La vanidad es la forma más primitiva de egoísmo. Es propia de los espíritus más jóvenes, de los espíritus que a pesar de haber avanzado bastante en inteligencia, todavía son principiantes en el conocimiento de los sentimientos.
La principal característica del vanidoso es que está muy pendiente de sí mismo, sobre todo de satisfacer sus necesidades y deseos más primitivos, y escasa o nulamente preocupado de las necesidades de los demás seres, con lo cual se excede en la práctica de su libre albedrío, sin ser consciente de que en muchas ocasiones invade el libre albedrío de los demás. La persona vanidosa pretende ser el centro, que los demás se fijen en ella. Al conocer escasamente el amor, no distingue bien entre el amor verdadero y la complacencia. Necesita y desea más que ama. Por ello, en sus relaciones, se inclina más a buscar la fama, la admiración, la alabanza, el ser complacida y satisfecha en sus deseos, que a ser querida y querer.
El vanidoso establece comparaciones continuas entre sí mismo y los demás, intentando siempre aparecer por encima de ellos. Frecuentemente se burla y difama a los que cree por debajo de él en aptitudes o en condiciones materiales, y alaba excesivamente a los que cree puede utilizar para obtener algo para sí mismo. Suele actuar injustamente, siempre favoreciendo sus intereses. Por ello frecuentemente falsea la realidad para disfrazar sus actos egoístas. A menudo se siente insatisfecho consigo mismo debido al poco sentimiento que desprende, y por ello huye pavorosamente de la soledad. Necesita mucho de otras personas, a las cuales suele intentar manipular y absorber para satisfacer, no sólo sus necesidades, sino sus gustos y sus caprichos, hasta el punto de esclavizar física o psicológicamente a las personas que están a su alrededor.
Pero también se cansa rápidamente de las relaciones si éstas no le reportan la satisfacción esperada. Por ello, son personas que absorben y manipulan frecuentemente a los miembros de su familia más indefensos, como la pareja o los hijos, y en las relaciones laborales, a sus subordinados, por considerar que son personas de su propiedad o que no pueden escapar a su influencia. Cuando no reciben la atención que creen merecer, buscan llamar la atención de los demás de cualquier forma y a cualquier precio, utilizando el victimismo, la agresividad, el chantaje, el engaño o cualquier otra forma de manipulación que encuentren.
Debido a la vibración tan negativa y asfixiante que pueden generar cuando su defecto se manifiesta en toda su plenitud, acaban por extenuar a las personas de su entorno, por lo que, si no conocen la vanidad y saben como manejarla, pocas son las personas capaces de aguantarlo durante mucho tiempo. Esta es la razón por la cual tienen muchos conocidos y pocos amigos. Se cansan fácilmente de lo que cuesta esfuerzo y buscan que otras personas asuman sus responsabilidades, a pesar de alardear constantemente de lo mucho que ellos hacen y lo poco que hacen los demás. Cuando hacen algo por alguien, raramente es de forma desinteresada y discreta, sino que siempre lo hacen con alarde, buscado una compensación a cambio que, generalmente, suele ser mayor que el gesto que ellos han tenido con los demás. Un vanidoso no pretende ser buena persona, sino sólo aparentarlo.
¡Buf, pues espero que no haya mucha gente así!
Pues las tres cuartas partes de la humanidad todavía se encuentran en esta fase inicial de evolución y la vanidad es el defecto predominante en la clase política de vuestro mundo. Aunque seguramente no haya nadie que se identifique con lo que he dicho, porque admitirlo sería ya signo de que la persona se encuentra en una etapa más avanzada. Es por ello que vuestro planeta está como está.
¡Pues vivir con personas así de egoístas tiene que ser un suplicio!
¿Acaso crees tú que estás libre del egoísmo, se manifieste de esta forma o de otra más sutil? Es una afirmación la que haces en la que sacas a relucir tu propio egoísmo, manifestado en forma de incomprensión hacia tus hermanos, que te sirve para justificar el querer apartarte de ellos por no ser más avanzados. Esta etapa de la vanidad, al igual que las siguientes del orgullo y la soberbia, son etapas por las cuales todos, absolutamente todos los espíritus, han de pasar en su camino de perfeccionamiento. Y el que las ha superado es porque en algún momento ha tomado conciencia de su defecto y ha trabajado por superarlo, y lo ha conseguido con la ayuda de los ejemplos de personas más avanzadas de las cuales aprender. Si los espíritus más avanzados, cuando consiguen su avance se desentendieran de sus hermanos menos avanzados, ¿qué clase de amor estarían cultivando?
