[...] para iniciar una auténtica Revolución que lo cambie todo y nos lleve a una realidad mejor, deberemos descender hasta las profundidades de nuestra psique, hasta la sala de máquinas, donde están en marcha todos los mecanismos que determinan nuestras acciones y movimientos.
¿Te has preguntado alguna vez porqué nadie reacciona
ante la infame oleada de opresión y abusos de todo tipo que estamos sufriendo?
¿No te produce perplejidad el hecho de
que tras tantas y tantas revelaciones sobre casos de corrupción,
injusticias, robos y burlas a la ley y a la población en general, a la
cual se le ha robado literalmente el presente y el futuro, no suceda absolutamente nada?
¿Te has preguntado por qué no estalla una Revolución masiva y por qué todo el mundo parece estar dormido o hipnotizado?
Estos últimos años se han hecho públicas informaciones de todo tipo que deberían haber dañado la estructura del Sistema hasta sus mismísimos cimientos, y sin embargo, la maquinaria sigue intacta, sin ni tan solo un arañazo superficial.
Y esto pone de manifiesto un hecho
extremadamente preocupante que está sucediendo justo ante nuestras
narices y al que nadie parece prestarle atención. El hecho de que SABER LA VERDAD YA NO IMPORTA. Parece
increíble, pero los acontecimientos lo demuestran a diario. La
información ya no tiene relevancia. Desvelar los más oscuros secretos y
sacarlos a la luz ya no produce ningún efecto, ninguna respuesta por parte de la población. Por más terribles e impactantes que sean los secretos revelados.
Durante décadas hemos creído que los
luchadores por la verdad, los informadores capaces de desvelar asuntos
encubiertos o airear los trapos sucios, podían cambiar las cosas. Que podían alterar el devenir de la historia. De hecho, hemos crecido con el convencimiento de que conocer la verdad era crucial para crear un mundo mejor y más justo
y que aquellos que luchaban por desvelarla eran el mayor enemigo de los
poderosos y de los tiranos. Y quizás durante un tiempo ha sido así.
|
"El mundo no será destruido por los que hacen el
mal, sino por aquellos que miran sin hacer nada."
|
Pero actualmente, la “evolución” de la sociedad y sobretodo de la psicología de las masas nos ha llevado a un nuevo estado de cosas.
Un estado mental de la población que no se habría atrevido a imaginar
ni el más enajenado de los dictadores.El sueño húmedo de todo tirano
sobre la faz de la tierra: no tener que ocultar ni justificar nada ante su pueblo. Poder mostrar públicamente toda su corrupción, maldad y prepotencia sin tener que preocuparse de que ello produzca ningún tipo de respuesta entre aquellos a los que oprime.
Ésta es la realidad del mundo en el que vivimos.
Y si crees que esto es una exageración, observa a tu alrededor.
El caso de España es palmario. Un país inmerso en un estado de putrefacción generalizado,
devorado hasta los huesos por los gusanos de la corrupción en todos los
ámbitos: el judicial, el empresarial, el sindical y sobretodo el
político. Un estado de descomposición que ha rebosado todos los límites
imaginables, hasta salpicar con su pestilencia a todos los partidos
políticos de forma irreparable.
Y sin embargo, a pesar de hacerse públicos de forma continuada todos estos escándalos de corrupción política,
los españoles siguen votando mayoritariamente a los mismos partidos,
derivando, como mucho, algunos de sus votos a partidos subsidiarios que
de ninguna manera representan una alternativa real.
Ahí está
el alucinante caso de la Comunidad Valenciana,
la región más representativa del saqueo desvergonzado perpetrado por el
Partido Popular y donde, a pesar de todo, este partido de auténticos
forajidos y bandoleros sigue ganando las elecciones con mayoría
absoluta.
Una vergüenza inimaginable en cualquier nación mínimamente democrática.
Y desgraciadamente, el caso de Valencia es solo un ejemplo más del estado general del país: ahí tenemos el indignante caso de Andalucía
dominada desde hace décadas por la otra gran mafia del estado, el PSOE,
que junto con sus socios de los Sindicatos y el apoyo puntual de
Izquierda Unida han robado a manos llenas durante años y años.
O el caso de Cataluña con Convergencia y Unió, un partido de elitistas ladrones de guante blanco, por poner otro ejemplo más.
