Abrid los ojos hacia vosotros mismos y mirad en el infinito del espacio y el tiempo. Oireis que alli vuelven a resonar el canto de los astros, la voz de los numeros y la armonia de las esferas. Cada sol es un pensamiento de dios y cada planeta una forma de ese pensamiento, y es para conocer el pensamiento divino que vosotras almas descendereis y remontareis penosamente el camino de los siete planetas y de los siete cielos suyos. HERMES TRISMEGISTO
DEDICATORIA
Allí, donde habitan las mariposas, lo hacen tambien las hadas y los angeles, la verdad y la ilusion, la alegria, el amor, la dulzura y la fantasia; los mas bellos sueños y la esperanza.
Es el lugar donde los rios son de miel y las montañas de plata y diamantes; donde los seres alados bailan moviendose al ritmo de la musica de George Harrison y el aroma del Padmini; donde puedo descansar en grandes almohadones de plumas tejidos con hilos de seda y oro. Es mi refugio, y el de muchos que sueñan encontrarlo, sin saber aún que son mariposas.
Este blog esta dedicado a todos ellos y ojala puedan disfrutarlo como parte de su camino hacia el lugar donde habitaron o habitaran algun dia
Parameshwary
Enero 2009
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miércoles, 27 de marzo de 2019
Los Cátaros parte 2
Ribagorza tuvo en sus inicios una mayor dependencia de los francos, como era habitual en los marquesados más orientales. Desde el siglo IX está constituido como un territorio cristiano articulado por los valles de los ríos Noguera Ribagorzana y Noguera Pallaresa, así como la cuenca del río Isábena. Estaba vinculado a los condes de Tolosa hasta que, tras la crisis del condado tolosano del último cuarto del siglo IX, provocada por la violenta muerte del conde Bernardo II, un magnate local, Raimundo I de Ribagorza-Pallars se erige como conde independiente del poder franco e inicia una dinastía propia.
Así se puede decir que, al igual que sucederá con los condados más orientales, es el siglo X el momento en que comienza la disgregación en condados independientes de la Marca Hispánica.
Inmediatamente después de la conquista carolingia, en los territorios dominados por los francos, se encuentra la mención de unos distritos político-administrativos, como Pallars, Ribagorza, Urgel, Barcelona, Gerona, Osona, Ampurias, Rosellón, que reciben el nombre de condado, dentro del cual, como subdivisión, existen otras circunscripciones menores, el «pago» (pagus), como por ejemplo, Berga o Vallespir.
El origen de estos condados o pagos se remonta a épocas anteriores a los carolingios, tal como lo testimonia la frecuente coincidencia entre sus límites y los de los territorios de antiguas tribus íberas. Como ejemplo, el condado de Cerdaña correspondía al pueblo de los ceretanos, el de Osona al de los ausetanos, y el pagus de Berga a los bergistanos o bergusis.
En consecuencia, estos territorios forzosamente deberían haber tenido alguna entidad política-administrativa en tiempos de los romanos y de los visigodos, aunque no se denominasen condados, ni hubiesen estado gobernados por condes en la época de los reyes de Toledo.
En la monarquía visigoda, los condes, situados en jerarquía por debajo de los duques, la máxima autoridad provincial, gobernaban solo las ciudades, circunscribiéndose su autoridad exclusivamente al ámbito urbano, a menudo delimitado por murallas, que excluían el distrito rural dependiente de la ciudad. Por consiguiente, para organizar los territorios ganados al sur del Pirineo, los francos no crearon ninguna entidad, sino que se limitaron a conservar las ya establecidas por las tradiciones administrativas de sus pobladores.
Inicialmente la autoridad condal recayó en la aristocracia local, tribal o visigoda, pero los intentos de convertir sus demarcaciones en señoríos hereditarios obligó a los carolingios a sustituirlos por condes de origen franco. De este modo, en Girona, Urgel y Cerdaña hubieron de aceptar en el año 785 la autoridad franca que impuso el Imperio carolingio en estas marcas, como baluarte contra la pujante expansión del emirato cordobés del poderoso Abderramán I, ya independizado de oriente.
Asimismo, Carlomagno, que en esta época rivalizaba por el dominio de occidente con el Emirato de Córdoba, situó marqueses y consolidó su poder ocupando Ribagorza, Pallars, Cerdaña, Besalú, Girona, Ausona y Barcelona, donde estableció caudillos con prerrogativas militares para oponerse a las ofensivas árabes.
A lo largo de todo el siglo IX los condados hispánicos dependerán del emperador carolingio. Los condados pirenaicos orientales, que a partir del siglo XIII constituirían una entidad con una idiosincrasia común llamada Catalunya, no solo dependían administrativamente del Imperio carolingio, sino también desde el punto de vista eclesiástico.
