Una concepción del universo, del papel
humano en el mundo y de los arcanos que relacionan la luz con la
divinidad.
Los indicios abruman; la catedral de León mantenía, desde
principios del siglo XII, un bibliográfico que, por número y temática,
convertía su biblioteca en una de las más importantes de España. Sobre
todo en diversidad, era totalmente distinta al resto de colecciones
catedralicias con un gran porcentaje de libros no específicamente
litúrgicos o moralizantes. Venía de antiguo. Es muy posible que su fondo
bibliográfico se comenzara a formar hacia el año 874, cuando el obispo
Frunimio I concede a la Iglesia de Santa María y San Cipriano una
colección de libros, entre otras dádivas. Pero la constancia documental
de donaciones sucesivas de ejemplares exclusivamente religiosos se
quiebra en 1120, cuando los bienes del monasterio de San Cosme y San
Damián de Abellar, incluida su extraordinaria biblioteca donada en 927
por el abad San Justo y Pastor de Cillanueva en Ardón, pasan a la
catedral.
La importancia de estas bibliotecas monacales es inimaginable,
porque entre muchos de sus manuscritos corrían vientos del sur, de
Al-Andalus, de sus centros culturales. Habían sido traídos por seglares,
clérigos y monjes que venían de Toledo, Córdoba y otros lugares
controlados por el Islam en plena época repobladora.
Por aquellos años
León mantenía una política cultural muy activa con Oriente. Tras la
aparición de la industria del papel en el siglo IX, en Túnez, se
mantiene la posibilidad de que la introducción de este artículo en
Europa se hiciera a través de al-Andalus y León.
Hoy se sabe que muchos
libros no tardaban en llegar, más de uno o dos años, desde Irak o
Bizancio, hasta el califato de Córdoba y en muchos casos hasta la misma
ciudad de León. Si la biblioteca de al- Hakam II mantenía un fondo de
unos 4000.000 volúmenes de todo tipo de saber, en la de Ardón y Abellar,
junto a los escritos de Juvenal, Avito y Adelo, estarían algunas de las
obras fundamentales de científicos y médicos musulmanes que tan
avanzados estaban en sus investigaciones.
Muchos mozárabes sabían de la
utilidad de esos trabajos y es seguro que algunos de ellos se recogieron
en estos cenobios cercanos a la urbe regia. ¿Sería acaso alguno de los
tratados de Al-Biruni, el más grade de los científicos árabes que
escribió sobre astronomía, el calendario, el astrolabio, además de un
Tratado de perforación en profundidad para hacer pozos, impreso en
Damasco a principios del siglo XI?
¿O algunos de los estudios de los astrónomos andalusíes sobre el
astrolabio, en el que se incluían prácticas de triangulación
desconocidas por los agrimensores romanos?
¿No les interesaría a los
monjes y al resto de la cultura cristiana los cinco tipos de artilugios
para medir el tiempo que Isaac había descrito en sus Libros del saber de
astronomía?.
Y seguramente escondida en anaqueles polvorientos – igual
que existe en otros archivos y bibliotecas de catedrales y grandes
monasterios europeos – se encontraría alguna crónica que ampliase lo
referido por el Arcipreste de Talavera, sobre un fenómeno enigmático
acaecido a finales del siglo X en aguas cercanas a la costa.
Todo este
patrimonio de ambos monasterios pudo existir y trasladarse, a principios
del siglo XII, a la biblioteca catedralicia, cuando el obispo Diego lo
adscribió a la recién constituida mesa episcopal leonesa.
Cabe pensar
que sucesivamente la catedral fue ampliando su fondo bibliográfico
gracias a donaciones, compras y otras circunstancias. ¿Se fueron para la
catedral alguno de los 24 libros que existían en el Castro de los
Judíos, en Puente Castro, sacados a toda prisa cuando se intuyó su
destrucción, en la campaña de 1196 por Alfonso VIII de Castilla y Pedro
II de Aragón?
La curiosa noticia de estos libros que eran muy exactos y
por ellos corregían todos los libros, la ofrece Abrahan Zacut que, en su
Séfer Yuhasin, comenta que esta colección de manuscritos, muchos de los
cuales acabaron en la ciudad de Bugia, en Argelia, procedían del
escrituario toledano de Rabi Mose ben Hilel y habían sido redactados
como seiscientos años antes.
Aún faltaba un siglo para que comenzara la
floreciente época de escritores hebreos leoneses, iniciada por Mosse ben
Sem Tob de León, paladín del ideario tradicionalista.
