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En la antigüedad, en lo que algunos llaman poblaciones “primitivas”, el artista tenía un papel principal, incluso sacerdotal.
De acuerdo con el principio de “el símil responde al símil”, pintar a los cazadores que habían tenido buenos resultados traía beneficios a toda la población. Asimismo, la ritualidad relacionada con los difuntos estaba estrechamente relacionada con eventos artísticos que hacían hincapié en la tradición, tanto en la pintura como en la música y en la danza. Era así porque el arte se consideraba un rito, una tecnología mágica fundamental que ha perpetuado e inmortalizado la tradición del pueblo.
En griego antiguo, la traducción de “arte” sería “tecne”, transformado más tarde en técnica, en artesanía, en capacidad de realización sobre la materia. Con una decadencia cada vez mayor de la consideración del arte con esta acepción, el hombre ha perdido poco a poco el ingrediente clave del arte: la alquimia, el trabajo del grupo como intercambio y transmisión generacional de esta disciplina excepcional. Nace entonces el arte individualista, el individualismo desenfrenado de los clientes privados, olvidando el ideal del artista como demiurgo del pensamiento colectivo.
Desde el principio, en Damanhur se recupera la idea antigua y futurista del arte:
como crisol en el que los talentos se combinan para dar un resultado absolutamente exponencial con respecto a la suma de los individuos.
Es el arte del Pueblo en el que todos se reconocen porque participan en él. Podríamos aventurar que tiene dos caras: el arte sagrado, de los Templos, y el cotidiano, es decir, el de los jerseys, de las decoraciones, de las personalizaciones, de los platos, de los vasos, de la cocina, de las cortinas, enlucidos, colores, jardines, sábanas, mantas, bufandas… El ejemplo más importante está representado por los Templos de la Humanidad, pero todas las artes expresadas deberían conseguir poco a poco una importancia análoga, de modo que se conviertan en la cotidianidad de los damanhurianos y de quien las quiere disfrutar.
El arte sagrado, en la acepción que le damos, es el código que recupera y nos conecta con las fuerzas inmanes que hemos despertado y de las que somos testigos, esperemos cada vez más dignos y conscientes. Es un rito muy antiguo, a todos los efectos, al que participar con dedicación y alegría, como corresponde a los que construyen una nueva civilización, lejos del consumismo contemporáneo ahora vinculado exclusivamente al beneficio inmediato del dinero.
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