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La leyenda del Grial ha sido, desde la Edad Media, fuente de inspiración para poetas, escritores y músicos. El primero en mencionarla fue Chrétien de Troyes, a comienzos del siglo XII, en un largo poema titulado Parsifal o el cuento del Grial, cuya acción transcurre en la corte del legendario rey Arturo. ¿Se basa esta leyenda en hechos históricos? En realidad no se sabe si esta leyenda tuvo sus orígenes en Europa, en Arabia o en Asia. Pero aún es mayor la incógnita sobre lo que realmente era el Grial. Se cree que tal vez fue la copa de que se sirvió Jesucristo en la cena de Jueves Santo, o quizás el vaso en el que fue recogida la sangre de Jesús crucificado. Pero incluso se ha especulado con que pudiese ser una piedra filosofal de origen celeste. También se interpreta que sería la fuente de la suprema sabiduría, que habría de dar el dominio sobre todo la Tierra a quien lograse alcanzarla.
Esta última hipótesis se basa en las misteriosas tradiciones surgidas en torno del orden del Temple.
También entre los misteriosos cátaros se hallan alusiones al Grial. La religión de los cátaros, o albigenses, llegó a Europa occidental desde Europa oriental a través de las rutas comerciales, de la mano de religiones maniqueas desalojadas por Bizancio. Estas religiones se asentaron en Occidente y se propagaron por distintos países, principalmente en el Languedoc, situado en el Sur de Francia. Por ello, los albigenses recibían también el nombre de búlgaros (bougres) y mantenían vínculos con los bogomilos de Tracia, con cuyas creencias tenían muchos puntos en común y aún más con la de sus predecesores, los paulicianos. Sin embargo, es difícil formarse una idea exacta de sus doctrinas, ya que existen pocos textos cátaros. Los pocos que aún existen, como el Rituel cathare de Lyon y el Nouveau Testament, en lengua provenzal, contienen escasa información acerca de sus creencias y prácticas. Pero se sabe que los cátaros contaban con la protección de algunos señores feudales vasallos de la corona de Aragón, especialmente el conde de Tolosa, Raimundo VI.
Tal como hemos indicado, una de las versiones más extendidas sobre el Santo Grial es la que supone que fue la copa usado por Jesucristo en la Última Cena. La relación entre el Grial, el Cáliz y José de Arimatea procede de la obra de Robert de Boron, Joseph d’Arimathie, publicada en el siglo XII. Según este relato, Jesús, ya resucitado, se aparece a José para entregarle el Grial y ordenarle que lo lleve a la isla de Britania.
Siguiendo esta tradición, autores posteriores cuentan que el mismo José usó el cáliz para recoger la sangre y el agua emanadas de la herida abierta por la lanza del centurión en el costado de Cristo y que, más tarde, en Britania, estableció una dinastía de guardianes para mantenerlo a salvo y escondido. Robert de Boron fue un poeta francés de los siglos XII y XIII, nacido en la aldea de Boron, en la vecindad de Montbéliard.
Sobreviven dos poemas que Boron escribió en versos octosílabos. Se trata de Joseph d’Arimathe (José de Arimatea) y Merlin. De este último, se conservan solamente algunos fragmentos, e interpretaciones posteriores en prosa.
Se cree que los poemas eran parte de una obra de tres o cuatro trabajos, que reseñaban las aventuras del rey Arturo y su relación con el Santo Grial. Posiblemente el tercero era un poema dedicado a Percival, y el cuarto a la muerte del rey Arturo, con el título Mort Artu. Robert de Boron fue el primer autor en dar al mito del Grial una dimensión explícitamente cristiana.
De acuerdo a Boron, José de Arimatea usó la copa de la última cena para recoger las gotas de sangre que Jesús de Nazaret derramó en la cruz, y llevó la copa a Ávalon, identificado con Glastonbury, en Inglaterra, donde el Grial estuvo oculto hasta la llegada del rey Arturo y su caballero Percival (o Perceval). Lo que se sabe de la vida de Boron se ha deducido a través de sus escritos. En José de Arimatea, Boron se refiere a sí mismo algunas veces como caballero (messires), y menciona que estaba al servicio de Gautier de Mont Belyal. Pierre Le Gentil, medievalista e hispanista francés, cree que este personaje era Gautier de Montbéliard, quien en 1202 participó en la Cuarta Cruzada, y murió en Palestina en 1212.
La búsqueda del Santo Grial es un importante elemento en las historias relacionadas con el Rey Arturo, tales como el Ciclo Artúrico o Materia de Bretaña, donde se combinan la tradición cristiana con antiguos mitos celtas referidos a un caldero divino.
Otras leyendas acerca del Grial se entrecruzan con las relativas a las distintas copas antiguas que se consideran el Santo Cáliz. De todas las leyendas que animan aún nuestros sueños, la del Grial permanece como una de las más vivas en la mente de una gran mayoría. No son sólo los relatos de Wagner en su opera «Parsifal», sino también aquellos a quienes obsesiona la larga búsqueda de un caballero pleno de esperanzas.
El Grial pertenece ciertamente al patrimonio intelectual de Europa. Pero sus encantos parecen haber embriagado a los poetas árabes que, a su vez, habían recogido las tradiciones de la lejana Asia. Parsifal es una ópera en tres actos con música y libreto en alemán de Richard Wagner. El compositor lo calificó de «Festival Escénico Sacro». Esta ópera se basa en el poema épico medieval del siglo XIII Parzival (Perceval), de Wolfram von Eschenbach, sobre la vida de este caballero de la corte del Rey Arturo y su búsqueda del Santo Grial. Wagner concibió la obra en abril de 1857, pero sólo la completó 25 años después, estrenándose en el Festival de Bayreuth el 26 de julio de 1882. Al estreno asistirían, entre otros, Vincent d’Indy, destacado compositor y profesor de música francés, y Ernest Chausson, compositor romántico francés. Wagner leyó por primera vez el poema de Wolfram von Eschenbach en Marienbad en 1845. Influenciado por la concepción filosófica del mundo contenida en los trabajos de Arthur Schopenhauer en 1854, Wagner se mostró interesado en las filosofías orientales, particularmente el budismo. Tras leer la obra de Eugène Burnof, Introduction à l’historie du buddhisme indien, en 1855, escribió Die Sieger (Los victoriosos, 1856), un boceto de una ópera basada en una historia de la vida de Buda. Son temas que luego serían explorados en Parsifal al tratar sobre la reencarnación, la compasión, la renuncia a uno mismo e incluso los grupos sociales, como castas. Todos estos temas fueron introducidos en Die Sieger. De acuerdo con su propio relato, recogido en su autobiografía Mein Leben, Wagner concibió Parsifal en la mañana del Viernes Santo de 1857, en la residencia que Otto von Wesendonck, rico comerciante de sedas y generoso patrón, había dispuesto para Wagner. Parece probable que el que Wagner dijera que se había inspirado en un Viernes Santo para componer la ópera no sea más que una licencia poética. Sea como sea, se acepta que el trabajo comenzó en la residencia que le había cedido Otto von Wesendonck durante la última semana de abril de 1857. Tras este primer boceto, Wagner no volvió a trabajar en Parsifal durante ocho años, durante los cuales completó Tristán e Isolda y empezó Los maestros cantores de Núremberg. Entre el 27 y el 30 de agosto de 1865, Wagner retomó Parsifal y completó un pequeño boceto de la obra. Este boceto contenía un breve resumen del argumento y detallados comentarios sobre los personajes y temas del drama. Una vez más, el trabajo fue abandonado durante otros once años y medio. Durante este tiempo, Wagner dedicó la mayor parte de sus energías al ciclo del El anillo del nibelungo, el cual completó en 1874. Sólo cuando su gran obra fue estrenada, Wagner encontró tiempo para dedicarse a Parsifal.
El 23 de febrero de 1877 terminó un segundo y más extenso boceto de la obra, que el 19 de abril del mismo año había transformado en un libreto en verso, o «poema», como Wagner prefería llamar a sus libretos. En septiembre de 1877 empezó la música componiendo dos bocetos de la partitura desde el comienzo hasta el final. El primero de estos borradores, conocido en alemán como Gesamtentwurf, fue hecho a lápiz en tres pentagramas, uno para la voz y dos para los instrumentos. El segundo borrador (Orchesterskizze) fue realizado en tinta y con tres a cinco pentagramas según la parte. Este boceto estaba mucho más detallado que el primero y contenía un grado considerable de elaboración de la parte instrumental. El segundo borrador lo inició el 25 de septiembre de 1877, solo pocos días después del primero. En ese momento de su carrera, a Wagner le gustaba trabajar en los dos borradores a la vez, cambiando entre uno y otro. Una vez acabados los borradores, Wagner terminaba la partitura final (Partiturerstschrift). Wagner compuso los actos de Parsifal de uno en uno, y hasta que no terminaba completamente uno no pasaba al siguiente. La opera Parsifal se inicia en un bosque, cerca del castillo de Monsalvat, sede del Grial y sus caballeros. Este es el castillo Munsalväsche o Montsalvat, Monte de la Salvación, al que se ha querido identificar con la última fortaleza de los Cataros, Montsegur. Pero a Montsalvat solo puede llegar a él aquél que ha sido elegido. En la opera Lohengrin, de Wagner, el héroe en el relato del Grial dice: “en país lejano, inaccesible para vuestro paso, hay un castillo“. Gurnemanz, el mayor de los caballeros del Grial, despierta a sus jóvenes escuderos y los guía en la oración. Ve a Amfortas, rey de los caballeros del grial, y su séquito que se acercan. Amfortas ha sido herido por su propia lanza, que no es sino la Lanza Sagrada con que Longinos abrió la llaga del costado de Cristo, y la cual debía custodiar. Y la herida no se cura. Gurnemanz pide a su caballero principal noticias de la salud del rey, y le dice que el rey ha sufrido durante la noche y que se irá temprano a bañarse en el lago sagrado. Los escuderos piden a Gurnemanz que les explique cómo puede sanarse la herida del rey, pero él elude la cuestión. Entonces entra una mujer enloquecida, llamada Kundry. Ella entrega a Gurnemanz un bálsamo, traído de Arabia, para aliviar el dolor del rey, y luego se derrumba, agotada. Llega Amfortas, tumbado en una camilla que sostienen caballeros del Grial.
Entonces llama a Gawain, cuyo intento de aliviar el dolor del rey había fracasado. Pero le dicen que Gawain se ha vuelto a marchar, en busca de un remedio mejor. Alzándose un poco, el rey dice que marcharse sin permiso es el tipo de impulsividad que le llevó a él al reino de Klingsor y causó su caída. Acepta la poción de Gurnemanz e intenta agradecérselo a Kundry, pero ella contesta apresuradamente que las gracias no ayudarán, y le insta a que vaya a bañarse al lago sagrado. Entonces se marchan en procesión hacia el lago sagrado. Los escuderos sospechan de Kundry y le hacen preguntas. Después de una breve réplica, ella se calla. Gurnemanz les dice que Kundry ha ayudado muchas veces a los caballeros del Grial, pero que ella va y viene de manera impredecible. Cuando él le pregunta directamente por qué ella no se queda para ayudar, responde «¡Nunca ayudo!». Los escuderos creen que ella es una bruja y desdeñosamente comentan que si ella puede hacer tanto, por qué no encuentra la Lanza Sagrada para ellos. Gurnemanz revela que esta hazaña está destinada a otra persona. Dice que a Amfortas se le confió ser guardián de la Lanza Sagrada, pero la perdió cuando fue seducido por una mujer irresistiblemente atractiva. Klingsor es un personaje de la ópera Parsifal del compositor alemán Richard Wagner (1813-1883). Era un caballero de la Orden del rey Amfortas. Incapaz de controlar su propia libido se castró a sí mismo y fue expulsado de la Orden con desprecio. Exiliado al desierto, por arte de magia Klingsor construyó allí una tierra de placeres, repleta de flores diabólicas, y desde entonces intenta atrapar allí a los caballeros para conseguir su reino. Cuando Titutel, ya anciano, entregó la insignia del soberano a su hijo Amfortas, éste, en el ardor de la juventud, intentó combatir al diablo de Klingsor, a cuyo reino se dirigió llevando la Lanza Sagrada con él. Pero, seducido por una mujer, se convirtió en una flor del infierno y la lanza cayó en poder de Klingsor, quién se la clavó a Amfortas en el costado, provocándole una herida que sólo la propia lanza puede curar. Todos aquellos que intentaron recuperarla de manos del brujo, también han sucumbido. Sin embargo, el Grial ha profetizado que un día llegará un hombre puro y gran conocedor de la pena.
Volviendo al relato de Parsifal, los escuderos regresan del baño del rey en el lago sagrado y le dicen a Gurnemanz que el bálsamo ha aliviado su sufrimiento. Los propios escuderos de Gurnemanz le preguntan cómo es que conoce a Klingsor. Solemnemente les dice que tanto la Lanza Sagrada, como el Santo Grial, en el que se recogió la sangre que fluía, habían llegado a Monsalvat para ser guardados por los caballeros del Grial bajo el dominio de Titurel, el padre de Amfortas. Klingsor anhelaba pertenecer a la congregación de los caballeros, pero, tal como hemos indicado antes, fue expulsado de la orden. Klingsor entonces se volvió enemigo del reino del Grial, aprendiendo artes oscuras. Estableció sus dominios en un valle cercano a Monsalvat y lo ha llenó de bellas doncellas-flores que trataban de seducir y embelesar a los caballeros del Grial para hacerlos perecer. Allí fue donde Amfortas perdió la Lanza Sagrada, conservada por Klingsor, que trama entonces conseguir también el Santo Grial. Gurnemanz les explica que más tarde Amfortas tuvo una visión en que se le comunicó que esperara a un «casto inocente, iluminado por la compasión», quien finalmente curará su herida. Justo en este momento se oyen gritos de los caballeros, que dicen «¡Dolor! ¡Dolor!»). Un cisne en vuelo ha sido alcanzado por una flecha y ha caído abatido a tierra. Traen a un joven, que en realidad es Parsifal, con un arco en su mano y un carcaj con flechas, que son iguales a la que alcanzó al cisne. Gurnemanz habla severamente al muchacho diciéndole que aquel es un lugar santo. Le pregunta directamente si disparó contra el cisne, y el muchacho presume de que él puede acertarle al vuelo. Gurnemanz le pregunta qué daño le había hecho el cisne, y muestra al joven el cuerpo sin vida de esta ave benefactora. Con remordimientos, el joven rompe su arco, arrojándolo a un lado. Gurnemanz le pregunta por qué está aquí, quién es su padre, cómo encontró este lugar y, finalmente, su nombre. A cada pregunta el muchacho responde «No lo sé». El caballero aleja a sus escuderos para que vayan a ayudar al rey y ahora pregunta al muchacho qué es lo que él sí sabe. El joven dice que tiene una madre, Herzeleide, y que el arco lo hizo él mismo. Kundry había estado escuchando y ahora les dice que el padre del muchacho fue Gamuret, un caballero muerto en batalla. También dice que la madre del muchacho ha prohibido a su hijo usar una espada, temiendo que tenga el mismo destino que su padre. Ahora el joven recuerda haber visto caballeros pasar por delante de su bosque, por lo que él dejó su casa y su madre para seguirlos. Kundry se ríe y le dice al joven que, mientras ella cabalgaba, vio a Herzeleide morir de pena. Al oír esto, el muchacho se lanza contra Kundry, pero entonces cae conmovido por la pena. La propia Kundry le ofrece agua para reconfortarlo y ahora Kundry, cansada, sólo desea dormir y desaparece entre la maleza.
Gurnemanz sabe que el Grial sólo dirige a las personas que son pías a Monsalvat e invita al muchacho a observar el ritual del Grial. El joven no sabe lo que es el Grial, pero señala que mientras ellos caminan, él apenas parece moverse, y aun así parece que viaja lejos. Gurnemanz dice que en este reino, el tiempo se convierte en espacio. Curiosa observación, como si este reino estuviese en la cuarta dimensión, en que el tiempo se convirtiese en una dimensión equivalente a nuestro espacio. Llegan al salón del Grial, donde los caballeros se están reuniendo para recibir la Eucaristía, en «esta última cena santa». Se oye la voz de Titurel, diciendo a su hijo Amfortas que descubra el Grial. Pero Amfortas está atormentado por la vergüenza y el sufrimiento. Es el guardián de estas sagradas reliquias pero, aun así, ha sucumbido a la tentación y ha perdido la lanza. Declara que él no es merecedor de su cargo. Grita pidiendo perdón, pero sólo oye la promesa de la redención futura a través de un inocente. Al oír el grito de Amfortas, el joven parece sufrir con él. Los caballeros y Titurel urgen a Amfortas a poner de manifiesto el Grial, lo que él finalmente hace. El oscuro salón queda ahora bañado de la luz del Grial al tiempo que los caballeros comen. Gurnemanz empuja al joven para que participe, pero el muchacho parece en trance y no sigue. Amfortas no comulga y, al finalizar la ceremonia, cae transido de dolor y lo sacan. Lentamente se va vaciando el salón dejando sólo al muchacho y a Gurnemanz, quien le pregunta si ha comprendido lo que ha visto. Cuando el muchacho es incapaz de responder, Gurnemanz lo despide considerándolo tonto y le envía una advertencia, permitiéndole cazar gansos, si fuese necesario, pero ha de dejar en paz a los cisnes. Una voz desde lo alto repite la promesa, «El casto inocente, iluminado por la compasión». El segundo acto se abre en el castillo mágico de Klingsor, quien conjura a Kundry, despertándola de su sueño. La llama por muchos nombres: Primera Hechicera, la Rosa del Infierno, Herodías, Gundryggia y, finalmente, Kundry. Ella se resiste a obedecerle y se burla de la castración de Klingsor, preguntando sarcásticamente si él es casto. Pero ella no puede resistir su poder. Klingsor observa que Parsifal se acerca, y llama a sus caballeros encantados para que luchen contra el muchacho. Klingsor ve cómo Parsifal derrota a los caballeros, que emprenden la huida. Klingsor ve al joven dirigirse al jardín de doncellas-flores y llama a Kundry para que busque al joven y lo seduzca. Pero cuando él se gira ve que Kundry ya ha salido a cumplir su misión.
El triunfante joven se encuentra en un jardín encantado, rodeado por bellas y seductoras doncellas-flores. Lo llaman y le rodean, mientras le riñen por haber herido a sus caballeros amantes. Pronto las doncellas-flores luchan entre sí para ganarse la devoción exclusiva del joven, hasta el punto de que él intenta escaparse, pero una voz lo llama, “Parsifal!“. Recuerda entonces que es éste el nombre que su madre usa cuando se le aparece en sueños. Las doncellas-flores retroceden y le llaman tonto mientras lo abandonan y lo dejan a solas con Kundry, que aparece bellísima y seductora. Él se pregunta si este jardín es un sueño y pregunta cómo es que Kundry sabe su nombre. Kundry le dice que lo aprendió de su madre. Su madre lo había amado e intentado proteger del destino de su padre, que la había abandonado, y ella, Herzeleide, había muerto de pena. Tras estas revelaciones de Kundry, el joven queda dominado por el remordimiento, culpándose a sí mismo por la muerte de su madre. Comprende cuán estúpido ha sido olvidándola. Kundry dice que darse cuenta de esto es un primer signo de comprensión y que, con un beso, ella le puede ayudar a comprender el amor de su madre. En ese instante, Parsifal toma conciencia del dolor de Amfortas, y grita su nombre como si lo llamase. Siente el dolor del rey herido ardiendo en su propio costado, y ahora entiende el sufrimiento físico y moral de Amfortas durante la ceremonia del Grial. Lleno de compasión, Parsifal rechaza las proposiciones de Kundry. Furiosa al ver que sus intentos fracasan, Kundry le dice a Parsifal que si puede sentir compasión por Amfortas, debería entonces ser capaz de sentir compasión por ella también. Ella ha sido maldita durante siglos, incapaz de descansar, porque vio al Salvador portando la Cruz camino del Calvario y se rió de su dolor. Ahora ella nunca puede llorar, sólo reírse, y está también esclavizada por Klingsor. Parsifal la rechaza de nuevo y le pide que lo guíe hasta Amfortas. Kundry le ruega que se quede con ella aunque sólo sea por una hora, y luego lo llevará ante Amfortas. La vuelve a rechazar, y entonces Kundry lo maldice a vagar sin encontrar jamás el Reino del Grial. Finalmente ella llama a su maestro para que la ayude. Klingsor aparece y arroja la Lanza Sagrada a Parsifal, pero se detiene en mitad del aire, por encima de su cabeza. Parsifal la coge y hace el signo de la Cruz. El castillo se desmorona y mientras él emprende su marcha, le dice a Kundry que ya sabe dónde podrá encontrarlo de nuevo.
Tras un nuevo preludio orquestal, que simboliza el retorno de Parsifal, el tercer acto se abre como el primero, en el dominio del Grial, pero muchos años después. Gurnemanz aparece envejecido. Oye lamentos cerca de su cabaña de ermitaño y descubre a Kundry inconsciente en la maleza, como había ocurrido años atrás. La revive usando agua del Santo Manantial, pero ella sólo pronuncia la palabra «servir». Gurnemanz presiente que hay algún significado en su reaparición en este día. Mirando al bosque, ve que se acerca un personaje, recubierto de armadura negra y el rostro cubierto por el yelmo. Trae consigo una lanza, pero no puede saber quién es. Gurnemanz se lo pregunta, sin obtener respuesta. Finalmente el recién llegado, desprovisto del yelmo, es reconocido por el anciano Gurnemanz como el muchacho que disparó al cisne, y observa con alegría que trae consigo la Lanza Sagrada. Parsifal habla de su deseo de encontrar a Amfortas. Entonces relata su largo viaje, vagando durante años, incapaz de encontrar un camino de vuelta al Grial. A menudo se ha visto obligado a luchar, pero nunca rindió la Lanza Sagrada en batalla. Dice a Gurnemanz que la maldición que le impedía encontrar el camino correcto ya no surte efecto. Gurnemanz reconoce empero que, en su ausencia, Amfortas nunca ha vuelto a oficiar para los caballeros del Grial, y que Titurel ha muerto. Parsifal se encuentra sobrecogido por el remordimiento, culpándose a sí mismo de esta situación. Gurnemanz le dice que hoy es el día de los funerales por Titurel y que tiene que cumplir un gran deber. Kundry lava los pies de Parsifal y Gurnemanz lo unge con agua del Santo Manantial, reconociéndolo como el casto inocente, ahora iluminado por la compasión, y que será el nuevo rey de los caballeros del Grial. A su vez Parsifal bautiza a Kundry, que permanece en un silencio respetuoso. Parsifal mira alrededor y comenta la belleza de la naturaleza primaveral. Gurnemanz le explica que es Viernes Santo, cuando toda la creación se renueva por la muerte del Salvador. Son los «encantamientos del Viernes Santo». Se oyen a lo lejos las campanas del templo de Monsalvat y Gurnemanz anuncia: «Mediodía, ha llegado la hora. ¡Mi señor, permite que tu siervo te guíe!». Y los tres emprenden el camino hacia el castillo del Grial. Entonces empieza la solemne reunión de los caballeros. Los caballeros traen a Amfortas ante el santuario del Grial, y el féretro donde reposa su padre Titurel, a quien invoca para ofrecerle descanso de sus sufrimientos, y desea unirse a él en la muerte. Los caballeros del Grial urgen apasionadamente a Amfortas que descubra de nuevo el Grial. Pero Amfortas, iracundo, dice que nunca más realizará el oficio ante la sagrada Copa, ordenando a los caballeros que lo maten si así lo desean y acaben de una vez por todas con su sufrimiento y con la vergüenza que les ha aportado. En ese momento, Parsifal se adelanta y dice que sólo un arma puede sanar la herida. Con la Lanza Sagrada toca el costado de Amfortas, que queda curado y absuelto de su culpa. El mismo Parsifal ordena que se descubra el Grial, reemplazando a Amfortas como celebrante. Mientras todos los presentes se arrodillan, Kundry, liberada de su maldición y redimida, cae sin vida al suelo, al tiempo que una paloma blanca desciende sobre el Grial y sobre Parsifal. La opera termina con un canto de acción de gracias.