Las dos lápidas
hebreas que se encuentran actualmente expuestas en el Museo Catedralicio
Diocesano son una pálida muestra de una época en la que convive el
misticismo judío con los constructores de la catedral.
La importancia de
la Cábala hebrea en la cultura está fuera de duda y su libro más
sagrado, el Sefer ha Zohar, escrito por Moisés de León (1250-1305), es
uno de los textos fundamentales de la humanidad, que eclipsa incluso al
Talmud.
El docto judío que darán prestigio a la mística medieval; Joseph
y Moseh ben Chabib, hijos del maestro, Rabí Sem Tob, Abraham Bibas,
Yahaqob bn Bibas y Yahaqov Yehudah Arich.
Cuesta no relacionar el Zohar
con los albores de la catedral; obras tan similares en el tiempo y ambas
tan arcanas y resplandecientes, transidas de luminosidad.
Está fuera de
duda las relaciones que mantuvieron la cabalísticas judías en la ciudad
con los maestros y las logias de albañiles que construían el templo.
Moisés de León plasmó en el Zohar, la esencia más pura del pensamiento
teosofista, como síntesis del desarrollo místico de varias generaciones
anteriores.
León debía ser en aquellos tiempos uno de los focos
fundamentales de la espiritualidad judía en Occidente.
En plena
construcción catedralicia, el docto y cabalista Moisés de León escribe,
en arameo, una obra que, como la catedral, ensaya una búsqueda admirable
de la cualidad divina del espíritu humano.
Hacia 1492, los miembros del
cabildo catedralicio instan al administrador a que comiencen las obras
de la librería, cuyo espacio luminoso y amplio, ha llegado hasta
nosotros como capilla de Santiago. ¿Qué otra catedral se podía permitir
el lujo de construir un recinto semejante y tan amplio para sus libros?
¿Cuántos volúmenes podían caber en los anaqueles que posiblemente
llegaban hasta el friso?
Cuando Manuel Risco visitó el archivo
catedralicio en 1782 – 1784, lamentaba que aquella cláusula que puso el
obispo Pelayo en su testamento, en 1085, … quorum infinitus est numerus,
acerca de la enorme cantidad de volúmenes, se hubiera reducido a un
corto número de ejemplares antiguos. La venta, el robo, la destrucción y
la dejadez dejaron menguados uno de los patrimonios documentales más
importantes de Occidente, en el que se encontraba un ejemplar del Zohar
que desapareció de la catedral a finales del siglo XIX.
NUNCA SE PONDRÁN DE ACUERDO ALQUIMISTAS,
adeptos e iniciados, si el viaje que realizó Nicolás Flamel por el
Camino de Santiago fue real o simbólico. Parece seguro que, antes de su
“iluminación” ejercía de escribano público en París en donde había
nacido en 1330.
La adquisición por dos florines de un libro antiguo cuyo
autor era Abraham el judío, transformaba su vida. Una tras otra, las
páginas amarillentas deslumbran a Flamel con sus secretos de alquimia;
un auténtico tormento intelectual que debe descifrar y para el que no
encuentra la clave. Algo le dice que el Camino a Santiago puede tener la
solución de tantos enigmas como le asaltan. La peregrinación es dura y,
a su vuelta, decepcionado y muy cansado, llega enfermo de gravedad a
León donde es atendido. Es el año 1378 y la catedral es el centro de la
vida social de la ciudad. Un judío ¿convertido? al cristianismo, el
Maestre Canches, le cuida y le escucha. Nicolás Flamel enseña sus
dibujos, muchos de ellos símbolos copiados del tratado que le atormenta.
El judío leonés se asombra; el libro de Flamel es el perdido. Pasan los
meses y el alquimista francés se recupera mientras visita una y otra
vez el fascinante templo gótico. Conversaciones, discusiones y notas que
recoge, le convencen de que en este edificio hay mucho que aprender.
Restablecido, inicia la vuelta a París acompañado del maestre leonés. A
su llegada a la capital de Sena, mandó edificar un pórtico cubierto de
figuras simbólicas en Saint Jacques la Boucherie, la iglesia cercana a
su residencia, algunas de ellas influidas por lo que ha visto en la
catedral leonesa.
En su Libro de las figuras jeroglíficas,el alquimista, sin que ello
resulte contradictorio. Unos ven una cosa y otros ven otra. Cuando
contemplamos una portada, un relieve o una figura, sabemos que la
religiosidad constituye, psíquicamente hablando, la materia prima de la
obra. Pero no hay que olvidar, dice Flamel, la espiritualidad alquímica
que va más allá de la religión y el moralismo.
