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La escritora, médico y feminista egipcia Nawal El Saadawi nos dice que «nada es más peligroso que la verdad en un mundo que miente».
La teoría conspirativa del llamado Nuevo Orden Mundial afirma la existencia de un plan diseñado con el fin de imponer un gobierno único a nivel mundial. Yo no pretendo decir que un gobierno mundial sea en principio negativo. Si el objetivo de un presunto gobierno mundial fuese el de mejorar la situación de los seres humanos, sin menoscabo de sus libertades, incluso podría estar de
acuerdo.
Pero me temo que no es éste el objetivo.
Un primer uso de esta expresión de Nuevo Orden Mundial aparece en el documento de los Catorce Puntos del presidente de Estados Unidos Woodrow Wilson (1856 – 1924), que hizo una llamada, después de la Primera Guerra Mundial, para la creación de la Sociedad de las Naciones, antecesora de la Organización de las Naciones Unidas. Curiosamente, el propio presidente Woodrow Wilson manifestó: «Algunos de los hombres mas importantes de EEUU, en el campo del comercio y de la industria, temen a alguien y a algo. Saben que en algún lugar hay un poder tan organizado, tan sutil, tan vigilante, tan interconectado, tan completo y tan penetrante que es mejor no decir nada en su contra».
Una teoría de la conspiración puede definirse como la tentativa de explicar un acontecimiento o una cadena de acontecimientos, sucedidos o todavía por suceder, ya sea percibidos o reales, comúnmente de importancia política, social, económica o histórica, por medio de la existencia de un grupo secreto muy poderoso, extenso, de larga duración y, generalmente, malintencionado. La hipótesis general de las teorías conspirativas es que sucesos importantes en la Historia han sido controlados por manipuladores que organizan los acontecimientos desde «detrás de escena» y por motivos oscuros.
Cristina Martín Jiménez, autora del interesante libro El Club Bilderberg – Los amos del mundo, nos dice que: “Desde los albores de la civilización sumeria hemos caminado sobre una estructura organizativa idéntica, en la que la alta jerarquía ha sometido a los ciudadanos, convirtiéndolos en esclavos de un modelo social diseñado y dirigido por un mismo arquetipo de poder, época tras época“. Henry Kissinger es uno de los mayores artífices e impulsores del Nuevo Orden Mundial. Kissinger escribió un artículo titulado “Henry Kissinger sobre la Asamblea de un Nuevo Orden Mundial” publicado en The Wall Street Journal. Es un artículo importante, escrito por un hombre importante y siniestro. Su artículo es una adaptación de su libro ‘Orden Mundial”. Hay que leer entre líneas para entender lo que está diciendo Henry Kissinger.
Miguel de Unamuno (1864 – 1936), escritor y filósofo español, acertó en su definición de la verdadera democracia, al señalar que la democracia se entiende como «proceso histórico de efectiva realización de la libertad y de la igualdad, como proceso de real y creciente participación de todos los hombres en la vida política y económica de la sociedad».
Para Noam Chomsky, lingüista, filósofo y activista estadounidense: «el problema con las verdaderas democracias es que caen presa de la herejía de creer que los gobiernos deberían responder a las necesidades de su propia población, en vez de a las de los inversionistas estadounidenses».
El filósofo Agustín de Hipona (354 – 430), santo (San Agustín), padre y doctor de la Iglesia católica, ya en el siglo V expresó con gran claridad la injusta forma en la que se manifiestan los poderosos en la sociedad: «Si de los gobiernos quitamos la justicia, ¿en qué se convierten sino en bandas de criminales a gran escala? Y esas bandas ¿qué son sino reinos en pequeño? Son un grupo de hombres, se rigen por un jefe, se comprometen en pacto mutuo, reparten el botín según la ley por ellos aceptada. Supongamos que a esta cuadrilla se le van sumando nuevos grupos de bandidos y llega a crecer hasta ocupar posiciones, establecer cuarteles, tomar ciudades y someter pueblos. Abiertamente se autodenominan entonces reino, título que a todas luces les confiere no la ambición depuesta, sino la impunidad lograda. Con toda rotundidad le respondió al célebre Alejandro un pirata caído prisionero, cuando el rey en persona le preguntó: ¿qué te parece tener el mar sometido a pillaje? A lo que el corsario le respondió: Lo mismo que a ti el tener al mundo entero. Solamente que a mí, que trabajo en una ruin galera, me llaman bandido, y a ti, por hacerlo con toda una flota, te llaman emperador».
Carroll Quigley (1910 – 1977), historiador y teórico de la evolución de las civilizacione, hablo del poder del dinero en Tragedy and Hope: «El poder del capitalismo financiero tiene un objetivo trascendental, nada menos que crear un sistema de control financiero mundial en manos privadas, capaz de dominar el sistema político de cada país y la economía del mundo como un todo». Quien controla el dinero, controla el mundo, porque éste gira en torno a la economía y las finanzas.
El dominio de las políticas de cada una de las naciones y su diseño en base a los intereses de la banca internacional se basa en la aplicación de la llamada «Fórmula Rothschild», que se atribuye el fundador de esa dinastía de banqueros, Meyer Amschel Rothschild, que afirmó lo siguiente: «Permítanme emitir y controlar la moneda de una nación, y no me preocuparé por quien haga las leyes».
Según Zbigniew Brzezinski, que fue consejero de Seguridad Nacional del presidente de Estados Unidos Jimmy Carter (1977-1981): “La sociedad será dominada por una élite de personas libres de valores tradicionales, que no dudarán en realizar sus objetivos mediante técnicas depuradas con las que influirán en el comportamiento del pueblo y controlarán y vigilarán con todo detalle a la sociedad“.
Con respecto al Club Bilderberg, Cristina Martín nos explica que, aunque prácticamente ignorado por la gente y por la prensa, desde 1954 se ha producido cada año una reunión del Club Bilderberg, que ha sido propiciada por grandes magnates de las finanzas y la estrategia política internacional, como David Rockefeller, el ex presidente de Fiat, Giovanni Agnelli, ya fallecido, el ex secretario de Estado de EEUU, Henry Kissinger, y el ministro de Economía del Reino Unido durante la década de los 70, Denis Healy.
Desde esa fecha los miembros y invitados del Club han llegado desde todos los rincones del mundo y se han reunido de forma clandestina para celebrar su encuentro anual. A estas reuniones asiste lo más selecto del ámbito de la economía, la política, la intelectualidad y las finanzas. Nunca antes se dio mayor concentración de poder en un espacio tan reducido.
Pese a que el secreto protege su funcionamiento interno, se sabe que no todos los miembros del Club desempeñan el mismo rol y que la jerarquía de Bilderberg se estructura en tres círculos concéntricos.
El círculo interno e inaccesible lo compone el llamado Comité de Sabios, integrado por cuatro iniciados, expresión heredera de la corriente Illuminati-Masonería. Es el más hermético de los tres. Celebra sus debates en un total hermetismo y secreto, y se desconoce quiénes lo conforman, a excepción de David Rockefeller. Este Comité de Sabios nombró en 1954 a los primeros componentes del Comité Directivo y han seguido seleccionándolos a lo largo de los años. Como alguien que tenía un inmenso prestigio entre la élite del poder mundial, Kissinger, al parecer, quiso enviar un mensaje acerca de lo que debía hacerse para aliviar la peligrosa situación del mundo.
Pero, ¿quién es Henry Kissinger? Henry Alfred Kissinger nació en Fürth, Alemania, el 27 de mayo de 1923, y a la edad de quince años emigró a los EEUU con su familia, de origen judío, donde se convirtió en uno de los hombres más influyentes del país. Se ha distinguido por su participación en diversas conspiraciones políticas para derrocar regímenes socialistas en Latinoamérica y por promover guerras con fines imperialistas y económicos.
En los años cincuenta, David Rockefeller, uno de los hombres más poderosos del mundo, le facilitaría la llave de acceso al círculo de los elegidos y poco después entró en el Pentágono.
David Rockefeller, nacido en 1915, lo cual quiere decir que ya ha superado los 100 años, es un banquero y hombre de negocios estadounidense y patriarca de la conocida y todopoderosa familia Rockefeller, ya que es el único hijo vivo de John D. Rockefeller Jr.. Además, es nieto del multimillonario magnate petrolífero John D. Rockefeller, fundador de Standard Oil.
Sus cinco hermanos, ya fallecidos, fueron Abby, John D. Tercero, Nelson, Laurance y Winthrop. Kissinger ha trabajado con los presidentes John F. Kennedy, Richard Nixon, Henry Ford, Jimmy Carter y George Walker Bush, sirviendo a la oligarquía financiera, en especial a David Rockefeller. En 1973 increíblemente recibió el Premio Nobel de la Paz junto a su interlocutor vietnamita Le Duc Tho, por los acuerdos alcanzados para poner fin a la guerra de Vietnam. Ese mismo año participó activamente en los golpes de estado de Chile y Uruguay. En Chile, se le acusa además de haber organizado la denominada Operación Cóndor, un plan sistemático para hacer desaparecer los opositores y dirigido a combatir el comunismo en Latinoamérica.
Durante el encuentro que Henry Kissinger mantuvo con Augusto Pinochet en Santiago de Chile, el 8 de junio de 1976, el estadounidense le dijo al general: «En EEUU tenemos simpatía por lo que usted intenta hacer aquí. Creo que el Gobierno anterior se dirigía hacia el comunismo. Le deseamos lo mejor».
Lo peor es que Kissinger sabía lo que estaba ocurriendo en el país pues acababa de enviar un informe al presidente Ford informándole de la práctica de la tortura en Chile como si se tratara de algo natural. Y añadía que el nuevo poder estaba arreglando el problema de la expropiación de las compañías norteamericanas: «Nos interesa claramente la supervivencia de la Junta, a la que debemos dar nuestro apoyo discreto pero firme», añadía su documento. Existen numerosas iniciativas que persiguen su procesamiento ante instancias judiciales internacionales, así como la retirada de su premio Nobel. Algunos magistrados han intentado sin éxito sentar a Kissinger en el banquillo de los acusados por sus numerosos crímenes contra la Humanidad.
Existe una organización en Estados Unidos que es un pasaporte de entrada en la Administración del Estado norteamericano. Se trata del Consejo de Relaciones Exteriores (CFR). En 1961, la revista Christian Science Monitor, editada por uno de los miembros de la Mesa Redonda, reconocía que «casi la mitad de los integrantes del Consejo de Relaciones Exteriores ha sido invitada a asumir posiciones oficiales de gobierno o a actuar como consultores en un momento u otro».
Lo cierto es que, desde la década de 1930 hasta finales de 2004, todos los Secretarios de Estado norteamericanos, incluyendo Colin Powell, han sido miembros del Consejo de Relaciones Exteriores, al igual que 14 de los 16 secretarios de Defensa que se sucedieron a partir de la presidencia de Kennedy, incluyendo también a Donald Rumsfeld.
De los 20 secretarios del Tesoro desde la presidencia de Eisenhower, 18 han pertenecido al mismo grupo, e idéntica filiación hay que buscar en todos los directores de la CIA desde la presidencia de Johnson, así como en la práctica totalidad de los embajadores estadounidenses ante la ONU y de los presidentes de la Reserva Federal durante el último medio siglo.
Desde la presidencia de Truman, todos los presidentes estadounidenses, salvo Ronald Reagan, surgieron de la misma cantera. No es extraño que uno de los eslóganes del CFR sea: «No importa quién gane, demócratas o republicanos: siempre gobernamos nosotros». Para comprender el profundo calado de la trama de las sociedades secretas actual hay que tener en cuenta las ideas de un profesor de la Universidad de Oxford, el masón británico John Ruskin. Desde su cátedra de Bellas Artes propugnaba la orientación hacia un nuevo imperialismo que debía fundarse en el deber moral y la reforma social.
El nuevo sistema ideológico-estratégico del profesor Ruskin propugnaba la unión del Reino Unido y los EEUU bajo el mismo prisma imperial, que condicionaría el futuro de todos los pueblos del mundo bajo la hegemonía anglosajona. Según las investigaciones del escritor inglés David Icke, «John Ruskin, el hombre que inspiró a Cecil Rhodes, Alfred Milner y a todos aquellos que formaron la sociedad secreta de la Mesa Redonda, estaba influido por los escritos esotéricos del filosofo griego Platón y de madame Blavatsky (fundadora de la Sociedad Teosófica), los libros de lord Edward Bulwer-Lytton y las sociedades secretas del tipo de la Orden de la Aurora Dorada (Golden Down)».
Ruskin aseguraba que leía la República de Platón a diario e interiorizó el concepto platónico de sociedad perfecta estructurada por el liderazgo de una clase dirigente, situada sobre el resto de la población.
Los fundadores del comunismo, Marx y Engels, también fueron apasionados lectores de Platón y se hicieron eco de esta visión de Ruskin. La teoría de Ruskin se completaba con la imposición de un control estricto del Estado por parte de un dictador o de una clase dirigente especial: «Mi objetivo constante ha sido mostrar la superioridad eterna de algunos hombres sobre los otros, a veces de un hombre sobre el resto». Su discípulo más aventajado fue el también masón Cecil Rhodes (1853-1902), que asimiló y propagó esta teoría. Cecil Rhodes fue el primer gran magnate de nuestra era. En 1871 viajó a Sudáfrica con el fin de invertir en el cultivo del algodón. Pero al enterarse de que se había descubierto en la zona un yacimiento de diamantes, dedicó todo su dinero y esfuerzos en la explotación de esa mina.
A partir de entonces acaparó todas las licencias de explotación que pudo, no sólo de diamantes, sino también de oro, y empezó a tener un gran poder. Se convirtió en el primer ministro de Ciudad del Cabo y usó y abusó de esa posición para promulgar leyes que favorecieron sus negocios y dejaron totalmente desprotegidos a los nativos de la zona.
La fuerza que consiguió fue tal, que propició el avance imperialista británico en toda África. Lo llamativo de este asunto es que Rhodes estuvo ligado a la sociedad secreta norteamericana Skull & Bones, así como a la American Eugenics Society (Sociedad Americana de Eugenesia), que se encargó de difundir la propaganda británica para el libre comercio y la reducción de la población no blanca. Esta Sociedad Americana de Eugenesia creó vínculos fortísimos con la Alemania de Hitler, lo que explicaría en parte el financiamiento de ésta por parte de los Bush y los Harriman.
Cecil se convirtió, además, en el padre de las sociedades secretas modernas, originadas en las Mesas Redondas a partir del año 1851. Entre 1910-1915 los grupos de la Mesa Redonda se extendieron por Gran Bretaña, Sudáfrica, Canadá, Nueva Zelanda, Australia, India, y los Estados Unidos. Las Mesas Redondas, creadas a partir de los Illuminati y la francmasonería, se estructuraban en una jerarquía piramidal de círculos internos y externos. Al primero se le llamaba «Círculo de los Iniciados o los Electos». Los financieros británicos Lord Milner, alto comisionado en Sudáfrica, y Lord Victor Rothschild, pertenecían a este círculo interno. Lord Victor Rothschild puso su dinero al servicio del establecimiento de las sociedades de la Mesa Redonda, bautizada así en honor al Rey Arturo y sus caballeros.
Según el doctor John Coleman, ex agente del servicio de inteligencia británica, con la riqueza obtenida del control del oro, los diamantes y el narcotráfico «los miembros de la Mesa Redonda avanzaban en abanico por el mundo para hacerse con el control de las políticas fiscales y monetarias y el liderazgo político en todos los países donde operaban». Coleman continúa explicando que «la Mesa Redonda, por sí misma, es un laberinto de compañías, instituciones, bancos y sistemas educativos que necesitaría el trabajo de un año para esclarecer su estructura».
