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Miradas a la vida, a mi vida, a lo que hago, a lo que nunca hice, a lo que haga quizá algún día…
Miradas acompasadas con ritmos y latidos, con suspiros y añoranzas, con ilusiones y devociones a eso mismo: a la vida, al entorno, al contorno de los ojos, de los labios, de los árboles crecientes en el llano horizonte o al mar embravecido (que de espuma teje encajes blanquecinos y borda de hilos verdes el tiempo, la misma mar y el cielo).
Cuanto miro, cuanto veo, cuanto observo…: diagramas de luces y colores, de sombras y luminiscencias, de sentimientos, de emociones y pasiones…, son sueños de mí mismo. Ni siquiera un soñar despierto. Si quisiera, un dormir continuo que busca florecer amaneciendo.
Y, entre tanto, respiro, suspiro, entiendo, pregunto, me pierdo, me encuentro… Sin lamentos…, alguno escondido. Sin llantos…, alguno vertido. Con encanto…, muchas risas y destellos. Entreabiertos los ojos, un mirar perdido al horizonte. Vivir fluido. Vivir latiendo…, eso intento. Y estrellas en mi cielo de continuo.
Miradas a las flores, a la amada, a los hijos, a la inercia y la sinergia de la vida, al tempestuoso acorde mesurado o desbordado del acontecer más cotidiano o del vivir más sereno, más fugaz, más sincero… O al misterio más profundo que rubrica cada instante en el que vivir sea un intento por permanecer despierto, por conquistar la cordura más incierta o la locura más fresca.
¿Yo cuerdo?. Ni lo intento. ¿Yo loco?. Me contento con hablar el lenguaje del silencio, rasgar velos (en mis sueños de despierto dormido o de dormido despierto o de aprendiz de viviente caminante bajo el cielo). Finalmente loco cuerdo, cuerdo loco, poco a poco más sereno. Solo soy, bajo el cielo, una sombra buscando erguirse, un erguido acariciando el suelo.
Aspirante caminante a levantar el vuelo que, por perderse en el camino y sin perderse, resolvió el misterio:
Todo cuanto veo soy Yo Mismo. Soy siendo lo que observo. Ello soy. Yo soy ello. Y tú mismo.
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