La conclusión es inquietante; el alquimista descubre su soledad, se
pierde en el universo e inventa su moral. Cuando muere el fiel judío
leonés en París, Flamel ya le ha arrancado el secreto. Los resultados no
pueden ser mejores: “Por fin transmuté verdaderamente en casi tanto oro
puro, mejor ciertamente que el oro común”. La leyenda se adueña
entonces de toda su figura.
Todavía, en el siglo XVIII, algunos
afirmaban haber visto a Nicolás Flamel que seguía trabajando en un
laboratorio subterráneo, donde había dibujos en las paredes de extrañas
esculturas y planos de la Catedral de León.
LOS VIAJEROS CURIOSOS, LOS BUSCADORES DE
PISTAS o los adeptos al gnosticismo cuando entran en la catedral, al
dar la vuelta a la girola, tras pasar la capilla de la Virgen Blanca, se
encuentran en la vidriera central de la capilla de San Antonio, con dos
escenas protagonizadas por Simón el Mago, LA POTENCIA IZQUIERDA DE
DIOS, el más antiguo de los maestros gnósticos. Toda una sorpresa
encontrar a este personaje contemporáneo de Cristo que, según narran los
Hechos de los Apóstoles, había nacido en Samaria y rivalizaba con el
apóstol Felipe; éste con milagros, aquel con magia. Parece ser que todas
las virtudes que se atribuían a esta especie de “magister” en filosofía
y magia, le venían de un viaje que hizo a Alejandría.
Una iniciación,
dirían otros.
El propio San Ireneo llamaba a Simón el “padre de los gnósticos”
Clemente I lo presentó como la “potencia izquierda de Dios” o con la
sicigia (oposición) de San Pablo. Su discípulo, Menadro, sería maestro
de Saturnino y Basílides. Este último dió muchos quebraderos de cabeza a
la Iglesia a partir de una interpretación extremadamente compleja de la
redención. Como siempre, la leyenda devora una gran parte de la
realidad.
Algunos de sus amigos de infancia contaban cómo el samaritano hacía
andar estatuas, pasaba por el fuego sin quemarse o volaba. La
escenografía estaba preparada para el discurso posterior. Simón el Mago
afirmaba que Adán había sido creado ciego y que el “fuego es la raíz de
todo”, opinión no muy desencaminada a la luz de lo que ahora conocemos
sobre el origen de la materia.
La historia de este “padre de herejes”, así le llamó Ireneo, tiene un
final trágico. La iglesia arremete contra el usurpador; se erige en
competidor de Cristo y sus discípulos le identifican con Dios descendido
a la tierra.
Pero pronto sucede un contramito. El personaje se rinde a la mayor
capacidad milagrera de Felipe y se convierte. Propone a Pedro comprarle
el poder de conferir, como el resto del apostolado, el Espíritu Santo y
define para la posteridad la lacra medieval de la simonía. La respuesta
de Pedro fue de absoluta indignación. El taumaturgo metido a negociante
espiritual marcha a Roma y consigue levitar. Pero el apóstol se
concentra con mucha más intensidad y el pobre Simón se rompe el cráneo
al precipitarse desde la altura, casi de igual forma que la teoría que
defendía; la Sabiduría cae al mundo y aspira a volver a ascender al
cielo. No sabemos si volvió Simón a las alturas celestiales. Pero al
menos, desde la vidrieras catedralicias donde un anónimo maestro
vidriero, adepto quizá al catarismo, le representó, aún vela por los
iniciados, por los que buscan lo invisible; y de paso, advierte de lo
que puede suceder a quienes les entran tentaciones de comprar o vender
bienes espirituales por precios temporales.
LA LEYENDA, EL MITO Y LA SUPERTICIÓN
ENVUELVE todo lo relativo al culto de san Critobal. El aura mítica de
este personaje se hace realidad en Asia Menor. Un tal Cristóforos es
martirizado hacia el sigloIII y su figura es venerada en Calcedonia a
partir del siglo V. Pero hay otro relato que se podría superponer al
anterior. Un ser extraño y deforme, de nombre Réprobo, descendiente del
pueblo mítico de los cinocéfalos, se convierte al cristianismo, es
bautizado como Cristóforos es martirizado hacia el sigloIII y su figura
es venerada en Calcedonia a partir del siglo V . Pero hay otro relato
que podría superponer el anterior. Un señor extraño y deforme, de nombre
Réprobo, descendiente del pueblo mítico de los cinocéfalos, se
convierte al cristianismo, es bautizado como Cristóforos y su rostro se
transfoma en humano. El culto se extiende por todo el mundo cristiano.
