que han transcurrido ya 50 años de Bhramâ y estamos ahora en el kalpa shvetavaraha, que es el número 51. Al final de un kalpa, se considera que el mundo existente en aquel momento desaparece.
En la mitología hinduista, Matsia (‘pez’ en sánscrito) fue el primer avatar del dios Visnú, de acuerdo al Garuda puraṇá, y el décimo, según el Bhāgavata puraṇá (siglo XI d. C.). Matsia se representa como un pez con un cuerno en la frente, de donde enganchó con una soga el arca de Manu. También se le representa como Visnú, pero con cola de pez. A veces parece más bien que un gran pez se estuviera comiendo los miembros inferiores de Visnú. En el Satapatha-bráhmana se cuenta brevemente por primera vez la leyenda del diluvio. En el Majabhárata hay una sección llamada «Matsio-upakhiana» (‘episodio del pez’), que cuenta la leyenda del diluvio, narrada de manera un poco difusa. En el Bhagavata-purana el pez ya se había convertido en un avatar de Visnú. Manu ya no aparece como el progenitor de la humanidad, sino como un creador que produce todos los mundos y los seres mediante su poder ascético. Según el Bhágavata-purana, Matsya se le apareció al rey Manu, cuyo nombre original era Satiavrata, entonces rey de Dravida, cuando él se estaba lavando las manos en un río. El pececito le pidió que lo salvara, por lo que el rey lo puso dentro de su lota (recipiente de cobre). El pez creció y el rey tuvo que ponerlo en un charco. Pero el pez volvió a crecer y el rey lo puso en un lago. Volvió a crecer y el rey lo puso en el océano. Matsia advirtió al rey que vendría un diluvio. El rey construyó una gran nave, donde alojó a su familia y el semen de todos los animales para repoblar la Tierra. Enganchó la nave al cuerno del pez Matsia, que los arrastró a través del diluvio. Esta historia es muy similar a otras historias del diluvio universal en la mitología sumeria, supuestamente anterior a la hinduista, que precedieron ambas a la historia bíblica del arca de Noé. Otra leyenda en el Bhágavata-purana dice lo siguiente: “Hace mucho tiempo, cuando la vida apareció en la Tierra, un terrible demonio aterrorizó la Tierra. Impedía que los sabios realizaran sus rituales y robó los sagrados Vedas. Se refugió en el interior de una caracola en las profundidades del océano. Brahmā, creador del mundo, se acercó a Visnú pidiéndole ayuda. Este inmediatamente adoptó la forma de un pez y se sumergió en el océano. Mató al demonio, le abrió el estómago y extrajo los Vedas, que dentro de la panza cuádruple del demonio se habían convertido en cuatro: Rig, Sama, Iáyur y Átharva“.
El Matsia Avatâra de Visnú y el Diluvio de Vaivasvata están claramente relacionados con un suceso que tuvo lugar en nuestra Tierra durante esta época. Parece evidente que se refiere a un período geológico remoto. Platón menciona que finalmente la Atlántida se hundió bajo las olas del mar, probablemente debido al fenómeno llamado Diluvio Universal. El pueblo Azteca dejó plasmado en sus códices la destrucción de la raza humana en 4 ocasiones, correspondientes a 4 soles: sol de agua, sol de tierra, sol de fuego y sol de aire. El médico y filósofo Rosacruz Arnoldo Krum Héller nos explica que la evolución humana se divide en siete rondas y en cada una de ellas hay siete razas raíces que, a su vez, se dividen en sub-razas. Pero estas razas no aparecieron bruscamente sobre la faz de la tierra, ya que la evolución se hace lenta y progresivamente. El primer continente del que se tiene noticia es Lemuria. El nombre de Lemuria proviene de lémur, animal parecido al mono que vive en África, en el sur de la India y en Malasia. El zoólogo británico P. L. Sclater, que ideó el término Lemuria, aseguró que el extenso continente se extendía desde Madagascar por el sur de Asia hasta el archipiélago malayo. Era un inmenso hábitat de lémures cuando fue invadido por el mar. Esta teoría fue confirmada por el hallazgo de animales fósiles semejantes, en zonas tan apartadas como la provincia sudafricana de Natal y el sur de la India. Entre otros evolucionistas del siglo XIX, el británico Thomas Huxley expresó su creencia en Lemuria, y el biólogo alemán Emst Haeckel, quien se hiciera célebre por sus “Enigmas del Universo”, sugirió que el desaparecido continente pudo haber sido «cuna de la humanidad». De este modo surgió la hipótesis de que Lemuria fuese sede del Paraíso Terrenal. El surgimiento y caída de la civilización lemuriana no puede documentarse con certeza, aunque muchos han ido en busca de este continente mitológico.
Se ha sabido que las civilizaciones perdidas surgen y caen, o solamente aparecen desaparecen, sin explicación. Como con los atlantes, uno solamente puede especular lo que sucedió, basados en la evidencia arqueológica, leyendas y piezas de teorías reunidas por investigadores. Como con las civilizaciones más antiguas y perdidas, los lemurianos construirían pirámides o ziggurats – pirámides escalonadas –, ligándolas a sus dioses que viven en el espacio. Estos serían lugares de adoración y sacrificio, o áreas de aterrizaje para naves espaciales. Las estructuras piramidales simbolizan la conciencia en espiral y la ascensión al lugar de los dioses y diosas que residen ‘arriba’ de nuestra realidad en un plano más elevado de existencia. ¿Hay un enlace entre los lemurianos y las pirámides mayas? La localización exacta de Lemuria varía con autores e investigadores diferentes, aunque es parte de los misterios de la región pacífica fluyendo hacia el continente americano, así como la Atlántida está ligada a las áreas de tierra del Atlántico que se extienden al Mar Mediterráneo. La ubicación de Lemuria, está ligada a un área con poderosos terremotos y volcanes, que continuaron después de estar dormidos por muchos años. Parecería que las leyendas de la antigua Lemuria nos hablan una vez más con señales de advertencia – como supuestamente lo hicieron para los lemurianos antes de que el continente se hundiera en el mar. Muchos creen que la Isla de Pascua fue parte de Lemuria. Sus cientos de colosales estatuas de piedra y lenguaje escrito apuntan hacia una cultura avanzada que, no obstante, apareció el punto más remoto del mundo. Las leyendas de la Isla de Pascua hablan de Hiva que se hundió bajo las olas cuando la gente huyó.
La Atlántida se vio poblada por la raza atlante, la 4ª. raza, con sus 7 sub-razas, formando una gran civilización, hasta que llegó su decadencia y finalmente su destrucción. Según el poeta griego Hesíodo (siglo VIII a.C.), había 4 edades para cada raza. La primera, La Edad de Oro, en la que los pobladores vivían como dioses y en la cual reinaba la justicia y la verdad. La Edad de Plata, en que ya decaía en esplendor y belleza. En la siguiente Edad de Cobre aumentó la decadencia. Y, por último, la actual Edad de Hierro o Edad Negra, es la edad de la discordia y del mal. Platón evoca en su Timeo la decadencia moral de los atlantes que se produjo cuando éstos degeneraron y se olvidaron de sus dioses y por ello fueron castigados por el dios Zeus. Platón describe la Atlántida como un paraíso terrestre, de imponentes montañas, fértiles llanuras, ríos navegables, ricos depósitos de minerales y una numerosa y floreciente población. El Zend-Avesta, libro sagrado de los parsis, menciona que el dios Azura Mazda ordenó a Yuma, patriarca persa, que se preparase para el Diluvio. Yuma abrió una cueva, donde durante la inundación fueron encerrados los animales y las plantas necesarios para el futuro de los seres humanos. El Mahabarata cuenta cómo el dios Bhramâ se presentó en forma de pez ante Manú, padre de la raza, para prevenirle del acontecimiento por venir. Le aconsejó construir una nave y embarcar en ella a Vaivaswata, equivalente al Noé bíblico, nombre del séptimo manú, antecesor de la raza post-diluviana, o sea la actual, que lo es desde hace unos setenta mil años. Pero es evidente que no solo hubo un solo Noé. Eva engendró a Caín, luego a Abel y más tarde a Awan. Caín mató a Abel y por ello el Señor lo hizo errante y lo maldijo. Tuvieron otros hijos y entre su descendencia nació Enoc, primero del género humano nacido sobre la tierra, que aprendió la escritura, la doctrina y la sabiduría y escribió en un libro las señales del cielo. Enoc estuvo con los ángeles del señor y ellos le mostraron todo cuanto hay en la tierra, en los cielos y el poder del sol.