El poder religioso en estos condados dependió del arzobispado carolino de Narbona durante más de cuatrocientos años, entre los siglos VIII y mediados del XII, cuando en 1154 el papa Anastasio IV otorgaba a la sede tarraconense el título de metropolitana. Todo ello pese a los intentos en este periodo de restaurar un arzobispado propio, similar al que tuvo el Reino visigodo en Tarragona, a fines del IX, o Cesareo, que quiso restaurar el arzobispado en Vic en 970 sin conseguirlo. De tal modo que la Marca Hispánica dependía tanto del poder civil, como del poder religioso franco.
En todo caso, el territorio de la Marca Hispánica se estabilizó durante todo el siglo IX en una frontera entre el Reino de Carlomagno y la Marca Superior andalusí, delimitada por las sierras de Boumort, Cadí, Montserrat y Garraf.
El siglo X viene marcado por la fragmentación política de los condados orientales, aunque se va afirmando progresivamente la hegemonía del conde de Barcelona, que desde principios del siglo X ya controla también el de Osona y el de Girona.
Es el siglo X el del esplendor político y militar del Califato de Córdoba, por lo que el condado de Barcelona y el condado de Osona se mantuvieron a la defensiva durante toda esta época. No obstante, Almanzor atacó Barcelona en el año 985 y la mantuvo en estado de sitio durante más de una semana, para finalmente saquear la capital condal.
Solo con la desmembración del califato cordobés, los condados de Urgel y de Barcelona pudieron pasar a la ofensiva y, como el resto de los estados cristianos, iniciar una expansión de su territorio mediante la repoblación de tierras y las conquistas militares, con el apoyo financiero del cobro de parias a las taifas andalusíes a cambio de compromisos de no agresión.
Con el tiempo, los lazos de dependencia de los condados respecto de la monarquía franca se fueron debilitando. La autonomía se consolidó al afirmarse los derechos de herencia entre las familias condales. Esta tendencia fue acompañada de un proceso de unificación de los condados hasta formar entidades políticas más amplias.
El conde Guifré el Pilós representó esta orientación. Su gobierno coincidió con un periodo de crisis que llevó a la fragmentación del Imperio carolingio en principados feudales. A partir de entonces, los feudos francos se transmitieron por herencia y los reyes francos simplemente sancionaron la transmisión. Guifré el Pilós fue el último conde de Barcelona designado por la monarquía franca y el primero que legó sus estados a sus hijos.
Consiguió reunir bajo su mando una serie de condados, pero no los transmitió unidos en herencia a sus hijos. Conde de Urgel y Cerdaña en 870, recibió en el año 878 los condados de Barcelona, Girona y Besalú de los reyes carolingios. A su muerte en 897, la unidad se rompió, pero el núcleo formado por los condados de Barcelona, Girona y Osona se mantuvo indiviso.
De esta forma, se crea la base patrimonial de la casa condal de Barcelona, lo cual ha sido considerado por sectores de la historiografía catalana como el inicio de la independencia de la Marca Hispánica de estos condados, que se aglutinarían en el siglo XIV en el Principado de Catalunya.
Los condes que sucedieron a Guifré el Pilós al frente del condado de Barcelona mantuvieron su lealtad a los carolingios, incluso frente a los intentos de diversos usurpadores de ocupar el trono franco. Así, durante el reinado de Carlos el Simple se mantuvo la cronología según sus años de reinado en los documentos del condado. Pero esta costumbre se interrumpió durante el gobierno de Raúl de Borgoña, y volviendo posteriormente a ser restaurada con el retorno de los carolingios al poder con Luis de Ultramar en 936. De todos modos, no consta que el conde Suñer I fuese a rendirle homenaje personalmente ni que le jurase fidelidad, aunque sí acudieron diversos clérigos y magnates del condado.
En el 985, Barcelona, entonces gobernada por el conde Borrell II, es atacada e incendiada por Al-Mansur, que la saquea el 6 de julio, tras ocho días de asedio. El conde se refugia entonces en las montañas de Montserrat, en espera de la ayuda del rey franco, pero no aparecen las tropas aliadas, lo que genera un gran malestar.
En el año 988, aprovechando la sustitución de la dinastía Carolingia por la dinastía Capeta, no consta que el conde de Barcelona Borrell II prestase el debido juramento de fidelidad al rey franco, pese a que se le requirió por escrito. Este acto es generalmente interpretado como el punto de partida de la independencia de hecho del condado de Barcelona. En el siglo X no había una delimitación precisa entre un lado y otro de lo que hoy llamaríamos «frontera», que separaba los condados de la Marca Hispánica de Al-Ándalus. Por una parte, la separación entre los distintos territorios era imprecisa y no se trataba de un área despoblada, sino que en ella había algunos pobladores de obediencia incierta. Por otra parte, a cada lado había habitantes que estaban sometidos a autoridades civiles y religiosas cuya sede se encontraba en el bando opuesto. La franja de separación entre los dominios cristianos y musulmanes tampoco tenía una extensión uniforme.
