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Esta insistencia de Leonardo tiene un cierto carácter
obsesivo con el recurso a unas imágenes tan intrincadas, además de lo
mucho que arriesgaba al presentar públicamente una herejía aunque que lo
hiciese de una manera astuta y subliminal. Tal vez la razón de que
dejase sin terminar tantas obras suyas no fue el perfeccionismo, como
generalmente se cree, sino la conciencia de lo que podía pasarle si
alguien supiera ver por debajo del tenue barniz de ortodoxia el
contenido auténticamente herético de lo que se estaba representando.
Aunque fuese un titán en lo intelectual y en lo físico, quizá no tenía
muchas ganas de atraer sobre sí la atención de las autoridades.
Obviamente, no le hacía ninguna falta ponerse en peligro introduciendo
semejantes mensajes heréticos, en sus pinturas. Excepto si creyese
apasionadamente en ellos. Como ya hemos visto, lejos de ser el ateo
materialista, Leonardo fue un creyente profundo, sólo que su sistema de
creencias era totalmente contrario a lo que entonces constituía y
todavía hoy constituye la línea general del cristianismo. Era un
seguidor de lo que hoy llamaríamos «lo oculto». Si bien algunos
elementos de la biografía de Leonardo tienen cierta apariencia de
prácticas mágicas, lo que buscaba en realidad y por encima de todo era
el conocimiento. Y muchas de las cosas que buscaba habían sido
eficazmente «ocultadas» por una organización tan ubicua como
poderosa. En casi todos los países europeos de la época, la Iglesia
miraba con desconfianza cualquier género de experimentación científica, y
empleaba medidas drásticas para silenciar a quienes se atreviesen a
publicar opiniones no ortodoxas. En cambio Florencia, donde nació y se
formó Leonardo, y en cuya corte principió realmente su carrera, era el
centro floreciente de una nueva ola de conocimiento. Y esto, aunque
parezca sorprendente, se debió por entero a haberse convertido la ciudad
en refugio de muy numerosos ocultistas y magos. Los primeros mecenas de
Leonardo, la familia de los Médicis, que eran entonces los amos de
Florencia, fomentaban activamente los estudios ocultistas y pagaban a
eruditos para que buscasen determinados manuscritos perdidos y, caso de
ser encontrados, los tradujesen. Los hombres del Renacimiento sentían
gran fascinación hacia lo arcano. Aunque hubo áreas de investigación que
hoy día nos parecerían ingenuidades o puras supersticiones, otras
muchas supusieron serios intentos de entender el Universo y el lugar que
el hombre ocupa en él. Sin embargo, los magos pretendían ir un paso más
allá, y descubrir maneras de controlar las fuerzas de la naturaleza.
Desde este punto de vista tal vez no extrañará tanto que Leonardo
participase activamente en la cultura oculta de su época. La distinguida
historiadora Frances Yates llega al punto de sugerir que toda la clave
del ambicioso genio de Leonardo podría hallarse en las nociones de la
magia contemporánea.
En el mundo ocultista de Florencia los grupos de la
época hacían gran caso de la hermética, cuyo nombre deriva de Hermes
Trismegisto, un legendario gran mago egipcio, cuyos libros ofrecían un
sistema coherente de magia. Pero la parte más importante del pensamiento
hermético era la idea de que el hombre es, en cierta manera,
literalmente divino. Y ese concepto por sí solo resultaba tan peligroso
para el dominio de la Iglesia, que necesariamente debía prohibirlo. En
la vida y la obra de Leonardo se encuentran numerosas demostraciones de
principios herméticos. A primera vista, sin embargo, parece existir una
flagrante contradicción entre profesar elaboradas ideas filosóficas y
cosmológicas, y nociones heréticas, y seguir concediendo tanta
importancia a los personajes bíblicos. Hay que subrayar que las
creencias heterodoxas de Leonardo y su círculo no eran una mera reacción
frente a una Iglesia crédula y corrupta. Como ha demostrado la
Historia, contra la Iglesia de Roma existió en efecto una reacción
fuerte, y nada clandestina, que fue la Reforma protestante. Pero si
Leonardo viviera hoy nos parece que tampoco le encontraríamos militando
en esa especie de Iglesia. Existen sin embargo muchas pruebas de
que los herméticos podían ser verdaderos herejes. Un representante de
las teorías herméticas, Giordano Bruno, proclamó que sus creencias
derivaban de una antigua religión egipcia anterior al cristianismo, y
que eclipsaba a éste en importancia. Giordano Bruno, registrado al
nacer como Filippo Bruno (1548 – 1600), fue un astrónomo, filósofo y
poeta italiano. Sus teorías cosmológicas superaron el modelo
copernicano, pues propuso que el Sol era simplemente una estrella; que
el universo había de contener un infinito número de mundos habitados por
seres inteligentes, y propuso, en el campo teológico, una forma
particular de panteísmo, lo cual difería considerablemente de la visión
cosmológica sostenida por la Iglesia católica. Pero no fueron estos
razonamientos la causa de su condena sino sus afirmaciones teológicas,
que lo llevaron a ser condenado por las autoridades civiles de Roma
después de que la Inquisición romana lo encontró culpable de herejía,
fue quemado en la hoguera. Tras su muerte, su nombre ganó fama
considerable, particularmente en el siglo XIX y principios del XX.
Antes de ser ejecutado en la hoguera se le ofreció un crucifijo para
que lo besara, pero Bruno lo rechazó y dijo que moriría como un mártir y
que su alma subiría con el fuego al paraíso.
Una parte de ese mundo oculto lo constituían los
alquimistas. Una vez más, no es difícil creer que un hombre tan sediento
de conocimiento como Leonardo pudo participar en ese movimiento y tal
vez ser incluso uno de sus principales inspiradores. Aunque no tenemos
prueba directa de esa relación, sabemos que solía tratar con ocultistas
fervientes de todas las tendencias. Y la aparente falsificación del
Sudario de Turín sugieren vivamente que esta reproducción fue el
resultado directo de sus propios experimentos «alquímicos».
Probablemente el mismo arte de la fotografía fue uno de los grandes
secretos alquímicos. Para simplificar: es muy improbable que Leonardo
desconociera ningún sistema de conocimiento de los disponibles en su
tiempo. Pero al mismo tiempo, y dados los riesgos que implicaba el
participar públicamente en ellos, es igualmente improbable que hubiese
consignado por escrito ninguna prueba de su participación. En cambio, y
como hemos visto, los símbolos y las imágenes que utilizó con
reiteración en sus obras supuestamente cristianas no es fácil que
hubiesen merecido la aprobación de las autoridades eclesiásticas, si
éstas hubieran llegado a sospechar la verdadera naturaleza de dichas
obras. Dicho esto, las ideas herméticas no se vinculan, en apariencia al
menos, con atribuir una gran importancia a Juan el Bautista y con el
significado de la mujer de la Última Cena. De hecho fue esta
discrepancia de lo más intrigante. Y resulta sorprendente que un genio
del Renacimiento estuviese obsesionado por el personaje de Juan el
Bautista. Pero tal vez existiera un significado más profundo tras la
creencia personal del propio Leonardo. Desde luego, en los círculos
ocultistas se viene manteniendo desde hace bastante tiempo que Leonardo
fue poseedor de un conocimiento secreto. En relación a su supuesta
participación en lo del Sudario de Turín, algunos círculos ocultistas
creían que, en efecto, no sólo había intervenido en su creación, sino
que además se sabía que había sido un mago de cierto renombre. Existe
incluso un cartel decimonónico que sirvió para anunciar el parisién Salon de la Rose + Croix
(un centro de reunión para ocultistas con aficiones artísticas), y
representa a Leonardo como Guardián del Santo Grial, lo cual se
entiende, en esos círculos, como sinónimo de Guardián de los Misterios.
Si bien era natural que recibiese encargos de pintar o
esculpir a Juan Bautista, ya que vivía en Florencia, que lo tenía por
patrono, también es cierto que Leonardo eligió libremente aceptar los
encargos. Y es significativo que el último retrato en que estaba
trabajando, antes de su fallecimiento en 1519, que no fue encargado por
nadie, sino emprendido por motivos propios, fuese un Juan Bautista. A lo
mejor era esta la imagen que deseaba ver cuando se hallase en su lecho
de muerte. E incluso cuando se le pagaba para que pintase una escena
cristiana ortodoxa, él siempre que podía procuraba destacar el papel del
Bautista en ella. Como hemos visto, sus imágenes de Juan el Bautista
están sutilmente alteradas para transmitir un mensaje específico.
Leonardo pinta a Juan como alguien importante, ya que, al fin y al cabo,
fue el precursor y pariente carnal de Jesús, así que no dejaba de ser
lógico que se le reconociese su papel. Lo que no dice Leonardo es que el
Bautista fuese inferior a Jesús como cualquier otro humano. En su Virgen de las Rocas, el ángel apunta a Juan, que es quien bendice a Jesús, y no al contrario. En la Adoración de los Magos,
los personajes normales y de aspecto sano veneran las raíces del
algarrobo, el árbol de Juan el Bautista, no a la Virgen y el niño Jesús.
Y el «gesto de Juan», el índice extendido de la mano derecha que se levanta frente al rostro de Jesús en la Última Cena, obviamente no es ningún ademán cariñoso ni solidario, sino que parece estar diciendo de una manera amenazadora: «Acuérdate de Juan».
Y en esta otra obra de Leonardo, la más desconocida, el Sudario de
Turín, se insiste en el mismo tipo de simbolismo, con la imagen de una
cabeza supuestamente cortada puesta «encima» de un crucificado
clásico. El testimonio abrumador de los indicios es que, para Leonardo,
Juan el Bautista era superior a Jesús. Hay pruebas, aunque de naturaleza
muy controvertible, que relacionaban a Leonardo con una sociedad
secreta poderosa y siniestra. Este grupo, que se afirma existió desde
varios siglos antes de la época de Leonardo, incluyó a varios de los
individuos y las familias más influyentes de la Historia europea, y, de
acuerdo con algunas, fuentes existe todavía. Se dice que entre los
promotores de esa organización figuran no sólo miembros de la
aristocracia, sino incluso algunas de las figuras más eminentes de la
vida política y económica actual, que la mantienen viva en razón de sus
propios objetivos particulares.
En Londres podemos visitar la iglesia de Notre-Dame de
France, sita en Leicester Place. Construida por primera vez en 1865, en
un lugar vagamente vinculado a los caballeros templarios, Prácticamente
exenta de la recargada estatuaria que suelen ostentar otros templos de
mayor antigüedad, tiene no obstante unas pequeñas lápidas con las
estaciones del Vía Crucis, y sobre el altar principal un tapiz que
representa una Virgen joven y rubia a la que veneran unos animales, así
como algunos santos en sus capillas, a uno y otro lado. A mano izquierda
del visitante, según se mira hacia el altar mayor, hay una capilla
donde no se venera ninguna estatua, pero que tiene un culto de
seguidores sui generis. Los visitantes acuden para admirar y
fotografiar un mural muy peculiar que hay allí, obra del poeta,
novelista, dramaturgo, pintor, ocultista y cineasta francés Jean Cocteau
(1889 – 1963), quien lo acabó en 1960. Pocos son los que conocen su
existencia, pero los escasos visitantes que se acercan, repiten. Es un
secreto que pasa de boca a boca. En la iglesia Notre Dame de France, una
discreta iglesia católica francófona situada en uno de los barrios más
populares de Londres, se esconde una pequeña joya de arte moderno en la
Capilla de la Virgen, más conocida con el nombre de “Capilla Cocteau“.
La fachada de ladrillo oscuro hace que esta iglesia construida en 1865
por la comunidad francesa de Londres, muy presente en aquella época en
este barrio del Soho, pase desapercibida. El edificio original fue
destruido por los bombardeos alemanes en 1940, y la iglesia reconstruida
en 1955 en una planta circular (algo inusual en Gran Bretaña) que
invita al recogimiento. Una de las zonas más extraordinarias de la
iglesia se encuentra en la capilla de los sacramentos. Sus muros están
decorados con frescos dibujados por Jean Cocteau, que se inspiró en los
temas de la Anunciación, la Crucifixión y la Ascensión para decorar la
capilla de pinturas contemporáneas y poco convencionales. Eso no impide
que el conjunto posea una fuerza real y una belleza singular. Jean
Cocteau fue un artista muy apreciado en Gran Bretaña. Realizó su trabajo
en el espacio de una semana, en noviembre de 1959, protegido de la
multitud que quería a cualquier precio verle trabajar. Durante la
ejecución de la obra, no habló con nadie.
Hace unos años, esta obra única del arte moderno de
Londres fue destrozada. Un visitante aparentemente trastornado, pintó
sobre el mural y añadió debajo de la firma de Cocteau su propia firma.
La restauración de la obra corrió a cargo de expertos restauradores del Institut National du Patrimoine
de Francia, que trabajaron durante un mes para devolver a la obra su
estado original. La iglesia de Notre-Dame de France expende
orgullosamente tarjetas postales con la reproducción de su famosa obra
maestra. Pero, al igual que sucede con las pinturas «cristianas»
de Leonardo, ésta, cuando se contempla con atención, también revela un
simbolismo poco ortodoxo. Y la comparación con la obra de Leonardo no es
casual en modo alguno. Incluso teniendo en cuenta el salto cronológico
de 500 años, se podría decir que Leonardo y Cocteau han colaborado de
alguna manera a través de los siglos. Antes de volver nuestra atención
hacia Cocteau, echemos una ojeada al templo de Notre-Dame de France.
Aunque no sea un caso único, desde luego es inusual que una iglesia
católica tenga planta circular, que además aquí queda subrayada por
varios detalles más. Por ejemplo, hay una curiosa cúpula con luz
central, decorada con un dibujo de anillos concéntricos que podría
interpretarse, sin forzar demasiado la interpretación, como una
telaraña. Y los muros tienen tanto en el interior como en el exterior un
motivo de cruces de brazos iguales alternadas con más círculos. La
iglesia de posguerra, aunque nueva, tiene a orgullo el haber incorporado
en su construcción una losa procedente de la catedral de Chartres, la
joya más espléndida de la arquitectura gótica y foco de determinados
grupos cuyas creencias religiosas no han sido tan ortodoxas como
querrían hacernos creer los libros de Historia. Se podrá objetar que no
hay nada especialmente profundo ni siniestro en la inclusión de dicha
losa. Al fin y al cabo, durante la guerra, esa iglesia fue lugar de
encuentro de representantes de la Francia Libre, que debió de constituir
para ellos, seguramente, un símbolo de Francia. Sin embargo, había
mucho más que eso. Todos los días entran en Notre-Dame de France muchas
personas, tanto londinenses como forasteras, para rezar y asistir a los
oficios religiosos. O mejor dicho, parece ser una de las iglesias más
ocupadas de Londres, y además sirve de cómodo refugio a muchos
indigentes de las calles, que son acogidos allí con gran caridad. Pero
es el mural de Cocteau el imán que atrae a la mayoría de los visitantes
que acuden a ella como parte del circuito turístico de Londres, si bien
algunos optan por quedarse un rato para disfrutar de ese oasis de calma
en medio de la agitación y el estrépito de la capital.
En principio el fresco tal vez decepciona, porque al
igual que otras muchas obras de Cocteau parece apenas abocetado con
algunos colores sobre una superficie lisa de enlucido. Representa la
Crucifixión y alrededor de la víctima vemos a los espantados soldados
romanos, las mujeres afligidas y los discípulos. Tiene desde luego todos
los ingredientes de una escena clásica de la Crucifixión. Pero tal como
sucede con la Última Cena de Leonardo, vale la pena echar una
ojeada más detenida y más crítica. El personaje central bien podría ser
Jesús, pero también es cierto que no podemos estar seguros porque sólo
se le ve de las rodillas abajo. La parte superior del cuerpo no se
muestra. Y al pie de la cruz hay una rosa enorme de color púrpura. En
primer término vemos un personaje que no es romano ni discípulo, uno que
se ha vuelto de espaldas a la cruz y parece seriamente trastornado por
la escena que acaba de ver. En verdad debió de ser un acontecimiento
impresionante, como siempre lo es la muerte de un hombre en tales
circunstancias. Y hallarse presente mientras todo un Dios encarnado
derramaba su sangre sería, sin duda, traumático. Pero la expresión de
ese personaje no es la del filántropo entristecido, ni la del seguidor
confundido por la pérdida de su maestro. A fuer de sinceros hay que
decir que la ceja fruncida, la mirada de soslayo, componen la mueca de
un testigo desengañado, incluso con un algo de repugnancia. La reacción
es la de alguien ni remotamente inclinado a doblar la rodilla para
rendir culto, sino que manifiesta su opinión de igual a igual. ¿Quién es
ese que así expresa su desaprobación al hallarse presente en el
acontecimiento más sagrado de la cristiandad? No es otro sino el mismo
Cocteau. Y si recordamos que Leonardo se pintó a sí mismo apartando la
mirada de la Sagrada Familia en la Adoración de los Magos, y de Jesús en la Última Cena,
podremos decir que hay, al menos, un parecido familiar entre todas esas
pinturas. Pero cuando averiguamos que, según aseguran algunos, ambos
artistas fueron miembros de la alta jerarquía de una misma sociedad
secreta herética, es imposible resistirse a continuar la investigación.
Sobre la escena brilla un sol negro que difunde sus rayos oscuros por
el cielo. Delante de él hay un personaje de pie, posiblemente un hombre,
con los ojos salientes vueltos hacia arriba.
Cuatro soldados romanos adoptan posturas épicas
alrededor de la cruz, con las jabalinas colocadas en ángulos extraños y,
a lo que parece, significativos. Uno de ellos lleva escudo, el cual
muestra la enseña de un halcón estilizado. A los pies de dos de ellos
hay un paño sobre el cual se han echado unos dados. La suma total de los
puntos que muestran es cincuenta y ocho. Un joven de aspecto
insignificante se halla con las manos unidas al pie de la cruz; su
mirada algo inexpresiva se vuelve vagamente hacia una de las dos mujeres
representadas en la escena. Éstas a su vez parecen unidas por un amplio
contorno en forma de «V» justo debajo del hombre con los ojos
salientes. La de más edad, abrumada por el dolor, mira hacia abajo y
diríamos que derrama lágrimas de sangre; la otra está literalmente más
distante, y aunque se encuentra cerca de la cruz, toda ella parece
alejarse. La figura en «V» muy abierta se repite en el frontis del
altar, situado justo delante del mural. La última figura de la escena,
al extremo derecho, es un hombre de edad indeterminada. Está de perfil y
el único ojo visible se ha dibujado con la inconfundible forma de un
pez. Algunos comentaristas han señalado que los ángulos de las lanzas
definen la figura de un pentagrama, lo cual de ser cierto constituiría
un detalle nada ortodoxo en una escena cristiana tan tradicional. Como
hemos visto, es verdad que hay algunos vínculos aparentes, por más que
superficiales, entre los mensajes subliminales de las obras religiosas
de Leonardo y de Cocteau, y lo que requiere nuestra atención es el uso
común de ciertos símbolos. Los nombres de Leonardo da Vinci y Jean
Cocteau figuran en la lista de Grandes Maestres de la que pretende ser
una de las sociedades secretas más antiguas y más influyentes de Europa,
el Priorato de Sión. Muy controvertida, su misma existencia ha sido
puesta en duda. En el mundo de habla inglesa el Priorato de Sión llamó
por primera vez la atención hacia 1982, cuando su existencia fue dada a
conocer por el libro El enigma sagrado, de Michael Baigent, Richard Leigh y Henry Lincoln, con el título original de The Holy Blood and the Holy Grail. El original fue publicado por primera vez in 1982 por Jonathan Cape, en Londres. Una secuela del libro, llamada El Legado Mesiánico fue publicada en 1987. Uno de los libros que, según los autores, influyó en el proyecto fue L’Or de Rennes (publicado después como Le Trésor Maudit), escrito en 1967 por Gérard de Sède, con la colaboración de Pierre Plantard.
En El enigma sagrado, los autores dan a conocer
la hipótesis de que Jesús de Nazaret se casó con María Magdalena,
tuvieron uno o más hijos, los cuales emigraron a lo que hoy en día es el
sur de Francia. Una vez allí, se involucraron con las familias nobles
que se convertirían la dinastía merovingia, cuya reclamación por el
trono de Francia es defendida por una sociedad secreta llamada el
Priorato de Sion. Desde su publicación se convirtió en un best-seller
internacional, lo que ha estimulado el interés por una serie de ideas
relacionadas con su tesis central. La respuesta por parte de los
historiadores profesionales y académicos de ámbitos conexos fue
universalmente negativa. Argumentaron que la mayor parte de las
reclamaciones, misterios antiguos, y teorías de conspiración que
aparecen en el libro son presentadas como hechos reales, pero en
realidad los datos no son comprobables, por lo que se considera
pseudo-histórico. Sin embargo, estas ideas fueron consideradas
suficientemente blasfemas para que el libro fuera prohibido en algunos
países con mayoría católica, como Filipinas. En El Enigma Sagrado,
Baigent, Leigh y Lincoln presentan los mitos como hechos comprobados
para apoyar su hipótesis: Indican la existencia de una sociedad secreta
conocida como el Priorato de Sion, con una larga historia que comienza
en 1099, y teniendo como Grandes Maestres a ilustres personajes como
Leonardo da Vinci, Victor Hugo y Jean Cocteau. Esta sociedad secreta
creó a los Caballeros Templarios como su brazo militar y rama
financiera. Esta sociedad está dedicada a la instauración de la dinastía
merovingia, que gobernó a los francos de 457 a 751, en los tronos de
Francia y del resto de Europa. Los autores reinterpretaron los Dossier Secrets
a la luz de su propio interés. Contrariamente a la afirmación inicial
de Plantard que decía que los merovingios eran descendientes únicamente
de la Tribu de Benjamín, afirmaban que el Priorato de Sion protege la
dinastía merovingia, ya que serían los descendientes sanguíneos de Jesús
y de su supuesta esposa María Magdalena, remontándose hasta el rey
David. La Iglesia trató de matar a todos los miembros de esta dinastía y
a sus supuestos guardianes, los Cátaros y los Caballeros Templarios,
con el fin de que los Papas mantuvieran el trono a través de la sucesión
apostólica de san Pedro, sin el temor de que fuera usurpado por un
antipapa proveniente de la sucesión hereditaria de María Magdalena.
Fácilmente se llega a la conclusión de que los objetivos
modernos del Priorato de Sion son la revelación pública del Santo
Grial, que facilite la restauración merovingia en Francia. También el
establecimiento de unos Estados Unidos de Europa de carácter teocrático,
como una vinculación de redes de las monarquías populares merovingias,
que volvería a institucionalizar la caballería, y a ser políticamente y
religiosamente unificado a través del culto imperial a un rey sagrado
merovingio, quien ocuparía tanto el trono de Europa como el de la Santa
Sede. Asimismo, se preconizaba la transferencia de la gestión de Europa y
su esfera de influencia al Priorato de Sion a través de una Europa
Federal. Los autores de El Enigma Sagrado también han incorporado a su historia el panfleto antisemita y anti-masónico conocido como Los Protocolos de los Sabios de Sion,
concluyendo que en realidad se refiere a las actividades del Priorato
de Sion. Lo presentaron como la más convincente prueba de la existencia y
las actividades del Priorato. En su país de origen, Francia, la opinión
pública empezó a saber algo desde comienzos de los años sesenta. Se
trataba de una orden masónica o de caballería con ciertas ambiciones
políticas y, a lo que parece, una influencia considerable en las áreas
del poder. Dicho esto, es considerablemente difícil formular una opinión
definida acerca del Priorato, quizá porque toda la institución tiene en
sí cierto carácter quimérico. Sin embargo, no tenía nada de ilusorio la
información que facilitó un portavoz del Priorato a Lynn Picknett y
Clive Prince, que lo conocieron a comienzos de 1991 en una reunión
resultante de una serie de cartas bastante extrañas que les enviaron
después de una tertulia radiofónica sobre el Sudario de Turín. En
efecto, un tal «Giovanni», italiano y sedicente alto jerarca del
Priorato de Sión, había realizado un meticuloso seguimiento de Lynn
Picknett y Clive Prince, prácticamente desde el comienzo de su
investigación acerca de Leonardo y del Sudario de Turín. Por razones
desconocidas, finalmente decidió hablarles de algunos de los intereses
de aquella organización. Pese a las implicaciones muchas veces
sorprendentes, o escandalosas, de las revelaciones de Giovanni, Lynn
Picknett y Clive Prince se vieron obligados a tomárselas en serio casi
todas. Por ejemplo, la imagen del Sudario de Turín se comporta como una
fotografía porque lo es. Y si, como él mismo afirmaba, la información de
Giovanni verdaderamente procedía de los archivos del Priorato, entonces
se tenía un motivo para atender sus puntos de vista.
Si hacemos una incursión en el mundo secreto de Leonardo
comprendemos que, si la misteriosa sociedad realmente había sido parte
integrante de su existencia, quedaban explicados los móviles de una gran
parte de sus actos. Y si en efecto hubiese formado parte de una
poderosa red clandestina, del tipo que fuese, posiblemente también
tuvieron que ver algo con ella sus influyentes mecenas, como Lorenzo de
Médicis y Francisco I de Francia. Parece evidente que hubo una
organización en la sombra detrás de las obsesiones de Leonardo, pero
¿sería realmente el Priorato de Sión? Si las pretensiones del Priorato
son ciertas, era ya una organización venerable cuando reclutó a Leonardo
entre sus filas. Pero cualquiera que fuese su antigüedad, debió de
ejercer un atractivo poderoso, tal vez extraordinario, para el joven
artista y para algunos de sus colegas del Renacimiento, no menos
incrédulos que él. Tal vez ofrecía, como la moderna masonería, no menos
ventajas materiales y sociales, como facilitar la carrera del joven
artista en las principales cortes europeas de la época. Pero eso no
explicaría la evidente profundidad de las creencias del propio Leonardo,
por extrañas que nos parezcan. Si participó en algo, ese algo interesó a
su espíritu tanto como a sus conveniencias materiales. La influencia
reservada del Priorato de Sión se debe, en parte, a la sugerencia de que
sus miembros son y han sido siempre los custodios de un secreto tan
trascendental que, si alguna vez llegase a hacerse público, sacudiría
los mismos cimientos de la Iglesia y del Estado. El Priorato de Sión,
llamado a veces la Orden de Sión o la Orden de Nuestra Señora de Sión,
entre otros títulos secundarios, retrotrae su fundación al año 1099,
durante la primera Cruzada. Pero incluso entonces sólo fue cuestión de
formalizar un grupo cuya guarda de un conocimiento explosivo databa de
mucho antes. Decían hallarse en el origen de los templarios, esa
misteriosa orden medieval, de caballeros mitad monjes mitad soldados. El
Priorato y los templarios llegaron a ser, dicen, prácticamente la misma
organización, presidida por un mismo Gran Maestre, hasta que sufrieron
un cisma y emprendieron caminos separados, en 1188. El Priorato continuó
bajo el caudillaje de una serie de Grandes Maestres, entre los que
figuraron algunos de los nombres más ilustres de la Historia, como sir
Isaac Newton, Sandro Filipepi (más conocido como Boticelli), Robert
Fludd, el filósofo ocultista inglés y, naturalmente, Leonardo da Vinci,
de quien se dice que presidió el Priorato durante los últimos nueve años
de su vida.