Enoc exhortó a los que cometieron abominaciones y dio testimonio contra todos ellos. Fue elevado entre los hijos del género humano y fue enviado al Jardín del Edén para gloria y honor. Por ello hizo el Señor llegar el agua del diluvio sobre toda la tierra del Edén. Lamec hijo de Matusalén tomó por esposa a Betenos y ésta parió un hijo al que llamó Noé. Cuando los hijos de los hombres comenzaron a multiplicarse sobre la faz de la tierra y tuvieron hijas, vieron los ángeles del Señor que eran hermosas en aspecto, las tomaron por mujeres y engendraron hijos que fueron gigantes. Creció entonces la iniquidad sobre la tierra y todos los mortales corrompieron su conducta, desde los hombres, hasta los animales y bestias, aves y reptiles. Miró entonces el Señor a la tierra y todo estaba corrompido y dijo: “Destruiré a todos los mortales sobre la faz de la tierra”. Solo Noé halló gracia ante los ojos del Señor. Le ordenó construir un arca y entrar en ella y el Señor la cerró por fuera. Abrió el Señor las siete cataratas del cielo y las bocas de las fuentes del gran abismo en número de siete bocas. Comenzaron las cataratas a soltar agua desde el cielo cuarenta días y cuarenta noches y también las fuentes del abismo hicieron subir agua desde abajo, hasta llenarse todo el mundo de líquido. El agua creció sobre la tierra, elevándose quince codos por encima de todos los altos montes. El arca también se elevó sobre la tierra y flotaba sobre la faz de las aguas. Después de un tiempo, el agua se fue al abismo y comenzaron a verse las cimas de los montes. Luego se vio la tierra hasta que ésta se secó. Noé abrió el arca y salieron de ella. Construyó un templo en aquel monte e hizo sacrificio que fue agradable a los ojos del Señor.
Y así comenzó una nueva raza, la nuestra. Helena Blavatski, en su Doctrina Secreta, comenta: “Por otra parte, ni el Diluvio caldeo ni el bíblico, con sus fábulas de Nisuthros y de Noé, están basados en el Diluvio universal, ni aun en los de los Atlantes, registrados en la alegoría inda del Manu Vaivasvata. Son aquéllos alegorías exotéricas basadas en los Misterios Esotéricos de Samotracia. Si los caldeos más antiguos conocían la verdad esotérica, oculta en las leyendas puránicas, las otras naciones sólo conocían el Misterio Samotracio, y lo alegorizaban. Lo adaptaron a sus nociones astronómicas y antropológicas, o más bien fálicas. Históricamente se sabe que Samotracia ha sido célebre en la antigüedad por un diluvio que sumergió el país hasta las montañas, suceso que tuvo lugar antes del tiempo de los argonautas. Se inundó rápidamente por las aguas del Euxino, que hasta entonces había sido considerado como un lago. Pero, además, los israelitas tenían otra tradición en que basar su alegoría, la leyenda del Diluvio, que transformó el actual desierto de Gobi por última vez en un mar, hace 10.000 ó 12.000 años, y que echó a las montañas vecinas a muchos Noés y sus familias“. Como los relatos babilónicos sólo ahora han sido restaurados a partir de cientos de miles de fragmentos mutilados, las pruebas son relativamente escasas. Sólo en el terraplén de Kouyunjik, cerca de la antigua ciudad de Ninive, se han descubierto, desde las excavaciones de Layard, más de 20.000 fragmentos de inscripciones.
La primera raza, que fue la primera en caer en la degeneración, era una raza obscura, que era llamada Adamu. Los babilonios reconocían dos razas principales en el tiempo de la caída, habiendo precedido a esas dos la raza de los dioses y los dobles etéreos de los Pitris, espíritus de un ancestros ya fallecidos. Tal es la opinión de Sir Henry Rawlinson, diplomático y orientalista, también conocido como padre de la Asiriología. Estas razas serían nuestras segunda y tercera razas-raíces. Había siete Dioses, cada uno de los cuales creó un grupo de hombres. Eran “los Dioses aprisionados o encarnados”. Estos dioses eran, en el tiempo de la caída, el dios Zi; el dios Zi-ku; el dios Mir-ku; el dios Libzu; el dios Nissi; el dios Suhhab; y Oannes-Dagon, llamado colectivamente, el Demiurgo o Creador. Ni aun la Filosofía Esotérica puede pretender conocer lo que tuvo lugar antes de la reaparición de nuestro Sistema Solar, y antes del último Mahâ Pralaya, Gran Pralaya o la Gran Noche cósmica o disolución del Universo en contraposición al Mahâ-Manvantara. Es el período de ocultación o “no actividad” de un planeta. Pero la Filosofía Esotérica enseña claramente que después del primer disturbio geológico del eje de la Tierra, se produjo la sumersión en el fondo de los mares de todo un continente con sus razas primitivas, de cuyos sucesivos continentes surgió la Atlántida, con la cuarta raza. Más tarde tuvo lugar otro disturbio ocasionado por el retorno del eje terrestre a su anterior grado de inclinación, de una manera igual de rápida. En aquellos días existían dioses en la Tierra. Dioses y no hombres como los conocemos ahora, según dice la tradición. El cómputo de los períodos en el Hinduismo exotérico se refiere tanto a los grandes sucesos cósmicos como a los sucesos y cataclismos terrestres pequeños. Y lo mismo con respecto a los nombres. Por ejemplo, Yudishthira fue el primer rey de los shakas, que principió la Era del actual Kali Yuga, que debe durar 432.000 años. Este rey existió verdaderamente en el 3102 a.C. Pero el nombre de Yudishthira se aplica también al gran Diluvio, cuando la primera sumersión de la Atlántida. Es el Yudishthira nacido inmediatamente después del diluvio en la montaña de las cien crestas, en la extremidad del mundo. Pero no conocemos ningún diluvio en el 3102 a.C.; ni aun el de Noé, sunque sobre estas fechas debemos tener muchas reservas.
Según el Majabhárata, la era de Kali comenzó en la medianoche del duodécimo día de la guerra de Kurukshetra, que duró en total 18 días. Fue la noche en que los dos ejércitos se negaron a detenerse al atardecer para orar y siguieron matándose en la oscuridad, hasta el amanecer. A mediados del siglo VI, el astrólogo Aria Bhatta (476 – 550 d. C.) determinó mediante cálculos astrológicos que ese momento podría haber sucedido entre el 17 y el 18 de febrero del 3102 a. C. En la actualidad los hinduistas sostienen que esa fecha es correcta. Debido a la presencia del dios Krisna en el planeta, la personificación de Kali no se atrevió a entrar con toda su fuerza. Pero en el mismo día de la ascensión de Krisna al cielo, a los 125 años de edad, Kali entró en este mundo en la forma del delito de lastimar a una vaca. Este iuga del vicio durará exactamente 1200 años de los deva (dioses) o 432 000 años de los humanos. Curiosamente la relación entre los años de los dioses y los hombres nos da el famoso 360, cuyo origen parece que viene de la época sumeria. Al final, nacerá Kalki, el décimo y último avatar de Visnú, que montando un caballo blanco y blandiendo una espada matará a toda la humanidad corrompida, y salvará a los que sigan siendo devotos de Visnú. Ningún cómputo, ya sea de los Manvantaras o de las Cuatro Edades, ha sido descifrado todavía por los orientalistas. Sobre el Pralaya, período de disolución, sueño o reposo relativo o total del universo, que sobreviene al fin de un Día, de una Edad o de una Vida de Brahmâ, antes del cual transcurren catorce Manvantaras, presididos por otros tantos Manus, y a cuya conclusión ocurre la disolución incidental, o de Brahmâ, se dice en el Vishnu Purâna: “Al final de mil Períodos de Cuatro Edades, que completan un día de Brahmâ, la tierra está casi exhausta. El Eterno (Avyay a) Visnú asume entonces el carácter de Rudra, el Destructor (Shiva), y vuelve a reunir todas sus criaturas en sí mismo. Entra en los Siete Rayos del Sol, y absorbe todas las Aguas del Globo; hace evaporar la humedad, secando de este modo a toda la Tierra. Los océanos y los ríos, los torrentes y los arroyos, todos se vaporizan. Alimentados así con abundante humedad, los Siete Rayos Solares se convierten en Siete Soles, por dilatación, y finalmente prenden fuego al Mundo. Hari, el destructor de todas las cosas, que es la Llama del Tiempo, Kâlâgni, consume por último a la Tierra. Entonces Rudra, convirtiéndose en Junârdana, exhala nubes y lluvia“.
Hay muchas clases de Pralaya, pero en los antiguos libros indos se mencionan especialmente tres períodos principales. El primero se llama Naimittika, “Ocasional” o “Incidental”, causado por los intervalos entre los Días de Brahmâ. Consiste en la destrucción de las criaturas, de todo lo que vive y tiene forma, pero no de la substancia, que permanece en estado latente hasta la nueva aurora que sigue a aquella noche. El segundo período es llamado Prâkritika y tiene lugar al fin de la edad o de la Vida de Brahmâ, cuando todo lo que existe se resuelve en el Elemento Primario, para ser modelado de nuevo al final de aquella larga noche. El tercer período es llamado Âtyantika, y no concierne a los Mundos ni al Universo, sino sólo a cierta clase de individualidades. Es, pues, el Pralaya Individual o Nirvâna, en que una vez es alcanzado, ya no hay más existencia futura posible, ningún renacimiento, hasta después del Mahâ Pralaya. Como esta última noche dura la increíble cifra de 311 billones de años, con la posibilidad de casi doblarlos, como en el caso del afortunado adepto, o Jîvanmukta, que alcanza el Nirvâna en los principios de un Manvantara. Es bastante larga para ser considerada como eterna, aunque no sin fin. El Bhâgavata Purâna habla de una cuarta clase de Pralaya, el Nitya, o disolución constante, y lo explica como el cambio incesante que tiene lugar imperceptiblemente en todas las cosas de este Universo, desde lo más grande hasta el átomo. Es el crecimiento y la decadencia, la vida y la muerte. Cuando llega el Mahâ Pralaya, los habitantes de Svar-loka, “cielo de Indra“, la Esfera Superior, perturbados por la conflagración, buscan refugio en Mahar-loka junto con los Pitris, espíritus de los ancestros ya fallecidos, los Manus, los Siete Rishis, los diferentes órdenes de Espíritus Celestiales y los Dioses. Mahar-loka es una región donde moran los Munis o “santos” durante un Pralaya, según declaran los Purânas. Es la residencia ordinaria de Bhrigu, uno de los Prajâpatis (progenitores) y uno de los siete Richis que, según se dice, son coexistentes con Brahmâ.
