Reflexión sobre las pinturas
rupestres a partir del libro de David Lewis-Williams, “La mente en la
caverna. La conciencia y los orígenes del arte”.
Actualmente ya nadie duda del significado simbólico de las pinturas
rupestres, aunque, por otro lado, sea imposible conocer su función
exacta. Sin embargo, parece claro que la mentalidad del hombre del
paleolítico era mucho más compleja de lo que se creyó al principio de
las investigaciones sobre el arte rupestre. Por ello, el énfasis que un
primer momento se dio al sentimiento mágico, se trasladó más tarde al
pensamiento simbólico. Las imágenes que aparecen pintadas en las paredes
de las cuevas no sólo tendrían una función mágica inmediata, como
pudiera ser la de convocar al espíritu de la manada en una expedición de
caza, sino que, además, parece que lo representado podía simbolizar
ideas más complejas, a nivel de representaciones de ideas inmateriales
mediante unas formas materiales. De este modo, cada imagen podría tener
múltiples significados, si bien todos ellos se referirían de una forma u
otra al mundo de los espíritus. En este sentido y según la idea
propuesta por Mircea Eliade y recogida por el propio Lewis-Williams de
que las religiones paleolíticas podrían ser chamánicas, debe tenerse en
cuenta que la base del chamanismo se halla precisamente en la creencia
en otros reinos, en unos mundos estratificados de los cuales uno se
halla por encima y otro por debajo de la superficie del mundo habitado:
“El cielo arriba, el infierno abajo, y la desasosegada humanidad en
medio”. En el arte rupestre se representaban las experiencias
subterráneas y de vuelo de los primitivos chamanes, pero también los
ritos de curación que se producían, y todavía se producen en según qué
tradiciones, mediante la imposición de manos. El rasgo más importante
del chamanismo sería la obtención de visiones de estos mundos invisibles
y la obtención de poderes a partir de ellos, las imágenes dibujadas en
las cuevas, tendrían pues una doble función: la de facilitar nuevas
visiones y acceder a los poderes a través de la pared de la cueva que
sería una suerte de “velo” que separaría y al tiempo que uniría el mundo
espiritual y el material Los colores empleados también son
significativos, así por ejemplo el color rojo se encontraba en un
pigmento que debía calentarse al rojo vivo y que después se mezclaba con
sangre como todavía sucede con tribus de África, donde pervive la
creencia que la sangre contiene “poder”, de modo que las pinturas así
realizadas se convierten en “depósitos de poder”. Al danzar ritualmente
cerca de ellas, el poder que contienen penetra en los danzantes.
Lewis-Williams explica que una anciana que vivía al sur de las
Drakensberg le contó que aún ahora podía extraer poder de algunas
imágenes. Decía que si “una buena persona” colocaba las manos sobre las
pinturas, el poder encerrado en ellas fluía hacia esta persona, mientras
que si esta operación la hacía “una mala persona” su mano quedaría
adherida a la roca y se consumiría hasta morir. La importancia que podía
tener el hecho ritual de tocar las pinturas la confirma las manchas de
pintura y los “halos” que se observan alrededor de las figuras y las
huellas de las manos, además podrían relacionarse con el acto ritual de
tocar la roca.
Imágenes de la “Cueva
de las manos” en la Patagonia argentina (la principal es de Rob
Kroenert)
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