Abrid los ojos hacia vosotros mismos y mirad en el infinito del espacio y el tiempo. Oireis que alli vuelven a resonar el canto de los astros, la voz de los numeros y la armonia de las esferas. Cada sol es un pensamiento de dios y cada planeta una forma de ese pensamiento, y es para conocer el pensamiento divino que vosotras almas descendereis y remontareis penosamente el camino de los siete planetas y de los siete cielos suyos. HERMES TRISMEGISTO


Lo que la oruga ve como el final de la vida, el maestro lo llama una mariposa. RICHARD BACH

DEDICATORIA

Allí, donde habitan las mariposas, lo hacen tambien las hadas y los angeles, la verdad y la ilusion, la alegria, el amor, la dulzura y la fantasia; los mas bellos sueños y la esperanza.

Es el lugar donde los rios son de miel y las montañas de plata y diamantes; donde los seres alados bailan moviendose al ritmo de la musica de George Harrison y el aroma del Padmini; donde puedo descansar en grandes almohadones de plumas tejidos con hilos de seda y oro. Es mi refugio, y el de muchos que sueñan encontrarlo, sin saber aún que son mariposas.

Este blog esta dedicado a todos ellos y ojala puedan disfrutarlo como parte de su camino hacia el lugar donde habitaron o habitaran algun dia


Parameshwary
Enero 2009


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los cuatro acuerdos de la sabiduria Maya