Entre sus líderes más recientes se cita a Victor Hugo,
Claude Debussy, y al pintor, escritor, comediógrafo y cineasta Jean
Cocteau. Y aunque no fuesen Grandes Maestres, el Priorato cuenta entre
sus seguidores a otras luminarias de todas las épocas, como Juana de
Arco, Nostradamus (Michel de Notre Dame) e incluso el papa Juan XXIII.
Aparte de dichas celebridades, la historia del Priorato de Sión
comprende supuestamente a varias de las principales familias reales y
aristocráticas de Europa, durante muchas generaciones, entre las que
podemos citar a los d’Anjou, los Habsburgo, los Sinclair y los
Montgomery. La finalidad declarada del Priorato consiste en proteger a
los descendientes de la antigua dinastía real de los merovingios, que
reinaron en lo que hoy es Francia desde el siglo V hasta el asesinato de
Dagoberto II a finales del siglo VII. Lo que declaró el Priorato ante
el registro como finalidad suya fue que se proponía facilitar «estudios y socorro mutuo a los asociados». En la ocasión manifestaba una sola actividad, consistente en publicar un periódico titulado Circuit y que, según la terminología del mismo Priorato, debía servir «para información y defensa de los derechos y libertades de los inquilinos de viviendas de renta limitada» (foyers habitation â logement modéré,
en Francia). En el registro figuraron cuatro funcionarios de la
asociación, el más interesante y más conocido de los cuales era un tal
Pierre Plantard, director además de Circuit. Desde esa anodina
declaración, sin embargo, el Priorato de Sión ha sido dado a conocer a
un público mucho más amplio. No sólo se han dado a la imprenta sus
estatutos, incluida la firma de quien supuestamente fue Gran Maestre,
Jean Cocteau, sino que el Priorato ha aparecido en varios libros,
empezando en 1962 con Les Templiers sont parmi nous, de Gérard de
Sède, que incluía una entrevista con Pierre Plantard. En el mundo de
habla inglesa la fama del Priorato aún tendría que esperar veinte años
más. En 1982 apareció en las librerías el fenomenal superventas de
Michael Baigent, Richard Leigh y Henry Lincoln, titulado El enigma sagrado (The Holy Blood and the Holy Grail),
y la controversia subsiguiente hizo del Priorato un tema de moda en las
conversaciones y debates para un público mucho más amplio. De lo
publicado hasta la fecha resalta la figura de Pierre Plantard. Nacido en
1920, asomó por primera vez a la vida pública en 1942, durante la
ocupación alemana de Francia, cuando publicó un periódico titulado Vaincre pour une jeune chevalerie,
notablemente neutro frente al opresor nazi, y publicado con la
aprobación de los nazis. Éste era oficialmente el órgano de la Orden Alpha-Galates,
una sociedad pseudo masónica y caballeresca, con sede en París, de la
cual Plantard se hizo Gran Maestre a la temprana edad de veintidós años.
Publicaba sus editoriales, con la firma de «Pierre de France», luego «Pierre de France-Plantard» y por último, sencillamente, «Pierre Plantard».
Esta obsesión con lo que él afirmaba ser la grafía correcta de su
apellido se manifestó de nuevo cuando adoptó el título más sonoro de «Pierre Plantard de Saint-Clair», que es el nombre bajo el cual aparece en El enigma sagrado,
y el que usó mientras fue Gran Maestre del Priorato de Sión entre 1981 y
1984. Así pues, Pierre Plantard de Saint-Clain ejerció, sin embargo,
una considerable influencia en la Historia de Europa, pues fue Pierre
Plantard de Saint-Clair, bajo el seudónimo de «Captain Way», la
eminencia gris de los Comités de Salvación Pública que prepararon el
retorno al poder del general Charles de Gaulle en 1958.
Consideremos la naturaleza paradójica del Priorato de Sión. Como se ha escrito en El enigma sagrado, la fuente primaria es una colección de sólo siete enigmáticos documentos conservados en la Bibliothèque Nationale de París y conocidos bajo el nombre de Dossiers secrets.
Pero tales expedientes secretos no son más que un montón de genealogías
y textos históricos, con algunas obras alegóricas más recientes que se
atribuyen a autores anónimos, o que escriben bajo seudónimos, o que no
tienen nada que ver con lo que se les atribuye. Muchas de estas
alusiones se refieren a la supuesta obsesión merovingia de la asociación
y se centran en el famoso misterio de Rennes-le-Château, la remota
aldea languedociana que fue el punto de partida de la Investigación de
Baigent, Leigh y Lincoln en su obra El enigma sagrado. Sin
embargo, también emergen otros temas que son mucho más significativos.
El primer artículo de los expedientes secretos fue depositado en 1964,
aunque esté fechado en 1956. El último fue depositado en 1967.
Razonablemente podríamos hacer caso omiso de buena parte del contenido
de los expedientes. Pero la experiencia sobre el Priorato de Sión y su modus operandi
nos indica que les agrada la desinformación deliberada. Detrás de una
cortina de humo compuesta de absurdos, tergiversaciones y ocultaciones,
hay un designio muy serio y muy perseverante. Lo que no habría motivado a
unos genios tan grandes como Leonardo e lsaac Newton es el supuesto
afán de restaurar el desaparecido linaje de los merovingios a una
posición de poder en la Francia moderna. A tenor de las pruebas, que se
hallan en los expedientes secretos, la demostración de la supervivencia
de la dinastía, más allá de Dagoberto II, por no mencionar la de la
prolongación de dicho linaje hasta finales del siglo XX, es frágil. Al
fin y al cabo, cualquiera que haya intentado reseguir su propio árbol
genealógico dos o tres generaciones atrás sabe hasta qué punto la
empresa se vuelve pronto difícil. Cuesta imaginar que hombres de la
categoría de Isaac Newton y Leonardo quedasen demasiado impresionados
por la proposición de una sociedad británica, digamos, que los invitase a
colaborar, por ejemplo, en la restauración de los descendientes de
Haroldo II el Confesor, muerto por los hombres de Guillermo el
Conquistador en 1066.
En cuanto al moderno Priorato de Sión, la empresa de
restaurar la dinastía merovingia se intuye bastante dificultosa. No sólo
está el problema de persuadir a la Francia republicana de la
conveniencia de retornar a la monarquía, que rechazó hace más de un
siglo. Si eso fuese posible, y si se lograse demostrar la continuidad de
la línea de sucesión merovingia, queda todavía que ese linaje en
particular no puede sustentar ninguna pretensión, porque en tiempos de
los merovingios aún no existía siquiera un Reino de Francia. Como ha
dicho escuetamente el autor francés Jean Robin, «Dagoberto fue [...] rey en Francia, pero en modo alguno rey de Francia». Los Dossiers secrets
pueden ser un absurdo total, pero da qué pensar el esfuerzo y recursos
que se dedican a sustentar sus pretensiones. Incluso el escritor francés
Gérard de Sède, que llenó muchas páginas alineando argumento tras
argumento para pulverizar la causa merovingia aducida en los
expedientes, ha acabado por admitir que se invirtió en ellos una
cantidad de de recursos y estudios académicos fuera de toda proporción
con la supuesta finalidad. Saca la conclusión de que, detrás de todo
eso, hay un misterio auténtico. Un rasgo muy curioso de los dossiers es
la constante implicación que se insinúa entre líneas, a saber, que los
autores tuvieron acceso a archivos oficiales de la administración y la
policía. Por citar sólo dos ejemplos, entre muchos, en 1967 se agregó a
los dossiers un cuaderno titulado Le serpent rouge, atribuido a
tres autores, Pierre Feugère, Louis Saint-Maxen y Gaston de Koker, y
fechado el 17 de enero de 1967, aunque el resguardo del depósito en la Bibliothèque Nationale
lleva fecha del 15 de febrero. Este extraordinario texto de trece
páginas, generalmente alabado como ejemplo de talento poético, utiliza
también simbolismos astrológicos, alegóricos y alquímicos. Pero resulta
que estamos ante un asunto siniestro, porque los tres autores fueron
hallados ahorcados con menos de veinticuatro horas de diferencia, entre
el 6 y el 7 de marzo de aquel mismo año. Se sobreentiende que las
muertes fueron consecuencia de su colaboración como autores de Le serpent rouge. Pero otras investigaciones ulteriores han demostrado que la obra fue añadida al depósito de los dossiers el 20 de marzo, es decir, después
de que aquéllos fuesen hallados muertos, y que se falsificó
deliberadamente la fecha del resguardo. Sin embargo, hay en esa extraña
historia algo todavía más chocante, y es que los tres supuestos autores
no tenían en realidad ninguna relación con ese panfleto, ni con el
Priorato de Sión. Por lo visto, alguien había aprovechado la ocasión de
aquellas tres muertes extrañamente coincidentes en el tiempo, y la puso
al servicio de sus propios y sin duda no menos extraños fines.
Pero ¿por qué? Tal como ha señalado Gérard de Sède, solo transcurrieron trece días entre las tres muertes y el depósito del cuaderno en la Bibliothèque Nationale,
de manera que alguien trabajó muy rápido. Gérard de Sède da a entender
que ese verdadero autor o autores estaba(n) en el secreto de las
investigaciones policiales. Y Frank Marie, un escritor y detective
privado, ha demostrado de modo concluyente que la máquina de escribir
utilizada para elaborar Le serpent rouge volvió a serlo en la
confección de otros documentos posteriores de los expedientes secretos.
Está luego el caso de unos falsos documentos del Lloyds Bank. Unos
supuestos pergaminos del siglo XVII hallados por un cura francés a
finales del siglo pasado, y que supuestamente demostraban la continuidad
del linaje merovingio, fueron comprados por un caballero inglés en 1955
y depositados en una caja de una sucursal londinense del Lloyds Bank.
Aunque, en realidad, nadie ha visto esos documentos, se supo que
existían cartas que confirmaban el hecho de estar depositados, firmadas
por tres destacados hombres de negocios británicos, todos los cuales
habían estado relacionados anteriormente con los servicios secretos de
su país. Sin embargo, en el curso de su investigación para The Messianic Legacy (la continuación de El enigma sagrado),
Baigent, Leigh y Lincoln consiguieron demostrar que las cartas eran
falsificaciones, pero incorporaban partes de documentos auténticos que
exhibían las firmas auténticas, y copias de los certificados de
nacimiento de los tres hombres de negocios. Sin embargo el punto más
significativo y de más largo alcance es que el falsificador, quienquiera
que fuese, debió de obtener esas partes de unos papeles auténticos en
los archivos de la administración francesa y por vías que implican
seriamente a los servicios secretos franceses. Una vez más nos quedamos
con una fuerte sensación de extrañeza. La realización de tan complicada
estratagema debió de suponer una enorme cantidad de tiempo, esfuerzo y
tal vez incluso riesgo personal. Pero al mismo tiempo, y en última
instancia, no se le ve finalidad alguna. Aunque en este sentido el
asunto no hace más que seguir la vieja tradición de los servicios de
inteligencia, donde casi nada es lo que aparenta y los casos más
sencillos a primera vista quizá no sean más que operaciones de
desinformación.
Todo sucede como si la mera aproximación a la realidad
del Priorato constituyese en realidad una especie de iniciación. Y, si
esta iniciación no estaba destinada a la persona que investiga, una
cortina de humo le alejará eficazmente de cualquier investigación más
profunda. Sería un gran error desdeñar los Dossiers secrets sólo
porque su mensaje explícito sea demostrablemente implausible. El mucho
trabajo que se han tomado en su elaboración es un claro indicio de que
tienen algo que ofrecer. Pero cuando nos enfrentamos a un grupo que está
desarrollando un complicado plan, con todos los indicios y pistas, se
evidencia que algo pasa. Se puede aducir que siempre es difícil
demostrar la existencia actual o histórica de una sociedad secreta. Por
definición, cuanto más éxito haya tenido en permanecer secreta más arduo
será corroborar su existencia. No obstante, si se logra demostrar la
aparición reiterada de los mismos intereses, temas y propósitos entre
los que se afirma pertenecieron a ese grupo en distintas épocas, sería
plausible e incluso sensato postular que tal grupo ha podido existir en
realidad. Por implausible que parezca la nómina de los Grandes Maestres
del Priorato, según viene dada en los Dossiers secrets, el
estudio de Baigent, Leigh y Lincoln estableció que no es una lista
arbitraria. Hay, en efecto, convincentes relaciones entre varios Grandes
Maestres sucesivos. Además de conocerse entre sí, y de estar
estrechamente emparentados en algunos casos, estos personajes
compartieron ciertos intereses y preocupaciones. Sabernos que muchos de
ellos estuvieron asociados con movimientos esotéricos y con otras
sociedades secretas, como los francmasones, los rosacruces y la Compagnie du Saint-Sacrement,
todas las cuales tienen algunos objetivos comunes. Hay, por ejemplo, un
tema claramente hermético que discurre a través de sus publicaciones
conocidas, una emoción auténtica suscitada por la perspectiva de que el
ser humano llegue a convertirse en casi divino dada la extensión
constante de las fronteras del conocimiento. Por otra parte, los
individuos y las familias que en el decurso de los siglos supuestamente
intervinieron en los asuntos del Priorato son los mismos mantenedores de
lo que podríamos llamar el gran engaño del Santo Sudario. Como ya hemos
visto, tanto Leonardo como Cocteau utilizaron simbolismos heterodoxos
en sus obras pictóricas supuestamente cristianas. Pese a la diferencia
de 500 años, la imaginería que el uno y el otro utilizan nos los
representa como notablemente constantes en lo suyo. Y en efecto, otros
escritores y artistas plásticos de los relacionados con el Priorato han
incluido también motivos semejantes en su producción. Lo cual comunica
bastante fuerza a la hipótesis de que tomaron parte en algún tipo de
movimiento organizado en la clandestinidad, y que ya debía de hallarse
bien establecido en la época de Leonardo.
Y puesto que se ha afirmado que tanto éste como Cocteau
fueron Grandes Maestres, si aceptamos sus preocupaciones comunes como un
indicio más, parece razonable deducir que fueron miembros destacados
del Priorato de Sión, o por lo menos de algún grupo bastante parecido.
Es irrefutable el conjunto de pruebas que reúnen Baigent, Leigh y
Lincoln en El enigma sagrado en cuanto a la existencia histórica
del Priorato. Y en 1966 todavía publicaron más pruebas, algunas de ellas
debidas a otros estudiosos, en una nueva edición revisada y puesta al
día del mismo libro. Lo que demuestran las pruebas en cuestión es que
existió una sociedad secreta, en funcionamiento desde el siglo XII, de
los que el moderno Priorato de Sión aparentemente sería su legítimo
heredero. Ciertamente, el moderno Priorato da muestras de un
conocimiento íntimo de la sociedad histórica. A fin de cuentas, han sido
sus miembros actuales quienes dieron a conocer por primera vez la
existencia del Priorato en el pasado. Ahora bien, ni siquiera la
posesión de los archivos del Priorato antiguo implica necesariamente la
autenticidad de sus continuadores. El artista francés Alain Féral, quien
como pupilo de Cocteau colaboró con él y le conocía muy bien, ha negado
que su mentor hubiese sido Gran Maestre del Priorato de Sión. Por lo
menos, aseguró, en el sentido de que Cocteau no tuvo nada que ver con la
organización que luego ha tenido por Gran Maestre a Pierre Plantard de
Saint-Clair. No obstante Féral realizó sus propias indagaciones en
relación con determinados aspectos de la historia del Priorato de Sión,
en particular los relativos a la aldea languedociana de
Rennes-le-Château, y opina que los citados como Grandes Maestres en la
lista de los Dossiers secrets hasta Cocteau, inclusive, sí
estuvieron vinculados por una tradición clandestina auténtica. Los
registros secretos, si prescindimos de la mitomanía merovingia, conceden
gran relevancia al Santo Grial, a la tribu de Benjamín y a María
Magdalena, personaje del Nuevo Testamento. Por ejemplo, en Le serpent rouge figura la declaración siguiente: “De
aquellos a quienes deseo liberar ascienden a mí los aromas del perfume
que impregna el sepulcro. A quien antiguamente llamaban algunos ISIS, la
reina de los benéficos manantiales, VENID A MÍ TODOS LOS AFLIGIDOS Y
LOS DESAMPARADOS, QUE YO OS CONSOLARÉ, y otros; MAGDALENA, la de la
vasija famosa colmada de bálsamo reparador. Los iniciados conocen su
verdadero nombre: NOTRE DAME DES CROSS“.
Este breve pasaje es intrigante entre otras cosas porque las últimas palabras, Notre Dame des Cross, no parecen tener ningún sentido. Des es un plural que puede significar «de los» o «de las», pero cross ni siquiera es una palabra francesa, aunque naturalmente significa «cruz»
en inglés, así, en singular. Luego está la peculiar confusión entre
Isis y María Magdalena. A fin de cuentas la primera fue una diosa
egipcia y la segunda una «mujer caída», y son personajes de
distintas culturas y sin ninguna relación obvia entre sí. Se diría, en
efecto, que hay una dificultad de entrada para poner en relación unos
temas tan diversos en apariencia como la Magdalena, el Santo Grial, la
tribu de Benjamín y la diosa egipcia Isis con el linaje merovingio. Los Dossiers secrets explican que los francos sicambrios,
de quienes descendían los merovingios, eran de origen judío, o más
exactamente eran la tribu perdida de Benjamín, que emigró a Grecia y
luego a la Germania, donde se convirtieron en sicambrios. Sin embargo los autores de El enigma sagrado afirman que no
era fantasía de un puñado de monárquicos excéntricos. Decían que Jesús
se había casado con María Magdalena y que esa unión tuvo descendencia.
Jesús sobrevivió a la cruz, pero su mujer salió del país sin él, y se
llevó los niños a una colonia judía afincada en lo que hoy es el sur de
Francia. Fueron los descendientes de éstos quienes llegaron a ser
caudillos de los sicambrios, y así se creó el linaje real de los
merovingios. Con esta hipótesis la mayoría de los temas del Priorato
parece que encajan, pero arroja otros problemas. Es prácticamente
imposible que ninguna línea sucesoria, no importa de quién descienda,
sobreviva en la forma «pura» que sería necesaria para sustentar
semejante campaña. Es innegable que hay buenas razones para propugnar
que Jesús estuvo casado con María Magdalena, o tuvo algún tipo de
relación íntima con ella, e incluso que sobrevivió a la Crucifixión. En
realidad, y aunque muchos crean lo contrario, no fue necesario esperar a
la obra de Baigent, Leigh y Lincoln para que alguien propusiera esos
dos asertos, que habían sido discutidos entre numerosos académicos
muchos años antes de la publicación de El enigma sagrado.
Los merovingios son importantes porque se supone que
eran descendientes de Jesús. En ese grupo de descendientes tan traído y
llevado figura, según se cree, nada menos que el mismo Pierre Plantard
de Saint-Clair. Pero lo que confiere a la idea del linaje merovingio su
pretendida importancia no es la idea cristiana de que Jesús fue Dios
encarnado, con lo cual sus descendientes habrían sido divinos de alguna
manera. El fundamento de toda la creencia es que como Jesús era del
linaje de David y por tanto rey legítimo de Jerusalén. Este título recae
automáticamente en su familia futura, aunque sólo sea por ahora en el
plano teórico. El poder que se reclama para la conexión merovingia no es
divino, sino político. Baigent, Leigh y Lincoln obviamente construyen
su teoría sobre afirmaciones encontradas en los Dossiers secrets. Por ejemplo, los Dossiers dicen que los reyes merovingios, desde su fundador Meroveo hasta Clodoveo, quien se convirtió al cristianismo, eran «reyes paganos del culto a Diana».
Sin duda habría sido difícil compaginar esto con la idea de que fuesen
descendientes de Jesús o de una tribu judía. Otro ejemplo de esta
curiosa selectividad por parte de Baigent, Leigh y Lincoln es el del «documento Montgomery».
Se trata, según ellos, de un relato que apareció en el archivo
particular de la familia Montgomery y les fue comunicado por un miembro
de ésta. Su fecha originaria no se conoce con seguridad, pero la versión
que ellos vieron databa del siglo XIX. Si lo valoraron fue porque, en
esencia, respaldaba las teorías aducidas en El enigma sagrado,
aunque naturalmente no se podía pretender que fuese una prueba de ellas.
Pero al menos establecía que una de aquellas ideas, la de que Jesús
estuvo casado con María Magdalena, era conocida por lo menos un siglo
antes de que ellos emprendieran su investigación. El documento
Montgomery cuenta la historia de Yeshua ben Joseph (Jesús, hijo
de José), casado con Miriam (María) de Betania, personaje bíblico que
muchos creen ser la misma persona que María Magdalena. A consecuencia de
una insurrección contra los romanos, María fue detenida y si le
devolvieron la libertad fue sólo porque estaba embarazada. Entonces huyó
de Palestina hasta recalar en la Galia, en lo que hoy es Francia, donde
dio a luz una hija. Aunque se comprende fácilmente por qué Baigent,
Leigh y Lincoln traen a colación el documento Montgomery en apoyo de su
hipótesis, es extraño que, no profundizasen más en ciertos aspectos del
relato. En esta crónica se describe a María de Betania como «sacerdotisa de un culto femenino»;
lo mismo que la afirmación de que los merovingios adoraban a la diosa
Diana, que introduce en la historia un matiz claramente pagano,
difícilmente conciliable con la noción de que el principal interés del
Priorato tenga que ver con la continuidad del linaje del rey judío
David, el cual incluye a Jesús.
Es interesante observar que el moderno Priorato se ha abstenido de confirmar ni desmentir la hipótesis de El enigma sagrado.
Una cosa que empezábamos a ver muy evidente era que la ambición
motivadora del Priorato no podía ser el poder puramente político que
postulan Baigent, Leigh y Lincoln. Una y otra vez los Dossiers
citan personas, sean los propios Grandes Maestres u otras vinculadas con
el Priorato, que no fueron primordialmente políticos, sino ocultistas.
Por ejemplo, Nicolás Flamel, gran maestre desde 1398 hasta 1418, fue
maestro alquimista; Robert Fludd (1595-1637) era rosacruz; Charles
Nodier (gran maestre de 1801 a 1844), uno de los más influyentes
promotores de la renovación moderna del ocultismo, Incluso sir Isaac
Newton (gran maestre de 1691 a 1727), hoy más conocido como científico y
matemático, fue también devoto alquimista y hermético, que poseía
ejemplares de los manifiestos rosacruces y llenó los márgenes de
anotaciones de su puño y letra. Y también está Leonardo da Vinci. En
realidad, y tal como hemos visto, extraía sus obsesiones de otras
fuentes completamente distintas, y hacen de él un candidato idóneo más a
ser miembro de los Grandes Maestres del Priorato. Sorprende que, si
bien reconocen los intereses ocultos de muchos de estos personajes,
Baigent, Leigh y Lincoln no parezcan darse plena cuenta de lo que
significaban tales obsesiones. Al fin y al cabo, en muchos de esos casos
lo oculto no era una afición ocasional, sino la verdadera empresa
principal de sus vidas. Y todo indica que los individuos relacionados
con el moderno Priorato también son ocultistas. Así pues, ¿qué secreto
fue capaz de retener durante tanto tiempo la atención de las mejores
cabezas ocultistas del mundo? Por más persuasivos e innovadores que
hayan sido los autores de El enigma sagrado, su explicación de
los móviles y los objetivos del Priorato no acaba de ser satisfactorio.
Casi desde el principio del estudio sobre Leonardo y el Sudario de
Turín, Lynn Picknett y Clive Prince tuvieron la sensación de que había,
en efecto, un secreto, celosamente guardado por un reducido grupo de
elegidos. Conforme avanzaba la investigación se iba detectando que la
biografía y la obra de Leonardo tenían un estrecho paralelismo con el
material difundido por el Priorato. Era posible que esos mismos temas
estuviesen entretejidos en la obra de Jean Cocteau.
La semejanza más obvia con las obras de Da Vinci es que
Jean Cocteau se autorretrata dando la espalda a la cruz. Como ya hemos
mencionado, Leonardo se pintó de esa manera a sí mismo, por lo menos dos
veces: en la Adoración de los Magos y en la Última Cena.
Considerando la expresión que pone Cocteau en su propio rostro, que es,
cuando menos, de profundo rechazo de toda la escena, no sería
descabellado tratar de parangonarla con la violencia que expresa
Leonardo al apartarse de la Sagrada Familia en la Adoración. En
el mural de Cocteau, el crucificado sólo se ve de rodillas abajo, lo
cual implica cierta sospecha acerca de su verdadera identidad. La
curiosa ausencia global de vino que hemos visto en la Última Cena
también parece implicar un serio interrogante en cuanto a la naturaleza
del sacrificio de Jesús. El artista moderno va más allá y no representa
a Jesús en absoluto. Es también muy similar la utilización de la
envolvente en «V». En la obra de Cocteau ésta enlaza a las dos mujeres
afligidas, que suponemos ser la Virgen María y María Magdalena. Y de
nuevo se da a entender que ésta se aleja del personaje de Jesús.