En las proximidades de Lleida y Balaguer, esta franja era más estrecha, en parte por la potencia de estos dos enclaves musulmanes y en parte por la supervivencia de comunidades cristianas que debían de mantener una importante relación con sus correligionarios del otro lado de la frontera. En cambio, era mucho más amplia al sudoeste de Barcelona, donde a lo largo del siglo fueron apareciendo castillos que, a su vez, atraían a nuevos pobladores. Estos castillos, que solían situarse en lo alto de cimas u otros puntos con gran visibilidad, iban configurando una red que respondía a un proyecto tanto de defensa como de dominación del territorio circundante.
En cambio, en los valles y llanuras se multiplicaban los edificios de carácter religioso, los cuales constituían una segunda red territorial, promovida por abades, obispos y magnates, y que indican la multiplicación de los núcleos de población. Con la disgregación del califato de Córdoba a inicios del siglo XI, quedó en manos de las taifas fronterizas la defensa del territorio bajo dominio musulmán frente a los reinos y condados que habían configurado la Marca Hispánica y que, liberados de su dependencia de la monarquía franca, se mostraban cada vez más ansiosos por ampliar sus dominios. Para ello, los gobernantes de las taifas no dudaron en recurrir a tropas mercenarias cristianas. Así, probablemente fue en la batalla de Graus (1063), donde Rodrigo Díaz de Vivar, conocido como El Cid Campeador, peleó por primera vez, como caudillo de sus mesnadas mercenarias a las órdenes del rey taifa de Zaragoza, Al-Muqtadir, quien de todos modos, a su muerte, y como ya hizo su padre, volvió a dividir el reino al entregar a su hijo, Al-Mutamín, Zaragoza y la zona occidental, y a su hijo Al-Mundir, Lleida, Tortosa y Denia.
Por su parte, el rey Ramiro I de Aragón ya había intentado repetidas veces apoderarse de las ciudades islámicas de Barbastro y Graus, lugares estratégicos que formaban una cuña entre sus territorios. Barbastro era la capital del distrito nororiental de la Taifa de Zaragoza y esta localidad acogía un importante mercado.
En 1063 Ramiro I sitió Graus, pero Al-Muqtadir en persona, al frente de un ejército que incluía un contingente de tropas castellanas al mando de Sancho II de Castilla, hermano de Alfonso VI de León, que contaba entre sus huestes con un joven castellano llamado Rodrigo Díaz de Vivar, consiguió rechazar a los aragoneses, que perdieron en esta batalla a su rey Ramiro I.
Poco duraría el éxito, pues el sucesor en el trono de Aragón, Sancho Ramírez, con la ayuda de tropas de condados francos ultra pirenaicos y en unión con Armengol III, conde de Urgel, que murió en la reyerta, tomó Barbastro en 1064 en lo que se considera la primera llamada a la cruzada conocida. Al año siguiente, Al-Muqtadir reaccionó solicitando la ayuda de todo Al-Ándalus, llamando a su vez a la yihad y volviendo a recuperar Barbastro en 1065. Este triunfo permitió a Al-Muqtadir tomar el sobrenombre honorífico de Billah («El poderoso gracias a Alá»), y Barbastro siguió en manos de la Taifa de Zaragoza hasta que Armengol IV, conde de Urgel, la volviera a conquistar, ya bajo el reinado de Al-Musta’in II.
La llegada de los almorávides representó un freno temporal a esta expansión. Derrotaron a Alfonso VI de León en la batalla de Zalaca de 1086 y se apoderaron de los reinos de taifas. Los protegieron de los cristianos y ayudaron a su economía con la introducción de una nueva moneda, pero su ocupación militar causaba un creciente desagrado.
En 1090 el imperio almorávide reunificó las taifas como protectorados sometidos al poder central de Marrakech y destituyeron a todos los reyes de taifas, excepto a Al-Mustaín, que conservó buenas relaciones con los almorávides, gracias a lo cual se mantuvo como reino fronterizo independiente, ya que, al constituir una avanzadilla de Al-Ándalus frente a los cristianos, fue el único territorio que evitó la unificación almorávide. Tras una tercera conquista islámica, Barbastro fue recuperada definitivamente en 1101 por el rey Pedro I de Aragón que, con el permiso del Papa, la convirtió en sede episcopal, trasladando la sede desde Roda de Isábena.