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Secretos Parameshwary

lunes, 26 de mayo de 2014

Antiguas tradiciones sobre civilizaciones prehistóricas

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Relacionando los acontecimientos con el pasaje de los Jubileos, dice que «Caín tomó a su hermana Awan para que fuera su esposa, y ella le dio a Henoc a finales del cuarto jubileo. Y en el primer año de la primera semana del quinto jubileo, se construyeron casas en la tierra, y Caín construyó una ciudad y le puso por nombre el nombre de su hijo, Henoc». Los eruditos bíblicos llevan mucho tiempo desconcertados con el nombre de Henoc, que significa «fundación», y que se le aplica tanto a un descendiente de Adán a través de Set como a otro de sus descendientes a través de Caín, así como con otras similitudes en los nombres de los descendientes. Sea cual sea el motivo, es evidente que las fuentes sobre las cuales se basaron los compiladores de la Biblia atribuyen hazañas extraordinarias a ambos Henoc, que probablemente no fue más que una persona prehistórica. El Libro de los Jubileos afirma que Henoc «fue el primero entre los hombres que nació en la Tierra que aprendió a escribir, y los conocimientos y la sabiduría, y que escribía los signos del cielo según sus meses en un libro». Según el Libro de Henoc, a este patriarca le enseñaron las matemáticas y los conocimientos de los planetas, así como el calendario durante su viaje celestial, y se le mostró la ubicación de las «Siete Montañas de Metal» en la Tierra, «en el oeste». Los textos sumerios conocidos como las Listas de los Reyes relatan también la historia de un soberano antediluviano al que los dioses le enseñaron todo tipo de conocimientos. Su nombre era EN.ME.DUR.AN.KISeñor del Conocimiento de los Fundamentos del Cielo y la Tierra»  y es muy probable que sea una representación de los Henocs bíblicos. Los relatos nahuatlacas de la migración y de la llegada a un destino final, del asentamiento y de la construcción de una ciudad, así como de un patriarca con dos esposas, cuyos hijos son el origen de pueblos y uno de los cuales se hizo famoso por ser forjador de metales, ¿no resultan demasiado semejantes a los relatos bíblicos? Incluso la importancia que los náhuatl le dan al número siete se refleja en los relatos bíblicos, pues el séptimo descendiente del linaje de Caín, Lámek, proclamó enigmáticamente que «hasta siete veces será vengado Caín, y Lámek setenta y siete». ¿No nos estaremos encontrando en las leyendas de las siete tribus nahuatlacas con el desterrado linaje de Caín y su hijo Henoc? Los aztecas pusieron el nombre de Tenochtitlán a su ciudad, la Ciudad de Tenoch, llamada así en honor de su antepasado. Si tenemos en cuenta que, en su dialecto, los aztecas prefijaban muchas palabras con el sonido T, Tenoch podría haber sido en su origen Enoch, si se le quita el prefijo T.
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Si comparamos los 9.000 años mencionados por los cuentos persas, con los 9.000 años que Platón declara habían pasado desde el hundimiento de la última Atlántida, se hace evidente un hecho muy extraño. Bailly lo observó, pero lo desfiguró con su interpretación. Leemos en el  Critias: “En primer término debemos recordar que han pasado 9.000 años  desde la guerra de las naciones  que vivían encima y fuera de las Columnas de Hércules, y las que poblaban la tierra por este lado“. En el Timao, Platón dice lo mismo. Pero como la Doctrina Secreta indica que la mayor parte de los últimos insulares atlantes perecieron en el intervalo entre hace 850.000 y 700.000 años, y que los arios tenían ya una antigüedad de 200.000 años cuando la primera gran “Isla” o Continente fue sumergido, parece que no hay posibilidad de reconciliar estos números. Pero siendo Platón un Iniciado, tenía que usar un lenguaje velado, y lo mismo les sucedía a  los Magos de Caldea y de Persia, por medio de cuyas revelaciones exotéricas fueron preservadas las leyendas persas que pasaron a la posteridad. Del mismo modo, vemos que los hebreos dan a la semana “siete días”, y hablan de una “semana de