¿Quién
fue este hombre que hizo amistad con personajes de la talla de Tagore y
Einstein?¿Recibió durante su expedición a Asia Central, en los años 20,
una supuesta piedra que vino de Orión? ¿Sus pinturas esconden el
secreto de lo que descubrió en sus viajes al Gobi y Altái?
Un visionario
Nikolai
Roerich (1874-1947) fue un hombre distinto. Sin duda alguna, uno de los
personajes más misteriosos e importantes de su época. Pintor y
explorador de origen ruso, se adentró de lleno en el secreto de
Shambhala y el mensaje de sus silenciosos guardianes cuando era muy poca
la información que circulaba en occidente.
Roerich
era hijo de un importante notario de origen escandinavo. Su madre
pertenecía a una antigua familia de la nobleza rusa. Por deseo de su
padre, inició los estudios de Derecho en 1883. Pero paralelamente
ingresó en la Academia de Bellas Artes de su ciudad natal, San
Petersburgo. El arte y la pintura se convertirían en su principal
herramienta de expresión.
En
1901, se casa con Helana Ivanovna, su gran compañera de viajes
espirituales. Con ella fundaría en 1930 la “Agni Yoga Society”,
inspirada en los sabios que conocerían en oriente.
Y
aquí muchos se preguntan: ¿Qué impulsó a Roerich en pos de aquellas
lejanas tierras? ¿Qué lo llevó al desierto de Gobi y los Himalayas? ¿Por
qué su gran interés en Shambhala?
Hay
que subrayar que Roerich fue un hombre muy respetado en su tiempo.
Entre otros personajes, hizo amistad con Rabindranath Tagore en Londres;
y con Albert Einstein en EE.UU. —con quien mantuvo una fiel
correspondencia hasta el fin de sus días—. Además, fue un importante
colaborador de Igor Stravinsky en “Los Ritos de la Primavera”.
En
realidad, Roerich había iniciado su búsqueda desde siempre. La
expedición que emprendió a Asia Central fue tan sólo una consecuencia de
su inclinación por el arte y lo espiritual. Aunque se dice que el móvil
de tremendo viaje —que lo llevó a los lugares más sagrados de China,
Mongolia y la India— era pintar paisajes exuberantes y conocer desde
dentro las culturas de oriente, no pocos investigadores piensan que el
explorador y artista ruso había recibido un “llamado”.
Como
fuere, tan intensa fue su conexión con aquellas tierras que evocan la
mítica Shambhala, que terminó afincándose en 1928 en el pueblo de Naggar
de Kulu, en la India. Y allí continuó hasta su muerte en 1947, en medio
de los sagrados Himalayas.
No
obstante dejó una serie de notas sobre sus viajes, cientos de lienzos
que evidencian un profundo conocimiento de Shambhala y, lo más
importante, el pacto de la Liga de las Naciones.
Lo explicaré brevemente.
Un Pacto por la Paz
Nikolai
Roerich expuso sus lienzos en diversas ciudades de Europa y EE.UU. Creó
escuelas de arte y fomentó el surgimiento de grupos de investigación
inspirados en el ideal de la cultura como puerta para la paz y la
unidad.
En
todas partes, fue recibido como un visionario de los nuevos tiempos.
Inspiró a muchos con su idealismo, sentido de la belleza y creencia en
un futuro de esperanza. Su creatividad, optimismo, humanismo y
universalismo, “sacudió” a hombres de estado y líderes religiosos, que
lo adoptaron como instructor e inspirador.
En
1929, Roerich lanza desde Nueva York la propuesta de “El Pacto y la
Bandera de la Paz”, un tributo a preservar la cultura y el humanismo más
allá de las fronteras y distinciones geográficas. Un año más tarde de
haberse dado a conocer, la cruzada espiritual de Roerich es recibida por
la Sociedad de las Naciones —prototipo de la actual ONU—, consiguiendo
la aprobación entusiasta de figuras políticas y culturales de la talla
de Alberto I Rey de Bélgica, del premio Nobel Rabindranath Tagore, de
Maurice Maeterlink, y del presidente de los Estados Unidos, Franklin D.