Y es que podríamos seguir así por todas las comunidades autónomas o por el propio gobierno central, donde las dos grandes familias político-criminales del país, PP y PSOE, se han dedicado a saquear sin ningún tipo de recato.
Y a pesar de hacerse públicos
todos estos casos de corrupción generalizada;
a pesar de revelarse la implicación de las altas esferas financieras y
empresariales, con la aquiescencia del poder judicial; a pesar de
demostrarse por activa y por pasiva que
la infección afecta al Sistema en su generalidad, en todos los ámbitos, imposibilitando la creación de un futuro sano para el país; a pesar de todo ello,
la respuesta de la población ha sido… no hacer nada.
La máxima respuesta de la ciudadanía ha sido “ejercer el legítimo derecho de manifestación”,
una actividad muy parecida a la que hace la hinchada cuando su equipo
de fútbol gana una competición y sale en masa a la calle para
celebrarlo.
Es decir, nadie ha hecho nada efectivo por cambiar las cosas, excepto picar cacerolas.
Y el caso de la corrupción política desvelada en España y la nula reacción de la población es solo un ejemplo de entre muchos tantos a lo largo y ancho del mundo.
Ahí está el caso del deporte de masas, azotado
como está por la sospecha de la corrupción, de la manipulación y del
dopaje y por la más que probable adulteración de todas las competiciones
bajo el control comercial de las grandes marcas… y a pesar de ello,
sus audiencias televisivas y su seguimiento no solo no se ve afectado,
sino que sigue creciendo cada vez más y más y más…
Pero todos estos casos empequeñecen
ante la gravedad de las revelaciones hechas por Edward Snowden y
confirmadas por los propios gobiernos, que nos han dicho, a la cara, con
luz y taquígrafos, que todas nuestras actividades son monitoreadas y vigiladas,
que todas nuestras llamadas, nuestra actividad en redes sociales y
nuestra navegación en Internet es controlada y que nos dirigimos
inexorablemente hacia la pesadilla del Gran Hermano vaticinada por
George Orwell en “1984”.
Y lo que es más alucinante del caso: una vez “filtradas” estas informaciones, nadie se ha preocupado de rebatirlas. ¡Ni mucho menos!
Todos los medios de comunicación, los poderes políticos y las grandes empresas de Internet implicadas en el escándalo
han confirmado públicamente este estado de vigilancia como algo real e indiscutible. Como
mucho han prometido, de forma poco convincente y con la boca pequeña
que no van a seguir haciéndolo… ¡Incluso se han permitido el lujo de dar
algunos detalles técnicos!
¿Y cuál ha sido la respuesta de la
población mundial cuando se ha revelado esa verdad? ¿Cuál ha sido la
reacción general al recibir estas informaciones? Ninguna. Todo el
mundo sigue absorto con su smartphone, sigue revolcándose en el dulce
fango de las redes sociales y sigue navegando las infestadas aguas de
Internet sin mover ni una sola pestaña…
Así pues, ¿De qué sirve saber la verdad?
En el caso hipotético de que Edward Snowden o Julian Assange sean personajes reales y no creaciones mediáticas
con una misión oculta, ¿De qué habrá servido su sacrificio? ¿Qué
utilidad tiene acceder a la información y desvelar la verdad si no
provoca ningún cambio, ninguna alteración, ni ninguna transformación?
¿De qué sirve saber de forma explícita y documentada que
la energía nuclear solo nos puede traer desgracias,
como nos demuestran los terribles accidentes de Chernobyl y Fukushima,
si tales revelaciones no surten ni el más mínimo efecto?
¿De qué nos sirve saber que los bancos son entidades criminales dedicadas al saqueo masivo si seguimos utilizándolos?
¿De qué nos sirve saber que
la comida está adulterada y contaminada por todo tipo de productos tóxicos, cancerígenos o transgénicos si seguimos comiéndola?
¿De qué nos sirve saber la verdad sobre cualquier asunto relevante si no reaccionamos, por más graves que sean sus implicaciones?