Mientras la madre baja la mirada y llora, la mujer más joven le vuelve
la espalda. En la Última Cena de Leonardo la «V» une a Jesús con ese «San Juan»
tan sospechosamente femenino. Y esa mujer se aparta de él tan lejos
corno puede, aunque al mismo tiempo parece que están unidos. Otros
simbolismos que se aprecian en el mural de Cocteau, una vez conocemos
las preocupaciones del Priorato de Sión, se evidencian conectados con
éste de una manera bastante explícita. Por ejemplo, la suma de los
puntos que dan los dados arrojados por los soldados es cincuenta y ocho,
y ése es el número esotérico del Priorato. La rosa de color púrpura y
llamativo tamaño al pie de la cruz es una alusión nada oculta al
movimiento rosacruz, el cual se vincula estrechamente al Priorato y
desde luego también a Leonardo. Los miembros del Priorato no creen que
Jesús muriese en la cruz, y algunas de sus facciones opinan que fue un
sustituto el que sufrió el suplicio en principio destinado a aquél. Si
nos atenemos exclusivamente a las imágenes del mural, casi parece que
Cocteau también pensaba así. Por ejemplo, no sólo no se ve el semblante
de la víctima, sino que además se incluye un personaje inhabitual en las
representaciones de la Crucifixión. Es el hombre del lado derecho,
puesto de perfil, cuyo ojo presenta inconfundiblemente la figura de un
pez, siendo ésta seguramente una alusión al nombre en clave que daban a «Cristo»
los cristianos de las catacumbas. ¿Quién representa ser ese hombre con
el ojo de pez? Atendida la noción del Priorato, según la cual no era
Cristo el clavado en la cruz, ¿no sería posible que ese personaje
añadido fuese el mismo Jesús? Tal vez el Mesías se quedó a contemplar la
tortura y muerte de un figurante. Si eso fuese cierto, es fácil
imaginar sus emociones.
Volvamos a la mujer que aparece tanto en la pintura de
Leonardo como en la de Cocteau, y que seguramente es María Magdalena en
ambos casos. Teniendo en cuenta que, según las creencias del Priorato,
estaba casada con Jesús, eso explicaría su presencia en la Última Cena, sentada a la derecha de su esposo, así como el hecho de vestir prendas que son reflejo invertido de las de él, de quien es «la otra mitad».
Es cierto que una tradición no muy conocida de los tiempos medievales y
comienzos del Renacimiento asegura que la Magdalena estuvo presente en
la Última Cena. Pero Leonardo hizo saber que el personaje sentado a la
derecha de Jesús en su versión era san Juan, ¿Qué motivos tendría para
tal engaño? Al fin y al cabo, si el autor nos dice que ha pintado un
hombre y nuestro cerebro nos dice que es una mujer, la confusión hará
que sigamos debatiendo el asunto durante mucho tiempo. «¿Por qué los Grandes Maestres se llamaron siempre Juan?». Aunque los Grandes Maestres adoptan en la organización el sobrenombre de Nautonnier o «timonel», también reciben el nombre de Jean, «Juan», o si son mujeres, Jeanne, «Juana».
Por ejemplo, Leonardo aparece en sus listas como Jean IX. Vale la pena
mencionar que aun tratándose de una orden de caballería tan antigua, el
Priorato asegura haber practicado siempre la igualdad de oportunidades
en su sociedad secreta, y cuatro de sus Grandes Maestres han sido
mujeres. Sin embargo esa política es totalmente coherente con la
verdadera naturaleza y los objetivos de Priorato. Los títulos que usa el
Priorato en su organización jerárquica dan una idea de sus
preocupaciones. De acuerdo con los estatutos, por debajo del Nautonnier hay un grado compuesto por tres iniciados que reciben el nombre de Prince Noachite de Notre Dame, y, debajo de éste, otro grado de nueve individuos que son los Croisé de Saint Jean, es decir «cruzados de San Juan».
La escala tiene seis grados más, pero el organismo director está
formado por los tres principales, que totalizan los trece miembros de
mayor categoría. Dicho organismo tiene el nombre de Archikyria, en el que reconocemos el tratamiento de respeto griego kyria equivalente al moderno «Señora». Pero más concretamente, en el mundo helenístico de los últimos siglos a.C. era un epíteto de la diosa Isis.
El primer Gran Maestre de la sociedad fue un Juan
verdadero, Jean de Gisors, aristócrata francés del siglo XII. Pero el
acertijo está en que el nombre de adopción dentro del Priorato fue «Jean II». Una cuestión es saber de qué Juan hablamos. ¿De Juan el Bautista?, ¿de Juan el evangelista, el «discípulo predilecto» del Cuarto Evangelio?, o ¿de Juan el Divino, el autor del Apocalipsis? Parece que debió de ser uno de esos tres. Otro «Juan» relacionado con el asunto y que da mucho que pensar, es el mencionado en un libro de 1982, Rennes-le-Château: capitale secrète de l’histoire de France,
por Jean-Pierre Deloux y Jaeques Brétigny. Se sabe que ambos autores
estaban íntimamente relacionados con Pierre Plantard de Saint-Clair, que
colaboró en el libro. Es pura propaganda del Priorato, en realidad, y
explica cómo se formó la sociedad. Deloux y Brétigny también escribieron
artículos sobre el Priorato de Sión en la revista L’Inexpliqué,
una revista esotérica, supuestamente fundada y financiada por el
Priorato. Según esta narración, la intención principal había sido formar
un «gobierno secreto» cuya cabeza visible sería Godofredo de
Bouillon, uno de los dirigentes de la Primera Cruzada. En Tierra Santa,
Godofredo se encontró con una organización llamada la Iglesia de Juan y
decidió poner su espada al servicio de la Iglesia de Juan, esa Iglesia
esotérica e iniciática que representaba la Tradición: aquélla basada en
la primacía del Espíritu. De ese magno designio nacieron tanto el
Priorato de Sión, esa organización que siempre pone a sus grandes
maestres el nombre de «Juan», como los caballeros templarios. Y tal como dice Pierre Plantard de Saint-Clair a través de Deloux y Brétigny: “Así,
a comienzos del siglo XII aparecían reunidos los medios espirituales y
temporales que iban a permitir la realización del sueño sublime de
Godofredo de Bouillon; la Orden del Temple sería la espada de la Iglesia
de Juan y el portaestandarte de la primera dinastía, y las armas
obedecerían al espíritu de Sión“. El resultado de este ferviente «juanismo» iba a ser un «renacimiento espiritual» que «trastornaría toda la Cristiandad». Pese a su evidente importancia para el Priorato, este énfasis alrededor de «Juan»
seguía envuelto en la más extraordinaria oscuridad. Pero ¿a qué razones
obedecía tanta oscuridad? Al menos es posible aventurar una suposición
en cuanto a qué Juan tiene en mente el Priorato, si la obsesión de
Leonardo por el Bautista vale como indicio. Pero como hemos visto, la
idea que el Priorato tiene de la misión de Jesús dista de ser ortodoxa, y
no parecería lógica tanta reverencia hacia el hombre que supuestamente
no fue más que el precursor del Mesías, a menos que el Priorato, como
Leonardo, reverenciase a Juan el Bautista por encima de Jesús mismo.
De existir alguna razón para creer que el Bautista era
superior a Jesús, entonces las consecuencias serían inconcebiblemente
traumáticas para la Iglesia. E incluso si la opinión del «juanismo»
se fundara en un equívoco, son indudables los efectos que ejercería esa
creencia si se diese a conocer más ampliamente. Sería casi como la
herejía definitiva. Y los Dossiers secrets insisten
reiteradamente sobre el carácter anticlerical de los descendientes de
los merovingios y cómo fomentaron positivamente la herejía. Parece como
si el Priorato quisiera transmitir la idea de que la herejía es buena
cosa, por alguna razón concreta. La supuesta herejía del Bautista
tendría repercusiones asombrosas. Los únicos indicios en cuanto a las
creencias del Priorato sobre el Bautista eran la manifiesta obsesión de
Leonardo con el personaje, y el hecho de que aquél llamase «Juanes»
a sus grandes maestres. El otro personaje del Nuevo Testamento que
tiene una significación grande para el Priorato es, como hemos visto
reiteradamente, María Magdalena. Los autores de El enigma sagrado explican
que esa importancia reside concreta y exclusivamente en el hecho de
estar casada con Jesús y ser la madre de sus hijos. Pero considerando la
poca admiración que la figura de Jesús inspira al Priorato, esa
explicación parece bastante floja. Se diría que esa organización le
atribuye a la Magdalena una importancia a título propio, en lo cual el
papel de Jesús resulta casi irrelevante. Como en el relato del «documento Montgomery»,
donde su función se limita a ser el padre de la criatura y después de
eso no vuelve a intervenir para nada en los acontecimientos. Casi nos
sentimos inducidos a proponer que incluso sin Jesús, esa mujer tiene
algo que le confiere una significación suprema. Para cualquier
observador ajeno a la cuestión, la existencia de una relación más o
menos esotérica entre María Magdalena y Juan el Bautista es puro trabajo
de imaginación, porque ni siquiera consta que se conocieran, según los
textos conocidos de los Evangelios. Sin embargo, tenemos lo que parece
un secreto muy antiguo que los asocia inequívocamente, y los venera a
ambos. ¿Es posible que representen algo capaz de inquietar a la Iglesia?
Todas las veces que Lynn Picknett y Clive Prince
bucearon en esa historia de la Magdalena se veían conducidos a tierras
mucho más cercanas que las de Israel, por su significado en relación con
el asunto. En particular el Priorato hace mucho caso de la leyenda que
la vincula al Mediodía francés. Sin embargo, desde el comienzo Lynn
Picknett y Clive Prince vieron que había algo especialmente interesante
en la asociación del enigmático personaje con ese lugar concreto de la
geografía. Habitualmente expuesto en la basílica, el supuesto cráneo de
María Magdalena está recubierto por una máscara de oro y lo pasean ante
los habitantes de Saint-Maximin-en-Provence. Esta procesión anual
se celebra el primer domingo después del día de Santa Magdalena, el 22
de julio. Según la creencia, Magdalena llegó por mar procedente de
Palestina y se asentó en la Provenza, donde murió. Y su poder persiste
con fuerza, en esta región y hasta la fecha, porque aquí no sólo la
veneran sino que la quieren con una pasión peculiar. Ciertamente se le
dedica una devoción extraordinaria, e incluso fanática, y se mantiene la
leyenda de que murió en esta comarca, lo cual tienen muchos por hecho
demostrado. Pero, ¿cómo se explica que los restos de una oriunda de la
Palestina del siglo I hayan venido a descansar en el sur de Francia? Y,
¿por qué la distingue el Priorato de Sión con tan gran veneración? En
principio sorprende esta potente atracción de la Magdalena, si se tiene
en cuenta que son escasas sus menciones en el Nuevo Testamento. Nos
inclinábamos a pensar que la escasez de la información daba margen a la
invención de material legendario que rellenase las páginas. Pero si
alguien ha creado fantasías sobre María Magdalena, ese alguien ha sido
la Iglesia. Su imagen de prostituta arrepentida no tiene nada que ver
con lo que cuentan Mateo, Marcos, Lucas ni Juan. El personaje que
describe el Nuevo Testamento es bastante distinto del que ha dibujado la
Iglesia. De los textos que mencionan a María Magdalena, los Evangelios
son los únicos que conoce la mayoría de las personas. Hasta hace poco,
el personaje estuvo considerado por muchos cristianos como marginal en
relación con la peripecia de Jesús y sus seguidores. En los últimos
veinte años, por el contrario, se advierte un cambio de percepción por
parte de los estudiosos. Hoy por hoy se le atribuye un papel bastante
más destacado. Aparte la Virgen María, es la única mujer a quien los
cuatro evangelistas citan por su nombre. Hace su primera aparición
durante el ministerio de Jesús en Galilea, y formaba parte del grupo de
mujeres que le seguían, «las cuales le asistían con sus bienes».
Antes Jesús había echado de ella «siete demonios».
La tradición la identifica con otras dos mujeres del Nuevo Testamento:
María de Betania, hermana de Marta y de Lázaro, y la mujer cuyo nombre
no se cita, que unge los pies de Jesús con esencia de nardos que saca de
un vaso de alabastro. Su papel adquiere una significación completamente
nueva, más profunda y más permanente cuando queda consignado que estuvo
presente en la Crucifixión, y más especialmente que fue el primer
testigo de la Resurrección. Aunque los cuatro Evangelios difieren, como
sabemos, en la manera de narrar el descubrimiento del sepulcro vacío,
todos coinciden en lo tocante a la identidad de la primera persona que
vio a Jesús resucitado. Es indudablemente María Magdalena y no dicen los
evangelistas que fue la primera mujer que le vio, sino la primera persona,
detalle que suelen pasar por alto aquellos para quienes sólo cuentan
como verdaderos apóstoles los hombres que siguieron a Jesús. Es así que
la Iglesia ha fundamentado su autoridad, por entero, en el concepto de
apostolado. El primado apostólico le incumbe a Pedro y éste es el
conducto a través del cual se transmiten a la posteridad los poderes de
Jesús. Dicha autoridad, que muchos creen fundada en el anuncio de que «sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia»,
según la creencia oficial proviene de ser el primer discípulo de Jesús
que lo vio resucitado. Pero lo que dice el Nuevo Testamento no concuerda
con esa enseñanza de la Iglesia. Aunque sólo fuese por eso,
evidentemente se le ha infligido a la Magdalena una injusticia tremenda,
y que en este caso reviste consecuencias de alcance excepcional. Pero
aún hay más. Es también la primera, entre los discípulos, que recibe una
comisión apostólica directa de Jesús, cuando éste la envía a comunicar
la noticia de su resurrección a los demás. Tal vez parezca curioso, pero
la primitiva Iglesia sí reconoció su verdadero lugar en la jerarquía y
le dio el título de Apostola Apostolorum, «la Apóstol de los Apóstoles», o más explícitamente «la primera Apóstol».
¿Por qué razón quiso Jesús resucitado aparecerse en primer lugar a una
mujer? Esta pregunta siempre ha sido una espina para los teólogos. La
explicación más pintoresca quizá fue una de las surgidas durante la Edad
Media, cuando se propuso que decírselo a una mujer era la manera más
eficaz de propagar rápidamente la noticia.
Los estudiosos admiten hoy día que las mujeres
desempeñaron en el movimiento de Jesús una función mucho más amplia y
más activa de lo que enseña habitualmente la Iglesia, y ello tanto en
vida del fundador como más tarde, cuando la predicación se abrió a los
gentiles. Pero la misión de las mujeres perdió importancia cuando la
Iglesia se formalizó como institución, bajo la influencia de Pablo. Y
este proceso también fue retrospectivo. En consecuencia, y aunque las
mujeres no habían sido personajes secundarios de la historia cristiana,
Pablo y sus seguidores se encargaron de empujarlas a un puesto marginal
de la Historia. Desde luego, si nos atenemos exclusivamente a la
impresión que comunican los Evangelios parecería que todos los
discípulos de Jesús fueron hombres. Sólo en Lucas se menciona que le
acompañaban mujeres, lo cual podría introducir alguna confusión ya que,
luego, todo se llena de mujeres, aparentemente salidas de ninguna parte,
para ocupar los lugares centrales alrededor de la cruz. ¿Vemos tal vez a
las mujeres en este punto crucial de la narración porque eran las
únicas amigas fieles que le quedaban? Hay que aplaudir a esas mujeres,
que tuvieron la valentía de quedarse junto a un ajusticiado. Pero una de
ellas sobresale de entre todas las demás: María Magdalena. Sugiere su
importancia el detalle de que, prácticamente sin excepción, su nombre
aparece el primero todas las veces que se cita a las seguidoras de
Jesús. Ahora algunos católicos incluso dicen que eso se debe a que ella
dirigía el grupo. En una sociedad tan adepta a los formulismos y
rígidamente jerarquizada, tal honor no sería ni secundario, ni casual.
La Magdalena aparece primero incluso cuando la nombran quienes nunca
tuvieron en consideración a ninguna mujer en el movimiento de Jesús, ni
afecto alguno a esa mujer en particular. Así pues, fue de las «que asistían»
a Jesús y sus discípulos, lo que tradicionalmente se ha interpretado
como que era una especie de criada fiel, siempre postrada delante de los
varones del grupo, los únicos que de verdad importaban. Pero la
cuestión es bien diferente. Lo que dice en realidad el texto evangélico
es que los mantenían con sus bienes. Muchos estudiosos creen que María
Magdalena, y tal vez también las demás mujeres del séquito de Jesús, no
era una menesterosa sin recursos, sino una mujer independiente que
podía disponer de sus bienes y con ellos «asistía» a Jesús y a
los discípulos. Aunque el relato bíblico incluye en la expresión a otras
mujeres asistentes, como hemos visto es ella la que figura citada en
primer lugar.
La propia cita nominal la coloca definitiva y
deliberadamente aparte de las demás. Cualquier otra mujer expresamente
citada en los evangelios canónicos figura por referencia a un hombre,
como «esposa de…» o «madre de…». Sólo María Magdalena
tiene lo que podríamos llamar nombre propio. Personaje poderoso e
importante, pues, pero que permanece curiosamente enigmático. Después
del cumplido a regañadientes que le hace el evangelista al destacarla de
las demás, nunca más aparece, ni en los Hechos de los Apóstoles, ni en las epístolas de Pablo, ni
siquiera cuando éste describe la sepultura vacía, ni en las de Pedro.
Parecería que nos hallamos ante otro de esos misterios eternamente
discutidos y nunca resueltos, hasta que nos volvemos a los evangelios
gnósticos, en los que el panorama se ilumina. En 1945 fueron
descubiertos estos documentos, que son más de cincuenta, en la aldea
egipcia de Nag Hammadi. Se trata de una colección de primitivos
textos del gnosticismo cristiano, algunos más o menos contemporáneos de
los evangelios canónicos. Estas escrituras fueron condenadas por la
primitiva Iglesia, que las calificaba de «heréticas» y las
buscaba con sistemática aplicación para destruirlas, como si contuviesen
algún secreto de gran peligrosidad para la Institución que estaba en
vías de establecerse. Lo que proclamaban muchos de esos textos
prohibidos era la preeminencia de María Magdalena. Uno de ellos incluso
se titula El Evangelio de María, que no es la madre de Jesús,
sino María Magdalena. Quizá no sea coincidencia que los cuatro
evangelios del Nuevo Testamento la marginen concienzudamente, mientras
que las escrituras «heréticas» destacan su importancia. Tal vez
el Nuevo Testamento fuese en realidad una especie de propaganda en favor
de la facción anti-Magdalena. Y lo que es más significativo, esa
categoría superior no consiste sólo en ser la primera de entre las
mujeres, sino que es literalmente Apóstol de Apóstoles y por
tanto sólo cede en rango al mismo Jesús, por encima de los seguidores
varones y mujeres. A lo que parece, ella es la persona que actuaba como
auténtico puente entre Jesús y el resto de los discípulos, la que
interpretaba sus palabras para que ellos las entendieran. En estos
textos no era Pedro el elegido como mano derecha de Jesus, sino María
Magdalena.
Ella fue, según el texto gnóstico del Evangelio de María,
la que reunió a los desalentados discípulos después de la Crucifixión y
les devolvió un poco de valor, cuando ellos estaban dispuestos a
abandonar y volverse a sus casas, creyendo haber perdido definitivamente
a su carismático líder. Ella rebatió todas las dudas y no sólo con
pasión sino también con inteligencia, consiguiendo inspirarlos para que
se comportasen como verdaderos y fieles apóstoles. Lo cual no debió de
resultar fácil, es de suponer, teniendo en cuenta la discriminación
predominante en su época y cultura y, además, la rivalidad de un
poderoso antagonista personal, Pedro, el Gran Pescador de la leyenda, el
futuro fundador de la Iglesia católica y mártir. Él, nos aseguran
reiteradamente los evangelios gnósticos, la odiaba y la temía, aunque
mientras vivió el Maestro no pudo sino formular alguna que otra protesta
ineficaz contra la extensión de la influencia de aquélla. Varios de los
textos repiten acaloradas discusiones entre Pedro y María, o las
ocasiones en que el primero se empeña en preguntar por qué Jesús da
muestras de preferir la compañía de la mujer. Como dice María Magdalena
en otro evangelio gnóstico, el Pistis Sophia: «Dudo de Pedro, y le temo, porque odia el género femenino». Y el también gnóstico Evangelio de Tomás cita estas palabras de Pedro: «Dejad que se vaya María, porque las mujeres no merecen la vida».
Hay algo más en los relatos gnósticos, y los convierte en explosivos
por lo que concierne a la Iglesia. La idea que dan de la relación entre
María y Jesús no es sólo la de maestro y discípula, ni siquiera la que
pudiera tener un guru con una adepta de su predilección. La
relación se describe como bastante más íntima, a veces en términos
sobradamente gráficos. Tomemos por ejemplo el Evangelio de Felipe: “Pero
Cristo la amaba más que a todos los discípulos y la besaba a menudo en
la boca. Los demás discípulos se molestaron al verlo y le manifestaron
su desaprobación diciéndole: «¿Por qué la amas a ella más que a todos
nosotros?». A lo que el Salvador les contestó y dijo: «¿Por qué no os
amo a vosotros como la amo a ella?»”. En el mismo evangelio gnóstico leemos la frase, en apariencia inocua: “Eran
tres las que siempre andaban con el Señor, su madre María, su hermana y
la Magdalena, a la que llaman su compañera. Su hermana, su madre y su
compañera, las tres se llamaban María. Y la compañera del Salvador es
María Magdalena”.
Si bien hoy la palabra compañera puede tomarse como
camarada, colega y amiga, en cambio la palabra griega original
significaba consorte. En cuanto a los evangelios canónicos, se
incluyeron en el Nuevo Testamento porque se decía que ellos eran la
auténtica palabra de Dios. Pero los evangelios gnósticos contienen por
lo menos tanta información válida como los de Mateo, Marcos, Lucas y
Juan. Por cálculo de probabilidades la balanza se inclina en favor de
los gnósticos, si los consideramos exactamente tan respetables como los
que figuran en el Nuevo Testamento. Si María Magdalena fue realmente la
amante o la esposa de Jesús, quedaría explicada su enigmática posición
en el Nuevo Testamento. Su importancia es obvia, pero nunca se describe
con exactitud su situación. Tal vez los autores daban por supuesto que
los lectores de la época sabían cuál había sido su relación con Jesús.
Al fin y al cabo, y como han apuntado algunos, en aquellos tiempos lo
más natural era que un rabí fuese un hombre casado, ya que lo contrario
habría dado lugar a muchos comentarios. Por ello no se habría omitido en
los evangelios una justificación expresa de tal circunstancia. En una
cultura tan dinástica corno aquélla, un Jesús célibe y sin hijos hubiera
sido piedra de escándalo, y se habría visto obligado a explicarlo en el
decurso de su vida pública o como parte de sus supuestas enseñanzas. En
realidad la tradición judaica no sólo aborrecía el celibato sino que
incluso lo considera auténticamente pecaminoso. Mucho habría llamado la
atención Jesús si hubiese predicado el celibato. Pero ese cargo nunca se
esgrimió contra él, ni siquiera por parte de sus enemigos más
implacables. La vida monástica fue un invento muy posterior del
cristianismo, e incluso un personaje tan obviamente misógino como Pablo
admitió que era «mejor casarse que consumirse de pasión». Pero la
mera idea de que Jesús hubiese tenido una vida sexual repele a la
mayoría de los cristianos actuales. El verdadero motivo de tal rechazo,
sin embargo, no era otro sino el miedo atávico, el odio subyacente a la
mujer, tradicionalmente vista como impura. Su vecindad física se
consideraba que contaminaba el cuerpo, la mente y el espíritu de los
hombres, que se consideraba que eran naturalmente buenos y puros. El
horror que suscita la idea de Jesús como compañero sexual de alguna
mujer, se centuplica cuando dicha amante toma el nombre de María
Magdalena, según la Iglesia una notoria prostituta.
La Iglesia eligió consentir que su imagen fuese la de
una prostituta aunque, eso sí, arrepentida. Esa interpretación selectiva
de su carácter, por llamarla de alguna manera, servía también para
transmitir dos mensajes importantes: que la Magdalena en particular, y
las mujeres en general, eran impuras y espiritualmente inferiores a los
hombres, y que sólo la Iglesia ofrece la redención. Si ya resulta
inimaginable que Jesús y la supuesta ex prostituta fuesen amantes, para
la mayoría de los cristianos apenas resulta menos ofensivo postular que
eran marido y mujer. Los autores de El enigma sagrado aducen que
si la Magdalena fue la esposa de Jesús. Entonces ello explicaría por qué
su persona revestía tanta importancia para el Priorato de Sión y su
idea de un linaje sagrado. Sin embargo no fue ésa, ni con mucho, la
primera vez que se lanzaba tal idea. En 1931, el escritor inglés D. H.
Lawrence publicó su última novela corta The Man who Died, en la
que Jesús sobrevive a la crucifixión y, encuentra la verdadera redención
a través del acto sexual con María Magdalena, claramente identificada
como sacerdotisa de Isis. El autor también pone a Jesús en relación con
el esposo de dicha diosa, el dios Osiris, que murió y resucitó. El
primer título propuesto para el relato había sido The Escaped Cock, y como ha apuntado Susan Haskins, autora del libro Mary Magdalen: “El
gallo [cock, eufemismo por miembro viril en inglés] se asocia a la idea
del «cuerpo erecto» (el personaje de Cristo hace un juego de palabras
al exclamar «¡he resucitado!» cuando logra por fin una erección)“. Sorprende que la atención se haya fijado tanto en El amante de lady Chatterley,
de D. H. Lawrence, mientras que esta otra obra del mismo autor, más
escandalosa en potencia, escapó a la censura. Aunque pueda argumentarse
que Jesús y la Magdalena fueron cónyuges, e incluso sacar la
consecuencia de que tuvieron hijos, esta razón de por sí no parece
suficiente para explicar por qué el Priorato de Sión le dedica una
devoción tan apasionada, teniendo en cuenta además que hay buenas
razones para descartar la idea de que fuesen los antepasados de la
dinastía merovingia. Está claro que el atractivo consiste en otra cosa,
algo oculto pero no inaccesible. Es lo que apuntan los indicios de su
poder en nuestra cultura. Pero no olvidemos que fue en Francia donde,
según se supone, acabó sus días la mujer de carne y hueso. El relato más
famoso sobre la presencia de María Magdalena en Francia es la Leyenda Dorada,
de Jacobo de Voragine (1250). En esta célebre colección de vidas de los
santos, el autor, que fue dominico y arzobispo de Génova, la llama Illuminata e Illuminatrix (Iluminada e Iluminadora), que son precisamente los atributos que le asignan los textos gnósticos «prohibidos».