La Lanza Sagrada, o Lanza de Longinos, constituye uno de esos misterios que ha perdurado a lo largo del tiempo. La historia de la Lanza Sagrada se origina en el Evangelio de San Juan: “Pero llegando a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le rompieron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó con su lanza el costado, y al instante salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y este es verdadero; él sabe que dice la verdad para que vosotros creáis, porque esto sucedió para que se cumpliese la Escritura: ‘No romperéis ni uno de sus huesos‘”. Este pasaje se refiere a la costumbre romana de romper las piernas a los crucificados, que era un método doloroso para acelerar la muerte durante la crucifixión. Momentos antes de que los soldados lo llevasen a cabo, vieron que Jesús ya había muerto, y por ello pensaron que no había ninguna razón para romperle las piernas. Sin embargo, para cerciorarse de su muerte, un soldado clavó su lanza en un costado. Ese soldado fue Cayo Casio Longino, o Longinus. Según San Mateo y San Marcos, la divina naturaleza de Cristo fue revelada en ese momento al soldado: “Viendo el centurión que estaba frente a Él de qué manera expiraba, dijo: Verdaderamente este hombre era hijo de Dios”. La tradición dice que José de Arimatea, un personaje adinerado cercano a Jesús, obtuvo el permiso de Poncio Pilatos para llevarse su cuerpo. Lo colocó en una tumba de su propiedad durante la noche del Viernes Santo. José de Arimatea además, conservó la cruz, los clavos, la corona de espinas y el sudario que cubría a Jesús cuando resucitó al tercer día. También conservó la copa de la última cena, y la lanza citada en el evangelio, que fueron llamados respectivamente, el Santo Grial y la Lanza Sagrada. Las historias posteriores sobre José de Arimatea con el Santo Grial y la Lanza Sagrada fueron tema de leyendas y relatos fantásticos en casi toda Europa. Los escritores medioevales vincularon estas sagradas reliquias con las aventuras del Rey Arturo y los Caballeros de la Tabla Redonda, predominando la idea de que la lanza había sobrevivido, y quien la poseía adquiría un poder especial. Este poder podía ser usado tanto para el bien como para el mal. A principio del siglo XX, existían por lo menos cuatro Lanzas Sagradas en Europa. Una de ellas se conservaba en el Vaticano, aunque las autoridades eclesiásticas nunca le atribuyeron poderes especiales. Otra era la llamada Lanza de los Habsburgo. Es ésta posiblemente la que esté rodeada de más misterio. Las tradiciones germánicas afirman que Carlomagno llevó la Lanza de los Habsburgo en el siglo IX, durante 47 campañas victoriosas. Carlos I, llamado «el Grande» y más conocido como Carlomagno (748 – 814) fue rey nominal de los lombardos (764-814), rey de los francos (768-814) y emperador de Occidente (800-814).
Hijo del rey Pipino y de Bertrada de Laon, Carlomagno sucedió a su padre y correinó con su hermano, Carlomán I. Aunque las relaciones entre ambos se tornaron tensas, la repentina muerte de Carlomán evitó que estallara la guerra. Reforzó las amistosas relaciones que su padre había mantenido con el papado y se convirtió en su protector tras derrotar a los lombardos en Italia. Combatió a los musulmanes, que amenazaban sus posesiones en la península ibérica, y trató de apoderarse del territorio, aunque tuvo que batirse en retirada, y a causa de un ataque de los vascones perdió a toda su retaguardia, así como a Roldán, en el desfiladero de Roncesvalles. También luchó contra los pueblos eslavos. Tras una larga campaña logró someter a los sajones, obligándolos a convertirse al cristianismo e integrándolos en su reino. De este modo allanó el camino para el establecimiento del Sacro Imperio Romano Germánico bajo la dinastía sajona. Carlomagno expandió los distintos reinos francos hasta transformarlos en un imperio, al que incorporó gran parte de Europa Occidental y Central. Conquistó Italia y fue coronado Imperator Augustus por el papa León III el 25 de diciembre de 800 en Roma, gracias a la oportunidad ofrecida por la deposición de Constantino VI, por lo que se consideraba la vacancia del trono imperial, ocupado por una mujer, Irene. Estos hechos provocaron la indignación de la corte imperial, que se negó a reconocer su pretendido título. Tras unos frustrados planes de boda entre Carlomagno e Irene, estalló la guerra. Finalmente, en 812 Miguel I Rangabé reconoció a Carlomagno como emperador. Comúnmente se ha asociado su reinado con el Renacimiento carolingio, un resurgimiento de la cultura y las artes latinas a través del Imperio carolingio, dirigido por la Iglesia católica, que estableció una identidad europea común. Por medio de sus conquistas en el extranjero y sus reformas internas, Carlomagno sentó las bases de lo que sería Europa Occidental en la Edad Media. Hoy día es considerado no sólo como el fundador de las monarquías francesa y alemana, que le nombran como Carlos I, sino también como «el padre de Europa». Pierre Riché, historiador francés especialista en la Edad Media, escribe: “Disfrutó de un destino excepcional, y por la dirección de su reinado, por sus conquistas, legislación y legendaria estatura, marcó profundamente la historia de Europa Occidental“. La tradición también decía que a Carlomagno se le habían conferido poderes de clarividencia. Se afirma que Carlomagno murió cuando dejó caer la Lanza Sagrada accidentalmente. La lanza pasó a manos de varios monarcas sajones, que fueron grandes conquistadores, entre ellos el célebre Federico I de Hohenstaufen, conocido como Barbarroja por el color de su barba, quien al partir hacia Jerusalén durante la Tercera Cruzada, cuando se disponía a vadear un río en la actual Turquía, cometió el error de dejar caer la Lanza. Poco después cayó al río y se ahogó.
La Lanza Sagrada o Lanza del Destino pasó por diversas manos hasta llegar a las manos de Adolf Hitler. En 1973, el escritor británico Trevor Ravenscroft (1921-1989) publico su libro La lanza del destino. En dicho libro, Ravenscroft declara que Adolf Hitler comenzó la segunda Guerra Mundial, especialmente su anexión de Austria, para apoderarse de la Lanza de los Habsburgo. Lo que realmente atrajo a Adolf Hitler fue precisamente la leyenda que acompañaba a la reliquia, la cual afirmaba que «quien la sostenga en sus manos, sostendrá, para bien o para mal, el destino del mundo». Sin duda, la posibilidad de poder tener a sus pies a toda la humanidad gracias a Lanza del Destino no pasó desapercibida para el líder nazi. Hitler, había leído las leyendas conocidas sobre la lanza, la mayoría de las cuales atribuían un inconmensurable poder a su poseedor. Sin embargo, y según cuentan otras versiones, la lanza también implicaba una terrible maldición, pues el que se separaba de ella solía sufrir la más amarga de las derrotas en combate e incluso la muerte. La tradición afirma que en el año 732 el general Carlos Martel la sostuvo cuando derrotó a los árabes en la batalla de Poitiers. Los nazis no dejarían escapar el poder que les podría otorgar esta reliquia que finalmente, y gracias al destino, acabó en Viena. Más adelante se vuelve a cumplir la leyenda de que la pérdida de la Lanza del Destino significaba la derrota y muerte del poseedor, en este caso Hitler. Ravenscroft mantuvo que la lanza entró en territorio estadounidense el 30 de abril de 1945. Específicamente bajo el control del Tercer Ejército conducido por el general George S. Patton, que quedó fascinado por la lanza e hizo verificar su autenticidad. Pero no pudo utilizar la lanza, pues tenía órdenes del general Dwight Eisenhower de que los tesoros de los Habsburgo, incluyendo la Lanza de Longinos, debían ser devuelta al palacio vienés de Hofburg. Es interesante observar que George Patton, en su poema «A través de un cristal oscuro», se postula como Longinos en el transcurso de alguna vida anterior. Ravenscroft procuró en varias ocasiones definir las “energías misteriosas” que la leyenda dice que provee la lanza. Dedujo que la poseía algún espíritu hostil y malvado, al que se refirió como el Anticristo. Volviendo al Grila, se dice que habita en los espíritus de una Edad Media constructora de catedrales. Se habla con una especie de terror sagrado del Grial, que en la noche del Jueves Santo sirvió a Cristo para proclamar el misterio de la Redención. Sería el vaso que contuvo el pan y el vino, llamados a convertirse en la carne y la sangre del que iba a morir en el Gólgota. Se dice, también, que es en el Grial donde José de Arimatea habría recogido la sangre que había brotado del costado de Jesús, desgarrado por la lanza del centurión Longinos.
Por oscuros caminos y conservado por manos prudentes y piadosas, el Grial habría llegado a los genoveses que, en el año 1101, después de la toma de Cesarea, en Judea, lo expusieron en su ciudad. Se dirá que el Grial era una piedra celeste, mientras que otros afirmarán que se trata del perdido Evangelio de San Juan. Poco a poco todo se mezclará en la tradición cristiana, tanto el naciente humanismo germánico como los mitos orientales traídos a Europa por los Cruzados. Muchos poetas han agregado sus propias ideas a las obras primitivas. La literatura de la leyenda del Grial se cree que es una metáfora, ya que los rosacruces en realidad veneraban una piedra negra. Según Manly Palmer Hall (1901 – 1990), autor canadiense versado en ocultismo, mitología y religiones: “Al igual que el zafiro Schethiyâ, el Lapis Exilis, joya de la corona del arcángel Lucifer, cayó del cielo. Miguel, arcángel del sol y el oculto Dios de Israel, a la cabeza de las huestes angélicas se abalanzó sobre Lucifer y sus legiones de espíritus rebeldes. Durante el conflicto, Miguel con su espada de fuego golpeó las Lapis Exilis de la corona de su adversario, y la piedra verde cayó a través de todos los anillos celestes en la oscuridad e inconmensurable abismo. A partir de la gema radiante de Lucifer fue formado el Sangreal, o Santo Grial, del que se dice que Cristo bebió en la última cena“. La Kaaba, principal santuario del islam en la mezquita de la Meca, tiene forma cúbica y en su pared oriental interna está la Piedra Negra que besan los peregrinos. Nos dice la tradición que el patriarca hebreo Abraham, nacido en Ur, Caldea, hacia el 2000 a.C., junto con su hijo Ismael, nacido de la esclava Agar, recibió la orden de Dios de levantar un templo. Y no sabiendo dónde ni cómo erigirlo se lo preguntó al Señor. Este mandó una nube negra que se posó en el aire. En ese punto geográfico y con las mismas dimensiones y color de la nube, el padre y el hijo hicieron su obra. Vino entonces el arcángel Gabriel, que trajo la piedra negra. En cualquier caso este relato islámico se parece al relato del Grial. Pero nunca se ha dado alguna interpretación adecuada a los misterios del Grial. Algunos creen que los caballeros del Santo Grial fueron una poderosa organización de místicos cristianos para perpetuar la sabiduría antigua. La búsqueda del Santo Grial es la eterna búsqueda de la verdad, y Albert Gallatin Mackey (1807 –1881), escritor norteamericano conocido por sus libros sobre la masonería, ve en ella una variante de la leyenda masónica de la Palabra Perdida, tanto tiempo buscada por los hermanos de las órdenes masónicas.
René Guénon, en su obra Estudios sobre la Masonería y el Compañerazgo, nos habla de la búsqueda de la palabra perdida. Casi todas las tradiciones aluden a algo perdido que, sean cuales sean las formas con las que se lo simboliza, tiene en el fondo siempre el mismo significado. Es ante todo la pérdida del estado primordial o “Paraíso terrenal“, y también la pérdida de la tradición correspondiente, pues dicha tradición no era sino el propio conocimiento. Lo que en un principio se había perdido fue sustituido por algo que, en la medida de lo posible, debía tomar su lugar, lo cual a su vez se perdió, creando la necesidad de nuevas sustituciones. Según diversas tradiciones, lo que está perdido no está representado solamente por una copa sagrada, es decir, por el Grial o por alguno de sus equivalentes, sino también por su contenido, que no es en el fondo sino la “bebida de la inmortalidad“, cuya posesión constituye esencialmente uno de los privilegios del estado primordial. Por eso se dice que el soma védico, a partir de cierta época, vino a desconocerse, lo que obligó a su reemplazo por otra bebida, que era tan sólo una imagen del mismo. Entre los persas, en cambio, para quienes el haoma es el equivalente del soma hindú, la segunda pérdida es mencionada expresamente. Se dice que el haoma blanco podía únicamente recogerse sobre el Alborj, es decir, sobre la montaña polar, que representa la sede primordial. Después fue reemplazado por el haoma amarillo, del mismo modo que, en la región donde se asentaron los antepasados de los persas, hubo otro Alborj, que era sólo una imagen del primero. Más tarde, este haoma amarillo se perdió a su vez, y no quedó de él más que el recuerdo. En otras tradiciones el vino es también un sustitutivo de la “bebida de la inmortalidad“, y es considerado generalmente como un símbolo de la doctrina escondida, es decir, del conocimiento esotérico e iniciático. Toda tradición tiene normalmente como medio de expresión una determinada lengua, que por tal motivo adquiere el carácter de lengua sagrada. Si esta tradición desaparece, es natural que al mismo tiempo se pierda la lengua correspondiente. En ciertos casos, en lugar de la pérdida de una lengua se habla solamente de la pérdida de una palabra, por ejemplo, de un nombre divino, que caracteriza a una determinada tradición y que de alguna manera la representa. La sustitución por un nuevo nombre señalaría entonces el paso de una tradición a otra. Tenemos el caso de la tradición hebrea, en la que se dan, precisamente, los dos casos indicados. Tras la cautividad de Babilonia, la antigua escritura perdida debió ser sustituida por una readaptación. Por otra parte, durante la destrucción del Templo de Jerusalén y la dispersión del pueblo judío, se perdió la pronunciación verdadera del nombre tetragramático YHWH.
Si bien fue sustituido por otro nombre, el de Adonaï, éste nunca fue considerado como el equivalente real de aquel que ya no se sabía pronunciar. En efecto, la transmisión regular de la pronunciación del principal nombre divino estaba vinculada esencialmente a la continuidad del sacerdocio, cuyas funciones sólo podían ser ejercidas en el Templo de Jerusalén. Desaparecido el Templo, la tradición hebrea quedó inevitablemente incompleta. Pero aunque el Templo está destruido, la cripta permanece intacta. Para remediar esta pérdida y la consecuente búsqueda de lo que se ha perdido, la demanda de iniciación en sus primeros estadios tiene como finalidad esencial la restauración del estado primordial. Al igual que la pérdida se produjo gradualmente, así también la búsqueda deberá desarrollarse gradualmente. A estas etapas podrán naturalmente corresponder otros tantos grados de iniciación en los “pequeños misterios“. Es por otra parte evidente que todo aquello que puede comunicarse exteriormente no podría ser con toda seguridad la “palabra perdida“, sino nada más que un símbolo de la misma. En las iniciaciones occidentales hay por lo menos dos ejemplos muy conocidos de la búsqueda. Una es la “demanda del Grial” en las iniciaciones caballerescas de la Edad Media y otra es la “búsqueda de la palabra perdida” en la iniciación masónica. Y ambas pueden ser consideradas como casos típicos de formas de simbolismo. La misma “Tabla Redonda” no es más que un sustituto, puesto que, aunque su destino sea recibir el Grial, éste nunca llega a manifestarse efectivamente. La historia del Grial es una elaboración de un mito temprano de Naturaleza pagana, que se conserva en razón de la manera en que fue insertado en el culto del cristianismo. Desde este punto de vista particular, el Santo Grial es, sin duda, un tipo de la arca o recipiente en el que se conserva la vida del mundo. Su color verde se relaciona con Venus y con el misterio de la generación. También se relaciona con la fe islámica, cuyo sagrado color es verde y cuya sábado es viernes, día de Venus. Un poeta de las tierras francesas de Champagne fue el primero en relatar la leyenda del Grial. Se llamaba Chrétien de Troyes y escribió su Poema o cuento del Grial probablemente entre 1180 y 1183. La obra fue creada a petición de su protector Felipe I de Flandes. Felipe I, llamado Felipe de Alsacia (1143 – 1191), hijo de Teobaldo de Alsacia, conde de Flandes, y de Sibila de Anjou, fue Conde de Flandes, desde 1157 a 1191, y, por matrimonio, conde de Vermandois a título vitalicio. Su reinado correspondió a la época del apogeo y principio del declive de la pujanza flamenca. Apoyó y luchó con Felipe Augusto en sus aspiraciones sobre Flandes, Artois y Picardía. Su sucesión fue el problema que marcó su política en sus últimos años. Empezó como conde asociado en 1157, a partir del momento en que su padre se fue a las cruzadas.
Felipe I consiguió detener la piratería de las costas flamencas derrotando al conde Floris III de Holanda (1163). Por herencia, recuperó el país de Waes, al norte de Gante, y también el de Quatre-Métiers, en el Flandes Imperial. Su matrimonio con Isabel de Vermandois propició el poderío flamenco que alcanzó su cota más alta. Gobernó sabiamente con la ayuda de Robert d’Aire, primer ministro, y puso en marcha un sistema administrativo sumamente eficaz, asegurando una política internacionalmente reconocida, como lo fueron la mediación entre Luis VII de Francia y Enrique II de Inglaterra, entre Enrique II y Tomás Becket, y el matrimonio de su hermana Margarita de Alsacia con Balduino V de Henao. La esterilidad de su matrimonio, así como la muerte de Robert d’Aire y la de sus hermanos, Mathieu y Pierre de Alsacia, condes de Bolonia, sin descendientes, señalan el principio de una política muy imprudente. Designó a su hermana Margarita y a su cuñado Balduino V como herederos (1177), antes de hacerse cruzado. Cuando volvió de Palestina, declinando la regencia del reino de Jerusalén, el rey Luis VII de Francia le nombró tutor de su hijo, el futuro Felipe Augusto, coronado el 1 de noviembre de 1179. Para granjearse la amistad del nuevo soberano, el conde le dio en matrimonio a su sobrina Isabel de Henao con una dote desproporcionada. Se trataba de Artois, región del Norte de Francia. Tras el fallecimiento de Luis VII de Francia, Felipe Augusto ya dio muestras de su independencia. La muerte de su esposa Isabel (1182) complicó mucho más la situación, debido a que Eleonor de Vermandois, hermana de Isabel, que testó a favor del rey, reclamaba su herencia. La lucha contra Francia empezó en 1180, devastando Picardía y el Norte de la Isla de Francia. El conflicto iba decantándose a favor del rey, que rechazaba sistemáticamente el combate, pero maniobraba políticamente. Su cuñado Balduino V de Henao, en principio aliado de Felipe Augusto, se decantó por los intereses de su hija Isabel, reina de Francia a punto de ser repudiada. La desavenencia entre los dos condes fue hábilmente organizada por el rey de Francia, que nombró, sin que lo supieran, al conde de Henao como su representante frente al conde de Flandes. Felipe de Alsacia se volvió a casar en 1185 con Matilde de Portugal, con una dote suntuosa, con el deseo de una primogenitura que no llegó a hacerse realidad. Temiendo verse enredado en la querella entre el dominio real y Henao, firmó la paz en Amiens el 10 de marzo de 1186. El conde reconoció la cesión al rey del Vermandois, pero lo conservó a título vitalicio.
Felipe de Alsacia fue el representante de un mundo feudal que terminaba en provecho de una nueva forma de soberanía puesta en marcha por Felipe Augusto. Por primera vez, un rey de Francia tenía poder sobre un conde de Flandes. Pese a una guerra costosa, Flandes continuaba su expansión económica y el país conoció una prosperidad sin precedentes cuando finalizaba el reinado de Felipe de Alsacia. En 1190, Felipe de Alsacia se hizo cruzado y se reunió con la tercera cruzada en Palestina, cuyos contingentes flamencos le habían precedido. Cuando llegó a San Juan de Acre fue atacado por la epidemia de la peste y murió el 1 de junio de 1191. Su cuerpo fue repatriado por Matilde de Portugal a la que había sido confiado el gobierno de Flandes, y fue enterrado en la abadía de Claraval. Humildemente, Chrétien de Troyes afirma que la idea original que preside su relato no le pertenece, sino que la ha encontrado en un libro prestado por Felipe de Flandes. La obra del poeta de la Champagne cuenta diez mil sesenta y un versos. Conocerá tal éxito, su resonancia será tan considerable, que tendrá catorce continuadores, de modo que al final serán más de sesenta mil versos, donde se contendrán los triunfos e infortunios de Perceval. En su juventud, Perceval vivió prácticamente en estado salvaje. Su madre, viuda, que había perdido a sus dos primeros hijos, quiere preservar al último que le queda de los peligros que representa la Caballería, cuyos miembros no sueñan sino con batallas y expediciones lejanas, mortales casi siempre. Perceval había crecido en la ignorancia de todos y de todo en lo más profundo del bosque. Pero he aquí que un día de primavera aparece un cortejo deslumbrante, todo cubierto de oro, de azur y de plata. Ávidamente el joven interroga a los caballeros. Su decisión está tomada, les seguirá. Su madre, no pudiendo impedir esta brusca vocación, multiplica los consejos a Perceval. Nada pasa por alto, ni la conducta a seguir respecto de las mujeres, ni las oraciones que debe hacer en las iglesias. Ya está el joven lanzado en las rutas de la aventura, sin una mirada para su madre que morirá a causa de esta separación. Las cosas se inician mal. Hace rudamente la corte a la primera mujer que encuentra y se apodera de la sortija que adorna su dedo. Confunde una tienda de campaña de soldados con una capilla, en la cual se conduce con desenvoltura. Veámosle en el castillo del rey Arturo. Perceval obra como un palurdo. Penetra a caballo en la sala real donde se encuentra el soberano en su trono. El rey está mudo de dolor, pues ha sido groseramente ofendido por el caballero Vermeil. Aunque no amado aún caballero y no teniendo, por tanto, derecho a desafiar a Vermeil, Perceval se bate contra quien ha humillado a Arturo lanzándole una copa de vino al rostro y matándole con un venablo.
Un anciano caballero, Gomemant, se encarga de la educación de Perceval. Le enseña, no sólo a batirse, sino también las reglas elementales de la cortesía. No tardarán éstas en ser puestas en práctica. Armado caballero, Perceval, acude en socorro de la juiciosa Blancaflor, sitiada en un castillo por el malvado Anguingueron. Liberada, la muchacha no rehusará su corazón a su salvador. Hasta aquí el poema de Chrétien de Troyes no presenta ninguna originalidad esencial. En la pequeña corte de María de Champagne se debían burlar de los jóvenes un poco rústicos y groseros a quienes era preciso refinar. En suma, el debut de Perceval no es sino el relato de la iniciación de «un joven salvaje» a las reglas de la caballería y del amor. Pero he aquí que bruscamente la obra toma un giro muy diferente. Cabalgando en busca de aventuras, natural destino de los caballeros, Perceval llega una noche al borde de un río tan ancho y profundo que no lo puede vadear. Divisa una barca ocupada por dos hombres, uno de los cuales está pescando y le ofrece hospitalidad para aquella noche. Apenas llegado al castillo del Rey Pescador, que éste es el nombre de su huésped, Perceval es revestido de un manto escarlata. Se dice que al extinguirse la raza principal de Irlanda, representada por Portholan, solo quedó un superviviente, que llevaba por nombre Tuan, el cual fue transformándose sucesivamente en diferentes animales simbólicos. Llegados los tiempos de los Tuatha Dé Danann, quinto grupo de habitantes de Irlanda, Tuan adquirió el aspecto de un águila o de un gavilán, pero posteriormente se hizo un pez al ocupar el poder la raza de Milhead. Y durante este tiempo fue pescado y comido por una bella princesa, y entonces recuperó la forma humana en el vientre de ésta. Esta leyenda antigua del Pez de la Sabiduría crea ya una relación con el famoso “Rey Pescador” de La Leyenda de Camelot. Y así comienza a aparecer el famoso Grial, ya que, en cierta manera, el Rey Pescador fue conocido como el “Guardián del Grial“. Se cuenta que el Rey Pescador pescó un buen día un gran pez, y cuando se lo estaban preparando para la comida, en su interior surgió un maravilloso y extraño anillo con un gran diamante, del que nadie sabía su procedencia. Cuando el Rey preguntó a sus sabios por la procedencia de este anillo, uno de ellos, después de analizarlo largo rato, llegó a la conclusión de que era un anillo que muchos siglos antes había perdido el gran Rey Salomón. Y continua la leyenda diciendo que el Rey Pescador se interesó mucho por la historia de aquel anillo, y que el sabio le contó que el motivo de haberlo encontrado él era que Salomón había perdido el anillo dos veces. El anillo dotaba al poseedor de un gran poder y, a partir de aquel momento, lo convertía en el Señor de las cosas visibles e invisibles, así como el poseedor del dominio del bien y del mal en su reino.
Además, la grandeza de Jesucristo le había concedido aquel maravilloso don para que lo usara con firmeza, dignidad y bondad. Por eso aquel anillo ofrecía las propiedades del Fuego que puede invadir el cielo y la tierra. Y eso lo convertía en una maravillosa joya, equivalente al Santo Grial. Y sigue contando la leyenda que el Rey Pescador utilizó con bondad, justicia y honradez los dones del preciado anillo, y que, al mismo tiempo, continuó pescando con un anzuelo de oro, protegiendo lo más deseado por los hombres a lo largo de todos los tiempos: “El Santo Grial“. Aquella copa de la que bebió Jesus seguía dando una idea clara de lo que Jesús había dicho a sus discípulos: “Deseo haceros pescadores de hombres“. La verdadera causa de la afición del Rey por pescar era que debía permanecer sentado la mayor parte del día, al estar recuperándose de sus heridas, para, en el futuro, volver a reinar con la gloria merecida y abandonar la Isla de Avalon, la isla excelsa en la que los frutos surgen en los arboles y las simientes en los surcos, sin haber sido ni plantados ni labrados. En la obra de Chrétien de Troyes, el Rey Pescador está tendido en un lecho. Se excusa por no poder levantarse, ya que, según dice, está enfermo y, entonces, se desarrolla una escena capital en la obra de Chrétien de Troyes. Un caballero portador de una lanza de una blancura deslumbrante aparece en la sala. Una gota de sangre corre a lo largo del astil hasta la mano del criado. Tras él, dos jóvenes de notable belleza llevan cada uno un candelabro de oro con velas encendidas. Detrás viene una joven ricamente vestida, de noble porte, y rostro angelical. Tiene entre sus manos una vasija o cáliz, el Grial, del cual emana una deslumbrante claridad. Otra muchacha le sigue llevando una patena de plata. Perceval se siente deslumbrado por el Grial enriquecido de piedras preciosas «de un tal esplendor que no le encontraríamos semejante en ninguna otra cosa». Una serie de preguntas acuden al espíritu del joven caballero, pero no se atreve a exponerlas. En seguida es convidado a un suntuoso festín; y cada vez que le sirven un plato, el Grial atraviesa de nuevo la sala. A la mañana siguiente, Perceval se decide, por fin, a plantear las preguntas que le queman los labios, pero no encuentra interlocutor. El castillo parece desierto, separado del mundo. Se sabe en seguida que el silencio en el cual se ha encerrado Perceval, al aparecer el Grial, tendrá las más terribles consecuencias. Hubiera debido hacer dos preguntas: una sobre la lanza que sangraba, y otra sobre el Grial. Hablando, hubiera curado al Rey, que ha recibido una herida tal que no será jamás un hombre.