Luego pasa a ser un gigante cananeo que ayuda a los viajeros a atrevasar
un currso de agua peligroso. Un niño solicita sus servicios. Tras
subirle a los hombros se da cuenta que la criatura pesa cada vez más,
hasta eel punto que el gigante tiene que apoyarse en su bastón para
poder llegar a la otra orilla. El niño se revela ante Cristo.
Históricamete la auntenticidad de san Cristóbal es muy dudosa, pero ello
no ha impedido que su figura haya sido objeto de gran veneración hasta
el siglo XVI. Aunque la iconografía de san Cristóbales muy dudosa , pero
ello no ha impedido que su figura haya sido objeto de gran veneración
hasta el siglo X, la posterior profusión de imágenes de santo en la Edad
Media se debe a su condición de santo profiláctico y sanador, protector
contra la peste y patrón de los moribundos , hasta el punto de que una
simple mirada a su imaagen, bastaba para impedir la muerte en un viaje
sin los sacramentos de la Iglesia. Esto explicaría su representación
monumental a la entrada de los templos, com es el caso de la catedral,
en la pared derecha que se encuentra al transpasar la puerta norte. La
efigie del santo pasa totalmente desaparecibida en una de las vidrieras
de la ventana alta del lado sur ;algo parecido sucede con el muro del
claustro, a la izquierda de la entrada, en el que un san Cristóbal,
bastante deteriorado, domina un capitel entre snta Catalina y una dama, ¿
quizás santa Trahamunda? . Todo ello sin olvidar que el nombre del
santo figura en un documento de 1080 como una de las advocaciones a las
que está consagrada la catedral.
En el siglo XII se adopta en la región sur de los Alpes una interpretación´
mística del nombre de Cristóbal, que designa en esa época la presencia
viva de Cristo en los mártires . Cristóbal con largas vestiduras ceñidas
por un into lleva en sus brazos, y a veces ante su corazón, a Cristo en
Majestad con la mano que bendice. Además el santo presenta rasgos
semejantes a los de Cristo. Una mención aparte merece, finalmente, el
tipo ´´cinocéfalo tiene cabeza de perro; su nariz se alaga como un
hocico y los orejas son puntiagudas , en relación evidente al modelo del
dios egipcio Anubis, en una amalgama de símbolos que se pierde en los
entresijos de los mitos.
EL AÑO 1880 ES UNA FECHA FUNDAMENTAL
PARA LA historia del arte y la comprensión de lo que nos rodea.
Dos años
antes , Edison, tras numerosos intentos con filamentos llevados a la
incandescencia, decide experimentar con carbono quemado que proporciona
luz estable. A partir de entonces, el descubrimiento de esa luminosidad,
quieta y sin movimiento, produce un nuevo concepto de la realidad en
los interiores y en la noche; las sombras dejan de temblar en las
calles, en las paredes de las casas, en la arquitectura, en los motivos
ornamentales. Como por arte de magia el siglo XIX derrota las sombras
que acompañaron a la humanidad, desde sus inicios como especie
inteligente. A partir de 1880 se crea otra nueva especie de sombras.
Sombras congeladas, nunca vistas, inencontrables en la naturaleza; la
sombra que produce la luz del sol se mueve, no resulta estática; un
paisaje se vuelve irreconocible en el espacio de una hora. En la
arquitectura o en sus detalles, la luz de las velas, de las antorchas
encendidas o el baile inquietante del fuego engendra formas trémulas,
agitadas, dramáticas, nunca planas, con el volumen preciso de claros y
oscuros para que se haga realidad el significado que les otorgó el
artista cuando fueron concebidos. Hasta finales del siglo XIX las
sombras temblaron en las calles, en las casas y en los templos.
La piedra resucitaba entre la tiniebla apenas iluminada. En cambio, la
nueva luz surgida de las lámparas incandescentes congeló las sombras
para siempre. Luego llegó la deformación visual de las iluminaciones
artificiales planas, incapaces de obtener de la piedra su delicado
mensaje de volúmenes, claroscuros, formas y perfiles dramáticas.
Volvamos atrás en el tiempo; una tarde de noviembre, cuando en León
oscurece a las seis de la tarde. Algunas antorchas o teas arden cerca de
la portada principal. El viento agita las sombras, se cuela a través
del tímpano del Juicio Final y las figuras, instigadas por las ráfagas
de claridad, despiertan de su letargo. ¿Quién podría pasar por delante
de la catedral y no sobrecogerse de espanto ante semejante visión?
Un capitel, una escultura, un relieve iluminado lateralmente o por su
parte inferior abre para el observador las puertas a una nueva realidad
que deja una huella imperecedera en la memoria.