En el año 1137 se produjo uno de los acontecimientos históricos más relevantes, que dio nacimiento a la llamada Corona de Aragón, ya que se firmaron los esponsales entre el conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV, y Petronila, hija de Ramiro II el Monje, rey de Aragón. La boda se celebró mucho más tarde, en el mes de agosto de 1150, en Lleida, que había caído en manos del propio Ramón Berenguer IV y del conde Ermengol VI de Urgel un año antes. Ya a principios del siglo XII, el conde Ramón Berenguer III (1082-1131) de Barcelona había incorporado a sus dominios el condado de Besalú (1111), mediante alianza matrimonial, el de Cerdaña (1117 o 1118), por herencia, y había conquistado parte del condado de Ampurias (entre 1123 y 1131). Más allá de los Pirineos, también controlaba el de Provenza (desde 1112), que al morir legó a su segundo hijo Berenguer Ramón.
Otros condados, como Pallars, Urgel, Rosellón o Ampurias acabaron integrándose posteriormente, entre el último tercio del siglo XII y el siglo XIV, en la Corona de Aragón. Ramón Berenguer IV, a la muerte de su padre en 1131 recibió el Condado de Barcelona, mientras que su hermano gemelo Berenguer Ramón le sucedió en Provenza.
En agradecimiento al apoyo mostrado, en contra de los castellanos, Ramiro II de Aragón le ofreció a su hija Petronila, de un año de edad, en matrimonio. Ramiro depositó en su yerno Ramón Berenguer IV el reino de Aragón, pero no su dignidad real, firmando en adelante Ramón Berenguer como Conde de Barcelona y Príncipe de Aragón. Luego Ramiro renunció al gobierno, aunque no a su título de rey, y volvió al convento.
De esta manera, Ramiro II, hijo del rey de Navarra Sancho Ramírez, cumplió la misión de salvar la monarquía y así también se uniría el Reino de Aragón con el Condado de Barcelona. En marzo de 1157 nacía en Huesca el primogénito de la pareja formada por Ramón Berenguer IV y Petronila, llamado como su padre: Ramón Berenguer, pero que reinará con el nombre de Alfonso II en honor a Alfonso I, y se convertirá en el primer rey de la Corona de Aragón. La fecha en la que los condados catalanes se independizan formalmente de Francia es el 11 de mayo en 1258 con el tratado celebrado en Corbeil entre Jaime I el Conquistador y el rey de Francia Luis IX. En dicho tratado ambos reyes cedieron derechos sobre territorios, Jaime I sobre los territorios occitanos, en el sur de la actual Francia, y el francés sobre los condados catalanes, que pasaron a depender únicamente de la Corona de Aragón.
Tanto Aragón como Catalunya mantuvieron sus propias leyes, instituciones, política fiscal, lengua y moneda, en lo que sería un temprano ejemplo de estructura confederal. El estado de Andorra en los Pirineos y su historia proporcionan un típico ejemplo de los señoríos feudales de la región, siendo la única pervivencia actual de la Marca Hispánica.
En plena Edad Media, el Papa Urbano II dio en Maguenola la señal de la primera cruzada y cien mil hombres partieron de aquella ciudad hacia Tierra Santa a las órdenes de Raimundo de Saint Gilles. Pero la llamada “cruzada” católica contra los albigenses llevó la desolación a aquellas tierras y Simón IV de Montfort ganó la batalla de Muret en 1213 a la Corona de Aragón, donde murió Pedro II, y se aseguró el Languedoc, dándole al rey francés Felipe Augusto, en 1216, el condado de Tolosa, el ducado de Narbona, así como los vizcondados de Carcasona y Bezièrs, que de esta suerte quedaron enfeudadas a la corona francesa.