Además, el reino del rey Arturo habría sido liberado de los males que le abruman. Después de largas tribulaciones, un Viernes Santo Perceval encuentra a dos caballeros que le recuerdan las palabras del Credo. Trastornado, el joven corre a postrarse a los pies de un ermitaño, que resulta ser su tío. El religioso exhorta a su sobrino a llevar una vida santa. Perceval comulgará el domingo de Pascua, no sin haber recogido de boca del ermitaño algunas informaciones sobre el Grial. Si Perceval no pudo hacer preguntas fue porque se encontraba en pecado, lo cual le hacía incapaz de hacer un gesto y pronunciar una palabra. En cambio, Chrétien de Troyes no propone ninguna explicación sobre la lanza sangrante. Es un enigma. Pro aún hay otros enigmas, como el hecho de que sea una mujer la que lleva el Grial, lo cual es contrario a toda la liturgia de la época. Es a otro poeta a quien se deben algunas aclaraciones sobre la naturaleza del Grial. Unos veinte años después de la muerte de Chrétien de Troyes, otro escritor, perteneciente al Franco Condado, publica tres mil quinientos catorce versos a los cuales da como título La novela de la historia del Grial. En esa historia, Robert de Boron acentúa el fondo cristiano de la leyenda. Para él, en efecto, el Grial habría sido utilizado en la última Cena de Jesús con sus discípulos en la noche del Jueves Santo. Lleno de remordimientos y después de haberse lavado las manos de «la sangre de este justo», Poncio Pilatos dio aquella vasija a José de Arimatea, que pudo así recoger la sangre de Cristo después del descendimiento de la Cruz. En la prisión, privado de alimentos, José de Arimatea deberá la vida a la sola contemplación del Grial. Más imaginativo que Chrétien de Troyes, Robert de Boron cuenta después una serie de aventuras fabulosas. El poeta atribuye una hermana a José de Arimatea, Enygeus, que casada con Hebrón tendrá de él doce hijos, uno de los cuales lleva un nombre celta, Alain. En cuanto a José, acompañado de un puñado de cristianos, se internó en el más lejano Oriente. Pero el pecado cae sobre la pequeña comunidad. Dios ordena a José de Arimatea que prepare una mesa semejante en todo a la de la última Cena. En medio de la mesa resplandece el «vaissel», es decir, el Grial. A su lado se encuentra un pez pescado por Hebrón. En torno a la mesa sólo queda vacío un sitio. Es el del nuevo Judas, responsable de la aparición del pecado en la comunidad. Un miembro de la misma, Moyset, ocupa la silla, hasta entonces vacía, y es inmediatamente tragado por la tierra. Y cada día se hará de nuevo la evocación de la Cena. Ello será lo que Robert de Boron llamará «el servicio del Grial».
El primero en dotar al Grial de poderes sobrenaturales fue Robert de Boron, cuando se refiere a José de Arimatea, porque es el poseedor del Grial y a él solo a quien Dios revela sus secretos. Y mientras José de Arimatea morirá en Oriente, Hebrón que toma el sobrenombre del Rico-Pescador, va al Occidente. Un día su nieto le sucederá como dueño del Grial. En cuanto al personaje de Perceval, Robert de Boron le evoca en un texto en prosa como Didot-Perceval. En esta versión encontramos, como en Chrétien de Troyes, la escena que se desarrolla en el castillo del Rey Pescador. Pero si Chrétien de Troyes no había colocado esta escena en un ambiente de religiosidad, no ocurre igual con Robert de Boron. La lanza que aparece a la cabeza del cortejo es la que sirvió al centurión Longinos para desgarrar el costado de Cristo. De acuerdo con la leyenda, la Lanza Sagrada es el nombre que se dio a la lanza con la que un soldado romano, llamado Longinos según un texto bíblico apócrifo, atravesó el cuerpo de Jesús cuando estaba en la cruz. El Rey Pescador y su corte manifiestan el más profundo recogimiento cuando aparece el Grial, que trae un criado y no una joven como en el poema de Chrétien de Troyes. Es Perceval quien quiere sentarse en el «asiento peligroso», análogo al que se encontraba a la Mesa Santa en casa de José de Arimatea. El suelo se abre bajo los pies de Perceval y la tierra se cubre de tinieblas. Y es entonces cuando el Rey Pescador cae enfermo y no curará hasta que un caballero haya descubierto el Grial. Tales son las dos obras capitales que florecen a comienzos del siglo XIII, una de las épocas notables de la cristiandad. Y es a partir de los poemas de Chrétien de Troyes y Robert Boron cuando aparecerá una literatura que aún interesa actualmente. Cualquiera que sea el toque personal que Chrétien de Troyes y Robert de Boron hayan dado a sus obras respectivas, ambos se han inspirado en las mismas fuentes, las leyendas célticas. Estas leyendas han nacido de acontecimientos históricos precisos, como la gloria y la decadencia de los Celtas en Gran Bretaña. Los romanos, después de la conquista de la isla por Julio César, mantuvieron durante cuatro siglos la paz, respondiendo duramente a todas las tentativas de invasión, vinieran de los pictos o de los escotos, en el Norte, o de los sajones, al Sur.
Los pictos eran una confederación de tribus que habitaban el norte y centro de Escocia desde, al menos, los tiempos del Imperio romano hasta el siglo X. Eran descendientes de los caledonios y otras tribus que los historiadores romanos ya nombraron o que aparecían en el mapa de Ptolomeo. Pictia se convirtió en el reino de Alba (Escocia) durante el siglo X, con lo que los pictos se convirtieron a su vez en Albannach o escoceses. Su idioma era el idioma picto. El nombre por el que los pictos se llamaban a sí mismos es desconocido. La palabra equivalente griega aparece por primera vez en un panegírico escrito por Eumenio en el 297 a. C. y que significa ‘los tatuados’. Sin embargo, podría deberse a una etimología popular anterior, quizá del celta Pehta (luchador). Los escotos y los dalriada de Irlanda los llamaron Cruithne. También hay Cruithne en el Ulster, especialmente los reyes de Dál nAraidi. Los britanos, antepasados de los galeses, en el sur los conocían por un dialecto celta como Prydyn. Los términos «Bretaña» y «britano» provienen de la misma raíz. La forma en gaélico escocés moderno Pecht procede del inglés antiguo. La arqueología da algunas aproximaciones sobre la sociedad de los pictos. A pesar de que ha sobrevivido muy poco de su forma de escritura, la historia de este pueblo, a partir del siglo IV en adelante, es conocida por una gran variedad de fuentes, incluyendo hagiografías como la de San Columba de Iona, así como varios anales irlandeses. Aunque la impresión popular de los pictos puede ser la de un pueblo oscuro y misterioso, no fue así en absoluto. La historia y la sociedad pictas están en consonancia con la de los pueblos de Europa Central, Septentrional u Oriental en la Antigüedad o en la Alta Edad Media, cuando se les compara con ellos. Escoto se refiere al nombre que dieron originalmente los antiguos romanos a una tribu de colonos celtas que provenían de Irlanda y arrasaron el norte de la Britania romana. Instalados en las «Tierras Altas Occidentales» de Escocia y, posteriormente, al extenderse por Escocia durante los siglos IV y V, dieron su nombre a dicho país. Su nombre fue después sustituido por el término «Gael», del celta Gaedheal, que hoy da nombre a su lengua celta, el gaélico escocés. Las belicosas tribus de los escotos, junto con los pictos y los misteriosos atticotti, causaron amplios problemas a la administración romana de la provincia de Britannia, con redadas e incursiones violentas. Al evacuar la isla los romanos y dejarla en un estado de anarquía y guerra endémica, muchos escotos tuvieron el control de las partes oeste de Gran Bretaña, tras haber emigrado y colonizado las costas de Gales y Escocia.
Los sajones fueron una confederación de antiguas tribus germánicas vinculados, en el plano etnolingüístico, a la rama occidental. Sus modernos descendientes en la Baja Sajonia y Westfalia y otros Estados alemanes son considerados étnicamente germanos. Los anglosajones participaron en el asentamiento germánico de Britania durante y después del siglo V. No se sabe cuántos emigraron desde el continente a Britania, aunque se hacen estimaciones de un número total de colonos germánicos de entre 10.000 y 200.000. Desde el siglo XVIII, muchos sajones continentales se han asentado en otras partes del mundo, especialmente en Norteamérica, Australia, Sudáfrica y en territorios de la anterior Unión Soviética, donde algunas comunidades aún mantienen partes de su herencia cultural y lingüística, a menudo bajo la denominación común de “alemán“, “flamenco” y “holandés“. Debido a las rutas comerciales hanseáticas y las emigraciones durante la Edad Media, los sajones se mezclaron con otros pueblos y culturas, y también los influyeron, tanto en los pueblos escandinavos y los bálticos, como en los pueblos eslavos occidentales. Son mencionados por primera vez por el astrónomo y geógrafo griego Claudio Ptolomeo en el siglo II de nuestra era, quien sitúa sus tierras en Jutlandia, entre el río Elba y el mar del Norte, entre lo que hoy es el noroeste de Alemania y el este de los Países Bajos. Esta región corresponde aproximadamente a Schleswig-Holstein, desde donde parece que se extendieron hacia el sur y el oeste. En el siglo V, los sajones formaron parte del pueblo que invadió la provincia romano-británica de Britania. Una de las otras tribus fueron los anglos germánicos, cuyo nombre, tomado junto con el de los sajones, llevó a la formación del término moderno anglosajones. Se cree que la palabra «sajón» deriva de seax, que es una especie de espada o cuchillo de piedra que usaban y por la que eran conocidos. Las tribus germánicas tomaban sus nombres de las armas que utilizaban. El seax ha tenido un impacto simbólico perdurable en los condados ingleses de Essex y Middlesex, pues ambos tienen tres seaxes en su emblema ceremonial. La Geographia de Ptolomeo, escrita en el siglo II, menciona a una tribu llamada saxones en el territorio al norte del río Elba inferior. Sin embargo, otras copias llaman a la misma tribu axones y se cree que es un error a la hora de escribir sobre la tribu a la que Tácito denomina aviones en su Germania. La referencia de Ptolomeo deriva de un texto anterior, romano y griego, que usa antiguas derivaciones del nombre sajón como Sachsen y Sacae.
Plinio el Joven usó ambos términos, Sacae y Sacasena (Sachsen), para referirse a los sajones en su migración a través de una región de Armenia conocida por el historiador griego, Estrabón, como Sacasene o ‘Sajonia‘. Plinio también señala que el nombre de algunos de los sajones cambiaron al sármata y al germano, proporcionando algunas claves sobre cuándo «germano» y «sajón» emergieron como términos separados. Heródoto se refiere a los sajones como Sacae (Saka), pero considera que el término tiene origen persa. Heródoto también considera que los sajones vestían pantalones y que llevaban en la cabeza altas gorras rígidas y que portaban arcos y dagas. El término «Saka» (Sacae) se ha descubierto en la roca de Behistún, con una antigua inscripción de la época del imperio aqueménida, mandada erigir por Darío I de Persia, y que se encuentra en la provincia de Kermanshah, al oeste de Irán. También lo encontramos en la tumba de Darío I de Persia. Sin embargo, Julius Oppert, historiador, lingüista y filólogo de origen alemán, ha argüido que los persas tomaron prestada la expresión meda «Saka», que se encuentra en Behistún, más que la denominación asiria de los gimirri (cimerios) que se halla en idioma babilonio sobre la misma roca. La expresión «Saka» equivalía a «cimerio», pues ambos se refieren al mismo pueblo en dos idiomas diferentes. La primera mención del nombre sajón en su forma moderna data del año 356, cuando Juliano, más tarde emperador romano, los menciona en un discurso como aliados de Magnencio, un emperador rival en la Galia. Todas las menciones a los sajones durante el siglo IV y principios del V se refieren a piratas y señores de la guerra en la Galia y Britania, más que a una tribu específica o a los habitantes de un territorio determinado. Para defenderse de los ataques sajones, los romanos crearon un distrito militar llamado Litus Saxonicum («Costa sajona») a ambos lados del Canal de la Mancha. En el año 441 se menciona por vez primera a los sajones como habitantes de Britania, cuando un historiador galo anónimo escribió: «Britania cae bajo el dominio de los sajones». Tras lo que sería la salida definitiva de las últimas legiones romanas de Britania en el año 407 d.C., los celtas romanizados (britanos) se vieron acosados por las tribus del norte, principalmente los pictos. Dichas tribus iniciaron un avance hacia el sur al que los britanos sólo podían oponer una desesperada e inefectiva resistencia, agudizada por el hecho de que el campesinado y las clases más bajas de la sociedad volvían rápidamente a una cultura totalmente celta que jamás habían abandonado, con poca identificación de los valores culturales que los romanizados representaban. Ante la desesperada situación, los britanos trataron de buscar ayuda en el general romano Aecio, que no pudo hacer nada debido a la muy delicada situación del imperio en el continente.
Un gran contingente de sajones, así como de anglos, jutos, frisones y posiblemente francos, invadieron o emigraron a la isla de Gran Bretaña (Britania) a comienzos de la Edad Media, en la misma época en que la autoridad romana decaía en Occidente. Los sajones habían estado acosando las costas oriental y meridional de Britania durante siglos, lo que llevó a la construcción de una serie de fuertes costeros, y muchos sajones y otros pueblos pudieron asentarse en estas zonas como granjeros mucho antes del fin del dominio romano en Britania. Según la tradición inglesa, sin embargo, los sajones y otras tribus entraron por vez primera en Britania en masa como parte de un acuerdo para proteger a los britones de las incursiones de los pictos, población autóctona sin influencia romana, los irlandeses y otros. Según fuentes, como la Historia Brittonum, los sajones habrían sido dirigidos por dos hermanos, Hengest y Horsa, a quienes el rey británico Vortigern les autorizó hacia el año 450 a asentarse con su pueblo en la isla de Thanet, a cambio de sus servicios como mercenarios para defender la isla de Gran Bretaña contra los pictos. Hengist manipuló a Vortigern para que le concediera más tierras y permitiera que llegasen más colonos, lo que abrió el camino al asentamiento germánico en la isla de Gran Bretaña. Algunos autores dudan de la existencia de Hengist y Horsa, puesto que sus nombres significan «Semental» y «Caballo», por lo que pudieran tener reminiscencias más mitológicas que históricas. En lo que se refiere a la arqueología, hay testimonios de la presencia de mercenarios germánicos en los alrededores de Londres desde los primeros años del siglo V. Los historiadores se encuentran divididos sobre lo que ocurrió entonces. Algunos arguyen que el dominio del sur de Gran Bretaña por los anglosajones fue pacífico. Se conserva, no obstante, el relato de un britano nativo que vivió en esta época (Gildas), y su descripción es de una toma violenta: “Pues el fuego se extendió de costa a costa, avivado por las manos de nuestros enemigos en el Este, y no cesó, hasta que destruyó todas las ciudades y tierras cercanas, alcanzó el otro lado de la isla y hundió su lengua roja y salvaje en el océano occidental. En estos asaltos todas las columnas cayeron por los golpes del ariete, todos los granjeros se pusieron en fuga, junto con sus obispos, sacerdotes y el pueblo, mientras la espada relucía y las llamas ardían en torno a ellos por todos lados. Era lamentable contemplar, en el medio de las calles yacían lo alto de las torres, abatidas hasta el suelo, piedras de altos muros, altares sagrados, fragmentos de cuerpos humanos, cubiertos con ropas lívidas de sangre coagulada, que parecían haber sido apretados todos juntos en una prensa; y sin ninguna posibilidad de ser enterrados, excepto en las ruinas de las casas, o en los estómagos hambrientos de las bestias salvajes y las aves; con reverencia ha de hablarse de sus almas santas, sí, de hecho, hubo muchos que fueron llevados entonces al santo cielo por los santos ángeles. Algunos, por lo tanto, de los miserables que quedaron, llevados a las montañas, fueron asesinados en gran número; otros, constreñidos por el hambre, se entregaron a la esclavitud para siempre en manos de sus enemigos, corriendo el riesgo de que los mataran inmediatamente, lo que de verdad era un gran favor que podía hacérseles: otros marcharon más allá de los mares con altas lamentaciones en lugar de la voz de la exhortación… Otros, comprometiendo la salvaguarda de sus vidas, que estaban en continuo riesgo, aún permanecieron en su país, marchando a las montañas, precipicios, los bosques densos y a las rocas del mar, aunque con corazones temblorosos“.
En todo caso, la llegada de los sajones y los problemas políticos relativos al desmembramiento de la Bretaña romana en numerosos reinos, confluyeron en un período sombrío, que la historiografía inglesa registró bajo el nombre de Dark Age (“Era Oscura“). Un despoblamiento masivo, ligado a las calamidades de la guerra y a las epidemias, parece haber favorecido igualmente la germanización de la antigua provincia romana en el siglo V. Fue sin duda desde el siglo VI que los sajones conformaron cuatro reinos al sur de la isla. Los sajones mostraron una resistencia muy fuerte al cristianismo que ganaba el reino de Kent a comienzos del siglo VII, bajo la influencia del misionero Paulino. Durante el período de los reinados que van desde Egberto (770 – 839) hasta Alfredo el Grande (849 – 899), los reyes de Wessex emergieron como bretwaldas, esto es, una especie de «reyes superiores», unificando el país y uniéndolo a inicios del siglo X, para hacer de él el reino de Inglaterra que se enfrentó a las invasiones vikingas. La lengua de los sajones dio origen al sajón antiguo, y todavía sobrevive actualmente en el bajo-sajón y en el inglés, mezcla de éste con el francés medieval. Es bajo la sombra de la espada de Roma como pudo el cristianismo desarrollarse en Gran Bretaña. Pero todo cambia a comienzos del siglo V. Los romanos se retiran abandonando a los bretones a su suerte. Entonces los pictos vuelven con mayor fuerza sembrando el terror y la muerte. El fin de la «pax romana» tuvo otra consecuencia. El cristianismo retrocede cediendo el paso, de nuevo, al paganismo. A este nuevo estado de cosas se agrega una terrible corrupción de las costumbres, cayendo la Bretaña en la anarquía y la miseria. Asaltados por todas partes, los bretones usan a los sajones como mercenarios para combatir a los pictos. Pero esta alianza dura poco, ya que los sajones hacen causa común con los pictos y emprenden la conquista del país. Los bretones están perdidos. Los sajones se hacen fuertes en la desembocadura del Támesis y rechazan a los bretones hacia el Oeste. Desde finales del siglo, los conquistadores poseen sólidamente las regiones de Sussex y, aumentando sus ventajas, crean los dos nuevos reinos de Wessex y Essex. Es, entonces, cuando aparece un jefe prestigioso que pasará a la leyenda bajo el nombre del rey Arturo. Bajo su mando, los bretones logran aplastantes éxitos. Pero tienen contra ellos el número y la tenacidad. Muerto Arturo, los sajones prosiguen su marcha adelante. En 577 se instalan en el estuario del Severn, separando así el país de Gales de Cornualles. A principios del siglo VII otros reinos sajones se instalan al borde del mar de Irlanda aislando a los galeses del resto del país bretón.
Los celtas puede decirse que están condenados a refugiarse en las montañas ásperas del oeste o a pasar el mar para instalarse en la Armórica, región costera del noroeste francés que comprendía la actual Bretaña, el noroeste del país del Loira y la totalidad del litoral de Normandía. Pueblo acorralado, los celtas están además diezmados por los sajones y los pictos. La Bretaña céltica, floreciente doscientos años antes, se reduce ahora a algunas pobres comunidades que intentan vivir en el país de Gales, en Cornualles en el Westmoreland, el Cumberland y cerca de la desembocadura del Clyde. Vencido, el pueblo bretón va a intentar y justificar sus desgracias. Su valor y la capacidad de sus jefes no podían ser puestos en duda. Es preciso, pues, encontrar una causa sobrenatural para esta decadencia. Es porque el pueblo bretón ha vivido en estado de pecado y ha ofendido a Dios por lo que la maldición se ha abatido sobre él. Sin embargo, es preciso vivir con la esperanza de que un día, una vez corregidos sus yerros, volverá la antigua gloria. ¿Cuál ha sido el pecado irremisible cometido por la Bretaña? Tiene una causa. Se trata de la herejía pelagiana. Pelagio es un cristiano de origen bretón, predicador ardiente y cuyas opiniones tienen gran acogida por todos. Pelagio proclama que el hombre dispone totalmente de su libre arbitrio y que la salvación es un asunto personal. Se opone así directamente a lo que enseña en la misma época San Agustín, de que el hombre no puede salvarse si la gracia no le ilumina y le fortifica. Según esto, el pecado original priva de la gracia divina a todos aquellos que nacen y que se encuentran así condenados a la ignorancia, al dolor y a la muerte. Pelagio afirma lo contrario. La falta de Adán fue una falta «personal» y no afectó para nada a su descendencia; así que cada uno puede elegir libremente entre el bien y el mal. Entonces, la gracia sería simplemente el conjunto de facultades que Dios nos ha dado y la posibilidad de vivir según las enseñanzas de Cristo. A comienzos del siglo V la herejía pelagiana ha progresado tanto en Bretaña que uno de los mejores predicadores de aquel tiempo, San Germán de Auxerre es enviado a toda prisa por el Papa. A fuerza de controversias apasionadas logra yugular la herejía. Su éxito es tan completo que los bretones hacen de él el verdadero Santo de la isla. La nueva forma de ver el «pecado bretón» es haber sucumbido a los atractivos de la herejía, por cuya causa el reino del rey Arturo ha sido despedazado. Pero la vuelta a la verdadera doctrina le permitirá revivir. Este retorno, sin embargo, no se hará sin mal. El espíritu celta es demasiado imaginativo para no continuar mezclando las exigencias de la fe cristiana y la leyenda pagana. Esta mezcla se encuentra, para empezar, en lo que se refiere a la personalidad del rey Arturo. Aparece en la leyenda celta bajo el nombre de Hería.
La historia de Hería indica que fue herido en combate y fue encerrado durante tres siglos bajo una montaña, de donde viene el sobrenombre de rey de la montaña. Su país quedó completamente arruinado. Un día ve llegar a su prisión subterránea un extranjero que le interroga largamente. Ahora bien, este extranjero posee el poder, si quiere, de pronunciar las palabras que permitirían a Hería volver a poseer su reino. Pero las palabras salvadoras no son pronunciadas y el rey continúa en su prisión. Dos temas se encuentran aquí mezclados. Uno es el de la redención, las palabras que salvan. El otro tema es el de la leyenda del el rey prisionero en una prisión subterránea. Más impresionante es lo tomado de las leyendas célticas en la obra de Chrétien de Troyes y de Robert de Boron, especialmente en lo que concierne al episodio del cortejo del Grial. Ese cortejo es extraño, ya que no se sabe en ese momento del poema lo que es el Grial. Tampoco se comprende porque en el poema es una muchacha la que lo lleva. No se tienen datos precisos sobre la lanza deslumbrante y de la cual surge una gota de sangre. Este episodio revela hasta qué punto Chrétien de Troyes se veía en la alternativa de acomodar al gusto francés una vieja leyenda celta o su voluntad de cristianizar la historia. Verdad es que en su vida cotidiana en la corte de María de Champagne el poeta conocía una especie de enfrentamiento entre paganismo y cristianismo. Sabemos que fue Felipe de Flandes quien habría encargado al poeta el cuento del Grial. Ahora bien, el padre de Felipe, Thierry, había tomado parte importante en las Cruzadas, de las cuales se supone que había traído una ampolla conteniendo la sangre de Cristo, ampolla que hoy se conserva en Brujas, Bélgica. Impresionado por los relatos fabulosos aportados por los cruzados, Felipe de Flandes, que morirá en Palestina, ejerció una influencia esencial sobre Chrétien de Troyes. Pero María de Champagne, que parece era prometida de Felipe, poseía, al igual que su madre, Leonor de Aquitania, un gusto vivísimo por las leyendas celtas. El poeta, en medio de la confluencia de esas dos corrientes, debía intentar reunirías. Así es como una amplia parte de la famosa escena del cortejo de Grial no es otra cosa sino un recuerdo de los ritos de iniciación y de investidura de la realeza, tal cual los describe la mitología céltica. He aquí, como ejemplo, lo que está escrito en uno de los más viejos cuentos célticos: “Conn ha sido designado por la piedra de Lia Fail (los candidatos al poder supremo debían marchar sobre esta piedra y ésta designaba al vencedor dando un grito) como rey supremo de Irlanda“. La Piedra de Tara o Lia Fáil, que en irlandés significa Piedra del Destino, es un menhir situado en la colina de Tara, en el condado de Meath, en Irlanda, que sirvió como piedra de coronación para los grandes reyes de Irlanda, hasta Muirchertach mac Muiredaig, hacia el año 500 d. C.