Bhrigu fue uno de los Saptarshis (siete grandes sabios) en la mitología hinduista, uno de los varios Prajâpatis creados por el dios creador Brahmâ. Cuando es alcanzado el Mahar-loka, todos los seres mencionados emigran a su vez de Mahar-loka a Jana-loka en sus formas sutiles, destinadas a volver a tomar cuerpo cuando se renueve el mundo al principio del Kalpa siguiente. Nubes gigantescas y ruidosos truenos llenan todo el Espacio (Nabhastala). Descargando torrentes de agua, estas nubes apagan los fuegos tremendos. Y entonces llueve sin interrupción durante cien años divinos y se inunda el Mundo entero (el Sistema Solar). Estas lluvias, cayendo en gotas tan grandes como dados, cubren la Tierra, llenan la Región Media (Bhuva -loka), e inundan el Cielo. El Mundo se encuentra entonces envuelto en la oscuridad. Todas las cosas animadas o inanimadas han perecido y las nubes continúan vertiendo sus aguas. Y la noche de Brahmâ reina suprema sobre la escena de desolación. Esto es llamado un Pralaya Solar, según la Doctrina Esotérica. Cuando las aguas alcanzan la región de los Siete Rishis, y el Mundo, nuestro Sistema Solar, se convierte en un Océano, se detienen. El hálito de Visnú se convierte en viento tempestuoso, que sopla durante otros cien años divinos, hasta que todas las nubes son dispersadas. El viento es entonces reabsorbido: Y el Señor por quien todas las cosas existen, el que es inconcebible y que es el principio del Universo, reposa durmiendo en Shesha (la Serpiente del Infinito) en medio del Océano. Shesha es una serpiente masculina divina, rey de todos los nagas, un tipo de seres o semidioses inferiores con forma de serpiente, y uno de los seres primigenios de la creación. De acuerdo con el Bhágavata-purana (siglo XI), Shesha es un avatar de Dios. En los Puranas se dice que Shesha sostiene a todos los astros del universo sobre sus caperuzas, mientras canta las glorias de Visnú con todas sus bocas.
El Creador duerme sobre el Océano del espacio en la forma de Brahmâ, glorificado por Sanaka, uno de los Kumaras, y los Santos (Siddhas) de Jana-loka. Cuando todos los Mundos y Pâtâlas (Infiernos) son desecados, principia el proceso de la disolución elemental. Finalmente tenemos el Pralaya final, la muerte del Kosmos; después del cual, su Espíritu reposa en el Nirvâna, o en aquello para lo que no hay ni Día ni Noche. Todos los demás Pralayas son periódicos y siguen a los Manvantaras en sucesión regular, como la noche sigue al día. El ciclo de la creación de las vidas del Kosmos se agota; pues la energía de la “Palabra manifestada” tiene su crecimiento, su culminación y descenso, como todas las cosas temporales, por grande que sea su duración. La Fuerza Creadora es eterna como manifestación fenomenal, pero tiene en sus aspectos un principio, y debe, por tanto, tener un fin. Durante este intervalo, tiene sus períodos de actividad y sus períodos de reposo. Y estos son los Días y las Noches de Brahmâ. Pero Bhramân, el Nóumeno, aquello que no puede ser percibido en el mundo tangible, jamás reposa; pues no cambia nunca, sino que siempre es, aun cuando no pueda decirse que está en alguna parte. Los kabalistas judíos aplicaron el mismo pensamiento al Dios antropomórfico. En el Zohar leemos lo siguiente: “Cuando Moisés ayunaba en el Monte Sinaí, en compañía de la Deidad, que estaba oculta a su vista por una nube, sintió un gran temor, y repentinamente pregunto: “¿Señor, en dónde estás?… ¿duermes, ¡oh! Señor?” Y el Espíritu le contestó: “Yo no duermo jamás: si me durmiera sólo un momento antes de mi hora , toda la creación caería al instante en la disolución”. “Antes de mi hora” es muy significativo. Ello muestra al Dios de Moisés como siendo sólo un sustitutivo temporal, lo mismo que Brahmâ es un sustitutivo y un aspecto de aquello que es inmutable, y que, por lo tanto, no puede tomar parte en los Días y Noches, ni tener ninguna clase de influencia en la reacción y disolución.
Los siete Reyes primordiales fueron destruidos. Pero, ¿quiénes son estos Reyes? Son los siete Rishis, ciertas divinidades secundarias, Indra (Shakra), Manu y los Reyes que son creados y perecen en un período, como dice el Vishnu Purâna. El séptimo período de la creación, la del hombre físico, y también el Pralaya después del Séptimo Período, la noche de Brahmâ que tiene la misma duración que el día. “Fue por completo desolada durante doce horas”. El autor de la Qabbalah observa que: “Mucho antes de su tiempo (el de Ibn Gebirol)… muchos siglos antes de la Era Cristiana, había en el Asia Central una religión de la Sabiduría, de la cual subsistieron después fragmentos entre los sabios de los egipcios arcaicos, entre los antiguos chinos, indos, etc...”. El origen de la Qabbalah probablemente proviene de fuentes arias, del Asia Central, Persia, India y Mesopotamia, pues de Ur y Haran vinieron Abraham y muchos otros a Palestina. En Isis sin velo, Blavatsky nos explica que Vâmadeva Modelyar describe de un modo muy poético la aproximación de la Noche: “Óyense ruidos extraños procediendo de todas partes. Estos son los precursores de la Noche de Brahmâ; el crepúsculo asoma en el horizonte, y el Sol se oculta detrás del trigésimo grado de Makara (el décimo signo del Zodíaco) y no volverá a alcanzar más el signo de la Mina (el signo del Zodíaco Piscis). Los Gurus de las Pagodas nombrados para observar el Râshichakram (el Zodíaco), pueden ya romper su círculo y sus instrumentos, pues en adelante son inútiles. Gradualmente palidece la luz, el calor disminuye, los lugares inhabitados se multiplican en la tierra, el aire se rarifica más y más; las fuentes se secan, los grandes ríos ven sus ondas exhaustas, el Océano muestra su fondo arenoso, y las plantas mueren. Los hombres y los animales disminuyen diariamente de tamaño. La vida y el movimiento pierden su fuerza; los planetas apenas pueden gravitar en el espacio; uno por uno se extinguen, como una lámpara que la mano del Chokra (servidor) ha descuidado de llenar. Sûrya (el sol) fluctúa y se apaga, la materia entra en la Disolución (Pralaya) y Brahmâ se sumerge de nuevo en Dyaus, el Dios no revelado; y, habiendo cumplido su tarea, se duerme. Otro día ha pasado, se presenta la noche y continúa hasta la Aurora futura. Y ahora vuelven a entrar de nuevo los gérmenes de todo lo que existe en el Huevo áureo de su Pensamiento, como nos dice el divino Manu. Durante Su reposo apacible, los seres animados, dotados con los principios de acción, cesan sus funciones, y todo sentimiento (Manas) dormita. Cuando todos son absorbidos en el Alma Suprema, esta Alma de todos los seres duerme en completo reposo, hasta el nuevo Día en que vuelve a tomar su forma, y se despierta una vez más de su primitiva oscuridad“.