Resulta curioso que sea descrita como iluminada y portadora de la
iluminación, iniciada e iniciadora. Aquí ya nadie sugiere la
inferioridad espiritual de la mujer, antes al contrario.
Como suele ocurrir con todas las leyendas, hay distintas
variaciones del tema central. La línea principal es que, poco después
de la crucifixión, María Magdalena, junto con sus allegados Marta y
Lázaro, emprendió con otros seguidores, cuya identidad difiere según
versiones, la travesía marítima hacia las costas de lo que hoy es la
Provenza. En el grupo de figurantes se cita a san Maximino, diciendo que
fue uno de los setenta y dos discípulos de Jesús, y legendario primer
obispo de Provenza. También se cita a María Jacobi y María Salomé,
supuestas tías de Jesús, a una criada negra llamada Sara; y finalmente, a
José de Arimatea, el rico amigo de Jesús, y que en otras tradiciones
vinculado a la leyenda de Glastonbury, en Inglaterra. Se apunta que el
grupo huía de la persecución desencadenada por los judíos contra los
primeros cristianos. En algunos casos la narración introduce un motivo
milagroso, y es que los desterrados fueron puestos deliberadamente por
sus enemigos en una barca sin remos ni timón, pero sin embargo lograron
arribar a tierra firme. En la leyenda medieval, el sur de Francia era
por aquel entonces un lugar donde sólo vivían algunas tribus de salvajes
y paganas. Pero en realidad la Provenza formaba parte del Imperio
romano, y no de las menos importantes, sino muy civilizada, donde
prosperaban la colonia romana, la griega e incluso la judía. La familia
de Herodes tuvo fincas en la región, y el viaje, lejos de ser tan arduo y
aventurado, era una ruta normal de barcos mercantes. De manera que, si
realmente el grupo se mudó a la Provenza, no sería la persecución el
motivo de que recalasen allí, y bien pudieron elegir tal destino por su
propia voluntad. Sin embargo todas las leyendas aseguran que
desembarcaron en lo que hoy es Saintes-Maries-de-la-Mer, en la Camargue.
Una vez allí se despidió la comitiva y sus integrantes emprendieron
diversos caminos, a fin de propagar el Evangelio. Dice el relato que la
Magdalena predicó en aquella misma región convirtiendo a los paganos,
antes de hacerse ermitaña en una cueva de Sainte-Baume. Según algunas
versiones, vivió allí durante unos cuarenta años. Al término de su vida,
unos ángeles la llevaron a presencia de san Maximino, entonces primer
obispo de Provenza, quien le prestó los últimos auxilios. Y se dice que
está enterrada en la población que lleva el nombre del santo.
Es una bonita leyenda, pero es poco probable que María
Magdalena fuese ermitaña en una cueva de Sainte-Baume. Sin embargo, el
lugar no carece de significación. En la época romana no era la ermita
selvática que dice la leyenda, sino que la comarca tenía bastante
población y, la cueva propiamente dicha era un centro de culto de Diana
Lucifera, que significa «la que trae la luz», o sea, equivalente a Illuminatrix.
No obstante, y aunque la cristianización de los santuarios paganos ha
sido, como se sabe, una práctica corriente y bien conocida, hay algo más
en el trasfondo. Por cierto, Arles, la población importante más cercana
al lugar donde se supone que desembarcó la Magdalena, era un destacado
centro del culto de Isis. Esta comarca pantanosa por lo visto recibió a
varios grupos adoradores de divinidades femeninas, y sin duda siguió
sirviendo de refugio a los seguidores de tales cultos hasta bien
avanzado el período cristiano. De hecho, la metamorfosis de la Magdalena
en una ermitaña famélica fue la cristianización deliberada de otra
narración mucho más ambivalente, ya que todos los elementos se tomaron
de la leyenda de María Egipcíaca, una santa del siglo V que se dice fue
prostituta, se convirtió en ermitaña, e hizo penitencia en los desiertos
de Palestina durante cuarenta y siete años. Con esto y otros indicios
se echa de ver que en la historia de la Magdalena, la parte de la «penitencia»
es un invento deliberado de la Iglesia medieval para hacerla más
aceptable. Pero el distinguir lo que no fue sirve de poco a la hora de
dilucidar lo que ocurrió en realidad, ni el verdadero carácter del
personaje. El caso es que una vez y otra nos tropezamos con el curioso
atractivo de esa mujer, el cual va mucho más lejos que el mero carisma
contemporáneo y no sólo ha sobrevivido a los siglos sino que incluso
parece aumentar en época reciente. Las leyendas de santos son miles,
algunas más verosímiles que otras, Pero la triste realidad es que casi
todas son ficticias. ¿Por qué iba a ser diferente el caso de María
Magdalena? Muchos comentaristas han afirmado que la presencia legendaria
de la Magdalena en Francia fue obra de hábiles amanuenses franceses
deseosos de crearse una especie de ascendencia bíblica. Es innegable que
muchos detalles de la crónica de María Magdalena en Francia son
adiciones posteriores, pero hay motivos para sospechar que todo ello
tuvo un fundamento real. Se puede considerar inverosímil que Jesús
visitase nunca las comarcas occidentales de Inglaterra, entonces un
rincón muy remoto en los confines del Imperio romano. Otra cosa es
proponer que una mujer adinerada hubiese visitado una provincia
culturalmente floreciente de las orillas de un Mediterráneo, ya
romanizado por completo. Pero es mucho más revelador el papel que se le
atribuye en esos relatos, puesto que se afirma expresamente que
predicaba.
Como hemos visto, la primitiva iglesia la llamó «Apóstol de Apóstoles».
En la Edad Media habría sido inimaginable que nadie atribuyese a una
mujer misión semejante. Si como mantienen algunos críticos, la leyenda
de la Magdalena francesa fue inventada por unos monjes medievales, desde
luego no le habrían concedido el atributo de Apóstol, por entonces
claramente masculino. Lo cual sugiere que el relato se basaba en el
recuerdo real de una mujer que estuvo allí, por más que modificado en el
decurso de los siglos. Vale la pena señalar además que según los
historiadores, hay indicios de que el cristianismo estuvo establecido en
la Provenza desde el siglo I. Saintes-Maries-de-la-Mer, está a unas
dos horas en coche de Marsella, en la zona de la Camargue, región
pantanosa, donde el Ródano desemboca en el Mediterráneo. Saintes-Maries
es la única población en una comarca dedicada a la cría de caballos, que
es la que ha dado fama a la Camargue, y refugio también de numerosas
especies de aves acuáticas, entre las cuales pueden verse bandadas de
flamencos que visitan estas costas procedentes de África. Es una tierra
primitiva donde al anochecer se levantan enjambres de mosquitos. La nave
de Notre-Dame de la Mer se alza como un galeón sobre las casas bajas y
descubrimos que esta iglesia del siglo XII estaba amurallada cuando se
construyó. Allí se venera a tres Marías: la Magdalena, María Jacobi y
María Salomé. Esta iglesia interesó particularmente a René d’Anjou
(1408-1480), rey de Nápoles y Sicilia, que según el Priorato de Sión fue
uno de sus Grandes Maestres. «El buen rey Renato», pues así pasó
a la Historia, era un gran devoto de la Magdalena y pidió permiso al
Pontífice para excavar la cripta. Descubrió dos esqueletos, que dijo ser
los de María Jacobi y María Salomé, pero no halló ni rastro de la
Magdalena. En el interior de la iglesia hay una capilla dedicada a Sara la egipcia
y supuesta criada de las Marías. Sara es considerada tradicionalmente
como negra, siendo la santa patrona de los gitanos, que se reúnen a
miles en la ciudad cada 25 de mayo para celebrar su festividad. Eligen
la Reina gitana del año frente a la figura de Sara, y luego sacan a ésta
en solemne procesión y se adentran con ella en el mar. Como es natural,
dicha ceremonia se ha convertido en uno de los grandes eventos
turísticos de la región.
Otro de los visitantes ilustres, que se conmemora por
medio de una placa colocada en la plaza de la iglesia, fue el cardenal
Angelo Roncalli (1881-1963), entonces embajador del Vaticano en Francia y
futuro papa Juan XXIII. Se ha dicho que también fue miembro del
Priorato de Sión en la época en que el Gran Maestre era Jean Cocteau. Si
vamos a Marsella, donde ella predicó, podemos visitar dos catedrales
contiguas. Una sólo tiene 150 años de antigüedad y es la que se halla en
uso. Pero el edificio más interesante es el más antiguo, la Vieille Majeure,
con imágenes supuestamente auténticas de la vida y obras de la santa en
esta región. Exactamente como el domo de Notre-Dame de France en
Londres. el techo de ésta simula una gran telaraña. Por su estado
ruinoso, sin embargo, la tienen cerrada al público. Esta construcción
del siglo XII sobre el emplazamiento de un baptisterio del siglo V
parece pertenecer a un culto ancestral a la Magdalena. No sólo tiene una
capilla expresamente consagrada a ella, sino que también adorna la
capilla de san Sereno una serie de bajorrelieves que representan escenas
de su vida, encargados por el mismísimo Renato de Anjou. En uno de
ellos está representada predicando, lo cual corrobora la imagen
apostólica que dan de ella los evangelios gnósticos. De acuerdo con la
tradición local, predicaba en la escalinata de un antiguo templo
dedicado a Diana. Cerca del fuerte de San Juan Bautista y el pintoresco
puerto viejo, encontramos la abadía de San Víctor, que es otro centro
religioso memorable. Ahí ha existido siempre un monasterio desde el
siglo V, y aun entonces se construyó sobre una necrópolis pagana. El
edificio actual data del siglo XIII, pero la cripta es mucho más antigua
y contiene varios sarcófagos ornamentados, de la época romana. Hay
asimismo una capilla subterránea consagrada a la Magdalena. Pero lo más
fascinante del lugar es la efigie de Notre-Dame de Confession, del siglo
XIII, con niño y con la piel negra. Es una más de las legendarias y
discutidas «Vírgenes negras». Saliendo de Marsella hacia el este
se va a Sainte-Baume. la gran cueva donde se cree popularmente que María
Magdalena pasó buena parte de su vida como ermitaña. En la época en que
supuestamente estuvo allí la Magdalena, esa gruta era el Santuario de
una divinidad pagana. Pero la Iglesia convirtió la Magdalena en una
santa convencional, y un antiguo templo pagano en una ermita. Desde
Sainte Baume podemos viajar al supuesto lugar de la muerte y
enterramiento de la Magdalena, que no es otro sino
Saint-Maxirnin-la-Sainte-Baume.
El culto de la diosa egipcia Isis estaría el origen del
culto cristiano de la Virgen, pues la diosa egipcia era la
simbolización de la Naturaleza, siempre fecundada, pero siempre
virgen. Las vírgenes negras son efigies de la Virgen María que la
representan como de piel oscura, o incluso completamente negra.
Representaciones modernas en las que a la Virgen se la ha dotado
premeditadamente de un aspecto étnico negro no entran dentro de esta
categoría. El origen de estas imágenes se explica como la adopción por
parte del culto popular cristiano en sus primeros siglos de elementos
iconográficos y atributos de antiguas deidades femeninas de la
fertilidad, cuyos rostros se realizaban en marfil (elemento que al
oxidarse se vuelve de un color negruzco), y cuyo culto estaba extendido
por todo el Imperio Romano tardío, tales como Isis, Cibeles y Artemisa.
Debido a ello pueden encontrarse ejemplos de estas vírgenes por toda
Europa. La veneración a las vírgenes negras tiene también numerosos
ejemplos en América impulsada por la conquista española. Allí las
vírgenes negras del Viejo Mundo surgidas del sincretismo religioso
cristiano-pagano atravesarían en algunos casos una identificación con
deidades femeninas amerindias o africanas como Pachamama o Yemayá. Los
esoteristas medievales utilizaron el color negro en las imágenes de la
Virgen, recogiendo el legado de las diosas madres prehistóricas y de sus
sucesoras paganas, Isis, Belisana o Artemisa. En el origen del culto a
las diosas madres prehistóricas encontramos unas piedras negras caídas
del cielo, los meteoritos, adorados como generadores de vida. En
nuestros días pueden encontrarse las vírgenes negras en muchos países
europeos, especialmente en Francia y España como objeto de gran devoción
popular. En la mitología de la antigua Europa céltica, sobre las
colinas sagradas dedicadas a la Madre Tierra, llamada Brigit o Belisana,
se encendía, el primer día de febrero, una hoguera, el Kildare, que
custodiaban nueve vírgenes. Sobre esa hoguera, los druidas cocían en un
recipiente, que representaba el caldero mágico del dios Lug, una poción
de hierbas medicinales para que la energía regeneradora de los dioses
beneficiara al pueblo. Cuando llegaba la noche, cada cual encendía una
antorcha en las brasas del Kildare, de manera que éste, a semejanza del
fuego cósmico, derramase bendiciones sobre la familia y sus posesiones.
Cuando se estableció el Cristianismo en el viejo mundo
se rezaba a Jesús pero, aún así, muchos continuaron con la celebración
de los antiguos ritos y subían a los montes a encender sus hogueras
tradicionales y a cocer sus pociones, regresando a las casas con sus
antorchas mágicas encendidas. La Iglesia se dio cuenta de que no podría
acabar con estas costumbres y, en lugar de combatirlas, las substituyó
por otras similares, celebradas en fechas parecidas y dedicadas a
vírgenes y santos que habían adoptado los caracteres de los antiguos
dioses y diosas. Así, Nuestra Señora de la Candelaria toma el lugar de
Belisana y es acompañada los días 1 y 2 de febrero por San Lucas, que
reemplaza a Lug, dios del caldero. La sacaban en procesión con una vela
en la mano rodeada por doncellas que portaban cirios encendidos y los
fieles le ofrecían ramos de hierbas medicinales. El sacerdote culminaba
la celebración presentándola a todos como La Virgen Madre que trae la
Luz al mundo. Lo llamativo, sin embargo, es que su imagen era de color
negro ¿Por qué, quién y cómo escogió el color negro para una figura
cristiana que debía substituir el viejo culto a la Madre Tierra? A lo
largo de la Edad Media, las imágenes de las Vírgenes de rasgos europeos
pero de piel negra, fueron abundantes. Tanto es así, que algunas de
ellas han llegado hasta nuestros días. Buenos ejemplos lo constituyen
las Vírgenes francesas de Marsat y Rocamadour, las alemanas de Altötting
y Colonia, las británicas de Glastonbury y Walsingham, las italianas de
Loreto y Nápoles y las españolas de Montserrat y Solsona (Catalunya),
la de Atocha (Madrid) o las de Peña de Francia y Guadalupe
(Extremadura), por mencionar tan solo unas cuantas. La realidad es que
en cada lugar donde hubo un santuario a la Madre Tierra se instaló una
Virgen Negra. Los autores de esta substitución fueron miembros de
órdenes esotéricas, integrados en importantes órdenes religiosas, como
las de San Antón, San Benito o el Temple. Oriente Medio siempre fue un
punto de confluencia donde se dieron cita tanto las grandes como las
pequeñas religiones mistéricas de la antigüedad. En tiempos de las
Cruzadas, Tierra Santa conservaba aún restos de cultos iniciáticos a
Dionisos, Mithra e Isis, que se entremezclaban con las prácticas de
algunos grupos de cristianos orientales. Entre los cultos de Oriente
Medio sobresale el de la Diosa Madre, que aparece en todas las grandes
religiones de la antigüedad aunque su origen es anterior a ellas.
Encontramos así, bajo diversas formas, una Gran Madre o Diosa Tierra,
cuyos más antiguos antecedentes son las “Venus paleolíticas” de la prehistoria.
Estas diosas (Isis, Astarté, Cibeles o Artemisa), fueron
representadas generalmente de color negro porque eran el símbolo de la
Tierra primigenia que, una vez fecundada por el Sol, se convertía en
fuente de toda vida. Pero también porque muchas de esas imágenes
substituían a una Piedra Negra de origen meteorítico, que había sido
venerada en esos santuarios desde tiempo inmemorial. Tanta llegó a ser
la fama de poder divino de tales rocas meteóricas que los romanos las
requisaron en los países conquistados para venerarlas todas juntas en un
templo dedicado a la Magna Mater (la Gran Madre) que construyeron en el
Palatino de Roma. Allí lograron reunir la piedra Kybele de Frigia, la
Lapis Lineus de Anatolia y El Gebel de Siria entre otras. Y a ellas
acudía el pueblo en general para solicitar favores, especialmente
relacionados con la fecundidad, tanto como con la fertilidad intelectual
y espiritual. Esta veneración por las piedras negras celestes llegó
hasta la Edad Media. El ejemplar más famoso, puesto que su culto
persiste hasta nuestros días, es el de la negra roca basáltica
conservada en el valle de Arabia donde se le adora en el templo llamado
Kaaba. Cuando los musulmanes conquistaron La Meca en el año 683 y se
apoderaron del templo de la Kaaba, destruyeron 360 ídolos que se
encontraban en su interior, pero respetaron, sin embargo la mencionada
piedra negra. Por su parte, cuando los templarios entraron en posesión
de Chipre, hacia el 1191, encontraron que todavía los habitantes
bizantinos de la isla rendían culto, en Pafos, a una Piedra Negra que
para los fenicios había personificado a Astarté y que los dorios habían
identificado con Afrodita Cipris. Los templarios levantaron allí una
iglesia dedicada a Nuestra Señora y pusieron en su altar a una Virgen
Negra, en cuyo trono cúbico guardaron la piedra como una reliquia
preciosa. Así, tanto musulmanes como cristianos, demostraban una especie
de temor reverente ante la idea de destruir una piedra negra que se
consideraba sagrada. Atendiendo a diversos simbolismos, parecería que
esta adoración de piedras caídas del cielo explicaban de cierta forma el
origen de la Vida y su renovación cíclica, por constituir la plasmación
material del estado espiritual. Según el simbolismo cabalístico
tradicional, por ejemplo, la Piedra Negra Celeste está relacionada con
todas las formas derivadas de la Diosa Madre Tierra o asimiladas a ella.
En la Cábala Hebraica encontramos: “El mundo solo
comenzó a existir cuando Dios cogió la Piedra de Fundación y la lanzó al
abismo de las posibilidades, para que pudiera construirse el mundo
sobre ella“. Encontramos también ideas afines en el mito griego del
Diluvio y entre los celtas. Los antonianos y los benedictinos del Siglo
XI y, tras ellos, los cistercienses y templarios en el Siglo XII
asimilaron el sincretismo a través de los contactos que tenían con
Anatolia, Siria, Chipre y Egipto, y llenaron Occidente de imágenes de
la Virgen Negra, que tenían ocultas en su interior piedras de ese
color. Estas vírgenes no fueron instaladas al azar. Los santuarios de
las imágenes negras occidentales se levantan sobre las ruinas de templos
paganos, que a su vez fueron edificados sobre sitios de adoración
prehistóricos megalíticos y son herederos no sólo de sus piedras,
bosques, manantiales y pozos, sino de sus ritos, tradiciones, mitos y
folklore, que aun están presentes en las celebraciones que honran a las
Vírgenes Negras. Hoy día encontramos Vírgenes Negras diseminadas por
todo el mundo: En Europa: Francia ( que es el país que tiene mayor
número de Vírgenes Negras), Alemania, Austria, Bélgica, República Checa,
Holanda, Hungría, Inglaterra, Irlanda, Italia, Lituania, Malta,
Polonia, Portugal, Suiza o España. Aparecen igualmente en América,
aunque no pueden considerarse rigurosamente como auténticas puesto que
algunas son copias o llegaron después de la conquista española. Las
vemos en Canadá, Bolivia, Brasil, Ecuador y México. Los hieráticos y
morenos rostros de las Vírgenes Negras parecen invitarnos a una búsqueda
iniciática personal tras la sabiduría y la suma de conocimiento que han
encerrado durante siglos y que, en verdad, aunque requiere
perseverancia y esfuerzo, se encuentra al alcance de nuestras manos.
Las reliquias María Magdalena se hallaron, según se
dice, enterradas en la cripta de la iglesia de Saint-Maximin el 9 de
diciembre de 1279, por Carlos II de Anjou, conde de Provenza. El
esqueleto que se creyó era el de María Magdalena estaba en un valioso
sarcófago de alabastro que databa del siglo V. Esta inhumación tardía la
explicaban los documentos hallados dentro de la misma sepultura. Hasta
el año 710, los restos de la Magdalena habían permanecido en otro
sarcófago, escondido para protegerlo de las incursiones de los invasores
sarracenos, y más tarde fueron trasladados a esta cripta. La sepultura
en cuestión se halla todavía en la cripta de la basílica y contiene el
supuesto esqueleto de María Magdalena, pero el cráneo se conserva
guardado en la sacristía. Carlos de Anjou emprendió la construcción de
la basílica, contando con la autorización papal, y la acogió a la
protección de la orden de Santo Domingo. Se comenzó en 1295 y quedó más o
menos terminada 250 años más tarde, aunque la obra nunca se terminó del
todo. El propósito de Carlos de Anjou había sido convertirla en un
centro de peregrinación y culto a la Magdalena, aunque no llegó a
suplantar la fama de otros centros similares, como el de Santiago de
Compostela. Es cierto que la posesión de reliquias era un negocio
lucrativo. Pero en lo que concierne a los supuestos despojos de grandes
personajes históricos suelen intervenir además otros motivos. En lo que
respecta a los huesos de María Magdalena, se creía que estaban en
Vézelay de Borgoña, adonde habían sido trasladados procedentes de la
Provenza, y se guardaban bajo el altar de la abadía de
Sainte-Marie-Madeleine. En 1265, Luis IX de Francia, también conocido
como San Luis, gran coleccionista y venerador de reliquias, ordenó la
exhumación y dispuso que dos años más tarde fuesen exhibidos en solemne
ceremonia a la que él asistió. Por desgracia, los monjes de Vézelay sólo
pudieron presentar algunos huesos en un cofre metálico, pero no el
esqueleto entero que, hasta entonces, se había supuesto en poder de
ellos. Carlos de Anjou, que tendría entonces diecinueve años, debió de
asistir a la ceremonia, en tanto que sobrino del rey. Después de este
evento, y por motivos que se desconocen, Carlos de Anjou quedó
persuadido de que los verdaderos restos de la Magdalena habían quedado
en algún lugar de la Provenza, y se obsesionó con la búsqueda. Tanto es
así que esa pasión ha extrañado a los estudiosos de todas las épocas, y
como escribió un historiador francés, «nos gustaría saber qué motivos tendría el príncipe para tanta devoción».
Carlos de Anjou mandó excavar debajo de la iglesia de
Saint-Maximin y llegó a hurgar con sus propias manos. Cuando se
encontraron los huesos, Carlos ejerció su influencia cerca del Papa con
objeto de conseguir que fuesen reconocidas sus reliquias en detrimento
de las que tenía Vézelay, lo cual consiguió en 1295, así como que se
autorizase la construcción de la basílica. Se sabe que Carlos hizo sus
proyectos en reuniones secretas con los arzobispos de todas las diócesis
del entorno. También se encargó de lograr que los dominicos
reemplazasen a los benedictinos ya establecidos en Saint-Maximim. Una
consecuencia de todo esto, y no poco curiosa, fue que los dominicos
adoptaron a la Magdalena como santa patrona en 1297 con el epíteto de «hija, hermana, y madre»
de su Orden. Renato de Anjou, descendiente de Carlos y supuesto Gran
Maestre del Priorato de Sión, también tuvo en altísima estima a la
Magdalena. Se cuenta que tenía un cáliz a imitación del Grial con la
siguiente y enigmática inscripción: “El que beba a fondo verá a Dios; el que la apure de un solo trago verá a Dios y a la Magdalena“.
María Magdalena mereció gran respeto por parte de la familia de Anjou,
pero hay un misterio oculto en ese fervor. El hecho de que Renato de
Anjou practicase excavaciones en Saintes-Maries-de-la-Mer, en busca de
restos de la Magdalena, ha de juzgarse muy extraño, puesto que 200 años
antes, Carlos aseguró haberlos encontrado en Saint-Maximin. En Marsella
hay una de las misteriosas «Vírgenes Negras» conectadas con la
tradición de la Magdalena. Estas figuras religiosas son las imágenes
habituales de la Virgen con el Niño, pero en que la Virgen aparece con
piel de color negro. ¿Qué relación pueden tener con la Magdalena? Todas y
cada una de estas figuras, dondequiera que fuesen halladas, se
convirtieron en centro de un culto importante. Aunque se han encontrado
en una gran extensión de Europa, la mayor proporción de ellas se da en
el sur de Francia. Pero la veneración a las Vírgenes negras no fue bien
vista por la Iglesia. El escritor Ean Begg, en su libro The Cult of the Black Virgin (1985), nos explica lo siguiente: “La
hostilidad fue inconfundible el 28 de diciembre de 1952 cuando iban a
presentarse [colaboraciones acerca de] las Vírgenes Negras ante la
Asociación Americana para el Progreso de las Ciencias. Todos los curas y
monjas presentes entre el público abandonaron la sala”.
Para explicar que las Vírgenes sean negras se han
aventurado varias teorías. Una posibilidad es que fueran traídas por los
Cruzados de lugares donde la población tenía la piel de este color.