Según la mitología celta, en la antigüedad la piedra Lia Fáil fue traída a Irlanda por la raza divina de los Tuatha Dé Danann, dioses de los celtas irlandeses, que viajaron a través de Escocia desde las “Islas Nórdicas“, que según Geoffrey Keating se refiere a Noruega, aunque más probablemente se refiera a las Órcadas, donde aprendieron habilidades mágicas en las ciudades de Fáilias, Gorias, Murias y Finias, llevando consigo un gran tesoro de cada ciudad. Se trataba de los legendarios cuatro tesoros de Irlanda. El nombre de los Tuatha Dé Danann se traduce como “dioses de Danu“, en que Danu es la mítica madre de los dioses. Los relatos sobre los Tuatha Dé Danann son fascinantes. El Otro Mundo, fue el nombre dado a la residencia de los dioses irlandeses. Algunas citas resultan enigmáticas y en consonancia con la moderna física: “Estaban ocultos a los ojos mortales por la fuerte magia del Otro Mundo…. La regla normal no aplica en el Otro Mundo. Un año puede parecer que ha pasado en el otro mundo, pero en el mundo real pueden haber pasado siglos. El tiempo parece detenerse. Tampoco las personas que viven allí envejecen como los mortales. Parecían permanecer siempre jóvenes…. Otro Mundo, que habría aparecido por la noche para los mortales, pero probablemente desaparecerá en la mañana“. La piedra Lia Fáil es de hecho uno de estos cuatro tesoros, originario de Fáilias, de donde nace su nombre. Posteriormente, la piedra fue denominada “Piedra del Destino” (en latín, Saxum fatale). También de acuerdo con la mitología, esta Piedra de Tara tiene poderes paranormales. La leyenda dice que cuando el legítimo Gran Rey de Irlanda pone su pie sobre ella, la piedra ruge satisfecha. También se dice que la piedra tiene el poder de rejuvenecer al rey y otorgarle un mandato prolongado. El Ciclo de Ulster cuenta que el héroe Cúchulainn la partió en dos con su espada cuando la piedra no rugió bajo el pie de su protegido, Lugaid Riab nDerg, y desde entonces sólo rugió ante Conn Cétchathach y Brian Boru. A partir del nombre de esta piedra, los Tuatha Dé Danann denominaron a Irlanda Inis Fáil (en gaélico irlandés inis significa “isla“), por lo que Fáil se convirtió en un segundo nombre para Irlanda. De ahí que Lia Fáil también pueda traducirse como Piedra de Irlanda, y que Inis Fáil aparezca como sinónimo de Erin en la poesía romántica y nacionalista irlandesa del siglo XIX y comienzos del XX. La expresión Fianna Fáil (“guerreros de Irlanda“, o “guerreros del destino“) también aparece como denominación de los Voluntarios Irlandeses, en el primer verso del himno de Irlanda, y en el nombre del partido político Fianna Fáil.
Volviendo al relato, Conn encuentra a un misterioso caballero que no es otro que el dios Lug. Éste invita a Conn a su palacio. Allí, sentada sobre un trono de cristal, una joven, con la cabeza ceñida con una triple cotona de oro, tiene cerca de ella tres ampollas llenas de un brebaje divino. Esa joven mujer encarna la soberanía de Irlanda, Antes de invitar a Conn a beber, pregunta a Lug: ¿A quién debo dar la copa? Lug designa a Conn y después designa los nombres de todos los descendientes que serán reyes de Irlanda. Al fin, Lug y la joven desaparecen, y Conn queda solo con la copa que le ha sido ofrecida, que es el símbolo de su poder. Se ve claramente la transposición hecha por Chrétien de Troyes. Lug se convierte en el Rey Pescador, la joven será la portadora del Grial y, en cuanto a Conn, quedará identificado con Perceval. Lug no es el dios supremo, sino un dios que tiene todas las funciones. En efecto, es Samildanach o el múltiple artesano de la mitología celta, no solamente porque está en la cima de la jerarquía, sino también porque es pancéltico. Es una de esas raras divinidades que, por lo que sabemos de los pueblos celtas, podemos encontrar en todos los panteones. También algunos estudiosos señalan que es homologo al dios nordico Loki, por el parecido entre los nombres y hechos como la muerte de Balder equivalente al abuelo Balar de Lug, entre otras cosas. La importancia de Lugus en galo es especialmente atestiguada por cantidad de topónimos, del cual el más conocido es Lugdunum (fortaleza de Lugus), la actual ciudad de Lyon. Su equivalente en el país de Gales se denomina Llew Llawgyffes («el de la mano diestra»), que aparece en la literatura en los relatos de los «Mabinogion». Es en las fuentes irlandesas donde Lug ha sido tratado con mayor vastedad, en particular en el «Cath Maighe Tuireadh» (la «Batalla de Mag Tured»). En nuestros días, Lug está presente en la fiesta del 1 de agosto: Lugnasad. Existen muchos topónimos respecto a Lug en la zona norte de España, derivados del dios celta Lug. Según las fuentes irlandesas, la sociedad divina está estructurada de la misma manera que la sociedad humana, y la organización de los Tuatha Dé Danann está jerarquizada en tres clases funcionales: La función sacerdotal, encarnado por Dagda, el dios-druida; la función guerrera, encargada especialmente de la soberanía y que está representada por Ogma, el dios guerrero y Nuada, el dios-rey; la función artesanal, que se produce por el conjunto de la comunidad, representada por Goibniu, Credne y Luchta.
Este esquema retoma la ideología tripartita de los indoeuropeos, como ha sido estudiado por Georges Dumézil, filólogo e historiador francés. Lug puede asumir todas las funciones. Uno de sus sobrenombres es Samildanach, en el sentido que domina todas las artes y todas las ciencias. Tal como hemos indicado, los Tuatha Dé Danann llevaron cuatro tesoros mágicos a Irlanda: la caldera del Dagda, la lanza de Lug, la piedra de Fal y la espada de Nuada, rey de los Tuatha Dé Danann por siete años antes de llegar a Irlanda. La lanza, como casi cualquier instrumento de guerra, es un símbolo fálico y de gran poder. Simboliza la fortaleza debido a que es recia y no debe vencerse, ni atemorizarse ante el enemigo. La lanza de Lug, también llamada “Lanza de Assal” es llevada a Irlanda por los Tuatha Dé Danann, según los antiguos relatos en lengua gaélica. Esta lanza tiene la particularidad de ser flamígera y solo pierde su fuego, sorprendentemente, si es mojada en sangre humana. Lug es el hijo de Cian y Eithne. También está emparentado con los Fomoré, los dioses-gigantes de la muerte, del mal y de la noche, a través de su abuelo materno Balor, a quien mata con su honda, de conformidad con una profecía. Al presentarse en la residencia del rey Nuada, con ocasión de una fiesta, el guarda de la puerta le niega la entrada. Lug afirma que él puede ser útil, a lo que le responden con una negativa. De este modo se propone servirles para finalmente ser aceptado, por lo que será sucesivamente carpintero, herrero, guerrero y mago. Es aceptado en su calidad de jugador de hnefatafl, antiguo juego de mesa germánico. Disputa una partida con el rey, a quien vencerá. Esta partida es puramente simbólica, ya que se trata de una justa intelectual a través de la cual Lug toma el poder del mundo. En posteriores relatos lo reencontraremos combatiendo al lado de su hijo Cúchulainn, en la invasión del Ulster por la reina Medb, reina de Connacht. Según la historia, Medb fue entregada por su padre para ser la esposa de Conchobar mac nesa, rey de Ulster. Le dio un hijo pero terminó abandonándolo, así que su padre le pasó al rey otra de sus hijas. Estando ésta embarazada, Medb la mató y su hijo nació por una cesárea póstuma. Su padre entonces le otorgó un reino, Connacht, tomando el título de rey a Tinni mac Conri quien, al final, se convertiría en amante de Medb. En una asamblea en Tara, Medb es violada por su primer esposo y eso genera una guerra entre el rey, su padre, y Ulster. Su amante y su primer esposo se baten a duelo y el primero pierde. Medb se termina quedando con otro hombre como esposo y rey. Nunca le es fiel, ya que lo engaña con uno de sus caballeros, por lo que vuelve a haber un duelo. Su nuevo esposo pierde y ella cambia de esposo y de rey.
Según algunos investigadores, la historia de San Lorenzo sirvió para la cristianización del dios Lug. San Lorenzo fue uno de los siete diáconos regionarios de Roma, ciudad donde fue martirizado en una parrilla el 10 de agosto del año 258, cuatro días después del martirio del papa Sixto II. La leyenda dice que entre los tesoros de la Iglesia confiados a Lorenzo se encontraba el Santo Grial, y que consiguió enviarlo a Huesca, España, junto a una carta y un inventario, donde fue escondido y olvidado durante siglos. Los padres de Lorenzo, santos Orencio y Paciencia, serían de Huesca y habrían llegado a la ciudad de Valencia por motivo de las persecuciones. Según la Vida y martirio de San Lorenzo, texto apócrifo del siglo XVII supuestamente basado en la obra del monje Donato (siglo VI), el papa Sixto II le entregó el Santo Grial junto a otras reliquias, para que las pusiera a salvo. En la cueva romana de Hepociana, Lorenzo acudió a una reunión de cristianos presidida por el presbítero Justino. En Carpetania halló a un condiscípulo y compatriota hispano, llamado Precelio, originario de Hippo, la moderna Toledo, a quien entregó varias reliquias, entre ellas el Santo Grial, con el encargo de que las llevara a la familia que le quedaba en Huesca. Precelio llevó las reliquias a los tíos y primos de Lorenzo en Huesca que las escondieron, perdiéndose la pista, aunque algunas tradiciones afirman que el Santo Grial fue depositado en la iglesia de San Pedro de la localidad, de donde sería puesto a salvo por el obispo Acilso cuando huyó en 711 ante el avance de los musulmanes, para esconderse en los Pirineos. El festival pagano se realizaba a principios del mes de agosto, por lo que lughnasa es el nombre del mes de agosto en Irlanda. En Lyon (Francia) se celebraba una gran fiesta de tres noches para Lug, que fue reemplazada por el festival de Saint Laurent, también de tres días. Pero, ¿cuál es la aportación cristiana? Parece ser la de una herejía distinta de la pelagiana, la nestoriana, que admitía una doble naturaleza de Cristo, corporal y espiritual, que tuvo cierto éxito en Bretaña. En ciertas comunidades cristianas las mujeres estaban autorizadas a distribuir la comunión. Y ello es lo que explicaría por qué en la obra del poeta Chrétien de Troyes es una mujer la que lleva el Grial. Menos asombrosa es la aparente indiferencia con la cual se ve pasar el Grial y su cortejo. En 1180, fecha de la leyenda del Grial, la doctrina de la Iglesia respecto de la Eucaristía no estaba aún fijada, ya que no lo será hasta treinta años más tarde, en el Concilio de Letrán. En cada misa los fieles comulgantes consumían todo el pan y todo el vino que habían sido consagrados. Así se recordaba fielmente la última Cena. No había, pues, tabernáculo para conservar las hostias.
Pero fue preciso esperar al siglo XII para admitir, después de duras controversias entre teólogos, que Cristo estaba realmente presente en el pan y en el vino. La imagen que Crétien de Troyes da del Grial parece traducir fielmente la evolución que está en camino de operarse en su época, pues estamos a algunos años del Concilio de Letrán y va abriéndose paso la nueva concepción de la Eucaristía. Tanto, que la deslumbradora claridad que parece desprenderse del vaso aportado por la muchacha prefigura esas brillantes custodias que se encontrarán bien pronto en los altares. Cuando Robert de Boron escribe a su vez sobre el Santo Grial, la revolución litúrgica está prácticamente realizada. Por ello el cortejo religioso, tal como lo describe, está impregnado de fervor religioso y recogimiento. Finalmente, es a la herejía pelagiana a la que ataca Chrétien de Troyes. Cuando, después de haber encontrado el camino de Dios, Perceval se dirige al ermitaño, éste le declara: «El pecado te imposibilitó la lengua cuando viste pasar ante ti el hierro que jamás secó (en alusión a la lanza del cortejo del Grial) y cuya razón no intentaste buscar». En resumen, el joven caballero sufre una especie de incapacidad moral. No puede mandar a su voluntad porque está sometido al peso de una falta. Incapaz de formular una palabra o de cumplir un gesto demostrativo del interés que siente por el Grial, símbolo de la fe cristiana, Perceval representa la impotencia del hombre privado del socorro de Dios. Para curar al rey «mutilado», para salvar el reino del rey Arturo, en suma para provocar un milagro, se le pedía poco a Perceval. Una simple prueba de buena voluntad. Pero precisamente él no podía dar esa prueba por estar en estado de pecado. Para salvarse, y salvar a los demás, no basta el libre arbitrio, como pretendía la herejía pelagiana. Y sobre este punto es la estricta ortodoxia cristiana la que ilustran tanto Chrétien de Troyes como Robert de Boron. Este último tuvo una clara ventaja sobre su predecesor, ya que había vivido en la Bretaña y muy probablemente en la célebre abadía de Glastonbury. Esta abadía es, en la Edad Media, uno de los más notables centros culturales de Occidente. San Dunstan había introducido allí la regla benedictina desde el siglo X. Los Cruzados habían proporcionado a los monjes textos traídos de Palestina. La huella de la abadía sobre el alma celta se había extendido igualmente con la invasión de Inglaterra por Guillermo el Conquistador, quien puso como jefes de los monjes de Glastonbury a dos normandos, Thurstin primero y después Herlewin. Esta abadía contribuyó poderosamente al folklore bretón a fin de integrarlo en la naciente historia de Inglaterra. Verdad es que algunas razones políticas impulsaron a los monjes a obrar así.
El rey de Inglaterra Enrique II Plantagenet es, en lo que respecta a sus tierras en Francia, vasallo «del rey de París» quien, además gozaba de un prestigio sin igual. Es para dar a Inglaterra un lustre, que aún no posee, por lo que los abades de Glastonbury entran en el juego de su rey. Gracias a ellos se forjan las leyendas que darán a los habitantes una especie de orgullo nacional. Así es como los monjes descubren la tumba del rey Arturo y de su mujer Ginebra. La leyenda celta pretendía que el soberano había sido llevado a una isla misteriosa, Avalón, donde vivía en espera de su retorno triunfal a la cabeza de su reino. Ahora bien, los investigadores encuentran un día la tumba, precisamente en Glastonbury. Para Enrique II este descubrimiento representa un doble beneficio. Los celtas no podrán acariciar su sueño de revancha sobre sus vencedores, pues queda probado que su rey no era un rey de leyenda sino que murió como cualquier mortal. En segundo lugar, si es en Glastonbury donde se ha descubierto la tumba, se puede pensar que la abadía es el faro de la verdadera fe, y el puesto más avanzado de la vigilancia contra las supersticiones y las herejías. Los monjes, por otra parte, no iban a detenerse aquí. Quedaba por demostrar que Inglaterra, al igual que Francia, había sido creada por la mano de Dios. Por ello es en Glastonbury donde nace la leyenda según la cual, después de la muerte de Cristo, José de Arimatea, portador del vaso sagrado conteniendo la sangre de Jesús, vino a refugiarse allí. También ahora se presenta una nueva doble ventaja. El Grial de los celtas es adoptado por el cristianismo. Así como Francia poseía la Santa Ampolla, Inglaterra ahora posee el vaso sagrado de José de Arimatea. Robert de Boron encuentra así el guión de su obra. Sin embargo, esa presencia de José de Arimatea en Gran Bretaña no se explica si no se esfuerza uno en tender un puente entre el Occidente cristiano y la Tierra Santa. Y no cabe duda de que ese enlace existe a través de las Cruzadas. Exaltados por su aventura, fascinados por la liberación del sepulcro de Cristo, los Cruzados, al menos los de esta época, vuelven llenos de relatos extraordinarios, girando todos en torno a episodios de la vida de Jesús. Y el más importante de todos se refiere a la Comunión, del que Chrétien de Troyes y Robert de Boron han dado una versión muy original. Será labor de otro escritor sobre el Grial el ir más lejos e introducir las primeras influencias árabes en la literatura occidental.
En 1210 aparece en Alemania un poema titulado «Parzival» debido al más grande de los poetas de la época, Wolfram von Eschenbach. El poema es, en cuanto a la forma, de de una belleza deslumbradoras. Parzival es probablemente una de las obras cumbres de esa civilización cortesana y caballeresca que ha conocido Occidente. Esa civilización es la que encarna el héroe de Wolfram von Eschenbach. Su historia es la de una lenta y penosa marcha hacia un florecimiento total de la fe cristiana, de acuerdo con los ideales de una caballería enteramente dedicada al culto de la belleza y del honor. Elegido del Señor, Parzival es calificado así por Kundry, mensajera del Grial: «Tú has conquistado la paz del alma y has esperado la paz del cuerpo en un fiel deseo». Porque Parzival ha vivido siempre bajo la ley de una doble fidelidad: a Dios y a su mujer Kundwiramus. El poema alemán se acaba con la exaltación del fin conseguido: «Quien termina su vida de manera que Dios no pierda, por las faltas del cuerpo, su derecho sobre el alma y quien pese a ello, llegue a guardar el favor del mundo y de sus pares: he aquí quien está colmado de los frutos de un ardiente esfuerzo». Pero para lograr tal triunfo es preciso el concurso de la gracia divina. Y es por el Grial por quien es dispensada a quien es digno de ella. Para el poeta alemán, el Grial es una piedra dotada de las virtudes más extraordinarias. Dispensa a sus guardianes alimento y bebida, dándoles belleza y juventud. Sólo quienes conocen la pureza moral pueden levantarla y llevarla. Todos los años el poder del Grial está como renovado: Ese día, una paloma viene a depositar sobre él una hostia de una claridad maravillosa. Sólo los elegidos de Dios se benefician de los favores maravillosos que distribuye el Grial. El rey del Grial es elegido por Dios mismo y nadie puede pretender el nombramiento si no está en paz con el Rey de los Cielos y de la Tierra. Parzival no escapa a esa regla y no alcanzará el Grial sino después de haber comprendido lo que le dice el ermitaño Trevrizent: «Es por los hombres por quien Cristo murió en Cruz». Entonces, trastornado por este acto de amor, Parzival se abandona a Dios, poniendo un término irrevocable a un largo periodo de error y de pecado. Entre la concepción del Grial de Chrétien de Troyes y la de Wolfram von Eschenbach existen diferencias profundas. Para Chrétien de Troyes el Grial resplandece de piedras preciosas, y está guardado por ángeles que no han tomado partido cuando la rebelión de Lucifer contra Dios. El Grial se promete a aquellos que se inclinan ante la voluntad de Dios sabiendo que todo procede de Él, pero sin renunciar a afirmar su propia personalidad.
El Perceval de Chrétien de Troyes no tiene nada de humilde. En cambio es la humildad lo que destaca en el poeta alemán. En su obra, el Grial no es sino una piedra blanda, humilde, siendo ésta lo que se exige a los que pretenden conseguirla. Llegado a rey del Grial, Perzival es saludado en estos términos por Trevrizent: «Habéis conquistado el Bien supremo; ahora, volveos hacia la humildad». La obra del poeta alemán no sería, al fin y al cabo, sino una adaptación, salpicada de sentimientos cristianos, de una leyenda ya bien conocida, si no presentara un verdadero enigma. Se trata de cómo Wolfram von Eschenbach pudo tomar contacto con la filosofía árabe. El poeta, en efecto, no pretende haber logrado una obra original. He aquí lo que dice: «Kyot, un maestro bien conocido, encontró en Toledo, entre los manuscritos abandonados, la materia de esta aventura anotada en escritura árabe. Fue preciso, para empezar, que descifrase los caracteres, pero no intentó iniciarse en la magia negra. Fue para él una gran ventaja estar bautizado, porque de otro modo esta historia hubiera permanecido desconocida. No hay, en efecto, pagano suficientemente sabio para revelarnos la naturaleza del Grial y sus virtudes secretas. Un pagano árabe, Flegetanis, había adquirido un alto renombre por su saber. Él fue quien escribió la aventura del Grial. El pagano Flegetanis sabía predecir el declinar de cada estrella y el momento de su retomo. Descubrió, examinando las constelaciones, profundos misterios de los cuales sólo hablaba temblando. Se trataba de un objeto que se llamaba el Grial. Había leído claramente su nombre en las estrellas. Un tropel de ángeles lo había depositado en la tierra y después habían vuelto volando más allá de los astros. Desde entonces serían hombres cristianos, por el bautismo, tan puros como los ángeles, los que debían cuidar de él». El poeta alemán concluye así: «Así se expresó Flegetanis. Kyot, el sabio maestro, buscó en los libros latinos dónde podría haber vivido un pueblo bastante puro y suficientemente inclinado a una vida de renunciamiento para convertirse en el guardián del Grial. Leyó las crónicas del reino de Francia, de Bretaña y de Irlanda y de otros muchos países más, hasta que encontró en Anjou lo que buscaba». ¿Quién era Kyot, el sabio maestro? No se ha encontrado en toda la Provenza francesa ningún escritor ni trovador de este nombre. Seguramente se trata de un pseudónimo escogido por uno de esos poetas ambulantes que florecían en la época, que recogían y arreglaban las leyendas y los acontecimientos de los cuales eran testigos o que les contaban. Poco importa que Kyot haya existido o no. Lo esencial es saber si, en Provenza, existía una historia del Grial sensiblemente distinta de aquella otra que circulaba en el norte de Europa.
La Provenza del siglo XII se extendía hasta Toulouse, cubriendo así una región que estuvo largo tiempo bajo el dominio de la España árabe y que estuvo fuertemente impregnada por la civilización de los conquistadores árabes. Esta civilización ha estado considerada durante largo tiempo como superior a la de Occidente. Por otra parte, estaban muy de moda los sufis, pequeños cuentecillos que narraban aventuras fabulosas. Incluso después de ser expulsados de Provenza continuaron manifestando su influencia cultural, una influencia que pasaba por los maestros judíos, ya instalados en el país, y que viajaban con frecuencia a España para consultar a los pensadores y sabios musulmanes. Los árabes tenían, también, una especie de leyenda del Grial, uno de cuyos héroes, Flegetanis, toledano y astrólogo, es citado por Wolfram von Eschenbach, que nos dice al respecto: “Un pagano llamado Flegetanis alcanzó gran fama por su saber. Este físico procedía de Salomón y era de la estirpe israelita, muy noble desde tiempos muy antiguos, hasta que el bautismo nos libró de los fuegos del infierno. Él escribió la historia del Grial. Por parte de padre era pagano (…). Flegetanis supo exponernos la ida y el regreso de las estrellas y las dimensiones de sus órbitas, hasta que vuelven a sus puntos de origen (…). Como pagano, Flegetanis vio con sus propios ojos en las estrellas misterios ocultos y habló de ellos con gran timidez. Nos dijo que había una cosa que se llamaba el Grial. Este nombre lo leyó claramente en las estrellas“. Pero, en realidad, parece que Flegetanis es la traducción de un libro árabe titulado Felex-Taani (La segunda esfera). En esta obra, como en la tan célebre de Mohyddin Ibn Arabí, Las piedras de la sabiduría, se trata de siete piedras que representan las siete formas posibles de la Sabiduría. Esas piedras pueden «descender» entre los hombres para resonar como una apelación. La Piedra Suprema, la de la santidad universal, se encarna en lo que el Islam considera como el «sello de la santidad de los enviados y los profetas», es decir, Cristo. Esta piedra, después de la muerte de Jesús, ha sido confiada a una supuesta caballería celestial. He aquí el material de que va a servirse el poeta alemán para escribir su Parzival. Bien entendido, se apropiará muchos rasgos de la leyenda celta e impregnará su obra de doctrina cristiana. Pero el punto de partida es la obra atribuida a Kyot, especialmente su carácter esotérico.
Para comprender lo que Parzival debe al Islam es preciso evocar los símbolos esenciales empleados por Wolfram von Eschenbach. Para empezar, el castillo, en el cual es guardado el Grial por caballeros «tan puros como ángeles». Se trata del Montsalvage. Esta idea de castillo casi irreal pertenece al fondo común a todas las leyendas. Lo encontramos en la Tule hiperbórea o en el monte Meru hindú. Tule es un término usado en las fuentes clásicas para referirse a un lugar, generalmente una isla, en el norte lejano. A menudo se cree que pueden haber sido diversos lugares, como Escandinavia. Otros creen que se localiza en Saaremaa en el mar Báltico. «Última Tule» en la geografía romana y medieval puede también denotar cualquier lugar distante situado más allá de las «fronteras del mundo conocido». Fue mencionada por primera vez por el geógrafo y explorador griego Piteas de Massalia en el siglo IV a.C. Piteas dijo que Tule era el país más septentrional, seis días al norte de la isla de Gran Bretaña, y que el sol de pleno verano nunca se ponía allí. En la mitología griega Tule era la capital de Hiperbórea, reino de los Dioses. Para Procopio de Cesarea, Tule era una isla grande en el Norte, habitada por 25 tribus. Se trata con toda probabilidad de Escandinavia, pues varias tribus son fácilmente identificables, tal como los gautas y los saami. Procopio de Cesarea escribió también que al volver los hérulos, pasaron con los varni y los daneses, cruzando el mar, a Tule, donde se asentaron junto con los gautas. A veces se ha especulado con la conexión entre Tule y el mítico continente perdido de la Atlántida. En la Edad media, el nombre se utilizó a veces para denotar a Islandia, por ejemplo en la Gesta Hammaburgensis ecclesiae pontificum, de Adán de Bremen, por los obispos de la Iglesia de Hamburgo, donde se citan probablemente escritos más antiguos acerca de Tule. Místicos nazis buscaron por todo el mundo la Tule histórica, que ellos creyeron era la patria primigenia de la «raza aria». La organización esotérica alemana que más influenció al nazismo se llamaba la Sociedad Thule. El monte Meru es una montaña mítica, que es considerada sagrada en varias culturas. Para algunos hindúes, el monte Meru está compuesto de 109 picos, entre los cuales el más alto es el monte Kailás, donde se encuentra la morada del dios Shivá. Según el texto épico Mahā Bhārata, el Harivilās y el Rig-veda, el monte Kailás se encuentra físicamente en los montes Himalaya. En el resto de los picos del monte Meru viven además 33 millones de dioses, entre los que se destacan Visnú y Brahmá.