En su testamento, Rhodes exigió «el establecimiento, promoción y desarrollo de una sociedad secreta cuyo verdadero fin y objetivo sea la prolongación del gobierno británico en el mundo (…) para recuperar finalmente los Estados Unidos de América». Según el profesor Carroll Quigley, que fue mentor académico del ex presidente Bill Clinton, la organización de la Mesa Redonda, que proclamaba la paz como su gran objetivo, pudo haber impulsado directamente el desarrollo de la bomba atómica. A la muerte de Rhodes, en 1902, los banqueros Milner, Rothschild y sus socios tomaron el control absoluto de las Mesas Redondas, que empezaron a expandirse más allá del Imperio Británico. Tras la firma del Tratado de Versalles al final de la Gran Guerra (1919), las Mesas Redondas se transformaron en el Royal Institute of International Affairs (RIIA) británico y el Council on Foreign Relations (CFR) americano. Posteriormente resurgieron en otros países con otros nombres. Según Donald Gibson, autor de Wealth, Power, and the Crisis of Laissez Faire Capitalism: «el Royal Institute of International Affairs se creó para perpetuar el poder británico en el mundo y ayudó a crear el Council Foreign Relations como parte de un esfuerzo de la clase alta británica de vincular sus intereses políticos exteriores a los de Estados Unidos». David Icke concreta aún más esta afirmación, diciendo: «La supuesta “relación especial” entre Gran Bretaña y Estados Unidos es, de hecho, la relación entre el RIIA y el CFR». Otras de la funciones del RIIA era la de guiar a la opinión pública hacia la aceptación de la globalización. Entre los miembros del RIIA destacan, entre otros, el masón Lord Rothschild, el historiador Arnold Toynbee, Lord Esher o Lord Milner, que mantenían el contacto por carta y a través de la revista cuatrimestral La Mesa Redonda, fundada en 1910.
Entre otras ayudas, la creación del Royal Institute of International Affairs contó con la financiación de Sir Abraham Bailey, conocido como Abe Bailey y que era un magnate de diamantes de Sudáfrica, político, financiero, así como de la familia Astor, fundada por John Jacob Astor (1763 – 1848), de origen alemán, que fue el primer millonario de los EE. UU. La familia Astor era propietaria del prestigioso periódico The Times, que entonces era el diario más influyente del mundo. Tanto el RIIA como el CFR fueron fundados por el Coronel Edward Mandell House, consejero del presidente Woodrow Wilson, así como por los banqueros James Paul Warburg y Bernard Baruch, entre otros. Infiltrado por los Illuminati, el Imperio británico fue el primero que se planteó su expansión sin necesidad de ocupar y administrar grandes espacios geográficos contiguos, tal como habían hecho sus predecesores, como el imperio español. Mantener la expansión tradicional resultaba muy cara en dinero, hombres y esfuerzos por parte de la metrópoli, que, al cabo de poco tiempo, no tenía más remedio que empezar a reclutar extranjeros para los puestos de cierta responsabilidad y, a largo plazo, terminaba por agotarse y perder las posesiones. Los británicos prefirieron hacerse con pequeños y determinados puntos estratégicos a lo largo y ancho del planeta, salvo en casos excepcionales como la India, conocida como «la joya del Imperio», a fin de establecer y consolidar una red comercial y de influencias global, con muy buenas comunicaciones gracias a su poderosa flota. Al parecer, la sociedad secreta utilizada por los Illuminati para conseguir una exitosa expansión colonial fue la Round Table o Mesa Redonda, registrada en febrero de 1891, aunque en realidad llevaba varios decenios operando. Por ejemplo, comprando las acciones de la compañía del canal de Suez a través de la casa Rothschild y cediéndolas después de manera formal a la corona británica. Su fundador, tal como hemos dicho antes, fue Cecil Rhodes. Entre los miembros principales de esta sociedad organizada según los modelos de la orden jesuita y de la masonería, figuran los Rothschild, lord Alfred Milner (1854 – 1925), ardiente defensor de la política imperialista británica, y lord Albert Grey, que fue Gobernador General británico en Canadá, entre otros miembros. Su objetivo declarado era «llevar la civilización anglosajona a todos los confines del mundo» y, a cambio, hacerse con todas las riquezas que se hallaran. La influencia de esta organización fue tan notable que incluso aparece reflejada en la novela El hombre que pudo reinar, uno de los relatos más populares de Rudyard Kipling.
Sara Millin, biógrafa de Cecil Rhodes, afirma que «su deseo primario era gobernar el mundo», aunque parece claro que no buscaba solo un dominio personal, ya que en su testamento asignará una cantidad de dinero específica para fomentar «la extensión de la autoridad británica a través del mundo, […] la fundación de un poder tan grande como para hacer las guerras imposibles y promover así los intereses de la humanidad». Es decir, para que continuara la campaña de conquista del planeta, aunque él no estuviera ya para dirigirla personalmente. Por cierto, la mayor parte de su herencia la legó al financiero lord Rothschild. Para proteger mejor sus intereses a través de diversas alianzas con otros poderes políticos y económicos, especialmente en los Estados Unidos, la misma cúpula directiva de la Mesa Redonda instituyó en 1919, poco después de la primera guerra mundial, el RIIA o Royal Institute of International Affairs (Real Instituto de Asuntos Internacionales). Su fundación oficial recayó en el coronel Mandell House, consejero del presidente norteamericano Woodrow Wilson, en una reunión que mantuvo en el hotel Majestic de París con un grupo de importantes personajes anglosajones de ambos lados del Atlántico. Para hacer honor a los deseos de unificación de todas las culturas del planeta, muchos de sus miembros se fueron enrolando en otras sociedades que surgieron a lo largo del siglo XX. Por ejemplo, el director del RIIA a mediados de los años ochenta, Andrew Schonfield, era también miembro destacado de la Comisión Trilateral y del Club Bilderberg. Otro de los miembros de la organización, Edward Heath, prosperó hasta convertirse en primer ministro del Reino Unido, momento en el que empleó a Nathaniel Víctor Rothschild como jefe de «un grupo de expertos encargado de examinar los planes políticos del gobierno y aconsejar su forma de actuación». Cuando dejó la política, Heath fue, a su vez, contratado por la banca internacional Hill Samuel.
El equivalente del RIIA en Estados Unidos es el CFR o Council on Foreign Relations, que comenzó sus trabajos oficiales en 1921, gracias al mismo Mandell House y a un pequeño grupo de importantes personajes, entre las que figuraban los hermanos John y Allen Foster Dulles, el primero secretario de Estado y el segundo director de la CIA, el periodista Walter Lippmann y el banquero millonario Otto H. Kahn. En sus primeros estatutos se autodefinían como «un grupo de estudios» cuyo objetivo era promover un «diálogo permanente» sobre «las cuestiones internacionales de interés para Estados Unidos». El CFR publica la más influente revista de política internacional, Foreign Relations. Además de las cuotas de sus miembros, el grupo se financia con aportaciones de las más poderosas compañías norteamericanas, incluyendo a grupos bancarios como los Morgan, Rockefeller y Warburg, o fundaciones como las de Ford y Carnegie. En uno de sus estudios publicado en noviembre de 1959, el CFR ya abogaba por la construcción «de un nuevo orden internacional, que refleje las aspiraciones mundiales por la paz, el cambio social y el económico, […] incluyendo a los estados que se llaman a sí mismos socialistas [en referencia a los comunistas]». El CFR, o alguno de sus miembros, aparece en todos los acontecimientos políticos, económicos y sociales de importancia del siglo XX: desde la fundación de la ONU y la OTAN, hasta la puesta en marcha del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, pasando incluso por el apoyo político y logístico para la creación de la Unión Europea y la estrategia de acoso y derribo del bloque soviético. Su penúltima gran estrategia, según reflejan sus propios documentos, fue el impulso, desde principios de los años setenta hasta la actualidad, de una auténtica «ola de democracia» en todo el planeta. Esto en principio es muy positivo. Pero entendiéndola como el «único sistema posible», ha llevado a intentar exportarla sin la previa educación ciudadana en países cuyas culturas ancestrales se alejan profundamente de la idea democrática, como en algunas tradiciones musulmanas, africanas o asiáticas. Eso ha generado tensiones importantes en forma de desestabilización y guerras constantes. La estrategia actual, según diversos especialistas, es la de «privatización y concentración», basada en lograr que los gobiernos nacionales se desprendan de sus grandes empresas. Las multinacionales compran esas empresas y concentran su poder en diversos sectores: cada vez en menos manos.
Todas las grandes organizaciones promotoras de los ideales mundialistas o globalizadores han surgido en torno a la labor de algún importante personaje que ha actuado desde dentro del poder, pero sin aparecer nunca en primera fila. Son muchos los investigadores que sospechan que estos personajes tienen una filiación Illuminati. Si Rhodes fue el fundador principal de la Mesa Redonda, y el coronel Mandell House ejerció idéntico papel con el RIIA y el CFR, el Club Bilderberg debe su nacimiento al polaco Joseph Retinger. Pocos ciudadanos han oído hablar de Joseph Retinger. Sin embargo, cuando murió en 1960, el príncipe Bernardo de Holanda, primer Presidente del Club Bilderberg, le rindió homenaje en su funeral con estas significativas palabras: «Conocemos numerosos personajes notables, […] admirados y festejados por todos, y nadie ignoró su nombre. […] Existen sin embargo otros hombres cuya influencia es todavía mayor, incidiendo con su personalidad en el tiempo en que viven aunque no sean conocidos más que por un restringido círculo de iniciados. Retinger fue uno de éstos». Nacido en Cracovia (Polonia) en 1888 y educado por un miembro de la Sociedad Fabiana, movimiento socialista británico, Retinger fue iniciado en la masonería de Suecia. A través de su amistad con el coronel Mendell House, trabajó para la Mesa Redonda y el CFR, y realizó diversos viajes por Europa y América, donde se relacionó con las más altas esferas sociales, políticas y diplomáticas. En México fue uno de los principales impulsores de la fundación del partido que se convertiría en principal referente de la izquierda moderada, el PRI (Partido Revolucionario Institucional), y, comisionado por éste, negoció como diplomático con el Vaticano. Tras colaborar con el gobierno polaco en el exilio durante la segunda guerra mundial, en 1947 apoyó al político belga Paul-Henri Spaak en sus primeros pasos hacia la constitución del Mercado Común Europeo. Un año después organizó el Congreso de Europa, del cual emergería la institución que hoy conocemos como Consejo de Europa. En 1954 concentró a muchos de los más importantes financieros y políticos del momento en el hotel Bilderberg de la localidad holandesa de Oosterbeck, para «animarlos a trabajar en favor de la comprensión y la unión atlántica». Los asistentes a este encuentro quedaron tan satisfechos de los resultados que bautizaron al grupo con el nombre del hotel y decidieron reunirse cada año a partir de entonces, otorgando la primera presidencia a su entonces anfitrión, el príncipe Bernardo, esposo de la reina Juliana de Holanda y acaudalado accionista, entre otras, de la Société Générale de Belgique, banco ligado a la casa Rothschild, además de importante representante de la Royal Dutch Petroleum, integrada en la Shell.
Entre los principales miembros del selecto Club encontramos a los Rockefeller, los Carnegie, los Ford, la banca Kuhn, Loeb & Company, los Warburg, los Lazard, George Soros… y los Rothschild. Las reuniones del Club Bilderberg son secretas y se organizan anualmente en un hotel distinto de cualquier lugar del mundo, siempre que sea de gran lujo, esté ubicado en una localidad pequeña y tranquila, y se encuentre protegido con medidas extremas de seguridad. En realidad, el gobierno anfitrión es el que se responsabiliza de la seguridad de los asistentes, que no están obligados a seguir las normas legales para entrar y salir del país. Pero no todos los asistentes al seminario anual del Club Bilderberg tienen el mismo nivel. Todos juran antes de cada reunión que nunca hablarán del contenido de sus discusiones, pero se sabe que en ellas se analiza exhaustivamente la situación del mundo y se fija una estrategia conjunta de actuación. Hasta 2011 el grupo estuvo presidido por el vizconde Etienne Davignon, político y empresario belga, propietario de casi todas las empresas eléctricas de Bélgica, así como de uno de sus bancos principales. Henri de La Croix de Castries es un empresario y gerente francés, presidente de la aseguradora AXA. Desde 2011 es presidente del Grupo Bilderberg. Tras él encontramos una larga lista de financieros, industriales, políticos, directivos de multinacionales, ministros de Finanzas, representantes del Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio y el FMI, ejecutivos de medios de comunicación y dirigentes militares, así como miembros de algunas casas reales europeas, como la reina Beatriz de Holanda o el príncipe Felipe de Bélgica, lodos los presidentes estadounidenses. desde Eisenhower, han sido miembros del Club Bilderberg. Otros miembros conocidos del Club Bilderberg son el ex presidente de la comisión Europea Romano Prodi y su sucesor José Durao Barroso, el ex gobernador del Banco Central Europeo, Jean Claude Trichet; el ex primer ministro británico, Tony Blair; el ex responsable de la política exterior de la UE, Javier Solana; o el ex secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger, entre otros. Dennis Healy, uno de los fundadores del Club Bilderberg, explicó en una ocasión que sus miembros «no se dedican a establecer la política mundial, sino que se limitan a debatir las grandes líneas a seguir con las personas que las hacen realidad». El caso es que existe una larga serie de coincidencias entre los asistentes a sus reuniones y su ascensión al poder. Por ejemplo, Pedro Sánchez, del PSOE español, parece que asistió invitado a la última reunión del Club, en 2015, aunque él lo negase. Tal vez será el nuevo presidente del gobierno español.
El ex presidente norteamericano Bill Clinton ganó las elecciones justo después de asistir a la reunión del club en 1991. Al británico Tony Blair le sucedió lo mismo que a Clinton, ya que acudió a la reunión de 1993 y en julio de 1994 alcanzó la presidencia del Partido Laborista. En mayo de 1997 era elegido primer ministro del Reino Unido. El italiano Romano Prodi fue invitado del grupo en 1999 y alcanzó la presidencia de la Comisión Europea en septiembre del mismo año. En la OTAN, George Robertson estuvo en el encuentro de 1998 y al año siguiente fue nombrado secretario general de la Alianza Atlántica. El investigador Santiago Camacho, en su libro Las cloacas del imperio, explicó que en 2004, entre los invitados de diversos países, figuraba Trinidad Jiménez, del PSOE. Poco después el PSOE ganó las elecciones generales, y José Luis Rodríguez Zapatero se convertía inesperadamente en presidente del gobierno español. Pero de la misma manera que se alcanza, se pierde el poder. Varios autores afirman que todas las instituciones europeas modernas que trabajan en pro de la unidad política del viejo continente fueron diseñadas y materializadas por miembros del Club Bilderberg. Y si alguien intenta entorpecer el proceso de integración, se le aparta. Un ejemplo lo tenemos cuando los diarios del mundo especularon, a inicios de 2002, con la posibilidad de que Estados Unidos desatara una segunda guerra contra el régimen de Sadam Husein en Irak durante el verano de aquel mismo año. La Casa Blanca, presidida por George Bush, insistía con argumentos como el de la existencia de armas de destrucción masiva. En junio de 2002, American Free Press publicó que en la última reunión del Club Bilderberg se había decidido retrasar la guerra hasta marzo de 2003 por razones no explicadas. La noticia coincidió con el tira y afloja internacional que se desató entonces respecto al envío de inspectores de la ONU en busca de las supuestas y terribles armas. Y, en efecto, al tercer mes del año siguiente, no antes, se desató la operación militar que originó la caída definitiva de Husein. David Rockefeller, uno de los socios más respetados del Club Bilderberg, anunció en su día que «el más íntimo deseo de sus miembros era configurar una soberanía supranacional de la élite intelectual y los bancos mundiales, que es seguramente preferible a la autodeterminación nacional practicada en siglos pasados».