años”, cuando cada uno de sus días representa 360 años solares, y de hecho toda la “semana” tiene 2.520 años. Tenían ellos una semana sabática, un año sabático, etc.; y su sábado duraba indiferentemente 24 horas o 24.000 años en sus cálculos secretos. Actualmente llamamos “siglo” a una centuria. En tiempo de Platón, los escritores iniciados cuando hablaban de un milenio, no se referían a 1.000 años, sino a 100.000. Los indos, más independientes que nadie, no han ocultado nunca su cronología. Así, por 9.000 años, los Iniciados leen 900.000, durante cuyo tiempo, desde la primera aparición de la raza aria, las partes pliocenas de la que fue la gran Atlántida principiaron a sumergirse gradualmente y otros continentes empezaron a aparecer en la superficie, hasta la desaparición final de la pequeña isla Atlántida de Platón. Las razas arias no habían cesado nunca de luchar contra los descendientes de las primeras razas de gigantes. Esta guerra duró hasta cerca del fin de la edad que precedió al Kali Yuga, y fue lo que se narra en la epopeya Mahâbhârata, o Gran Guerra, tan famosa en la historia india.  Según el Mahâbhârata, la era de Kali comenzó en la medianoche del duodécimo día de la guerra de Kurukshetra, que duró en total 18 días, la noche en que los dos ejércitos se negaron a detenerse al atardecer para orar y siguieron matándose en la oscuridad, hasta el amanecer. La humanidad evoluciona a través de ciclos. Concretamente en el planeta Tierra a través de siete grandes ciclos manifestados por siete razas raíces, en que cada ciclo es de aproximadamente 1 millón y medio de años.
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A mediados del siglo VI, el astrónomo Aria Bhatta (476-550 d. C.) determinó mediante cálculos astrológicos que ese momento podría haber sucedido entre el 17 y el 18 de febrero del 3102 a. C, según el calendario juliano. En la actualidad los hinduistas sostienen que esa fecha es correcta. Debido a la presencia del dios Krisná en el planeta, la personificación de Kali no se atrevió a entrar con toda su fuerza. Pero en el mismo día de la ascensión de Krisná al cielo, ya que murió a los 125 años de edad, Kali entró en este mundo en la forma del delito de lastimar a una vaca. Este iugá del vicio durará exactamente 1200 años de los deva (dioses) o 432.000 años de los humanos. Al final, nacerá Kalki, el décimo y último avatar de Visnú, que, montando un caballo blanco y blandiendo una espada, matará a toda la humanidad corrompida, y salvará a los que sigan siendo devotos de Visnú. Según las escrituras védicas, los cuatro iugás forman un ciclo de 4.320.000 años (un majá-iugá, o ‘gran era’), que se repite. Los cuatro iugás son: Satyá-iugá (‘era de la verdad’): la primera era, de 1.728.000 años de duración. El promedio de vida era de 100.000 años. Se trataba de la  Era de Oro, según otra nomenclatura. Duapára-iugá (‘segunda era’): de 1.296.000 años. El promedio de vida era de 10.000 años. Se trataba de la Era de Plata. Tretā-iugá (‘tercera era’): de 864.000 años. El promedio de vida era de 1000 años. Se trataba de la Era de Bronce, que no se pretende que coincida con la Edad de Bronce en la India. Kali-iugá (‘era de riña’): de 432.000 años. El promedio de vida era de 100 años al comienzo de la era, hace 5100 años. Se trataba de la Era de Hierro, que tampoco se pretende que coincida con la Edad de Hierro en la India. En este majá-iugá en particular, las edades se permutaron. Antes de la segunda (duapára) vino la tercera (tretā). Pero tal mezcla de sucesos y épocas, y la reducción de cientos de miles de años a miles, no contradice el número de años transcurridos, con arreglo a la  declaración que hicieron los sacerdotes egipcios a Solón, desde la destrucción del último resto de la Atlántida. La cifra de 9.000 años era exacta, pues este último suceso nunca había sido secreto, sino que se había borrado de la memoria de los griegos. Los egipcios tenían sus anales completos, a causa de su aislamiento; pues estando rodeados por el mar y el desierto, no habían sido inquietados por otras naciones hasta unos cuantos milenios antes de nuestra Era.