Pero hay otra teoría bastante más probable, y es que las Vírgenes negras
se vinculan, por lo general, a emplazamientos paganos mucho más
antiguos. Y si bien la cristianización de esos santuarios ha sido un
hecho común en toda Europa, la propia negritud de estas imágenes sugiere
que son la continuación de una diosa pagana revestida de ropajes
cristianos. Quizá sea ésa la causa de que la Iglesia las tratase con
cierto desdén. Pero la relación con el paganismo no explica por sí sola
el motivo de que las Vírgenes sean negras. Pero muchas de estas
localizaciones se vinculan a deidades precristianas, como Diana y
Cibeles, a las que sí se representó como negras durante los largos
períodos en que su culto estuvo vigente. Otra diosa representada
generalmente como negra fue Isis, cuyo culto en la región mediterránea
sobrevivió hasta bien entrado el período cristiano. Hermana de Neftis,
era una divinidad de múltiples aspectos, y cuyos dones particulares
incluían la magia y la sanación, íntimamente asociada al mar y a la
Luna. También su consorte Osiris era negro, en tanto que dios del mundo
subterráneo y de la muerte. Éste fue traicionado y muerto por Set, el
dios del mal, pero mágicamente devuelto a la vida por Isis a fin de
engendrar el infante Horus. Se sabe que los primeros cristianos tomaron
en beneficio de la Virgen María buena parte de la iconografía de Isis.
Por ejemplo, le adjudicaron varios de los títulos de Isis, como el de «Estrella del mar» y el de «Reina de los Cielos».
También la representación tradicional de Isis, de pie sobre una media
luna, o con el cabello cuajado de estrellas, o una orla de estrellas
alrededor de la cabeza, fue adoptada con frecuencia para la Virgen. Y
aunque los cristianos crean que las figuras de Virgen con Niño son una
iconografía exclusivamente cristiana, de hecho todo el concepto de
Nuestra Señora con niño se hallaba ya bien asentado en el culto de Isis.
También a ésta se le rindió culto como santa virgen. Pero, aunque fuese
asimismo la madre de Horus, esto no suponía ninguna dificultad en las
mentes de sus millones de seguidores. Pues a diferencia de los
cristianos actuales, obligados a admitir el dogma de la virginidad como
artículo de fe y como suceso histórico real, los seguidores de Isis y
otros paganos no se enfrentaban a un dilema intelectual de ese género.
Para ellos, Zeus, Venus o Ma’at anduvieron o no por la Tierra en algún
momento, pero lo importante no era esto sino lo que encarnaban.
Isis recibía culto como Virgen o como Madre, pero nunca
como madre virgen al mismo tiempo. Cada diosa, y también Isis,
representaba la totalidad de la experiencia femenina, sin exceptuar el
amor sexual, y por consiguiente podía ser invocada por una mujer para
que la socorriese ante cualquier género de dificultad. Algunas veces se
representó como negra a Isis, esa mujer que representa el ciclo de vida
femenino completo. Y su culto estuvo mucho más difundido de lo que
generalmente se cree. Por ejemplo, se descubrió un templo consagrado a
ella en lugar tan septentrional como París, junto con indicios de que no
era un centro aislado. Isis, la bella diosa adolescente, a quien una
mujer podía rezar sin escrúpulos de conciencia para absolutamente todo,
sedujo a las mujeres de todas las culturas. Cuando surgió la Iglesia,
tan patriarcal ella, la primera intención fue la de erradicar los cultos
femeninos de los paganos. Pero la necesidad de una diosa continuaba
ahí, y representaba un peligro para los Padres de la Iglesia. Así que
permitieron la veneración a la Virgen María como una especie de versión
expurgada de Isis, aunque absolutamente desvinculada de los imperativos
biológicos, emocionales y espirituales de las mujeres de verdad. Fue un
sucedáneo de diosa creado por misóginos para un ambiente misógino. Pero
no era fácil que la asexuada Virgen María pudiese suplantar el rol de
Isis y que ello no suscitase ninguna reacción por parte de sus
seguidoras. La madre de Jesús, esencialmente buena pero desprovista de
relieve en los relatos evangélicos, ¿cómo reemplazaría a una figura como
la de Isis, que no sólo era la virginidad, la maternidad y la
sabiduría, sino además iniciadora sexual y dueña de los destinos de los
hombres? Tal vez el culto a María Magdalena ocultase en realidad una
idea de la mujer mucho más antigua y más completa. Es evidente que los
santuarios de Vírgenes negras tienen relación con antiguos
emplazamientos paganos, pero hay otro vínculo no tan ampliamente
conocido. Una y otra vez, esas figuras enigmáticas y sus antiquísimos
cultos florecen al lado de los consagrados a María Magdalena. Por
ejemplo, la célebre figura negra de Sara la Egipcia, que está en
Saintes-Maries-de-la-Mer, el mismo lugar donde se dice que desembarcó la
Magdalena al término de su viaje desde Palestina. En la región de
Marsella tienen no menos de tres Vírgenes negras, una de ellas en la
cripta de la basílica de Saint-Victor, contigua a la capilla subterránea
consagrada a María Magdalena. La otra está en la iglesia que María
Magdalena tiene en Aix-en-Provence, cerca del lugar donde se cree fue
sepultada. Y la tercera está en la catedral de esta misma ciudad, la de
Saint-Saveur.
Es innegable la relación entre el culto a María
Magdalena y el de las Vírgenes negras. Ean Begg ha relacionado no menos
de cincuenta centros del primero, que también poseen santuarios
dedicados a alguna Virgen negra. Un estudio de las localizaciones de
Vírgenes negras en Francia muestra la concentración máxima en el
polígono entre Lyon, Vichy y Clermont-Ferrand, con centro en una
cordillera llamada Les Monts de la Madeleine. También hay una
importante aglomeración en la Provenza y los Pirineos orientales,
regiones ambas íntimamente unidas a la leyenda de la Magdalena. Así que
la asociación entre ambos cultos queda clara, aunque no sus razones. Y
volvemos a topar con el Priorato de Sión, a quien el culto de la
Magdalena merece un particular interés, aunque eso no sea muy conocido.
Varios de los emplazamientos vinculados al Priorato tienen sus propias
Vírgenes negras. Por ejemplo, Sion-Vaudémont y también la ciudad donde
sus miembros celebran tradicionalmente la elección del Gran Maestre, es
decir Blois, en el valle del Loira. Más exacto sería decir que la
veneración de las Vírgenes negras ocupa un lugar central para el
Priorato. Sus miembros destacan como devoción especialmente recomendada
la de Goult, cerca de Avignon. Ésta tiene la advocación de «Notre-Dame de Lumière», es decir Nuestra Señora de Luz.
Ellos al menos no albergan ninguna duda en cuanto al significado real
de la Virgen negra; como ha escrito explícitamente Pierre Plantard de
Saint-Clair, «la Virgen Negra es Isis y su nombre es Notre-Dame de Lumière».
Plantard de Saint-Clair explica la relación entre el Priorato y las
Vírgenes negras diciendo que su veneración fue promovida por los reyes
merovingios. Pero la afirmación no acaba de encajar con el postulado de
que provenía del linaje judío de David. Según Begg, la veneración del
Priorato moderno hacia Isis puede considerarse como el intento de
establecer para sí mismos un origen que se retrotraiga a la época de los
romanos o más atrás todavía, las deidades femeninas a las que se rendía
culto en las Galias: pero las deidades de las Galias eran
principalmente Cibeles y Diana, pero no Isis. Pero Plantard de
Saint-Clair insiste en que el Priorato tiene que ver concretamente con
Isis. Begg sugiere que podría tratarse de un artificio para insinuar
alguna vinculación importante con la antigüedad egipcia.
Si existiera un personaje legendario que pudiese
entenderse como un puente entre la tradición pagana y la cristiana
alrededor del culto a las Vírgenes negras, sin duda sería María
Magdalena. Hemos visto que ésta era muy importante para el Priorato y
que éste ve a Isis en las Vírgenes negras. Pero ¿cómo fue que Magdalena
acabó relacionándose con antiguos emplazamientos de santuarios paganos?
Una posible pista podría buscarse en el Cantar de los Cantares,
del Antiguo Testamento, y tradicionalmente atribuida al rey Salomón en
elogio de los encantadores atributos de la reina de Saba. Es curioso
observar que el día de la Magdalena se lee en las iglesias católicas un
pasaje del Cantar de los Cantares, que dice: “En mi lecho, por
la noche, busqué al amor de mi vida; lo busqué, pero no lo encontré. Me
levantaré, recorreré la ciudad, por las calles y las plazas buscaré al
amor de mi vida. Lo busqué, pero no lo encontré. Me encontraron los
centinelas, los que hacen la ronda por la ciudad:«¿Habéis visto al amor
de mi vida?». Apenas los había pasado, cuando encontré al amor de mi
vida. Lo abracé y no lo he de soltar hasta que no lo haga entrar en la
casa de mi madre, en la alcoba de la que me engendró“. Desde los primeros tiempos de la era cristiana se ha asociado a la Magdalena con el Cantar de los Cantares. En este caso es posible que los versos oculten alguna otra relación, porque pone en boca de la amante las palabras «morena soy, pero hermosa»,
por donde vemos otro vínculo con la veneración de las Vírgenes negras.
Y, si creemos al Priorato en este punto, con la diosa egipcia Isis. Si
no se ven muy claras las relaciones entre la Magdalena y las Vírgenes
negras, menos aún las encontramos entre la santa y el Cantar de los Cantares.
Es verdad que Isis salió en busca de su esposo Osiris, como la amante
que se lamenta en los versos citados, pero ¿qué paralelismo puede haber
con la historia de María Magdalena? Hay otro elemento que debe tenerse
en cuenta y que complica todavía más la cuestión. La Provenza, domicilio
de la veneración a María Magdalena y a varias Vírgenes negras, muestra
asimismo el poderoso influjo de otro personaje significativo del Antiguo
Testamento: Juan el Bautista. En efecto, sorprende comprobar cuántas
iglesias se le han consagrado en esa región, y cuántos lugares están
dedicados a su nombre. En Marsella, además de una iglesia de San Juan
Bautista hallamos el fuerte de San Juan, de los antiguos caballeros
hospitalarios, que todavía guarda la entrada del puerto. En
Aix-en-Provence está la iglesia de San Juan de Malta, y para mostrar el
camino, un bajorrelieve que representa la decapitación de Juan el
Bautista en un muro de la calle por donde se va al templo.
La mayor concentración de santuarios consagrados a la
Magdalena corresponde a una densidad de iglesias consagradas a Juan el
Bautista. Tal vez esa relación extraña en apariencia inspiró las
especulaciones de Ean Begg: “[...] el caso de las Vírgenes negras
incluye tal vez un secreto herético susceptible de escandalizar y
asombrar incluso en estos tiempos actuales de actitudes poscristianas, y
lo que es más, un secreto que afecta a fuerzas políticas todavía
influyentes en la Europa moderna“. La abundancia de edificaciones
dedicadas a Juan el Bautista podría explicarse recordando que los
hospitalarios, más tarde llamados caballeros de Malta, le profesaron
siempre una veneración especial, y tuvieron destacada presencia en la
región. Pero también hay que contar con otra gran Orden de caballería,
aún más famosa, que tuvo fuerza en el sur de Francia y también veneraba
especialmente al Bautista. Se trata de los caballeros templarios. Si
visitamos los alrededores de Saint-Jean-Cap-Ferrat, donde residió Jean
Cocteau, podemos visitar una iglesia consagrada a Juan el Bautista, que
también da nombre a la población. Una vez más esto se debe a la
presencia de los caballeros de Malta, cuya capilla del Saint-Hospice
ocupa todavía el lugar que tuvo dentro del antiguo fuerte. En la
ornamentación de la capilla sobresalen las placas que conmemoran las
visitas de los Grandes Maestres de diferentes épocas. La plaza exterior
se llama «Place des Chevaliers de Malte» y la domina una gran
figura de bronce que representa una Virgen con Niño. Pese a la pátina
color verde oscuro que la recubre, allí la llaman La Vierge Noire.
Con sus más de cinco metros de altura, lleva casi un siglo mirando al
mar. He aquí otra manifestación del extraño vínculo, casi diríamos
simbiótico, entre los emplazamientos de las Vírgenes negras y los
dedicados a Juan Bautista.
En el puerto de la pequeña ciudad de
Villefranche-sur-Mer hallamos una relación inesperada con el Priorato de
Sión. Hay una capilla de la cofradía de pescadores, consagrada a san
Pedro, el «Gran Pescador», que fue proyectada y ejecutada por
Jean Cocteau. Quedó terminada en 1958, aunque se dice que había sido un
sueño suyo desde hacía muchos años. Lo que cuenta en este caso es que él
se encargó de todos los detalles de la decoración, desde la renovación
del enlucido hasta el diseño de los candeleros. El resultado final es
extraño, ya que recuerda vagamente la decoración de algún templo
masónico, aunque con una imaginería notablemente más surrealista. En
todas partes hay ojos pintados, gigantescos los situados a uno y otro
lado del altar. Hay constelaciones de ojos por todas partes, además de
unas figuras muy peculiares, como la de una mujer que mira
intencionadamente y apunta con tres dedos al espectador. De todo este
amasijo de extraños símbolos y personajes que contiene la capilla, sin
embargo, llama especialmente la atención una escena que representa a
gitanos bailando alrededor de una divinidad adolescente, obvia alusión a
la ceremonia anual de Saintes-Maries-de-la-Mer. No deja de extrañar
esta referencia al otro extremo de la Provenza, y en una capilla
consagrada a san Pedro, que, según los evangelios gnósticos, era enemigo
de María Magdalena, la predilecta del Priorato de Sión. La decoración
de esta capilla fue el último trabajo de Cocteau antes de emprender el
mural de la iglesia londinense. Y, en ambos casos, el visitante sale del
lugar con una sensación como si unas imágenes subliminales le hubiesen
comunicado a nivel inconsciente algo muy distinto del mensaje que
supuestamente debe contener un templo cristiano. Al norte de Niza hay
varios pueblos con santuarios de la Magdalena al lado de otros dedicados
a Juan Bautista. Es el valle del río Vésubie, donde hallamos topónimos
que evocan las mismas asociaciones halladas en las cercanías de
Saint-Jean-Cap-Ferrat. Por ejemplo la aldea de Sainte-Madeleine tiene
por vecinas una Marie y un Saint-Jean. En la misma comarca
encontramos un conjunto medieval, Utelle, que fue de los templarios. En
sus muros y estrechas callejuelas vemos los sellos esotéricos de los
antiguos alquimistas. Valle arriba está Roquebillière, otro asentamiento
de los monjes-soldados. La ciudad más importante es
Saint-Martin-de-Vésubie, escenario de una legendaria matanza de
templarios en 1308.
En estos parajes veneran a otra famosa Virgen negra, la Madone des Fenestres (Nuestra Señora de las Ventanas),
aunque no falte quien haya puesto en tela de juicio la advocación
actual, introducida en el lugar por los templarios. Pero la tradición
local dice que la figura fue traída a Francia por María Magdalena. Son
leyendas, no necesariamente fundadas en nada real, pero queda el hecho
curioso de que a las gentes de estos lugares, por lo visto, les parece
muy natural el establecer asociaciones entre la Magdalena, la veneración
de las Vírgenes negras y los templarios. Al otro lado del valle está el
pueblo de Saint-Dalmas y, en éste, la iglesia templaria de
Sainte-Croix, uno de los monumentos religiosos más antiguos de Francia.
En las paredes, unos frescos representan a Salomé, que enseña la cabeza
de Juan el Bautista a su madre Herodías y a su padrastro Herodes. Bien
es cierto que muchas iglesias tienen alguna que otra imagen del
Bautista, pero el tema elegido suele ser el bautismo de Jesús. Muy raras
son las escenas de la decapitación de Juan, o que muestren su cabeza
cortada. Pero hay varias en esta parte de Francia y tal circunstancia no
es casual porque, como se ha mencionado, la comarca tuvo en otros
tiempos gran densidad de templarios y otras órdenes similares. Como se
sabe, Juan el Bautista fue el santo patrono de los templarios, quienes
lo reverenciaron especialmente. Pero aún está por ver por qué este Juan
tenía tanta importancia para los templarios y los caballeros de Malta.
En la Provenza las leyendas locales sobre la Magdalena tenían un
trasfondo consistente. Al mismo tiempo se descubrían inquietantes
atisbos de algo más antiguo y más trascendente. Dondequiera que hubiese
una Magdalena había una Virgen negra, por lo general. Y donde funcionó
ese culto, hubo antes un floreciente santuario consagrado a una diosa
pagana. Otros hilos de la trama conectaban a ese fenómeno con el
Priorato de Sión, e inexplicablemente, con la veneración de los
templarios por Juan el Bautista.
Pero las leyendas acerca de la Magdalena han viajado
mucho más allá de la Provenza francesa. Muchas anécdotas se refieren a
ella en el Midi, más cerca de los Pirineos, hacia el sudoeste y en la
región de Ariège. Se dice que llevó a estas tierras el Santo Grial. Como
cabía esperar, son también tierras de muchas Vírgenes negras, sobre
todo en los Pirineos orientales. En la región de Languedoc-Rosellón
abundan los indicios de la turbulenta historia de estos parajes. Ruinas
de castillos y de antiguas ciudadelas, arrasados por orden de reyes y de
Papas, recuerdan brutalidades, tan habituales en la Edad Media. Porque
el Languedoc-Rosellón fue la cuna de una herejía. Lo que en otros
tiempos se llamaba tan sólo Languedoc, por el idioma del país, la Langue d’Oc, se
extendía desde la Provenza hasta la región comprendida entre Toulouse y
los Pirineos orientales. Hasta el siglo XIII ni siquiera formaba parte
de Francia, sino que era feudo de los condes de Tolosa, teóricos
vasallos de los reyes de Francia, pero en la práctica más ricos y
poderosos que éstos. Durante los siglos XI y XII estas tierras eran la
envidia de Europa por su civilización y su cultura. En arte, literatura y
ciencias iban por delante de todo el mundo. Pero en el siglo XIII esta
brillante y fastuosa cultura quedó destrozada por una invasión de los
bárbaros del norte. Para muchos de los habitantes actuales su país sigue
llamándose Occitania. El antiguo Languedoc siempre fue un reducto de
ideas heréticas y heterodoxas, probablemente porque una cultura que
favorece la búsqueda del conocimiento ha de ser tolerante con las ideas
nuevas y radicales. Elemento central de ese ambiente fueron los
trovadores, músicos peregrinos que cantaban canciones de amor. Sin
embargo, la influencia del movimiento se extendió mucho más allá del
Languedoc, y tuvo especial arraigo en Alemania y Holanda, donde los
llamaron Minnesinger, que significa literalmente cantores de la mujer. Pues
bien, ese Languedoc fue el primer escenario europeo de un genocidio
cuando hubo una matanza de más de 100.000 seguidores de la herejía
cátara, durante la cruzada albigense, efectuada por mandamiento del
Papa. El nombre de albigense deriva de la ciudad de Albi, uno de los
focos de la insurrección. Precisamente la Inquisición se creó
inicialmente para interrogar y exterminar a los cátaros. Pero esta
matanza no ocupa en el imaginario moderno un lugar comparable al de
otros holocaustos más recientes, seguramente debido a que la cruzada
albigense tuvo lugar en el siglo XIII.
Aparte los cátaros, esta región era y ha sido siempre un
centro de la alquimia. No pocas poblaciones conservan huellas de las
preocupaciones alquímicas de sus habitantes, como las ornamentaciones
con símbolos esotéricos que vemos en las casas de Alet-les-Bains, en las
cercanías de Limoux. Hacia 1330 o 1340 se produjeron en Toulouse y
Carcasonne las primeras acusaciones de hechicería. En 1335 la
Inquisición de Toulouse acusó a sesenta y tres personas. Destacó
especialmente una joven acusada, Anne-Marie de Georgel, de quien se
considera generalmente que habló en nombre de los demás al describir sus
creencias. Dijo que para ellos la Tierra era campo de batalla entre dos
dioses, el Señor de los Cielos y el Amo de este mundo. Y que ella y los demás apoyaban a este último porque estaban convencidos de que sería el ganador. Lo cual pareció tal vez «hechicería»
a los interrogadores, pero era puro y simple gnosticismo. Muchos
elementos paganos sobrevivieron en estos parajes y aparecen todavía en
los lugares más sorprendentes. Pues si bien es posible ver relieves del «Hombre Verde»,
ese primitivo dios de la vegetación que fue venerado en la mayoría de
las comarcas rurales de Europa, no es tan normal que lo describan como
descendiente de una divinidad del Antiguo Testamento. Como han escrito
A. T. Mann y Jane Lyle, en su obra Sacred Sexuality: “Lilith
consiguió hacerse un lugar en una iglesia, a saber, la catedral
pirenaica de Saint-Bertrand-de-Comminges: hay en ésta un relieve que
representa una mujer con alas y patas de pájaro que da a luz un
personaje dionisíaco, el «Hombre Verde»“. Según Josefo, el
historiador judeorromano del siglo I, el perverso triunvirato formado
por Herodes, su intrigante esposa Herodías y su hijastra Salomé, la de
la «danza de los siete velos», fue desterrado por los romanos a la ciudad gala de Lugdunum Convenarum,
que es la actual Saint-Bertrand-de-Comminges. Allí Herodes desapareció
sin dejar rastro, Salomé murió ahogada en un arroyo y Herodías
sobrevivió en la leyenda local, convertida en la bruja mayor de un culto
de aquelarres nocturnos. Otra leyenda languedociana no menos llamativa
es la que se refiere a la «Reina del Sur» (Reine du Midi), uno de los títulos de las condesas de Toulouse. En el folclore, la protectora de Tolosa de Languedoc es La Reine Pedauque, es decir la Reina Pata de Oca,
lo cual puede ser una alusión al País de Oc. Pero investigadores
franceses han identificado a ese personaje con la diosa siria Anath, a
su vez muy vinculada a la egipcia Isis. Y queda también la asociación
evidente con Lilith, la diosa de pies de ave.
Otro personaje legendario de Languedoc es Meridiana. Su
aparición más famosa aconteció cuando Gerberto de Aurillac (940-1003),
el futuro papa Silvestre II, viajó a España para aprender los secretos
de la alquimia. Silvestre, propietario además de una cabeza parlante que
le anunciaba el porvenir, recibió su sabiduría de esta Meridiana, que
le regaló «su cuerpo, sus riquezas y sus saberes mágicos», lo
cual describe algún tipo de conocimiento alquímico y esotérico. Según la
escritora norteamericana Barbara G. Walker, el nombre de Meridiana es
un compuesto de «María-Diana», es decir, que vincula a esa
compleja divinidad pagana con las leyendas acerca de María Magdalena
corrientes en el sur de Francia. El Languedoc tuvo también la máxima
densidad de caballeros templarios en Europa hasta la supresión de la
Orden, a comienzos del siglo XIV, y todavía abundan allí las evocadoras
ruinas de sus castillos. Béziers se encuentra en el actual departamento
de Hérault, del Languedoc-Rosellón, y es una activa ciudad a escasos
diez kilómetros del golfo de Lyon, en la costa mediterránea. En 1209
todos y cada uno de sus habitantes fueron perseguidos y muertos sin
contemplaciones durante la cruzada contra los albigenses. Pierre des
Vaux-de-Cernat, un monje cisterciense, escribió en 1213, basándose en
los relatos de cruzados que estuvieron allí. Béziers se había convertido
en una especie de refugio para heréticos y por eso, cuando los cruzados
la atacaron, existía allí un enclave de 222 cátaros que vivían en la
ciudad sin que nadie los molestase. Aunque no se sabe si el conde de
Béziers era también cátaro, o sólo un simpatizante, el caso es que no
hizo nada por perseguirlos o expulsarlos, y esto enfureció sobremanera a
los cruzados. Éstos exigieron que los habitantes católicos entregaran a
los cátaros o salieran de la ciudad, dejando intramuros a los cátaros
para que fuese más fácil exterminarlos. Aunque estas exigencias se
plantearon bajo amenaza de excomunión y la alternativa concedía a los
católicos la oportunidad de salvarse de la inminente matanza, sucedió
algo asombroso: los ciudadanos no quisieron cumplir ninguna de las dos condiciones. Como escribió Vaux-de-Cernat, prefirieron «morir como heréticos que vivir como cristianos».
Y de acuerdo con el informe que el Papa recibió de sus enviados, los
habitantes de la población juraron además defender a sus herejes. En
julio de 1209 los cruzados entraron en Béziers. Después de ocuparla sin
dificultad mataron a todo el mundo, hombres, mujeres, niños y clérigos,
tras lo cual incendiaron la ciudad. Debieron de morir entre 15.000 y
20.000 personas, mientras que los heréticos eran poco más de doscientos.
«No encontraron refugio ni bajo la cruz, ni ante el altar, ni junto al crucifijo».
Así fue que los cruzados preguntaron a los delegados del Papa cómo
distinguirían a los heréticos de los demás ciudadanos y recibieron la
célebre contestación: «Matadlos a todos, que Dios conocerá a los suyos».
¿Qué ocurrió allí en realidad? En primer lugar hay que
tener en cuenta la fecha exacta de la matanza, que fue el 22 de julio,
fiesta de María Magdalena, detalle cuya singular importancia destacaron
todos los autores contemporáneos. Y fue en la iglesia de la Magdalena de
Béziers donde cuarenta años antes murió asesinado el señor local,
Raymond Trencavel, por motivos que no han quedado claros. En Béziers al
menos, la relación entre la Magdalena y la herejía no era casual, y
además proporciona algunos atisbos sobre el trasfondo de la cruzada
albigense en su conjunto. Como escribió Pierre des Vaux-de-Cernat: “Béziers
fue tomada el día de santa María Magdalena, ¡oh justicia suprema de la
Providencia! [...] los heréticos afirmaban que santa María Magdalena
había sido la concubina de Jesucristo [...] era justo, por tanto, que
esos perros repugnantes fuesen vencidos y exterminados en la festividad
de aquella a quien habían agraviado [...]“. Por más que la idea
pareciese repugnante al monje y a los cruzados, es obvio que no
escandalizaba a la gran mayoría de los ciudadanos que se pusieron
activamente a favor de los herejes. Lo cual indica que la creencia o
tradición local en cuestión ejercía un gran ascendiente en aquellas
gentes. Los evangelios gnósticos y otros textos primitivos describen sin
muchos eufemismos como unión sexual la relación entre María Magdalena y
Jesús. Pero los evangelios gnósticos ni siquiera habían sido
descubiertos. Así pues, ¿de dónde provenía la tradición? El episodio
vino a ser como el preludio de la cruzada albigense, cuyos estragos en
el Languedoc aún habrían de durar cuarenta años más y dejaron grandes
cicatrices en la conciencia colectiva de la población. Pero, ¿quiénes
fueron esos cátaros cuyas creencias justificaron que se montase toda una
cruzada? ¿Qué motivos tenía el poder establecido para temerlos tanto?