Durante la guerra de los Cien Años, el Languedoc fue invadido por borgoñones e ingleses. Aquí fue donde el delfín Carlos se refugió tras entregar París a los ingleses. Carlos VII entregó en feudo el territorio al duque de Berri, quien restauró la zona a base de gravosos impuestos, abolidos posteriormente por Francisco II. El Languedoc quedó enfeudado permanentemente a la corona francesa bajo la política del Cardenal Richelieu. Tras la Revolución francesa el poder central parisino, celoso por crear un estado unitario, abolió las divisiones territoriales tradicionales, fragmentándolas en departamentos. Desde la década de 1970 el poder central francés, con sede en París, ha establecido un sistema de regionalización que de ningún modo contempla las características históricas, culturales o étnicas dentro del actual estado francés, sino que atiende a criterios burocráticos de mayor eficacia en la gestión de los recursos económicos. Es de este modo que ha reaparecido el nombre del Languedoc, pero no correspondiendo exactamente a su territorio auténtico, y adjuntado con el territorio predominantemente catalán del Rosellón, o Pirineos Orientales. El occitano o lengua de oc es una lengua romance de Europa. Es hablada por unos dos millones de personas, mientras que diez millones tienen cierta competencia en el idioma, casi todas ellas en el sur de la actual Francia, al sur del río Loira, así como en Italia, en los Valles Occitanos, y en Catalunya, en el Valle de Arán y en el Pirineo leridano. El Estatuto de Autonomía de Catalunya de 2006 estableció la oficialidad de la lengua occitana en toda Catalunya, y fue ratificada a través de la ley aprobada en el Parlamento de Catalunya en 2010, por la que el occitano, en su variante aranesa, se declaró lengua cooficial en Catalunya, aunque de uso preferente en el Valle de Arán.3 El nombre del idioma viene de la palabra òc, que en occitano significa «sí», en contraste con el francés del norte. En catalán medieval, y todavía hoy en la variedad catalana septentrional, la partícula afirmativa también era hoc (òc). La palabra òc proviene del latín hoc, en tanto que oïl se derivó del latín hoc ille. La palabra «occitano» se desprende del nombre de la región histórica de Occitania, que significa «el país donde se habla la lengua de oc».
Muchos lingüistas y casi todos los escritores occitanos están en desacuerdo con la óptica de que el occitano sea una familia de idiomas y piensan que el limosín, el auvernense, el gascón, el languedociano y el provenzal, así como el provenzal alpino, son dialectos de un solo idioma. A pesar de las diferencias entre estos idiomas o dialectos, la mayoría de los hablantes de uno pueden entender el uso de los otros. Por otro lado, la lengua catalana fue considerada también parte integrante de la lengua occitana, antiguamente denominada provenzal o lemosín, hasta finales del siglo XIX. Aunque existen diferencias entre el catalán y el resto de variedades de occitano, el motivo principal de su segregación responde al contexto sociopolítico del momento. En el inicio del siglo XX el catalán y el occitano tomarán caminos divergentes, una elaboración distinta con variedades estándar y grafías distintas. A pesar de ello, la lingüística occitana ha seguido muy de cerca el proceso de estandarización del catalán, más normalizado y con mayor implantación que el occitano estándar, y las diferencias entre el catalán y el occitano modernos siguen siendo poco considerables, teniendo en cuenta el contexto de las lenguas románicas. Por ello, existen corrientes minoritarias entre la lingüística occitana y catalana que aún consideran las dos lenguas como elaboraciones distintas de una misma lengua. El destino de los cátaros estuvo inexorablemente unido al destino del Languedoc, pues fue allí donde los herejes crecieron más y captaron discípulos en todos los sectores de la sociedad, desde pastores de la montaña y pequeños agricultores a nobles de las tierras bajas y mercaderes urbanos. Cuando fueron atacados, la pequeña clase sacerdotal del credo, es decir, los ascetas conocidos como los «perfectos», se encontraron con una multitud militante de protectores, debido a su amplia red de parientes, conversos y simpatizantes anticlericales. La herejía de los perfectos se adaptaba de manera ideal, realmente perfecta, al feudalismo tolerante del Languedoc, por lo que su pueblo pagaría un tributo atroz. La región introdujo en el siglo XIII una anomalía en la cristiandad europea, y su cultura fue impulsada por trovadores poetas y cátaros revolucionarios. Cien años después, los monarcas de Francia habían engullido el Languedoc, y sus ciudades se habían convertido en el banco de pruebas de inquisidores ambiciosos y magistrados reales.