Con respecto a la Comisión Trilateral, el que fue senador el que fue senador norteamericano Barry Goldwater, en su libro Sin disculpas, acusaba directamente a este grupo de querer hacerse con el control del mundo, utilizando medios ilegítimos. Según sus propias palabras, «ha sido diseñado para convertirse en el vehículo de la consolidación multinacional de los intereses comerciales y bancarios a través del control político del gobierno de Estados Unidos». La Comisión Trilateral seguiría el esquema de los círculos concéntricos utilizado por los Illuminati, La misión oficial de sus miembros sería la de realizar análisis políticos, sociales y económicos sobre la evolución futura de la humanidad, sugiriendo líneas de actuación a seguir. El hombre clave de la Comisión Trilateral fue un norteamericano de origen polaco, Zbigniew Brzezinski, que en 1970 publicó Entre dos épocas, un ensayo en el que esbozaba la idea de la necesaria cooperación entre los tres grandes bloques económicos surgidos en Occidente durante la segunda mitad del siglo XX: el norteamericano, formado por Estados Unidos y Canadá; el europeo, representado por la UE, y el creciente imperio japonés. Trazando los límites de estas zonas se obtiene un gran triángulo, de donde viene el nombre de Comisión Trilateral. La organización nació en 1973 para hacer realidad las sugerencias de Brzezinski «sensibilizando a los gobiernos y dirigentes sobre la necesidad de mantener sociedades abiertas y allanar las barreras entre los países capitalistas, comunistas y subdesarrollados, así como redefiniendo el crecimiento mundial en un marco de economía de libre mercado». La sede y la dirección general se encuentran en Nueva York, aunque cada una de las tres áreas posee su propio presidente regional. Cabe destacar, por otra parte, que el mentor de Brzezinski fue desde un principio, al igual que con Kissinger, David Rockefeller. Los miembros de la comisión son grandes multinacionales, asociaciones patronales, bancos internacionales, líderes de sindicatos, políticos importantes, responsables de medios de comunicación, etc. Entre estos miembros han figurado, en algún momento, el ex presidente norteamericano James Carter; el patrón de la FIAT, Giovanni Agnelli; el presidente de la banca Rothschild Frères, Edmond de Rothschild, y el presidente de Sony, Akio Morita.
Brzezinski publicó un segundo libro de interés, La Era tecnotrònica, que proponía quince puntos muy concretos para avanzar en los objetivos de la Trilateral. Muchos de ellos, si no todos, parecen extraídos del plan original de los Illuminati. Entre estos puntos tenemos la limitación de las funciones de los parlamentos, aumentando a cambio el poder de presidentes y gobiernos; subordinación de los anteriores al Comité Político de la Trilateral; limitación de la libertad de prensa; introducción de una tarjeta de identidad válida para todos los estados; proceso electoral completamente financiado por el Estado; incremento de los impuestos a la clase media; legalización progresiva de los inmigrantes ilegales; y un nuevo orden económico mundial. Wilhelm Reich (1897 – 1957) fue un inventor, postulador de la teoría del orgón, o fuerza vital universal, médico, psiquiatra y psicoanalista austriaco-estadounidense de origen judío. Fue miembro de la Sociedad Psicoanalítica de Viena, siendo inicialmente discípulo de Freud. Sin embargo, sus teorías se independizaron más tarde del psicoanálisis institucional. De sus estudios de Freud, los puntos que más le interesaron fueron el inconsciente, la neurosis y la libido. Fue también un filósofo que trató de lograr la síntesis entre el marxismo y el psicoanálisis, mientras que algunos lo califican como uno de los pensadores más «lúcidos y revolucionarios» del siglo XX, cuyos libros fueron quemados. Otros aseguran que sus ideas y teorías bien podrían catalogarse como delirios. Fue expulsado de los círculos comunistas y de la escuela psicoanalítica por lo radical de sus planteamientos. Asimismo fue perseguido por los nazis en Alemania por su libro Psicología de masas del fascismo. Fue expulsado de Dinamarca y Noruega por presiones del gobierno nazi, y, finalmente, juzgado en Estados Unidos durante la Caza de Brujas del Senador McCarthy, donde se le diagnosticó esquizofrenia progresiva, siendo lanzados sus manuscritos a la hoguera, cual moderna Inquisición, en el Incinerador Gansevoort de Nueva York, el 23 de octubre de 1956. Un año después, Reich murió en la cárcel de un ataque al corazón, curiosamente un día antes de apelar su sentencia.
Wilhelm Reich, en su libro Contacto con el Espacio, nos deja estas extrañas frases: “¿Soy un extraterrestre? ¿Pertenezco a una nueva raza en la Tierra, criado por hombres del espacio exterior en abrazos con mujeres de la Tierra? ¿Mis hijos son vástagos de la primera raza interplanetaria? ¿El crisol de la sociedad interplanetaria ya ha sido creado en nuestro planeta, como el crisol de todas naciones de la Tierra se estableció en los USA hace 190 años? ¿O esta idea se relaciona con las cosas a venir en el futuro?. Pido mi derecho y privilegio de tener tales ideas y hacer tales preguntas sin ser amenazado de ser encarcelado por cualquier agencia administrativa de la sociedad. Ante una jerarquía de censura científica rígida, doctrinaria, auto-elegida y lista para matar, parece tonto divulgar tales ideas. Cualquiera lo suficientemente maligno podría hacer cualquier cosa con ellas. Todavía el derecho de estar equivocado tiene que ser mantenido. No deberíamos temer a entrar en un bosque porque hay gatos monteses por ahí en los árboles. No deberíamos ceder nuestro derecho a la especulación bien controlada. Es a ciertas preguntas implicadas en tal especulación a lo que los administradores del conocimiento establecido temen. Pero al entrar en la edad cósmica debemos insistir ciertamente en el derecho a preguntar nuevas preguntas, incluso las preguntas tontas, sin ser molestados“. El 27 de abril de 1961, el entonces presidente John F. Kennedy, en un discurso dirigido a los periodistas, pronunció unas sorprendentes palabras «La misma palabra “secreto” es repugnante en una sociedad libre y abierta; y somos un pueblo que se opone intrínseca e históricamente a las sociedades secretas, a los juramentos secretos y a los procedimientos secretos. Decidimos hace tiempo que los peligros de la excesiva e injustificada ocultación de hechos pertinentes hacen crecer dichos peligros, a los que sólo se recurre como justificación». Tal vez en este párrafo tengamos alguna de las claves de su asesinato. Epicteto, filósofo romano y antiguo esclavo, nos dice que «no debemos creer a los muchos que dicen que sólo se ha de educar al pueblo libre, sino a los filósofos que aseguran que sólo los cultos son libres». Por otro lado, Benjamin Disraeli, Primer Ministro de Gran Bretaña en 1867, en su novela Coningsby (1844) escribió lo siguiente: «El mundo está gobernado por personajes que no pueden ni imaginar aquellos cuyos ojos no penetran entre los bastidores».
Hijo del escritor y erudito Isaac D’Israeli, Benjamín Disraeli formaba parte de una familia tradicional judía sefardí de origen italiano. Sus antepasados, de hecho, habían sido expulsados de España en 1492. Sin embargo, fue bautizado junto a todos sus hermanos en la Iglesia Anglicana a la edad de 13 años, convirtiéndose de este modo al cristianismo. Tras la tribuna política internacional existen organizaciones secretas que interactúan entre sí para instaurar un Nuevo Orden Mundial. Esta expresión aparece en el billete de dólar americano, pero en la actualidad se traduce como el nuevo mundo globalizado. La élite actual, a través del Club Bilderberg, la ha heredado de los Illuminati de Baviera, una orden secreta creada en 1776, cuya finalidad era dominar todo el planeta. El Club Bilderberg, tanto por su ámbito de acción como por la identidad de sus miembros, así como por el alcance de sus objetivos, es la alianza secreta de mayor alcance del mundo. El Club Bilderberg ha instaurado un gobierno invisible, que se extienden como los tentáculos de un pulpo por todos los rincones del planeta. Es el Gran Hermano retratado con gran clarividencia por George Orwell en sus magníficas e inquietantes obras, Rebelión en la granja y 1984. También Aldous Huxley introduce su visión sobre este tema en su libro Un mundo feliz, así como también lo podemos observar en el libro Fahrenheit 451, de Ray Bradbury. Rebelión en la granja es una novela satírica del escritor y periodista británico George Orwell (1903 – 1950). Publicada en 1945, la obra es una fábula mordaz sobre cómo el régimen soviético de Iósif Stalin ha corrompido el socialismo. En la ficción de la novela, un grupo de animales de una granja expulsa a los humanos tiranos y crea un sistema de gobierno propio, que, a su vez, acaba convirtiéndose en otra tiranía brutal. Orwell, un socialista democrático y durante muchos años miembro del Partido Laborista Independiente, fue un crítico de Stalin. La novela fue escrita durante la Segunda Guerra Mundial y, aunque publicada en 1945, no comenzó a ser conocida por el público hasta finales de la década de 1950.
Además, la obra constituye un análisis de la corrupción que puede surgir tras conseguirse un poder absoluto, a cualquier nivel. Así, la obra posee un doble nivel de interpretación posible, por lo que su mensaje puede trascender el caso particular del régimen soviético. Rebelión en la granja está considerada como una de las más demoledoras fábulas acerca de la condición humana. Lejos de la intención de Orwell, que pretendía con esta alegoría, al igual que con su siguiente novela, 1984, publicada en 1949, denunciar a los totalitarismos nazi y soviético, el libro fue utilizado, sobre todo en los Estados Unidos, como propaganda en contra del comunismo en general. 1984 (en su versión original en inglés: Nineteen Eighty-Four) es una novela política de ficción distópica, o literatura apocalíptica, escrita por George Orwell entre 1947 y 1948 y publicada el 8 de junio de 1949. La novela introdujo los conceptos del omnipresente y vigilante Gran Hermano, de la famosa habitación 101, un espacio de tortura donde los sospechosos son sometidos a aquello que les causa más terror, así como el concepto de la ubicua policía del Pensamiento y de la neolengua, adaptación del inglés en la que se reduce y se transforma el léxico con fines represivos, basándose en el principio de que lo que no forma parte de la lengua, no puede ser pensado. Muchos analistas detectan paralelismos entre la sociedad actual y el mundo de 1984, sugiriendo que estamos comenzando a vivir en lo que se ha conocido como sociedad orwelliana, una sociedad donde se manipula la información y se practica la vigilancia masiva y la represión política y social. El término «orwelliano» se ha convertido en sinónimo de las sociedades u organizaciones que reproducen actitudes totalitarias y represoras como las representadas en la novela. La novela fue un éxito en términos de ventas y se ha convertido en uno de los más influyentes libros del siglo XX. Se le considera como una de las obras cumbre de la trilogía de las distopías de principios del siglo XX, junto a los libros Un mundo feliz, de Aldous Huxley, y Fahrenheit 451, de Ray Bradbury.
Un mundo feliz (Brave New World) es la novela más famosa del escritor británico Aldous Huxley, publicada por primera vez en 1932. La novela anticipa el desarrollo en tecnología reproductiva, los cultivos humanos y la hipnopedia, proceso de aprendizaje a través del sueño que padecen los sujetos durante la niñez, que, combinadas, cambian radicalmente la sociedad. El mundo aquí descrito podría ser una utopía, aunque irónica y ambigua. La humanidad que se muestra es desenfadada, saludable y avanzada tecnológicamente. La guerra y la pobreza han sido erradicadas, y todos son permanentemente felices. Sin embargo, la ironía es que todas estas cosas se han alcanzado tras eliminar muchas otras cosas, como la familia, la diversidad cultural, el arte, el avance de la ciencia, la literatura, la religión y la filosofía. El choque cultural que resulta cuando un personaje no alienado, llamado el «Salvaje», es llevado a la sociedad del «Mundo Feliz», provee una excusa para que Huxley compare los valores de la sociedad del Mundo Feliz con los nuestros y señala los mayores defectos de esta sociedad del Mundo Feliz. El punto clave de carácter moral del libro gira alrededor de dos problemas diametralmente opuestos. El primero, y el más obvio, es que para asegurar una felicidad continua y universal, la sociedad debe ser manipulada, la libertad de elección y expresión se debe reducir, y se ha de inhibir el ejercicio intelectual y la expresión emocional. Los ciudadanos son felices, pero John el Salvaje considera que esta felicidad es artificial y «sin alma». En una escena crucial discute con otro personaje, el Interventor Mundial de Europa Occidental, Mustafá Mond, sobre el hecho de que el dolor y la angustia son parte tan necesaria de la vida como la alegría, y que sin ellos, poniéndolo en perspectiva, la alegría pierde significado alguno. El segundo problema presentado en la novela es que la libertad de elección, la inhibición de la expresión emocional y la búsqueda de ideas intelectuales resultan en la ausencia de la real felicidad. Este problema se muestra en principio a través del personaje de Bernard Marx, pero también a través del comportamiento de John el Salvaje en las fases finales de la novela.
Incapaz de suprimir por completo su deseo hacia Lenina, que considera inmoral, y preso del remordimiento por ser incapaz de expresar su dolor ante la muerte de su madre, busca aislarse de la sociedad. En el último capítulo, Bernard Marx y su amigo Helmholtz Watson se van al exilio en las islas, pero no se permite al Salvaje ir con ellos. En cambio, encuentra un viejo faro en la zona rural de Inglaterra y se establece allí. Intenta iniciar una nueva vida como un ermitaño, incluyendo un régimen de mortificación de la carne y autoflagelación. Desafortunadamente, al ser ahora una celebridad, es acosado constantemente por los paparazzi. Finalmente, después de un vídeo de él auto flagelándose, los visitantes llegan en mayores cantidades, entre ellos Lenina, y sucumbe a una orgía de sexo y soma. A la mañana siguiente, presionado por el dolor, el remordimiento y la desesperación, se suicida. En otros temas, el libro ataca la producción del ensamblaje en línea como humillante, así como la liberación de la moral sexual, calificándola como una afrenta contra el amor y la familia. También ataca el uso de eslóganes, el concepto de un gobierno centralizado, y el uso de la ciencia para controlar los pensamientos y acciones de la gente. Huxley ataca a la sociedad consumista y capitalista. En la novela, el fundador legendario de esta nueva sociedad fue Henry Ford, el fabricante de automóviles y creador del sistema de la línea de montaje. De hecho Ford es el dios de esta nueva sociedad. La letra T, una referencia al Modelo T de Ford, ha reemplazado la Cruz cristiana como un símbolo casi religioso. El título del libro es una cita de Miranda en el acto V de la obra La Tempestad de William Shakespeare, cuando ella conoce por primera vez otra gente diferente a su padre. John el Salvaje es un fanático de Shakespeare, lo cual lo ubica en un rango superior a la mayoría de la distópica humanidad de Huxley. Al igual que la mayoría del pasado artístico y de los logros culturales, las obras de Shakespeare son archivadas y desconocidas en esta sociedad, excepto por los controladores mundiales.
Fahrenheit 451 también es una novela distópica, publicada en 1953 por el escritor estadounidense Ray Bradbury. El título hace referencia a la temperatura en la escala de Fahrenheit (°F) en la que el papel de los libros se inflama y arde, equivalente a 232,8 ºC. La película homónima de 1966, basada en dicha novela, fue dirigida por François Truffaut. Años después Michael Moore, cineasta documentalista y escritor estadounidense conocido por su postura progresista y su visión crítica hacia la globalización, utilizó ese título, transformado, para uno de sus documentales, algo por lo que Bradbury protestó. La trama de Fahrenheit 451 gira en torno a Montag, un bombero encargado de quemar los libros por orden del gobierno. Todo cambia cuando conoce a Clarisse, una chica que le genera dudas sobre su felicidad, y el amor por su esposa. En la sociedad imaginada por la novela, de carácter distópico, los bomberos tienen la misión de quemar libros ya que, según el gobierno, leer impide ser felices porque llena de angustia a los lectores. Al leer, los hombres empiezan a ser diferentes cuando deben ser iguales, lo que es el objetivo del gobierno, que vela por que los ciudadanos sean “felices” para que así no cuestionen sus acciones y los ciudadanos rindan en sus labores. Al principio de la novela el país de Montag está al borde de la guerra. Además, su sociedad ha convertido la televisión en una emisión constante de programas carentes de sentido y argumento, pero que aun así mantienen a la gente pendientes y adictos a verlos. El consumismo se ha desproporcionado hasta el punto que la gente se endeuda para derribar las paredes de su casa y reemplazarlas por gigantescas pantallas que les permitan ver sus programas en cada dirección posible. Al mismo tiempo las calles se ven constantemente ocupadas por muchachos que usan autos tuneados para correr y atropellar peatones por diversión. Después de una serie de peripecias, Montag tiene que huir. A pesar de que se había organizado una intensa búsqueda por parte de las autoridades, Montag logra escapar. Tras viajar a pie durante la noche, da con un grupo de vagabundos que se hacen llamar “hombres libro“, que en realidad resultan ser académicos dirigidos por un hombre llamado Granger. Granger le cuenta que están distribuidos por todo el territorio y su misión es ir por los bosques, manteniendo el conocimiento de los libros y memorizarlos para transmitirlos oralmente. Tras enterarse que ha leído en una ocasión el Eclesiastés deciden acogerlo como un hombre libro, ya que le enseñarán técnicas para potenciar su memoria gracias a lo cual podrán rescatar en su totalidad lo que haya leído.
