El trabajo de David Chaim Smith invoca reflexiones
gráficas sobre el discurso propio de la alquimia, la Kabbalah, y otras
tradiciones del ocultismo occidental.
en http://pijamasurf.com arte-sagrado
Gráficos exquisitamente articulados,
entornos semi-abstractos que comparten narrativas trascendentales, y una
estética alusión a la codificación de un mensaje –recordando que para
acceder a ciertos nodos de información es preciso realizar ciertos
méritos, son elementos que caracterizan la lúcida obra de este artista
neoyorquino.
Tal vez sobre decir que David Chaim Smith ha dedicado
largos días y sus equivalente noches al estudio de la Kabbalah
judía, la alquimia, y otras tradiciones místicas que no solo inspiran,
sino que evidentemente también catalizan, su trabajo artístico.
Una de los aspectos más seductores del
trabajo de Chaim Smith es que su gráfica no está diseñada solo para
observarse, también te invita a la lectura. Y al decir esto no me
refiero solo a los textos, tan discretos y como relevantes, que aparecen
coronando alguno de los cúmulos geométricos que que componen la
retórica ocultista de sus láminas sino que, fiel a la tradición del
lenguaje de las aves, cada diagrama, cada línea, cada espacio en blanco,
tiene la clara misión de comunicar algo impecable.
En otras ocasiones hemos tenido
oportunidad de enfatizar en una cualidad del arte, que se refiere a
favorecer la evolución del ser humano. Y generalmente tratamos ese tema
cuestionando el por qué muchas propuestas creativas olvidan cumplir con
su cuota de “bienestar social”, independientemente de cual sea la ruta
que planteen para acceder a esta benévola abstracción.
Pero hoy, a
propósito de Chaim Smith, reflexionaremos brevemente sobre otra
condición del arte, sobre una de sus facetas más cautivantes y dignas:
lo sagrado.
Por un lado es claro que al ejercer
nuestra creatividad coqueteamos con esa materia divina de la cual todos
somos portadores. Al imaginar algo y posteriormente, con ayuda de un
lenguaje como herramienta, nos consagramos como micro-deidades, o mejor
dicho honramos a la divinidad de las cual todos provenimos
–innegablemente fuimos bendecidos al ser diseñados para diseñar. Y una
vez reafirmado lo anterior procedamos al concepto de arte sagrado.
Desde los monumentales Budas, los
iluminantes jardines Zen, y las tankas acupuntúricamente trazadas, que
forman parte de distintas vertientes del Budismo, hasta la elevada
pulcritud con la que se inscribieron textos divinos en las paredes de
las catedrales góticas, pasando por la elegante geometría alquímica, y
la astro-estética de las culturas mesoamericanas, el arte sagrado ha
sido un inseparable acompañante de toda religión y tradición mística que
se haya gestado en la historia humana.
Prolíferos altares, inspiradoras
láminas, ritmos y entonaciones que conducen a planos sutiles que
coexisten con la estepa material, todo ello da vida a una cualidad
específica del arte sagrado: la facultad de enlazar mundos, de fungir
como vivos portales que nos permiten acceder, o al menos echar un
vistazo, al otro lado del telón – ‘through the looking glass’.
Pero más allá de adjudicar esta sacra
cualidad al trabajo de Chaim Smith, la cual en mi opinión la tiene, si
de técnica se trata, este artista que obtuvo su Maestría en Fine Arts
por la Universidad de Columbia, denota una tajante congruencia entre lo
que desea transmitir, a partir de su pasión por la tradición oculta, y
los recursos técnicos de los cuales dispone para cristalizar esta noble
intención. Complementariamente, al observar las láminas que sirven como
suelo para erigir los diagramas cabalísticos y el manifiesto alquímico
que difunde el neoyorquino, dificilmente el espectador dejara de acceder
a ese coito metafisico, sensible, que popularmente llamamos
“experiencia artística”, logrando así una comunión entre la divinidad
compartida, su ser y el del “otro yo” –que busca incitar algo él, y que
lo logra… el portal, entonces, se abre.
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