Sin los cátaros, los nobles comprometidos con la monarquía de los Capetos y su pequeño territorio de bosques alrededor de la ciudad de París, la-Île-de-France, jamás habrían tenido un pretexto mejor para precipitarse hacia el Mediterráneo y forzar la improbable anexión del Languedoc a la corona de Francia. El Languedoc compartía cultura y lengua con sus parientes al sur de los Pirineos, el reino de Aragón y especialmente el condado de Barcelona, uno de los feudos cristianos que al final hizo retroceder a los moros musulmanes del resto de la península Ibérica. Se podría decir que el Languedoc «se llevaba» mejor con la corona de Aragón que con los francos del norte que algún día crearían la entidad conocida como Francia. Sin la convulsión de la cruzada de los albigenses, el mapa y la composición de Europa podrían haber sido muy distintos. Tradiciones, leyendas y mitos forman parte de la tierra de Oc. Por eso, todavía hoy, los occitanos tienen la obsesión del pasado de su país, que cobija, como en el caso del hombre de Cro-Magnon, los huesos de los más antiguos de nuestros antepasados. Fue un país que envió a sus hijos hasta Ancira y Delfos y que fue, en los siglos XII y XIII, el más civilizado de Occidente, el de la epopeya cátara y la poesía de los trovadores. De siglo en siglo, la mitología occitana ha hecho resurgir los mismos temas. El universo mental del hombre occitano es, a la vez, el del verbo y el de la espera, pero de un verbo que es acción y de una espera que es repulsa. Sin esta clave sería imposible comprender las razones por las que las dos mayores aventuras vividas, a la vez, por el país de Oc fueron la religión de los cátaros y la poesía de los trovadores. Henri Lefebvre lo subraya acertadamente: «En el Mediodía, el verbo tiene realidad y valor supremo; no es solamente un medio de comunicación; es el medio de la acción, es un acto». En el laberinto de la mitología occitana el lenguaje es, pues, el hilo de Ariadna. Al igual que en la heráldica, el arte de los trovadores está basado en el empleo generoso de las claves fonéticas que la lengua de Oc favorece más que otra cualquiera. El país de Oc creyó antaño ver encarnarse sus mitos en las peripecias de su historia. En Languedoc es únicamente la tragedia la que, con siete siglos de intervalo, se ha repetido. Gozando de una civilización avanzada con relación a su época y profesando sin intolerancia la herejía arriana, el reino visigodo de Toulouse parece anunciar el Languedoc cátaro de la dinastía de los Raimond. Su destrucción por los francos venidos del Norte y sostenidos por la Iglesia, parece anunciar la sombría cruzada de Simón de Montfort. Prefiguración sobrecogedora, esa precoz vocación del país de Oc para la tragedia no parece haber llamado la atención de los historiadores de la herejía albigense.
Procedente de Asia y a través de Macedonia, la costa dálmata de Italia llevó el catarismo a la tierra occitana, en la que floreció. Curiosamente, mil quinientos años antes, los tolosanos que regresaban de Delfos habían seguido el mismo camino. El catarismo encontrará quizás en el país de Oc un campo abonado, por la oscura y subterránea supervivencia de tradiciones llevadas allí una primera vez. desde Oriente en la aurora de la Historia. En el siglo III de nuestra Era, en Babilonia, en esa región entre el Tigris y el Éufrates, donde las leyendas sitúan el Edén, nace una nueva religión que, a pesar de persecuciones de todo género, vivirá diez siglos y conocerá una prodigiosa expansión que la llevará desde las orillas del mar de China a las del Atlántico. Se trata del maniqueísmo, en nombre de su fundador Mani, llamado también Manes o Maniqueo. Mani nació en Abrumia en el año 527 de la era seléucida, y el octavo día de una segunda luna. Es decir, el 14 de abril del 216 de nuestra era. Era persa por su madre Mariam, emparentada con la dinastía reinante de los Arsácidas, de lo cual proviene el sobrenombre de «hijo del rey», que habían de otorgarle sus discípulos. Su nacimiento tuvo algo de prodigioso, puesto que había sido anunciado a Mariam por un ángel. Como todos los habitantes del país en aquella época, Mariam y su esposo Patek eran parsis, es decir adeptos de la religión de Zoroastro, y en ella educaron al muchacho. Patek, lo mismo que su esposa, oía voces. Y como una de éstas le aconsejara un día que se abstuviera de carne, de vino y de mujeres, se adhirió a una secta que se imponía dichas privaciones. Se trataba de la secta de los Manqdé, que actualmente se llaman cristianos de San Juan. Apenas tenía Mani doce años cuando un ángel llamado At Taum (el Gemelo) le invitó a prepararse para la misión que le había reservado el «Rey de Luz», misión cuya hora todavía no había llegado y que se trataba : de la de reformador religioso. Y a la edad de veinticuatro años At Taum le ordenó que iniciase su vida pública. Aunque la existencia de Zoroastro es dudosa, sí es cierto que la religión fundada en su nombre ejerció una inmensa influencia. De las religiones primitivas del Irán, el zoroastrismo conservaba una idea fundamental. Se trataba de la de un conflicto permanente entre los dos principios del Bien y del Mal, Ormuz y Arimán, que sólo había de terminar con la venida de un mesías, Saoshiant, el Salvador. El maniqueísmo había de constituir el florecimiento de la visión religiosa de los parsis.