Existe un carácter profundo en iniciático en el mundo de las sombras. Si
la muerte iniciática es indispensable en el comienzo de la vida
espiritual, el simbolismo permanece definido en el carácter que rodea el
interior de la catedral cuando llega la noche; tinieblas alargadas,
formas abovedadas de gran altura que semejan una noche cósmica, la
matriz telúrica, el vientre de un monstruo, las formas que se adivinan
en los capiteles, en las enjutas, en las extrañas máscaras vegetales, en
esos rostros inexpresivos repartidos de forma precisa por templo y
claustro. Imágenes y símbolos de la muerte ritual, anticipo de una nueva
vida que está preparándose. La magia de la luz transformándose durante
el día, mutando la catedral a azul cuando la luz se aleja en los
atardeceres de enero y naves de una tiniebla iniciática, cuyo auténtico
significado definitivamente hemos perdido.
EPÍLOGO I
Existe un suceso acaecido a comienzos de
los años cincuenta, no publicado en ningún periódico, y que, sin
embargo, salió a la luz, de forma escueta y bastante incompleta, gracias
a unas cuartillas encontradas entre escombros, en el derribo de una
casa cercana a la catedral. Un hombre llega en tren a León a finales de
enero. Parece ser que eran las tres de la mañana y la hora tan
intempestiva le obliga a coger una fonda en las cercanías de la
estación. Al día siguiente, el curioso personaje, muy de mañana, se
acerca a la catedral. Según investigaciones posteriores, conversó con el
archivero y algún que otro canónigo sobre libros y documentos del
archivo. El atardecer le sorprendió entre algunos cacharrerías y puestos
de libros viejos.
Tres días después desapareció. La dueña de la fonda denuncia la ausencia
y comienzan la búsqueda de la policía. Aparece un cuerpo flotando en el
río Bernesga en lo que tiene toda la apariencia de ser un suicidio. Las
conversaciones de la policía con las personas a las que el extraño
personaje había interrogado, sume a los inspectores en el desconcierto
más absoluto, no habituados, por otra parte, a semejantes pesquisas.
El objetivo de la visita a León del extraño personaje era localizar un
ejemplar (que parece ser custodiaba el Archivo Catedralicio) del más
famoso y más buscado de los libros legendarios; el Necoronomicon, el
libro de los nombres muertos, del árabe demente Abdul. Al – Hazred,
hecho realidad por el escritor norteamericano Howard Phillipos
Lovercraft, en su saga Los Mitos de Cthulhu. Ante la falta de papeles
identificativos del viajero se archiva el caso, al no haberse encontrado
explicaciones de lo ocurrido. En la maleta que permanecía en la pensión
sólo se pudieron encontrar efectos personales sin ninguna importancia y
varios documentos, entre ellos un plano de círculos numerados e
intercomunicados por caminos.
Casi veinte años después, a finales de los sesenta, se publica una nueva
edición de Los Mitos de Cthulhu de H.P. Lovecraft. En la introducción,
un fragmento de texto en castellano antiguo, esotérico, con referencia a
seres primigenios, lleva la siguiente indicación: Abdul Alhzred
(Necronomicon) Según la traducción castellana (León ¿1300? ¿Sahagún?)
hallada en el Archivo Histórico de Simancas.
Por eso estoy plenamente convencido de
que estas hipótesis son ciertas. Hay que iniciar una excavación profunda
y sistemática bajo el subsuelo de Catedral. Deberían encontrar más de
una sorpresa, posiblemente los restos de un círculo megalítico, que
dominó hace aproximadamente cuatro mil años la colina en donde hoy se
alza la Catedral de León. Como todos los grandes monumentos, este
complejo de menhires fue diseñado por un solo hombre, alguien venido de
lejos, posiblemente del oriente mediterráneo, a través de las rutas que
seguían los comerciantes de ámbar y estaño. El paso por este lugar
estaría dentro de lo posible. El punto geográfico que ocupa la catedral
pertenece a la categoría más elevada de espacios en los que el universo
se vuelve accesible para la mente humana. Los siglos dieron la razón a
los constructores de estas obras. El arte gótico erige catedrales, a
modo de naves que parecen surcar la tierra orientándose por los
Pléyades, que Diodoro de Sicilia señala como constelación guía de los
navegantes de la Antiguedad y a la que estaban orientados los complejos
megalíticos de Inglaterra y el Norte de España.
Maravilloso resumen de Juan Luis Puente López.
(extraido de : Los Secretos de la Catedral de León)
Mensajes Escondidos en la Catedral de León.
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