Así como el Satya Iuga es siempre el primero en la serie de las Cuatro Edades o Iugas, del mismo modo el Kali es siempre el último. El Kali Iuga reina ahora en la India, y parece que coincide con el de la Edad de Occidente. De todos modos, es sorprendente ver cuán profético fue el autor del Vishnu Purâna, en la predicción a Maitreya de alguna de las sombrías influencias y pecados de este Kali Iuga. Maitreya es un nombre que aparece en la religión budista para referirse al próximo Buda histórico. Según la literatura sagrada budista, el bodhisattva Maitreya nacerá en la tierra para lograr la completa iluminación de un Buda y enseñar el dharma. El Buda Maitreya será el sucesor de Siddhartha Gautama, el Buda histórico actual, el cual anunció a Maitreya como el nombre del próximo Buda. Pues después de decir que los “bárbaros” serían dueños de las orillas del Indus, de Chandrabhâgâ y Kâshmîra, añade: “Habrá monarcas contemporáneos reinando sobre la tierra, reyes de ruin espíritu, genio violento y hasta aficionados a la mentira y a la perversidad. Harán dar muerte a las mujeres, a los niños y a las vacas ; arrebatarán la propiedad de sus súbditos; tendrán poder limitado, sus vidas serán cortas, sus deseos insaciables. Gentes de varios países, mezclándose con ellos, seguirán su ejemplo; y los bárbaros siendo poderosos (en la India) bajo la protección de los príncipes, mientras las tribus puras son descuidadas, el pueblo perecerá. La riqueza y la piedad disminuirán de día en día, hasta que el mundo se depravará por completo. Tan sólo la propiedad conferirá el rango; la riqueza será la única fuente de devoción; la pasión será el único lazo de unión entre los sexos; la falsedad será el único medio de éxito en los litigios; y las mujeres serán objeto de satisfacción puramente sensual. Los tipos externos serán la única distinción de los varios órdenes de la vida; la falta de honradez (anyâya) los medios (universales) de subsistencia; la debilidad, causa de la dependencia; la amenaza y la presunción substituirán a la sabiduría; la liberalidad será devoción; si un hombre es rico, tendrá reputación de puro; el asentimiento mutuo será el matrimonio; ricas vestiduras serán dignidad… Aquel que sea más fuerte reinará. El pueblo, no pudiendo soportar las pesadas cargas se refugiará en los valles. De este modo, en la Edad Kali, la decadencia continuará constantemente, hasta que la raza humana se aproxime a su extinción (pralaya). Cuando el fin de la Edad Kali esté próximo, descenderá sobre la Tierra una parte de aquel Ser divino que existe, de su propia naturaleza espiritual (Kalki Avatâra), dotado con las ocho facultades supremas. Él restablecerá la justicia sobre la tierra; y las mentes de los que vivan al fin del Kali Yuga se despertarán y serán tan diáfanas como el cristal. Los hombres así transformados… serán como las semillas de seres humanos , y producirán una raza que seguirá las leyes de la Edad Krita (o Edad de Pureza). Como se ha dicho: ‘Cuando el Sol y la Luna y (la Constelación Lunar) Tishya, y el planeta Júpiter estén en una mansión, la Edad Krita (o Satya) volverá‘. Dos seres, Devâpi, de la raza de Kuru, y Maru, de la familia de Ikashvâku, continúan viviendo durante las Cuatro Edades, y residen en Kapâla. Volverán aquí al principio de la Edad Krita. Maru, el hijo de Shîghra, vive todavía por el poder de la devoción (Yoga) y será el restaurador de la raza Kshattriya de la Dinastía Solar“.
Lo que se indica sobre el Kali Iuga se adapta sorprendentemente hasta con lo que vemos y oímos e los tiempos actuales. Sólo siete años después de la primera explosión atómica en Nuevo México, el doctor Oppenheimer estaba dando una conferencia en la Universidad de Rochester. Luego, en el turno de preguntas y respuestas, un estudiante hizo una pregunta a la que el doctor Oppenheimer contestó con una extraña reserva. El estudiante preguntó: “La bomba que se hizo estallar en Alamogordo, durante el proyecto Manhattan, ¿fue la primera en hacerse explotar?“. El doctor Oppenheimer respondió enigmáticamente: “Bueno, sí. En tiempos modernos, sí, claro“. Quizá el doctor Oppenheimer, que conocía el sánscrito, recordaba un pasaje que había leído en el Mahábhárata sobre una antigua guerra en que se introdujo una nueva arma aterradora: “(Era) un solo proyectil cargado con toda la fuerza del Universo. Una columna incandescente de humo y llamas brillante como diez mil soles se elevó en todo su esplendor. Era un arma desconocida, un relámpago de hierro, un gigantesco mensajero de muerte, que redujo a cenizas a toda la raza de los Vrisnis y los Andhakas. Los cadáveres quedaron tan quemados que no se podían reconocer. Se les cayeron el pelo y las uñas. los cacharros se rompieron sin motivo, y los pájaros se volvieron blancos. Al cabo de pocas horas todos los alimentos estaban infectados. Para escapar de ese fuego los soldados se arrojaban a los ríos, para lavarse ellos y su equipo”. Pero, ¿quiénes eran los Vrisnis y los Andhakas? Los vrisnis fueron un antiguo clan indio que se consideraban descendientes del rey Vrisni, a su vez descendiente del rey Iadú. Según el Mahábhárata, Vrisni era hijo de Sátuata, descendiente del rey Iadú, hijo de Iaiati. En el marco de la mitología hinduista, Iadu es el nombre de un rey, cuyos descendientes se llamaban iadus, uno de los cinco clanes arios mencionados en el Rig-veda (fines del II milenio a. C.). El texto épico Mahábhárata y también los Puranas se refieren a un rey Iadú, hijo mayor del rey Iaiati. Iadú tuvo cuatro hijos: Sastra Yit, Kroshta (o Kharahostes), Nala y Ripu. Los reyes entre Rishi Buddh y Iaiati se conocen como Soma vamshi, el clan descendiente del dios de la Luna. Según el Sanskrit-English Dictionary del británico Monier Monier-Williams (1819-1899), Iadú fue un antiguo héroe, que en los Vedas (hacia el siglo XV a. C.) se menciona frecuentemente junto con Turvasha (o Turvasu).
Según las leyendas, Indra lo salvó de una inundación, algo que se parece al caso de Noé. En la poesía épica es hijo del rey Iaiati y hermano de Purú y Turvasu. En una ocasión, el rey Iaiati le pidió a su hijo que le regalara su juventud. Iadú se negó, por lo que su padre lo desheredó. Por eso él no mantuvo el mismo clan que su padre (el clan lunar). El único clan que mantuvo el nombre de Soma-vamshi fue la que descendía del rey Purú, hermano menor de Iadú. El rey Iadú ordenó que las futuras generaciones de descendientes se llamaran iadus o iádavas y el clan tomaría el nombre de Iadu-vanshi. Vrisni tenía dos esposas, Gandhari y Madri. Con la segunda tuvo un hijo llamado Deva Midusha. Vasudeva, el padre del dios Krishna, era el nieto de Deva Midhusha. Krishna pertenece a esta rama vrisni de la raza lunar, por lo que recibe el nombre de Varsneia (descendiente de Vrisni). Todos los vrisnis terminaron viviendo como residentes en la ciudad de Duaraká (o Duarka), una ciudad de la India en el distrito de Devbhoomi Dwarka (Guyarat), estado de Guyarat. Se la considera una de las ciudades sagradas de la India. Según el texto épico mitológico Mahábhárata, Duarka era una inmensa y riquísima ciudad construida sobre una isla por el dios Krishna, luego de convertirse en rey, mientras que en su adolescencia era un pastor de vacas. “El mar, que había estado golpeando contra la orilla, de repente rompió el límite que se le impuso por la naturaleza. El mar se precipitó contra la ciudad. Corría por todas las calles de la hermosa ciudad. El mar cubrió en pocos segundos toda la ciudad. Arjuma vio los hermosos edificios sumergidos uno a uno. Dio un último vistazo a la mansión de Krishna. En cuestión de unos minutos todo había terminado. El mar se había vuelto ahora tan plácido como un lago. No había rastro de la hermosa ciudad que había sido el lugar predilecto de los Pandavas. Dwaraka era sólo un nombre, solo un recuerdo” Éste texto del Mahabharata describe lo que parece ser un enorme tsunami que engulló por completo una antigua ciudad en la India.
Krishna había escapado de Mathura (en el centro de la India) con su pueblo, después de los repetidos ataques del poderoso rey Yarasandha. Debido a una maldición que pesaba sobre Krishna y su familia (los iadus), la isla se hundió en el mar, algo que se parece al caso de la Atlántida o de Lemuria. Basándose en estas leyendas, en los años noventa, el arqueólogo S. Rao realizó investigaciones frente a las costas de la actual ciudad de Duarka, y encontró algunos restos, anclas antiguas, y antiquísimas vasijas de la cultura del valle del Indo, del III milenio a. C. A cuarenta kilómetros de la costa de Guyarat se hacía un descubrimiento impresionante. El Instituto Nacional de Tecnología Oceanográfica de la India obtuvo sorprendentes imágenes de sonar de las profundidades del golfo mientras escaneaba las aguas para determinar los niveles de contaminación. La tecnología de imágenes de sonar del instituto indio detectó lo que parecen ser pilares de piedra y murallas derrumbadas pertenecientes a dos ciudades. Según el diario The Times, los buzos que se sumergieron en el golfo de Cambay recuperaron más de 2000 artefactos hechos por el hombre, que se encontraban a 36,5 metros de profundidad. Entre estos objetos había piezas de cerámica, joyas, esculturas, huesos humanos y evidencias de materiales escritos. En una conferencia de prensa en mayo de 2001, Maurli Manohar Joshi, ministro de Ciencia y Tecnología de la India, declaró lo siguiente: “Las estructuras sumergidas que se han encontrado a lo largo del golfo de Cambay, en Guyarat, indican la presencia de una población antigua que puede datar de cualquier fecha a la civilización de Harappa, o contemporánea con ella”. La estimación inicial era que las ruinas tenían una gran antigüedad y que habían quedado sumergidas debido a un fuerte cataclismo. El sistema de datación de carbono reveló una antigüedad de entre 8.500 y 9.500 años de edad. Pero a través del método de la termoluminiscencia, se obtuvieron increíbles dataciones de entre 13.000 y 32.000 años de antigüedad.