En cambio, para el hinduismo tradicional, el monte Meru tiene 450.000 kilómetros de altura, tiene forma de cono truncado muy alargado, consta de un solo pico, y se encuentra en el centro de Eurasia, quizá en la meseta del Pamir. El astrónomo Varaja Mijira (505 – 587), en su libro Pancha siddhāntikā, ubica al monte Meru en el Polo Norte, aunque en la actualidad se sabe que allí no hay ninguna montaña física. En cambio el texto Suria siddhānta menciona un monte Meru en medio del planeta Tierra, y otros dos montes, el Sumeru (buen Meru) y el Kumeru (mal Meru), en ambos polos. Bajo el monte Meru se encuentra el continente Yambu Duipa, formado por cuatro países con siete cordilleras montañosas. Este continente está rodeado por siete continentes concéntricos, separados unos de otros por océanos, también concéntricos, de distintas sustancias. El océano más interno, el único que conocemos los seres humanos, es de agua salada, el siguiente de caña de azúcar, otro de vino, de ghi (mantequilla clarificada), de cuajada, de leche, y finalmente de agua dulce. Más allá de este último océano concéntrico hay cuatro puertas, una por cada punto cardinal. Por ejemplo en el Este se encuentra la puerta del dios Indra, rey de los dioses, dios del cielo y del rayo, con su elefante Airavata de tres cabezas. Más allá de estas cuatro entradas está el inmenso océano primordial. En una ocasión el monte Meru fue trasladado de su lugar y apropiadamente dispuesto sobre el caparazón del dios Kurma, la encarnación tortuga de Vishnú, y utilizado por los dioses y los demonios para batir el océano de leche, el sexto océano concéntrico, con el fin de obtener el néctar de la inmortalidad que se encontraba en una isla secreta en ese océano. En el mundo islámico es la montaña Qaf, situada en una isla que no puede alcanzarse «ni por mar ni por tierra». El simbolismo de esta imagen es evidente. Qaf es el lugar intermedio entre el mundo material y el mundo espiritual, una especie de frontera entre lo visible y lo invisible. Mohydin Ibn Arabí pretende que esta isla habrá sido hecha con el resto de la arcilla utilizada para modelar a Adán. De hecho, el Paraíso Terrenal es testigo de la caída del hombre y, sin embargo, permanece como un lugar a reconquistar. Lo mismo que el musulmán espera la llegada del día en las laderas del Qaf, de igual modo el occidental puede soñar en que, intensificando su ascesis y sabiduría, será invitado a penetrar en el castillo en el cual, en su esplendor inmortal, le espera el Grial. Montsalvage recuerda en muchos aspectos al Qaf. Pero el castillo no es la única transposición que se encuentra en el poeta alemán. En una ocasión en que Trevrizent se dirige a Parzival y le habla de un ave maravillosa, el ave Fénix, le dice: «Es por la virtud de esta piedra (el Grial) que el Fénix se consume y se convierte en cenizas; pero de estas mismas piedras renace la vida; gracias a esta piedra el Fénix cumple su mutación para reaparecer en todo su esplendor tan bello como nunca». Ahora bien, el Fénix pertenece a la mitología árabe.
El Fénix, correspondiente al Bennu egipcio, es un ave mitológica del tamaño de un águila, de plumaje rojo, anaranjado y amarillo incandescente, con pico y garras fuertes. Se trataba de un ave fabulosa que se consumía por acción del fuego cada 500 años, para luego resurgir de sus cenizas. Según algunos mitos, vivía en una región que comprendía la zona del Oriente Medio y la India, llegando hasta Egipto, en el norte de África. Está muy presente en la poesía árabe. El mito del ave Fénix alimentó varias doctrinas y concepciones religiosas de supervivencia en el Más Allá, pues el Fénix muere para renacer con toda su gloria. Según el mito, poseía varios dones extraños, como la virtud de que sus lágrimas fueran curativas, fuerza descomunal, control sobre el fuego y gran resistencia física. En el Antiguo Egipto se le denominaba Bennu y fue asociado a las crecidas del Nilo, a la resurrección y al Sol. El Fénix ha sido un símbolo del cuerpo físico y espiritual, del poder del fuego, de la purificación, y la inmortalidad. Para Heródoto, Plinio el Viejo y Epifanio de Salamina, esta sagrada ave viajaba a Egipto cada quinientos años, y aparecía en la ciudad de Heliópolis, llevando sobre sus hombros el cadáver de su padre, a donde este iba a morir, para depositarlo en la puerta del templo del Sol. Probablemente la leyenda del Fénix pasó de la tradición egipcia a la grecorromana a través del historiador Heródoto (484 – 425 a.C.), quien cuenta en sus historias que viajó a Egipto y también conoció a los sacerdotes egipcios de Heliópolis. Según dice Heródoto: “Otra ave sagrada hay allí que sólo he visto en pintura, cuyo nombre es el de fénix. Raras son, en efecto, las veces que se deja ver, y tan de tarde en tarde, que según los de Heliópolis sólo viene al Egipto cada quinientos años a saber cuándo fallece su padre. Si en su tamaño y conformación es tal como la describen, su mote y figura son muy parecidas a las del águila, y sus plumas en parte doradas, en parte de color de carmesí. Tales son los prodigios que de ella nos cuentan, que aunque para mi poco dignos de fe, no omitiré el referirlos. Para trasladar el cadáver de su padre desde la Arabia al templo del Sol, se vale de la siguiente maniobra: forma ante todo un huevo sólido de mirra, tan grande cuanto sus fuerzas alcancen para llevarlo, probando su peso después de formado para experimentar si es con ellas compatible; va después vaciándolo hasta abrir un hueco donde pueda encerrar el cadáver de su padre; el cual ajusta con otra porción de mirra y atesta de ella la concavidad, hasta que el peso del huevo preñado con el cadáver iguale al que cuando sólido tenía; cierra después la abertura, carga con su huevo, y lo lleva al templo del Sol en Egipto. He aquí, sea lo que fuere, lo que de aquel pájaro refieren“.
En adelante, el mito aparece en obras de autores clásicos diversos, como el naturalista Plinio el Viejo, el escritor Luciano, el retórico Séneca, y los poetas Ovidio y Claudio Claudiano, o los cristianos Pablo de Tarso, el Papa Clemente de Roma, Epifanio o San Ambrosio. Según la leyenda cristianizada, el ave Fénix vivía en el Jardín del Paraíso, y anidaba en un rosal. Cuando Adán y Eva fueron expulsados, de la espada del ángel que los desterró surgió una chispa que prendió el nido del Fénix, haciendo que ardieran éste y su inquilino. Por ser la única bestia que se había negado a probar la fruta del paraíso, se le concedieron varios dones, como el poder del fuego y la luz, siendo el más destacado la inmortalidad a través de la capacidad de renacer de sus cenizas. Cuando le llegaba la hora de morir, hacía un nido de especias y hierbas aromáticas, ponía un único huevo, que empollaba durante tres días, y al tercer día ardía. El Fénix se quemaba por completo y, al reducirse a cenizas, resurgía del huevo la misma ave Fénix, siempre única y eterna. Esto ocurría cada quinientos años. Según Clemente de Roma, en la Epístola a los Corintios: “Hay un ave, llamada fénix. Esta es la única de su especie, vive quinientos años; y cuando ha alcanzado la hora de su disolución y ha de morir, se hace un ataúd de incienso y mirra y otras especias, en el cual entra en la plenitud de su tiempo, y muere. Pero cuando la carne se descompone, es engendrada cierta larva, que se nutre de la humedad de la criatura muerta y le salen alas. Entonces, cuando ha crecido bastante, esta larva toma consigo el ataúd en que se hallan los huesos de su progenitor, y los lleva desde el país de Arabia al de Egipto, a un lugar llamado la Ciudad del Sol; y en pleno día, y a la vista de todos, volando hasta el altar del Sol, los deposita allí; y una vez hecho esto, emprende el regreso. Entonces los sacerdotes examinan los registros de los tiempos, y encuentran que ha venido cuando se han cumplido los quinientos años“. Para San Ambrosio, el ave Fénix muere consumida por el Sol, convertida en cenizas de las que renace, después de arder su cuerpo, como un pequeño animal sin miembros, un gusano muy blanco que crece y se aloja dentro de un huevo redondo, como si fuera una oruga que se vuelve mariposa, hasta que dejando de ser implume se transforma en un águila celeste que surca el firmamento estrellado. Durante el reinado del emperador Claudio, un supuesto Fénix fue capturado en Egipto y trasladado a Roma, donde éste mandó exponerlo. Nadie se lo tomó en serio. Claudio Claudiano (siglo IV), considerado el último de los grandes poetas romanos, comentaba: “El Fénix es un ave igual a los dioses celestes, que compite con las estrellas en su forma de vida y en la duración de su existencia, y vence el curso del tiempo con el renacer de sus miembros. No calma su hambre comiendo ni apaga su sed con fuente alguna“. En la mitología china, el Fenghuang, aunque no tiene similitudes con el Fénix, ha sido denominado el «Fénix chino» por algunos occidentales, siendo una criatura con cuello de serpiente, cuerpo de un pez y la parte trasera de tortuga. Simboliza la unión del yin y el yang.
Todas las leyendas del Oriente Medio afirman que él «pájaro rojo» no se posa jamás en tierra si no es en la cumbre de la montaña Qaf. Contando la historia de este pájaro fabuloso, Heródoto precisa que su patria es Arabia y que cada 500 años emprende el vuelo hacia Heliópolis, la ciudad del Sol, y entierra los despojos de su padre, esos despojos de los cuales él ha nacido. En el poema de Wolfram von Eschenbach es la paloma la que de modo manifiesto, pero en un sentido cristiano, representa el papel destinado al ave Fénix en la mitología árabe. Cada año, el Viernes Santo, vuelve para depositar una hostia en el Grial y luego desaparece. Pero, ya se trate del «pájaro rojo» o de la paloma, el simbolismo es en el fondo idéntico; simbolismo, por otra parte, común a todas las leyendas indoeuropeas. Es la lucha entre la luz y las tinieblas, la victoria, que se repite, de la primavera sobre el invierno y, en el plano espiritual, el triunfo de la resurrección sobre la muerte. En fin, en esta obra consta la existencia del Grial que, en cuanto a sus apariencias externas, aparece descrito como una estrecha y humilde piedra. La ruptura entre Wolfram von Eschenbach y sus predecesores Chrétien de Troyes y Robert de Boron es, pues, total. Ciertamente el poeta alemán transferirá a dicha piedra algunas de las virtudes hasta entonces exclusivas del «vaso sagrado», imagen del copón, pero el hecho es que es de una piedra de lo que habla. Y esta noción «mineral» procede directamente de la teología árabe. Y ésta, a su vez, había recibido la noción de piedra sagrada de la filosofía hindú, que a través de sus principales obras habla de Chintamani, la «joya del deseo». En el marco de las tradiciones budista e hinduista, la joya chintámani es una piedra mítica con capacidad para conceder deseos a quien la porta. En el budismo, la piedra la lleva Avalokitésuara, uno de los bodhisattvas o representaciones de Buda. También ha sido vista cargada en la espalda de Lung Ta, el caballo del viento. La tradición budista sostiene que si se recita el Dharani de Chintamani, uno obtiene la sabiduría de Buda, alcanza la capacidad para comprender la verdad acerca de Buda, y convierte las aflicciones en bodhi (inteligencia). Se dice que esta piedra permite ver la sagrada comitiva de Amithaba, buda celestial descrito en las escrituras de la escuela del Budismo Mahāyāna, en el lecho de muerte. Se dice que la chintāmani es una de las cuatro reliquias que estaban dentro de un cofre que cayó del cielo durante el reinado del rey Lha Thothori Nyantsen, de Tíbet. El rey no comprendió el significado de estos objetos, aunque los guardó con reverencia. Varios años después, dos misteriosos extranjeros llegaron a la corte del rey y explicaron el significado de las cuatro reliquias, que incluían el recipiente de Buda y una piedra de toque, una joya, con el mantra om mani padme hum inscrito en ella. Estos cuatro objetos fueron los que llevaron el dharma (‘ley religiosa’) al Tíbet. En el hinduismo, está conectada con las divinidades Visnú y Ganesha.
Ciertas pinturas de inspiración búdica representan a una virgen portando la «joya del deseo», la que «dispensa la alegría». Para Wolfram von Eschenbach el Grial ha sido traído a la Tierra por ángeles. El principio eucarístico fortifica la fe de los elegidos. Manantial de todos los bienes, asegura el pan y el vino de los hombres, les protege de la enfermedad y de la muerte. Un día la piedra sagrada volverá a la India, donde en aquella época se situaba el Paraíso Terrenal. Pero en la religión islámica, se considera que la piedra de la Kaaba, «mano derecha de Dios sobre la Tierra», ha sido aportada por Jibrailn, el ángel Gabriel. Cura de sus males a aquellos que la tocan a condición de tener el corazón puro. Y en el día final hablará para testificar. Si, pues, las semejanzas entre lo que dice el poeta alemán y la teología árabe presentan asombrosas semejanzas, hay todavía otra más precisa aún. Según Wolfram von Eschenbach, el Grial es ante todo el símbolo de la compasión y de la humildad. ¿Qué falta inicial ha cometido Parzival al asistir al cortejo del Grial? No ha preguntado al rey herido: «¿Cuál es tu mal?» Y por ello ha pecado de falta de humildad, ya que la suerte de nuestros semejantes no le preocupa; y ha faltado por falta de compasión, preocupándose poco del estado de un enfermo. Le serán preciso a Parzival años de pruebas para reparar estas faltas y para aspirar de nuevo a la posesión del Grial y deberá vivir amargas experiencias antes de llegar a la realización de sí. Pero de todas las enseñanzas que da el ermitaño Trevrizent a Parzival la más importante concierne a la humildad. Porque sólo llega al Bien Supremo quien lo busca conociendo su debilidad y cuyo espíritu, sabiéndose enfermo, requiere sin cesar la ayuda de Dios. Este imperativo de humildad no es específico de la teología árabe. Se encuentra también en las enseñanzas del yoga tibetano, como también en algunas obras persas, de las cuales se encuentra esta frase: «Ve a decir a Alejandro que es inútil que busque el paraíso; sus esfuerzos serán totalmente infructuosos, porque la vía del paraíso es la vía de la humildad, vía de la cual él no conoce nada». La humildad, descrita como el acceso al ideal, parece pertenecer al bagaje común de las leyendas indoeuropeas. La influencia árabe en la obra de Wolfram von Eschenbach es igualmente importante en otro punto. En los poemas de Chrétien de Troyes y de Robert de Boron, la lanza vista por Perceval en el cortejo del Grial es aquella de que se sirvió el centurión Longinos para desgarrar el costado de Cristo crucificado. No dispone de ningún poder específico, sino que sirve para recordar el drama del Gólgota.
Muy distinta es la concepción de Wolfram von Eschenbach. Dicha lanza aparece como el instrumento del castigo divino. Ella es la que ha herido al Rey Pescador y le ha privado de su naturaleza humana, sumiendo a la vez, en la desgracia a todo el reino. Más aún, la herida causada se reanima o se atenúa según la influencia de los astros. Es en vano que se apliquen al rey los medicamentos más diversos, pues «Dios les impide actuar eficazmente». Y sólo la lanza, dotada de poderes sobrenaturales puede curar con su solo contacto la herida del soberano. Una estricta explicación cristiana no permite darse cuenta del simbolismo así expresado y hay que apelar a las leyendas de Oriente y en especial a las que circulaban entre los ríos Tigris y Eufrates, lo que se correspondería con el actual Irak. Según las fórmulas misteriosas empleadas por los narradores y los magos, la lanza es considerada como el eje del mundo, un eje que por su naturaleza vertical traduce también el carácter intangible de la Justicia. Quien se aparta de dicho eje será castigado, precisamente por el eje mismo. Es lo que ha hecho el rey y por ello ha sido herido por la lanza. Si la llaga varía con el ritmo de las estaciones es que se trata de una expiación cósmica, identificándose el invierno con el Mal y la primavera y el verano con el Bien. Por otra parte, quien ha herido al rey es un pagano, Anfortas, que ha nacido en el país de Ethnise «que es aquél donde el Tigris sale del Paraíso». Este pagano creía que le bastaría con su valor para la conquista del Grial. El nombre de Anfortas estaba grabado en la lanza, y dice Wolfram von Eschenbach: «movido sólo por la fuerza del Grial recorría las tierras y los mares». Que Kyot, el autor provenzal citado por Wolfram, haya recogido esta leyenda es un enigma que no parece poderse resolver por ahora. Porque Kyot vivía en esa Provenza que más aún que las otras regiones francesas vivía a la luz de las Cruzadas, sobre todo en la primera de ellas y que debió su renombre al descubrimiento de la lanza por los Cruzados. Para el pueblo profundamente cristiano que habitaba la Francia medieval, la Lanza Sagrada no tenía otro valor que el de haber contribuido a la muerte de Cristo. La historia que cuenta el poeta alemán no tiene, pues, nada que ver con las ideas entonces comúnmente admitidas en Occidente. Es verdad que el Parzival «puesto en escena» por Wolfram von Eschenbach no es un bretón, ni siquiera un alemán. Es el hijo de Gahmuret y de Herzeloyde, y ha nacido en Toledo, uno de los lugares cumbre de la civilización árabe. Es verdad que el poeta no da una descripción exacta de la ciudad, sino que ofrece una imagen poético-mística, porque «la ciudad está llena de luces y los árboles están adornados de candelas». El autor alemán también menciona Baldac, en la cual los especialistas han reconocido a Bagdad.
Seguramente uno de los más extraños personajes de Parzival es Feirfitz, que es un pagano, pero posee tantas cualidades y es tan noble, que el rey Arturo le ha admitido a sentarse a la Mesa Redonda cual un caballero cristiano. Más aún, tiene acceso al castillo de Montsalvage donde está guardado el Grial. Y acabadas todas las tribulaciones, se casará con la portadora del Grial y, después, ambos partirán para la India. Es verdad que antes de su matrimonio Feirfitz había recibido el bautismo. En este punto Wolfram von Eschenbach adelanta algunas ideas atrevidas. Porque si Feirfitz ha sido admitido al castillo de Montsalvage antes de su bautismo, ello significaría que el Islam es una vía válida, como el cristianismo, para lograr el descubrimiento del Bien absoluto. Todo lo más, su bautismo, que era una condición impuesta para su unión con la virgen portador del Grial, es una manera de imponerle la supremacía de los ritos, si no de las creencias cristianas, sobre las creencias y los ritos paganos. Feirfitz, por otra parte, es el símbolo mismo de la naturaleza humana. El poeta alemán lo describe con el rostro mitad negro y mitad blanco, manera de expresar que el Bien y el Mal se reparten nuestra alma. Ello nos llevaría al concepto del yin y yang, dos conceptos del taoísmo, que exponen la dualidad de todo lo existente en el universo. Describe las dos fuerzas fundamentales opuestas y complementarias, que se encuentran en todas las cosas. El yin es el principio femenino, la tierra, la oscuridad, la pasividad y la absorción. El yang es el principio masculino, el cielo, la luz, la actividad y la penetración. Convertido al cristianismo y esposo de una cristiana, Feirfitz es, en definitiva, el personaje más completo y más misterioso de Parzival. Representa, más que la síntesis, la verdadera fusión entre dos fes y dos civilizaciones, la occidental y la árabe. En suma, para Wolfram von Eschenbach el Islam y la Cristiandad no son sino las dos caras de una obra de Dios. Las Cruzadas y la ocupación de la Península Ibérica han creado fructuosos intercambios de pensamientos. Hay incluso un cierto snobismo árabe en Occidente. Se hacen llegar a Occidente las muselinas de Mosul, los tafetanes de Persia, los velos preciosos de Egipto y las armas de Damasco. Las iglesias se enriquecen con los tapices del Cáucaso y del Turquestán. Ricardo Corazón de León pensó incluso en casar a su hermana con Saladino, el más intrépido adversario de los Cruzados. El Emperador de Alemania Federico II y el rey de Castilla Alfonso el Sabio vivían rodeados de magos y sabios árabes. Su corte y el lujo que acompaña a las ceremonias recordaban más a los palacios de Oriente que a los castillos de Europa, con sus rudas costumbres.
Y en 1245 vemos a uno de los más grandes filósofos de la Edad Media, Alberto Magno, enseñar en la Sorbona vestido a la moda sarracena. La influencia árabe será tal, en el reino de Francia, que amenazará incluso las bases del pensamiento cristiano. En 1252 el Papa Inocencio IV deberá enviar a toda prisa a Santo Tomás de Aquino para disputar contra Siger de Brabante, un monje discípulo del mayor pensador islámico, Averroes, que había conquistado por entero a la Sorbona, tanto a profesores como a estudiantes. La civilización árabe no había ganado solamente las letras de la época sino también el corazón de las damas. Pues de más allá de los mares es de donde llega el amor cortés que permitirá al historiador francés Charles Seignobos decir a sus estudiantes: «Señores, el amor es una invención del siglo XII». Tanto si se leen las obras de Chrétien de Troyes como la de Robert de Boron se encuentran en ellas más relatos de batallas, hazañas de caballeros, que canciones amorosas. Todo cambia con Wolfram von Eschenbach. Lanzado a la conquista del Grial místico, Parzival no olvida por ello de hacer un cortejo florido a la que será su mujer, Kundwiramus. A través de trovadores provenzales, el poeta alemán conoce la «civilización amorosa» que se ha instalado en Andalucía árabe, desde Zaragoza a Málaga y desde Valencia a Lisboa, una civilización en la cual las mujeres ocupan la primera posición. En Córdoba, la princesa Omeya Walada tiene un verdadero salón literario, que prefigura las Cortes de Amor del Occidente cristiano. La hija y la mujer del Emir de Sevilla, Mutamid, figuran en la primera fila de los grandes poetas de su tiempo. Esos poemas hacen furor y los señores cristianos se los disputan como se disputan también a quienes los escriben o los recitan. Cuando Don Sancho de Aragón casa a su hija con Raimundo de Cataluña es en el palacio del señor árabe que rige en Zaragoza donde se desarrollan las bodas y es un verdadero pretexto para un auténtico torneo de poetas y cantores. Igual ocurre, con más fasto y esplendor aún, cuando Alfonso VI de Castilla toma por mujer a la mora Zaida, hijastra del sultán de Sevilla. Cualesquiera que sean, de Chrétien de Troyes a Wolfram von Eschenbach, las fuentes de inspiración, celtas, en el caso de Chrétien de Troyes y árabes en el caso de Wolfram von Eschenbach, lo que aparece al hilo de las obras es una cierta concepción de la caballería y de la vida mística. Para el poeta Chrétien de Troyes y para su sucesor, Robert de Boron, las aventuras de Perceval son, sin duda, obra de circunstancias.
Felipe de Flandes, el protector de Chrétien de Troyes, había sido encargado de la educación del príncipe real Felipe Augusto, del que era padrino. Por ello en Perceval pueden rastrearse algunos parecidos entre el delfín y el caballero lanzado a la búsqueda del Grial. Los dos son muy jóvenes y educados en el campo, y los dos tienen un padre enfermo, ya que el padre de Felipe Augusto, Luis VII, estaba gravemente enfermo y se había visto obligado a entregar la Regencia del reino a Felipe de Flandes. Perceval se pierde con frecuencia en el Bosque de Gaste, y dos días antes de su coronación Felipe Augusto se había perdido en el curso de una partida de caza. Una noche y un día anduvo errante por el bosque antes de ser encaminado por un carbonero. En aquella época, el asunto causó sensación. Pues bien, un carbonero es quien indica a Perceval el camino para llegar al castillo del Rey Pescador. El Perceval de Chrétien de Troyes es una especie de tratado de caballería, pero sólo se trata de un boceto. Entre los continuadores del poeta Chrétien de Troyes, y más especialmente entre los que han narrado las aventuras de otro héroe legendario y céltico, Lancelot, es en los que se va a reflejar con precisión el ideal de la caballería. La Dama del Lago dice a Lancelot: «Los nobles obtienen sus privilegios en recompensa de sus virtudes. La clase social no es sino la consagración de las virtudes morales. El caballero errante, entregado a mil aventuras, tiene como objeto principal apartarse del común de los hombres». Esta noción corresponde a una situación de la época. Sin fortuna, los segundones de cada familia participaban en los torneos con la esperanza de obtener un buen rescate de los vencidos, o también ofrecían sus servicios a la nobleza rica, marchaban a las Cruzadas y, a veces, se convertía en bandoleros. Lancelot es ciertamente un modelo de virtudes, ya que va en socorro de las jovencitas prisioneras, levanta los encantamientos maléficos que abruman a ciertas regiones, o vence a terribles gigantes. Está entregado al servicio de una dama, ya que es el amante de Ginebra, la mujer del rey Arturo, quien por su parte concede sus favores a la encantadora Camila. La imagen del caballero, tal como resulta de estos relatos es, pues, ruda y refleja el estado de la sociedad de los nobles a principios del siglo XII. Pero he aquí que aparece un nuevo héroe que lo va a cambiar todo. Se llama Galaad y es el propio hijo de Lancelot. A las hazañas guerreras y amorosas opondrá la caridad, la paciencia, la castidad. Y es por la práctica de estas virtudes como logrará la felicidad suprema, la iniciación al Grial. Combates y aventuras amorosas son reemplazadas por la inquietud mística.