No nos engañemos más, por duro que sea aceptarlo. Afrontemos la realidad tal y como es. En la sociedad actual,
saber la verdad ya no significa nada. Informar de los hechos que verdaderamente acontecen,
no tiene ninguna utilidad real. Es
más, la mayoría de la población ha llegado a tal nivel de degradación
psicológica que, como demostraremos, la propia revelación de la verdad y
el propio acceso a la información
refuerzan aún más su incapacidad de respuesta y su atonía mental.
La gran pregunta es:
¿POR QUÉ? ¿Qué nos ha conducido a todos nosotros, como individuos, a este estado de apatía generalizado?
Y la respuesta, como siempre sucede
cuando nos hacemos preguntas de este calado, resulta de lo más
inquietante. Y está relacionada, directamente, con el condicionamiento psicológico al que está sometido el Individuo en la sociedad actual.
Pues los mecanismos que desactivan nuestra respuesta al acceder a la verdad, por más escandalosa que ésta resulte,
son tan sencillos como efectivos. Y resultan de lo más cotidiano.
Simplemente todo se basa en un exceso de información. En un bombardeo de estímulos tan exagerado que provoca una cadena de acontecimientos lógicos que acaban desembocando en una flagrante falta de respuesta.
En pura apatía.
Y para luchar contra este fenómeno, resulta clave saber cómo se desarrolla el proceso…
¿CÓMO SE DESARROLLA EL PROCESO?
Para empezar, debemos entender que todo estímulo sensorial que recibimos está cargado de información.
Nuestro cuerpo está diseñado para percibir y procesar todo tipo de estímulos sensoriales,
pero la clave del asunto radica en la percepción de información de
carácter lingüístico, entediendo por “lingüistico”: todo sistema
organizado con el fin de codificar y transmitir información de cualquier
clase.
Por ejemplo, escuchar una frase o leerla
implica una entrada de información
en nuestro cerebro, de carácter lingüístico. Pero también lo implica
ver el logo de una empresa, escuchar las notas musicales de una canción,
ver una señal de tráfico o oír la sirena de una ambulancia, por poner
algunos ejemplos…
Una persona en el mundo actual, está sometida a miles y miles de estímulos lingüísticos de este tipo a lo largo de un día normal, muchos de ellos percibidos de forma consciente, pero la inmensa mayoría percibidos de forma inconsciente, que deben ser procesados por nuestro cerebro.
El proceso de captación y procesamiento de esta información lo podríamos dividir básicamente en 3 fases:
- Percepción
- Valoración
- Respuesta
Percepción
Sin lugar a dudas, formamos parte de la generación
con mayor capacidad de procesamiento de información
a nivel cerebral de la toda historia de la humanidad, con muchísima
diferencia, sobretodo a nivel visual y auditivo. Es más, a medida que
nacen y crecen nuevas generaciones,
éstas adquieren una mayor velocidad de percepción de información.
Una muestra de ello la podemos encontrar en el propio cine.
Visualiza un antiguo western de John Wayne, en una secuencia cualquiera de acción, como por ejemplo, un tiroteo.
Y después visualiza una secuencia de un tiroteo o de una persecución de coches en una película actual.
Cualquier secuencia de acción de una
película actual está trufada de sucesiones rapidísimas de planos de
corta duración. En tan solo 3 o 4 segundos verás diferentes planos: la
cara del protagonista conduciendo, la del acompañante gritando, la mano
en el cambio de marcha, el pie pisando el pedal, el coche esquivando un
peatón, el perseguidor que derrapa, el malo que agarra la pistola, como
dispara por la ventanilla, etc…y cada plano habrá durado apenas décimas
de segundo.
Las imágenes se suceden a toda velocidad como los disparos de una ametralladora. Y sin embargo eres capaz de verlas todas y procesar el mensaje que contienen.
Ahora ponte la película de John Wayne.
No
encontrarás sucesiones de planos a ritmo de ametralladora, si no
sucesiones de planos mucho más largos en duración y con mayor tamaño de
campo visual.
Probablemente, un espectador de la época de John Wayne se habría mareado viendo una película actual, pues
no estaría acostumbrado a procesar tanta información visual a tanta velocidad. Esto
es un ejemplo sencillo del bombardeo de información al que está
sometido el cerebro de alguien en la actualidad, en comparación con el
de una persona de hace tan solo 50 años.