La historia obtiene la primera información de  Egipto y sus grandes Misterios por medio de Herodoto, si no tomamos en cuenta la  Biblia  y su extraña cronología. Y cuán poco nos  podía decir Herodoto, lo confiesa él mismo, cuando, al hablar de la tumba misteriosa de un Iniciado en Saïs, en el sagrado recinto de Minerva, dice: “Detrás de la capilla está la tumba de Uno, cuyo nombre considero impío divulgar. En el recinto hay grandes obeliscos, y cerca hay un lago rodeado de un muro de piedra en forma de  círculo. En este lago ejecutan por la noche aquellas aventuras personales que los egipcios llaman Misterios; sin embargo, sobre estos asuntos, aunque conozco perfectamente sus detalles,  tengo que guardar un discreto silencio“. Por otra parte, es bien sabido que ningún secreto era tan bien guardado y tan sagrado para los Antiguos como el de sus ciclos y cómputos. Desde los egipcios hasta los judíos, se consideraba como el mayor de los pecados el divulgar todo lo que perteneciera a la medida exacta del tiempo. Por divulgar  los secretos de los Dioses  fue precipitado Tántalo en las regiones infernales.En la mitología griega, Tántalo era un hijo de Zeus y la oceánide Pluto, rey de Frigia o del monte Sípilo en Lidia (Asia Menor). Se convirtió en uno de los habitantes del Tártaro, la parte más profunda del Inframundo, reservada al castigo de los malvados. Fue padre de Pélope, Níobe y Broteas con la pléyade Dione. El historiador Robert Graves dice que su esposa también pudo ser Euritemista, una hija del dios-río Janto, Eurianasa, hija del dios-río Pactolo, o Clitia, hija de Anfidamante.Se conoce a Tántalo por haber sido invitado por Zeus a la mesa de los dioses en el Olimpo. Jactándose de ello entre los mortales, fue revelando los secretos que había oído en la mesa y, no contento con eso, robó algo de néctar y ambrosía y lo repartió entre sus amigos. Tántalo quiso corresponder a los dioses y les invitó a un banquete que organizó en el monte Sípilo. Cuando la comida empezó a escasear, decidió ofrecer a su hijo Pélope. En lo que constituye un arquetípico rito de iniciación chamánica, descuartizó al muchacho, coció sus miembros y los sirvió a los invitados. Los dioses, que habían sido advertidos, evitaron tocar la ofrenda. Sólo Deméter, trastocada por la reciente pérdida de su hija Perséfone, «no se percató de lo que era» se comió el hombro izquierdo del desdichado. Zeus ordenó a Hermes que reconstruyera el cuerpo de Pélope y lo volviera a cocer en un caldero mágico, sustituyendo su hombro por uno forjado de marfil de delfín, hecho por Hefesto y ofrecido por Deméter. Las moiras le dieron vida de nuevo y así obtuvo nuevas cualidades. Para reforzar su iniciación en los misterios divinos, Poseidón secuestró al nuevo Pélope y lo llevó al Olimpo, haciéndolo su amante.
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Un último crimen terminó por colmar la paciencia de los dioses. Cuando Pandáreo robó el mastín de oro, que había regalado Cronos a Rea para que cuidara del recién nacido Zeus, y se lo dio a Tántalo para que lo ocultara. Una vez pasada la alarma inicial sin que se supiera nada del perro, Pandáreo le pidió que se lo devolviera. Pero Tántalo le juró por Zeus que nunca había oído hablar de él. Escandalizado Zeus por el perjurio o por el robo aplastó a Tántalo con una roca que pendía del monte Sípilo y arruinó su reino. Después de muerto, Tántalo fue eternamente torturado en el Tártaro por los crímenes que había cometido. En lo que actualmente es un ejemplo proverbial de tentación sin satisfacción, su castigo consistió en estar en un lago con el agua a la altura de la barbilla, bajo un árbol de ramas bajas repletas de frutas. Cada vez que Tántalo, desesperado por el hambre o la sed, intenta tomar una fruta o sorber algo de agua, éstos se retiran inmediatamente de su alcance. Además pende sobre él una enorme roca oscilante que amenaza con aplastarle. Los guardianes de los sagrados Libros Sibilinos tenían pena de muerte si revelaban una palabra de los mismos. En todos los templos, especialmente en los de Isis y Serapis, había Sigaliones, o imágenes de Harpócrates, que tenían un dedo sobre los labios. Y los hebreos enseñaban que el divulgar los secretos de la Kabalah, después de la iniciación en los Misterios Rabínicos, era lo mismo que comer del fruto del Árbol del Conocimiento; y se merecía pena  de muerte. Y, sin embargo, los europeos han aceptado la cronología exotérica de los judíos. Las tradiciones persas, por tanto, están llenas de dos razas o naciones que algunos creen completamente extinguidas ahora. Pero no es así, pues sólo están transformadas. Estas tradiciones hablan siempre de las Montañas de Kaf (seguramente Kafaristân), que contienen una galería construida por el gigante Argeak, en donde se guardan estatuas de los hombres antiguos, en todas sus formas. Las llaman Sulimanes (Salomones) o los sabios reyes del Oriente, y cuentan setenta y dos reyes de ese nombre. Tres de entre ellos reinaron 1.000 años cada uno. Siamek, el hijo querido de Kaimurath (Adán), su primer rey, fue asesinado por su gigantesco hermano. Su padre hacía conservar un fuego perpetuo en la tumba que contenía sus cenizas. De ello se dice que se deriva el origen del culto del fuego, tal como creen algunos orientalistas