En el Languedoc el movimiento se convirtió rápidamente en una fuerza no
desdeñable durante el siglo XI. Llegaron a ser la religión dominante del
país y siempre fueron tratados allí con el mayor respeto. Los miembros
de todas las familias aristocráticas eran cátaros notorios, o
simpatizantes que los ayudaban activamente. Se puede afirmar que el
catarismo era la virtual religión de estado en el Languedoc.
Los llamaban les Bonhommes o les Bons Chrétiens,
es decir buenos hombres o buenos cristianos, lo cual da a entender que
no escandalizaban a nadie. Aunque asimilaron otras muchas ideas y sus
doctrinas no estuvieron exentas de confusión, propugnaron un ideal de
vida conforme a las enseñanzas de Jesús. Acusaban a la Iglesia católica
de haberse alejado en exceso de los postulados originarios, en especial
el de la pobreza apostólica. Por tanto, anatemizaban la riqueza y los
fastos de la Iglesia, que juzgaban opuestos a lo que Jesús exigió de sus
seguidores. Algunos estudiosos tienden a presentarlos como precursores
de la Reforma protestante, lo que no es el caso, pese a algunas
semejanzas. Los cátaros vivían sencillamente. Preferían congregarse al
aire libre o en casa de un vecino mejor que en las iglesias, y aunque
tuvieron una jerarquía con sus obispos, todos los miembros bautizados
eran iguales en lo espiritual. También postulaban la igualdad entre los
sexos, y esto puede sorprender más teniendo en cuenta la época. Se
abstenían de comer carne, eran pacifistas y creían en una especie de
reencarnación. También practicaban la predicación itinerante, para lo
cual viajaban por parejas que vivían en la mayor pobreza y sencillez y
se detenían dondequiera que hiciese falta ayudar y sanar. En muchos
sentidos cabe decir que los Hombres Buenos no eran un peligro
para nadie, excepto para la Iglesia. Dicha institución sí tenía
numerosos motivos para perseguir a los cátaros, ya que éstos se
declaraban adversarios del símbolo de la cruz, en tanto que morboso
recordatorio del instrumento de suplicio en que Jesús halló la muerte.
Aborrecían asimismo el culto de los difuntos y el consiguiente tráfico
de reliquias, recurso principal con que la Iglesia de la época llenaba
sus arcas. Pero el primer motivo de la enemistad eclesiástica fue que
los cátaros no reconocían la autoridad del Papa. Durante el siglo XII
varios concilios condenaron a los cátaros, pero fue en 1179 cuando ellos
y sus protectores quedaron definitivamente anatemizados. Hasta esa
fecha la Iglesia envió a misioneros, elegidos entre los mejores
predicadores con que contaba, para tratar de obtener el «regreso al redil»
de los cátaros. Incluso el gran santo Bernardo de Claraval (1090-1153)
fue enviado a la región, pero regresó exasperado por la contumacia de
aquéllos. Sin embargo, en su informe al Papa tuvo buen cuidado de
señalar que, si bien los cátaros estaban sumidos en el error desde el
punto de vista de la doctrina, «si examinamos su modo de vida no encontraremos ninguno más irreprochable».
En toda la cruzada éste fue un rasgo invariable. Incluso los enemigos
de los cátaros tenían que admitir que la regla de vida de éstos era
ejemplar.
Otra táctica de la Iglesia fue la de vencer a los
heréticos con sus propias armas, haciendo que sus misioneros actuaran
como predicadores itinerantes. Entre los primeros, allá por 1205, estuvo
Domingo de Guzmán, monje español y futuro fundador de la Orden de los
Predicadores, luego conocida como dominicos o frailes negros, que
suministraron la mayor parte del personal de la Santa Inquisición. Los
dos bandos se reunieron para una serie de disputas públicas, que no
solucionaron el problema. Por último, en 1207, el papa Inocencio III
perdió la paciencia y excomulgó a Raymond VI, conde de Tolosa, por no
haber procedido contra los herejes. La medida fue muy impopular, por lo
el legado papal que traía la noticia fue muerto por uno de los soldados
de Raymond. Y ésa fue la gota que colmó el vaso. El Papa convocó la
cruzada contra los cátaros y contra quienes los ayudasen o simpatizasen
con ellos. Esta proclamación se realizó el 24 de junio de 1209,
curiosamente la fiesta de San Juan Bautista. Hasta entonces se solía
llamar a la cruzada contra los musulmanes, unos «infieles»
extranjeros que vivían en países tan lejanos, que apenas se tenía una
noción de ellos. Pero esta cruzada iba a ser de cristianos contra
cristianos. Era muy posible que algunos cruzados conociesen
personalmente a algunos de los heréticos que juraron exterminar. La
cruzada albigense, comenzada en 1209 con el asalto a Béziers, continuó
con la mayor brutalidad, a medida que una ciudad tras otra iba cayendo
en manos de los soldados bajo el mando de Simón de Montfort. La campaña
duró hasta 1244. Todavía hoy, en algunos lugares del Languedoc el nombre
de Simón de Montfort suscita una reacción mezcla de temor y odio. Pero
pronto a las razones religiosas se añadieron razones económicas y
políticas. La mayoría de los cruzados eran oriundos del norte de Francia
y las atractivas riquezas y el poderío del Languedoc eran aspectos que
nadie ignoraba. Antes del comienzo de la cruzada la región disfrutaba de
una notable independencia. Este episodio de la Historia europea, además
de ser el primer genocidio conocido perpetrado en Europa, proporcionó
un impulso definitivo a la unificación de Francia y a la creación de la
Inquisición.
Los cátaros eran pacifistas, y además desdeñaban tanto la «vil envoltura carnal»,
que no tenían inconveniente en desprenderse de ella, aunque fuese por
medio de un martirio tan horrible como la muerte en la hoguera. Durante
la campaña, incontables millares de cátaros hallaron la muerte en las
piras, pero muchos de ellos no dieron ninguna muestra de temor. A lo que
parece, algunos ni siquiera sufrieron, como se evidenció singularmente
cuando terminó el asedio a Montségur, su último reducto. Poco después de
1240 y conforme sus enemigos iban arrinconando a los cátaros
sobrevivientes en sus reductos pirenaicos, ellos hicieron de Montségur
su cuartel general. En tanto que refugio de unos 300 cátaros y más
particularmente de sus cabecillas, para los hombres del Papa era el
objetivo principal, tal como escribió Blanca de Castilla, la reina de
Francia, refiriéndose a la importancia de Montségur, «[hay que] cortar la cabeza del dragón».
Durante los meses que duró el sitio se produjo un curioso fenómeno.
Varios de los soldados sitiadores se pasaron al bando de los cátaros,
aun sabiendo cómo acabaría la aventura para ellos. Se ha sugerido que
los impresionó tanto el ejemplar comportamiento de los cátaros, que
sufrieron una profunda conversión interior. Los cátaros se enfrentaron a
la muerte en el suplicio con absoluta tranquilidad, incluso mientras
las llamas crecían a su alrededor. Pero la caída de Montségur creó
muchos misterios que fascinaron a muchas generaciones, incluidos los
nazis y los buscadores del Santo Grial. El misterio más duradero de
todos es el relacionado con el supuesto Tesoro de los Cátaros, que
cuatro de éstos lograron sacar la noche antes de la matanza. Esos
intrépidos herejes consiguieron escapar de algún modo, se dice que
descolgándose con ayuda de sogas por el despeñadero más escarpado, a
favor de la oscuridad nocturna. Aunque se habían rendido formalmente el 2
de marzo de 1244, por razones nunca explicadas se les permitió quedarse
en la ciudadela quince días más, tras lo cual se entregaron para ser
quemados. Algunos relatos van todavía más lejos y pretenden que bajaron y
se metieron por su propio pie en las hogueras que los enemigos habían
preparado en el llano, al pie de la fortaleza. Se ha especulado si
solicitaron ese plazo adicional de gracia para realizar alguna
ceremonia. En este punto no es fácil que llegue a saberse nunca la
verdad. La naturaleza exacta del tesoro cátaro ha sido objeto de muchas
especulaciones. Algunos postulan que debió de ser el Santo Grial u otro
objeto ritual parecido, de mucho significado. Otros dicen que pudieron
ser documentos con conocimientos secretos, o que lo importante eran las
propias personas de los cuatro cátaros que escaparon.
Los cátaros fueron sucesores de los bogomiles,
movimiento herético que floreció en los Balcanes hacia mediados del
siglo X y seguía activo en esa región cuando los cátaros se encaminaban
hacia su destino fatal. El bogomilismo tuvo mucha extensión, alcanzando
hasta Constantinopla, y por momentos constituyó un serio peligro para la
ortodoxia. A su vez los bogomiles de Bulgaria eran los herederos de una
larga sucesión de «herejías» y habían alcanzado una reputación
peculiar entre sus oponentes. Los bogomiles y sus variantes, como los
cátaros, eran dualistas y gnósticos. Para ellos el mundo era
inherentemente malo, el alma sufría la prisión de una envoltura indigna,
y la única vía de liberación era la gnosis, la revelación personal
gracias a la cual el alma accede a la perfección y al conocimiento de
Dios. En cuanto a su idea de la reencarnación, se basaba en el concepto
de la «buena muerte», lo que significaba más comúnmente recibir
el martirio por la fe. Si uno tenía la suerte de merecer ese final, no
hacía falta que siguiera reencarnándose en este despreciable valle de
lágrimas. Caso contrario, tendría que regresar. Una aportación original
de los cátaros fue la creencia de que María Magdalena había sido la
esposa de Jesús, o tal vez su concubina. Aunque este conocimiento no se
juzgaba adecuado para todos los cátaros, sino sólo para los admitidos al
círculo más sublime, el de los «perfectos». Pero la noción de
que Jesús y María Magdalena hubiesen sido pareja no tenía, a primera
vista, nada susceptible de agradar especialmente a los cátaros. Aunque
la Magdalena fuese una santa popular en la Provenza, donde se cree que
vivió, fue en el Languedoc donde hicieron de ella foco de creencias
abiertamente heréticas. La idea de que Jesús y María Magdalena fueron
amantes también se encuentra en los evangelios de Nag Hammadi, ocultos
en Egipto desde el siglo IV. Algunos estudiosos han especulado sobre si
el culto de la Magdalena en el sur de Francia conservó esas primitivas
ideas gnósticas. No faltan indicios de que así fue. Hacia 1330 aparecía
en Estrasburgo un notable tratado titulado Schwester Katrei o «Hermana Catalina», atribuido al místico alemán Meister Eckhart. Expone una serie de diálogos entre la «hermana Catalina»
y su confesor sobre la experiencia religiosa de la mujer. Y, aunque
incorpora muchas ideas ortodoxas, tiene ciertos rasgos que no lo son
tanto. Por ejemplo, declara expresamente que «Dios es la Madre Universal…» y revela con claridad una fuerte inspiración cátara así como la influencia de la tradición de los trovadores.
Esta obra relaciona a la Magdalena con la Minne u
homenaje amoroso a la mujer. Y ha dado mucho que pensar a los
investigadores porque contiene ideas acerca de María Magdalena que no se
encuentran en ningún otro lugar, excepto los evangelios de Nag Hammadi.
La describe como superior a Pedro porque supo entender mejor a Jesús, y
aparece la misma rivalidad entre ambos. El tratado de la hermana
Catalina incluso describe incidentes concretos que también figuran en
los textos de Nag Hammadi. La profesora Barbara Newman ha escrito: «El hecho de que Hermana Catalina utilice estos motivos plantea un espinoso problema de transmisión histórica», y confiesa que es «un problema real, pero sorprendente». El autor de Hermana Catalina
manejó en el siglo XIV unos textos que no fueron descubiertos hasta el
siglo XX. No puede ser coincidencia que el tratado refleje la influencia
de los cátaros y los trovadores del Languedoc. Y la conclusión obvia es
que éstos transmitieron el conocimiento de los evangelios gnósticos en
relación con María Magdalena. Es posible que estos secretos no
estuvieran sólo en los textos que hoy conocemos como los de Nag Hammadi,
sino asimismo en otros que aún no hayan sido redescubiertos. Llama la
atención que en el sur de Francia exista una arraigada creencia en la
naturaleza sexual de la relación entre la Magdalena y Jesús. Una
investigación de John Saul ha recopilado gran número de alusiones a tal
relación en la literatura del Midi, hasta el siglo XVII inclusive.
Aparecen en las obras de gentes vinculadas al Priorato de Sión, como
Cesar, el hijo de Nostradamus. Hemos visto en la Provenza que
dondequiera que hubiese santuarios de la Magdalena también se descubría
algún emplazamiento relacionado con Juan el Bautista. En vista de que
los cátaros la tenían en tan alta consideración, nos figurábamos que tal
vez veneraron también al Bautista. Pero, sorprendentemente, sucede lo
contrario. Les desagradaba hasta el punto de describirlo como «un demonio». Ésa es otra herencia directa de los bogomiles, algunos de los cuales aludieron al Bautista, no sin cierta confusión, como «precursor del Anticristo». Una de las pocas escrituras sagradas que nos han quedado de los cátaros es el Libro de Juan, llamado también Liber Secretum.
Se trata de una versión gnóstica del evangelio de otro Juan muy
diferente. En buena parte es idéntico al evangelio canónico, pero
contiene varias «revelaciones» añadidas que supuestamente recibió en privado el «discípulo predilecto del Señor».
Éstas contienen ideas dualistas y gnósticas, en correspondencia con la
teología de los cátaros. En este libro Jesús enseña a sus discípulos que
Juan el Bautista era en realidad un emisario de Satán, el Amo del mundo
material, enviado para adelantarse a la misión salvadora. Esta idea era
debida en principio a los bogomiles, pero no era aceptada por todos
ellos, ni por todos los cátaros. Muchas sectas cátaras tuvieron acerca
de Juan el Bautista ideas bastante más ortodoxas, y de hecho se tienen
incluso indicios de que los bogomiles de los Balcanes celebraban ritos
en el día de su festividad, 24 de junio.
Lo cierto es que los cátaros tenían en especial
consideración el evangelio de Juan, que según el parecer de los
entendidos es el más gnóstico del Nuevo Testamento. En los círculos
ocultistas circula un rumor de que los cátaros tenían otra versión del
evangelio de Juan, hoy perdida. Ciertamente los cátaros tuvieron ideas
no ortodoxas acerca de Juan el Bautista, pero ¿podemos tomarnos en serio
sus afirmaciones sobre un Juan malo y un Jesús bueno? Tal como ocurre
con la relación entre la Magdalena y Jesús, parece que se tuvo de la que
hubiese entre Juan y Jesús una idea radicalmente distinta de la que
enseña la Iglesia. Pero para los caballeros templarios Juan el Bautista
fue objeto de especial veneración. Y tal como la cruzada contra los
cátaros ha dejado una marca visible en los paisajes del Languedoc,
también los castillos de aquellos enigmáticos caballeros se alzan
todavía en los rincones más remotos de dicha comarca. Cualquier misterio
relacionado con el Priorato de Sión implica asimismo a los monjes-
soldados templarios. La tercera parte de todas las posesiones europeas
de los templarios estuvo en el Languedoc. Una de las leyendas locales
más pintorescas es la que dice que cuando el 13 de octubre cae en
viernes, fecha y día de la brutal supresión de la Orden, pueden verse en
las ruinas resplandores extraños, y movimientos de misteriosos bultos.
La Orden de los caballeros templarios, oficialmente llamada de los
pobres conmilitones de Jesucristo y del Templo de Salomón, fue fundada
en 1118 por el noble francés Hugo de Payens con el fin de dar escolta a
los peregrinos que iban a Tierra Santa. En principio y durante nueve
años fueron nueve caballeros, pero luego la orden creció y no tardó en
constituir una fuerza considerable, no sólo en el Oriente Próximo sino
también en toda Europa. Una vez obtenido el reconocimiento de la orden,
el mismo Hugo de Payens emprendió una gira por Europa a fin de solicitar
tierras y dinero a la realeza y los nobles. Visitó Inglaterra en 1129 y
fundó allí el primer establecimiento templario, sito en lo que hoy es
la estación Holborn del metro de Londres. Como todos los monjes, los
caballeros hacían votos de pobreza, castidad y obediencia, pero vivían
en el mundo y del mundo, y se comprometían a usar la espada contra los
enemigos de Cristo cuando fuese necesario. La imagen de los templarios
ha quedado indisolublemente unida a las cruzadas que se organizaron para
expulsar a los infieles de Jerusalén y mantener los Santos Lugares en
manos de la cristiandad.
Fue en 1128 cuando el Concilio de Troyes reconoció
oficialmente a los templarios como Orden religiosa y militar. El
protagonista principal de la decisión fue Bernardo de Claraval, superior
de la orden cisterciense y más tarde canonizado. Fue el mismo Bernardo
quien escribió la Regla de los templarios, basada en la de los monjes
del Císter. Y un pupilo de aquél, tras coronarse papa como Inocencio II,
estableció en 1139 que en adelante los templarios sólo obedecerían a la
autoridad del Sumo Pontífice. Se ha sugerido que los templarios y los
cistercienses actuaban de común acuerdo y con arreglo a un plan
preconcebido para apoderarse de la cristiandad, aunque eso nunca se
consiguió. Apenas cabe exagerar el prestigio y la potencia financiera de
los templarios en el momento culminante de su influencia en Europa, y
apenas existió un centro importante de civilización donde ellos no
hubiesen establecido una de sus capitanías. En parte la riqueza de los
templarios fue una consecuencia de su regla. Al ingresar, el nuevo
adepto donaba a la orden todas las propiedades que tuviese. Por otra
parte, amasaron una importante fortuna gracias a las grandes donaciones
de tierras y dinero por parte de muchos reyes y nobles. No tardaron en
ver repletas sus arcas, porque además llegaron a acumular una notable
experiencia financiera que hizo de ellos los primeros banqueros
internacionales del mundo, de cuyo juicio dependía, por ejemplo, la
calificación de riesgo asignada a otros poderes. Aparte su asombrosa
riqueza los templarios contaron con el prestigio de su experiencia
militar y valentía en la batalla, en la que llegaban muchas veces hasta
la temeridad. Tenían reglas que dictaban su comportamiento como
soldados. Por ejemplo, se les prohibía rendirse a menos que se viesen
ante una fuerza superior en proporción de más de tres contra uno, y aun
entonces no sin el permiso de su comendador. Eran unos combatientes de
elite que tenían a su favor la razón de Dios y la de su dinero. Pese a
su valiente defensa, los Santos Lugares fueron retornando a los
sarracenos hasta 1291 en que cayó el último territorio cristiano, San
Juan de Acre. Nada les restaba que hacer a los templarios excepto
regresar a Europa y trazar planes para una futura reconquista. Pero el
impulso capaz de iniciar semejante campaña se había desvanecido entre
los reyes que habrían estado en condiciones de financiarla. Faltos de
empleo, pero todavía ricos y arrogantes, suscitaban amplios
resentimientos porque no pagaban impuestos y sólo respondían ante el
Papa. Así que en 1307 se produjo su inevitable caída en desgracia. El
todopoderoso rey francés Felipe el Hermoso inició la destrucción de la
orden templaria con la connivencia del Papa. Obedeciendo a órdenes
secretas del rey, el viernes 13 de octubre de 1307 los templarios fueron
cercados en un súbito golpe de mano, encarcelados, torturados y
finalmente quemados en la hoguera.
Se queda uno con la idea de que toda la orden resultó
arrasada en aquella jornada fatídica y remota, como si la hubiesen
borrado de la faz de la tierra. Pero nada más lejos de la verdad. En
realidad fueron relativamente pocos los templarios ejecutados. No muchos
ardieron en la hoguera, aunque no dejó de causar impresión que todo un
Gran Maestre como Jacobo de Molay fuese inmolado al fuego en la Île de
la Cité, a la sombra de la catedral de Notre-Dame de París. Pero sólo
quienes se negaron a confesar o se retractaron de sus confesiones
murieron. Lo que consta acerca de las confesiones de los templarios no
carece de imaginación. Así nos enteramos de que rendían culto a un gato,
celebraban orgías homosexuales como si fuesen parte rutinaria de sus
devociones, y veneraban a un demonio llamado el Baphomet y a una cabeza
cortada. También se dice que pisoteaban y escupían la cruz en sus ritos
de iniciación. Todo esto parece absurdo, naturalmente, en relación con
la idea de que eran devotos caballeros de Cristo y defensores del ideal
cristiano. Se ha postulado que todos los cargos dirigidos contra los
templarios eran invenciones de quienes envidiaban sus riquezas y temían
su poder, y que el rey de Francia aprovechó la oportunidad para quedarse
con aquéllas y resolver así sus propios apuros económicos. Por otra
parte, y aunque las acusaciones no fueran estrictamente verídicas, hay
indicios de que los templarios andaban en algo misterioso y tal vez «oscuro»,
en el sentido de lo oculto. El Priorato de Sión dice haber sido la
fuerza inspiradora de la creación de los caballeros templarios. Lo cual,
de ser cierto, constituiría uno de los secretos mejor guardados de la
Historia. También se afirma que ambas órdenes fueron prácticamente
indistinguibles hasta que se produjo el cisma de 1188, después de lo
cual la una y la otra emprendieron caminos separados. No parece
descabellado suponer que la concepción de los templarios implicaba algún
designio oculto. El sentido común sugiere que harían falta más
caballeros que los nueve fundadores para proteger y dar refugio a todos
los peregrinos que iban a Tierra Santa, y eso durante nueve años nada
menos. Pero además hay indicios de que ni siquiera lo intentaron en
serio. A no tardar recibieron privilegios y honores fuera de toda
proporción. Por ejemplo, se les concedió un ala entera del palacio real
en la misma Jerusalén, en un lugar que antes había sido una mezquita. De
ésta se dijo a su vez, erróneamente, que había sido edificada sobre los
fundamentos del Templo de Salomón, y de ahí la denominación oficial de
los templarios.
Otro misterio en relación con los comienzos de la Orden del Temple lo
constituyen los indicios según los cuales la orden existía desde
bastante antes de 1118, sin que se sepa por qué razones se falseó la
fecha. Hugo de Payens y sus compañeros eran todos de la Champagne o del
Languedoc, entre ellos el conde de Provenza, y parece bastante claro
que acudieron a los Santos Lugares con una misión concreta. Quizá
buscaban el Arca de la Alianza, como ha sugerido alguien, o algún tesoro
antiguo que los condujera a ella, o tal vez algún tipo de conocimiento
secreto que les confiriese influencia y fortuna. Christopher Knight y
Robert Lomas, en su obra The Hiram Key han insinuado que los
templarios buscaron y encontraron un escondrijo con documentos del mismo
origen que los Manuscritos del Mar Muerto. Sin embargo, no aportan
ninguna prueba convincente. Pero no hay que olvidar que los templarios
buscaron nuevos conocimientos y a tal efecto consultaron a los árabes y a
otros que iban encontrando en sus viajes. Los templarios veneraban
mucho a Juan el Bautista, bastante más de lo que suele venerarse a un
santo patrono. El Priorato de Sión, tan relacionado con los templarios,
llama «Juan» a todos sus Grandes Maestres, tal vez también por
veneración. Pero es prácticamente imposible descubrir las razones de
esta especial devoción templaria. La explicación habitual es que Juan
era especial para ellos porque fue el maestro de Jesús. Algunos han
propuesto que la cabeza cortada a la que se les acusó de adorar no sería
otra sino la del propio Bautista. Pero el hecho de adorar una cabeza
cortada indicaría que los templarios fueron algo muy distinto de unos
simples soldados de Cristo. Una de sus imágenes favoritas era la del
Cordero de Dios. La mayoría de los cristianos creen que simboliza a
Jesús, de quien dijo el Bautista, según se le atribuye, «éste es el Cordero de Dios».
Pero en muchos lugares, como es el caso de la región occidental de
Inglaterra, entienden que el símbolo se refiere al mismo Juan el
Bautista, y parece que los templarios le atribuyeron ese significado. El
símbolo del Cordero de Dios fue adoptado en uno de los sellos oficiales
del Temple, para las encomiendas del sur de Francia. Una pista en
cuanto a que la veneración de los templarios por Juan el Bautista
ocultaba algo bastante más radical, se halla en la obra de un clérigo
llamado Lamberto de Saint-Omer, o Audemar, que era pariente de uno de
los nueve caballeros fundadores, Godofredo de Saint-Omer, la mano
derecha de Hugo de Payens.