Mani inauguró su apostolado con un viaje a la India, donde convirtió a un rey. Volvió después a Persia, ganando a su causa al rey Sapor I, quien concedió a los discípulos de Mani la libertad de predicar. Cuando Sapor I entró en campaña contra los romanos, Mani formó parte de su Estado Mayor. En el campo contrario se hallaba un joven filósofo, Plotino, que se había alistado sólo para poder estudiar sobre el terreno el pensamiento oriental y que, al regresar a su patria, creó un sistema neoplatónico que no deja de recordar en bastantes aspectos la visión cosmológica de Mani: «El occidental va hacia el oriental, y el oriental hacia el occidental, enemigos, pero interesándose el uno por el otro; el filósofo del Nus, de la razón griega, se encara con el apóstol de una ciencia mística que es también, según él pretende, la emanación del Nus, del espíritu de la Luz. Si estuviese fundado con más certeza, tal sincronismo, tan fuertemente simbólico, merecería ser meditado y figurar como fecha capital en la historia espiritual del siglo II». Pero Sapor, el protector de Mani, murió, y su sucesor, Bharam I, excitado por los jefes de los magos, que reprochaban a la nueva doctrina el causar la ruina de la religión establecida, hizo encarcelar al reformador. Cubierto de cadenas, Mani sufrió una pasión de veintiséis días con serenidad ejemplar, instruyendo y consolando a sus discípulos. Murió en el año 276, tras haber puesto al Sol por testigo de la injusticia de los poderosos. Unas santas mujeres le cerraron los ojos. Sus enemigos despedazaron su cuerpo, pero sus adeptos recogieron piadosamente sus reliquias, enterrándolas en Ctesifonte. Todos los años, en el mes de marzo, los maniqueos habían de conmemorar la pasión de su maestro con un ayuno de treinta días, terminado por una fiesta, la de la Bema. Mani presenta su doctrina como el coronamiento de la evolución religiosa de la Humanidad. En el tratado Shabuhragan, atribuido a Mani por sus discípulos, podemos leer: «El buen juicio y las buenas obras han sido aportadas con perfecta continuidad de una época a otra por los mensajeros de Dios: vinieron en un tiempo por el profeta llamado Buda a la región de la India, en otro tiempo por Zoroastro a la religión de Persia y en otro por Jesús al Occidente, tras lo cual la Revelación ha llegado y la Profecía se ha manifestado en la última edad por mí, Mani, mensajero del Dios de Verdad en el país de Babilonia». Concediendo así una verdad parcial a cada una de las religiones establecidas, el maniqueísmo había de poder implantarse, sin escandalizar, en los más diversos países. Toma del budismo la creencia en la metempsícosis, y del Apocalipsis de Juan e! anuncio del «tercer advenimiento», el del Espíritu Santo o Paráclito.
Pero la idea central de la doctrina sigue siendo la de los parsis. Puesto que Dios es bueno por definición y el mundo está dominado por el mal, el mundo no es la obra de Dios sino la de un espíritu maligno, y toda su historia es la de una lucha sin cuartel entre dos principios igualmente poderosos, el bien y el mal, el Espíritu y la Materia, que se oponen «como un rey a un cerdo». En el curso de su primer enfrentamiento, una parcela de luz emanada del Padre quedó prisionera en la creación carnal del Príncipe de las Tinieblas. Por ello nuestro mundo es el de una «mezcla». La presencia, en su seno, de ese germen espiritual le promete la salvación mediante depuraciones sucesivas, al término de las cuales la Luz y las Tinieblas, el Espíritu y la Materia quedarán separados como en el comienzo de los tiempos, sin que sea posible una nueva contaminación del uno por el otro. Un relato cosmológico que permitía a los maniqueos exponer esta caída y esta nueva ascensión. La fase más extravagante es la que pretende explicar el origen del reino animal, fase en la que un personaje, llamado el «tercer enviado», se aparece en forma de hombre a los demonios hembras y en forma de mujer a los demonios machos, con el fin de atizar los deseos de unos y otros que, al verlo, diseminan su semen por el cosmos. Las demonios hembras, mareadas por la perpetua rotación del Zodíaco, al que están encadenadas, dan a luz engendros, antepasados de lodos los animales. Pero el demonio Ashaqlun, tras haber devorado algunos de los engendros, se aparea con la demonio hembra Namrael, engendrando así a Adán y Eva. Sin embargo, como subraya un excelente especialista, «los mitos maniqueos emplean oropeles sacados de todas partes para expresar una verdad filosófica que no deja de ser percibida como tal». El maniqueísmo plantea que parte de la rebelión del hombre contra una sociedad injusta, se eleva hasta la idea de que lo real progresa a través de la contradicción, y discierne que el «mal» es muchas veces el motor del progreso, y proclama, por último, que la salvación de la especie no reside en una fe ciega, sino en una gnosis, un conocimiento de orden intelectual que hace del hombre el «salvador salvado».