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Luego vino Huschenk, el prudente y el sabio. Su Dinastía fue la que volvió a descubrir los metales y piedras preciosas, después que fueron escondidos por los Devs o Gigantes en las entrañas de la Tierra, así como también el modo de hacer trabajos con el bronce, abrir canales y mejorar la agricultura. Como de costumbre, se atribuye también a Huschenk el haber escrito la obra llamada Sabiduría Eterna, y hasta la construcción de las ciudades de Luz, Babilonia e Ispahan, aunque realmente fueron construidas posteriormente. Pero, así como el Delhi moderno está construido sobre otras seis ciudades, del  mismo modo estas ciudades pueden estar construidas en el emplazamiento de otras de inmensa antigüedad. En cuanto a su época, sólo puede inferirse de otra leyenda. En la misma tradición se atribuye a este sabio príncipe el haber hecho la guerra a los Gigantes en un sorprendente caballo con doce patas, cuyo nacimiento se atribuye nada menos que a los  amores de un cocodrilo con un hipopótamo hembra. Este Dodecápedo se encontró en la “isla seca” o nuevo continente. Fue necesaria mucha fuerza y astucia para apoderarse del maravilloso animal. Pero tan pronto como Huschenk lo montó, derrotó a toda clase de enemigos. Ningún Gigante podía hacer frente a su tremendo poder. Finalmente, sin embargo, este rey de reyes fue muerto por una roca enorme que los Gigantes le tiraron desde las grandes montañas de Damavend. Tahmurath (Taimuraz) es el tercer rey de Persia, el San Jorge del Irán, el caballero que siempre venció al Dragón y que finalmente le  mata. Es el gran enemigo de los Devs, que, en su tiempo, habitaban en las Montañas de Kaf, y que de vez en cuando atacaban a los Peris. Las antiguas tradiciones populares persas le llaman Dev-bend, el vencedor de los Gigantes. A él también se le atribuye la fundación de Babilonia, Nínive, Diarbek, etc. Lo mismo que su abuelo Huschenk, Thamurath  tenía su montura, pero mucho más rara y rápida. Se trataba de un ave gigantesca llamada Simorgh-Anke. Un pájaro maravilloso, inteligente, poliglota y hasta muy religioso. Este Ave Fénix persa se lamenta de su vejez, pues nació ciclos y ciclos antes de los días de Adán (Kaimurath). Ha presenciado las revoluciones de largos siglos. Ha visto el principio y el fin de doce ciclos de 7.000 años cada uno, los cuales, multiplicados esotéricamente, nos darán de nuevo  840.000 años. Simorgh nació con el último Diluvio de los Pre-Adamitas, dice el “Romance de Simorgh y el buen Khalif”.  El Libro de los Números, esotéricamente dice que Adam Rishoon es el Espíritu Lunar (o Jehovah, en un sentido, o los Pitris) y sus tres hijos, Ka-yin, Habel y Seth, que representan las tres razas. Noé-Xisuthros representa, a su vez, la tercera raza separada, y sus tres hijos sus últimas tres razas. Cam, además, simboliza la raza que descubrió la “desnudez” de la raza padre, esto es, que pecó.
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Tahmurath visitó las Montañas de Kaf en su montura alada. Allí encontró a los Peris, maltratados por los Gigantes, y mató a Argen y al gigante Demrusch. Luego puso en libertad a una Peri, Mergiana, a quien Demrusch había tenido prisionera, y la lleva a la “tierra seca”, esto es, al nuevo continente de Europa. Después de él vino Glamschid, que construyó Esikekar, o Persépolis. Este rey reina 700 años, y en su gran orgullo se cree inmortal, y exige honores divinos. El destino le castiga a vagar errante durante 100 años por el mundo bajo el nombre de Dhulkarnayan, el de “dos cuernos”. Los de los “dos cuernos” es el epíteto que se da en a los conquistadores que han dominado el mundo de Oriente a Occidente.   Luego vienen el usurpador Zohac, pero Feridan, uno de los héroes persas, vence a Zohac y lo encierra en las montañas de Damavend. A estos siguen muchos otros, hasta llegar a Kaikobâd, que fundó una nueva Dinastía. Tal es la historia legendaria de Persia. Pero, ¿qué son las Montañas de Kaf? Ya sean las montañas caucásicas o las del Asia Central, la leyenda coloca a los Devs y los Peris mucho más allá de estas montañas, al Norte, pues los Peris son los antecesores remotos de los Parsis o Farsis. La tradición oriental se refiere siempre a un mar sombrío, glacial, desconocido, y a una oscura región, en la cual, sin embargo, están situadas las “Islas Afortunadas”, en donde, desde el principio de la vida sobre la tierra, corre la  Fuente de Vida. La leyenda asegura, además, que una parte de la primera “isla  seca ”, o continente, se desprendió del cuerpo principal y ha permanecido desde entonces más allá de las Montañas de Koh-kaf, “el cinturón de piedra que rodea al mundo”. Un viaje de siete meses de duración llevará al que posea el “Anillo de Sulimán” a aquella Fuente de Vida, si viaja directamente hacia el Norte tan recto como vuela el pájaro. Por tanto, viajando desde Persia  en derechura hacia el Norte, se llegará al grado sesenta de longitud, refiriéndose al Oeste, hacia Nueva Zembla; y desde el Cáucaso a los hielos eternos más allá del Círculo Ártico, se llegará, entre los sesenta y cuarenta y cinco grados de longitud, o entre Nueva Zembla y Spitzbergen. Esto, por supuesto, si uno tiene el fantástico caballo dodecápedo de Huschenk o el Simorgh alado de Tahmurath, para poder cruzar por encima del Océano Ártico. Sin embargo, los trovadores vagabundos de Persia y del Cáucaso sostendrán que, mucho más allá de las nevadas crestas del Cáucaso, hay un gran continente oculto ahora para todos, al que llegan aquellos que pueden servirse de la progenie de doce patas del cocodrilo y del hipopótamo hembra, cuyas patas se convierten a voluntad en doce alas. O para aquellos que tengan la paciencia de esperar a que Simorh-Anke quiera cumplir la promesa que hizo de que antes de morir revelaría a  todos el continente oculto, y lo haría de nuevo visible y de fácil acceso por medio de un puente que los Devs del Océano construirán entre esta parte de la “tierra seca” y sus partes disgregadas. Esto se relaciona con la séptima raza, pues Simorgh representa el Ciclo Manvantárico.