Roosevelt. Este proyecto estipulaba que todas las instituciones
educativas, artísticas, científicas o religiosas, así como todos los
edificios que poseyeran un significado, o valor cultural o histórico,
debían ser reconocidos como centros inviolables y respetados por todas
las naciones, tanto en tiempos de paz o de guerra. Con este objetivo se
estableció un tratado que tenía la finalidad de ser ratificado por todas
las naciones del mundo.
Fue
de tal aceptación el Pacto por la Paz de Roerich, que el 15 de abril de
1935 era firmado en la Casa Blanca —en presencia del entonces
presidente Roosevelt— con representantes de 21 gobiernos de toda
América, entre ellos: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa
Rica, Cuba, República Dominicana, Ecuador, El Salvador, Guatemala,
Haití, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, Estados
Unidos, Uruguay y Venezuela.
Roerich
diseñó el símbolo de este pacto, que sería conocido como la Bandera de
la Paz y de la Cultura: una circunferencia roja conteniendo tres
círculos encarnados sobre fondo blanco. Este símbolo sagrado se
encuentra en todas las civilizaciones y culturas de todos los tiempos.
Los círculos simbolizan el arte, la ciencia y la religión. Hoy en día,
otros países del mundo se han sumado a la también denominada Liga de las
Naciones o “Pacto Roerich” —aunque, penosamente, no todos han respetado
su acuerdo—. No pocos estudiosos del mundo subterráneo piensan que su
propuesta de preservar la cultura y el genio humano —aún en tiempos de
guerra— habría sido una indicación de los Maestros de la Hermandad
Blanca. Aquellos seres saben que en los conflictos o enfrentamientos
humanos los archivos históricos, obras de arte o yacimientos
arqueológicos, podrían ser destruidos con las graves consecuencias que
ello implica.
Al
margen de ello, siempre se especuló si Roerich había entrado
físicamente a Shambhala en algunos de sus viajes a Asia Central. En
verdad, nada lo puede asegurar. Pero no queda duda de que accedió a un
importante conocimiento. Quizá, conoció a los ancianos Mahatmas o
Maestros de túnicas blancas que vigilan las altas cumbres de los
Himalayas y las profundas soledades del desierto de Gobi.
Si fue así, debería, al menos, haber dejado una pista.
La clave está en sus pinturas…
El Código Roerich
Nikolai
Roerich pintó más de 6.000 lienzos. Más de medio centenar alude a sus
viajes por Asia Central y el misterio de Shambhala. Muchos de ellos se
pueden ver actualmente en el Roerich Museum de Nueva York.??Una de las
pinturas que más me impactó, fue “Burning of Darkness”. Me atraía
profundamente ese color azul y aquella fila de Maestros que parecían
salir de una caverna. Quien encabeza la fila, un hombre de cabello largo
y barba recortada, porta entre sus manos un cofre que despide un brillo
especial. Un detalle muy obvio como para pasarlo por alto.??Y siempre
me pregunté: ¿Qué habrá en ese cofre??Más allá de su connotación
simbólica, intuía la existencia de un objeto real, escondido allí, y que
probablemente Roerich conoció. Un objeto relacionado a Shambhala.
Arriba:
el enigmático cuadro de Roerich, que muestra a los
maestros invisibles, el cofre que lleva la piedra de Chintamani, y Orión
en el cielo...
Luego
supe de la existencia de “El Regalo de Orión”, un fragmento de un
cuerpo celeste, procedente de aquellas lejanas estrellas, y que poseía
extrañas cualidades. Increíbles poderes. También conocido como “La
Piedra de Chintamani” (Chintamani: “piedra de los deseos” o “de la
esperanza”) cada cierto tiempo salía de Shambhala a la superficie,
generalmente en momentos claves de la Historia humana. Luego de cumplir
su misión, la misteriosa piedra era devuelta al mundo intraterrestre.