En The Hiram Key, Christopher Knight y Robert Lomas reproducen una ilustración de Lamberto que representa la «Jerusalén celeste» y observan que: “[...]
al parecer presenta a Juan el Bautista como el fundador [de la
Jerusalén celestial]. Ni con una sola palabra se menciona a Jesús en ese
documento supuestamente cristiano“. Como en el simbolismo de los
cuadros de Leonardo, parece que se quiera dar a entender que Juan el
Bautista fue importante por sí mismo, y no sólo por su misión de
precursor de Jesús. Dos años después, mientras se desarrollaba el
procesamiento de los caballeros templarios, el filósofo Ramón Llull, que
antes había sido un rígido defensor de la orden, escribió que los
procesos habían revelado que «peligraba la barca de san Pedro» diciendo: “Hay
tal vez entre cristianos muchos secretos, de lo que un secreto
[particular] puede originar una revelación increíble [como la] que
emerge de los templarios [...] infamia de por sí tan pública y
manifiesta que peligra la barca de san Pedro“. Ramon Llull (en
castellano: Raimundo Lulio) (1232 – 1315), también conocido como
Raimundus o Raymundus Lullus en latín, como Raymond Lully por los
ingleses, o como Raymond Lulle por los franceses, fue un laico próximo a
los franciscanos, ya que pudo haber pertenecido a la Orden Tercera de
los frailes Menores. También fue filósofo, poeta, místico, teólogo y
misionero mallorquín del siglo XIII. Fue declarado beato y su fiesta se
conmemora el 27 de noviembre. Se le considera uno de los creadores del
catalán literario y uno de los primeros en usar una lengua neolatina
para expresar conocimientos filosóficos, científicos y técnicos, además
de textos novelísticos. Se le atribuye la invención de la rosa de los
vientos y del nocturlabio. Conocido en su tiempo por los apodos de Arabicus Christianus (árabe cristiano), Doctor Inspiratus (Doctor Inspirado) o Doctor Illuminatus
(Doctor Iluminado), Llull fue una de las figuras más avanzadas de los
campos espiritual, teológico y literario de la Edad Media. En algunos de
sus trabajos (Artificium electionis personarum, 1247, y De arte electionis,
1299) propuso métodos de elección, que fueron redescubiertos siglos más
tarde por Condorcet (siglo XVIII). Fue escritor, cabalista, divulgador
científico, misionero, teólogo, fraile franciscano, alquimista entre
otras cosas, dejando una obra ingente, variada y de muy alta calidad
escrita en catalán, árabe y latín. Por lo que dice Ramón Llull se intuye
que el peligro para la Iglesia provenía no sólo de las revelaciones en
cuanto a los templarios, sino también de otros secretos de no menor
magnitud. Y también parece admitir los cargos que se formularon contra
la Orden, aunque en el momento en que escribió esas líneas quizás habría
sido gran imprudencia ponerlas en duda. ¿Era posible que el Languedoc
contuviese alguna pista en cuanto a la verdad acerca de la Orden?
Los cátaros y los templarios florecieron en el Languedoc
más o menos hacia la misma época. El emblema de los templarios, la cruz
roja sobre el manto blanco, muchos lo confunden con la enseña típica de
los cruzados anti-cátaros. Sin embargo, hay indicios de que los
templarios simpatizaron con los «heréticos» cátaros, aunque no
colaborasen activamente con ellos. En todo caso, es innegable que
brillaron por su ausencia en la cruzada albigense contra los cátaros.
¿Cuáles fueron los auténticos intereses y motivos de los templarios?
Algunos historiadores prestigiosos confiesan en privado que la relación
entre los templarios y el esoterismo es importante, pero jamás lo dirían
en público. De estas actitudes resulta cierto abandono de los estudios
relativos a determinados asentamientos templarios importantes. El
Languedoc-Rosellón fue el país de la Orden, si prescindimos de los
Santos Lugares. En esa reducida superficie se concentra más del 30 por
ciento de los castillos templarios y las encomiendas de toda Europa.
Pero, a pesar de ello, apenas se realizan allí excavaciones
arqueológicas oficiales, y algunos emplazamientos fundamentales no han
sido estudiados jamás. Por fortuna, la desidia oficial queda
contrarrestada por muchos investigadores privados, a los que anima un
apasionado interés hacia esos misteriosos caballeros. Según algunos de
estos investigadores habían existido claros vínculos entre los
templarios y los cátaros. Por ejemplo, ni siquiera en los momentos
álgidos de la cruzada albigense dejaron los templarios de dar asilo a
los cátaros fugitivos, y hay casos documentados de socorro a caballeros
que habían sido combatientes activos a favor de los cátaros y contra los
cruzados. No hay más que inspeccionar las actas de la Inquisición, con
los apellidos de los cátaros, y compararlos con los de templarios de la
misma época, para ver que son los mismos. Pero más concretamente, es
innegable que algunos establecimientos templarios alojaron a cátaros,
los escondieron e incluso los enterraron. se han encontrado pruebas de
que algunos templarios acogieron a los cátaros cuando éstos habían
quedado despojados de todo, y no sólo fueron recibidos y escondidos
entre ellos, sino que murieron y fueron enterrados allí. Y más adelante,
los templarios hicieron cuanto estaba en sus manos para que les fuesen
devueltas las tierras a las familias de los cátaros, o sus herederos.
Teniendo en cuenta que la mayoría de las acusaciones
dirigidas contra los templarios debieron de ser ficticias, es curioso
que su trato cercano con unos intocables como los cátaros no hubiese
figurado entre aquéllas. Que los inquisidores estaban al corriente, nos
lo indica el hecho de que rebuscaran en los fosares de los templarios
para desenterrar los cadáveres de los cátaros y quemarlos, a título de
escarmiento de herejes futuros. Ciertamente hubo algo que tal vez supo
la Corona francesa, pero demasiado peligroso para publicarlo. Era
posible que tanto los templarios como los cátaros hubiesen sido
poseedores de un conocimiento potencialmente explosivo para la Iglesia y
la corona francesa. No obstante, no todos los caballeros templarios
fueron exterminados aquel fatídico viernes trece. A muchos se les
permitió vivir y reconstituirse bajo otros nombres diferentes. Dos
países en particular sirvieron como puertos de refugio a los fugitivos,
Escocia y Portugal, donde pasaron a llamarse caballeros de Jesucristo.
También la región del Languedoc y alrededores constituyó una curiosa
excepción a la pauta general de la persecución. Al este, el Rosellón era
territorio de la Corona de Aragón, excepto la parte septentrional de
Carcasona, que pertenecía a Francia. Los templarios roselloneses fueron
detenidos y juzgados, pero se les declaró inocentes, y cuando el Papa
disolvió la orden oficialmente se incorporaron a otras órdenes militares
parecidas, o se retiraron a sus tierras para disfrutar de rentas
vitalicias. Por lo tanto, gran parte de los templarios sobrevivieron al
intento de exterminio total. Desde cualquier punto de vista que
consideremos los sucesos, falta un eslabón en la cadena. Tal vez ese
elemento escurridizo tenga que ver con el Priorato de Sión. Como ya
hemos visto, hay indicios de la presencia de un grupo de manipuladores
ocultos desde el mismo instante de la fundación de los templarios.
Posiblemente existiese un «círculo interior» secreto dentro de la estructura de mando de los templarios. Según el escritor francés Jean Robin: “En
realidad la Orden del Temple estaba constituida por siete círculos
«exteriores» dedicados a los misterios menores, y tres círculos
«interiores» que correspondían a la iniciación en los grandes misterios.
Y el «núcleo» lo formaban aquellos setenta templarios a quienes
«interrogó» Clemente V [después de las detenciones de 1307]“. Y según el investigador británico Graham Hancock, en su obra The Sign and the Seal: “[...]
mis investigaciones sobre las creencias y conducta de ese extraño grupo
de monjes-soldados me han persuadido de que tuvieron acceso a una
sabiduría tradicional de muy remota antigüedad [...]“.
Era posible mantener un grupo secreto porque los
templarios funcionaban como una jerarquía basada en la iniciación y en
el secreto. Es probable que la mayoría de los caballeros templarios no
fuesen más que simples soldados de Cristo, pero el círculo interior era
otra cosa. Al parecer ese círculo interior templario se creó para seguir
activando los estudios de temas esotéricos y religiosos. El motivo para
mantenerlos en secreto pudo ser que versaban sobre aspectos arcanos de
los mundos judío e islámico. Buscaban literalmente los secretos del
mundo dondequiera que sospechaban su presencia, y en el decurso de ese
periplo geográfico e intelectual acabarían por tolerar todas las
creencias, y quién sabe si abrazaron algunas creencias heterodoxas. Si
emprendieron una pesquisa concreta tendrían sus buenas razones, y por
eso mismo dejaron ciertas pistas en cuanto a lo que ellos consideraban
especialmente importante. Una de esas pistas puede hallarse en las
obsesiones de Bernardo de Claraval. Aquel monje intelectual, pero
combativo, en apariencia fue un gran devoto de la Virgen María, como
demuestran sus numerosos sermones. Pero se diría que no fue la Virgen el
objeto auténtico del amor espiritual de Bernardo, sino más bien otra
María, cuya identidad verdadera viene indicada por el hecho de su
especial afecto por las Vírgenes negras. También escribió casi noventa
sermones sobre el tema del Cantar de los Cantares, y en otras muchas prédicas suyas relacionó más explícitamente a la «Amada» con María de Betania. Pero en aquellos tiempos nadie creía que ésta fuese otra persona sino la misma María Magdalena. «Morena soy, pero hermosa», dice la Amada, y esa frase también vincula el Cantar de los Cantares
con la veneración a las Vírgenes negras, de las que Bernardo era
excepcionalmente devoto. Él dijo que había recibido la inspiración
cuando niño, al dársele tres gotas de leche milagrosa del pecho de la
Virgen negra de Châtillon. Se ha especulado sobre si este comentario
sería una alusión en clave a su iniciación en algún culto de ésta. Y
cuando Bernardo predicó la segunda cruzada para conquistar Tierra Santa,
eligió hacerlo desde el santuario de Vézelay, dedicado a María
Magdalena. Es probable, en consecuencia, que la aparente devoción
mariana de Bernardo fuese simplemente la cortina de humo con que tapaba
su indudable pasión por la Magdalena, aunque por supuesto la una no
excluye la otra. En todo caso, cuando diseñó la regla de los templarios
les encomendó expresamente «la obediencia a Betania, el castillo de María y de Marta». Y se sabe que transmitió a la Orden esa devoción particular.
Incluso mientras se enfrentaban a la extinción total,
los caballeros templarios que estaban presos con su Gran Maestre Jacobo
de Molay en las mazmorras de la fortaleza francesa de Chinon compusieron
una oración dedicada a «Notre Dame», que elogiaba a san Bernardo
como fundador de la devoción a la Santísima Virgen María. Pero teniendo
en cuenta todos los demás indicios, esto bien pudo ser otra alusión en
clave al culto de la Magdalena. Llama la atención que los templarios
jurasen «por Dios y Nuestra Señora», y también, con frecuencia, «por Dios y la Virgen Santísima». Seguramente esta «Nuestra Señora» de quien hablan en los juramentos no es la Virgen, tal como dan a entender las palabras de la absolución templaria: «Ruego a Dios que tus pecados te sean perdonados como Él perdonó a santa María Magdalena y al buen ladrón en la cruz».
Al menos esto nos proporciona una demostración de la importancia que
los templarios atribuían a la Magdalena. Vale la pena observar que
hallándose cautivos los del Rosellón, les fueron empeoradas
deliberadamente las condiciones del encarcelamiento el día de la festividad de Santa María Magdalena,
por orden expresa del Papa. Se recordará que la matanza de Béziers se
perpetró en esa misma festividad de la Magdalena, a manera de
recordatorio sobre la naturaleza de la «herejía». La noción de la
Feminidad preocupó mucho a los templarios, lo cual no deja de
sorprender habida cuenta de su imagen de guerreros. Pues bien, la Orden
admitía mujeres. En los primeros años de su existencia, muchas mujeres
tomaron los votos, aunque nada indica que existiese un núcleo secreto de
guerreras en el seno del Temple, como escriben Michael Baigent y
Ricliard Leigh en The Temple and the Lodge (1989): “[...] una
crónica de finales del siglo XII en Inglaterra menciona que una mujer
fue recibida como Hermana en el Temple, lo cual parece implicar con
bastante claridad una especie de ala o anexo femenino a la Orden. Pero
no se ha encontrado nunca una explicación ni una digresión sobre el
asunto, e incluso la información que contuviesen los autos
inquisitoriales desapareció hace tiempo o fue eliminada“. En los
documentos del siglo XII se encuentran muchos casos de mujeres que
entraron en la Orden, al menos durante el primer siglo de existencia de
ésta. Al ingresar prestaban juramento de donar «mi casa, mis tierras y mi cuerpo y alma a la Orden del Temple».
Al pie de esos documentos se hallan firmas de mujeres así como de
hombres. Tales documentos se encuentran principalmente en la región del
Languedoc, y los ejemplos son lo bastante numerosos como para dar a
entender que en algún momento dado la orden debió de contar con no pocas
mujeres. Más adelante fueron cambiadas las reglas, prohibiéndoseles
expresamente admitir mujeres, de lo cual se deduce que antes lo hacían.
También es notable que la encerrona del 13 de octubre de
1307 se ejecutase sin apenas derramamiento de sangre. En toda Francia
los senescales del rey abrieron sus órdenes selladas, que les mandaban
reunir tropas suficientes para arrestar a los soldados más aguerridos de
toda la Cristiandad. A lo que parece, la mayoría de los templarios de
Francia permitieron que los detuvieran como ovejas destinadas al
sacrificio. También es extraño que no pidiesen refuerzos a las
encomiendas de otros países. Llama la atención que algunos, entre ellos
el tesorero de la orden, consiguieran desaparecer, ya que se les habría
dado aviso. Por otra parte, la célebre flota de los templarios, ubicada
en puertos franceses, sencillamente se desvaneció. En las listas de los
bienes incautados por el rey francés a los templarios no figura ni un
solo barco. ¿Dónde quedó la flota? En cualquier caso el círculo interior
de la Orden no escatimó esfuerzos por proteger sus conocimientos
secretos. Un prestigioso especialista en estudios bíblicos, Hugh
Schonfield, ha demostrado que los templarios utilizaron el sistema de
codificación llamado la Cifra Atbash. Lo cual es verdaderamente
notable porque el mismo procedimiento había sido utilizado por los
autores de algunos de los Manuscritos del Mar Muerto, unos mil años antes
de la fundación de la orden templaria. Schonfield explica cómo al
aplicar el código al nombre del misterioso ídolo de cabeza cortada,
supuestamente idolatrado por los templarios, el Baphomet, obtenemos la
palabra griega sophia. Como ha escrito Graham Hancock, en The Sign and the Seal, «significa “sabiduría” nada más, pero también nada menos».
En realidad significa bastante más que eso, y su pleno sentido aporta
un matiz muy diferente a toda la razón de ser de los templarios. Aludida
sencillamente como «Sabiduría», en hebreo Chokmah, también
es un personaje que figura en el Antiguo Testamento, concretamente en
el libro de los Proverbios. Sophia ha creado muchas dificultades a los
comentaristas, tanto los judíos como los cristianos, porque aparece como
pareja de Dios, que tiene influencia sobre Él e incluso le prodiga
consejos. Es también figura central de la cosmología gnóstica. El texto
de Nag Hammadi titulado Pistis Sophia la pone en íntima asociación con María Magdalena. Y, como Chokmah,
es la clave de la interpretación gnóstica de la Cábala. Para los
gnósticos fue la diosa griega Atenea y la diosa egipcia Isis, que
recibió a veces el nombre griego de Sophia.
El uso que hacían los templarios de la palabra Sophia, codificada en «Baphomet»,
no demuestra una especial veneración del principio femenino por parte
de aquéllos. Pero hay otros muchos indicios de que formaba parte de una
profunda obsesión por dicho principio, y de que ésta llegaba mucho más
allá de lo semántico en lo que concierne a los templarios. Como dijo el
estudioso escocés Niven Sinclair, que tiene de ellos un conocimiento
particularmente extenso, «los templarios eran grandes creyentes de lo femenino». Los templarios construyeron iglesias de planta circular,
porque creyeron que ésa había sido la forma del Templo de Salomón. Lo
cual, a su vez, simbolizó quizá la noción de la circularidad del
universo, pero más probablemente representaba lo femenino. Las
circunferencias y los círculos siempre se han vinculado a las
divinidades femeninas y a todas las cosas de dicho género, tanto en lo
esotérico como en lo biológico. Es un arquetipo que hallamos en muchas
civilizaciones. Los túmulos prehistóricos eran circulares porque
representaban la matriz telúrica donde el difunto renacería a la vida
espiritual. Cualquiera que fuese el significado de la redondez para los
templarios, desde luego no simbolizó jamás nada masculino. Una vez
borrados del mapa los templarios, la Iglesia proscribió oficialmente,
por herética, la construcción de iglesias circulares. Parece, pues, que
los templarios habían adquirido conocimientos heréticos. Los indicios
apuntan a que buscaron con asiduidad ciertos secretos y, una vez
adquiridos, quedaban en posición de divulgarlos o de retenerlos. Muchos
de ellos quedaron retenidos, mientras que de otros dejaron pistas en
forma de claves, incluso esculpidas en piedra. De los caballeros
templarios partió la iniciativa para la construcción de las grandes
catedrales góticas, en especial la de Chartres. Corno promotores
principales en los grandes centros de cultura europeos, fomentaron
gremios de los oficios de la construcción, sobre todo los de canteros,
que eran admitidos como legos de la orden y participaban de los
privilegios de ésta. En toda la larga historia de las grandes catedrales
ha intrigado a los expertos el extraño simbolismo de la ornamentación.
Sólo en época reciente se ha empezado a comprender que representaban la
codificación de unos conocimientos esotéricos que los templarios
poseían. Al comentar la arquitectura sacra de los antiguos egipcios,
Graham Hancock observa que «en Europa sólo ha sido igualada por las grandes catedrales góticas de la Edad Media, como la de Chartres», y se plantea la pregunta: «¿Fue por casualidad?».
Y prosigue Hancock: “Hacía tiempo venía yo
sospechando que existía en efecto una relación y que los caballeros
templarios, por los descubrimientos realizados durante las cruzadas,
pudieron constituir el eslabón perdido en la cadena de transmisión de un
saber arquitectónico secreto [...] San Bernardo, el protector de los
templarios, había definido a Dios como «longitud, anchura, altura y
profundidad». Asombroso para un cristiano. Tampoco se podía olvidar que
los mismos templarios fueron grandes constructores y grandes
arquitectos, ni que la orden monástica cisterciense, que era la de san
Bernardo, también sobresalió en este campo concreto de la actividad
humana“. La puesta en planta de las catedrales se proyectó teniendo
en cuenta expresamente los principios de la geometría sagrada. Ello
obedece a la idea de que la proporción geométrica contiene, en sí misma,
una resonancia con la armonía divina, y ciertas proporciones concretas
son más divinas que otras. En ello vemos una confirmación de la
afirmación de Pitágoras, «todo es número», y una reiteración del
concepto hermético de que las matemáticas son la clave que utilizan las
divinidades para hablar al Hombre. En particular fueron también adeptos
de la arquitectura esotérica los pintores y arquitectos del
Renacimiento, para quienes la «Regla Áurea», en la que veían la
proporción perfecta, era una panacea universal. Pero no hay que creer
que se redujese a eso todo su pensamiento, teniendo en cuenta que el
concepto de geometría sagrada informó toda su vida intelectual. Todos
los dibujos de Leonardo comunican la convicción del artista en el
sentido de que las formas y las proporciones tenían una armonía y un
significado. Uno de sus dibujos, el muy conocido Hombre de Vitruvio, es literalmente una encarnación de la Regla Áurea.
Para los templarios, así como más tarde para los francmasones, el
legendario Templo de Salomón fue el paradigma de toda geometría sagrada.
No sólo era una delicia para el ojo de quienes lo contemplaban o
rezaban en su interior, sino que tenía algo que iba mucho más allá de
los cinco sentidos. Su resonancia especial y trascendental enlazaba con
la misma música de los cielos. En longitud, anchura, altura y
profundidad mantenía las proporciones predilectas del universo, o si se
quiere, el Templo de Salomón era el espíritu divino plasmado en la
piedra. El visitante erudito suele quedarse perplejo al observar
símbolos obviamente astrológicos en la ornamentación pétrea de las
antiguas catedrales.
Todo el grandioso simbolismo que vemos en las catedrales
era entendido por los iniciados, en su tiempo, como una enunciación del
antiquísimo adagio hermético: “Todo lo que está arriba también está abajo”. Esta frase se encuentra en la Tabla Esmeralda,
de Hermes Trismegisto, el legendario mago egipcio. Significan que todo
lo que hay en la tierra tiene una correspondencia celestial, y
viceversa, noción que Platón popularizó con su concepto de los Ideales.
Según éste, cualquier cosa existente, desde una cuchara hasta un ser
humano, no era más que una copia imperfecta de su ideal, existente en
una especie de dimensión alternativa donde residían los patrones
perfectos. Los magos iban más lejos y postulaban que todo pensamiento y
toda acción tenían un reflejo en otro plano diferente, y que existía
influencia mutua e irresistible entre ambas dimensiones. Hay un eco de
esa noción en la moderna idea científica de los universos paralelos. De
esa manera, las leyendas de los dioses antiguos, con sus envidias
mezquinas y sus manías muchas veces sórdidas, podían tomarse como
representaciones arquetípicas de la raza humana. Los paganos no creían
que tuviese nada de particular ni de humillante el postrarse ante un
Zeus Olímpico, por más que éste adoptase a veces la figura de un animal
para seducir a alguna doncella terrestre. Parecía lo más natural que un
dios se comportase como un hombre, pero la recíproca de esa idea, que el
hombre podía llegar a ser un dios, resultaba «herética», tanto
para los judíos como para los cristianos. Nada de esto era nuevo para
los templarios. La realización de las catedrales manifiesta un
conocimiento de los principios gnósticos por parte del cantero, y por la
de los caballeros que encargaron la construcción. En la Edad Media, si
alguien tuvo el sentido de la aplicación práctica de cualquier saber
esotérico, fueron ellos. El codificar en la misma piedra de las
catedrales los mensajes secretos, fue para ellos más que un mero
capricho. Como escriben Baigent y Leigh en The Temple and the Lodge: «[...] el mismo Dios, en efecto, había enseñado la aplicación práctica de la geometría sacra por medio de la arquitectura».
Una vez más, la referencia apunta al Templo de Salomón. Hijo del rey
David, el legendario héroe judío, el rey Salomón construyó un Templo de
belleza insuperable, en el que se usaron los materiales más preciosos.
Mármol y piedras suntuarias, maderas de olor y brocados costosos
sirvieron para crear un lugar que fuese un regalo para los sentidos de
los creyentes, y donde el mismo Dios pudiera sentirse como en su casa.
En su núcleo estaba el Santo de los Santos, donde el sumo
sacerdote podía recibir realmente al Todopoderoso por medio de aquel
instrumento tan sumamente misterioso que fue el Arca de la Alianza. Este
artefacto famoso se sabía que dispensaba grandes bendiciones a los «justos»,
por una parte, y por otra era capaz de destruir a los malvados o los
que no supieran cómo contrarrestar los efectos de su funesta presencia. A
lo mejor esta descripción les pareció a los templarios la del arma
definitiva, y por eso andaban tan empeñados en buscarla, como algunos
han supuesto.
En la ornamentación de las catedrales tal vez se
encuentra alguna pista sobre lo que los templarios creían ser el
significado del «Arca». Por ejemplo, la catedral de Chartres,
debida a Bernardo de Claraval, tiene un bajorrelieve que representa a
la Virgen María, con la inscripción esculpida arcis foederis, es
decir: Arca de la Alianza. Si Chartres fue un centro del culto a la
Virgen negra, ¿no se estará comparando el Arca con María Magdalena o,
tal vez, con una diosa mucho más antigua, y pagana, como Isis? Es la
disciplina de la alquimia la que se oculta detrás de la ornamentación, a
veces extraña, de los monumentos góticos. Y también parece la alquimia
el denominador común de la mayoría de los Grandes Maestres del Priorato
de Sión. Desde sus orígenes, que muchos sitúan en el antiguo Egipto,
pasando por los árabes, ya que la misma palabra «alquimia» es de
origen árabe, llegó a Europa como algo más que una ciencia. La práctica
comprendía una sutil red de actividades y sistemas de pensamiento
interrelacionados, desde la magia hasta los procedimientos químicos,
desde la filosofía y el hermetismo hasta la geometría sacra y la
cosmología. También se ocupaba de lo que hoy llamaríamos ingeniería
genética y métodos para retrasar los procesos del envejecimiento, así
como para alcanzar la inmortalidad física. Los alquimistas tenían hambre
y sed de conocimientos. Pero como la Iglesia prohibía la
experimentación, ellos pasaron a la clandestinidad y siguieron con sus
investigaciones a escondidas. No se veían a sí mismos como herejes, pero
para la Iglesia un alquimista no podía ser sino herético y su práctica
acabó denominándose «el Arte Negra», a título de descalificación
global. La alquimia tiene varios niveles: el exotérico, que trabaja y
experimenta con los metales; y el esotérico, que culmina en la obtención
de la misteriosa «Gran Obra». Ésta se ha entendido como
coronación de la vida del alquimista, que es cuando por fin se convierte
el vil metal en oro. En los círculos esotéricos, sin embargo, se define
también como el punto en que alcanza la iluminación espiritual y la
revitalización física por medio de una «obra» mágica, que gira alrededor de la sexualidad. A lo que parece, la Gran Obra representaba un acto de suprema iniciación.
Se creía que este rito confería la longevidad: Nicolas
Flamel, que fue supuesto Gran Maestre del Priorato de Sión, culminó la
Gran Obra, en compañía de su esposa Perenelle, el 17 de enero de 1382, y
se rumoreó que después de eso alcanzó una edad excepcional. En alquimia
el símbolo de la consecución de la Gran Obra es el hermafrodita, que
representa al dios Hermes y la diosa Afrodita confundidos en una sola
persona. Los hermafroditas fascinaron a Leonardo, quien llenó muchas
páginas de su cuaderno con dibujos de ellos. En un estudio reciente
sobre el retrato más famoso del mundo, el de Mona Lisa con su sonrisa enigmática, se ha demostrado de manera convincente que «ella»
es en realidad el mismo Leonardo. Mediante avanzadas técnicas
computarizadas, dos investigadores que han trabajado independientemente
el uno del otro, el doctor Digby Quested, del hospital Maudsley de
Londres, y Lillian Schwartz, de los Laboratorios Bell, intentaron la
superposición del rostro retratado con el del artista y descubrieron una
correspondencia perfecta. Quizá no fue más que una de sus bromas
dirigida a la posteridad, pero también se puede interpretar que
Leonardo, como entendido en alquimia, quiso expresar su idea de la
obtención de la Gran Obra. Algunos creen que ésta implica una
transformación física tan profunda que el alquimista, en caso de tener
éxito, incluso podría cambiar de sexo. Y tal vez sea ése el concepto que
declara la Mona Lisa. Pero el símbolo del hermafrodita expresa
también el instante del orgasmo, cuando ambos protagonistas del rito
experimentan la sensación de fundirse el uno en el otro, de trascender
los límites físicos en una conciencia mística de sí mismos y del
universo. Las catedrales góticas exhiben muchas figuras curiosas, desde
los demonios hasta el Hombre Verde, pero algunas causan verdadera
extrañeza. En un relieve de la catedral de Nantes aparece una mujer que
se contempla en un espejo, pero la parte posterior de la cabeza
representa a un anciano. Y en Chartres, la llamada «Reina de Saba»
luce barba. Se ven símbolos alquímicos en muchas de las catedrales
vinculadas a los templarios. Son vínculos implícitos, aunque Charles
Bywaters y Nicole Dawe han encontrado en el Languedoc-Rosellón
establecimientos templarios provistos de un simbolismo explícitamente
alquímico: “Nuestras investigaciones han demostrado, entre otras
cosas, que fueron grandes conocedores de las propiedades del suelo. En
una comarca concreta fundaron un hospital para los templarios que
regresaban de los Santos Lugares porque el paraje tenía propiedades
salutíferas. Hay signos alquímicos en ese lugar [...]“.