Es muy curioso que Cosmas Indicopleustes, que vivió en el siglo VI después de Jesucristo, haya sostenido siempre que el hombre nació y habitó primeramente en un país “más allá del Océano”, de cuyo aserto le había dado prueba en la India un sabio caldeo. Cosmas Indicopleustes fue un marino griego de Alejandría que viajó a Etiopía, la India y Sri Lanka en la primera mitad del siglo VI. Posteriormente se hizo monje, quizá nestoriano, y hacia el año 550 escribió un extraño libro, titulado Topografía cristiana, que ilustró profusamente. La Topografía cristiana se ha conservado en dos copias manuscritas en griego, una en la Biblioteca Laurenciana de Florencia y otra en la Biblioteca Vaticana, en Roma. A partir del siglo XVIII se hicieron varias ediciones de la obra, acompañadas de traducciones al latín, al francés y al inglés. La obra está dividida en doce libros y es una descripción de la Tierra realizada partiendo de una interpretación literal de los textos bíblicos. Según Cosmas Indicopleustes, la Tierra es plana, ya que la idea de la redondez de la Tierra es desacreditada como pagana, y tiene forma rectangular, con la misma forma y proporciones que el Tabernáculo que se describe en el Antiguo Testamento. Cosmas Indicopleustes y Lactancio son los dos únicos autores cristianos de la Antigüedad y del medievo de los que se sabe con certeza que mantuvieron la idea de una Tierra plana. El libro de Cosmas prueba la existencia de tráfico comercial entre el Imperio bizantino y la India. También recoge valiosas informaciones acerca del reino de Aksum, como la Inscripción de Adulis (Monumentum Adulitanum), sobre el archipiélago de Zanzíbar y sobre Sri Lanka. Son interesantes también los datos que proporciona acerca de la difusión del cristianismo en la India. Otras cuatro obras de Cosmas de las que hay noticia de que se han perdido: serían una cosmografía, un tratado de astronomía y sendos comentarios sobre los Cánticos y los Salmos. Según explica Cosmas Indicopleustes: “Las tierras en que vivimos están rodeadas por el Océano, pero más allá de este Océano hay otro país que toca a las paredes del firmamento; y en esta tierra fue donde el hombre fue creado y vivió en el Paraíso. Durante el Diluvio, Noé fue llevado en su arca a la tierra en que ahora habita su posteridad“. Según Cosmas, el caballo de doce patas de Huschenk fue encontrado en el continente llamado la “isla seca”. La Topografía Cristiana, de Cosme Indicoplesta, repite una tradición universal, que ha sido corroborada por los hechos. Todos los viajeros árticos sospechan la existencia de un continente o “tierra seca” más allá de la línea de los hielos eternos.
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Es significativo el siguiente pasaje de uno de los Comentarios de Helena Blavatsky: “En los primeros comienzos de la vida (humana), la única tierra seca estaba en el extremo de la derecha de la Esfera, en donde está inmóvil el (Globo). Toda la tierra era un vasto desierto de agua, y el agua era tibia… Allí nació el hombre, en las siete zonas del lugar inmortal e indestructible, del Manvántara. Existía allí una primavera eterna en la obscuridad. Pero lo que es obscuridad para el hombre de hoy, era luz para el hombre en su aurora. Allí reposaban los Dioses y allí Fohat reina desde entonces. Por esto dicen los sabios Padres que el hombre nació en la cabeza de su Madre (la Tierra), y que sus pies (de la tierra) en el extremo de la izquierda engendraron los vientos perniciosos que soplan de la boca del Dragón inferior… Entre la Primera y la Segunda (razas) la (Tierra) Central Eterna fue dividida por el agua de la Vida. Ésta fluye alrededor de su cuerpo (el de la Madre Tierra) y lo anima. Uno de sus extremos surge de su cabeza; a sus pies (el Polo Sur) se vuelve impura. Se purifica (a su vuelta) en su corazón, que late bajo el pie de la sagrada Shamballah, que no había nacido entonces (en el principio). Pues en el cinturón de la morada del hombre (la Tierra) es donde se encuentra oculta la vida y la salud de todo el que vive y alienta. Durante la Primera y Segunda (razas) el cinturón estaba cubierto por las grandes aguas. Pero la gran Madre trabajaba bajo las olas, y una nueva tierra se unió a la primera, que nuestros sabios llaman la cofia (el gorro). Trabajó aún más para la Tercera (raza) y su cintura y ombligo aparecieron sobre el agua. Era el cinturón, el sagrado Himavat, que se extiende alrededor del Mundo. Rompióse hacia el Sol poniente, desde su cuello abajo (hacia el Sudoeste) en muchas tierras e islas, pero la Tierra Eterna (el gorro) no se rompió. Tierras secas cubrieron la faz de las aguas silenciosas en los cuatro lados del Mundo. Todas éstas perecieron (a su vez). Luego apareció la mansión de los malvados (la Atlántida). La Tierra Eterna estaba entonces oculta, pues las aguas se solidificaron (se helaron) bajo el aliento de sus narices y los malos vientos de  la boca del Dragón, etc.   Esto indica que el Asia Septentrional es tan antigua como la Segunda raza. Puede decirse hasta que el Asia es contemporánea del hombre, puesto que desde el principio mismo de la vida humana existía ya su Continente Fundamental, por decirlo así, y la parte del mundo conocida ahora por Asia sólo fue separada de él en tiempos posteriores, y dividida por las aguas glaciales“. Según ello, el primer Continente que vino a la existencia cubrió todo el Polo Norte como una corteza continua, y así sigue hasta hoy, más allá de aquel mar interior que parecía como un  espejismo inalcanzable a los pocos viajeros árticos que lo percibieron.