Añádele a esto todas las fuentes de
información que te rodean, como la televisión, la radio, la música, la
omnipresente publicidad de todo tipo, las señales de tráfico, los
diferentes y variados ropajes que viste cada una de las personas con las
que te cruzas por la calle y que representan, cada uno de ellos una
serie de códigos lingüísticos para tu cerebro, la información que ves en
tu móvil, en la tablet, en internet y añádele, además, tus compromisos
sociales, tus facturas, tus preocupaciones y los deseos que te han
programado tener, etc, etc, etc…
Se trata de una auténtica inundación de información
que debe procesar tu cerebro continuadamente. Y todo ello en un cerebro
del mismo tamaño y capacidad que el de ese espectador de los westerns
de John Wayne hace 50 años.
Por lo visto, parece que nuestro
cerebro tiene capacidad suficiente para percibir tales volúmenes de
información y comprender los mensajes asociados a esos estímulos.
Ahí no radica el problema. De hecho parece que nuestro cerebro disfruta con ello, pues nos hemos convertido en adictos al bombardeo de estímulos.
El problema aparece en la siguiente fase.
Valoración
Es cuando debemos
valorar la información recibida, es decir, cuando llega la hora de
juzgar y analizar sus implicaciones,
que nos topamos con nuestras limitaciones. Porque, literalmente, no
disponemos de tiempo material para hacer una valoración en profundidad
de esa información.
Antes de que nuestra mente, por sí
misma y con criterios propios, pueda juzgar de forma más o menos
profunda la información que recibimos, somos bombardeados por una nueva oleada de estímulos que nos distraen e inundan nuestra mente.
Es por esta razón que nunca llegamos a
valorar en su justa medida, la información que recibimos, por
importantes que sean sus posibles implicaciones.
Para comprenderlo mejor, vamos a utilizar una analogía, en forma de pequeña historia.
Imaginemos a una persona muy
introvertida, que pasa la mayor parte de su tiempo encerrada en casa.
Prácticamente no tiene amigos ni entabla relaciones sociales de ningún
tipo. Ahora supongamos que esa persona baja al supermercado a comprar
una botella de leche y cuando va a pagarla, se le cae al suelo y la
rompe, causando gran estruendo y manchando su ropa a ojos de todos los
clientes y de la cajera.
Cuando esa persona vuelva a su casa,
aislada de toda relación y estímulo social, probablemente dará un gran
valor a lo acontecido en el supermercado.
Se preguntará por qué le cayó la leche
y qué movimiento en falso realizó para que eso sucediera; se preguntará
si fue culpa suya o fue culpa de la botella que era demasiado
resbaladiza; analizará en su cabeza la mirada de la cajera y los gestos y
comentarios de todos y cada uno de los clientes; incluso observará las
manchas en su ropa e intentará adivinar lo que pensaban sobre ella las
demás personas al verla en esa situación.
Se sentirá ridícula y juzgará aquel
acontecimiento meramente anecdótico como mucho más importante de lo que
realmente es. Simplemente porque para ella, ese ridículo en el
supermercado será el gran acontecimiento social del día o de la semana. Y
quizás no lo olvide nunca más en su vida.
Ahora sustituyamos a la persona
introvertida y sin relaciones por un modelo opuesto. Una persona
extrovertida, que pasa el día entero rodeada de gran cantidad de
personas y acontecimientos, interactuando frenéticamente con clientes y
compañeros de trabajo, hablando por teléfono, concertando citas,
comprando, vendiendo, haciendo reuniones, riendo, enfadándose y
rematando el día tomando copas con los amigos.
Supongamos que esta persona va a
comprar la leche y también se le cae causando gran estruendo y
manchándose la ropa. La valoración que hará del hecho será meramente
anecdótica, pues representará un evento más de entre los muchos
acontecimientos de carácter social que experimenta a lo largo de la
jornada. Y en pocas horas se habrá olvidado de lo sucedido.
Una persona en la sociedad actual se asemeja mucho al segundo modelo, sometida a gran cantidad de estímulos sensoriales, sociales y lingüísticos.
Para
nosotros, toda información recibida es rápidamente digerida y olvidada,
arrastrada por la corriente incesante de información que entra en
nuestro cerebro como un torrente. Porque vivimos inmersos en la cultura
del twit, un mundo donde toda reflexión sobre un evento dura 140
caracteres. Y esa es la profundidad máxima a la que llega
nuestra limitada capacidad de análisis.