Queda bastante claro que los templarios estuvieron
familiarizados con la alquimia. Esto se revela cuando uno encuentra un
emplazamiento elegido expresamente por la constitución del suelo, con
signos obviamente alquímicos en la construcción y con vínculos que
apuntan a los cátaros así como a los musulmanes. Son indicios
documentados, incontrovertibles. Algunas ciudades que habían sido feudos
de los templarios —como Utelle, en la Provenza, y Alet-les-Bains, en el
Languedoc— se convirtieron luego en centros alquímicos. También llama
la atención que los alquimistas, lo mismo que los templarios, tuviesen
especial devoción por Juan el Bautista. Las grandes catedrales y muchas
iglesias famosas se construyeron en lugares anteriormente dedicados a
divinidades paganas. Por ejemplo, Notre-Dame de París se construyó sobre
los fundamentos de un templo de Diana, y también en París había uno
consagrado a Isis donde ahora está Saint-Sulpice. En toda Europa los
constructores de iglesias cristianas se atuvieron a esta práctica para
significar el carácter definitivo de su triunfo sobre el paganismo. Lo
que sucedió en realidad, sin embargo, fue que las gentes adaptaron sus
creencias politeístas absorbiendo en ellas el cristianismo, de manera
que el nuevo edificio venía a complementar la vieja religión en vez de
reemplazarla. Pero teniendo en cuenta lo que sabemos acerca de los
designios más profundos de los templarios, tal vez es posible que la
intención de las catedrales fuese la de prolongar el culto al principio
femenino en vez de suprimirlo. Quizá las catedrales fueron himnos a la
diosa esculpidos en piedra, y la «Notre-Dame» a quien se consagraron tantas de ellas era en realidad ese principio, la Sophia. A muchos observadores actuales la arquitectura gótica les parece más bien «masculina»
con sus agujas altísimas y sus plantas en cruz latina. Pero la
ornamentación es predominantemente femenina, en especial los espléndidos
rosetones. Barbara G. Walter ha puesto de relieve los significados de
la rosa: “[...] que era para los antiguos romanos la Flor de Venus y
la insignia de la prostitución sagrada. Las cosas que se decían «bajo la
rosa» (sub rosa) eran los misterios sexuales de Venus, y no se
revelaban a los no iniciados [...]. En la gran era de los constructores
de catedrales, cuando se veneró a María como la diosa en sus «Palacios
de la Reina de los Cielos» o Notre-Dames, con frecuencia se le dirigían
epítetos como Rosa, Rosario, Corona de rosas, Rosa mística [...]. Lo
mismo que un templo pagano, la catedral gótica representaba el cuerpo de
la Diosa, que era también el Universo y contenía dentro de sí la
esencia de la divinidad masculina [...].
La rosa fue también el símbolo que adoptaron los
trovadores del sur de Francia, aquellos autores e intérpretes de
canciones amorosas. Existen en las catedrales góticas más símbolos que
transmiten intensos mensajes subliminales acerca del poder de lo
Femenino. Las telas de araña esculpidas, imagen que se reitera en la luz
de la cúpula de la londinense Notre-Dame de France, representan a Arachné,
la diosa que teje los destinos de la humanidad, función también
asignada a Isis. De manera similar, el gran laberinto en el suelo de la
catedral de Chartres alude a los misterios femeninos, donde el iniciado
sólo podrá guiarse por el hilo que la diosa ha hilado especialmente para
él. No es la Virgen María quien recibe culto en este lugar, que
contiene además una Virgen negra: Notre-Dame de Souterrain, o Nuestra Señora de la cripta.
Uno de los vitrales de Chartres representa la llegada de María
Magdalena en barco, lo cual combina la alusión a esta leyenda con otra
de Isis, quien solía preferir también dicho medio de transporte. Y tal
vez el título de Nautonnier, «timonel», que es uno de los atributos del Gran Maestro del Priorato de Sión, indica la supuesta función de éste en el Barco de Isis.
Esa ventana policromada es la representación más antigua de la leyenda
de la llegada a Francia de la Magdalena. Su presencia en una catedral
tan alejada de la Provenza indica el poderoso significado que debían de
atribuirle sus arquitectos. Mientras los constructores erigían sus
catedrales, la herejía encontraba otro camino de expresión para
garantizar la perdurabilidad de su mensaje a través de la historia.
Aunque, como sucede también con la Última Cena de Leonardo,
muchas veces se hayan interpretado erróneamente los códigos de dicha
expresión. Esa otra tradición herética es la de las leyendas del Grial.
Hoy día la expresión «Santo Grial» viene a significar un objetivo
difícil de alcanzar, o el espléndido premio que corona la obra de toda
una vida. Muchas personas creen que se refiere a un objeto muy antiguo, y
de significado religioso, por ejemplo el cáliz del que bebió Jesús en
la Última Cena. De acuerdo con una leyenda, José de Arimatea, el amigo
rico de Jesús, recogió en dicho recipiente la sangre derramada en la
Crucifixión, y luego se descubrió que tenía milagrosas propiedades
curativas. La búsqueda del Santo Grial se entiende como una
peregrinación llena de peligros físicos y espirituales, durante la cual
el buscador pelea contra enemigos de muchas clases, algunos de ellos
pertenecientes a los dominios de lo sobrenatural. En todas las versiones
del relato, el cáliz es un objeto material y, al mismo tiempo, un
símbolo de la perfección. Se diría que representa algo que pertenece
simultáneamente a dos dimensiones distintas, la real y la mítica. Por
eso ejerce un ascendiente incomparable sobre la imaginación.
El Grial puede ser visto como un objeto misterioso, un
tesoro real escondido en alguna cueva de alguna parte, pero siempre le
acompaña la idea implícita de que simboliza algo inefable y que no está
en el mundo cotidiano. La aureola de búsqueda espiritual no sólo
proviene de la leyenda originaria, sino también de la cultura en que
aquélla floreció. De los muchos miles de palabras que se han escrito
sobre el tema en el decurso de los siglos, algunas de las más acertadas
se encuentran en The Holy Grail, obra de Malcolm Godwin y
publicada en 1994. Es un notable repaso a las distintas versiones de la
leyenda, así como a sus múltiples interpretaciones. Aparte las pistas
principales conducentes a los romances griálicos de finales del siglo
XII y comienzos del XIII, que son la cristiana y la céltica, identifica
una tercera y no menos importante, la alquímica. Así revela que las
versiones más primitivas de la leyenda del Grial remiten indudablemente a
los mitos célticos del rey Artús y su corte. Muchos elementos de estas
leyendas manejan nociones de cultos a antiguas divinidades femeninas
celtas. El ciclo del Grial redefinió estas antiguas leyendas celtas y,
las amplió para incluir algunas de las ideas heréticas que circulaban
hacia el siglo XIII. El primer romance del Grial fue el inacabado Le Conte del Graal,
de Chrétien de Troyes (escrito hacia 1190). Vale la pena observar que
la ciudad de Troyes, cuyo nombre adoptó Chrétien, era un centro
cabalístico y emplazamiento de la capitanía templaria fundacional,
además de sede de la corte del conde de Champagne, de quien eran
vasallos la mayoría de los nueve caballeros fundadores del Temple. Y la
iglesia más famosa de Troyes está consagrada a María Magdalena. En la
versión de Chrétien no dice que el Grial fuese un cáliz ni describe
expresamente ninguna relación con la Última Cena ni con Jesús. En
realidad no hay ninguna connotación religiosa obvia, o incluso algunos
comentaristas han afirmado que el ambiente de la obra es claramente
pagano. Considerado como objeto, en este caso resulta ser una bandeja o
un plato, lo cual es muy significativo. De hecho Chrétien se inspiró en
un cuento céltico muy anterior, cuyo protagonista fue Peredur. Éste,
durante su búsqueda, se tropezó, en un castillo, con una procesión
horripilante y de marcado carácter ritual, en la que transportaban,
entre otras cosas, una jabalina goteando sangre y una cabeza cortada puesta en un plato.
Rasgo común de las leyendas del Grial es el momento crítico en que el
héroe se abstiene de formular una pregunta importante, cuyo pecado de
omisión le arrastra a graves peligros. Como escribe Malcolm Godwin, «en
este caso la pregunta no dicha se refiere a la naturaleza de la cabeza.
Si Peredur hubiese preguntado de quién era la cabeza y qué tenía que
ver con él, habría sabido cómo anular el encantamiento del Yermo». El Yermo era la tierra baldía sobre la cual había caído la maldición de la esterilidad.
La narración de Chrétien conoció un éxito inmediato y
suscitó una larga serie de imitaciones… muchas de éstas explícitamente
cristianas. Pero como dice Malcolm Godwin refiriéndose a los monjes que
las escribieron: “Envolvieron una obra de la más profunda herejía en
tantas capas de misterio devoto, que tanto la leyenda como sus autores
consiguieron escapar al ardoroso celo de los Padres de la Iglesia. Las
mentes ortodoxas de la Roma pontificia, aunque jamás reconocieron en
realidad la existencia del Grial, manifestaron una sorprendente
debilidad a la hora de condonarla. Y lo que es más curioso, la leyenda
no quedó afectada por la caída de los herejes cátaros, ni siquiera por
la de los caballeros templarios, implícitamente aludidos en los diversos
textos“. Una de estas versiones cristianizadas fue el Perlesvaus,
atribuido por algunos a un monje de la abadía de Glastonbury y fechada
hacia 1205, mientras que otros creen que fue obra de un templario
anónimo. En realidad este cuento narra, no una sino dos búsquedas
entretejidas. El caballero Gawain busca la espada que sirvió para
decapitar a Juan el Bautista y que sangra mágicamente todos los días a
las doce. En uno de los episodios, el héroe se encuentra con un carro
que contiene 150 cabezas cortadas de caballeros, las unas selladas en
oro, las otras en plata y algunas en plomo. También hay una extraña
damisela que lleva en una mano la cabeza de un rey, sellada en plata, y
en la otra la de una reina, sellada en plomo. En el Perlesvaus
los privilegiados sirvientes del Grial visten prendas blancas adornadas
con una cruz roja, lo mismo que los templarios. Hay también una cruz
roja erigida en medio de un bosque, y se apodera de ella un clérigo que
la golpea con un bastón «por todas partes», episodio que tiene
evidente relación con el cargo formulado contra los templarios al
acusarlos de escupir y pisotear la cruz. Una vez más aparece una curiosa
escena en relación con las cabezas cortadas. Uno de los custodios del
Grial le dice al protagonista Perceval: «Aquí están las cabezas
selladas en plata, y las cabezas selladas en plomo, y los cuerpos a los
que pertenecen esas cabezas: Os digo que traigáis aquí las cabezas del
Rey y de la Reina». El simbolismo alquímico asoma por todas partes:
metal vil y metales preciosos, reyes y reinas. La misma imaginería
retorna en otra obra que reformula el mito del Grial. Pese al tácito
desagrado que el Grial inspiraba a la Iglesia, la versión más
cristianizada fue obra de un grupo de monjes cistercienses. Titulada la Queste del San Graal, es de destacar que recurre al Cantar de los Cantares en su poderoso simbolismo místico.
Todas ellas son extrañas. Pero la más extravagante es el Parzival
del poeta bávaro Wolfram von Eschenbach, datado hacia 1220. En ella el
autor declara expresamente su propósito de enmendar la versión de
Chrétien de Troyes, que no contenía todas las informaciones disponibles.
Y asegura que la suya es la más exacta porque ha recibido el relato
auténtico de un tal Kyot de Provenza, que ha sido identificado como
Guiot de Provins, monje que fue portavoz de la Orden templaria y también
trovador. Como escribió Wolfram en el Parzival: «El relato auténtico con la conclusión del romance fue enviado desde la Provenza a tierras alemanas». En el Parzival, el Castillo del Grial es un lugar secreto guardado por los templarios, a quienes significativamente Wolfram llama «los bautizados»,
que tienen por misión la propagación secreta de su fe. La Compañía del
Grial se caracteriza por su afición al secreto y su aversión a ser
preguntada. Al final del relato, Repanse de Schoye, la portadora
del Grial, y Fierefiz, el hermanastro de Parzival, parten hacia la India
y engendran un hijo llamado Juan, el famoso y misterioso Preste Juan,
primero de un linaje cuyos miembros toman siempre el nombre de Juan. Tal
vez sea una alusión en clave del Priorato de Sión, cuyos Grandes
Maestres supuestamente han adoptado siempre dicho nombre. Este concepto
de linaje es fundamental para las teorías de Baigent, Leigh y Lincoln en
relación con el Grial. Para ellos el «Santo Grial» era en realidad la «Santa Sangre». Ello se basa en la idea de que el original francés sangraal debería escribirse más propiamente como sang real,
la sangre real que en la interpretación de ellos significa un linaje.
Baigent, Leigh y Lincoln relacionan las leyendas del Grial interpretadas
en función del linaje con lo que ellos creen es el gran secreto de
Jesús y la Magdalena: que eran esposo y esposa, de donde resulta la
hipótesis de estos autores, de que el Grial de las leyendas era una
referencia simbólica a los descendientes de Jesús y María Magdalena.
Según esa teoría, los custodios del Grial eran los que conocían la
existencia de ese linaje secreto y sagrado, como los templarios y el
Priorato de Sión. Pero esta idea suscita un problema. En los relatos
griálicos se hace hincapié en el linaje de los buscadores del Grial o el de los que lo encuentran;
pero el Grial mismo es algo aparte. Aunque sería bien posible que las
leyendas aludiesen a un secreto guardado por ciertas familias, y
transmitido por ellas de generación en generación, en realidad no parece
plausible que se refieran a un linaje. Al fin y al cabo, toda la idea
descansa sobre un juego con una sola palabra francesa, sangraal, y parece difícil sostener una hipótesis que postule la conservación de un linaje «puro» en el decurso de muchos siglos.
En cambio resulta más plausible la conexión entre los
relatos griálicos y el legado de los templarios. Se cree que Wolfram von
Eschenbach fue un gran viajero y que no desconoció los establecimientos
templarios del Próximo Oriente. Su relato es el más explícitamente
templario de todos los romances griálicos. Como ha escrito Malcolm
Godwin, «en todo el Parzival, Wolfram mezcla la narración con
alusiones a la astrología, la alquimia, la cábala y las nuevas ideas
espirituales procedentes del Oriente». También incluyó simbolismos
tomados del Tarot. Los custodios del Grial en el castillo de
Montsalvatge son llamados explícitamente templarios. El castillo en
cuestión ha sido identificado con Montségur, el último reducto de los
cátaros. En otro poema suyo, Wolfram llama Perilla al señor del Castillo
del Grial. El señor verdadero de Montségur en la época de Wolfram se
llamaba Ramon de Perella. Una vez más hallamos relacionados a los
templarios con los cátaros, y, a ambos, con un tesoro muy valioso pero
del que no se dice con claridad en qué consiste. En la versión de
Wolfram no hay ningún cáliz de propiedades sobrenaturales, sino que el
Grial es una piedra, lapsit exillis. Esa expresión enigmática
puede encerrar más de un significado. Pero podemos considerar que es una
suerte de contracción fonética de lapis lapsus ex caelis, ‘la piedra caída de los cielos’, o
meteorito. e. Otras explicaciones especulan con que esa piedra sea la
que se desprendió de la corona de Lucifer, cuando éste fue precipitado
de los cielos a la tierra, o la famosa Piedra Filosofal (lapis elixir)
de los alquimistas. Lo que es evidente es que el texto abunda en
símbolos alquimistas. Según algunos autores, el personaje Cundrie, la «mensajera del Grial» en Parzival, representa a María Magdalena. En 1882 ciertamente lo entendió así Wagner, el autor de la ópera Parsifal, cuando Kundry saca un frasco de «bálsamo»
y unge los pies del protagonista para enjugarlos luego con sus
cabellos, como hizo la Magdalena. Tal vez podría intuirse alguna
resonancia entre el cáliz del Grial y la jarra de alabastro que lleva la
Magdalena en la iconografía tradicional cristiana. No obstante, en
todas las narraciones la búsqueda del Grial es una alegoría del camino
espiritual del héroe hacia su transformación personal, que fue uno de
los motivos principales de los alquimistas. Pero el carácter «herético» de todas las leyendas del Grial, ¿se debe a este contenido alquímico?
A la Iglesia podía ofenderla gravemente la negación de
su autoridad y de la sucesión apostólica que implican los relatos
griálicos. El héroe actúa por su cuenta, aunque con algunas ayudas
ocasionales, en la busca espiritual de la iluminación y la
transformación. De manera que las leyendas griálicas son, en rigor,
textos gnósticos, por cuanto subrayan que cada uno es responsable de la
situación de su alma. Además, en todos los relatos griálicos la
experiencia del Grial se describe como reservada a los iniciados
superiores, a los más distinguidos de entre los elegidos, y ello en un
sentido que excede incluso la trascendencia de la Eucaristía. Es más, en
todos esos relatos el objeto en sí, cualquiera que sea, lo guardan
mujeres. E incluso en la leyenda céltica de Peredur, aunque los hombres
ciñen espada, son las doncellas quienes llevan lo que podríamos llamar el Grial prototípico,
la bandeja con la cabeza cortada. Es sorprendente que se asigne a las
mujeres un papel tan destacado en lo que era, a todos los efectos, una
forma equivalente a la Misa. Recordemos que los cátaros, cuya fortaleza
de Montségur fue seguramente el original del Castillo griálico de
Wolfram, tenían un sistema de igualdad sexual en el sentido de que
admitían tanto «sacerdotes» como «sacerdotisas». La
relación con los templarios es corriente en los relatos del Grial. Tal
como han señalado varios estudiosos, la acusación de que los caballeros
rendían culto a una cabeza cortada, que sería tal vez lo que llamaban
Baphomet, tiene sus ecos en los romances del Grial, por donde circulan
cabezas cortadas en abundancia. Los poderes que los templarios atribuían
al tal Baphomet, según la inculpación, eran de tipo griálico. Se dice
que era capaz de hacer florecer los árboles y devolver la fertilidad a
las tierras. De hecho, no sólo se les acusó de reverenciar esa cabeza
sino que además tenían, se dijo, un relicario de plata en forma de
cráneo femenino, sin más rótulo que un simple caput (cabeza). Al considerar las implicaciones de esa cabeza femenina y tras «descifrar» a Baphomet como Sophia, Hugh Schonfield escribe: “Parece
poco dudoso que la cabeza de una bella mujer representaba para los
templarios a Sophia en su aspecto femenino y de Isis, y que la
vinculaban a María Magdalena en la interpretación cristiana“. Entre
las reliquias de los templarios figuraba también, según se ha dicho, un
dedo índice derecho atribuido a Juan el Bautista. También esto puede ser
más significativo de lo que parece a primera vista. Como hemos visto,
las escenas religiosas que pintó Leonardo suelen presentar un personaje
que levanta dicho dedo en actitud intencionada, casi ritual. Ese gesto
tiene que ver con Juan el Bautista, según todas las apariencias. Vemos,
por ejemplo, que en La Adoración de los Magos dicho personaje se
halla en actitud reverente mirando un algarrobo, al tiempo que hace el
ademan. Ambos, árbol y gesto, están vinculados a Juan el Bautista. Y si
Leonardo creyó que la reliquia del dedo estuvo en poder de los
templarios, quizá fue esa la razón material de que adoptase tal
imaginería en sus cuadros.
En su Leyenda dorada, Jacobo de Voragine recogió
una tradición según la cual el dedo de Juan el Bautista, única parte del
cuerpo decapitado que se salvó de su destrucción a cargo del emperador
Juliano, fue llevado a Francia por santa Tecla. Ello indicaría que
podría existir algún motivo para creer que la reliquia de los templarios
y la de la leyenda fueron la misma cosa. En una tradición también
recogida por De Voragine, la cabeza del Bautista fue enterrada debajo
del templo de Herodes, en Jerusalén. Y se sabe que los templarios
excavaron allí. Son numerosas las asociaciones de los templarios con el
Grial. La británica Nina Epton, autora de libros de viajes, ha descrito,
en The Valley of Pyrene (1955), cómo subió a ver las ruinas del castillo templario de Montréal-de-Sos,
en Ariège, para ver unos murales que representaban una lanza de la que
se desprendían tres gotas de sangre, así como un cáliz. Estas imágenes
fueron tomadas de las leyendas griálicas. No menos sorprendentes fueron
los graffiti encontrados en un castillo de Domme, que sirvió de
cárcel a numerosos templarios. Ean y Delke Begg describen una extraña
escena de la Crucifixión en la que aparece a la derecha José de
Arimatea, llevando una cruz de Lorena, que recoge unas gotas de la
sangre de Jesús. A la izquierda se veía una mujer desnuda y embarazada
portando una vara o bastón.Hay otras asociaciones, todavía más curiosas.
En Saint-Martin-du-Vésubie, en Provenza, lugar renombrado por su Virgen
negra y porque tuvo un establecimiento templario, hay una tradición que
incorpora elementos interesantes de los relatos griálicos. Dice que
todos sus templarios fueron ejecutados por decapitación, pero antes de
morir maldijeron la tierra, por lo que los hombres se volvieron
impotentes o estériles, y las tierras se convirtieron en eriales.
Cualquiera que sea la verdad del asunto, consta históricamente que el
duque Manuel Filiberto de Savoya mandó exorcizar aquellas tierras en
1560 porque se hallaban en un estado desastroso. Y hay una montaña
vecina que lleva todavía hoy el nombre de Maledia, traducible por «enfermedad».
Pero lo más significativo de esa lamentable historia es
que vincula a los templarios decapitados con la esterilidad que afligió
al país, siendo éstos dos elementos principales del canon griálico. Algo
tenían las cabezas cortadas para los autores de esos relatos, o tal vez
una sola cabeza cortada, que traía la desgracia a la tierra, aunque
también podía favorecer a algunos y hacerlos ricos. Desconciertan tantas
historias sobre el Santo Grial y sus diversos hilos colaterales. Pero
en su estudio sobre las leyendas griálicas, The Hidden Church of the Holy Graal
(1902), el gran entendido en ocultismo A.E. Waite supo distinguir la
presencia de una tradición secreta dentro del cristianismo, que subyace
en dichas leyendas. Waite fue de los primeros que identificaron sus
elementos alquímicos, herméticos y gnósticos. Aunque estaba seguro de
que las leyendas del Grial contenían fuertes indicios de la existencia
de una «Iglesia oculta», no aventuró ninguna conclusión definitiva acerca de su naturaleza, si bien concedió lugar destacado a lo que él llamaba «la Tradición Juanista [o Johánnica]».
Con esto nos remite a una idea sostenida desde hace mucho tiempo en los
círculos esotéricos y que se refiere a una escuela mística del
cristianismo, fundada por Juan el Evangelista y basada en las enseñanzas
secretas que éste recibió de Jesús. Ese conocimiento arcano nunca
apareció en el cristianismo exotérico transmitido por las enseñanzas de
Pedro. Según Waite, y vale la pena reparar en ese detalle, dicha
tradición llegó a Europa por la Galia meridional, es decir el sur de
Francia, antes de filtrarse a la primitiva Iglesia céltica de las islas
Británicas. Pese a los elementos célticos que contienen los relatos del
Grial, Waite opinaba que la influencia juanista había tenido su origen
en el Oriente Próximo y que fueron los templarios quienes la
transmitieron. Pero se abstuvo de postular que ésa fuese la única
conexión posible. ya que ésta no tiene ninguna prueba concluyente que la
corrobore, si bien admitió que era la más plausible. En cualquier caso
estaba seguro de que los romances del Grial se basaban en algún tipo de «Iglesia oculta»
y relacionada con los templarios. La insistencia de Waite aporta una
idea seductora, la de la relación entre los temas griálicos y un cierto
san Juan, aunque todavía no se ha dicho cuál de ellos.
Los relatos del Grial vienen a ser una manifestación más
de las ideas clandestinas que circulaban por la Francia medieval bajo
los auspicios de los templarios, como también la veneración de Vírgenes
negras. Entre lo uno y, lo otro hay conexiones sorprendentes. Por
ejemplo, la derivación de temas paganos anteriores, como la mitología
céltica, en el caso de las leyendas del Grial, o los santuarios de
antiguas diosas paganas, en el culto de las Madonas negras. Y ambos
florecieron en los siglos XII y XIII, como resultado del contacto con
los Santos Lugares a través de los templarios. Éstos obtuvieron
conocimientos de muchas fuentes esotéricas, entre ellas las alquímicas y
la sexualidad sacra. La relación entre Vírgenes negras, templarios y
alquimia fue estudiada por el historiador francés Jacques Huynen, en su
libro L’énigme des Vierges Noires, 1971. Y el «puente»
entre esas ideas esotéricas y el mundo cristiano de su época lo encarnó
la imagen de una mujer: María Magdalena. De todo eso han pasado muchos
siglos. Los cátaros desaparecieron y los templarios no tardaron mucho en
seguirlos. ¿Habrá quedado enterrado aquel conocimiento secreto? Tal vez
no. Tal vez se ha convertido en un secreto todavía vivo en los
subterráneos de la Europa actual.
Fuentes:
-
Lynn Picknett y Clive Prince – “La revelación de los templarios”
-
Michael Baigent, Richard Leigh y Henry Lincoln – “El enigma sagrado”
-
Gérard de Sède – “Les Templiers sont parmi nous”
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