El hecho de que lo haya descrito así tan directamente puede parecer muy crudo. Pero no lo hago con la intención de que se utilice para discriminar o marginar a nadie, sino sólo para que toméis conciencia de esta manifestación del egoísmo, y que empleéis este conocimiento para vuestra mejora.
¿Y cómo aprende el espíritu a tomar conciencia de su propio egoísmo, en este caso manifestado en forma de vanidad, y a vencerlo?
Generalmente, sufriendo en carne propia las actitudes egoístas de otros, semejantes en egoísmo a él mismo. La ley de la justicia espiritual enfrenta a cada uno con sus propios actos, aunque sea a través de los actos de los demás, para que de ahí el espíritu saque el mayor provecho para su evolución. El sufrimiento propio sensibiliza al espíritu, le hace adquirir mayor sensibilidad para percibir el sufrimiento de los demás, sobre todo el de aquellos que han pasado por circunstancias semejantes a las de uno mismo. Le hace despertar un sentimiento de solidaridad hacia ellos, que es el germen del amor.
¿Y siempre ha de ocurrir que el espíritu haya de experimentar en carne propia el sufrimiento de los propios actos para aprender que estos actos son perniciosos para los demás?
No. Puede hacerlo por comprensión, porque se haya dado cuenta del daño que producen en los demás sus propias actuaciones, o porque ha aprendido de los errores y experiencias de los demás. Pero para ello debe haber crecido lo suficiente en sensibilidad, en amor, porque como digo, sólo cuando hay amor se está receptivo a sentir a los demás, incluido su sufrimiento, como a uno mismo. De ahí que, en las primeras etapas, el espíritu avance más por sufrimiento, por experimentación en sí mismo de las actitudes egoístas que él mismo generó, mientras que cuando ya ha desarrollado el amor, avanza más por comprensión, comprensión de las experiencias propias pasadas o de las experiencias de los demás.
¿Y qué se puede hacer para vencer la vanidad desde la comprensión?
El primer paso es tomar conciencia del defecto y el segundo paso es la modificación de la actitud. Por el hecho de adquirir conciencia de nuestro defecto no vamos a conseguir que deje de manifestarse. Si somos capaces de reconocerlo y admitirlo, pero al mismo tiempo evitamos actuar conforme él quiere, es decir, no nos dejamos arrastrar por él a la hora de tomar decisiones en nuestra vida, sino que vamos actuando más conforme nos dictan los sentimientos, el defecto irá perdiendo fuerza, hasta que finalmente será vencido. La toma de conciencia pasa por conocer en profundidad en qué consiste la vanidad, cómo se manifiesta en uno mismo y qué es lo que la alimenta. La vanidad se alimenta de la creencia de que para ser feliz lo importante es ser el centro de atención, que a uno lo admiren, lo halaguen y estén pendientes de él y le colmen de placeres, regalos y atenciones.
La vanidad se manifiesta como una tendencia a transformar la realidad para hacer creer a los demás y a uno mismo que necesita poseer todo lo que ve a su alrededor, tanto cosas como personas, para ser feliz. La vanidad es como una aspiradora que atrapa todo lo que encuentra a su paso, reteniéndolo para sí misma, pero sin llegar a apreciar nada de lo que tiene. Es como el niño que patalea y protesta para que sus padres le compren un juguete, aparentemente el más maravilloso del mundo y sin el cual no va a poder ser feliz. Y cuando lo consigue, apenas juega con él unos minutos, y luego se cansa y lo deshecha.
Por lo tanto, mientras el vanidoso continúe pendiente de querer llamar la atención para satisfacer sus propios caprichos, si no trabaja por despertar en sí mismo los sentimientos, siempre se sentirá insatisfecho, vacío, infeliz, aunque pueda ser querido por los demás, porque no sabrá reconocerlo, no sabrá apreciarlo. Aquello que no se consigue por el propio esfuerzo, por la propia voluntad, ni se sabe comprender, ni se sabe apreciar, ni se sabe disfrutar, y el vanidoso apenas lucha por nada, sino que intenta que sean los demás los que lo consigan por él. Cuando tiene objetivos suelen ser siempre objetivos exteriores, materialistas, de apariencia, casi nunca objetivos del interior espiritual.
El vanidoso se parece a aquel que siempre se calienta al fuego en la hoguera de los vecinos por no querer esforzarse por encender su propio fuego. Será siempre dependiente de los demás y no podrá hacer nada por sí mismo. Enciende tu propio fuego en ti mismo y no dependerás de nadie para calentarte. Ese fuego a nivel espiritual es la llama del amor, que reconforta y calienta al espíritu, le da fuerza para avanzar y ser auténticamente feliz.
