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Cuando hace el camino se hace a sí mismo. Al caminar, el viejo de la montaña no pisa el suelo. No es que no lo toque, ni la tierra no cruja a su paso, ni la hierba no se pliegue bajo su peso. Es que al caminar, él sabe que siendo de este mundo realmente no lo es y que su tránsito por él es tan solo pasajero (como todo tránsito). Un viento que arrastra vivencias desde el mundo de los sueños al de la realidad más cristalina.
Él sabe que su reino no es de este mundo. Así que cuando camina no lo hace. Sabe que sueña vivir despierto y que, en la realidad más cierta, vuela en los espacios infinitos del Ser.
Por eso nunca lo ven alejarse. Por eso nunca desanda el camino andado. Por eso para él caminar es vivirse. Y vivirse saber que, ante todo, es un ser alado que acostumbrado al vuelo vive una vida de hombre.
El viejo de la montaña no habla por hablar. Sabe que el don del habla es un verso sagrado que se ha otorgado al hombre para que manifieste lo que libre está de la pesada carga del tiempo y la materia. Un don de Luz expresado en versos que el hombre no usa responsablemente. Y que el pensamiento es la puerta de la Luz en la mente. Y que atravesar esa puerta significa no solo dignificar los pensamientos, sino iluminar la mente pensando en Luz. Y en la Luz ser el agua calma de la laguna.
Un día, de entre los muchos días que llenaron su vida, un joven de espíritu con la piel quebradiza por el tiempo, le preguntó:
- "Hombre sabio, ¿por qué marcas la sonrisa con la tierna mirada del chiquillo?."
Y el viejo le contestó:
- "Porque solo siendo como un niño se es capaz de entender la voz del silencio y la amable cualidad de la vida: te acaricia como te rasga".
El joven viejo no estaba muy seguro de haber entendido sus palabras. Por eso frunció ligeramente el ceño y esbozó un silencio intenso.
Y el viejo de la montaña añadió:
- "Solo siendo como un niño entenderás el sentido de mis palabras, pues no cabalgan a lomos del intelecto, sino del silencio que es la voz. Ahora sigue tu camino y vuelve a encontrarme cuando al verte en el espejo reconozcas en ti al niño dormido que habita en el hombre que eres y cree estar despierto."
Al oír estas palabras una fina lluvia se dejó caer sobre ambos, y el arcoíris selló aquél momento. En su silencio el cielo había hablado. Y el viejo de la montaña sonrió abiertamente.
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