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Bert Hellinger hizo este descubrimiento respecto a la paz:
Los hombres matan para defender su Verdad, eliminando a los que la critican, desprecian o ponen en riesgo su seguridad externa (la validez de su grupo) e interna (su buena conciencia). La Verdad de unos es el Mal de los otros.
La guerra no es más que la materialización de nuestro miedo interno a ser autónomos, pues la autonomía supone renunciar a esta pertenencia y a esta seguridad física y moral. Es la materialización de nuestra fidelidad infantil y fundamentalista a una Verdad que nos ayudó a integrarnos, a pertenecer, a vernos reconocidos por otros y sentirnos importantes.
Ya es hora de despedirnos de la superioridad de nuestra verdad. No existen dos seres humanos que crean exactamente en lo mismo. Por ello nos cuesta tanto aceptar profundamente a cualquier otra persona.
Renuncio a que mi explicación de la vida sea la única válida: es fruto de mi pasado y si hubiese nacido en otro país u otra época mi desarrollo habría sido distinto y mi creencia sobre la vida, el mundo, la justicia, el bien y el mal también.
Todo lo que existe crea su contrario, todo existe por polaridad, hasta que los polos se fusionen, se reconcilien, creando una nueva unidad, superior a las dos anteriores, que a su vez creará una nueva polaridad...
Cuando rechazo o niego algo, y sólo me agarro a mi polaridad, lo que rechazo aumenta. Cuanto más me radicalizo, más se radicaliza lo opuesto. Es ley de vida. La única solución para que algo desaparezca, es incluirlo. La solución a la guerra es incluir, incluir e incluir.
Nuestros padres también tienen su verdad cada uno; la verdad para mi madre es distinta de la verdad para mi padre. Cada uno es fiel a su pasado, a su experiencia y a lo que le guía.Cierro los ojos y me abro a todos. A todos como somos. Soy uno más. Uno más en todos los aspectos.Me veo con mi Verdad, la honro, le doy las gracias, veo las fidelidades que tengo detrás de ella y la hago más pequeña. No es más que mi verdad, aquí ahora.Y ahora veo a los demás, cada uno con su Verdad, y detrás de cada verdad, sus realidades y sus fidelidades. Honro a todos los demás y les agradezco ser como son.
Nos honro a todos como somos.
Yo existo porque entre los dos se hicieron uno. Soy ambos, soy la fusión de los dos.
Entonces decido renunciar a mi preferencia por mi padre o mi madre. Ambos, padre y madre, son igualmente valiosos para mí. Ambas verdades, la de mi padre y la de mi madre, son igualmente válidas para mí.
Miro a mis padres, les abarco en una sola mirada, los dos juntos, estén cómo estén, estén donde estén. Los honro a los dos a la vez, con el mismo agradecimiento y la misma entrega.
Vuelvo a pensar en la última situación que provocó ese desbordamiento emocional, y me doy cuenta que ya no me afecta, estoy tranquilo, puedo escuchar a los demás y conversar con calma.
A veces mi convicción es una verdadera obsesión. No me deja libertad. Me siento atrapado, poseído, no puedo razonarla.
Toda obsesión es una llamada sistémica de una intrincación con un ancestro. Un ancestro que no acaba de encontrar la paz por una culpa que no pudo asumir en su vida.
La sanación vendrá con el ejercicio siguiente:
Elijo qué dos personas, dos países o dos sistemas representan hoy para mí a los líderes de las posturas más enfrentadas en el mundo. Pongo a uno en mi mano izquierda y al otro en mi mano derecha. Los voy mirando y sintiendo.
Honro y agradezco a cada uno por ser como es.
Ahora hago que las dos palmas se miren. Los dos poderosos se miran.
Muy lentamente, acerco las dos manos. Hasta que se toquen, y se fusionen los dos opuestos.
Con muchísimo respeto, siento la transformación en mis manos.
Las acerco a mi pecho
y tomo en mi corazón a los dos poderosos fusionados.
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