Es por esta razón, por nuestra
impotencia a la hora de valorar y juzgar por nosotros mismos el volumen
de información al que estamos sometidos, que la propia información que
nos es transmitida lleva incorporada la opinión que debemos tener sobre ella,
es decir, aquello que deberíamos pensar tras realizar una valoración
profunda de los hechos. Es decir, el emisor de la información le ahorra
amablemente al receptor el esfuerzo de tener que pensar.
Ese es el procedimiento que utilizan
los grandes medios de comunicación y en un mundo con individuos auténticamente pensantes sería calificado de manipulación y lavado de cerebro.
La televisión es un claro ejemplo de ello.
Fijémonos en un noticiario cualquiera.
Todas las noticias de todos las cadenas están narradas de forma
tendenciosa, de manera que contengan en su redactado y presentación no solo la información que debe ser transmitida, sino la opinión que debe generar en el espectador.
O más claramente aún, el ejemplo de
las omnipresentes tertulias políticas, donde los tertulianos son
calificados como “generadores de opinión”. Es decir, su función es generar la opinión que deberías fabricar por ti mismo.
Así pues, el bombardeo continuo e incesante de información en nuestro cerebro
nos impide juzgar adecuadamente el valor de los hechos, con criterio propio y según nuestros códigos internos.
Nos quita el tiempo que deberíamos
tomarnos para sopesar las consecuencias de un acontecimiento y lo
fragmenta en pedacitos de 140 caracteres y con ello, convierte en breve y superficial cualquier juicio que emitamos sobre una información recibida.
Resumiendo: nos hace pensar “en titulares” y por norma general, esos titulares ni tan solo los pensamos nosotros mismos, sino que nos son inoculados con la propia información.
Respuesta
Una
vez reducido a la mínima expresión nuestro tiempo de valoración
personal de los hechos, entramos en la fase decisiva del proceso,
aquella en que nuestra posible respuesta queda anulada.
Aquí entran en juego las emociones y los sentimientos, el motor de toda respuesta y acción.
Y es que al fragmentar y reducir nuestro tiempo dedicado a juzgar una información cualquiera, también reducimos la carga emocional que asociamos a esa información.
Observemos nuestras propias reacciones:
podemos indignarnos mucho al conocer una noticia cualquiera,
ofrecida en un noticiario, como por ejemplo el desahucio forzoso de una
familia sin recursos, pero al cabo de unos segundos de recibir esa
información, somos bombardeados por otra información distinta que nos
lleva a sentir otra emoción superficial diferente,
olvidando así la emoción anterior.
Para
decirlo de forma gráfica y clara: de la misma manera que nuestra
capacidad de juicio y análisis queda reducida a un twit, nuestra
respuesta emocional queda reducida a un emoticono.
Y aquí es donde reside la clave del asunto. Es en este punto donde queda desactivada nuestra posible respuesta.
Para comprenderlo mejor, volvamos a la
analogía de las personas introvertida y extrovertida que rompían la
botella de leche en el supermercado.
La persona introvertida encerrada en
su hogar, que ha otorgado un valor más profundo a los hechos acontecidos
en el supermercado seguirá dándole vueltas al asunto una y otra vez. Es
decir, no olvidará fácilmente las emociones vinculadas al ridículo que
sintió en ese momento y con mucha probabilidad, esa exposición
continuada a sus propias emociones acabará desembocando en un
sentimiento de incomodidad ante la posibilidad de volver al lugar de los
hechos. Así pues, es muy posible que esa persona no vuelva durante un
tiempo a comprar en ese supermercado, aunque eso implique que ha que ir
bastante más lejos a comprar la leche. Hasta el punto de llegar a
fabricar un sentimiento de repulsa hacia el propio establecimiento y las
personas que la vieron hacer el ridículo. Es decir, la energía
emocional que habrá volcado sobre ese hecho concreto, habrá terminado
desembocando en una reacción efectiva ante el hecho en sí.
Sin embargo, la persona extrovertida volverá sin ningún problema al supermercado a comprar leche, pues en su mente, el suceso llevará asociada muy poca carga emocional. Como
mucho, quizás se ruborice un poco al ver a la cajera o a algún cliente.
