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En el mundo actual hay un tema del que pocas veces se habla: la
arrogancia espiritual. Así como hay maestros, sacerdotes, guías
espirituales y referentes verdaderamente éticos, sensibles, humildes y
entregados a su labor, también hay de los otros; muchas veces se los
llama “gurú”, palabra del sánscrito que significa “grande, venerado.”
También existen personas sensibles, humildes y entregadas; silenciosas
trabajadoras de su alma, que iluminan a los demás a través de su labor.
La visión de este artículo es un poco diferente: habla de las personas
comunes metidas en caminos de autoconocimiento, y que parecen
comportarse con cierta arrogancia espiritual. Posiblemente conoces
personas así.
Tomando en cuenta que seguramente es producto de su propia búsqueda
interna, esto no sería un problema, salvo que, en ciertos casos, se
erigen como conocedores de verdades ocultas; dan consejos sin que se los
pidas; se sienten un poco por encima de los demás mortales, y hasta se
silencian misteriosamente, cuando por dentro destilan miradas de cinismo
e incongruencia.
Uno de los aspectos más notorios es la falta de concordancia entre su
vida real y su camino de búsqueda espiritual. Por ejemplo, hablan de
prosperidad y abundancia, y no pueden cubrir sus gastos mínimos; o del
desapego, ¡pero cuidado con pedirles algo prestado! Utilizan frases como
“lo que sucede, conviene”, pero se estresan en extremo cuando no les
salen las cosas como ellos quieren.
Incluso los hay coléricos: aquellos que, cuando alguien se opone a sus ideas y pensamientos, salta su ira y su peor versión.
Otra característica de arrogancia espiritual es que suelen hablar con
palabras rebuscadas, un lenguaje críptico que pocos comprenden, como
para dar a entender que pertenecen a cierta casta de elegidos con una
misión trascendente.
Se los distingue también porque opinan de lo que te pasa sin siquiera
pedirte permiso o intentar escucharte. Incluso utilizan las palabras
“terapéutico” y “sanación” dentro de su lenguaje cotidiano.
Todo esto es consecuencia de su ego.
Como sabemos, hay personas de calidad superlativa que trabajan en el
camino espiritual, aunque también hay de las otras, las que muestran una
marcada arrogancia espiritual.
Es en éstas que aparecen algunos rasgos que pueden servir para estar
atentos cuando te encuentres con ellos, para que puedas elegir el nivel
de experiencia a compartir, sabiendo que todos somos libres para
determinar con quién relacionarnos.
Quizás te interese observar estos aspectos, para que puedas elegir mejor:
- Promueven la conexión con el ser auténtico… pero la mayoría de las personas con arrogancia espiritual viven pensando en el afuera: su imagen, el éxito, lo que proyectan, cómo tomar ventaja de cada situación y persona.
- Son incongruentes. Lo que piensan, dicen y hacen es totalmente diferente. Esto les resta credibilidad e integridad.
- Se enfocan en el rédito económico como fin principal. Conozco
una muy popular organización que se presenta como sin fines de lucro,
que ha sido cuestionada por eludir impuestos, que ofrece múltiples
cursos con la promesa de una mejor calidad de vida (en muchos casos, la
experiencia es excelente). El tema es que, en muchos otros casos que
conozco, hacen abandono de personas ya que no cuentan con la
sensibilidad mínima de contención, acompañamiento y ayuda a sus
seguidores… sobre todo si dejan de tomar sus cursos.
- Hablan mucho. Padecen de diarrea verbal. El
arrogante espiritual tiene un buen dominio de la palabra, no así de sus
acciones. Son personas magnéticas: atraen y se les pegan las personas, y
utilizan este recurso para manipular. Esto no significa que sean
carismáticos (tener luz propia).
- Juzgan. En
personas con arrogancia espiritual todo debe ser de acuerdo a cómo
ellos lo plantean; no aceptan variaciones. Por eso te juzgarán, harán
comentarios acerca de ti, o denostarán cualquier otro tipo de curso,
escuela o senda de auto conocimiento que no sea la de ellos.
- Son amos del control y se entrometen en la vida privada. Este
tipo de personas sabe dónde tocar la fibra íntima; va por los aspectos
de debilidad para poder controlar a las personas. Por eso utilizan
información personal, incluso sensible, como relaciones, estilos de
vida, temas de salud, para su provecho personal.
- Se victimizan cuando alguien los ataca. En
vez de elevarse, contraatacan y salen con los tapones de punta. Si
alguna persona los cuestiona, lo devuelven enredándose en expresiones
como “no estás dispuesto a ver”.
- Habla de servicio sin hacerlo. Acaso
una de las principales contradicciones del arrogante espiritual es
pedir que hagas servicio y te entregues a los demás, sin hacerlo ellos.
Sin embargo, suelen dirigir ese pedido de servicio a sus fines: servir a
ellos, asistiéndolos, acompañándolos. Juegan con el espíritu de que la
cercanía con el “gurú” obrará milagros en ti.
- Se erigen como ejemplo de vida. La
mayoría de los arrogantes espirituales han creado cierto relato un poco
deformado sobre su existencia, como para enmarcar su labor. Chequea la
información, contrástala con tu experiencia, y asume tu libre albedrío y
responsabilidad personal.
- Utilizan frases con la palabra “milagro”. Los
milagros existen; son cotidianos y mágicos como la vida misma. Sin
embargo, el arrogante espiritual los utiliza para su provecho. Es común
que inventen o exageren anécdotas para reafirmar sus dichos.
- Se muestra como un sabelotodo. Cuidado
con las personas que hablan de todo y de todos. La persona espiritual
auténtica puede transmitir con humildad y paciencia lo que ha aprendido
-que se basa en su propia experiencia y desde allí lo proyecta-. Haber
leído muchos libros, o asistir a seminarios y cursos, no te da el título
de maestro espiritual, y mucho menos para intentar dominar a los demás.
- Aplican el miedo para mantener congregadas a las personas. Esta
herramienta resulta muy efectiva, ya que, por algún motivo u otro, es
una emoción de dominación, especialmente en personas en etapas
vulnerables o en situaciones complicadas.
- Es competitivo y no quiere que nadie le haga sombra. Por
último, el arrogante espiritual se coloca en posición de competitividad
permanente; su reactividad se acentúa cuando ve que puede perder algo
que considera importante (como relaciones estratégicas, dinero, un
negocio) y asesta sus peores recursos.
Daniel Colombo
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