El cuerpo es un aliado, un medio necesario para el crecimiento interior y la vida plena.
Puede entenderse como el templo que acoge las experiencias más intensas y significativas que un ser humano puede alcanzar.
El cuerpo posibilita todas las experiencias grandes y pequeñas de la vida. Pero también está sometido a la enfermedad, el dolor, el envejecimiento y la muerte.
No ha gozado de buena fama, de
una u otra manera, se ha dividido al ser humano entre el alma valiosa y
la carne débil. El cuerpo no se ha librado nunca de la sospecha de que
traicionaba las elevadas ambiciones del espíritu.
Es conocido el rechazo al cuerpo
en la tradición religiosa occidental, pero también se ha producido en
Oriente. En el brahmanismo hindú se tacha al cuerpo de irreal o como una
carga densa de la que hay que liberarse.
Sin embargo en algunas
tradiciones se hallan palabras que ensalzan el cuerpo como una
materialización misma de la divinidad, en el budismo de la escuela
shingon, de tradición tántrica, se propone alcanzar la budeidad a través del cuerpo. La escuela soto zen insiste en la necesidad de rendir la mente al cuerpo para conseguir la iluminación. El antiguo taoísmo, lo entendía como símbolo de todos los secretos del Universo.
Junto a la
tendencia milenaria de separar el cuerpo de aquello más sublime del ser
humano ha existido siempre la intuición de que en realidad están unidos o
son la misma cosa.
Es posible aproximarse al cuerpo
aceptando sus profundidades y sus banalidades, sus necesidades y sus
deseos, sus luces y sus sombras. No es el lugar que encierra el espíritu
como si fuera una prisión. Se puede entender, más bien, como la forma que toma el espíritu en el modo humano de existencia.
El cuerpo es un medio creativo para la transformación espiritual que
no se deja dominar por teorías intelectuales o dogmas. A través de él
se produce la experiencia más profunda de la espiritualidad.
Considerar el cuerpo como un
templo lleva a cuidarlo con una intención que va más allá del
mantenimiento de la salud. Reconocer esa sabiduría es la mejor
estrategia para ayudar al cuerpo a mantenerse en estado de equilibrio o
recuperarlo.
Más bien, en lugar de luchar contra los trastornos se trata de favorecer el desarrollo de sus potenciales extraordinarios de vitalidad.
Para ello es necesario conocer su estructura. Las sabidurías
tradicionales lo describen como una combinación de por lo menos tres
niveles distintos: físico, mental y espiritual.
El cuerpo físico es el tangible,
compuesto de carne, huesos, órganos, células, sangre, saliva y otras
sustancias. El sutil es el cuerpo de la energía vital, llamada Chi o
Prana, sobre la que actúan las terapias orientales. El tercer cuerpo es,
según la filosofía integral, el causal o nivel de conciencia superior
con el que se conecta a través de la meditación.
Más allá de las descripciones
teóricas que se puedan hacer del cuerpo, lo cierto es que en él todo
esta conectado. Mediante la alimentación, la respiración y la práctica
de determinados ejercicios se puede afinar su funcionamiento hasta
convertirlo en un instrumento de conocimiento.
Este conocimiento debe
seguramente comenzar por el cuerpo físico. Es la puerta de entrada al
templo, que nos permite sentir el mundo que nos rodea.
Si fuéramos máquinas dotadas de
sensores, los estímulos que proceden del entorno podrían reducirse a una
serie de datos físicos y químicos, pero somos seres humanos que
traducimos esas impresiones en emociones e ideas que llenan de sentido
la vida. Un amanecer nunca dejará de parecernos impresionante. Una
caricia será siempre un regalo y una música alegre nos invitará a
bailar. Nada de esto sería posible sin la magia del cuerpo.
Por la noche, cuando el cuerpo reposa, la energía sutil toma el relevo. En la sala oscura del templo, los sueños traducen
las impresiones del día al lenguaje profundo de la mente, articulado en
torno a deseos, recuerdos de experiencias pasadas e imágenes dotadas de
significados personales.
Es el silencio la característica o
el dominio del cuerpo causal o espiritual, al que también se accede a
través de la meditación profunda, asociada a las experiencias inefables
de bienestar, libertad y plenitud.
Aunque en cada momento podemos
estar con más intensidad en uno de los tres niveles del cuerpo, en cada
instante se entrelazan inevitablemente.
Tratar el propio cuerpo como un
templo significa cuidar todas sus dimensiones, desde las más físicas a
las más elevadas, recordando que ninguna práctica se centra
exclusivamente en una de ellas.
A lo largo del día y de la semana
hay tiempo para dedicarlo de manera equilibrada, y en consonancia con
las características personales, a cada tipo de práctica. La combinación
permite enriquecer la calidad de cada una. Por ejemplo, al correr o ir
en bicicleta ya no nos centramos exclusivamente en quemar calorías o
aumentar el rendimiento, sino que prestamos atención a la armonía de los
gestos, a la respiración, a las sensaciones que proceden del cuerpo en
cada instante o a los pensamientos y emociones que se experimentan.
El movimiento es una necesidad
básica para el cuerpo físico y satisfacerla tiene efectos positivos
sobre el estado de ánimo, la claridad intelectual y el bienestar
general.
Todas las grandes tradiciones
espirituales aseguran que existe una resonancia entre el cuerpo y el
cosmos. En su funcionamiento se expresa toda la sabiduría y la capacidad
creativa de la naturaleza. De alguna manera el objetivo de la mente
debiera ser conectar con lo que el cuerpo ya sabe.
La experiencia del propio cuerpo como un ente sagrado es
un primer paso para considerar la naturaleza entera como su origen y su
casa. Así alcanzamos un doble asimiento, en nuestro cuerpo y en la
Tierra, que cura la extraña sensación de no formar parte de este mundo.
Porque en el cuerpo y en la Tierra es donde se nos hace accesible el
Misterio.
Cuando el cuerpo se deja
atravesar por las energías físicas y sutiles, sin bloquearlas, puede
manifestar su propio ritmo, sus gestos, posturas y actitudes naturales.
Ciertas técnicas y actitudes ayudan a que el cuerpo exprese todo su
potencial.
Cabeza, corazón y Hara
Una
forma sencilla de reflexionar sobre la totalidad de aspectos del cuerpo
consiste en emplear un modelo de tres partes que incluye los centros
fundamentales del cuerpo-mente, es decir, la cabeza, el corazón y el
hara. Es el modelo de los sistemas tradicionales de salud y desarrollo
espiritual.
Hara es
el centro de la energía corporal y de las sensaciones viscerales. Es la
fuente del contacto con la Tierra que permite moverse con presencia e
irradiar vitalidad. Este centro se ubica por debajo del ombligo.
El corazón es el centro de los sentimientos, de la capacidad de amar y cuidar de nosotros mismos y de los demás.
La cabeza es
el centro del discernimiento y de las intuiciones relativas a la
bondad, la verdad y la belleza. En ella reside la capacidad para
liberarse de las visiones limitadas y acceder a niveles superiores de
conciencia.
El cuerpo como
un todo se beneficia del cultivo armonioso de los tres centros. El
trabajo sobre la respiración en actitud meditativa es seguramente el
medio más eficaz para integrar el hara, el corazón y la cabeza.
Fragmentos del artículo de Manu Corral.
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