René Guénon, en su libro El Rey del Mundo, nos dice lo siguiente: “El título de «Rey del Mundo», tomado en su acepción más elevada, la más completa y al mismo tiempo la más rigurosa, se aplica propiamente a Manu, el Legislador primordial y universal, cuyo nombre se encuentra, bajo formas diversas, en un gran número de pueblos antiguos. A este respecto, recordaremos solo el Mina o Ménès de los egipcios, el Menw de los celtas y el Minos de los griegos . Por lo demás, este nombre no designa de ningún modo a un personaje histórico o más o menos legendario; lo que designa en realidad es un principio, la Inteligencia cósmica que refleja la Luz espiritual pura y formula la Ley (Dharma) propia a las condiciones de nuestro mundo o de nuestro ciclo de existencia. Y es al mismo tiempo el arquetipo del hombre considerado especialmente en tanto que ser pensante (en sánscrito, mânava). Por otra parte, lo que importa esencialmente destacar aquí es que este principio puede ser manifestado por un centro espiritual establecido en el mundo terrestre, por una organización encargada de conservar integralmente el depósito de la tradición sagrada, de origen «no-humano» (apaurushêya), por la que la Sabiduría primordial se comunica a través de las edades a aquellos que son capaces de recibirla. El jefe de tal organización, que representa en cierto modo a Manu mismo, podrá legítimamente llevar su título y sus atributos; e, incluso, por el grado de conocimiento que debe haber alcanzado para poder ejercer su función, se identifica realmente con el principio de lo que es la expresión humana, y ante el cual su individualidad desaparece. Tal es efectivamente el caso del Agartha, si ese centro ha recogido, como lo indica Saint-Yves, la herencia de la antigua «dinastía solar» (Sûrya-vansha) que residía antaño en Ayodhyâ , y que hacía remontar su origen a Vaivaswata, el Manu del ciclo actual”. Según se dice, nada escapa a la mirada del Club Bilderberg. Asimismo, tampoco hay lugar para la improvisación, ya que todo está dispuesto y preparado con anterioridad. Los miembros del Club Bilderberg se reúnen secretamente para definir las estrategias que les lleven al establecimiento de la globalización y la instauración de un único gobierno, una única moneda y una única religión. Sus ansias de poder se concretarían, en un futuro no muy lejano, potenciando el liderazgo de la ONU. Sigilosamente estarían convirtiendo a las Naciones Unidas en un gobierno planetario y homogéneo, que impondrá las mismas leyes a culturas tan dispares como la oriental y la occidental. Un solo mundo controlado por «los amos», que siniestramente nos muestra sus semejanzas con el sistema profetizado por George Orwell en Rebelión en la granja y 1984, tal como ya hemos indicado.
David Icke, escritor y conferenciante, que defiende las teorías de la conspiración, en su libro El gran secreto nos explica que la historia de la humanidad se explica por una raza de linajes entrecruzados, que originariamente se centró en el Medio y Próximo Oriente del mundo antiguo. Durante miles de años, desde entonces, habría extendido su poder por todo el mundo. Un aspecto crucial habría sido crear una red de escuelas de misterios y sociedades secretas para introducir de manera encubierta su programa, mientras que, al mismo tiempo, habrían creado instituciones, como las religiones, para encarcelar mental y emocionalmente a la gente y enfrentarla entre sí. Aunque la jerarquía de esta élite no es exclusivamente masculina, sí que es abrumadoramente masculina. Icke llama a esta élite la Hermandad Babilónica, teniendo en cuenta la importancia de la antigua Babilonia en esta historia. Al plan de esta élite Icke lo llama Programa de la Hermandad. La magnitud actual del control de la Hermandad puede rastrearse miles de años hacia atrás. Las estructuras de las instituciones actuales, tanto gubernamentales, como la Banca, las empresas, el ejército y los medios de comunicación, no solo han sido infiltradas por esta Hermandad, sino que, en muchos casos, fueron creadas por ellos. El Programa de la Hermandad es un programa desarrollado a lo largo de muchos milenios para el control centralizado del planeta. La jerarquía de esta élite está en la cima de la pirámide humana, para su control. Asimismo controlan que sólo personas “seguras” para ellos logren llegar a los niveles superiores de la pirámide y sean receptores de los conocimientos secretos y avanzados que se supone poseen. Icke nos dice que algunos de estos linajes pueden rastrearse, incluyendo la Casa Real británica de Windsor, los Rothschild, la realeza y aristocracia europeas, los Rockefeller, y el llamado establishment de los Estados Unidos, que proporcionan presidentes, líderes empresariales, banqueros y administradores estadounidenses. Pero en la cima, el grupo que controla la raza humana opera desde las sombras y fuera del dominio público. Icke nos sorprende al decir que “Cuanto más he investigado este tema a lo largo de los años, más obvio me parece que el origen de los linajes y el plan para la toma de la Tierra se salen de este planeta hacia una raza o razas de otras esferas o dimensiones de la evolución. O sea, extraterrestres, tal como los llamamos“.
El concepto Nuevo Orden Mundial se usó con cierta reserva al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando se describían los planes para la creación de las Naciones Unidas y los acuerdos de Bretton Woods, debido al fracaso de la Sociedad de Naciones. Pero el uso más amplio y reciente de esta expresión se origina sobre todo después del final de la Guerra Fría con la antigua URSS. Los entonces presidentes Mikhail Gorbachev y George H. W. Bush usaron el término para tratar de definir la naturaleza de la posguerra y el espíritu de cooperación que se buscaba materializar entre las grandes potencias. Los illuminati, una sociedad secreta fundada en 1776, aparentemente con el fin de promover ideas de la Ilustración, estuvieron involucrados en una conspiración que buscaba reemplazar las monarquías absolutas y la preponderancia de la Iglesia por un “gobierno de la razón“, que era el objetivo general de la ideología liberal, revolucionaria e igualitaria dominante entre la intelectualidad de la época. Después de que el complot se descubrió, el grupo fue prohibido por el gobierno bávaro en1784, y aparentemente se disolvió en 1785. En efecto, el primero de mayo de 1776 un oscuro personaje llamado Adam Weishaupt fundó una sociedad secreta conocida como los Iluminados de Baviera o Illuminati. Aunque sus orígenes se remontan a los cultos precristianos y a la masonería medieval, han intervenido de forma notable en los principales acontecimientos de los últimos siglos de la historia de la humanidad. Personajes tan notables como Johann Wolfgang von Goethe (1749 – 1832), poeta, novelista, dramaturgo y científico alemán, contribuyente fundamental del Romanticismo, o Johann Gottfried von Herder (1744 – 1803), filósofo, teólogo y crítico literario alemán, han formado parte de esta enigmática orden. Alemania siempre ha estado presente en toda esta historia de sociedades secretas. Desde la Revolución francesa hasta las dos guerras mundiales, pasando por la Independencia de Estados Unidos, el ascenso de Adolf Hitler al poder, la Revolución rusa o el actual proceso de globalización, los tentáculos de los Illuminati no han hecho más que extenderse, para ir cumpliendo sus planes con respecto a la humanidad. Cuando se publicaron los documentos relacionados con la supuesta conspiración de los Illuminati, se alertó a la nobleza y al clero de Europa, lo que le dio a la conspiración una gran publicidad y llevó a algunos pensadores a sugerir que todavía existían y que su objetivo era derrocar a los gobiernos europeos.
Por ejemplo, Edmund Burke (1790), escritor, filósofo y político irlandés, considerado el padre del liberalismo-conservadurismo británico, le da alguna credibilidad a la conspiración, aunque sin mencionar específicamente cuál sería el grupo responsable. Por otro lado, Seth Payson, autor de Proof of the Illuminati, afirmaba en 1802 que los illuminati todavía existían. Por consiguiente, algunos autores, como Augustin Barruel (1741 – 1820), sacerdote jesuita, periodista y polemista católico francés ultramontano, y John Robison (1739 – 1805), físico e inventor escocés, profesor de filosofía en la Universidad de Edimburgo, llegaron incluso a sugerir que los Illuminati estaban detrás de la Revolución Francesa, sugerencia que Jean-Joseph Mounier (1758 – 1806), abogado, político y ensayista francés, que jugó un papel determinante en los albores de la Revolución francesa, rechaza en su libro de 1801 “Sobre la influencia atribuida a filósofos, francmasones e Illuminati respecto a la Revolución Francesa”, Posteriormente, en 1903, el servicio secreto ruso de la época publicó el famoso panfleto Los protocolos de los sabios de Sion como una obra de propaganda antirrevolucionaria, que incorporó casi textualmente argumentos encontrados en el Diálogo en el Infierno entre Maquiavelo y Montesquieu, que en realidad era un ataque, en 1864, del satírico y abogado francés Maurice Joly contra Napoleón III. La tesis central de Los Protocolos es que, si se remueven las capas sucesivas que cubren u ocultan las causas de los diversos problemas que afectan el mundo, se encuentra un grupo central que los promueve y organiza, con el fin primero de destruir los gobiernos y órdenes sociales establecidos, y con el fin último de lograr el dominio. Ese contubernio central sería un grupo de judíos, que, según se afirma, controla tanto los sectores financieros como diferentes fuerzas sociales que, a su vez, son los que provocan desordenes y conflictos sociales. Se trataría de los masones, los comunistas y los anarquistas, entre otros. El tema del pueblo judío es remarcable. La Tierra Prometida es uno de los nombres para la Tierra de Israel, es decir, la región que según la Biblia hebrea le fue prometida por Yahveh a Abraham y sus descendientes. La Tierra Prometida se describe como la porción situada entre la costa de Egipto hasta la orilla del Éufrates.
La promesa fue hecha en primer lugar a Abraham, renovada luego a su hijo, Isaac, y al hijo de éste, Jacob, nieto de Abraham. Según el Génesis: “Yahveh estaba en lo alto […] y dijo: «Yo soy Yahveh el dios de Abraham, tu padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia»”. Este tema es retomado luego por Moisés, quien cita las palabras de Yahveh durante el Éxodo. En el Deuteromonio leemos «Volveos e id al monte del amorreo y a todas sus comarcas, en el Arabá, en el monte, en los valles, en el Neguev y junto a la costa del mar, a la tierra del cananeo y al Líbano, hasta el gran río, el río Éufrates». Según los textos del Tanaj judío, el pueblo de Israel es elegido por Yahveh para la revelación de principios fundamentales y los Diez Mandamientos contenidos en la Torá. Es con el primer patriarca del pueblo hebreo que Yahveh establece su Alianza o Pacto, también conocido como Convenio Abrahámico. En el Génesis se dice que: «Deja tu tierra natal y la casa de tu padre, y ve al país que yo te mostraré. Yo haré de ti una gran nación y te bendeciré; engrandeceré tu nombre y serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré al que te maldiga, y por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra». El libro del Éxodo contiene los siguientes términos: “Yahveh dijo a Moisés: «Márchate de ese lugar tú y tu pueblo que saqué de Egipto; sube a la tierra que yo prometí con juramento a Abraham, a Isaac y a Jacob cuando les dije: Se la daré a tu descendencia. Enviaré delante de ti un ángel para que eche del país al cananeo, al amorreo, al heteo, al fereceo, al jeveo y al jebuseo»”. La tierra que Dios prometió a Abraham figura en el Génesis: “Aquel día hizo Yahveh un pacto con Abraham, diciendo: «A tu descendencia daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río grande, el Éufrates: la tierra de los ceneos, los cenezeos, los cadmoneos, los heteos, los ferezeos, los refaítas, los amorreos, los cananeos, los gergeseos y los jebuseos»”. En 1850, durante sus excavaciones en el actual Irak, en la zona de Nínive, antigua capital de Asiria, Sir Austen Henry Layard (1817 – 1894), arqueólogo, dibujante, coleccionista, escritor, político y diplomático británico, encontró decenas de miles de tablillas de arcilla con relatos sobre una antigua y avanzada civilización.
Según Zecharia Sitchin (1920 – 2010), escritor y autor de una serie de libros que promueven la teoría de los antiguos astronautas, las tablillas describen cómo unos seres, que Sitchin llama anunnaki, vinieron desde un planeta llamado Nibiru, que Sitchin cree que tiene una órbita elíptica de 3.600 años que, en algún momento, lo lleva entre las órbitas de Júpiter y Marte, para luego desplazarse mucho más allá de Plutón. Sitchin opina que 1 año de un anunnaki equivale a 3600 años humanos. Algunas investigaciones apuntan a que el líder de los anunnaki, Enlil, en realidad habría sido el mismo personaje que Yahveh. Su hijo, Ninurta, fue nombrado su sucesor. Pero Marduk, hijo del hermano de Enlil, Enki, se hizo con el poder y por esto fue llamado “el Usurpador”. Esto condujo a las Guerras de las Pirámides, que terminaron con la utilización de algún tipo de arma nuclear. Pero Ninurta creó un plan para crear religiones en las que “el Padre” debería ser adorado. Pero, ¿quiénes formaron este grupo de padre e hijo? No parece que fuesen Enki y su hijo Marduk, ya que existen muchas referencias a que la línea de Enki estaba relacionada con la serpiente. La Biblia indica que la fe hebrea evolucionó desde la ciudad sumeria de Ur. Y todos los intentos de seguir la historia de los hebreos nos conduce a la mitología sumeria. Después de numerosos estudios de las tablillas sumerias, Sitchin ha empezó a vislumbrar una nueva orientación de la historia. Anu habría sido el principal dios anunnaki y el dios o rey supremo de Nibiru. Y Anu vino a la Tierra, lo cual no deja de ser sorprendente. Sitchin dice que Anu, rey de Nibiru, vino a la Tierra hacia el 3700 a.C., que es, curiosamente, la época del inicio del calendario hebreo, concretamente el 3761 a.C., fecha tradicional en que se considera que Yahveh creó el mundo. Es curioso que el 3114 a. C., una fecha no excesivamente lejana del 3761 a.C., sea la fecha inicial de la Cuenta Larga del calendario maya. Enlil fue sucesor de Anu y era considerado fuerte, poderoso y un dios sin compasión. Y fue Enlil el que provocó el famoso Diluvio y el que destruyó Ur y Babilonia. También fue él el que destruyo Accad y confundió las lenguas de los seres humanos, tal como se explica en relación a la Torre de Babel. Y probablemente Yahveh/Enlil, o algún sucesor suyo, siga siendo el verdadero Rey del Mundo. Asimismo, Enlil creó un misterioso y extraño monstruo, llamado Labbu, para aniquilar a la Humanidad. Se trataba de un dragón marino, con cuatro ojos y cuatro orejas, que tenía nada menos que cuatrocientos kilómetros de longitud y cuarenta y cinco de altura. Más bien parece algún tipo de gigantesco vehículo. Periódicamente se acercaba a la orilla para arrasar la tierra y matar personas y animales.