Según los investigadores, una parte de las novelas de la Tabla Redonda, posteriores a Chrétien de Troyes o Robert de Boron, han sido escritas por religiosos que querían reaccionar contra la licencia que marcaba su época. Son novelas de caballería que son del gusto de la época, en que se trata de divertir y a la vez enseñar. Por ello, a cada aventura de Galaad se agrega un piadoso ermitaño que combate sin indulgencia contra la lujuria y exalta las virtudes de la castidad. Se adivina fácilmente, bajo estas concepciones, la ruda autoridad de San Bernardo uno de los fundadores de la orden del Cister. Los orígenes remotos de la orden cisterciense se remontan a 1098, cuando Roberto de Molesmes, antiguo abad de un rico monasterio benedictino, fundó el cenobio de Citeaux (Cister) en las cercanías de Lyon, con la intención de retornar a los primitivos ideales evangélicos. Sin embargo, los verdaderos fundadores de la orden fueron Esteban Harding, tercer abad de Citeaux, autor de la “Carta caritatis” y, sobre todo, san Bernardo (1091-1153), que dotó al movimiento de una dimensión verdaderamente supranacional. Al final del siglo XII la orden contará con 1800 abadías y extenderá su reino espiritual sobre tres órdenes mayores de la caballería: los Templarios, Calatrava y Alcántara. Los monjes envían a las tinieblas eternas a un caballero demasiado ávido de los bienes terrestres y es a Galaad a quien conceden la recompensa suprema, es decir la felicidad de Dios. La muerte del rey Arturo, escrita en 1225, marca en todo caso el fin del ciclo del Grial. Es el último episodio de las aventuras de los caballeros de la Tabla Redonda. El rey Arturo vive un verdadero desastre, el que le había predicho el mago Merlin. Sus compañeros preferidos han muerto, su mujer le ha traicionado con su amigo más querido, Lancelot, su reino se subleva y al final su hijo le hiere mortalmente. Arturo paga cara su elevación espiritual. Es cierto que se ve aparecer un personaje pagano, que es la «cruel Fortuna», pues es el que abate a Arturo. Pero en realidad los autores, discípulos de San Benito, se alarman con esa intrusión. E igual que han encajado las leyendas célticas en un cuadro cristiano, igualmente hacen de la Fortuna la voluntad de Dios. Poco importa, en efecto, el instrumento del cual Dios se sirve para castigar a los impuros y recompensar a los justos. Lo que en definitiva cuenta es la victoria final del Todopoderoso. Comenzada en las profundidades soñadoras del alma celta, la leyenda del Grial acaba en Occidente con el triunfo del ideal cristiano. Este triunfo espiritual no deja sin embargo de estar repartido, porque las órdenes de la caballería triunfante, en las que San Bernardo veía el arquetipo de la sociedad cristiana, no son impermeables a las leyendas «paganas» que rodean a la historia del Grial. Entre estas órdenes destaca la de los Templarios.
Y no es por simple juego poético que, en Parzival, Wolfram von Eschenbach identifique la orden del Temple con la del Grial. El ermitaño Trevrizent explica, en efecto, al héroe del poema: «Valientes caballeros tienen su morada en Montsalvage donde se guarda el Grial. Son los Templarios; van con frecuencia a cabalgar lejos en busca de aventuras; viven de una Piedra; su esencia es la pureza; se le llama lapsit exillis. Se puede ver entre los caballeros del Temple más de un corazón desolado; aquellos a quienes Titurel (un caballero) había librado más de una vez de rudas pruebas, cuando su brazo defendía caballerosamente el Grial en su compañía». El poeta alemán asigna a los Templarios la función de: «la conservación y la guarda del Grial sobre la tierra y permitir el reinado efectivo de Dios sobre el mundo, dándole reyes elegidos por Él». Se trata aquí de la descripción de una sociedad teocrática dominada por una élite de iniciados, en el sentido místico del término, y asumiendo el doble poder espiritual y temporal. Esta fusión había sido el ideal de los maestros del Santo Imperio Romano Germánico. Los Templarios no hacen sino recoger la herencia. Es San Bernardo mismo quien les fija su doble misión. La orden es «la milicia de Dios» y sus miembros son los ministros de Cristo. Sin embargo, para el fundador del Cister, la ciudad de los Templarios no es de este mundo, sino que es la Jerusalén celeste: «Es verdaderamente el templo de Jerusalén el que habitan también, y aunque no sea igual, en lo referente a la construcción, que el antiquísimo y veneradísimo de Salomón, el suyo no es inferior en lo referente a la gloria. La belleza del primero estaba hecha de cosas corruptibles; la del segundo es la belleza de la Gracia del culto piadoso de quienes lo habitan». Esta descripción se parece a la del castillo del Grial tal como lo han visto, no sólo los clérigos que han escrito Lancelot, sino también Wolfram von Eschenbach. Es verdad que la orden de los Templarios es ante todo una orden «simbólica». Los miembros de la orden llevan un manto blanco: «Es para distinguirse de la masa de perdición». Y el Papa Inocencio III declara: «Que aquellos que han abandonado la vida tenebrosa, gracias al ejemplo de las albas vestiduras, se reconozcan como reconciliados con su creador». Los santuarios construidos por los Templarios presentan todos la misma construcción arquitectónica. Una «plaza central» de forma redonda, de donde parten, siguiendo un sistema radial, los ábsides. Es verdad que esta disposición es la que representa al Santo Sepulcro, pero corresponde también al centro del mundo, tal como está descrito en las teologías orientales.
El Gran Maestre de la Orden es elegido por doce miembros, que recuerdan los doce apóstoles o los doce dioses del Olimpo. Está asistido por «dos hermanos caballeros», formando así una tríada que, al menos en el número, quiere guardar cierta semejanza con la Santísima Trinidad. En cuanto al sello de la orden, figuran en él dos caballeros en la misma montura. En todo tiempo el caballo ha sido reconocido como el vehículo simbólico de los viajes entre los mundos. Y fue un jumento, El Boraq, del que se sirvió Mahoma en sus periplos, jumento sobre el cual había cabalgado también el ángel Gabriel, compañero de ruta del profeta. En Europa, la orden es todopoderosa. Su Maestre, a quien se le denomina «Soberano», se considera superior a los príncipes. Elegido por los caballeros, el Gran Maestre no depende sino de Roma, y de un modo muy relativo e impreciso: Los confesores de la orden no dependen sino del Papa y están exonerados de toda dependencia respecto de los obispos. «Que nadie – ordena el papa Inocencio III -, ni clérigo ni laico, ose exigir al Maestre ni hermanos de la fe el homenaje, juramentos y otras promesas de fidelidad usuales en el siglo». Tales privilegios conducen a un poder fantástico. Se ve a los Templarios intervenir en la lucha por el trono de Inglaterra en 1153, en el conflicto entre Enrique II Plantagenet y Tomas Beckett, arzobispo de Cantorbery. También se les ve negar su apoyo a Amaury de Jerusalén contra el sultán de Egipto, mientras que son los embajadores del papa Inocencio III cerca de los señores árabes. La acción del Temple en Tierra Santa es, por otra parte, el origen de su poder. Y es también allí donde nacen, entre él y el Islam, relaciones un tanto sospechosas. Los Templarios desempeñaron un papel esencial en el establecimiento de relaciones estrechas y cordiales con el mundo árabe. El Emir Ousama, embajador del Visir de Damasco, ilustra de este modo el calor de sus relaciones: «Cuando visité Jerusalén, entré en la mezquita de Al Aqsa, que ocupaban mis amigos los Templarios. Al lado se encontraba una pequeña mezquita que los Francos habían convertido en iglesia. Los Templarios me asignaron dicha mezquita para hacer mis oraciones. Un día estaba yo sumergido en la oración cuando un franco saltó sobre mí, me cogió y me volvió el rostro hacia el este diciéndome: “Así se reza.”Un grupo de Templarios se precipitó sobre él y le expulsaron, diciéndome después: “Es un extranjero que acaba de llegar del país de los francos y no ha visto jamás rezar sin estar vuelto hada el este.”». En Tierra Santa, los grandes Maestres de la orden vivían como príncipes. La mayoría de ellos aprendían a hablar árabe y los emires frecuentaban su mesa de modo regular. Estos lazos tan estrechos estuvieron a punto de tener consecuencias singulares. Cuando los árabes comenzaron a ser perseguidos, muchos Templarios pensaron «en pasarse a los sarracenos». También se da el caso inverso: algunos musulmanes fueron armados caballeros del Temple.
Así ocurrió con el célebre Saladino, que fue entronizado como caballero del Temple en 1187 por Hugo de Tabaries; mientras que su hermano Malik lo fue por Ricardo Corazón de León en persona. Verdad es que Ricardo, habiendo muerto su caballo en un combate contra los árabes, recibió de Malik el obsequio de dos hermosos ejemplares. Las relaciones entre Templarios y «paganos» no eran sólo de orden político, sino también espiritual. El Temple mantiene contactos muy estrechos con ciertas sectas musulmanas y en especial con la llamada de los Asesinos. Hasan ibn Sabbah (1034 – 1124), también conocido como “El Viejo de la Montaña“, fue un reformador religioso, autor y precursor de la “nueva” predicación o da’wa de los ismailitas nizaríes, que pretendía reemplazar la “antigua” da’wa de los ismailitas fatimíes de El Cairo. Es conocido sobre todo por haber sido el inspirador y jefe de los llamados hashshashín o Secta de los Asesinos, ya que la comunidad que fundó y dirigió utilizaba con frecuencia el homicidio político como estrategia. La mayor parte de los datos sobre Hasan y sus seguidores proceden de sus enemigos, ya que la documentación generada por la secta fue destruida por los mongoles cuando arrasaron la fortaleza de Alamut, sede de la misma. Rashid al-Din, uno de sus dos biógrafos, describe a Hasan como descendiente directo de los reyes Himyaríes del Yemen y que su padre llegó procedente de Kufa en el actual Irak. Por el contrario, Ata Malik Juvayni, su otro biógrafo, sugiere que el padre de Hasan vino desde el Yemen, pasando por Kufa. Como el Temple, esa orden de los Asesinos lleva el título de «guardiana de la Tierra Santa». Sus miembros van vestidos como los Templarios, con manto blanco y rojo. Más aún, sus relaciones, son tan cordiales que los Templarios permiten a los Asesinos construir fortalezas en el Líbano. Por otra parte, la doctrina esotérica de la orden árabe debía tener una profunda influencia en el Temple. Los árabes, en efecto, desde hacía largo tiempo habían emprendido su propia busca del Grial. En la filosofía del Oriente Medio existía la busca del «Imán» o sabiduría suprema, obtenida no por un esfuerzo de reflexión personal sino gracias a la ayuda de Dios. Además, las más antiguas oraciones islámicas confunden la busca del Imán y la de la piedra celeste, de la cual más tarde hablará el provenzal Kyot. Se comprende, pues, que el alemán Wolfram von Eschenbach no haya experimentado ninguna dificultad en hacer del Grial una piedra preciosa. Porque aparte del libro de Kyot, el poeta alemán tenía otra fuente: la de los Templarios. Es probable que al instalarse en Tierra Santa, los Templarios no hayan sido atraídos por la amplitud y la profundidad de la teoría árabe. Pero es indudable que, en cambio, quedaron perfectamente seducidos por un descubrimiento. Mucho antes que la caballería hiciera su aparición como institución en Europa, ya existían órdenes caballerescas en el Oriente Medio. Estas órdenes no estaban fundadas en las virtudes militares, sino más bien en la abnegación y la humildad. Por otra parte, los caballeros árabes no eran «entronizados» por príncipes temporales sino por guías espirituales.
La ceremonia de entronización es, en efecto, prácticamente idéntica a la que contarán más tarde las novelas de caballerías en Europa y más semejantes aún a lo que harán los Templarios más adelante. El que se entroniza lleva un manto especial, lo cual ocurrirá igualmente para el Maestre de la Orden, y acabada la ceremonia todos beben en «una copa de caballería». Por lo tanto no es sorprendente que esos ritos árabes hayan influido no sólo en los caballeros participantes en las Cruzadas sino en los mismos Templarios. La Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón, también llamada la Orden del Temple), cuyos miembros son conocidos como caballeros templarios, fue una de las más poderosas órdenes militares cristianas de la Edad Media. Se mantuvo activa durante algo menos de dos siglos. Fue fundada en 1118 o 1119 por nueve caballeros franceses liderados por Hugo de Payns tras la Primera Cruzada. Su propósito original era proteger las vidas de los cristianos que peregrinaban a Jerusalén tras su conquista. La orden fue reconocida por el patriarca latino de Jerusalén Garmond de Picquigny, que le impuso como regla la de los canónigos agustinos del Santo Sepulcro. Esta época marca un apogeo en las relaciones entre Cruzados y árabes, como lo subrayan los contactos cordiales que, después de despiadados combates, entablaron Ricardo Corazón de León y Saladino. Dos universos tan impenetrables en apariencia como el Islam y la Cristiandad eran, en realidad, perfectamente permeables uno al otro. Desde hace mucho tiempo se ha tratado de aclarar un enigma que hasta nuestros días sigue siendo casi total. Se trata del «secreto de los Templarios». Algunos han querido ver en ese secreto sólo un fabuloso tesoro escondido en un lugar desconocido. Pero de hecho parece no poderse asignar a ese secreto sino una naturaleza puramente espiritual. En algunos textos medievales bastante oscuros se habla de «un amigo de Dios que hablaba a Dios cuando quería y que era el protector de la Orden». En suma, se trata de una autoridad superior a la del propio Maestre del Temple. Ahora bien, varios textos árabes evocan también un poder llamado “Rey del Mundo“. Parece que el secreto de los Templarios esté en esa especie de transfusión que, a la sombra de las Cruzadas, se había operado entre las doctrinas cristiana e islámica. Esta transfusión no tiene nada de asombroso. En la época de las Cruzadas la doctrina cristiana estaba aún lejos de estar definida en sus menores detalles. Sólo las grandes líneas están fijas. Constituyen sencillamente un cuadro en el interior del cual pueden alumbrarse mil interpretaciones. Existe, en particular, una noción sobre la cual cristianos y árabes podrían fácilmente ponerse de acuerdo: se trataba de la Tierra Santa.
Que las Cruzadas hayan tenido lugar por razones que no todas se referían a la obsesión por la reconquista del sepulcro de Cristo, parece cierto. Pero sería desnaturalizar los móviles que impulsaron a los hombres a abandonar todo para partir hacia Palestina resumiéndolos en una sed de conquistas y de guerras, más o menos enmascaradas bajo el pretexto de la restitución a la Cristiandad de la tumba de Jesús crucificado. El hecho es que aquella tumba era tanto una imagen mística como una realidad concreta. La Tumba era también, y tal vez sobre todo, la «ciudad espiritual». Alcanzarla, por el valor mostrado en los combates, como en el caso de Godofredo de Bouillon, o por un deseo de santidad, como San Luis, era ganar la seguridad del Paraíso y, en fin, descubrir el Grial. Y en esa aspiración no existían diferencias fundamentales entre el Cristianismo y el Islam. La filosofía árabe y la religión islámica hablan diferentes veces de la Tierra celeste, o sea de la «ciudad espiritual». Por lo demás, esa especie de fusión del Islam y del cristianismo en la creencia común en una ciudad espiritual, reconocida como el centro del mundo, encuentra su coronación en una fe común en Abraham, que reunía en sí el fundamento de tres grandes tradiciones monoteístas: Cristianismo, Islam y Judaísmo. Los Templarios pagarán caras sus aproximaciones con aquellos a quienes entonces se llamaba paganos. Felipe el Hermoso los enviará a la hoguera a causa del desafío que lanzaban abiertamente al poder del rey, que quería, sobre todo, impedirles acuñar moneda para que sólo el rey fuese dueño de las finanzas, pero también acusándoles de propagar una doctrina herética. Es del proceso contra los Templarios de donde arranca la reserva fundamental de la Iglesia cristiana contra el Islam. Esta colisión intelectual y espiritual entre los Templarios y el Islam encontrará de algún modo su punto culminante en la singular historia del Preste Juan. En Titurel, que viene del nombre del primer rey del Grial en las leyendas célticas y que es una especie de continuación de Parzival, Wolfram von Eschenbach hace finalmente llegar el Grial al reino del Preste Juan. La leyenda sitúa este reino en las Indias; y el que lo instaura, el Preste Juan, es uno de los personajes que durante trescientos años apasionó a la cristiandad. A fines de la Edad Antigua, el cristianismo se había implantado bastante sólidamente en Asia. Pero después de una ofensiva brutal de las religiones autóctonas, retrocede seriamente, conservando bastiones importantes en Persia, Armenia y Asia Menor. En el siglo VII, un cristiano de Siria discípulo de Nestorio, llamado por el emperador Tai-Tsung, se instala en China, donde durante doscientos años la doctrina nestoriana va a desarrollarse libremente. Tanto, que, después de algunas tribulaciones, Pekín tendrá un arzobispo cristiano: Juan de Montecorvino.
En 1141, una población asiática, los Kara-Kitai, conducidos por su jefe, Yi-Li-Ta-Chi, aplasta a los musulmanes bajo los muros de Samarcanda. El kanato de Kara-kitai, o Liao Occidental (1124 -1218) fue un imperio kitai en Asia Central. La dinastía fue fundada por Yelü Dashi, quien guio a los restos de la dinastía Liao a Asia Central, después de huir de la conquista yurchen de su tierra natal en Manchuria. Los yurchen fueron un pueblo asiático que habitó la región en torno al río Amur, que en la actualidad marca la frontera oriental entre Rusia y China. Los yurchen, pueblo de lengua tungús, pasarían a ser conocidos a partir del siglo XVII por el nombre de manchúes. El imperio fue usurpado por los naimanos, antigua tribu de origen mongol, bajo Kuchlug, en 1211. Las fuentes tradicionales chinas, persas y árabes consideran esta usurpación como el final del imperio. El Imperio fue destruido por los mongoles en 1218. La noticia de la derrota musulmana en Samarcanda crea las mayores esperanzas entre los cruzados de Tierra Santa, quienes piensan que la batalla de Samarcanda es un signo de Dios y que estaba muy próximo el tiempo en que el universo entero confesará la fe cristiana. La personalidad de Yi-Lu-Ta-Chi, junto a los rumores que corrían sobre la presencia de un arzobispo en Pekín, Juan de Montecorvino, engendraron una leyenda, la del Preste Juan, dueño de un fabuloso reino, situado en algún lugar entre la China y la India. En 1165, el emperador de Bizancio, Manuel I, recibe una carta del Preste Juan. Este le describe así su reino: «Es el país de los elefantes, de los dromedarios, de los camellos, de los leones blancos y rojos, de los vampiros, de los hombres cornudos, y de un solo ojo, de los cíclopes y de las mujeres cíclopes y del ave llamada Fénix; cada día, treinta mil personas comen en nuestra mesa y dicha mesa es de esmeralda preciosa y cuatro columnas de amatista la sostienen». Cien años más tarde, el Preste Juan reaparece, pero esta vez se dice que su reino está en Abisinia, entonces llamada la «India africana». La historia del Preste Juan es la creencia de que existe una especie de paraíso, fabuloso en el plano terrestre, aunque con la existencia de monstruos, pero también asilo espiritual, sólo accesible después de grandes tribulaciones. Al situar el reino del Preste Juan en los confines de Asia y África, los místicos y los poetas de la época expresan a su manera las interpretaciones que han existido entre los pensamientos del Oriente y del mundo árabe. Haciendo del rey Juan un sobrino de Parzival, dando al fabuloso reino como último asilo del Grial, y haciendo escoltar a la Piedra Santa durante el viaje por los Templarios, Wolfram von Eschenbach ha realizado una asombrosa síntesis de las aspiraciones del Islam y de la Cristiandad.
“En ese lejano país, inaccesible al caminante, se alza un castillo llamado Monsalvat”. Con esos dos versos de Lohengrin, Ricardo Wagner identifica Monsalvat con el refugio del Grial. En cuanto al «lejano país», ¿cuál podría ser? El autor de la Tetralogía, que no presume de exactitud histórica, precisa sencillamente, para guía del Parsifal, que se trata de «una región montañosa al norte de la España gótica». No fue preciso más para poner en marcha a las imaginaciones para intentar averiguar en qué lugar del mundo ha podido existir el fabuloso castillo descrito en los poemas de Chrétien de Troyes, de Robert de Boron y de Wolfram de Eschenbach. Wagner, por su parte, no hizo sino seguir el interés de su época por todo lo español. El viajero, estimulado por la leyenda del Grial y transportado por los pesados encantamientos wagnerianos, identificaría Montsalvat con Montserrat, la fortaleza convertida en abadía, que desde una altura de 1241 metros domina Catalunya. “Montserrat, Catedral de la naturaleza; Fuerza del Grial entretejida en la materia del mundo; yérguete audaz y desafiante hacia el cielo; como el ciprés en la plaza”. En el corazón de la provincia de Barcelona, y en medio de un paisaje de montañas de perfiles suaves y gastados, se alzan las audaces e imponentes formas del macizo de Montserrat. El interior de Montserrat permanece hueco y guarda dentro de sí todo un mundo interior que le conecta con otras dimensiones y otros mundos fantásticos. Es por esto que las formaciones de Montserrat son fantásticas, mágicas y desafiantes, como de otro universo. Las rocas de Montserrat son aglomerados endurecidos de cantos rodados, que parecen ser restos de una remota inundación planetaria, guijarros, barro y materiales sedimentarios. El culto de la diosa egipcia Isis estaría el origen del culto cristiano de la Virgen, pues la diosa egipcia era la simbolización de la Naturaleza, siempre fecundada, pero siempre virgen, tal como podemos ver en las vírgenes negras. Las vírgenes negras son efigies de la Virgen María que la representan como de piel oscura, o incluso completamente negra. Representaciones modernas en las que a la Virgen se la ha dotado premeditadamente de un aspecto étnico negro no entran dentro de esta categoría. El origen de estas imágenes se explica como la adopción por parte del culto popular cristiano, en sus primeros siglos, de elementos iconográficos y atributos de antiguas deidades femeninas de la fertilidad, cuyos rostros se realizaban en marfil, elemento que al oxidarse se vuelve de un color negruzco, y cuyo culto estaba extendido por todo el Imperio Romano tardío, tales como los casos de Isis, Cibeles y Artemisa. Debido a ello pueden encontrarse ejemplos de estas vírgenes por toda Europa. La veneración a las vírgenes negras tiene también numerosos ejemplos en América, impulsada por la conquista española. Allí las vírgenes negras del Viejo Mundo surgidas del sincretismo religioso cristiano-pagano tendrían, en algunos casos, una identificación con deidades femeninas amerindias o africanas como Pachamama o Yemayá.
Los esotéricos medievales utilizaron el color negro en las imágenes de la Virgen, recogiendo el legado de las diosas madres prehistóricas y de sus sucesoras paganas, Isis, Belisana o Artemisa. En el origen del culto a las diosas madres prehistóricas encontramos unas piedras negras caídas del cielo, los meteoritos, adorados como generadores de vida. En nuestros días pueden encontrarse las vírgenes negras en muchos países europeos, especialmente en Francia y España, como objeto de gran devoción popular. En la mitología de la antigua Europa céltica, sobre las colinas sagradas dedicadas a la Madre Tierra, llamada Brigit o Belisana, se encendía, el primer día de febrero, una hoguera, el Kildare, que custodiaban nueve vírgenes. Sobre esa hoguera, los druidas cocían en un recipiente, que representaba el caldero mágico del dios Lug, una poción de hierbas medicinales para que la energía regeneradora de los dioses beneficiara al pueblo. Cuando llegaba la noche, cada cual encendía una antorcha en las brasas del Kildare, de manera que éste, a semejanza del fuego cósmico, derramase bendiciones sobre la familia y sus posesiones. Cuando se estableció el Cristianismo, en el viejo mundo se rezaba a Jesús. Pero, aún así, muchos continuaron con la celebración de los antiguos ritos y subían a los montes a encender sus hogueras tradicionales y a cocer sus pociones, regresando a las casas con sus antorchas mágicas encendidas. La Iglesia se dio cuenta de que no podría acabar con estas costumbres y, en lugar de combatirlas, las substituyó por otras similares, celebradas en fechas parecidas y dedicadas a vírgenes y santos que habían adoptado los caracteres de los antiguos dioses y diosas. Así, Nuestra Señora de la Candelaria toma el lugar de Belisana y es acompañada los días 1 y 2 de febrero por San Lucas, que reemplaza a Lug, dios del caldero. La sacaban en procesión con una vela en la mano y rodeada por doncellas que portaban cirios encendidos. Y los fieles le ofrecían ramos de hierbas medicinales. El sacerdote culminaba la celebración presentándola a todos como La Virgen Madre que trae la Luz al mundo. Lo llamativo, sin embargo, es que su imagen era de color negro ¿Por qué, quién y cómo escogió el color negro para una figura cristiana que debía substituir el viejo culto a la Madre Tierra? A lo largo de la Edad Media, las imágenes de las Vírgenes de rasgos europeos, pero de piel negra, fueron abundantes. Tanto es así, que algunas de ellas han llegado hasta nuestros días. Buenos ejemplos lo constituyen las Vírgenes francesas de Marsat y Rocamadour, las alemanas de Altötting y Colonia, las británicas de Glastonbury y Walsingham, las italianas de Loreto y Nápoles y las españolas de Montserrat y Solsona (Catalunya), la de Atocha (Madrid) o la de Guadalupe (Extremadura), por mencionar tan solo unas cuantas. La realidad es que en cada lugar donde hubo un santuario a la Madre Tierra, se instaló una Virgen Negra. Los autores de esta substitución fueron miembros de órdenes esotéricas, integrados en importantes órdenes religiosas, como las de San Antón, San Benito o el Temple.