Durante la segunda raza surgieron más tierras del fondo de los mares. Principiando en ambos hemisferios, en la línea por encima del Norte del Spitzbergen, pudo haber incluido, por el lado de América, las zonas que ahora están ocupadas por la Bahía de Baffin y las islas y promontorios vecinos. Allí, hacia el Sur, en el grado setenta de latitud; se formó el continente en forma de herradura de que hablan los Comentarios. En un extremo incluía Groenlandia, con una prolongación que cruzaba el grado cincuenta un poco al Sudoeste, y en el otro extremo Kamschatka, estando unidos ambos extremos por lo que ahora es la franja Norte de las costas de la Siberia oriental y occidental. Este continente se rompió en pedazos y desapareció. En los primeros tiempos de la Tercera raza se formó la Lemuria. Cuando, a su vez, Lemuria fue destruida, apareció la Atlántida. El científico, naturalista y escritor sueco Olaus Rudbeck (1630-1702), trató de probar que Suecia era la Atlántida de Platón. Como probó Bailly, Rudbeck estaba en un error; pero también lo estaba Bailly, pues Suecia y Noruega habrían formado parte de la antigua Lemuria, y también de la gran Atlántida, por el lado de Europa, del mismo modo que Siberia oriental y occidental habían pertenecido a Lemuria y la gran Atlántida, por el lado de Asia. . En los primeros tiempos de la tercera raza se formó Lemuria. Cuando, a su vez, fue destruida, apareció la Atlántida. Seguro es que Europa fue precedida no sólo por la última isla de la Atlántida de que habla Platón, sino también por un gran continente, que primero se dividió, y finalmente se subdividió en siete penínsulas e islas llamadas Dvipas. Cubría las regiones del Atlánticas del Norte y del Sur, así como partes del Pacífico, del Norte y Sur, y tenía islas hasta en el Océano Índico (restos de Lemuria). Este aserto está corroborado por los  Purânas, colección enciclopédica de historia, genealogías, tradiciones, mitos, leyendas y religión de la India, por escritores griegos y por tradiciones persas, asiáticas y mahometanas. El Coronel Wilford, a pesar de que confunde las leyendas indas y musulmanas, lo muestra claramente. Sus hechos y citas de los  Purânas  presentan una evidencia concluyente de que los indos Arios y otras antiguas naciones fueron navegantes antes que los fenicios, a quienes se atribuye ahora el haber sido los primeros marinos que aparecieron en los tiempos postdiluvianos. Wilford presentó sus imaginarias teorías acerca de que las islas Británicas eran la “Isla Blanca”, el Atala de los  Purânas . Pero Atala es una de las siete Dvipas, o Islas, pertenecientes a una de las siete regiones de Pâtâla (las antípodas).
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Además, según indica Wilford, los  Purânas  la colocan “en la séptima zona o séptimo clima”, entre las latitudes 24º y 28º Norte. Por tanto, debe buscarse en el mismo grado que el Trópico de Cáncer, mientras que Inglaterra se halla entre las latitudes 50º y 60º. Wilford la llama Atala, la Atlántida,  o la Isla Blanca. Su enemigo es llamado el “Demonio Blanco”, pues dice: “En sus romances (indos y persas) vemos a Caiscaus que va a la montaña de Az-burj, a  cuyo pie se pone el sol, a luchar con el  Divsefid , o demonio blanco, el  Târa-daitya de los  Purânas, y cuya mansión estaba en el grado séptimo del mundo, correspondiendo a la séptima zona de los buddistas o, en otras palabras, a la Isla Blanca“. Ahora bien; en esto es donde los orientalistas han estado, y están, frente al enigma de la Esfinge. Pero no hay en los  Purânas , en cuyos detalles fundaba Wilford sus especulaciones, una sola declaración que no tenga varios significados y que no se aplique tanto al mundo físico como al metafísico. Si los antiguos hindúes dividían geográficamente la faz del Globo en siete Zonas, llamados Climas o Dvipas, y alegóricamente en siete Infiernos y siete Cielos, la medida de siete no se aplicaba en ambos casos a las mismas localidades. Ahora bien; el Polo Norte, el país del “Meru”, es lo que representa  la región de Âtmâ, del Alma y de la Espiritualidad puras. De aquí que Pushkara se presente como la  séptima  Zona, o Dvipa, que circundaba el Océano Kshira, la blanca región siempre helada. Y Pushkara, con sus dos Varshas, se encuentra directamente al pie del Meru. Pues se ha dicho que:  “Los dos países, Norte y Sur del Meru, tienen la  forma de arco,  y la mitad de la superficie de la tierra está al Sur del Meru y la otra mitad al Norte del mismo, más allá del cual está la mitad de Pushkara“. Geográficamente, pues, Pushkara es la América, Septentrional y Meridional; y alegóricamente es la prolongación de Jambu-dvipa, en medio de la cual se halla el Meru, pues es el país habitado por seres que viven diez mil años y que están libres de enfermedad y de decaimiento; donde no existen la virtud ni el vicio, ni castas ni leyes, porque estos hombres son “de la misma naturaleza que los Dioses”. Wilford tiende a ver el Meru en el Monte Atlas, y coloca también allí el Lokâloka. Ahora bien; el Meru, se nos dice que es el Svar-loka, la mansión de Brahmâ y de Vishnu, así como el Olimpo de las regiones exotéricas indias; y se describe, geográficamente, como “pasando por medio del globo terrestre, y rebasando por cada lado”. En su parte superior están los Dioses, y en la inferior, o Polo Sur, la mansión de los Demonios (Infiernos). ¿Cómo, pues, puede ser el Meru el Monte Atlas? Por otra parte, Târadaitya, un Demonio, no puede ser colocado en la séptima Zona, si esta última ha de ser identificada con la Isla Blanca, la cual es Shveta-dvipa. Wilford acusa a los brahmanes de “haber mezclado confusamente islas y países”. Cree que, como el  Brahmânda y el  Vâyu Purâna dividen el antiguo Continente en siete Dvipas, que se dice están rodeadas de un vasto océano, más allá del cual se encuentran las regiones y montañas de Atala. Por ello es muy probable que los griegos derivasen de ello sus nociones de la célebre Atlántida, ya que, no pudiendo ser encontrada después de haber sido una vez descubierta, supusieron que había sido destruida por alguna conmoción de la Naturaleza.