Pero hay mucha gente que busca el éxito como forma de alcanzar la felicidad. ¿Que les dirías?
Que se engañan a sí mismos. El éxito es un halago para la vanidad, pero es una trampa para el sentimiento. La única manera de conseguir la felicidad es llenarse con amor.
¿Podrías dar un consejo breve que resuma todo lo que has dicho para vencer la vanidad desde la comprensión?
Sí. El paso que debe dar el vanidoso para superar su defecto es comprender que la felicidad no depende del exterior sino del interior. Esta es la gran lección que todos hemos de aprender: la felicidad verdadera no depende de que los demás te amen, sino de que tú ames. Por lo tanto, si quieres ser feliz, deja de buscar desesperadamente que los demás te amen y busca despertar tu propio sentimiento.
¿Qué le dirías a un vanidoso que le pudiera ayudar en su evolución?
Jamás conseguirás ser feliz a través de lograr la admiración, el cariño, el éxito, el reconocimiento de los demás. Si estás insatisfecho con tu vida, si te sientes solo y vacío, no busques fuera a los culpables de tu infelicidad, porque no están fuera, sino dentro de ti. No busques calentarte en el fuego de los demás porque nunca tendrás bastante. Enciende tu propia llama para que así no dependa tu estado de lo que hagan o dejen de hacer los demás por ti. Deja a un lado el egoísmo y ama, porque la única manera de llenar el vacío interior es amar incondicionalmente.
Parece una contradicción lo que dices ahora con lo que has dicho anteriormente. Si uno renuncia a que lo amen, ¿cómo va a poder amar?
Tal vez me haya explicado mal. No hay que renunciar a ser amado. Lo que quiero decir es que buscamos de forma incorrecta la felicidad. Ponemos todo el peso en un plato de la balanza y exigimos que la balanza esté equilibrada.
No sé lo que quieres decir exactamente. ¿Tienes algún ejemplo que me pueda servir para entenderlo?
Sí. Imaginaos que reunimos a toda la humanidad en una plaza gigantesca para repartir todo el amor que existe en el mundo. Primero preguntamos: “¿Quién quiere recibir amor?”. Veremos que el cien por cien de la gente levanta la mano insistentemente diciendo: “Yo, yo. A mí primero. Yo soy el que más lo necesita”. Pero si ahora preguntamos: “¿Quién esta dispuesto a dar su amor?” Veremos como rápidamente la plaza se queda vacía y sólo unos pocos de los que había se quedan para levantar la mano. ¿Qué es lo que quedará para repartir? Sólo el amor que dan unos pocos. Pues esto es lo que ocurre en vuestra humanidad, que sólo el amor de unos pocos sostiene al mundo, porque la mayoría está sólo dispuesto para recibir, pero no para recibir amor, sino principalmente para satisfacer su egoísmo.
Esperamos, como sujetos pasivos, a que el amor venga de fuera. A que, por arte de magia, ese amor del exterior nos alcance y nos haga ser felices, sin que nosotros tengamos que hacer nada, como si de una droga se tratara. Pero, como digo, aun recibiendo todo lo que necesitamos, si permanecemos pasivos, si no hemos luchado por vencer nuestro egoísmo, llegará ese ser que nos ama para darnos todo lo que lleva dentro y diremos: “No es suficiente, todavía no soy feliz. Todavía necesito que me des más”. Y exigiremos más y más porque nunca será suficiente para llenar nuestro vacío interior. Y nunca apreciaremos lo que se nos ha dado, sino que sólo veremos aquello que todavía no hemos recibido. Cualquier pequeño obstáculo de la vida, será un motivo de queja. Si amanece nublado nos quejaremos porque hace frío, si amanece soleado nos quejaremos porque hace calor. Y todo ello porque buscamos incorrectamente.
Ese vacío que uno siente sólo se puede llenar con el amor que uno mismo es capaz de generar, de forma activa, para sí mismo y para los demás. Por lo tanto, para ser feliz es tan necesario dar amor como recibirlo.
Volviendo al tema de la vanidad, digo yo que no todo el mundo que se encuentre en la etapa de la vanidad tendrá las mismas características.