En los textos originales mesopotámicos, Enlil no estaba satisfecho con el camino que había seguido la evolución humana y buscó su destrucción mediante la catástrofe que se preveía iba a caer sobre la Tierra. Por esta razón obligó a los otros líderes anunnaki a mantener en secreto el previsto cataclismo. En la versión bíblica del Génesis es Yahveh el que proclama su insatisfacción con respecto a la Humanidad y el que toma la decisión de aniquilar la Humanidad de la faz de la Tierra. Al finalizar el Diluvio, según la historia sumeria, Ziusudra o Utnapishtim, el Noé bíblico, ofrece sacrificios en el Monte Ararat. Enlil se ve atraído por el agradable olor, para él, a carne quemada y acepta dejar vivir a los supervivientes de la Humanidad. Perdona a Enki, por ser el salvador de Ziusudra, y bendice a Ziusudra y su mujer. En el Génesis, es a Yahveh a quién Noé construye un altar, en el que sacrifica animales. Y, en este caso, es Yahveh el que huele el aroma, para él agradable. Una evidente conclusión sería que Yahveh probablemente es el mismo personaje que Enlil. De los dos hijos de Anu, Enlil y Enki, el primero era Enlil, que fue el que se convirtió en el jefe de los anunnaki en la Tierra. Esto lo podemos leer en el Salmo 97.9: “Por Ti, oh Yahveh, dios supremo sobre toda la Tierra y todos los demás Elohim”. La elevación de Enlil a este estatus se describe en los versos introductorios del poema épico Atra-Hasis, antes del amotinamiento de los mineros de oro anunnaki: “Después de Anu, el gobernante de Nibiru, que volvió a Nibiru después de visitar la Tierra, fue Enlil quién convoco y presidió el concilio de los Grandes Anunnaki, en donde se tomaban las principales decisiones”. La Biblia se refiere varias veces a Yahveh de una manera similar, presidiendo una asamblea de deidades de menor nivel, llamadas usualmente B’nai-elohim, “hijos de dioses”. En el Salmo 82.1, leemos: “El Señor estaba en la asamblea de dioses, entre los Elohim que está juzgando”. Mientras que en el Salmo 29.1, leemos:”Dad a Yahveh, oh hijos de dioses, dad a Yahveh gloria y poder”. La petición de que los “hijos de los dioses” reverenciasen a Yahveh es parecido al estatus de Enlil entre los anunnaki: “Los anunnaki se humillaron ante él, los Igigi se inclinaron voluntariamente ante él; ellos esperan confiadamente las instrucciones”.
Yahveh o Jehová es el nombre propio utilizado en la Biblia para designar a la deidad suprema de las religiones judeocristianas, al que también llama Dios o el Señor. En el tiempo que el pueblo judío fue llevado en esclavitud a Babilonia estaba prohibido pronunciar su nombre, ya que era sagrado, así que fue creada esta interpretación. Al estar formado por cuatro consonantes hebreas, Y (iod), H (hei), V (vav) y H (hei), se denomina también tetragrámaton, o palabra compuesta de cuatro letras. La combinación de esas cuatro letras (tetragrama) permitía evadir el problema de cómo leerlo correctamente. Pero la mayoría de los eruditos hacen notar que el verbo hebreo hayah designa una presencia viva y activa, y que, por lo tanto, la frase significaría: “Yo seré lo que necesite ser“. La principal preocupación de esa frase era demostrar que existe una continuidad en la actividad divina desde la época de los patriarcas a los acontecimientos registrados en Éxodo. Se trata de una reafirmación de la promesa hecha a Abrahán. El matrimonio tradicional judío obliga a que los dos conyugues sean judíos, como si el objetivo fuese mantener una cierta identidad genética. De todos modos, modernamente, esta tradición se ha diluido algo. Pero esta antigua tradición, debido a que el pueblo judío tiene una reducida población, produce una tendencia a una cierta endogamia. A lo largo de la historia vemos numerosos personajes de origen judío como destacados en distintas áreas, como filosofía, ciencia, astrología, música, artes, etc… Pero también en el mundo de los negocios, como la Banca. Como ejemplo tenemos que el Premio Nobel ha sido concedido a 846 personas, de las cuales unas 194 son judías, un 23% del total de premiados, aunque los judíos representan menos del 0,2% de la población mundial. Del total de los galardonados, los judíos comprenden el 26% de los premios Nobel de Física, el 27% de los laureados de Fisiología o Medicina, el 41% de los galardonados en Economía, el 20% de los distinguidos en Química, y el 12% de los coronados en Literatura. Entre otros, han recibido un Premio Nobel los siguientes personajes de origen judío: Literatura: Henri Bergson, Boris Pasternak o Saul Below; Física: Albert Einstein, Niels Bohr o Richard Feynman; Economía: Paul Anthony Samuelson, Simon Kuznets o Milton Friedman. Las razones por la que se produce este porcentaje tan alto de gente importante en relación al porcentaje de habitantes, es realmente difícil de entender. Tal vez si consideramos a Israel como un pueblo contactado y elegido por los “dioses“, encontraríamos una posible explicación a este asombroso hecho.
Nora Levin (1916 – 1989), escritora e historiadora del Holocausto, indica que los Protocolos gozaron de gran popularidad y grandes ventas en los años veinte y treinta del siglo XX. Se tradujeron a todos los idiomas de Europa y se vendían ampliamente en los países árabes, en los Estados Unidos e Inglaterra. Pero fue en Alemania, después de la Primera Guerra Mundial, donde tuvieron su mayor éxito. Allí se utilizaron para explicar todos los desastres que ocurrieron en el país, tales como el armisticio en la anterior primera guerra mundial, el hambre, la inflación, etc. A partir de agosto de 1921, Hitler comenzó a incorporar la información de Los Protocolos en sus discursos y se convirtieron en lectura obligatoria en las aulas alemanas después de que los nazis llegaron al poder. En el apogeo de la Segunda Guerra Mundial, Joseph Goebbels, ministro de propaganda nazi, proclamó: «Los protocolos de los sionistas son tan actuales hoy como lo fueron el día en que fueron publicados por primera vez». En palabras de Norman Rufus Colin Cohn (1915 – 2007), académico, historiador y escritor británico, esto sirvió a los nazis como «autorización del genocidio». Estudiosos, como René Guénon o Julius Evola, coinciden con autores de la antigüedad griega y egipcia a la hora de afirmar que existe una guerra secreta entre la Tradición y la Anti-tradición desde el principio de los tiempos, lo que sería una variante del enfrentamiento entre el Bien y el Mal. Esta guerra es, en su opinión, el verdadero motor de los acontecimientos, y da sentido a diferentes sucesos en apariencia sin conexión. En el siglo XVII, el filósofo Hobbes dijo su famosa sentencia «El hombre es un lobo para el hombre», que encajaría perfectamente con esta situación. Las primeras referencias históricas acerca de este combate entre Tradición y Anti-tradición se remontan al antiguo Egipto. Entre los grandes faraones y guerreros de esta gran cultura destaca un faraón, hasta hace pocos años desconocido. Sin embargo, hoy sabemos que fue el artífice de la primera gran revolución religiosa de la Antigüedad. Pero su biografía sigue siendo un auténtico enigma para los egiptólogos. Se trata del faraón Akenatón o Ajnatón (1353-1336 a. C.), cuyo nombre significa «El que place a Atón». Atón era la representación del espíritu solar, un dios único y por encima de la miríada de divinidades que hasta entonces habían sido adoradas por la mayoría de los egipcios.
A este dios dedicó Ajnatón su famoso Himno a Atón, que el propio faraón cantaba cada mañana cuando aparecía el disco solar. El himno comienza con las siguientes palabras: «Bello es tu amanecer en el horizonte del cielo, ¡oh, Atón vivo, principio de la vida! Cuando tú te alzas por el oriente lejano, llenas todo los países con tu belleza. Grande y brillante te ven todos en las alturas. Tus rayos abarcan toda tu creación». Cérés Wissa Wasef, experta de la Escuela de Altos Estudios de París, describió a este faraón como «un rey ebrio de Dios», que intentó «introducir en los sucesos políticos un soplo de espiritualidad y veracidad religiosa destinada a transformar la humanidad». Ajnatón, que incluso había cambiado su nombre original de Amenofis IV, traducido como «Amón está satisfecho», en honor de la divinidad única, consideraba que todos los hombres eran iguales en deberes y derechos y que serían recompensados según se hubieran comportado en la Tierra. Para dejar claro el cambio de orientación religiosa que deseaba imponer, Ajnatón cambió la capital desde Tebas, donde se levantaban los principales templos a los viejos dioses, a la nueva ciudad de Aketatón, hoy Tell El Amarna. Los templos tebanos celebraban sus rituales en lo más profundo y oscuro de su interior, mientras que los templos a Atón estaban a cielo abierto para que el Sol pudiera bañar y bendecir con sus rayos todas y cada una de las ceremonias sagradas. El reinado de Ajnatón y su esposa, la bella Nefertiti, se caracterizó por un pacifismo insólito en comparación con etapas precedentes, aunque su herencia se extinguió a su muerte. Las oligarquías religiosa y militar nunca le perdonaron su revolución religiosa y, cuando falleció, trataron de hacerlo desaparecer también de la historia, destruyendo los templos a Atón y restaurando los antiguos cultos. Incluso borraron los cartuchos jeroglíficos con su nombre en todos los edificios levantados en su época. Precisamente por eso conocemos tan poco acerca de la vida de este misterioso faraón, en comparación con otros. Pero varios especialistas consideran que su herencia es más profunda de lo que parece y que Ajnatón fue uno de los más importantes dirigentes de la más arcana sociedad secreta de la Tradición. Ángel Luis Encinas, especializado en Geografía e Historia, en su libro Cartas Rosacruces, habría afirmado que la Tradición se trataría de una sociedad que habría sido regulada por el faraón Tutmosis III, cuyo nombre iniciático habría sido Mene, y de la que se sabe muy poco, aparte de que empezó a reunirse en una sala del templo de Karnak, ya que nunca salió a la luz públicamente ni se explicaron sus objetivos. Sólo tenían acceso a ella y a sus enseñanzas «las personas cuyos valores humanos y espirituales atraían el interés de los miembros de la fraternidad». Según Ángel Luis Encinas, cuando Ajnatón fue nombrado maestro de este grupo secreto, éste contaba ya con algo más de trescientos miembros.
A su muerte, el puesto de maestro pasó a manos de su sucesor, el misterioso Hermes. Según algunas fuentes, se trataba del mismo Hermes conocido como Trismegisto (“Tres veces grande“) por los griegos y, según otras fuentes, sería una persona diferente que habría heredado el mismo nombre. En todo caso, los libros de Hermes, que sí recogió por escrito parte del conocimiento de la fraternidad, se difundieron más tarde por el Mediterráneo oriental e impregnaron de sabiduría y misticismo todo el pensamiento y la filosofía del mundo antiguo, por lo menos hasta el advenimiento del cristianismo. Sus leyes e ideales, conocidos con el calificativo global de hermetismo u ocultismo, permitieron fundar un linaje de escuelas secretas en las que, según los expertos, han estado involucrados personajes tan conocidos como Solón, Pitágoras, Manetón, Sócrates, Platón, Jesús, Dante, Bacon, Newton y otros. En el siglo XVII, esta sociedad secreta afloró de nuevo a la luz con el nombre de Orden Rosacruz. El nombre hacía referencia a dos de sus principales símbolos. Por un lado, la rosa roja, considerada como la «reina entre las flores». Por otro lado, la cruz, signo solar repleto de simbolismos y utilizado por todas las culturas de la Antigüedad. La sociedad, que copió el esquema organizativo jerárquico de los Jesuitas, fue regida de forma despótica, pues se exigía a los subordinados una obediencia total y ciega hacia su jefatura. Fue patrocinada por el banquero judío Meyer Amschel Rothschild, cuya familia es de las más ricas y poderosas del mundo, y que es acusada, por otra parte, de seguir la tradición satánica-esotérica. El grupo comenzó a gestarse tres años antes en Frankfurt, en una reunión en la que el banquero convocó a una docena de sus más estrechos colaboradores, con el fin de diseñar un plan global para controlar la riqueza total del mundo, según afirma el escritor alemán Jan van Helsing. Las conclusiones de la reunión se plasmaron en el informe titulado El Nuevo Testamento de Satanás, en el que se recogían varias recomendaciones para acceder a ese control de la riqueza y se señalaba la anarquía como vía principal para obtenerlo.
Adam Weishaupt fundó la cúpula de los Illuminati el 1 de mayo de 1776. Según el periodista Andreas Faber-Kaiser, «el hecho de que este día fuera consagrado mundialmente festivo —el Día del Trabajo— aclara todavía más la estrecha relación que existe entre los Illuminati y las Internacionales Socialista». Weishaupt regresó al seno de la Iglesia Católica y tras su muerte, en 1830, el masón Albert Pike fue elegido para continuar la labor de los Illuminati en Estados Unidos. En 1871, Pike ideó un plan para acelerar la llegada del Nuevo Orden Mundial mediante la puesta en marcha de tres guerras mundiales. Su proyecto quedó plasmado en la correspondencia por carta que mantuvo con el también masón Giuseppe Mazzini, miembro seleccionado en 1834 para dirigir las operaciones de los Illuminati en Europa. Varios autores coinciden en señalar asimismo a Mazzini como el fundador de la Mafia, que en sus inicios era una orden iniciática que luchaba contra los abusos absolutistas. Además, Pike afirmaba que contaba con un guía espiritual o daimon, que le otorgaba «Sabiduría Divina» y le dictaba cómo alcanzar su objetivo mundialista. Supuestamente ese guía le proporcionó la visión del futuro que escribió en sus cartas a Mazzini. La primera de ellas, de fecha 15 de agosto de 1871, planea la puesta en marcha de tres guerras mundiales para alcanzar un objetivo. Dice así: «La Primera Guerra Mundial debe generarse para permitir a los Illuminati derrocar el poder de los zares en Rusia y transformar ese país en la fortaleza del comunismo ateo. Las divergencias provocadas por los agentes de los Illuminati entre los imperios británico y germánico serán utilizadas para fomentar esta guerra. Al final de la guerra se construirá el comunismo, que será utilizado para destruir a los otros gobiernos y para debilitar las religiones». En la carta, Pike le explica a Mazzini cuál sería el siguiente paso: «La Segunda Guerra Mundial debe fomentarse aprovechando las diferencias entre los fascistas y los sionistas políticos. Esta guerra debe iniciarse para que el nacional-socialismo sea destruido y que el sionismo político sea lo suficientemente fuerte para instituir el estado soberano de Israel en Palestina. Durante la Segunda Guerra Mundial, debe edificarse una Internacional comunista lo suficientemente fuerte para equipararse a todo el conjunto de la cristiandad, que sería entonces contenida y mantenida hasta el momento en que la necesitemos para el cataclismo social final». El objetivo planificado en la carta se ha conseguido.
Queda por comprobar si la última de las guerras que indica Pike en su carta finalmente se realizará: «La Tercera Guerra Mundial debe ser fomentada aprovechando las diferencias ocasionadas por los agentes de los Illuminati entre los sionistas políticos y los líderes del mundo islámico. La guerra debe ser conducida de tal modo que el Islam (el mundo árabe musulmán) y el sionismo político (el estado de Israel) se destruyan mutuamente. Mientras tanto, el resto de las naciones, una vez más divididas sobre este asunto, se verán obligadas a entrar en la lucha hasta el punto de la extenuación física, moral, espiritual y económica». En la carta, Albert Pike le escribe a Giuseppe Mazzini que los que proyectan la completa dominación mundial provocarán el mayor cataclismo jamás conocido en el planeta. «Liberaremos a los nihilistas y a los ateos y provocaremos un formidable cataclismo social que en todo su horror mostrará claramente a las naciones el efecto del absoluto ateísmo, origen del comportamiento salvaje y de la más sangrienta confusión. Entonces en todas partes, los ciudadanos, obligados a defenderse contra la minoría mundial de revolucionarios, exterminará a esos destructores de la civilización, y la multitud, desilusionada con el Cristianismo, cuyos espíritus deístas estarán a partir de ese momento sin brújula ni rumbo, ansiosos por un ideal, pero sin saber dónde hacer su adoración, recibirán la verdadera luz a través de la manifestación universal de la doctrina pura de Lucifer, revelada a la mirada pública finalmente. Esta manifestación resultará del movimiento reaccionario general que seguirá a la destrucción del Cristianismo y el ateísmo, ambos conquistados y exterminados al mismo tiempo». El hecho de que las cartas, que se conservan en el Museo Británico de Londres, sean anteriores a los acontecimientos que en ellas se describen significa que lo que realmente ocurrió como resultado de la primera y la segunda guerras parece sacado del Plan de Pike y los illuminati.