Parece que los mitos presentes en los textos del Mahabharata y el Rig Veda son reales. Recordemos que en estos textos también se habla de máquinas voladoras (vímanas) y guerras entre dioses que utilizaban armamento muy avanzado, parecido al nuclear. ¿Serán estos mitos reales como la ciudad de Dwarka? Krishna, cuando era un joven pastor, había aprovechado su competencia en artes marciales para matar al rey Kamsa de Mathurá, usurpando el trono. El rey Yarasandha, suegro de Kamsa, invadió Mathurá con un gran ejército, y aunque Krishna destruyó su ejército de demonios, otro asura llamado KalaIávana, rodeó Mathurá con otro ejército de nada menos que treinta millones de demonios monstruosos. Entonces Krishna consideró adecuado abandonar Mathurá y mudarse con todos sus habitantes a Duáraka. Krishna se casó con Rukmini, la hija de Bhismaka, el rey de Vidarbha. También se casó con Mitrabinda, Satiabhama, Yambavati y otras, ganando cada una mediante grandes hazañas. En una ocasión, cuando un demonio llamado Narakasura secuestró y ocultó a 16.100 mujeres, Krishna lo persiguió y lo mató, y también recibió a las mujeres en su casa. Con cada una de sus esposas Krishna tuvo diez hijos y una hija. Mientras Krishna gobernaba en Duaraka, el príncipe Duriodhana oprimía a los Pándavas en Jastinápur y trató de planear su muerte. Krishna y Balarama fueron a ayudarles. Mientras Krishna fue invitado de los Pandavas se casó con Kalindi, hija del Sol. Después de la muerte de Duriodhana en la guerra de Kuruksetra, su madre Gandhari lloró su muerte y la de sus amigos. Cuando dedujo que la causa principal de todo era Krishna, ella lo maldijo por haber dejado que todas estas catástrofes acontecieran. Su maldición fue que todos los parientes de Krishna, los vrisnis, fueran destruidos, y que Krishna muriera miserablemente solo. Y estas cosas sucedieron a su debido tiempo. Los habitantes varones de Duaraka hicieron licor y se asesinaron entre ellos, junto con todos los hijos y nietos de Krishna. Solamente permanecieron vivos las mujeres, Krishna, su hermano Balarama y su padre Vasudeva. Krishna envió un mensajero a la ciudad de Kuru, para colocar a las mujeres de Duaraka bajo la protección de los Pándavas. Después se despidió de su padre, y partió al continente, donde Balarama lo esperaba en un bosque. Krishna descubrió a su hermano bajo un gran árbol en el borde de la selva, sentado como un yogui. De su boca salió la serpiente Ananta, de mil cabezas, que se arrastró hasta el océano y desapareció. El propio océano personificado, los ríos sagrados y muchos nagas divinos vinieron a su encuentro.
Krishna, tras ver la muerte de su hermano, se apartó de mundo de los humanos, y vagó solo por el bosque. Pensó en la maldición de Gandhari y todo lo que había sucedido, ya que sabía que había llegado el momento de su partida. Se acostó bajo un árbol y absorbió sus sentidos mediante el yoga. Entonces vino un cazador, que pensó que Krishna era un ciervo. Le disparó una flecha, pero cuando se acercó vio que le había atravesado el pie a un hombre vestido con un pantalón-dhoti amarillo practicando yoga. Sabiéndose un criminal, le tocó los pies. Krishna lo consoló y él mismo ascendió al Cielo. El Mahábhárata dice que el cazador era la reencarnación de Vaali, personaje del Ramayana que fue muerto cobardemente por el dios Rama escondido detrás de un árbol. Por lo tanto se le dio la oportunidad de vengarse de manera similar contra el mismo Rama, encarnado como Krishna. Días después el pándava Áryuna llegó a Duaraka y partió hacia Kurukshetra con todas las mujeres, los ancianos y los niños de la familia Vrisni. En el camino, una banda de la tribu ábhira atacó la caravana. Áryuna, acostumbrado a acabar con ejércitos completos él solo, no pudo evitar que los ábhiras secuestraran a todos sus protegidos. En otros textos se dice que Rukmini y las principales esposas de Krishna escaparon del secuestro, y con la ayuda de Áryuna realizaron el suicidio ritual satí, quemándose en una inmensa pira funeraria. Las aguas del océano, abrumadas por la ausencia de Krishna de su isla Duaraka, avanzaron sobre la tierra y la cubrieron sin dejar ningún rastro.
En la mitología hinduista, Andhaka es un malévolo ásura (‘demonio’, en el hinduismo tardío). Para matarlo, el dios Shivá asumió la forma monstruosa del extraordinario guerrero Virabhadra, que no es un simple guerrero sediento de lucha y venganza. Al igual que Shiva, ambos destruyen para crear. Su verdadero enemigo es el Ego. Al cortar la cabeza de Daksha, que representa el Ego, Virabhadra nos ayuda a recordar que somos simples seres humanos en evolución continua. Su leyenda no aparece en el Rig-veda, el texto más antiguo de la India, de mediados del II milenio a. C. En el Mahábhárata Andhaka aparece como hijo de Diti y Kashiapa. Su leyenda aparece mencionada en varios textos puránicos, como el Matsiá-purana y el Shivá-purana. Según el Bhágavata-purana (siglo XI d. C.), fue un rey de la dinastía Iadú, y ancestro del dios Krishna. Mientras vivían en el monte Mandhar, el asceta Shivá estaba meditando y su esposa Párvati, sexualmente excitada, se le acercó por detrás con picardía, cerrando los ojos. El bebé fue concebido a partir de la transpiración de ambos padres. Shivá le explicó a Parvati que, puesto que ella había tenido los ojos cerrados, el bebé había nacido ciego. Lo llamaron Andhaka (‘ciego’). Puesto que en la adultez desarrolló cualidades demoníacas, fue llamado Andhakásur (‘demonio ciego’). El problemático demonio Jirania Aksha hizo intentos para complacer al dios Shivá. Quería concebir un hijo que poseyera inmensos poderes y pudiera conquistar el mundo. Conociendo su naturaleza asúrica, Shivá se negó a concederle tal bendición. En su lugar, le ofreció su hijo Andhaka a Jirania Aksha, diciendo que Andhaka poseía todas las cualidades que él buscaba, y le pidió que lo empezara a considerar su propio hijo. Andhaka quería más poder e hizo intentos para complacer al dios Bhramâ. Entre muchas bendiciones, pidió que se le otorgara una visión extraordinaria y la inmortalidad. Brahmá le concedió todo excepto la inmortalidad, ya que él mismo, a pesar de ser la criatura más longeva del universo, no es inmortal. En lugar de ello, Bhramâ le pidió que escogiera cuándo quería morir.
Como bendición capciosa, Andhakasur pidió la bendición de morir solo si deseaba a una mujer a la que nunca debería aspirar. Esto lo convertiría en virtualmente inmortal. Con el tiempo, Andhakasur se volvió más materialista y menos interesado en realizar intentos para complacer a dioses. Para entonces él ya había conquistado la tierra y el cielo. En un viaje de placer junto con sus compañeros arribaron al monte Mandhar, donde vivían Shivá y Párvati. Sus compañeros le contaron que allí vivían un asceta y su bella esposa. Andhaka envió a sus compañeros para que la trajeran. Shiva les explicó a los hombres que ellos dos eran los padres de Andhaka. Los compañeros creyeron que se trataba de una estratagema y obligaron a Andhaka a pelear. Shivá y Párvati desempeñaron un papel horrible en el campo de batalla adoptando muchas formas diferentes. A la mañana siguiente, el ejército de Shivá llegó al campo de batalla y se enfrentó con el ejército de Andhaka, que quería que Párvati fuera suya. Shivá se apareció como el demonio guerrero Virabhadra, que mató a casi todo el ejército de Andhaka. Virabhadra mató a la mayor parte de los soldados, pero no logró matar al propio Andhaka. Cada vez que Virabhadra dejaba a Andhaka sangrando por sus manos, brazos, cabeza, tronco, piernas y pies, aparecía una nueva extensión de Andhaka. Virabhadra intentó acabar con él una y otra vez pero no pudo, Párvati y Shivá se indignaron al ver la estratagema de Andhaka y sus extensiones, ya que les parecía una manera tramposa e innoble de no aceptar la derrota. Párvati entonces invocó a sus ocho extensiones, a saber, Brahmani, Vaishnavi, Maheshwari, Kaumari, Indrani, Varahi, Narasinghi y Chamundai para ayudar a Virabhadra en el campo de batalla. Las ocho diosas madre mataron al resto del ejército de Andhaka. Después se juntaron, todas alineadas en el cielo, para ver la batalla final. Parvati tomó la forma de la horrorosa diosa Bhadrakali para ayudar a Virabhadra. A gran velocidad, Virabhadra empezó a cortar en dos a cada extensión de Andhaka mientras Bhadrakali les sorbía toda la sangre, dejándolas secas. Andhaka fue derrotado y se acercó a sus padres suplicando el perdón. Después de que Virabhadra volvió a entrar en el cuerpo del Señor Shiva, también lo hicieron las ocho diosas madre, y después de que Bhadrakali se absorbió en Parvati, también ingresaron en su cuerpo. Finalmente fue perdonado y se convirtió en uno de los hombres de Shiva.