Oriente Medio siempre fue un punto de confluencia donde se dieron cita tanto las grandes como las pequeñas religiones mistéricas de la antigüedad. En tiempos de las Cruzadas, Tierra Santa conservaba aún restos de cultos iniciáticos a Dionisos, Mithra e Isis, que se entremezclaban con las prácticas de algunos grupos de cristianos orientales. Entre los cultos de Oriente Medio sobresale el de la Diosa Madre, que aparece en todas las grandes religiones de la antigüedad, aunque su origen es anterior a ellas. Encontramos así, bajo diversas formas, una Gran Madre o Diosa Tierra, cuyos más antiguos antecedentes son las “Venus paleolíticas” de la prehistoria. Estas diosas (Isis, Astarté, Cibeles o Artemisa), fueron representadas generalmente de color negro porque eran el símbolo de la Tierra primigenia que, una vez fecundada por el Sol, se convertía en fuente de toda vida. Pero también porque muchas de esas imágenes substituían a una Piedra Negra de origen meteorítico, que había sido venerada en esos santuarios desde tiempo inmemorial. Tanta llegó a ser la fama de poder divino de tales rocas meteóricas, que los romanos las requisaron en los países conquistados para venerarlas todas juntas en un templo dedicado a la Magna Mater (la Gran Madre), que construyeron en el Palatino de Roma. Allí lograron reunir la piedra Kybele de Frigia, la Lapis Lineus de Anatolia y El Gebel de Siria, entre otras. Y a ellas acudía el pueblo en general para solicitar favores, especialmente relacionados con la fecundidad, tanto como con la fertilidad intelectual y espiritual. Esta veneración por las piedras negras celestes llegó hasta la Edad Media. El ejemplar más famoso, puesto que su culto persiste hasta nuestros días, es el de la negra roca basáltica conservada en el valle de Arabia donde se le adora en el templo llamado Kaaba. Cuando los musulmanes conquistaron La Meca en el año 683 y se apoderaron del templo de la Kaaba, destruyeron 360 ídolos que se encontraban en su interior, pero respetaron, sin embargo la mencionada piedra negra. Por su parte, cuando los templarios entraron en posesión de Chipre, hacia el 1191, encontraron que todavía los habitantes bizantinos de la isla rendían culto, en Pafos, a una Piedra Negra que para los fenicios había personificado a Astarté y que los dorios habían identificado con Afrodita Cipris. Los templarios levantaron allí una iglesia dedicada a Nuestra Señora y pusieron en su altar a una Virgen Negra, en cuyo trono cúbico guardaron la piedra como una reliquia preciosa.
Así, tanto musulmanes como cristianos, demostraban una especie de temor reverente ante la idea de destruir una piedra negra que se consideraba sagrada. Atendiendo a diversos simbolismos, parecería que esta adoración de piedras caídas del cielo explicaban de cierta forma el origen de la Vida y su renovación cíclica, por constituir la plasmación material del estado espiritual. Según el simbolismo cabalístico tradicional, la Piedra Negra Celeste está relacionada con todas las formas derivadas de la Diosa Madre Tierra o asimiladas a ella. En la Cábala Hebraica encontramos: “El mundo solo comenzó a existir cuando Dios cogió la Piedra de Fundación y la lanzó al abismo de las posibilidades, para que pudiera construirse el mundo sobre ella“. Encontramos también ideas afines en el mito griego del Diluvio y entre los celtas. Los antonianos y los benedictinos del Siglo XI y, tras ellos, los cistercienses y templarios en el Siglo XII, asimilaron el sincretismo a través de los contactos que tenían con Anatolia, Siria, Chipre y Egipto, y llenaron Occidente de imágenes de la Virgen Negra, que tenían ocultas en su interior piedras de ese color. Estas vírgenes no fueron puestas al azar. Los santuarios de las imágenes negras occidentales se levantan sobre las ruinas de templos paganos, que a su vez fueron edificados sobre sitios de adoración prehistóricos megalíticos, y son herederos no sólo de sus piedras, bosques, manantiales y pozos, sino de sus ritos, tradiciones, mitos y folklore, que aun están presentes en las celebraciones que honran a las Vírgenes Negras. Hoy día encontramos Vírgenes Negras diseminadas por todo el mundo: En Europa tenemos Francia ( que es el país que tiene mayor número de Vírgenes Negras), Alemania, Austria, Bélgica, República Checa, Holanda, Hungría, Inglaterra, Irlanda, Italia, Lituania, Malta, Polonia, Portugal, Suiza o España. Aparecen igualmente en América, aunque no pueden considerarse rigurosamente como auténticas, puesto que algunas son copias o llegaron después de la conquista española. Las vemos en Canadá, Bolivia, Brasil, Ecuador y México. Los hieráticos y morenos rostros de las Vírgenes Negras parecen invitarnos a una búsqueda iniciática personal, tras la sabiduría y la suma de conocimiento que han encerrado durante siglos y que, en verdad, aunque requiere perseverancia y esfuerzo, se encuentra al alcance de nuestras manos. Lo cierto es que Montserrat es una montaña en la que se producen inquietantes manifestaciones energéticas. Entre los sucesos más enigmáticos, figuran las desapariciones de personas sin dejar rastro. Se dice que en esta montaña existen puertas inter-dimensionales. Y se afirma que hay una conexión directa entre Agharta (El llamado reino subterráneo de los dioses) y Montserrat. Se dice que la energía que mana de la montaña mágica procede de este mundo intraterrestre. En definitiva, una puerta al otro mundo.
Las leyendas dicen que cuando la Atlántida cayó destruida, desapareciendo de la faz de la tierra, un grupo de atlantes supervivientes creó este “portal”, conformándose así las audaces formas de Montserrat. Algunos registros antiguos afirman que Montserrat es una montaña hueca y que en su interior existe un lago subterráneo. En entornos ocultistas se afirma que en este lugar “intraterrestre”, oculto al mundo, está conservado el Santo Grial, preciado objeto custodiado por ángeles y creador de toda la magia presente en la montaña barcelonesa. La mitología del Grial, tal y como fue conocida por la Europa de las Cruzadas, ubica la localización exacta del cáliz sagrado en el norte de España, junto a las estribaciones del Pirineo, en una cordillera o montaña llamada Montsalvat. Muchos creyeron que el Montsalvat mitológico es en realidad Montserrat, por lo que lo buscaron en sus grutas, aparentemente infructuosamente. Los nazis recogieron este testigo y lo buscaron inspirados por doctrinas esotéricas. Otto Rahn, oficial de las SS, inspeccionó Montserrat desde 1934, tras su estancia en la región de Montsegur en el Pirineo francés. Y Himmler, el Reichführer SS, visitó Barcelona y Montserrat en 1940. Los nazis trataban de conseguir la Fuerza que emana del Grial para convertirse en invencibles. Himmler mostró especial interés por las formaciones geológicas de la montaña, así como por el acceso a su mundo subterráneo. Montserrat se halla unida a otros diversos lugares diseminados por el mundo, conformando posibles puertas de entrada a Agharta. Se dice que Agartha no fue siempre subterránea, y no permanecerá siempre oculta. Vendrá un tiempo en el que los «pueblos de Agartha saldrán de sus cavernas y aparecerán sobre la superficie de la tierra». Se hizo subterráneo «hace más de seis mil años», y ocurre que esta fecha corresponde, con una muy suficiente aproximación, al comienzo de la «edad de hierro». La leyenda explica que hay una conexión directa entre Agharta (El Reino Subterráneo de los dioses) y Montserrat y la energía que mana de la montaña mágica procede de este mundo intraterrestre. Las profecías de Agartha dicen que “cuando el ser humano olvide la divinidad, la corrupción reinará y dominará el mundo. Entonces los hombres serán seres sedientos de la sangre que despreciarán a sus hermanos y las coronas de los reyes caerán. El caos traerá una terrible guerra que azotará y destruirá todo el mundo. Sucederá en tal escenario dantesco que el Soberano de Agartha y sus leales saldrán a la superficie de la tierra para establecer el reino del espíritu, verticalidad, sabiduría, paz. Y los demonios serán arrojados al fuego que consume todas las impurezas...”.
La tesis de Ricardo Wagner conoce tal éxito, que la primera guía Baedeker sobre España hace suya la tesis alemana sobre Montserrat. Esta tesis, es verdad, había recibido un apoyo de una gran autoridad, como era la de Goethe, quien en 1784 había lanzado las grandes líneas de una novela que quedó inacabada: Los secretos. Goethe no había visitado Montserrat. Pero los relatos de viajeros amigos y la colaboración de su propio genio, hicieron que el autor de Los secretos llegase a bautizar a la fortaleza española como un «Montsalvat ideal». Goethe da, no la clave del enigma, sino las razones del enigma. Describiendo el castillo del Grial, Chrétien de Troyes se muestra muy impreciso. Es sencillamente una bella fortaleza con una torre cuadrada situada en un valle. En el Parzival de Wolfram von Eschenbach, la palabra Montsalvage parece derivada directamente de la expresión latina «mons selvaticus», la montaña poblada de árboles. Existe en Alemania un castillo, Wildenberg, donde el poeta vivió largo tiempo y que corresponde bastante bien al Montsalvage idealizado. En su aspecto exterior es una fortaleza maciza y severa, pero en el interior posee la opulencia de una mansión sarracena. La pieza principal es un comedor en el cual pueden caber cómodamente cuatrocientos invitados. En otras obras, en los poemas más o menos oscuros, el castillo del Grial es una copia fiel de la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén, construido por hombres, de día, y por ángeles, de noche. El techo de la sala central está formado por un solo zafiro, las ventanas formadas por una única piedra rara cuya naturaleza es desconocida por los mortales, y todas las habitaciones están tapizadas de oro. Pero de todos los lugares donde hubiera podido localizarse la silueta del castillo, Montségur es el que produce las controversias más acentuadas ya que, a través de él, tropezamos con la herejía cátara. Y se hace patente la pregunta de si los cataros creyeron en el Grial. En una gruta de Vicdessos (Ariége, Francia) se han descubierto hace unos cincuenta años una pintura rupestre del siglo XIII. En esa pintura se ve una espada, una lanza de la que caen unas gotas de sangre, y estrellas. En el Parzival de Wolfram von Eschenbach se habla continuamente de estrellas, de lanza y de espada, indispensables instrumentos de la leyenda del Grial. Ahora bien, en el Ariége se está en pleno país cátaro. Las ideas cátaras son algo más que una «desviación» del cristianismo. En realidad representan una síntesis de doctrinas y de ideas muy diversas. La primera de estas doctrinas parece ser el budismo. Porque éste ejerció incontestablemente una gran influencia en Europa, llegando hasta el sur de Francia. En esta región es donde ha sido descubierta una cabeza de Buda anterior a nuestra era. Cuando aparecieron los sacerdotes cataros, sus vestiduras eran muy semejantes a la de los bonzos. En cuanto a la enseñanza dispensada por los cataros se parece en más de un rasgo a las lecciones de Buda. Pesimismo ante el mundo terreno, ascetismo que permite vencer los apetitos humanos, fuentes del mal, y evasión del alma hada el reino del Espíritu.
Es en las fuentes de la misma Biblia donde los cataros estiman haber sacado lo esencial de su enseñanza. Según ellos, el mundo no puede haber sido creado por Dios, puesto que es malo. Dios creó solamente los principios del mundo, de los seres y de las cosas. Fue un ángel rebelde, Lucifer, quien dio forma a la tierra de los hombres, como dio también forma a nuestros cuerpos. Por ello el hombre es un abismo de contradicciones, apresado entre su deseo de ser una criatura de Dios y atormentado sin cesar por Lucifer, que le inflige mil pruebas y le atrae hacia el pecado. Es contemplando el cielo como esos apasionados de la astronomía que son los cataros descubren la patria de las almas, al fin liberadas. En la distinción que establecen los cataros entre los Puros y el resto de la humanidad se encuentra la manera según la cual los poetas que han evocado la busca del Grial clasifican a los mortales, o sea, los que observan leyes sencillas, sin pretender llegar a las conquistas supremas del Espíritu y los que practican la austeridad, pero sin pertenecer al reino de los Elegidos. Se trata de los Perfectos, quienes, mediante una vida de privaciones y de meditación, son los verdaderos compañeros de Dios. Y solamente ellos tienen el derecho de perdonar los pecados a sus semejantes, que llegan a ellos para confesar sus faltas. Los Perfectos están tan seguros de su fe, tan ciertos de estar prometidos a la felicidad eterna, que tienen el derecho de suicidarse. Sufren pruebas largas y difíciles para caminar por la ruta que lleva hada Dios y rechazan todos los bienes terrenos, incluidos el amor y el matrimonio. Se trata del culto del Grial, pero traducido en términos de un cristianismo llevado a una suprema exaltación. Porque, como en Parzival, la redención del hombre no se obtiene sino en el dolor que purifica. Sólo la perfección permite entrar en el reino de los Cielos. Los dibujos que ornan las grutas de Sabarthez son revelaciones de los lazos que unen la religión cátara a los poemas del Grial. Antonin Gadal (1877-1962) fue un místico e historiador francés que dedicó su vida al estudio de los cátaros del sur de Francia, su espiritualidad, creencias e ideología. Según Antonin Gadal el Grial estaba situado en la zona de las cuevas del Sabarthez. Concretamente había sido custodiado en la gruta de L´Hermitte y en las cuevas de Ornolac, Fontanet y Lombrives, en Francia. Gadal, que conocía a la perfección la zona, sabía que la tarea era complicada, pues existen innumerables pasadizos y cuevas con kilómetros de laberintos aún por descubrir. Precisamente en ellos se refugiaron los últimos cataros hasta el siglo XIV.
El pescador está simbolizado en la palabra de Cristo: «Yo os haré pescadores de hombres». Pero en el Grial el Rey Pescador es el que descubre a Perceval, él caballero que debe partir a la conquista del vaso sagrado o de la piedra de poderes innumerables. Para ello debe cruzar el puente que nadie puede franquear si no está autorizado. Pero el puente levadizo que conduce al castillo se alza bruscamente ante Perceval cuando se apresta a entrar en él sin haber sido invitado. El castillo está situado en una montaña, rodeado de espesos bosques que devoran a los viajeros sin sabiduría. El castillo, como en la aventura de Perceval, simboliza la residencia más elevada del Espíritu. Sugiere la idea de una cosa sagrada encerrada en una envoltura material. Ello hace pensar en el Grial, vaso o piedra, que también él simboliza la presencia del Espíritu entre los hombres. Existe entre los cataros todo un simbolismo de las piedras, como en el Parzival de Wolfram von Eschenbach. Para Dios, la «Jerusalén celeste no está construida con materiales tangibles, pero tiene el esplendor de una “piedra de jaspe cristalino”. La dudad donde Dios reina es semejante a “un puro cristal”». Los Perfectos proclaman que la primacía del Espíritu está representada por una piedra caída del cielo, que ilumina y consuela al mundo, poco más o menos la tesis de Wolfram von Eschenbach. En la cosmogonía cátara no falta tampoco el clásico pájaro que, a imagen de los poemas del Grial, simboliza el lazo fugaz que enlaza a los dos mundos, el visible y el invisible. Para los cataros, es la paloma. Esta, después del aplastamiento de los Albigenses por el ejército real apoyado por la todopoderosa autoridad del Papa, abandonará esta tierra y, como símbolo del Espíritu, subirá al cielo dejando un universo perecedero destinado al dolor y al sufrimiento. Los cataros murieron persuadidos de que habían descubierto la Verdad y la Vida, convencidos de haber sido los verdaderos, los únicos caballeros que habían descubierto el Grial. Así, desde las más oscuras leyendas hasta la austera religión de los cataros, el Grial y su búsqueda han iluminado los espíritus. Esta atracción no es sólo porque el Grial realiza la más extraordinaria síntesis de los mitos, que obsesionan lo más profundo del alma humana, sino también porque se encuentra en la confluencia de esas corrientes mágicas, definidas con la palabra esoterismo. De hecho, la novela del Grial, desde las primicias que constituyen la leyenda del rey Arturo hasta la que representa el Parzival de Wolfram con Eschenbach, constituye una especie de memoria colectiva de la humanidad. Todo se reencuentra, desde el hecho histórico, como las desgracias de los bretones, hasta las cabalgadas fantásticas de los árabes en Occidente.
Pero más allá de los hechos históricos, cuando se evocan las desdichas de un pueblo aparece la necesidad fundamental del hombre de imponer una coherencia profunda a los acontecimientos de los cuales es actor. Ese deseo de conocer cómo y por qué de las cosas ha dado lugar al nacimiento de múltiples sociedades secretas u órdenes, que a lo largo de la historia se han presentado como grupos privilegiados con capacidad de acceder a la Verdad. Esos privilegiados son los «iniciados». Pero, ¿qué buscan los iniciados? Su objetivo siempre es el mismo. Se trata de penetrar el misterio del conocimiento de Dios y participar de la naturaleza divina. Edmond Bergheaud, en su obra En busca del santo Grial, da un tono más ligado al cristianismo en la búsqueda del Grial y nos plantea dos vías que conducen a ese fin. Una es el misticismo, tal como lo entenderán, por ejemplo, San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Ávila, que es una tentativa directa de conocimiento de Dios o el empleo de «altos» en el camino que conducen al descubrimiento de la Verdad Primera. El Grial es una de esas «metas». Es el problema del conocimiento el que, en definitiva, plantea el Grial. Por ello poetas y filósofos han hecho de él un objeto sagrado. Esta consagración parece ser tan vieja como el mundo y se la encuentra en los orígenes de la humanidad. Así, los pueblos que adoraban el fuego habían establecido una estrecha relación, casi religiosa, entre el vaso que contiene los alimentos, el fuego que permite cocerlos, y el cuerpo graso que se echa sobre la llama para reavivarla. De este modo ha creado en ese dominio particular la noción de lo sagrado. El fuego se convierte en el símbolo supremo, ya se trate del fuego material indispensable para la vida diaria o, por extensión, la llama interior que simboliza la vida del espíritu en búsqueda de la Verdad. Igualmente la vasija que contiene los alimentos no es considerada como un simple objeto, sino que participa de las «virtudes» del contenido, es decir, de todo lo que es necesario para la vida del hombre. Esos temas esenciales, el cristianismo los asimila y los transforma. El Grial se convierte en el plato del que se sirve Cristo en la noche del Jueves Santo o en el vaso en que es recogida la sangre del crucificado en el Gólgota. En los dos casos, el continente participa del carácter sagrado del contenido. De hecho, el dogma de la Transfiguración, establecido por el Concilio de Letrán en 1215, expresa, más allá de su naturaleza religiosa, el deseo de dar una imagen sencilla y precisa del misterio. La transfiguración de Jesús es un evento narrado en los evangelios sinópticos, según San Mateo, San Marcos y San Lucas, en que Jesús se transfigura, o metamorfosea, y se vuelve radiante en la Gloria Divina sobre una montaña. Jesús y tres de sus apóstoles, Pedro, Santiago y Juan, se dirigen a una montaña, Monte de la Transfiguración, a orar. En la montaña, Jesús empieza a brillar con rayos de luz. Entonces los profetas Moisés y Elías aparecen a su lado y Jesús habla con ellos. Entonces Jesús es llamado “Hijo” por una voz en el cielo, que se supone que es Dios Padre, como en el Bautismo de Jesús.
Se trata de expresar la subida del hombre hacia Dios, subida que le permite la Eucaristía, y de sugerir el formidable poder de Dios, que puede encarnarse bajo las formas del pan y del vino. Se trata de una verdadera iniciación en un misterio clave del cristianismo. Esta iniciación no es reservada a algunos privilegiados, como en algunas sectas, sino ofrecida a todos por poco que se hayan limpiado de sus pecados. En la perspectiva cristiana, la hostia es, en definitiva, el Grial, ya que representa el cuerpo de Cristo muerto en la Cruz para el rescate de los hombres. Es el alimento que da la vida eterna, el signo visible del amor divino y la encarnación del Espíritu. Por último, la «cristianización» del mito del Grial da otra respuesta a la pregunta de los hombres de cómo lograr la salvación. Los primeros relatos del Grial, recibidos de los celtas, no aportan ninguna solución a este problema. Todo lo más indican cuáles son las claves para escapar a las miserias de la condición carnal. Pero incluso esas claves pertenecen sólo a algunos iniciados. Además, la sumisión de la carne al alma constituye un método, pero no un fin. El cristianismo da otra clave. Se trata de la sumisión del alma al Espíritu de Dios. Porque ese Grial permite al hombre, desgarrado desde la Caída, entre sus aspiraciones espirituales y sus apetitos materiales, encontrarse entero en la luz divina. Y para coronar ese edificio, el Grial permite incluso salvar a quien no lo merece. Esto está representado por la inocencia de Perceval de que habla Chrétien de Troyes, como el terreno sobre el que podrá obrar la Providencia. Porque incluso la ignorancia viene de Dios. Pero el Todopoderoso hace manar su bondad infinita sobre aquellas almas que caen en las tinieblas del error y de la ignorancia. El amor desciende de Dios y vuelve a subir a Él. Así se cierra el ciclo. Por el cristianismo, una doctrina sólidamente establecida ha reemplazado los sueños del Grial pagano. Ese triunfo del cristianismo no resiste, sin embargo, el desgaste del tiempo ni los asaltos de las nuevas ideas. El primer ataque se produjo entre los siglos XIV y XVII, es decir, durante el período en que la alquimia constituye los primeros balbuceos de la ciencia moderna. No se trata ya de caballeros frecuentando los bosques poblados de monstruos y llegando a «los castillos de ninguna parte». Los caballeros ceden su puesto a los médicos y a los magos.
El castillo del Grial se ha convertido en un laboratorio. La búsqueda es, sin embargo, la misma. Se trata de encontrar el medio de llegar a la sabiduría suprema. Pero ese medio se llama ahora la piedra filosofal o elixir. Nada debe a Dios, sino a la ciencia de los hombres. Los alquimistas van incluso más allá. Rehabilitan a Lucifer, ese ángel caído a quien, a imagen del viejo Fausto, invocan con más gusto que a Dios. La retorta, centro de las transformaciones mágicas, reemplaza al antiguo vaso sagrado portador de la sangre de Cristo. Perceval erró durante años en la búsqueda de La Verdad. Los alquimistas dicen que son precisos tres, cinco o siete años para descubrir la piedra filosofal. Y uno de los investigadores dice: «El que sabe sublimar filosóficamente la piedra merece a justo título el nombre de filósofo, pues conoce el fuego de los sabios que es el único instrumento que puede operar esa sublimación». En suma, la aventura espiritual de la caballería cristiana se ha «secularizado». El nuevo Grial, el de los alquimistas, se llama Aludel, colocado sobre un hornillo llamado Athenor. Se llama también al Aludel «el huevo filosófico». Aludel es el vaso necesario para la Gran Obra. Es el sublimador. «Debe ser, afirman quienes lo emplean, de un buen cristal de Lorena ovalado o redondo, claro y grueso y es preciso que esté herméticamente cerrado». Mediante complicadísimas combinaciones de sustancias se intenta obtener oro, símbolo de un poder que no desmerece del que preconizaban los monjes de la Edad Media. Pero debajo de todas estas operaciones estrictamente materiales hay una filosofía. En el Aludel se desarrolla «la obra alquímica», es decir, la separación de la materia bruta del «principio activo» que simboliza el espíritu. Se trata después de fusionarlos de nuevo mediante lo que se llama «las bodas químicas». Y es de esta alianza de donde nace el mercurio, considerado como una materia hermafrodita, ya que es completa y se basta a sí misma. Los alquimistas creen que no es ya Dios el amo del universo. Ya no es Cristo quien asume la salvación de los hombres, sino aquellos que dominan la materia, la rompen y obtienen cuerpos nuevos. El espíritu del hombre lo puede todo. Por fin se acabaron las mil aventuras, guerreras o amorosas, de Perceval y de Lancelot. Ahora es el espíritu humano el que es invitado a captar las fuerzas misteriosas que la materia contiene y ponerlas al servicio del poder del individuo.