Tras el conocimiento de este siniestro plan es lógico ver en los atentados del 11 de septiembre de 2001, y en los siguientes, una conexión directa con los preparativos de una Tercera Guerra Mundial. El plan de los Illuminati describe con una impresionante exactitud los acontecimientos que han ocurrido en el planeta desde principios del siglo XX hasta hoy. La dirección que han tomado los sucesos desde el primer atentado supuestamente cometido por el «terrorismo internacional» nos lleva irremediablemente hacia Oriente Medio, como señala la carta de Pike, una constatación que provoca estupefacción por la semejanza con la realidad. Para asegurarse el control de la riqueza mundial, la familia Rothschild utilizó otras vías estratégicas. Desde esta trama secreta se explica que Nathan Rothschild patrocinara el trabajo de Karl Marx, cuyos pensamientos quedaron plasmados en la escritura de su obra El Capital. En el Museo Británico de Londres se conserva una de las primeras ediciones de sus libros, así como los cheques con los que le pagó el banquero. Curiosamente el apellido Rothschild significa «protector de los rojos». Cuando murió Mazzini, Pike designó a Adriano Lemmi (1822 – 1906 ), banquero y político italiano, como el Illuminati encargado de los asuntos europeos, al que le sucedieron Vladimir Ilich Ulianov «Lenin», y posteriormente Josef Stalin. Esto explicaría que la revolución de Lenin y los bolcheviques fuese financiada por bancos británicos, franceses y alemanes controlados por el clan Rothschild. Esto también explicaría qué las potencias capitalistas cediesen toda Europa Oriental a la URSS cuando entre Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia hubieran tenido mucho más poder que la URSS. Probablemente los masones Churchill y Truman entregaron al masón illuminati Stalin la mitad de Europa por órdenes superiores. Una evidencia sorprendente es el interrogatorio que la policía estalinista (NKVD) hizo a uno de los fundadores de la Internacional Comunista en 1938, Christian G. Rakovsky, cuando tenía 65 años y se enfrentaba a la pena de muerte por conspiración para derrocar a Stalin. Henry Makow, en los Rothschild y la revolución comunista, nos dice que la transcripción de su interrogatorio de 50 páginas, conocida como “La Sinfonía Roja”, no se esperaba que fuese hecha pública alguna vez. Este interrogatorio confirma que los Rothschild-Illuminati planearon utilizar el comunismo para establecer una dictadura mundial de la élite. Este explosivo documento político revela por qué los Illuminati crearon a Hitler y luego lo destruyeron y por qué Stalin hizo un pacto con Hitler en 1939.
Rakovsky dijo que “el dinero es la base del poder” y que los Rothschild lo tenían gracias al sistema bancario. El movimiento revolucionario sería un intento de Meyer Rothschild y sus aliados para proteger y ampliar este monopolio mediante el establecimiento de un nuevo orden mundial totalitario. Según Rakovsky: “Los Rothschilds no eran los tesoreros, sino los jefes del primer comunismo secreto. Marx y los más altos jefes de la Primera Internacional … fueron controlados por el Barón Lionel Rothschild [1808-1878], revolucionario cuyo retrato fue hecho por el Primer Ministro inglés, Disraeli, que también fue su criatura, y nos ha llegado en la novela de Disraeli, Coningsby”. Nathaniel Rothschild (1840-1915), el hijo de Lionel Rothschild, necesitaba derrocar la dinastía rusa de los Romanoff. A través de sus agentes, Jacob Schiff y los hermanos Warburg, Nathaniel Rothschild financió a los japoneses en la guerra ruso-japonesa y una fallida insurrección en Moscú en 1905. Entonces instigó a la Primera Guerra Mundial, en que Trotsky estuvo detrás del asesinato del archiduque Fernando, y financió la Revolución bolchevique de 1917. Rakovsky dice que estuvo presente en la transferencia de fondos en Estocolmo. El movimiento obrero judío Bund fue el instrumento de los Rothschild. La facción secreta del Bund estaba infiltrada en todos los partidos socialistas de Rusia y proporcionó el liderazgo para la Revolución Rusa. Alexander Kerensky, el Primer Ministro menchevique fue un miembro secreto de aquella organización. En aquella época se suponía que Leon Trotsky iba a convertirse en el líder de la URSS. Trotsky, que era judío, se casó con la hija de uno de los colaboradores más cercanos de los Rothschild, el banquero Abram Zhivotovsky, convirtiéndose en parte del clan. Pero un comunista como Lenin, que tenía un abuelo judío, se interpuso en el camino. Lenin se impuso a Trotsky y firmó la paz con Alemania, el Tratado de Brest Litovsk en 1918. Pero este no era el plan de los Rothschild. Se suponía que la Primera Guerra Mundial acabaría tal y como lo hizo la Segunda Guerra Mundial. Se esperaba que Rusia derrotara a Alemania en 1918 y ayudara a los revolucionarios locales a establecer repúblicas populares.
En contra de la creencia generalizada relativa a que los Illuminati se extinguieron a finales del siglo XIX, dicha organización continúa operativa en la actualidad. Hoy día está integrada en la cúpula superior de la masonería moderna europea y americana, constituyendo la sección de los Elegidos. Por encima de todo el conjunto de la Masonería Invisible se alza el consejo de los 33, que son los más altos masones del mismo grado en el mundo. Un nivel más arriba, el Gran Consejo de los Trece Grandes Druidas, compuesto por trece masones de alto grado. En un nivel más alto tendríamos un misterioso grupo conocido como El Tribunal. El nivel superior, el grado 72, estaría integrado por los 72 cabalistas o iluminados más importantes de la tierra, que en la enseñanza cristiana son conocidos como los Coros Angélicos (Serafines, Querubines, Tronos, Dominaciones, Potencias, Virtudes, Principados, Arcángeles y Ángeles). Para los Iluminados Lucifer es Dios. Pero se sospecha que en la cima de todo este entramado se puede encontrar al Gran Sacerdote del Gran Sanedrín luciferino. El 1 de agosto de 1972, después del «sábado de las brujas», Philip Rothschild envío un mensaje en clave ante el «Consejo de los 13» en el Casino Building, de San Antonio, en referencia a la planificación de la historia a partir de 1980, según publicó Andreas Faber-Kaiser en 1993. Las indicaciones eran muy concretas: «Cuando veáis apagarse las luces de New York, sabréis que nuestro objetivo se ha conseguido». En efecto, se produjo un importante apagón en Nueva York el año 1977. Fue un corte del suministro eléctrico que afectó a casi toda la ciudad de New York desde el 13 de julio al 14 de julio de 1977. La supuesta causa fue una caída del servicio en la central del Niágara provocada por un rayo o una sobrecarga. Pero tal vez fue provocado.
John Baines, seudónimo literario adoptado por el chileno Darío Salas Sommer, fundó en Santiago de Chile el Instituto Filosófico Hermético, publicando en 1965 la primera de sus obras, Los Brujos Hablan. En dicha obra, John Baines nos dice: “…ciertos seres que se encuentran en una escala evolutiva mucho más alta que el ser humano, verdaderos dioses del espacio, que se aprovechan del esfuerzo humano, pero que a la vez, cumplen ciertas funciones cósmicas, es decir, ocupan un importante puesto en la economía universal. Ya los hemos mencionado anteriormente llamándolos los Arcontes del destino. También podríamos referirnos a ellos como los Dioses del Zodíaco, ya que son los que dirigen y regulan la existencia humana en este planeta. Los Arcontes del destino son seres temibles, no porque sean malos, sino por su severidad fría e inexorable en la manipulación del sapiens (hombre). Estos jueces ocultos provocan, por ejemplo, sin piedad alguna en sus corazones, una guerra mundial en la cual mueren millones de personas. Para ellos estos difuntos no tienen más valor que el asignado por el sapiens a los miles de animales que sacrifica diariamente para alimentarse. El sapiens, en su lucha inclemente por la existencia, hace que su aparato emocional y nervioso elabore ciertos elementos incorpóreos, pero de una extraordinaria potencia, los cuales “abandonan” el cuerpo humano en forma de vibraciones que son emitidas por antenas incorporadas en su unidad biológica, las cuales se encuentran orientadas y sintonizadas con la frecuencia de los Arcontes, que así ‘cosechan’ esta fuerza y la utilizan con fines que no divulgaremos; volviendo a advertir que, de todos modos, cumplen una función cósmica. Es así como el sapiens es despojado inadvertidamente del producto más noble producido por él mismo, el destilado final de la experiencia humana, el ‘caldo aurífero’ de su vida. El sapiens debe nacer, sufrir, amar, gozar, reproducirse, construir civilizaciones, destruirlas, enfermar y morir, sólo para beneficio de potencias superiores invisibles, quienes capitalizan el ‘producto vital’. El sapiens es, por lo tanto, un esclavo a perpetuidad. No obstante, ejemplares individuales o aislados (segregados del grupo), pueden llegar a ser libres“.
John Baines mantiene que esta fraternidad existía «desde hace miles de años» con el propósito de salvaguardar «en toda su pureza original» una ciencia «cuyas verdaderas enseñanzas se mantienen secretas y de las que han trascendido al vulgo solamente interpretaciones personales de individuos que han llegado a vislumbrar una pequeña parte del secreto». La necesidad de ocultar esta enseñanza se debe a que sólo se puede confiar en «aquellos seres humanos que presenten cierto grado de evolución». Baines también señala que los rosacruces aparecen y desaparecen públicamente en épocas históricas diferentes, de acuerdo con ciertos ciclos prefijados, y reconoce que «se hicieron especialmente conocidos entre los siglos XV y XVII ganando fama de magos, sabios y alquimistas». Luego se desvanecieron de nuevo para seguir trabajando en secreto por el bien de la humanidad, aunque dejaron a algunos de sus representantes para explicar su ciencia «a los que su estado de conciencia los hace acreedores de ser instruidos». Las obras más conocidas de la Orden Rosacruz son las que integran la trilogía que se publicó de forma anónima en Europa central entre 1614 y 1616. El primero de los libros, Fama Fraternitatis, estaba dirigido a la atención «de los reyes, órdenes y hombres de ciencia» de toda Europa. Se narraba en él la vida del enigmático fundador de la fraternidad, un tal C. R., que entre otras cosas defendía principios cristianos más fieles al Jesucristo original que los que por aquel entonces ponían en práctica los Papas de Roma. En su discurso abundan las referencias herméticas y simbólicas y, además, se acusa a los poderes establecidos de prostituir la alquimia. Este arte, inicialmente destinado a la evolución interior, que convierte el plomo de las pasiones en oro espiritual a través de un largo y esforzado trabajo personal, había sido convertido en una mera búsqueda materialista destinada a conseguir la transformación del plomo en oro. El segundo libro, Confessio Fraternitatis, contiene ya el nombre real del presunto fundador de la orden, así como algunos detalles sobre sus supuestas andanzas. Según se explica, Christian Rosenkreutz (Cristiano RosaCruz), nació en 1378 a orillas del Rin y fue internado a los cuatro años de edad en un extraño monasterio, donde «aprendió diversas lenguas y artes mágicas». Con 16 años, marchó a Tierra Santa en compañía de un monje que murió en Chipre, lo que le obligó a continuar en solitario un auténtico viaje iniciático que le llevó por tierras de Arabia, Líbano, Siria y finalmente Marruecos, donde recibió el más alto grado del conocimiento, así como la misión de fundar una sociedad secreta para transmitirlo.
En el mismo libro se refuerza la oposición a la autoridad del Papa, a quien se califica de «engañador, víbora y anticristo», y se afirma que los poderes de la orden permiten a sus miembros conocer «la naturaleza de todas las cosas». El tercer y último libro se titula Las bodas químicas de Christian Rosenkreutz y es otro texto lleno de símbolos, especialmente alquímicos. Siete años después, en agosto de 1623, diversos rincones de París aparecieron empapelados con unos carteles en los que la Orden Rosacruz se presentaba al mundo exponiendo sus principios, verdaderamente revolucionarios para la época y contrarios a la autoridad papal. La mayoría de las hipótesis que se han barajado para explicar quién escribió los libros y pegó los carteles apuntan a Alemania. La proclama causó inquietud en la población, inquietud que pronto se tradujo en pánico, cuando algunas publicaciones de la época no dudaron en relacionar a los rosacruces con la hechicería, la nigromancia y los pactos satánicos. El temor surgió en el momento menos esperado, cuando el reino de Francia comenzaba a pacificarse y recuperarse de la cruenta opresión de la Iglesia Católica. Los testimonios de Gabriel Nandé, un erudito de la época, y del jesuita Francoise Garasse, constituyen documentos importantes para comprender lo que sucedía en torno al supuesto resurgir del supuesto Colegio Invisible de los Rosacruces, pues ambos publicaron libelos sobre el asunto, testimoniando la situación de convulsión y contribuyendo a formar opinión sobre la misteriosa hermandad. Respecto de los carteles pegados en París, Yves-Fred Boisset y Frances A. Yates, en su obra El Iluminismo Rosacruz, coinciden en que la primera reacción de la Iglesia fue atribuirlo a una farsa estudiantil, mientras que las autoridades civiles pensaban en una provocación de la Contrarreforma de los Jesuitas. Como consecuencia de esta confusión, fueron a buscar al joven Gabriel Nandé, célebre historiador y bibliógrafo, que llegaría a ser bibliotecario tanto del cardenal Richelieu como de su sucesor Mazarino. Inmediatamente Nandé confirmó que llevaba tiempo estudiando a la misteriosa sociedad alemana de la Rosa Cruz. A continuación publicó un panfleto conocido como Instrucciones a Francia sobre la verdad de los hermanos de la Rosa Cruz, en el que denunciaba que “los carteles tenían como objetivo la desestabilización del Reino, que habiéndose propagado recientemente en Alemania, la hermandad llegaba ahora a Francia y que la nómina de los autores que reunían sus enseñanzas incluía a Robert Fludd, John Dee, Trithemius, Giordano Bruno, Ramón Llul, Paracelso, etc“.
Es este relato de Nandé el que corrobora el impulso vital de los rosacruces y de su influencia en los ocultistas del venidero siglo XVIII, quienes plasmarían como auténticos y tangibles unos sucesos que revalidarían la existencia de una Orden Rosacruz perfectamente organizada y que pretendía una Reforma total en los países europeos de aquella época. Nandé indica la enorme influencia que han tenido la Fama Fraternitatis y la Confessio Fraternitatis, y demuestra conocer algunas de las obras del médico y alquimista Michael Maier (1568-1622), uno de los propagandistas más fieles de la Fraternidad. Según Nandé, la Fama Fraternitatis había causado gran impresión en Francia, despertando esperanzas de que estuviese a punto de ocurrir un nuevo avance de la ciencia, la fe y la filosofía. Habla del descubrimiento de Nuevos Mundos, de la invención de novedosas tecnologías, así como de los cambios que hubo en la religión, en la medicina y en la astronomía. Los rosacruces, tal como los sintiera Nandé, en última instancia vendrían a traer una nueva forma de conocimiento y libertades. Nandé también habla de Ticho Brahe, de Galileo y sus nuevas lentes para su telescopio astronómico, así como de la inminente instauración o renovación de las ciencias que profetizaban las Escrituras bíblicas en torno a la Nueva Jerusalén, en coincidencia con los ideales de Francis Bacon y su obra La Nueva Atlántida. Los grupos ocultistas de siglos posteriores suelen referirse como rosacruces a personajes tan importantes como eran Michael Maier (1568–1622), médico y alquimista alemán, consejero de Rodolfo II de Habsburgo, así como Robert Fludd (1574 – 1637), eminente médico paracélsico, astrólogo y místico inglés. Ambos, según han expuesto de forma repetida en sus escritos, fueron buscadores de la Fraternidad de la Rosacruz, sin llegar a encontrarla jamás. Robert Fludd, en 1617, salió en defensa de la fraternidad, publicando un tratado en el que defendía la seriedad de la sociedad de los rosacruces, y algunos investigadores creen que fue él quien introdujo las supuestas ideas rosacruces en la francmasonería inglesa, para solicitar ser admitido en ella. Si a John Dee se le atribuye haber introducido la cábala cristiana en Inglaterra, fue sin duda Fludd el hombre que contribuyó a expandir las doctrinas rosacruces en las islas británicas. También se considera que el propio Robert Fludd pudo tener contacto con Iñigo Jones, Gran Maestre de los masones londinenses, y que debió de participar, en sus comienzos, del círculo más íntimo de la Dinastía de los Estuardo. Desde la posición que debió de ocupar, impulsó las doctrinas rosacruces dentro de la francmasonería, cuya expresión sería retomada por la tradición estuardista del Rito Escocés, dando nacimiento al grado de Caballero y Príncipe Rosacruz en los altos grados masónicos de las diferentes obediencias.