Algunos millones de años más tarde, tres de los generales de Andhaka, Duriódhan, que no es el mismo rey Duriódhan del Mahábhárata, Vighasa y Hasti, tropezaron con Shiva y Parvati en una cueva, pero no los reconocieron. Ellos pensaron que la mujer era lo suficientemente hermosa para su rey, por lo que se apresuraron de nuevo a darle la buena noticia. Andhaka les pidió que regresaran y pidieran la mujer en matrimonio. Shiva se negó y Andhaka corrió a la cueva para matarlo. Después se produjo una batalla que duró cientos de años e involucró a muchos otros dioses y demonios. Pero finalmente Shiva mató a Andhaka empujando su tridente Trishula en el pecho de su hijo. Trishula (del sánscrito “tridente“) es el arma utilizada por Shiva. Shiva, en la idea de destruir para construir algo nuevo, utiliza la trishula para destruir la ignorancia de los hombres. Este arma posee una simbología con relación al número de puntas que posee. Por ser un tridente cada punta de la lanza tiene su significado, siendo directamente relacionados con las tres cualidades de la materia: tamas (la inercia o la existencia), rajas (el movimiento o el cielo) y sattva (el equilibrio o la oscuridad). Todavía se puede representar como el pasado, presente y futuro, así como Shiva domina la cobra, la serpiente más mortal de todas, representando, por lo tanto, el potencial de la inmortalidad. En algunas versiones, el Señor Shiva levantó a Andhaka clavado en su tridente hasta que el Sol secó los pecados de Andhaka. Después de ese tiempo, Andhaka se purificó y se convirtió en uno de los ganas (asistentes) del dios Shiva y de la diosa Parvati. El mito subraya la lujuria antinatural de Andhaka, producto de su ceguera y su incapacidad para reconocer los errores morales.
Analizando el tema de las armas utilizadas en el Mahábhárata, vemos que las dimensiones de esta arma legendaria tenían cierta semejanza con los proyectiles tácticos nucleares de hoy día: “Un tallo fatal como la vara de la muerte. Medía tres codos y seis pies. Dotado de la fuerza del trueno de Indra, la de mil ojos, destruía toda criatura viva“. Los poderosos efectos de la explosión y el calor producidos por esa arma se describen de una manera imaginativa y lírica, en una forma que se podría aplicar (salvo por los elefantes) al lanzamiento de una bomba atómica: “Entonces (el dios de esa poderosa arma) se llevó por delante multitudes de Samsaptakas con corceles y elefantes y carros y armas, como si fueran hojas secas de los árboles. Llevados por el viento, oh Rey, parecían hermosos allá arriba como aves en vuelo arrancando de los árboles“. Y después añade: “Vientos de malos auspicios llegaron a soplar. El Sol pareció dar la vuelta, el Universo, abrasado de calor, parecía tener fiebre. Elefantes y otras criaturas de la tierra, abrasados por la energía del arma, huyeron corriendo. Las mismas aguas al calentarse, las criaturas que vivían en ese elemento, empezaron a arder. Hostiles guerreros caían como árboles quemados en un fuego furioso. Enormes elefantes quemados por esa arma, caían por tierra lanzando terribles gritos. Otros, abrasados por el fuego, corrían de acá para allá mientras, en medio de un incendio de bosque, los corceles y los carros también quemados por la energía de esa arma, parecían como copas de árboles quemados en un incendio de bosque“. Los Samsaptakas eran un grupo de guerreros en la guerra de Kurukshetra, que fueron constituidos para matar a Arjuna, el más famoso guerrero de los Pandavas . Este ejército se componía de miles de carros y elefantes, y decenas de miles de caballos y guerreros de infantería. Todos ellos eran muy valientes, difíciles de ser vencidos. Prometieron luchar hasta la muerte para cumplir con su objetivo de matar a Arjuna y así traer la victoria a Duryodhana, el mayor de los cien hijos de rey ciego Dhritarashtra y la reina Gandhari.
La guerra de Kurukshetra es un componente esencial del texto épico hindú Mahábharata y por tanto de la Bhagavad-Gita, que es una sección del Mahábharata. De acuerdo con el Mahábhárata, la lucha entre clanes hermanos, tales como los Kuru y los Pándava por el trono de Hastināpura, cerca de la actual Nueva Delhi, fue resuelta en una guerra, en la cual un gran número de antiguos reinos participaron como aliados de los clanes rivales. La localización de la batalla fue Kurukshetra, campo de los Kuru, en el actual estado de Haryana, en el Norte de la India. El Mahábharata cuenta que la batalla duró dieciocho días, durante los cuales grandes ejércitos procedentes de toda la India lucharon en ambos lados. La importancia dada a la narración de esta guerra es evidente, ya que mientras la duración de la historia es de siglos e involucra a varias generaciones de familias guerreras, la narración de la batalla, de sólo 18 días, ocupa la mitad del libro. La mayor parte de la narración describe con bastante minuciosidad las batallas individuales de los diferentes héroes de ambas partes, las formaciones militares empleadas cada día por ambos bandos, la diplomacia de la guerra, las reuniones y discursos entre héroes y comandantes cada día antes del comienzo de la guerra, las armas utilizadas, etc. Los capítulos (parvas) relacionados con la batalla, del capítulo seis al diez, se consideran entre los más antiguos del Mahábhárata.
El Bhagavad Gita, texto sagrado de la filosofía hindú, que se considera un añadido posterior al Mahábhárata, vuelve a contar la conversación entre el pándava Arjuna y Krishná, sacando a la luz la reticencia de Arjuna a luchar contra miembros de su propia familia. Los hinduistas que creen que la batalla de Kurukshetra fue un hecho histórico, lo datan entre el año 3102 a. C. y el 800 de nuestra era, basándose en cálculos astronómicos y en la información del Mahábhárata. La mitología de la batalla de Kurukshetra se describe también en la batalla de los Diez Reyes, mencionada en el Rig Vedá. Según este libro, el ejército de los Pandavas, mandado por Dhristadyumna, se dividía en 7 divisiones, sumando nada menos que 1.530.900 hombres, mientras sus rivales, los Kauravas, al mando de Bhishma, sumaban 11 divisiones con 2.405.700 hombres. La batalla fue increíblemente violenta para ambos bandos, sobreviviendo solo 8 pandavas y 4 kauranas. Un enorme bajorrelieve de 94 m de longitud describe esta batalla en los muros del templo de Angkor Wat (Camboya), datado en el siglo XII d.C. Como si no hubiera bastante coincidencia en las detalladas descripciones de algo muy parecido a un bombardeo atómico, nos llega desde el antiguo Mahábhárata una suerte de manifestación antinuclear: “Una sustancia como fuego ha surgido a la existencia, quemando ahora colinas y ríos y árboles. Toda clase de hierbas y césped en el Universo móvil e inmóvil quedan reducidos a cenizas. Vosotros, crueles y perversos, emborrachados de orgullo, mediante ese rayo de hierro llegaréis a ser los exterminadores de vuestra raza“. Podemos leer en el Ramayana información sobre un terrible proyectil: “Tan poderoso que podía destruir la tierra en un momento. Un gran ruido que se elevaba en humo y llamas y sobre él está sentada la Muerte“. Estas informaciones transmitidas a los tiempos presentes por los libros clásicos de la India, aparentemente están basadas en un recuerdo de su utilización por parte de alguna antigua civilización, un pueblo que usó esta fuerza y que, mediante su uso, dio lugar a su propia destrucción. Ello está parcialmente confirmados por algunos descubrimientos arqueológicos, que parecen indicar que algo parecido a bombas atómicas se empleó en guerras en nuestro planeta miles de años antes de que empezara la actual historia escrita.
No hemos reconocido en las leyendas antiguas estas detalladas referencias a una supuesta guerra nuclear hasta que no hemos desarrollado nosotros mismos la bomba atómica. La mayor parte de esas referencias proceden del Mahábhárata, el Ramayana, textos puránicos y védicos, como el Mahavira Charita y otros textos sánscritos que nos han llegado desde tiempos remotos. Se supone que el Mahábhárata se escribió originalmente en sánscrito hacia el 1500 a. C., pero versaba sobre leyendas que databan, al menos, unos 5.000 años antes. Desde la primera traducción completa del Mahábhárata, en 1843, se supuso que solo eran ejemplos de la imaginación oriental, en este caso sobre guerras de dioses y héroes antiguos. Mahábhárata significa, en sánscrito, Gran Bharata. Es el más extenso poema épico de la literatura india antigua, siendo el segundo el Ramayana. Antes de conocerse los efectos de la bomba atómica estos poemas carecían de sentido. Pero actualmente no, al igual que los carros de fuego que llevaban aquellas armas por los aires. El Mahábhárata refiere la historia de un señor feudal llamado Gurkha con estas palabras: “Venía a bordo de un vimana, y sació su ira enviando un sólo y único rayo en contra de la ciudad. Una enorme columna de fuego diez mil veces más luminosa que el sol se levantó, y la ciudad quedó reducida a cenizas en el acto”. El Libro de Krisna relata: “Era capaz de moverse sobre el agua y bajo el agua. Podía volar tan alto y veloz que resultaba imposible de ver. Aunque estuviese oscuro, el piloto podía conducirlo en la oscuridad“. El Ramayana relata: “Las Vimanas tienen la forma de una esfera y navegaban por los aires a causa del mercurio (rasa) levantando un fuerte viento. Hombres a bordo de los Vimanas podían así cubrir grandes distancias en un espacio de tiempo sorprendentemente corto, pues el hombre que conducía lo hacía a su voluntad volando de abajo arriba, de arriba abajo, adelante o atrás“. En el Saramangana Suttradhara se lee: “Estaban hechos con planchas de hierro bien unidas y lisas y eran tan veloces que casi no se los podía ver desde el suelo. Los hombres de la tierra podían elevarse muy alto en los cielos y los hombres de los cielos podían bajar a la tierra“.