Pero, ¿cuál es el límite entre la técnica y la magia? No es ya el Verbo de Dios el que crea las cosas, sino las palabras que brotan de la boca de simples mortales. Esta presencia universal del Espíritu desemboca naturalmente en una especie de panteísmo del cual, en tiempos del Renacimiento, Rabelais será el representante genial. François Rabelais (1494 – 1553) fue un escritor, médico y humanista francés. Para escribir sus primeros textos, Rabelais se inspira directamente en el folclore y la tradición oral popular. En 1532 habían aparecido en Lyon Les Grandes et inévitables chroniques de l’énorme géant Gargantua, una colección anónima de cuentos populares a la vez épicos y cómicos. Estos cuentos extraían sus fuentes de los libros de caballería de la Edad Media, en particular del ciclo artúrico. Esta colección conoció un enorme éxito. Rabelais se propuso escribir un texto que retomase la trama narrativa de las Crónicas. Volvió a contar la historia de Pantagruel, hijo del Gargantúa de las crónicas. El Pantagruel está, pues, muy marcado por las fuentes populares. Ante el éxito extraordinario de su Pantagruel, Rabelais quiso reescribir a su manera la historia de Gargantúa descartando las fuentes populares tradicionales iniciales y reeditó un Gargantúa literariamente más acabado y netamente más henchido de humanismo que la primera obra. Es una especie de Grial lo que en realidad escribe el autor de Gargantúa, un Grial en el cual la búsqueda es una mezcla de seriedad y de bufonería. Rabelais evoca el Pantagruelion, extraña sustancia capaz de curar los males del espíritu y las enfermedades del cuerpo. Es el símbolo del alimento universal, el mismo que contenía el vaso sagrado de los caballeros. La Diva Botella es el Grial rabelesiano, pues en ella puede beberse el vino de la verdad. Iluminados por la «noble linterna», Pantagruel y sus compañeros llegan a la isla deseada, una isla que evoca con fuerza aquella de que se trata en los cuentos del Grial, que hablan de «la perfecta demora» rodeada por las «corrientes del Océano». En esta isla, Pantagruel y sus amigos descubren la Abundancia, semejante al país de «la eterna juventud» de las leyendas célticas. Un templo subterráneo tiene escrito en su frontón esta fórmula: «en el vino, la verdad». Y no es sacrílego ver una alusión, tal vez irrespetuosa, a la palabra de Cristo: «Esta es mi sangre. Yo soy la Verdad y la Vida».
En ese templo subterráneo existe también la Lámpara Admirable: «Encima estaba colocado un vaso de cristal; tenia la forma de una calabaza o de un orinal adonde descendía una gran cantidad de agua ardiente. Lo mismo que no puede mirarse al sol, era difícil fijar largo tiempo la mirada sobre dicha lámpara». En el centro de la «fuente fantástica» se erige un cáliz transparente, en forma de flor, de donde sale un objeto como un huevo de avestruz. Como Pantagruel, sus compañeros quieren mirar el cáliz, pero su resplandor es tal que están a punto de perder la vista. Esta historia recuerda la de uno de los héroes de los cuentos celtas, el rey Mordain, que quedó ciego todo el tiempo que estuvo en pecado, por haber querido mirar el interior del Grial. Pero la manera en que la fuente fantástica dejaba correr el agua es particularmente extraña. Se hacía por medio de tres tubos instalados en tres ángulos equiláteros y «producidos en forma de espiral de manera que las figuras formadas por el agua forman quíntuple infoliatura móvil, de una luminosidad extraordinaria, de donde resulta una armonía que llega hasta el mar de este mundo». Esto evoca a un laberinto, ese laberinto tan caro a los alquimistas y que para ellos simboliza la búsqueda de la verdad de las cosas. Pantagruel y los que le acompañan prueban el agua de la fuente fantástica y cada bebedor le presta el gusto del vino con el que había soñado. Igual ocurría en las leyendas de las narraciones célticas del Grial; cuando pasaba el cortejo acompañando al vaso sagrado, la mesa del «castillo inaccesible», del rey enfermo, se cubría de súbito de manjares muy variados. Y cada convidado, a condición de ser digno de participar en el misterio que se estaba desarrollando, encontraba al alcance de su mano los manjares que deseaba. Ocurría lo mismo con el maná dado por Jehová a los hebreos en el desierto y que, al decir de las escrituras, cambiaba de gusto según el deseo de quien lo recibía. Según la narración de Rabelais, he aquí la Diva Botella «muy abierta por arriba», al estilo de un cáliz. De este Grial pagano sale una palabra, «trine» (bebe). Pantagruel y sus amigos beben y están sumergidos en una especie de éxtasis, porque el vino es «fuerza y potencia». Llena el espíritu de luz, de saber y de filosofía. Es, pues, el manantial de la Verdad. Una especie de delirio se apodera de quienes han obedecido a la invitación de la Diva Botella. Se vuelven «locos y encantados» y, explica Rabelais, «son la eternidad de las bevedurías y las bevedurías de la eternidad».
Entonces habla la sacerdotisa: «No os emocione el satisfaceros aquí. Allá, en las regiones circumcentrales, nosotros ciframos el Bien Supremo, no en tomar y recibir sino en ampliar y dar. Id, amigos, bajo la protección de esta esfera intelectual que nosotros llamamos Dios: el centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna. Vueltos a vuestro mundo, testimoniad que bajo la tierra están los grandes tesoros y las cosas admirables. Vuestros filósofos se quejan de que todo ha sido escrito por los Antiguos y que no les han dejado nada que inventar. Pero Dios, el Abscons, el Oculto, les aumentará su conocimiento de Él y de sus criaturas; así, segura y agradablemente es recorrido el camino del conocimiento divino y de la persecución de la sabiduría». Dulce y sonriente filosofía la de Rabelais, que menos de un siglo más tarde continuará Cervantes. Porque Don Quijote es el descendiente directo de las novelas de la Tabla Redonda. Ciertamente Cervantes ha tomado mucho de Ariosto o de Tasso; pero más aún de Perceval, el rey Arturo y Lancelot. El escritor español vive en una época en que florece una literatura que pone en ridículo a la caballería, a su código del honor y a sus ritos. Porque el escepticismo mina sordamente al Occidente cristiano. Don Quijote es esencialmente una reacción contra ese escepticismo, una rehabilitación del caballero del Grial. Don Quijote encama las virtudes capitales, como el valor, el sentido del honor, la castidad y el idealismo religioso. Al igual que el Grial de Wolfram von Eschenbach, el caballero español no está hecho para un mundo de posaderos ávidos, de grandes señores escépticos o villanos torpes. Al término de aventuras lamentables, Don Quijote recibe la consagración suprema. Llevará el yelmo de Mambrino, es decir una escudilla de barbero. Pero este plato es semejante al Grial y corona, no una pobre cabeza enferma sino a un hombre pleno de bondad bajo la gran luz de Dios. Don Quijote es la verdad en marcha, es el caballero que, ante las bromas, sabe que, al término de sus tormentos, Dios reconocerá lo que en verdad le pertenece. El fin de la novela de Cervantes evoca una especie de subida al Calvario, hacia esa Cruz que, para el cristiano Cervantes, es la verdad eterna prometida por el Grial. En la moderna Austria no es un escritor sino un músico quien cabalga los corceles del ensueño conduciendo a los caballeros a las beatitudes supremas. Ese músico es Franz Schubert. La música del compositor vienés es, en realidad, una marcha ardorosa jamás interrumpida. Si escuchamos su «octeto para cuerda, fagots, coro y clarinetes», surge entonces el castillo de luminarias irreales, la dulce pradera en la cual danzan las compañeras de Rosamunda. Es un cortejo de princesas lo que invoca el «quinteto para dos violoncelos» con sus fantasmas, el Doble, la joven y la muerte. Ligero recuerdo del Grial adaptado al temperamento vienés, pero obsesionado, como todas las leyendas construidas en torno al vaso sagrado, por la preocupación constante de la muerte y la busca de la salvación.
Pero será preciso esperar a Wagner para reencontrar en toda su autenticidad los pesados sortilegios del Grial. Hijo de Parsifal, Lohengrin es la propia imagen del perfecto héroe nacido de las leyendas celtas y a la vez de la tradición popular alemana. Su vocación es adorar y servir al Grial y de hacer fluir sobre el mundo la caridad de Dios. Parsifal cabalga un cisne. Él mismo, por otra parte, es un «cisne celeste» circulando en la vida. Ésta, a los ojos de Wagner, reviste la forma de una espiral, símbolo de la lenta ascensión hacia Dios. Como curiosidad debemos indicar que uno de los símbolos masónicos menos conocidos el de la escalera de caracol, en forma de espiral. Este atributo legendario de la Leyenda Masónica se sustenta en el Primer Libro de los Reyes, donde se refiere que “La entrada que conducía a la cámara del medio estaba situada en el lado derecho del Templo; y tenía acceso por medio de escaleras de caracol a la cámara del medio, y de ésta comunicaba a la tercera”. El Grial ha sido traído a la tierra por un tropel de ángeles, que, una vez terminada su misión, han vuelto a su patria celeste, dejando tras ellos la blanca estela de la esperanza. Para el autor de Parsifal, es esencialmente por el amor como se cumple la Redención, porque el amor representa la más humana y ferviente búsqueda de Dios. Sean caballeros errantes, peregrinos, simples viajeros o aventureros, todos los héroes wagnerianos tienen el mismo anhelo. Se trata de la búsqueda del Grial, símbolo de la Redención. De Goethe toma Wagner el «eterno femenino», representado en la Edad Media por los amables rasgos de Kundry, la bella pecadora que será finalmente salvada. Todas simbolizan el amor humano, indispensable etapa que los hombres deben recorrer para llegar a las orillas de la salvación. De Wolfram von Eschenbach ha tomado Wagner los temas esenciales de la Tetralogía, representada por Der Ring des Nibelungen (El Anillo de los Nibelungos), un ciclo de cuatro óperas épicas, compuestas por Richard Wagner y basadas en figuras y elementos de la mitología germánica, particularmente las Sagas islandesas, así como del cantar de los nibelungos medieval. Estas óperas son El oro del Rin, La valquiria, Sigfrido y El ocaso de los dioses. Todas ellas forman parte del Canon de Bayreuth. La música y el libreto fueron escritos por Richard Wagner en el curso de veintiséis años, de 1848 a 1874. El músico alemán «recristianiza» la leyenda del Grial. Eschenbach ha hecho de éste una piedra preciosa tomando como ejemplo a los poetas orientales e iraníes; Wagner, por su parte, rehace el Grial, el «Vaso sagrado» que contiene la sangre de Cristo. Por ello, más que un poema dramático, Parsifal es una misa. De todos modos, el autor de la Tetralogía ha germanizado las leyendas celtas.
A las escenas que se desarrollan en el castillo de las aventuras de Monsalvat, se agregan los encantamientos de Klingsor y de sus muchachas-flores. Los caballeros en busca del Grial experimentan los sortilegios de la buena y de la mala maga Viviana y Morgana. Kundry, la pecadora salvada, dispensa maleficios y encantamientos. En cuanto al ermitaño Gurnemanz, enseña esto a Parsifal: «Hacia el Grial no va ningún sendero y nadie puede encontrar el camino que no se haya trazado uno mismo; tú ves, hijo mío, que aquí el tiempo se hace espacio». Así, el tiempo abre el acceso a ese espacio sagrado en el centro del cual se encuentra el Grial. Wagner tuvo conocimiento de una obra, La preciosa sangre, escrita por un teólogo místico inglés, el padre Faber. Para éste, la sangre de Cristo contenida en el Vaso sagrado es el verdadero vehículo de la Redención, porque dispensa valor, amor y voluntad. Es el fluido con el cual baña al mundo entero. Esta concepción es la que traduce Wagner poniendo en boca de Parsifal, inclinado sobre Grial, esta frase: «He visto el comienzo y la causa de las cosas». En el encantamiento del Viernes Santo, una de las páginas más conmovedoras de Parsifal, Wagner asigna al Grial y a su contenido sagrado el poder de transformar el mundo: «¿Tienen las flores sed de tu gracia? Tus llantos son el rocío bendito. Lloras, y toda la pradera sonríe». Al término de su busca, los corazones puros conocerán la fusión en Dios. Esta paz, que es el término de la obra wagneriana, la rechaza Friedrich Wilhelm Nietzsche (1844 – 1900), filósofo, poeta, músico y filólogo alemán, considerado uno de los pensadores contemporáneos más influyentes del siglo XIX. Lo que fascina a Nietzsche no es alcanzar el fin sino la ruta que es preciso andar para lograrlo. Sin embargo, Nietzsche, autor de Más allá del Bien y del Mal, tiene una fe absoluta en Dios, que no es menor a la de Wagner. Pero Nietzsche rechaza la vía real que lleva al Conocimiento supremo. Lo que le fascina son los dolores y las contradicciones del hombre en busca del Grial. No es la Paz suprema lo que él desea sino el combate. «Hay siempre —escribe— jardines de Armida y por consiguiente un arranque siempre nuevo y siempre nuevas amarguras del corazón. Preciso es que yo alce el pie, mi pie fatigado y herido y, porque estoy obligado a hacerlo, lanzo con frecuencia mi mirada atrás, descontento, sobre las más bellas cosas que no me han podido retener». Es el orgullo de la rebelión el que lanza a Federico Nietzsche hada adelante, el que le hace coger el Grial del conocimiento. Revelación fulgurante: durante algunos instantes ve a Dios, está frente a frente con Dios. El castigo está a la medida de este gesto de orgullo y desafío, por lo que Zaratustra, el héroe de Nietzsche, será fulminado.
Pero las llamas nacidas de la obra de Nietzsche no se extinguirán jamás. A la sombra de esa fogata brillan a comienzos del siglo XX otras llamas, y en especial las encendidas por el Czesław Miłosz (1911 – 2004), abogado, poeta, traductor y escritor polaco, así como Premio Nobel de Literatura en 1980. En la poesía universal, Milosz es el único que ha amasado con su genio todo el simbolismo que pueden representar el fuego, la piedra, el agua y la mujer. Una de las obras claves de este poeta, La amorosa iniciación, es uno de los más asombrosos poemas paganos que existan. El vaso sagrado, el Grial, es para Milosz el cuerpo de la mujer, símbolo de todas las estaciones y de todos los secretos del Universo. Según Milosz, por la mujer se llega al Absoluto: «Yo analizaba fríamente el sabor de su cabellera, de sus lágrimas; escrutaba el horizonte del más allá de sus ojos. Me ocurrió oír, en medio de los gemidos de su lujuria, el Nombre supremo, el balbuceo del Absoluto». Sea la embrujadora Qeriáa, o Annalena, la mujerzuela, son la una y la otra «un átomo de azur en el espacio, una gota de agua sombría en el océano luminoso del amor». Y es por ellas que el hombre combate y vence su soledad fundamental: «En el mundo entero no hay soledad, el aire que tú respiras es el soplo de un Padre». Franqueada así la primera etapa de la busca del Grial, el poeta Milosz llega, como Perceval y Lancelot, al castillo de las aventuras: «Todas las cosas ¿no están más cerca de ti que tú mismo? ¿No escuchas subir de tu corazón el burbujeo del manantial de los mundos? Como la montaña me arrastraba en su vuelo, vi abrirse ante mí, sobre otro espacio, la puerta de oro de la Memoria, la salida del laberinto». Esta salida del laberinto es el Amor, es el Grial, que da la sabiduría absoluta a aquellos que llegan a dicha salida. Ese brebaje mágico es también la Sangre universal, a la que Milosz llama igualmente «el agua primordial». Gracias a ella se establece la corriente vivificante entre Dios y el hombre y, después, entre el hombre y Dios. La Sangre es también el conjunto de las fuerzas espirituales que se encuentran en el universo, que, en algún modo, modelan la Creación. En el centro del Grial se cumple la fusión de la Sangre y de la Luz. De esta fusión nace «el oro incorruptible y curativo de la divina caridad, el meloso metal, secreción de abejas arcangélicas». Llegado al conocimiento supremo, Milosz, entrando en éxtasis, puede exclamar: «¡Oh movimiento, Oh Sangre salida del Fiat divino! ¡despiértate Cosmos, espárcete a través de los millares de Vías Lácteas de tus venas! ¡Oh Sangre mágica nacida del corazón del Maestro, Oh Vida, Oh santa Vida aparece, inmensa, espléndida en las profundidades de la Sombra! ¡Soy libre! Es como si estuviera muerto ¡Salve, Universo, amor mío!».
Es sobre el lado doloroso de la busca del Grial en lo que, por su parte, insiste Léon Bloy (1846 – 1917), escritor francés de novela y ensayo, que desea ser «el peregrino de la Sagrada Tumba». Sus obras reflejan una profundización de la devoción a la Iglesia católica y la mayoría, en general, un gran deseo de lo Absoluto. Refleja una dura vida pasada «en el caminar solo en la gran columna del silencio», en medio de ese bosque pleno de maleficios que representa el mundo moderno. Pero el Grial está prometido a quien sabe cerrar los ojos sobre lo que le rodea y que, guiado por el dolor, llega a la contemplación de Dios. Según Nikolái Berdiáyev, escritor y filósofo ruso: “La nostalgia sentida por un Dostoievski, Nietzsche, Kierkegaard, Baudelaire, Léon Bloy y otros, anticipa la nueva época del espíritu, la edad escatológica. Pero es muy duro ser precursor del espíritu“. Si el dolor es el compañero familiar de León Bloy, el de Charles Péguy, filósofo, poeta y ensayista francés, considerado uno de los principales escritores católicos modernos, se llama esperanza. Porque el camino que lleva al Grial de Péguy, ese Grial que contiene la sangre y el sacrificio, es incómodo, lleno de trampas y traiciones, pero subyacentes a toda la obra de Péguy, que no es sino una larga búsqueda de la Luz y de la Verdad. Dios ha puesto en nosotros la esperanza para ayudarnos en nuestra aspiración a la Vida eterna. Pocos escritores en la literatura contemporánea han abordado abiertamente los misterios del Grial. Uno de ellos es Patrice de la Tour du Pin, poeta y místico francés. Su Summa de poesía es una búsqueda que se desarrolla en la dulzura encantada del bosque celta: «El corazón del hombre navega perpetuamente en medio de los sueños y de las fantasmagorías para intentar llegar a las islas luminosas de los mundos». Ese viaje es el que el poeta llama «contemplación errante», que nos lleva a Dios. Pero la aventura, en el sentido en que la entendían los caballeros de las leyendas célticas, está reemplazada por otra aventura, puramente espiritual. En Patrice de la Tour du Pin los obstáculos que hay que vencer no son los que ofrece el mundo exterior. Esos obstáculos están en nosotros, y sólo la luz de la Gracia nos permite disipar las nieblas que se ciernen sobre nuestras almas, para llegar así al Grial, que es Dios en su gloria y potencia. Es Julien Gracq quien exprime hasta el máximo las leyendas célticas. Julien Gracq es el seudónimo literario de Louis Poirier (1910 – 2007), escritor francés y profesor de historia y geografía. Inspirada por el romanticismo alemán y el surrealismo, la obra de Julien Gracq mezcla lo insólito con el simbolismo fantástico. Su novela Bello Tenebroso muestra a un descendiente directo de Merlín el Encantador.
El castillo de Argol es el castillo de la aventura, en el que cada objeto que se encuentra dispone de un poder mágico, y en el que se respira «un perfume de bosque sombrío y de altas bóvedas». Mundo sometido al embrujamiento, presagios multiplicados para quienes sepan interpretarlos, universos de amor y de muerte. La obra de Julien Gracq está en línea directa con la búsqueda del Grial. Pero, para el autor de El mar de las Sirtes esa búsqueda no termina jamás, no hay iluminación suprema, y el hombre está condenado a un perpetuo errar. Extraño destino el de la leyenda del Grial. No sólo ha inspirado a poetas y músicos, sino que ha servido para justificar una evolución histórica, la de Inglaterra en el siglo XIX. En 1845, el cardenal anglicano John Henry Newman se convirtió al catolicismo, arrastrando tras él un gran número de fieles. El asunto tuvo un revuelo enorme en un país que desconfiaba de los «papistas». Poeta de moda, Alfred Tennyson tenía entonces en preparación un larguísimo poema, Idilios de los Reyes, en que se seguía muy de cerca la leyenda del rey Arturo y la busca del Grial. La mayor parte de su obra está inspirada en temas mitológicos y medievales, y se caracteriza por su musicalidad y la profundidad psicológica de sus retratos. Pero, ante la emoción causada por la conversión del cardenal Newman, el poeta modifica su obra en el sentido de que aparezca como una lección de tolerancia y una ilustración de la moral Victoriana. Para Tennyson, lo esencial en el Grial es la lucha de los Sentidos y del Alma. Los caballeros parten en busca del vaso sagrado que les curará de todos sus males, les libertará de todos sus vicios y colmará sus aspiraciones. Pero no todos llegarán al fin, pues cada uno será recompensado según su grado de pureza, lo que equivale a decir que cada uno tiene la libertad de creer según su corazón y sus posibilidades. Así, Tennyson piensa poder reconciliar a papistas y antipapistas. Por ello, cada uno de los héroes imaginados por el poeta tiene su actitud propia. Galaad, el más puro de los caballeros, ve el Grial resplandeciente: «He visto al Santo Grial descender sobre el altar. He visto cómo el rostro de un niño penetraba en el pan y desaparecía». Así evoca Tennyson con pena a los que creen en la transubstanciación, doctrina católica romana de la Eucaristía. Está también Perceval, puro, ciertamente, pero demasiado unido a los bienes materiales. Pero, tocado por la gracia, acabará su vida en un monasterio.
En cuanto a Lancelot, «caballero perfecto», es culpable de vivir en el adulterio, ya que ama a la mujer de Arturo. Sólo la fe le permitirá romper ese lazo carnal y acabar en santidad. Tristán ha abandonado la busca del Grial estimando que era una prueba superior a sus fuerzas. Desalentado dice: «No somos ángeles», manera de hacer comprender que vive como pagano. En cuanto al monje Ambrosius, no se plantea problemas, ya que no ha oído jamás hablar del Grial. Su filosofía se contiene en una fórmula: «Me regocijo como hombre sencillo en este pequeño mundo que es el mío». Entre estos personajes tan diferentes, Tennyson no subraya preferencias. Solo quiere administrar una lección de tolerancia. Que cada uno practique según su corazón y que obre de acuerdo con su conciencia, que no pretenda lo que no puede, ya que esta es la sabiduría suprema. El poeta enfrenta así a Ambrosius, símbolo de una Inglaterra que no quiere ser agitada por los grandes problemas religiosos y empirista, con Galaad, encamación mística del cardenal Newman. La conversión del cardenal Newman no es la única amenaza para la Inglaterra de esa época. El evolucionismo de Lamarck y de Darwin, las doctrinas positivas del francés Augusto Comte, la aparición del socialismo cristiano, y otras tantas novedades que parecen asegurar el triunfo de la ciencia sobre la religión. Una vez más Tennyson pone manos a la obra. Se trata, para él, de mostrar que sólo el cristianismo, aunque pueda sufrir algunas adaptaciones, puede salvar a la humanidad, así como reafirmar una fe doblemente necesaria, porque es la salvaguardia del hombre y porque es, en definitiva, sobre ella sobre quien reposa la autoridad real. Si la búsqueda del Grial causó el hundimiento del reino del rey Arturo, explica el poeta, es porque los caballeros prefirieron la conquista de un ideal impreciso que el servicio ejemplar a su rey y a su reino. Porque el buen cristiano no debe aspirar a lo imposible y no debe cometer el pecado de orgullo, contentándose con las facultades que Dios le ha dado, y debe servir al Bien con resignación y humildad. Por su parte, la ciencia no debe desarrollarse más rápidamente que la moral, pues se llegaría a un desastre semejante al que hirió al encantador Merlín, símbolo de la criatura engreída de su poder. Llega la lección de Tennyson y produce serenidad en los ánimos.
La clase burguesa que dirige entonces Inglaterra comienza la época que se le ofrece con una mirada nueva. Será filantrópica, como lo eran los más puros caballeros, porque todos los hombres son de la misma naturaleza. Prudentemente aceptará que leyes científicas, y no sólo divinas, rijan la vida del universo. Ciencia y Religión formarán un buen conjunto, teniendo siempre en cuenta que sobre la religión deberá fundarse la moral. Como una leyenda jamás acabada, tan pronto nace en forma de poesía como queda aletargada antes de un nuevo empuje. Pero, ¿qué significado tiene realmente el Grial? Aquí Edmond Bergheaud nos dice que es sobre todo la búsqueda del hombre por ser «uno» en cuerpo y alma. Poco importan las pruebas que sea preciso experimentar para llegar a la Verdad. Pero no se llega a ella ni por el simple goce de los bienes de este mundo ni por una ascesis que sólo interesa al espíritu. La Redención, tal como la considera el cristianismo u otras religiones, pasa obligatoriamente por el cuerpo, porque éste debe también ser salvado. Que un asceta martirice su cuerpo, que los caballeros afronten mil pruebas ¿indica que nadie tiene derecho a despreciar o a ignorar «la envoltura carnal»? La unidad del hombre pasa por todos los que viven al mismo tiempo que él. En tanto que Parsifal no está atento al sufrimiento de otros, él no «existe». Mientras tanto, se ve condenado a errar por un mundo mudo. El descubrimiento de la Verdad pasa, pues, por la solidaridad universal, lo que Paul Louis Charles Claudel (1868 – 1955), diplomático y poeta francés. traducirá así: «Somos todos corderos de la misma lana.». En fin: la conquista de la Verdad, o de Dios, es un asunto personal. En la medida que el hombre se siente en paz consigo mismo, en la medida también en que comparte las pruebas de sus semejantes, es como puede pretender al Bien Supremo. Entonces, el Grial, ¿Es un don? Edmond Bergheaud nos dice que sí, pero adoptado, solamente, a los que se someten a las leyes morales. Ideal de vida de perfección, el Grial no es, en definitiva, sino el fin que cada uno, a su manera, asigna a su propio destino.
Fuentes:
- Edmond Bergheaud – En busca del santo Grial
- Robert de Boron – Joseph d’Arimathie
- Robert de Boron – La novela de la historia del Grial
- Chrétien de Troyes – Parsifal o el cuento del Grial
- Wolfram von Eschenbach – Parzival
- Trevor Ravenscroft – La lanza del destino
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