Tales ideas hicieron del maniqueísmo, a pesar de las persecuciones, una religión misionera que conoció una difusión prodigiosa. La sencillez de su ritual, reducido a la imposición de manos, compensaba la severidad de costumbres prescritas a los adeptos, que consistía en un régimen estrictamente vegetariano y de rigurosa abstinencia sexual. Prohibiciones que no alejaban a los fieles, pues el maniqueísmo supo siempre hacer una distinción entre militantes y simpatizantes, entre los «perfectos», a los que quedaban reservadas las privaciones, y la gran masa de los simples «creyentes», con los que se mostraba indulgente. Por ello los maniqueos se mantuvieron en su país de origen hasta la conquista islámica. Luego llegaron hasta Egipto y África del Norte, donde conquistaron un adepto de la calidad de Agustín de Hipona (futuro San Agustín). Posteriormente penetraron en Asia Central, convirtiendo a la población del inmenso Imperio Uigur. Para situarlo adecuadamente, digamos que el Imperio Uigur se desarrollo hace por lo menos 20.000 años en Asia. En un mapa de la situación territorial durante la última glaciación muestra que había entonces mucho más tierra firme que ahora. Las tribus mongolas tienen leyendas de ciudades antiquísimas, cuyos restos quedan a la vista del hombre después de enormes tormentas de arena, y que desaparecen después de la siguiente tormenta. Los antropólogos y arqueólogos que han explorado Mongolia y las regiones siberianas tienen conocimiento de las estelas y menhires, algunas de ellas en pie, otras derribadas por el paso del tiempo, y de las extrañas estatuas femeninas (babas) colocadas sobre los túmulos. Pero un libro impreso en Inglaterra en 1876 contiene un grabado de lo que seguramente serían los megalitos más grandes conocidos por el hombre. Este libro, The Early Dawn of Civilization, de John Eliot Howard, presenta al lector un conjunto de cinco enormes megalitos penetrando 3,7 metros bajo tierra. Con un peso estimado de casi 4.000 toneladas, tendrían el doble del tamaño de la famosa plataforma de Baalbek, en Líbano. El nombre dado a este conjunto pétreo es “las tumbas de los genios” y supuestamente se hallaba en el valle del rio Kora. Los megalitos parecen más bien obeliscos, y no hay manera de explicar la forma en que estructuras de tal envergadura fueron levantadas ni el propósito al que podrían servir. En Siberia también están ocultos restos de civilizaciones pasadas, como los “calderos” de Khledyu, a lo largo de las aguas del río Viliuy. Los calderos estaban hechos de alguna especie de metal extraño, que no puede ser cortado ni martillado. Están cubiertos de una capa de metal extraño que tampoco puede astillarse ni cortarse, y que son atribuidos a los kheligur, la “gente de hierro”, criaturas delgadas, negras y de un solo ojo, vestidas en trajes de hierro. Estos seres estarían relacionados con los otoamokh, o agujeros en la tierra.
El investigador ruso Paul Stonehill afirma que la región de Yakutia, conocida en la actualidad como la República de Sakha, cuenta con grandes masas de agua inaccesibles al hombre, donde habría una fauna lacustre monstruosa, principalmente los lagos Labinkir y Vorota, tal vez producto de las radiaciones provenientes de estos dispositivos creados por el supuesto “imperio uigur” o como quiera que se haya denominado la avanzada civilización antigua que floreció en Asia hace unos 20.000 años. Ouspensky, Gurdjieff y Roerich hablan sobre la existencia de una extraña élite de seres poderosos que desde épocas remotas controlan el destino de la humanidad desde Agharta, en el seno del gran continente asiático. Se les llama indistintamente la Gran Hermandad Blanca, los Nueve Desconocidos o el Rey del Mundo. Se dice que poseen un dispositivo que atrae meteoritos a la región. El incidente de Tunguska fue anticipado por los chamanes de la región, que movieron gente y animales a otros lugares antes del impacto. Lo cierto es que objetos misteriosos siguen cayendo sobre la enormidad siberiana. El 3 de octubre de 2002, las agencias de noticias se hicieron eco de la información de que un supuesto meteorito hizo impacto en la región de Irkutsk, siendo visto por vecinos de las aldeas vecinas, pudiéndose escuchar un ruido ensordecedor y sintiéndose un terremoto poco después. Volviendo a los maniqueos, llegaron hasta China, donde eran todavía activos en el siglo XV. También se implantaron en la Roma de los últimos Césares, y luego, con el nombre de bogomiles (Amigos de Dios), ganaron a su fe, en los comienzos de la Edad Media, a búlgaros y dálmatas. Pero una religión que predicaba que el mundo en que vivían los hombres era radicalmente malo no podía por menos de atraer sobre sí la cólera de los poderes establecidos, como la Roma imperial y la de los Papas. Los Imperios árabe y mongol persiguieron de tal manera a los maniqueos, que la supervivencia de los mismos puede considerarse un milagro. Sin embargo, en el punto de partida de la aventura maniquea no hay, probablemente, otra cosa que una ficción. No deja de sorprender ver a tantos historiadores de las religiones dar por comprobada la existencia real del mítico Mani.
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