Es decir, la persona extrovertida, no emprenderá acciones efectivas y
tangibles derivadas del suceso de la botella de leche.
Más allá de las valoraciones que hagamos sobre estos personajes inventados, estos ejemplos nos sirven para demostrar que el
bombardeo incesante de información al que estamos sometidos acaba
desembocando en una fragmentación de nuestra energía emocional y por
ello acabamos ofreciendo una respuesta superficial o nula.
Una
respuesta que en momentos como el que vivimos, intuimos debería ser
mucho más contundente y que sin embargo, no llegamos a generar
porque carecemos de energía suficiente para hacerlo.
Y todos observamos desesperados a los demás y nos preguntamos “¿Por qué no reaccionan? ¿Por qué no reacciono yo?”
Y esa impotencia desemboca, al final, en una sensación de frustración y apatía generalizadas.
Ésta parece ser la razón básica por la que no se produce una Revolución cuando, por la lógica propia de los acontecimientos, debería producirse.
Se
trata pues, de un fenómeno meramente psicológico. Éste es el mecanismo
básico que aborta toda respuesta de la población ante los continuos
abusos recibidos.
La BASE sobre la que se sustentan todas las manipulaciones mentales a las que estamos sometidos actualmente. El mecanismo psicológico que mantiene a la población idiotizada, dócil y sumisa.
Lo podríamos resumir así:
El excesivo bombardeo de información
nos impide tomarnos el tiempo necesario para otorgar el valor adecuado a
cada información recibida y con ello, nos impide asociarle la suficiente carga emocional como para generar una reacción efectiva y real.
¿CONSPIRACIÓN O FENÓMENO SOCIAL?
Poco importa si todo esto forma parte
de una gran conspiración para controlarnos o si hemos llegado a este
punto por la propia evolución de la sociedad, porque las consecuencias
son exactamente las mismas: los más poderosos harán lo posible por
mantener estos mecanismos en funcionamiento; incluso fomentarán tanto
como puedan su desarrollo, simplemente porque les beneficia. De hecho, la propia revelación de la verdad favorece estos mecanismos.
A los más poderosos ya no les importa
mostrarse tal y cómo son ni desvelar sus secretos, por sucios y oscuros
que éstos sean. Revelar estas verdades ocultas contribuye en gran medida a aumentar el volumen de información con el que somos bombardeados.
Cada secreto sacado a la luz crea
nuevas oleadas de información, que puede ser manipulada e intoxicada con
datos adicionales falsos, contribuyendo con ello a la confusión y al caos informativo y con ello a nuevas oleadas secundarias de información que nos aturdan aún mas y nos suman más profundamente en la apatía.
Si combinamos esta apatía, fruto de la
poca energía emocional con la que intentamos responder, con las
tremendas dificultades que el propio sistema nos pone a la hora de
castigar a los responsables, se generan nuevas oleadas de
frustración, cada vez más acusadas, que nos llevan, paso a paso, a la
rendición definitiva y a la sumisión absoluta.
Así pues, no lo dudes: a las personas que ostentan el poder les interesa bombardearte con enormes volúmenes de información lo más superficial posible.
Porqué una vez instaurada en la sociedad esta forma de interactuar con la información recibida, todos nosotros nos convertimos en adictos a ese incesante intercambio de datos.
El bombardeo de estímulos
representa una auténtica droga para nuestro cerebro, que cada vez necesita más velocidad en el intercambio de informaciones y exige menos tiempo para tener que procesarlas.
Nos sucede a todos: cada vez nos cuesta más dedicar tiempo a leer un artículo largo cargado de información estructurada y razonada.
Exigimos que sea más resumido, más rápido, que se lea en una sola línea
y que se ingiera como una pastilla y no como un ágape decente.
Nuestro cerebro se ha convertido en un drogadicto de la información rápida, en un yonqui ávido de continuos chutes de datos que ingerir,
a poder ser pensados y analizados por cualquier otro cerebro, para no
tener que hacer el esfuerzo de fabricarnos una compleja y contradictoria
opinión propia.
Porque odiamos la duda, pues nos obliga a pensar.
Ya no queremos hacernos preguntas. Solo queremos respuestas rápidas y fáciles.