Es difícil creer que los sacerdotes egipcios, Platón y hasta el mismo Homero fundasen todas sus nociones de la Atlántida en Atala, región inferior situada en el Polo Sur.  Blavatsky cree en los siete continentes, cuatro de los cuales han vivido ya su tiempo, el quinto existe aún, y dos más aparecerán en el futuro. Cada uno de estos no es estrictamente un continente con arreglo al sentido moderno de la palabra, sino que cada nombre, desde Jambu hasta Pushkara, se refieren a los nombres geográficos dados. Se trata de  las tierras secas que cubren toda la superficie de la Tierra durante el período de una raza-raíz en general, o a lo que queda de  éstas después de un Pralaya de raza geológico, como, por ejemplo, Jambu, o tambiéna aquellas ubicaciones que entrarán, después de futuros cataclismos, en la formación de nuevos Continentes universales, Penínsulas o Dvipas. Siendo cada Continente, en cierto sentido, una región mayor o menor de tierra seca rodeada de agua. Hay una ley en el Universo que hace que los periodos de actividad o manifestación, llamados manvantaras, se alternen con periodos de inactividad o sustracción, llamados pralayas. Esta alternancia se aplica en los diferentes grados del Universo, tanto en el macrocosmos, como en el microcosmos. Durante los manvantaras los seres van a manifestarse a través de formas, ya sea pertenecientes a los reinos de la naturaleza (a nivel planetario), a los reinos cósmicos (a niveles superiores), o a los reinos microcósmicos. Y todas esas entidades van a tener un periodo de actividad para desarrollarse. En sanskrito, pralaya significa disolverse. Durante los pralayas el mundo manifestado se deshace y es reabsorbido con todos sus seres por el mundo divino. Se destruyen los vehículos corpóreos de las cosas, permaneciendo intactas las esencias vitales internas. Todo lo diferenciado desaparece del mundo fenoménico y es transferido a la esencia noumenal. Lo visible se vuelve invisible. El noúmeno (del griego “noúmenon“: “lo pensado” o “lo que se pretende decir“), en la filosofía de Immanuel Kant es un término que se introduce para referir a un objeto no fenoménico, es decir, que no pertenece a una intuición sensible, sino a una intuición intelectual o suprasensible. Al terminar el manvantara y comenzar el pralaya, la manifestación de la entidad (un humano, un planeta, un sistema solar, el Universo) es desintegrada, para al siguiente manvantara volverla a reconstruir en un nivel más avanzado de evolución. Mientras que en un pralaya las formas desaparecen para posteriormente reaparecer en un desarrollo más avanzado, un adormecimiento es un estado suspendido de inercia para, posteriormente, reanudar las actividades donde se habían quedado. Se puede decir que un adormecimiento es un pralaya parcial.

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