No. Dentro de la vanidad existen diferentes grados. En una primera etapa de vanidad inicial se dan las manifestaciones más primitivas y materiales del egoísmo, como la avaricia (no querer compartir con los demás lo que uno tiene), la codicia (querer poseer cada vez más, aun perjudicando a otros), la envidia (rechazo por los que tienen algo material que uno codicia). En una segunda etapa, cuando el espíritu avanza en el conocimiento de los sentimientos, este egoísmo materialista comienza a transformarse en egoísmo espiritual. En esta etapa el espíritu continúa aferrándose al egoísmo, pero al mismo tiempo ya ha comenzado a desarrollar el sentimiento. Aunque todavía es reacio a dar, es capaz de reconocer la presencia de amor y el bienestar que produce, y busca recibirlo.
Es entonces cuando la avaricia se va transformando en apego (no querer compartir con los demás el cariño y el amor que uno recibe de determinadas personas) y la codicia, en absorbencia (querer que todo el mundo esté pendiente de uno para darle cariño), mientras que la envidia toma un cariz más sutil y se transforma en aversión por los que tienen alguna virtud espiritual que uno no tiene pero que le gustaría tener. Al ser más sensibles, tienen un concepto de justicia más desarrollado, pero cuando el asunto les concierne a ellos, con frecuencia actúan injustamente favoreciéndose a sí mismos a sabiendas, por seguir aferrándose a su egoísmo, con lo cual son más culpables por ser más conscientes.
¿Qué avance fundamental ha logrado el espíritu para poder decir de él que ha superado la etapa de la vanidad?
El principal logro que marca la frontera entre la vanidad y el orgullo, es el despertar del propio amor espiritual. Mientras que el vanidoso es eminentemente un espíritu receptor de amor, el orgulloso ya es un espíritu dador de amor. Significa que ha adquirido la capaz de amar verdaderamente por iniciativa propia de forma bastante afianzada.
¿Quiere decir esto que el vanidoso no es capaz de amar o no ha experimentado el amor?
No, por supuesto. Todos los espíritus son capaces de amar. De hecho todo espíritu que ha llegado a la fase del orgullo ha pasado antes por la fase de la vanidad y, por supuesto, el pasar a ser un emisor de amor no sucede de un día para otro, sino que existirá un prolongado tiempo en el que habrá una lucha entre el despertar del sentimiento y el egoísmo, entre lo que enciende y lo que apaga la llama del amor. En el vanidoso esa llama es débil, se enciende y apaga continuamente. Todavía no hay una voluntad firme de trabajar por los sentimientos y no pone énfasis en alimentar esa llama, ya que todavía está muy pendiente de satisfacer sus caprichos egoístas.
Dicho de otro modo, mientras que el vanidoso todavía no ha sido capaz de encender o avivar su propia llama y todavía busca calentarse con el fuego que emana de los demás, el orgulloso ya ha descubierto la forma de encender su propio fuego interior y su voluntad trabaja con mayor firmeza para mantenerlo encendido, porque ha reconocido y experimentado algo de la felicidad verdadera que emana cuando esa llama arde con fuerza, y quiere experimentarlo con mayor intensidad.
¿Y cómo aprende el espíritu a encender su propia llama?
Con la experiencia propia y el ejemplo de otros espíritus más avanzados.
Generalmente un espíritu vanidoso es iniciado en el amor por un espíritu más avanzado, dador de amor, encarnado como alguien cercano: su propia pareja, un familiar, como el padre, la madre, un hijo o hija, un hermano o hermana. Muchas veces el espíritu menos avanzado, acostumbrado a que los demás trabajen por él, no toma conciencia en ese momento de lo que se le está dando, y pide cada vez más y más... Hasta que lo pierde. Se despierta entonces una nostalgia por el amor perdido y un deseo de volver a experimentar lo que un día se tuvo, una toma de conciencia y un reconocimiento de que fue amado y no fue capaz de apreciarlo. Esta necesidad despierta los primeros sentimientos por la persona o personas que tanto le dieron, que perdurará para otras vidas. Es decir, que para que uno pueda ser capaz de dar amor, primero ha de ser capaz de recibirlo.
En vidas subsiguientes, el espíritu afrontará la experiencia de convivir cercanamente con otros espíritus menos avanzados que él, que requerirán de él lo mismo que él requirió de los demás y así se verá confrontado con su propio yo, para que reconozca en las actitudes egoístas de los demás la suya propia. Este aprendizaje se puede prolongar durante multitud de vidas, alternado las vidas en las que se hace el papel principal de receptor o de dador. Cuanto más se da como dador, más se recibe como receptor. Ya depende de la voluntad del espíritu el seguir el camino del amor o el de continuar por el del egoísmo.
LAS LEYES ESPIRITUALES
Vicent Guillem
http://lasleyesespirituales.
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