En
otro cuadro de Roerich, “Treasure of the World”, encontramos otra
referencia a Chintamani. En el lienzo se observa a un potro que lleva a
cuestas, a través de las montañas, un baúl o cofre ornamentado. Y el
brillo o “fuego” que sale de él no puede ser más explícito sobre su
naturaleza sobrenatural. ¿Acaso, el mismo que protegen los Maestros de
la tapa de este libro? Viendo el cuadro original de “Burning of
Darkness”, la semejanza es más que sospechosa. Además, para mi sorpresa,
hallé en la pintura que tanto disfrutaba de Roerich las estrellas del
cinturón de Orión, como si la constelación estuviese acompañando la
escena de los Maestros con el cofre. Quizá, Roerich nos estaba diciendo
que el secreto del contenido de aquel cofre luminoso, se tenía que
buscar en esas estrellas que sirvieron de inspiración a los Egipcios
para levantar sus principales pirámides.
En
1928, el Lama Talai?Pho?Brang, le preguntaba a Roerich si en occidente
se sabía algo en relación a la “Gran Piedra”. Incluso le preguntó si
sabían de qué planeta vino, y quién poseía ese tesoro. Lo más
inquietante, es que aquella piedra u objeto recuerda, sospechosamente,
la versión medieval del Santo Grial —en la obra “Persifal” se la
describe como una esmeralda que cae del cielo—, la Diosa Umiña de los
Incas —otra esmeralda, perdida, y que podía curar a la gente— o las
mismísimas piedras benben que habrían coronado las puntas de las
pirámides de Gizeh y que, sospechosamente, apuntan al Cinturón de Orión.
Todo esto no puede ser fruto del azar.
Hoy
por hoy comprendo que todos esos nombres señalan un solo objeto, físico
y real, y que actualmente es custodiado por la Hermandad Blanca. Los
lamas dicen que es la luz maxin que brilla en lo alto de las torres de
la mística Shambhala. O, quizá, esté escondida en alguna secreta galería
subterránea, perdida en un área remota del mundo. Como fuere, lo cierto
es que tal como reza la profecía, aquel objeto —o lo que representa—
debe salir a la luz en un nuevo momento clave de la humanidad.
Probablemente muy pronto.
Pero no es la piedra la que puede cambiar las cosas, sino el uso que se le otorgue.
Arriba:
en este otro cuadro de Roerich, "Most Sacred" (1933), se
aprecia el interior de un santuario intraterrestre, que tal vez el
pintor ruso conoció, con grandes cristales y maestros que llevan túnicas
blancas. El maestro que preside la ceremonia porta una copa. ¿El grial o
piedra de Orión? De acuerdo a nuestras informaciones, Chintamani es un
gran cristal que en su arribo a la Tierra desprendió tres pequeños
fragmentos. Esas piezas recorren el mundo de los humanos en épocas
clave. La copa de esta pintura de Roerich sería una de esas tres piezas,
como los tres círculos encarnados dentro de un círculo mayor en la hoy
conocida "Bandera de la Paz" (ver abajo). Desde luego, es un símbolo
cósmico...
Roerich
—quien supuestamente tuvo un fragmento de la piedra en su poder, y la
devolvió a sus “dueños” en el desierto de Gobi o en Altái— dejó muchas
“claves” y “pistas” en sus cuadros. Una ruta que no sólo nos conduce a
un misterio mayor relacionado al Mundo Subterráneo y sus sabios
Maestros. Me atrevería a decir que sus cuadros se han convertido en una
puerta dimensional que va más allá de los Retiros Interiores y el
misterio de esa piedra. Sus lienzos, son espejos del alma. Es una puerta
a nosotros mismos.
Sus pinturas son verdaderas "ventanas dimensionales" que conectan con el secreto de la Hermandad Blanca.
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