Somos y queremos ser antenas receptoras y replicadoras de información, como meros espejos que rebotan imágenes externas.
Pero los espejos son planos y no albergan más vida en ellos que la que reflejan proviniendo del exterior.
Hacia ahí se dirige el ser humano de forma acelerada.
¿Vamos a permitirlo?
CONCLUSIÓN
Quizás todo lo expuesto anteriormente no es lo que querías escuchar. Es poco estimulante y resulta algo complicado y farragoso, pero las realidades complejas no pueden reducirse a un ingenioso titular en forma de twit.
Para emprender una transformación
profunda de nuestro mundo, para iniciar una auténtica Revolución que lo
cambie todo y nos lleve a una realidad mejor, deberemos descender
hasta las profundidades de nuestra psique, hasta la sala de máquinas,
donde están en marcha todos los mecanismos que determinan nuestras
acciones y movimientos. Ahí es donde se está dirimiendo la auténtica guerra por el futuro de la humanidad.
Nadie nos salvará desde un púlpito con
brillantes proclamas y promesas de una sociedad más justa y equitativa.
Nadie nos salvará sólo contándonos la supuesta verdad, ni desvelando
los más oscuros secretos de los poderes en la sombra.
Como acabamos de ver, la información y la verdad ya no tienen importancia, porque nuestros mecanismos de respuesta están averiados. Debemos
descender hasta ellos y repararlos; y para conseguirlo, debemos saber
cómo funcionan. Para ello no será necesario hacer un complejo curso de
psicología: observando con atención y razonando por nosotros mismos
podemos conseguirlo.
Porque no se trata de algo esotérico
ni fundamentado en creencias extrañas de carácter Místico, Religioso o
New Age. Es pura lógica: No hay revolución posible sin una
transformación profunda de nuestra psique a nivel individual. Porque nuestra mente está programada por el Sistema.
Y por lo tanto, para cambiar ese Sistema que nos aprisiona, antes debemos desinstalarlo de nuestra mente.
¿Tú lo vas a hacer?
GAZZETTA DEL APOCALIPSIS
Jorge Ramos |
Si bien estoy de acuerdo en la mayor parte del artículo, es por eso que
agradeciendo su elaboración, he considerado publicarlo, no lo estoy en
el punto en el que hace hincapié que nuestra mente es el motor principal
de la transformación que queremos ver en el mundo. Pues es tan sencillo
como lo siguiente: si nuestro mecanismo de respuesta está averiado, es
decir, la mente, ¿como poder repararla desde nuestra propia mente? Es
como pretender reparar un destornillador o unos alicates estropeados con
la misma herramienta estropeada, ¡literalmente es imposible! ¿Entonces
qué ocurre? Es muy simple. La mente, nuestro cerebro es fundamental para
lo que hemos venido hacer aquí, a este mundo, eso es indiscutible; sin
embargo, es un órgano tremendamente manipulable, el mismo artículo lo ha
explicado a la perfección. Pues la solución está tan cerca de nosotros
que no la vemos, la respuesta no es ni más ni menos que nuestro CORAZÓN,
donde realmente radica nuestra CONCIENCIA , y no en nuestro cerebro,
éste es sólo el microprocesador de nuestro cuerpo. Como bien expone el
artículo, nuestros sentimientos quedan anulados porque nuestro cerebro
se satura de información subliminal que nos adormece y nos confunde
cayendo en una auténtica apatía por todo lo que ocurre a nuestro
alrededor. No obstante, nuestro corazón, nuestra conciencia aún está
ahí, esperando a que le hagamos caso de una vez por todas.
Entonces, ¿cómo desinstalar este
Sistema de nuestra mente? Muy simple, desde nuestra conciencia, desde
nuestro corazón, donde mora nuestra alma. Para ello, no deberemos descender hasta las profundidades de nuestra psique, no, sino al interior de nuestro propia ALMA,
donde se encuentran alojados nuestros sentimientos más profundos y
puros. Desde allí es desde donde tendremos que poner en marcha los
mecanismos que determinan nuestras acciones y movimientos, dirigir
nuestro microprocesador que es el cerebro y repararlo si es preciso, y
tomarlo como lo que és, una buena herramienta para utilizarla con
CONCIENCIA.
No hay comentarios:
Publicar un comentario