Desde la aparición de la Fama Fraternitatis hasta la pegada de carteles en París, en que transcurrieron tan solo ocho años, los autores de estos manifiestos provocaron la agitación de los círculos intelectuales de Europa. Se sabía que desde finales del siglo XVI existía en Alemania una anónima fraternidad denominada precisamente Hermanos de la Rosa Cruz de Oro. También se conocen las investigaciones, en la misma época, del hermetista luterano Johannes Valentinus Andreae (1586 – 1654), teólogo alemán, que estuvo vivamente interesado en la alquimia, el misticismo y el teatro a lo largo de toda su vida, acompañado por un grupo de estudiosos de la Universidad de Tubinga, dedicados a actividades bastante heterodoxas. Incluso se ha llegado a invocar la autoría del extraordinario Theophrastus Phillippus Aureo lus Bombastus von Hohenheim, popularmente conocido como Paracelso. No obstante, nadie fue capaz de averiguar la identidad de los enigmáticos rosacruces, salvo aquellos que lograron entrar en contacto personal con ellos y que, tras ser aceptados, se colocaron bajo su dirección. Pero que tampoco revelaron más detalles. Lo único que trascendió durante los siglos siguientes es que, de alguna forma, la orden seguía trabajando en silencio, de acuerdo con las directrices de un denominado Colegio Invisible, también llamado en ocasiones Los Superiores Desconocidos, que supuestamente estaba formado por seres espiritualmente elevados, cuyo único interés radicaba en el crecimiento interior de cada uno de los miembros de la fraternidad, despreciando las pompas y reconocimientos sociales, y sin aspiraciones de fama o poder, a no ser con carácter impersonal y temporal y con el único objetivo de ayudar al ser humano. Con el paso del tiempo, diversas organizaciones modernas como la Golden Dawn (Orden de la Aurora Dorada) británica o la AMORC (Antigua y Mística Orden Rosa Cruz) norteamericana han proclamado ser los «auténticos herederos» de la antigua Orden Rosacruz. Pero los verdaderos rosacruces parecen continuar tras el telón, por el momento.
Posteriormente, en los Estados Unidos, teóricos estadounidenses de la conspiración fueron promoviendo cada vez más una percepción de la masonería, del liberalismo y de la “conspiración judeo-marxista” como la fuerza directriz de la ideología del “ateísmo estatal“. Así, por ejemplo, en la década de 1960, algunos grupos como la John Birch Society y el Liberty Lobby dedicaron sus ataques a las Naciones Unidas como vehículo para crear “Un Gobierno Mundial“. Adicionalmente, Mary M. Davison, en su libro The Profound Revolution (1966), relacionó el origen de la supuesta conspiración del Nuevo Orden Mundial con la creación del Sistema de Reserva Federal en EEUU por un “grupo de banqueros internacionales“, que posteriormente habrían creado el Consejo de Relaciones Exteriores (CFR) en ese país como “gobierno en la sombra“. Cabe considerar que en aquellas fechas la frase “grupo de banqueros internacionales” se entendía como referencia a personas tales como David Rockefeller o a la familia Rothschild. Posteriormente, y a partir de la década de 1970, Gary Allen, periodista y teórico de la conspiración, sostiene que el término Nuevo Orden Mundial es utilizado por una élite internacional secreta dedicada a la destrucción de todos los gobiernos independientes. Para este autor, el mayor peligro deja de ser la conspiración comunista y pasa a serlo la élite globalizadora, que algunos identifican con el atlantismo del Grupo Bilderberg. Muchos de los mismos personajes, como Rockefeller, todavía ocupan un papel central como parte de este grupo plutocrático y elitista, grupo que controlaría tanto los gobiernos y sus instituciones, como los organismos internacionales. Un papel importante en la generalización de esa percepción se debe a la trilogía satírica “The Illuminatus“, de Robert Anton Wilson (1932 – 2007), novelista estadounidense, además de ensayista, psicólogo, ocultista e investigador de teorías conspiratorias. A pesar de pretender ser solamente una parodia de la paranoia de sectores norteamericanos acerca de las conspiraciones secretas, llegó a tener gran influencia, probablemente debido a que Wilson buscaba crear en el lector una fuerte duda acerca de lo que es real y lo que no lo es, elaborando curiosas teorías a partir de una mezcla de hechos históricos con hechos fantásticos. Esta popularidad de la teoría conspirativa aumentó cuando, en 1990, poco después de la caída del Telón de Acero, el entonces presidente de los EEUU, George H. W. Bush, hizo varias referencias al Nuevo Orden Mundial.
Para muchos, los conspiradores son simplemente un grupo que incluye a individuos y organismos percibidos como poderosos. Así, los participantes en la conspiración incluirían capitalistas, comunistas, judíos, illuminati, plutócratas, masones, grupos infiltrados en la Iglesia católica, políticos, gobiernos, y medios de comunicación. Se afirma también que muchas familias prominentes, tales como los Rothschild, los Rockefeller, los Morgan, los Kissinger y los DuPont, lo mismo que algunos monarcas europeos, podrían ser importantes miembros de los grupos conspirativos que propician un Nuevo Orden Mundial. También organizaciones internacionales, tales como el Banco Mundial, el FMI, la Unión Europea o la OTAN, son mencionadas como miembros del Nuevo Orden Mundial. Gary H. Kah es un escritor de Estados Unidos, especializado en teorías conspirativas y antimasónicas, que ha denunciado la voluntad de la Naciones Unidas de promover un Nuevo Orden Mundial, un gobierno mundial y las premisas de la fundación de una religión global. Kah considera que los masones son la fuerza que se halla detrás del plan de un gobierno mundial único, el Nuevo Orden Mundial. Igualmente confusas son las especulaciones acerca de quiénes serían los dirigentes de la supuesta conspiración. Según muchos de los proponentes de la teoría de la conspiración, los Illuminati originales siguen existiendo y persiguen aún el cumplimiento de ese Nuevo Orden Mundial. Este grupo aglutinaría a los personajes más influyentes del mundo, los cuales se reúnen cada año, en secreto, convocados por el Club Bilderberg, mientras que la seguridad de estas reuniones es controlada por miembros de la CIA, el FBI, el MI6 británico, o el KGB, entre otros. Entre sus asistentes habituales se encuentran los Rockefeller, la familia Rotschild, reyes, importantes políticos, y presidentes de grandes corporaciones. Esta teoría de la conspiración ganó una renovada popularidad cuando el conocido telepredicador protestante Pat Robertson afirmó, en su libro New World Order (1991), que tanto Wall Street, como la Reserva Federal, el Council on Foreign Relations, el Club Bilderberg y la Comisión Trilateral, estaban organizando una conspiración para ayudar al triunfo del Anticristo. En este tema, más allá del aparente deseo de dominación mundial, se plantean distintos objetivos, que van desde la implantación del reino del Anticristo, hasta el mantener a la gran mayoría sometidos en provecho de los conspiradores. Sin embargo, cualquiera que sea ese gran objetivo final, primero sería imprescindible imponer un gobierno mundial.
Así, se considera que el llamado “proceso de globalización“, iniciado a comienzos del siglo XX en todo el planeta, sería una de las múltiples facetas del establecimiento progresivo de este Nuevo Orden Mundial. Y, para lograr este objetivo, los conspiradores buscarían mantener al resto de la población en la ignorancia y divididos entre ellos. Para ello fomentarían conflictos, incluyendo actos terroristas, propiciando la división entre las víctimas de la conspiración y, por el otro, una situación que facilite la implementación de medidas coercitivas y dictatoriales. Asimismo, se especula con que los conspiradores dispondrían de una serie de programas, actividades y armas secretas, pasando por formas secretas de vigilancia sobre la totalidad de la población, o el control mental de la misma. Pero para ver los antecedentes de la actual situación, volvamos al pasado. En el año 510 a.C., cuando la tiranía se desmoronó en Atenas, los miembros de la aristocracia en la más famosa de las ciudades-estado griegas volvieron a enfrentarse entre sí por el poder. Para evitar que esta lucha condujera a males mayores, el político Clisteneo, abuelo del popular Pericles (495 – 429 a. C.), importante e influyente político y orador ateniense en los momentos de la edad de oro de la ciudad, se encargó de reformar la constitución vigente e instaurar un gobierno colegiado. Esto es, no elegido por los ciudadanos, sino formado por una élite de sabios y místicos reconocidos. Lo llamó sinarquía y funcionó bastante bien durante decenios. Durante la tiranía, e incluso antes, los antiguos griegos habían aprendido a diferenciar a los plutócratas (dueños de la riqueza) del resto de los ciudadanos, porque la filosofía que aplicaban los primeros era el deseo desmedido de poseer. La tiranía fue una forma de gobierno que se dio en todas las polis griegas, excepto en Esparta. El origen de este modelo político está en la insatisfacción de las clases media y baja con los gobiernos oligárquicos. Apoyados por artesanos, pequeños comerciantes y campesinos, los jefes de los partidos populares obtuvieron el poder, gobernando de forma personal, al margen de las instituciones y de la ley. Sus actuaciones buscaban acabar con los privilegios de las oligarquías de comerciantes y terratenientes, por lo que repartieron tierras e impulsaron la economía y la cultura de su polis. Sin embargo, incapaces de evitar los enfrentamientos sociales, acabaron desapareciendo tras levantamientos que devolvieron la legalidad institucional a las polis.
El problema es que se había destruido la antigua sociedad pastoril e igualitaria, que duraba desde tiempo inmemorial, y que las crónicas posteriores recordarían como un mundo feliz, una auténtica Edad de Oro, con el nombre de Arcadia. Pero, en su lugar, dieron pié a otra época en la que la desigualdad se convirtió en la norma común, generando continuas guerras y violencia. Entonces apareció una clase de filósofos presocráticos, llamados mesoi o conciliadores, que abogaban por recuperar el espíritu de la era antigua. La filosofía presocrática es el período de la historia de la filosofía griega que se extiende desde su comienzo, con Tales de Mileto (nacido en el siglo VII a. C.), hasta las últimas manifestaciones del pensamiento griego no influidas por el pensamiento de Sócrates, aún cuando sean cronológicamente posteriores a él. La obra de estos pensadores antiguos no nos ha llegado sino fragmentariamente, en citas de autores posteriores, por lo que el estudio de sus doctrinas debe tener presente constantemente la forma de transmisión textual y la valoración de las fuentes. Los mesoi promocionaban su teoría del equilibrio, resumida en sentencias populares como «la virtud siempre se halla en el justo medio». Para encontrar de nuevo la virtud era necesario crear instituciones que regularan las prácticas comerciales desleales, la esclavitud y el caos social, impidiendo que los más poderosos pudieran imponer sus condiciones a los demás. De esta forma aparece también la filosofía de la armonía, según la cual los ciudadanos sólo podían disfrutar de equidad si los acuerdos tomados entre ellos libremente fuesen respetados por todos. Según los filósofos, ésta era la situación de los hombres al principio de los tiempos, cuando su armonía en la Tierra reflejaba la del universo entero. La influencia de los mesoi fue inmensa en una sociedad en la que los plutócratas eran pocos, pero concentraban en sus manos el poder real. Su propuesta de una sociedad basada en la armonía y el orden pasó a convertirse en un ideal al que podía aspirarse con esperanzas de materializarlo.
Arkhé (“principio” u “origen“) representaba la correcta evolución de todo cuanto existe. Se trataba de un avance paulatino hacia la divinidad, que idealmente debía extenderse en todos los ámbitos, no sólo en el de las relaciones políticas y sociales, sino en la vida personal. Para vigilar su correcta aplicación, se nombrarían los arkhontes (arcontes) o magistrados, encargados de mantener el orden y la armonía. Eran los verdaderos guardianes del pueblo. Clisteneo aplicó estas ideas creando su gobierno de sabios, que era aconsejado por los filósofos. Además tenían la misión de instruir al pueblo a través de las academias o centros de aprendizaje. Así se pusieron las bases de la Grecia clásica, en la que su nieto Pericles instauraría la democracia o gobierno del pueblo. De todos modos era una democracia limitada, puesto que no podían participar en ella ni las mujeres, ni los esclavos, ni los extranjeros. Algunos autores señalan que el actual momento de nuestra civilización se parece mucho al antes descrito. Se trataría del deseo desmedido de posesión por parte de una minoría, que ha destruido la convivencia social, la armonía entre el hombre y la mujer, y el equilibrio entre la naturaleza y el ser humano. Tal vez estamos a las puertas de que aparezcan unos modernos mesoi y un nuevo Clisteneo. No está claro de dónde surgieron los filósofos conciliadores, o mesoi, los auténticos impulsores de aquel cambio. Pero seguramente podríamos relacionarlos directamente con las sociedades secretas instruidas en el antiguo Egipto y descendientes de los cultos solares de Ajnatón. En cuanto a los plutócratas, el número de ciudadanos que apoyaron la sinarquía los forzó a retirarse a un segundo plano, pero su frustración no hizo más que alimentar sus ansias de poder militar, económico y religioso. Ello los llevó a reflexionar que si un número de ciudadanos, aun no siendo mayoritario, podía agruparse y organizarse para defender sus intereses comunes, ellos también podían superar sus diferencias internas y construir su propia sinarquía. Conocemos la existencia de los mesoi, pero también podemos sospechar la existencia de otro grupo de filósofos rivales y consejeros de los plutócratas. Unos filósofos influidos por los descendientes de los cultos al terrible dios Seth, y enemigos por antonomasia de los primeros. Seth, o Set, dios ctónico, deidad de la fuerza bruta, de lo tumultuoso y lo incontenible. Señor de lo que no es bueno y las tinieblas, dios de la sequía y del desierto en la mitología egipcia. Seth fue la divinidad patrona de las tormentas, la guerra y la violencia. También fue patrón de la producción de los oasis. Se supone también que era hermano de Neftis, quien también era su esposa, de Isis y Osiris. Seth mató a su hermano Osiris para quedarse con el trono y luego tuvo una fuerte batalla con Horus, a quien le quitó un ojo. Pero Horus ganó y Seth se volvió el dios del desierto.
Tal vez entonces nacieron la sinarquía blanca y la sinarquía negra. La primera, decidida a ayudar al ser humano a caminar hacia un reino de paz y felicidad. La segunda, dispuesta a apoderarse del reino, de la paz y de la felicidad, pero sólo para sus socios, condenando a los demás hombres a la esclavitud. Se cuenta que, en la Edad Media, un joven quiso iniciarse en la masonería constructora, pues había oído hablar de que los miembros de esta organización no sólo se ayudaban entre sí en cualquier circunstancia, sino que, además, disponían de conocimientos vedados al común de los mortales. El joven sabía que los masones no revelaban su condición con facilidad, pero un conocido le había dicho que uno de los tres obreros que estaban trabajando en las obras de la catedral de su ciudad pertenecía a dicha fraternidad. Así que se dirigió allí de inmediato pensando en cómo podría descubrir quién era para solicitarle el ingreso. Debía actuar con astucia, pues sabía que si preguntaba directamente obtendría tres negativas. Cuando llegó a las obras vio, en efecto, a tres obreros ocupados en la misma labor, aunque cada uno instalado en un sitio distinto. Se acercó a ellos y, uno por uno, les hizo la misma pregunta: «¿Qué estás haciendo?» El primero respondió: «Estoy trabajando la piedra». El segundo dijo: «Estoy ganándome el jornal». El tercero replicó: «Estoy construyendo una catedral». Entonces el joven supo a ciencia cierta que el tercero era el masón. Una de las catedrales más famosas del mundo es la de Chartres, en Francia. Entre los muchos atractivos de esta maravillosa arquitectura religiosa figura un truco de iluminación muy apreciado por los constructores del mundo antiguo. Justo al mediodía de cada solsticio, tanto en verano como en invierno, un rayo de Sol atraviesa un pequeño agujero en el vitral de san Apolinar y señala una muesca en el suelo con forma de pluma. Se trata de un mensaje secreto que todavía hoy se desconoce qué quiere decir. Muchas sociedades secretas modernas nacieron alrededor de la construcción. En la misma Francia, la Camaradería (Compagnonnage) surgió en un primer momento para hacer frente al poder de los patronos, que controlaban el aprendizaje de los oficios, los empleos y sus ascensos. Hay que esperar al canciller alemán Otto von Bismarck, que fue el primero en poner en marcha durante el siglo XIX una institución similar a la Seguridad Social, posteriormente imitada por otras naciones occidentales. Antes de eso, el que no era rico o pertenecía al clero debía ganarse el sustento cada día y no podía permitirse el lujo de estar enfermo o perder un trabajo.