En el Ramayana se nos dice: “Debe haber cuatro depósitos de mercurio (rasa) en su interior. Cuando son calentados por medio de un fuego controlado, el vimana desarrolla un poder de trueno por medio del mercurio. Si este motor de hierro, con uniones adecuadamente soldadas, es llenado de mercurio y el fuego se dirige hacia la parte superior, desarrolla una gran potencia, con el rugido de un león e inmediatamente se convierte en una perla en el cielo“. En el Mahavira Charita podemos leer: “Un proyectil, cargado con la fuerza del universo, produjo una inmensa columna de humo y llamas deslumbrantes. Tan brillantes como 10.000 soles en todo su esplendor. Era una arma desconocida un trueno de hierro, un gigantesco mensajero de la muerte, que redujo a cenizas a la totalidad de la raza enemiga. Los cuerpos quedaron irreconocibles, sus cabellos y uñas se caían, la loza se rompía espontáneamente y las aves vieron decolorados su plumaje. Después de unas cuantas horas, todos los alimentos quedaron contaminados, para poder escapar de ese fuego, los soldados se arrojaron a los ríos para lavar su equipaje y lavarse ellos mismos. El sol pareció temblar, y el universo se cubrió de calor. Las aguas hirvieron, los animales comenzaron a perecer y los guerreros hostiles cayeron derribados como briznas. Grandes proporciones de vegetación quedaron desiertos, y hasta el metal de las carrozas se fundió ante esta arma“. Se considera en la India, por parte de los entendidos, que los primeros cronistas diferenciaron en sus relatos lo real de lo ficticio. Los hechos reales, cuya autenticidad estaba fuera de toda duda, eran conocidos como “Manusa“. El Mahábhárata, Ramayana, Mahavira, y otros textos tenidos por fantasiosos, pertenecen a la categoría “Manusa“. Con respecto a restos que pueden pertenecer a ciudades que sufrieron un ataque nuclear, tenemos en caso de las ruinas de las antiguas ciudades de Mohenjo-Daro y Harappa, aunque no tenemos idea de cuáles eran sus nombres cuando prosperaron. No se sabe quiénes la construyeron, pero sí que lo hicieron en las riberas del río Indo, en la actual Pakistán. Representan, que se conozca, los primeros centros urbanos planificado de la historia. Pese al terrible significado del nombre de Mohenjo-Daro, “Monte de los Muertos”, mantuvo su poder y prosperidad durante centenares de años. Las ruinas de estas antiguas ciudades parecen haber albergado, en sus enormes áreas, poblaciones de más de un millón de habitantes cada una.
Tammuz era una divinidad babilónica, consorte de Inanna e hijo de Nemrod y Ninsun. Es el dios pastor y de la fertilidad. Se le llama Talmuz entre los semitas y Adonis para los fenicios y sirios. Sin embargo, en el panteón sumerio recibía el nombre de Dumuzi. Su compañero eterno fue Ningizzida y ambos custodiaban las puertas del cielo. Él era un mortal, y su casamiento con Inanna le garantizó la fertilidad de la tierra y la fecundidad de la matriz. Pero más tarde, debido al comportamiento desaprensivo de Tammuz hacia Inanna, ésta lo envía al inframundo durante los seis meses más calurosos. Al volver, coincidiendo con el equinoccio de otoño, se dio su nombre al mes del calendario de la antigua Mesopotamia en su honor. Dumuzi habría sido el quinto o el sexto rey de la dinastía de Bad-Tibira, correspondiente a los reyes antediluvianos. Los textos que tratan de la muerte de Dumuzi, así como de la prisión de Marduk, mencionan los nombres de algunas ciudades sumerias y de sus pobladores. Marduk fue un dios de la ciudad de Babilonia. Cuando esta ciudad se convirtió en el centro político de los estados unificados del valle de Éufrates en los tiempos de Hammurabi (siglo XVII a. C.), se levantó como cabeza del panteón de dioses babilónicos. Era hijo de Ea, también llamado Enki en sumerio. Los acontecimientos de los que se habla en aquellos textos tuvieron lugar después de que hubiera comenzado la civilización urbana sumeria, hacia el 3800 a.C. Por otra parte, el fondo egipcio de los relatos no hace referencia a asentamientos urbanos, y describe un entorno pastoril, sugiriendo así una época previa al 300 a. C, que es cuando tuvo sus inicios la civilización urbana en Egipto. En los escritos de Manetón, se dice que el reinado urbano de Menes le precedió un caótico período de 350 años. Este período, entre el 3450 y el 3100 a. C, parece haber sido la época de los conflictos y las tribulaciones que desencadenara Marduk, como el de la Torre de Babel, así como el asunto de la muerte de Dumuzi.
Zecharia Sitchin cree que fue entonces cuando los “dioses” anunnaki pusieron su atención en la Tercera Región, la del Valle del Indo, donde poco después comenzaría la civilización. A diferencia de las civilizaciones mesopotámica y egipcia, que pervivieron durante milenios y continuaron hasta el día de hoy a través de sus civilizaciones descendientes, la civilización de la Tercera Región duró sólo un milenio. Poco después comenzó a declinar, y hacia el 1600 a.C. había desaparecido por completo. Sus ciudades estaban en ruinas, sus gentes dispersas. El pillaje humano y los estragos de la naturaleza arrasaron poco a poco los restos de la civilización, y, con el tiempo, se olvidó por completo. Fue en la década de 1920 cuando los arqueólogos, liderados por Sir Mortimer Wheeler, comenzaron a desenterrar dos importantes centros y varios lugares intermedios que se extendían a lo largo de más de seiscientos kilómetros, desde la costa del Océano índico hacia el norte, a lo largo del río Indo y sus afluentes. Ambos lugares, Mohenjo-Daro, en el sur, y Harappa, en el norte, demostraron ser ciudades importantes, con casi cinco kilómetros de circunferencia. Altas murallas rodeaban y recorrían el interior de las ciudades, murallas que, al igual que los edificios públicos y los privados, fueron construidas con ladrillos de arcilla o barro. De hecho, había tantos de estos ladrillos que, a pesar del constante saqueo, tanto en tiempos antiguos como más recientemente, todavía quedan suficientes restos en pie como para revelar la ubicación de las ciudades y el hecho de que aparentemente se hubiesen construido según unos planes preconcebidos. En ambos lugares, la ciudad estaba dominada por una acrópolis, una zona elevada de ciudadelas y templos. En ambos casos, estas estructuras tenían las mismas medidas y estaban orientadas exactamente sobre un eje norte-sur, con lo que se demuestra que sus constructores siguieron unas reglas estrictas a la hora de erigir los templos. En ambas ciudades, un rasgo destacable lo constituían unos inmensos graneros, silos de cereales de un gigantesco tamaño e impresionantemente funcionales, situados cerca de la orilla del río. Esto sugiere que los cereales no sólo constituían su principal cosecha, sino también el principal producto de exportación de la civilización del Indo.
Las ciudades y los pocos objetos que aún se encontraban entre sus ruinas, tales como hornos, urnas, cerámica, herramientas de bronce, cuentas de cobre, algunos recipientes de plata y ornamentos, nos hablan de una elevada civilización que se trasplantó súbitamente a aquella zona desde algún otro lugar. Así, las dos construcciones de ladrillo más antiguas de Mohenjo-Daro, un inmenso granero y una torre fortificada, se reforzaron con vigas de madera, un método de construcción completamente inadecuado para la climatología del valle del Indo. Sin embargo, este método se abandonó pronto, y todas las construcciones posteriores evitaron los refuerzos con vigas de madera. Los expertos han llegado a la conclusión de que los primeros constructores eran extranjeros acostumbrados a sus propias necesidades climáticas. Buscando los orígenes de la civilización del Indo, los expertos llegaron a la conclusión de que no pudo haber surgido con independencia de la civilización sumeria, que la precedió en casi mil años. A pesar de sus notables diferencias, tales como su aún por descifrar escritura pictográfica, por todas partes se pueden encontrar similitudes con Mesopotamia. El uso de ladrillos de barro o arcilla secos para la construcción; la disposición de las calles en las ciudades; el sistema de drenaje; los sistemas químicos utilizados para grabar, vidriar y para la elaboración de cuentas; las formas y diseños de dagas y tarros metálicos, todos son sorprendentemente similares a lo descubierto en Ur, Kis u otros lugares mesopotámicos. Incluso los diseños y los símbolos utilizados en la cerámica, los sellos u otros objetos de arcilla, son duplicados virtuales de los mesopotámicos. Y, curiosamente, el signo mesopotámico de la cruz, el supuesto símbolo de Nibiru, el planeta madre de los anunnaki, también podía verse en toda la civilización del Indo. ¿A qué dioses daban culto las gentes del valle del Indo? Las escasas representaciones pictóricas que se han encontrado les muestran con el divino tocado de cuernos mesopotámico. Las figurillas de arcilla, más abundantes, indican que la deidad predominante era una diosa, normalmente desnuda, con el pecho al descubierto o con hileras de cuentas y collares como única vestimenta. Éstas eran representaciones bien conocidas de Inanna, encontradas abundantemente por Mesopotamia y todo Oriente Próximo. Y Zecharia Sitchin cree que, buscando una tierra para Inanna, los anunnaki decidieron convertir la Tercera Región en sus dominios.
