Feb 26, 20
VISIÓN ESPIRITUAL
Cuando, en
octubre del año pasado, el Papa Francisco participó en el sínodo por el
Amazonas, mucha de la simbología utilizada durante la ceremonia de
apertura creó incomodidad entre los prelados del Vaticano y sorpresa por
parte de muchos otros observadores. Incluso hoy en día que América del
Sur está casi completamente cristianizada, la Pachamama es una presencia
fuerte en los corazones de la gente. Es más, en cierto modo su
popularidad es mucho mayor hoy que en el pasado, dado que hoy en día la
Diosa Madre les pertenece a todos y se ha extendido por todo el mundo
como un símbolo de amor a la Tierra. Por esta razón, la mayoría de los
símbolos que portaban los sacerdotes y fieles sudamericanos, tenían que
ver con su figura.
Algunos
observadores, al ignorar la historia del culto a la Pachamama han
hablado de idolatría y de paganismo infiltrados en los austeros muros de
los jardines del Vaticano a través de los obispos y fieles
sudamericanos reunidos en Roma para encontrarse con su pastor… Y el
propio Papa como “obispo de Roma” pidió disculpas a los ofendidos por el
hecho de que las estatuas fueran retiradas y arrojadas al Tíber.
Pachamama
–o Pacha Mama– significa “madre del espacio y tiempo”, y se identifica
con la Madre Tierra. Es una diosa generosa que preside la fertilidad y
la agricultura, es la madre que da la vida y nutre y conforta a sus
hijos. Es buena y amorosa, pero requiere respeto y puede enojarse si sus
hijos olvidan honrarla. Entonces se vuelve verdaderamente temible y se
manifiesta a través de inundaciones y terremotos.
El culto a
la Pachamama alcanzó su apogeo en la época de la civilización incaica,
que adquirió una fisonomía precisa en el siglo XII, pero que había
comenzado unos siglos antes, cuando el pueblo quechua había empezado a
asentarse en los altiplanos andinos.
La espiritualidad de la Pachamama nos enseña que todo es sagrado: la tierra, sus ritmos, los seres vivientes.
La
Pachamama representa el principio femenino, profundamente ligado a la
vitalidad de la Madre Tierra, contrapuesta a la figura solar del Inti,
que era venerado por las clases más ricas, los nobles y los guerreros,
mientras que Pachamama era la diosa protectora de los que vivían de la
tierra, los animales y los dones del bosque, en estrecho contacto con la
naturaleza y sus energías. Sus sacerdotes eran en su mayoría hombres,
pero bajo su protección todos los devotos – los niños, los ancianos, los
enfermos – eran objeto de una atención maternal.
La fuerza de la Pachamama, la que habla a
los ricos y a los pobres, a los ciudadanos del mundo y a los pueblos que
conocen únicamente su territorio, es la de la simplicidad unida al
poder. Y ambos son extraordinarios, considerados un regalo del universo
al planeta. Alinearnos con la frecuencia de la Pachamama nos pone en
sintonía con la energía pura de la vida, el prana, y hace brillar el
código vital de todos los seres humanos reconectándonos con la fuerza de
la existencia.
Escuchar
su voz no es difícil. Los lugares donde resuena más fuerte son aquellos
donde la naturaleza se encuentra con el trabajo de los humanos: campos
arados, bosques bien cuidados, granjas donde se respeta el bienestar de
los animales. Reconocerla es fácil: es una voz fuerte y alegre, que
invita a disfrutar de la vida y de sus manifestaciones porque es la
mejor manera para honrar su valor.
La
Pachamama nos enseña que no se honra a la Madre Tierra simplemente
evitando dañarla –¡lo cual ya sería importante!– sino viviendo su
encanto, conociéndola, haciéndola nuestro hogar y la fuente de nuestra
felicidad.
Y como la Pachamama está en todas partes,
podemos oír su voz, su respiración, su paso rítmico en el terreno,
incluso cuando estamos encerrados en nuestra casa en la ciudad, y
cerramos los ojos y respiramos conscientemente y la llamamos con
palabras de gratitud por lo que nos da cada día. La Pachamama también es
parte de ti y tú eres parte de ella: el calor de su presencia es un
regalo del universo para todos nosotros.
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