Aunque, en términos generales, se sostiene que las evidencias de los orígenes mesopotámicos de la civilización del Indo y de los contactos entre Sumer y el valle del Indo se limitan a unos cuantos restos arqueológicos, Sitchin cree que existen también evidencias textuales que confirman estos lazos. De interés particular resulta un largo texto al que los expertos llaman Enmerkar y el Señor de Aratta, cuyo contenido es el de la subida al poder de Uruk (Erek en la Biblia) y de Inanna. Este texto describe Aratta como la capital de un país situado más allá de las cadenas montañosas y más allá de Anshan, es decir, más allá del sudeste de Irán. Ahí es, precisamente, donde se encuentra el valle del Indo; y expertos como J. van Dijk han supuesto que Aratta era una ciudad «situada en la meseta iraní o junto al río Indo». Pero lo más sorprendente de todo es el hecho de que, en el texto, se habla de los silos de cereales de Aratta. Era un lugar en donde «el trigo crecía solo, y las judías también crecían solas», las cosechas se acumulaban y se almacenaban en los depósitos de Aratta. Más tarde, con el fin de exportarlo, «metían el cereal en sacos, los cargaban en cajas de carga y los ponían en los costados de los burros de transporte». La ubicación geográfica de Aratta, y el hecho de que sea un lugar famoso por sus judías y sus cereales almacenados, lleva necesariamente a pensar en la civilización del Indo. Y lo cierto es que uno llega a preguntarse si Harappa o Arappa no será el eco actual de la antigua Aratta. El antiguo texto nos remonta a los comienzos del reino de Erek, cuando un semidiós, el hijo de Utu/Shamash y de una mujer humana, se convirtió en sumo sacerdote y rey en el sagrado recinto a partir del cual se desarrollaría la ciudad. Hacia el 2900 a. C, le sucedió su hijo Enmerkar, «que construyó Uruk», según las Listas Sumerias de los Reyes, transformándola, de la morada nominal de un dios ausente (Anu), en el principal centro urbano de una deidad reinante. Y consiguió esto al convencer a Inanna para que eligiera Erek como su sede de poder, y al agrandar para ella el templo de Eanna («Casa de Anu»).
Por este antiguo texto sabemos que, primero de todo, Enmerkar pidió a Aratta que contribuyera a la ampliación del templo con «piedras preciosas, bronce, plomo, losas de lapislázuli», así como con «hábiles trabajos de oro y plata», para que el Monte Sagrado, que se estaba elevando para Inanna, fuera digno de la diosa. Pero tan pronto consiguió esto, el corazón de Enmerkar se hizo altivo. Una gran sequía afligió a Aratta, y entonces Enmerkar no sólo exigió materiales, sino también obediencia: «¡Que Aratta se someta a Erek!», exigió. Para lograr su propósito, Enmerkar envió a Aratta una serie de emisarios para dirigir lo que S. N. Kramer, en su obra History Begins at Sumer, ha definido como «la primera guerra de nervios». Alabando a su rey y sus poderes, el emisario citaba textualmente las amenazas de Enmerkar de traer la desolación sobre Aratta y dispersar a sus gentes. Sin embargo, el soberano de Aratta contrarrestó su guerra de nervios con una hábil estratagema. Recordándole al emisario la confusión de lenguas que hubo en el pasado con el incidente de la Torre de Babel, afirmó que no podía comprender el mensaje en sumerio. Enmerkar, frustrado, envió otro mensaje, esta vez escrito en tablillas de arcilla y, al parecer, en la lengua de Aratta, una hazaña que sólo pudo lograr con la ayuda de Nidaba, la Diosa de la Escritura. Además de las amenazas, se hizo una oferta de semillas de «el grano de antaño» que se había conservado en el Templo de Anu. Eran semillas, al parecer, muy necesarias en Aratta, a causa de la larga sequía que había destruido sus cosechas. Y se afirmaba que la sequía había sido la señal de que era la misma Inanna la que deseaba que Aratta se pusiera «bajo la sombra protectora de Erek». «El señor de Aratta tomó la tablilla cocida que le tendía el heraldo; el señor de Aratta examinó la arcilla». Estaba inscrita en escritura cuneiforme: «La palabra dictada parecía como de uñas». ¿Cedería o se resistiría? Justo en aquel momento, «una tormenta, como un gran león atacando, se desató». La sequía terminó de repente con un trueno que hizo que temblara todo el país, que las montañas se estremecieran; y, una vez más, «la blanca y amurallada Aratta» se convirtió en tierra de abundantes cereales.
Ya no hacía falta ceder ante Erek; y el señor de Aratta le dijo al heraldo: «Inanna, la reina de las tierras, no ha abandonado su Casa en Aratta; no le ha entregado Aratta a Erek». A pesar de la alegría en Aratta, las expectativas de que Inanna no fuera a abandonar su morada allí no eran del todo satisfactorias. Seducida por la idea de residir en un gran templo en la Ciudad de Anu, en Sumer, Inanna se convirtió en una «diosa trabajadora», por así decirlo, que tenía su empleo en la lejana Aratta, pero que vivía en la metropolitana Erek. Así pues, iba de un sitio a otro en su «Barco del Cielo». Sus constantes vuelos fueron el motivo de múltiples representaciones en las que se le muestra como aeronauta. Y, según se infiere de algunos textos, era ella misma la que pilotaba. Por otra parte, como a otras deidades importantes, se le asignó un piloto-navegante para los vuelos más exigentes. Como en los Vedas, que hablan de pilotos de los dioses, en que uno, Pushan, «llevaba a Indra a través de las manchadas nubes» en la «nave de oro que viaja por las regiones medias del aire», en los primitivos textos sumerios se habla de los AB.GAL, que llevaban a los dioses por los cielos. El sistema de escritura de Mohenjo-Daro y Harappa no ha sido descifrado nunca, aunque se ha encontrado un sistema similar en otra zona: en la isla de Pascua, en el Pacífico, a miles de kilómetros de distancia. Asimismo, no muy lejos del Valle del Indo, en 1992 fue encontrada una gran capa de cenizas radioactivas en Rajasthan, India, cubriendo un área de unos ocho kilómetros cuadrados, a 16 kilómetros al oeste de Jodhpur. La radiación es tan intensa que aún contamina la zona. Curiosamente en esta zona, supuestamente sometida al ataque con bombas nucleares, está ubicado el desierto de Thar. Aquella zona se caracteriza por el gran número de malformaciones congénitas que se dan en los alrededores.
Los niveles de radiación son tan elevados que como medida cautelar el gobierno hindú ha acordonado la zona. En las inmediaciones se encuentran restos de dos antiguas ciudades, Mohenjo-Daro y Harappa, que tendrían una antigüedad entre 8.000 y 12.000 años, y que pudieron estar habitadas por cerca de un millón de personas. Al parecer, estas dos ciudades fueron destruidas repentinamente. Cuando se ampliaron las excavaciones de Harappa y Mohenjo-Daro, se descubrieron esqueletos esparcidos por las ciudades, muchos cogidos de las manos y tendidos en las calles como si un instantáneo y horrible cataclismo hubiera matado a sus habitantes. La gente yacía allí, sin enterrar, en las calles de la ciudad. Parecía que no hubo nadie disponible para enterrarlos después. ¿Qué podría haber causado tal catástrofe? ¿Por qué los cuerpos no se descompusieron o no fueron comidos por animales salvajes? Por otra parte, no existe una causa aparente de una muerte física violenta. Por otra parte, Alexander Gorbovsky, en “Curiosidades de la Historia Antigua“, reportó sobre el descubrimiento de, al menos, un esqueleto humano en esta área con un nivel de radiactividad de aproximadamente cincuenta veces mayor de lo que debería haber sido, debido a la radiación natural. Por otra parte, miles de bultos fusionados, bautizado como “piedras negras“, han sido encontradas en Mohenjo Daro. Parecen ser fragmentos de vasijas de barro que se fundieron bajo un extremo calor. Las excavaciones han revelado esqueletos dispersos, como sí el fin del mundo hubiera llegado tan rápidamente que los habitantes no hubieran tenido tiempo de irse a sus casas. Esos esqueletos, al cabo de no se sabe cuántos miles de años, están todavía entre los más radiactivos que se han encontrado nunca, al nivel de los de Hiroshima y Nagasaki. Otra muestra curiosa de una antigua guerra nuclear en la India es un gigantesco cráter cerca de Mumbai (antes Bombay). El cráter Lonar, casi circular y de 2.154 metros de diámetro, situado a 400 kilómetros al noreste de Mumbai y fechado por lo menos de unos 50.000 años de antigüedad, podría estar relacionado con una guerra nuclear en la antigüedad. No se ha encontrado rastro de ningún material meteórico en el lugar o en sus proximidades, y este es único cráter de “impacto” de basalto en el mundo. Indicaciones de un gran impacto, con una presión superior a 600.000 atmósferas, y con un intenso y abrupto calor, indicado por pequeños cristales de basalto, pueden observarse en aquel lugar. Con el descubrimiento de esta zona radiactiva, aparecen ante nuestros ojos los relatos del Mahábhárata, la epopeya india, que de hecho habla de muerte y destrucción.
Fuentes:
- Helena Blavatsky – La Doctrina Secreta
- Helena Blavatsky – Isis sin velo
- Erich von Daniken – Carrozas de los dioses
- Edouard Schure – Los Grandes Iniciados
- Zecharia Sitchin – La Guerra de los Dioses
- Wendy Doniger – Mitos hindúes
- Alain Danielou – Dioses y mitos de la India
- Sujan Singh Pannu – Mitos y misterios de la India
- Ramayana
- Majábharata
- Bhagavad Gita
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