De ahí viene el éxito de la Camaradería francesa, ya que llegó a funcionar como una especie de sindicato que, además de trabajo, garantizaba la recepción de ayuda de todo tipo a sus afiliados: alojamiento, comida e incluso ropa. Ingresar en la organización se convirtió en sinónimo de una vida más segura y digna, por lo que sus miembros adoptaron una serie de gestos y signos secretos para reconocerse entre ellos y evitar que desconocidos pudieran aprovecharse de las ventajas de su fraternidad y la desvirtuaran. Se cree que la Camaradería funcionaba al menos ya desde el siglo XI. Y aunque hoy se la considera como una organización exclusivamente orientada a atender a los constructores, desde el principio demostró atesorar otro tipo de conocimientos sorprendentes. Fueron camaradas los que levantaron, entre los siglos XII y XIII, las catedrales de Chartres, Bayeaux, Reims, Amiens y Évreux, un conjunto de templos que imitan, sobre el suelo de Francia, la disposición de la constelación de Virgo en el cielo. Para las sociedades ocultistas, Virgo equivale a la gran diosa madre de los cultos antiguos, la Isis egipcia. Otro ejemplo lo tenemos cuando los camaradas erigieron a principios del siglo XII la basílica de la Magdalena de Vézelay, punto de partida del Camino de Santiago francés y considerada como cuna del arte gótico. En el tímpano de la puerta principal hay una imagen de Jesucristo que separa a los hombres «buenos», elegidos para ir al Cielo, de los hombres «malos», condenados al Infierno. Estos últimos tienen que someterse al pesaje de su alma en una balanza sujeta por un ángel, que confirma la magnitud de sus pecados. Y luego los encamina hacia la horrible boca de un monstruo gigantesco que los devora. Exactamente, la misma imagen que los iniciados egipcios describieron en el Libro de los Muertos, donde el dios Anubis sustituye al ángel en el pesaje de la balanza y la diosa devoradora Ammit se encarga de tragar a los malvados. Los obreros de la Camaradería francesa pertenecían a cuatro oficios concretos: talladores de piedra, carpinteros, ebanistas y cerrajeros. Cada uno de ellos se dividía en grados de experiencia, casi siempre tres: aprendices, compañeros y maestros o iluminados. Iluminados era un adjetivo místico, puesto que los maestros llegaban a serlo por una doble condición, la de expertos profesionales y la de inspirados por la luz de Dios. Parece evidente que la Masonería no es otra cosa que la rama de la Camaradería específicamente destinada a la construcción, ya que la palabra francesa maçon significa albañil. Francmaçon significa «albañil libre» y suele utilizarse como sinónimo, aunque en realidad es una expresión más exacta, ya que masones lo eran todos los albañiles medievales, pero sólo los pertenecientes a la organización o iniciados en ella eran francmasones.
Durante la Edad Media, la Camaradería entró en crisis, probablemente porque entraron en ella muchos obreros deseosos de beneficiarse de las ventajas del sistema, pero sin asumir las equivalentes responsabilidades. Sólo los camaradas encargados de trabajar la piedra lograron compactarse sin fisuras, y a partir de entonces reforzaron su secreto y la firmeza de sus responsabilidades. Así consiguieron mantener algún tiempo más su organización, aunque tampoco pudieron eludir su declive: a medida que la época de las catedrales se iba apagando, y con ella desaparecían los maestros constructores. Para evitar caer en el declive por completo, la masonería se vio forzada entonces a abrir las puertas a nuevos miembros que nada tenían que ver con la labor constructora. El hecho de que muchos profanos en el trabajo de la piedra desearan ingresar en la organización hasta el punto de salvarla de su definitiva extinción, sugiere que lo que se aprendía en ella no se limitaba al trabajo físico de los obreros. Un indicio de ello es el nombre de sus salas de reunión, las logias. Aunque se han planteado varios orígenes para la palabra logia, resulta curioso que en griego signifique precisamente «ciencia». La masonería del siglo XXI afirma que su interés no es otro que el de «conseguir la perfección del hombre y su felicidad, despojándole de vicios sociales como el fanatismo, la ignorancia y la superstición, perfeccionando sus costumbres, glorificando la justicia, la verdad y la igualdad, combatiendo la tiranía y los prejuicios», así como estableciendo «la ayuda mutua entre sus miembros». Sin embargo, presenta fuertes contradicciones, como los enfrentamientos entre diversos tipos de masonería para ver cuál de ellas es «la verdadera», o el hecho incuestionable de que la mayoría de sus logias prohíba expresamente la iniciación de las mujeres. A principios del siglo XVI, un grupo de maestros alemanes se trasladó a Inglaterra para abrir las primeras logias de constructores del Reino Unido. Los aprendices ingleses redactaron la primera ley masónica de la que tenemos noticia, la llamada Constitución de York, a la vez que fundaban la Orden de la Fraternidad de los Masones Libres. Igual que sucedió en el continente, la organización británica declinó poco a poco hasta que se vio obligada a aceptar a profesionales liberales e incluso a miembros de la nobleza. A los nuevos iniciados se les calificaba de «masones aceptados». En seguida surgió la Fraternidad de los Masones Libres y Aceptados, los que, definitivamente, habían abandonado la construcción y por tanto pasaron a denominarse Masonería Especulativa en lugar de Masonería Operativa como hasta entonces.
Este tipo de masonería tiene su carta de nacimiento en 1717, cuando cuatro logias londinenses de aceptados se fusionaron con una autodenominada Sociedad de Alquimistas Rosacrucianos y fundaron así la Gran Logia Unida de Inglaterra. Seis años más tarde, uno de sus miembros, James Anderson, recibió el encargo de reunir toda la documentación disponible sobre la sociedad discreta y redactar lo que desde entonces se conoce como las Constituciones de Anderson. En este manuscrito se incluye una historia legendaria de la orden, los deberes u obligaciones, un reglamento para las logias y los cantos para los grados iniciales. También aparece la historia de Hiram Abiff, constructor del Templo de Salomón, así como la obligación de creer en una divinidad suprema, descrita como el Gran Arquitecto del Universo, pues «un masón está obligado por su carácter a obedecer la ley moral y si entiende correctamente el Arte, jamás será un estúpido ateo ni un libertino irreligioso». La nueva Masonería Libre y Aceptada sustituyó pronto a lo que quedaba de la Masonería Constructora original, por lo que la Gran Logia Unida se convirtió en la referencia masónica por excelencia, tanto en Europa como en las colonias americanas. Desde Inglaterra saltó a Bélgica en 1721, a Irlanda en 1731, Italia y el norte de América en 1733. Después a Suecia, Portugal, Suiza, Francia, Alemania, Escocia, Austria, Dinamarca y Noruega y, finalmente, a mediados del XVIII, al resto de países europeos y americanos. Una de sus dos variantes más importantes fue el Rito Escocés Antiguo y Aceptado, diseñado por Andrew Michael Ramsay, el preceptor del hijo de Jacobo II Estuardo de Escocia, donde encontraron cobijo algunos de los caballeros templarios que huían de la persecución a que fue sometida su orden tras ser desmantelada por el rey francés Felipe el Hermoso y el Papa Clemente V. Otra variante fue el Gran Oriente de Francia, que se declaró «obediencia atea» y se volcó en intereses sociales y políticos, más que espirituales. Desde entonces se la conoce como Masonería Irregular. Uno de los miembros del Rito Escocés acabaría influyendo en la creación de la llamada Estricta Observancia Templaria, rama que controlaría la masonería alemana, en torno a la cual se forjaría la Orden de los Iluminados de Baviera, los illuminati. En 1738, el Papa Clemente XII condenó a la masonería a través de una bula llamada In emminenti, que prohibía expresamente a los católicos iniciarse como masones bajo pena de excomunión. El motivo oficial de la condena era el carácter protestante de la Gran Logia Unida de Inglaterra, pero el decreto terminaba con una frase enigmática: «[…] y (también les condenamos) por otros motivos que sólo Nos conocemos». Varios de sus sucesores, como Benedicto XIV, León XIII y Pío XII, entre otros, también publicaron severas condenas contra una sociedad que, según las denuncias del Vaticano, «se ha mostrado anticatólica y antimonárquica de manera reiterada». Ya en el siglo XX, el Concilio Vaticano II levantó un poco la mano al respecto, pero en 1983 el Papa Juan Pablo II todavía recordaba públicamente «la incompatibilidad de ser masón y católico».
Uno de los principales problemas para definir y conocer el sentido profundo de la Masonería moderna es la constatación de la coexistencia de dos Masonerías: una visible, la de las Tres Columnas, los mandiles, los emblemas, los ritos e incluso las medidas, así como las ocasionales declaraciones públicas; y otra, invisible pero real, que actúa de varias formas. Se trata de la Masonería de la Cuarta Columna. Ésta es desconocida incluso por los masones de Alto Grado y en ella se integra la masonería mundialista y luciferina, según opina Ricardo de la Cierva y Hoces (1926 – 2015), historiador y político español. Manly P. Hall, considerado filósofo de la masonería actual y autor de Lectures on Ancient Philosophy, lo explica de este modo: «La francmasonería es una fraternidad dentro de una fraternidad; una organización exterior que oculta a una Hermandad interior de los Elegidos. Es necesario examinar la existencia de estas dos organizaciones separadas pero sin embargo interdependientes, una visible y otra invisible. La sociedad visible es una espléndida camaradería de hombres libres y comprometidos a dedicarse a fines éticos, educativos, fraternales, patrióticos y humanitarios. La sociedad invisible es una fraternidad augusta, dotada de dignidad majestuosa, cuyos miembros están dedicados al servicio de un arcanum arcanorum (arcano de los arcanos o secreto de los secretos)». Es en esta Masonería invisible en la que parece opera el Club Bilderberg. Pero el Club no es una logia a pesar de que sus dirigentes sean masones, lo que significa que, en la práctica, sus acciones e ideologías están integradas en la cosmología masónica. Por ello, los miembros del Club Bilderberg iniciados se consideran «Elegidos» y utilizan y dirigen el Club y a los asistentes guiados por el idealismo masón. Albert Pike (1809-1891), quien más de un siglo después de su muerte sigue siendo uno de los autores masónicos más citados, fue un miembro preclaro de la Masonería Invisible y fijó el Rito Escocés Antiguo y Aceptado como el más practicado en los Estados Unidos y en otras partes del mundo. Fue apodado «Papa Masónico» y «Platón de la Masonería» y vinculó sus enseñanzas con la Cábala, la Gnosis, los misterios de Isis y el culto de Krishna. Su obra cumbre fue Moral y Dogma del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, que se ha entregado durante décadas a los iniciados para su educación masónica y cuya edición facsímil está presentada y avalada por el Supremo Consejo de Grado 33. A lo largo de sus páginas alude constantemente a la Luz, las Tinieblas, la Bestia y a su número diabólico, el 666, y además, señala: «La Masonería, como todas las Religiones, todos los Misterios, el Hermetismo y la Alquimia, oculta sus secretos a todos, excepto a los Adeptos y Sabios, los Elegidos, y utiliza explicaciones falsas e interpretaciones engañosas de los símbolos para desorientar a los que merecen ser desorientados, para ocultar la Verdad que ella llama Luz y apartarles de ella».
Y ya que nos hemos referido al número de la Bestia 666, creo interesante hacer referencia a la estructura hexagonal del nuevo y sensacional material llamado grafeno. Cada hexágono está formado por 6 átomos de carbono. Además, como el átomo de carbono, que forma parte del grafeno, contiene 6 protones, 6 neutrones y 6 electrones libres, me vino a la mente el tema del famoso 666. En efecto, en el Apocalipsis 13:(16 a 18), leemos lo siguiente: “Y hacía que a todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se les pusiese una marca en la mano derecha, o en la frente; y que ninguno pudiese comprar ni vender, sino el que tuviese la marca o el nombre de la bestia, o el número de su nombre. Aquí hay sabiduría. El que tiene entendimiento, cuente el número de la bestia, pues es número de hombre. Y su número es seiscientos sesenta y seis“. Además, la frase “pues es número de hombre” probablemente se refiera al hecho que más del 95 por ciento de las sustancias químicas conocidas son compuestos del carbono, por lo que es el elemento base de la química orgánica, la «química de la vida», que configura a los seres vivos, incluido el hombre. Por otro lado, con una estructura atómica similar a la de una tela metálica, el grafeno se presenta en láminas de un solo átomo de espesor, característica que lo convierte en el material más delgado del mundo. Si apilases dos millones de láminas de grafeno una encima de la otra, obtendrías una placa mucho más delgada que una tarjeta de crédito. Dicho en otras palabras, una lámina delgadísima de grafeno, colocada en la mano derecha o en la frente, podría ser utilizado como un chip invisible con el que pudiésemos, o tuviésemos que, efectuar todas las transacciones comerciales. De todos modos esto es solo una especulación. Pero tal vez tenga sentido. Entendemos que la verdad profunda de la Luz Masónica sólo se revela a los Elegidos de la Masonería Invisible y que esta verdad, según estos masones, se refiere al sentido final de la existencia del hombre en la tierra y su relación con Dios, el Universo y la Muerte. Tanto Pike como los dirigentes de la Masonería Invisible intentan convencer a sus miembros de que su doctrina contiene la piedra filosofal de la existencia. Pero no olvidemos que Pike era un devoto satanista y que, según afirman autores masónicos, usaba un brazalete para invocar a Satán. Para comprender el carácter de la religión única que los masones quieren extender por el mundo, identificada con el movimiento Nueva Era, es importante que antes analicemos el mensaje de algunos textos masónicos clave, pues de ellos derivan los aspectos fundacionales de la nueva doctrina.
El Dios aceptado por los masones iniciados es el llamado Gran Arquitecto del Universo, que no es un Dios personal y concreto. Puede ser el cristiano, el budista, el judío, el panteísta o el musulmán, según la creencia de cada uno. Lo definen como un Dios supremo o una especie de energía universal que aparece representado simbólicamente en la letra G en sus escudos y estandartes. Este Dios fue identificado por Albert Pike y sus seguidores con Lucifer al retomar e introducir en Estados Unidos el Rito Escocés Antiguo y Aceptado de la Masonería. En Morals and Dogma, Pike expone el ritual de los masones iniciados para la obtención del grado XIX, que reza así: «En la Jerusalén Celestial reina la luz primitiva; la Ciudad de la Luz se impondrá a la Ciudad de las Tinieblas». Y continúa: «LUCIFER, ¡el Portador de la Luz! ¡Extraño y misterioso nombre dado al Espíritu de las Tinieblas! ¡Lucifer, el Hijo de la Mañana! ¿Es Él quien lleva la Luz y con sus resplandores intolerables ciega a las Almas débiles, sensuales o egoístas? ¡No lo dudéis! Porque las tradiciones están llenas de Revelaciones e Inspiraciones Divinas; y la Inspiración no es de una Edad ni de un Credo. Platón y Filón también estaban inspirados». Según la interpretación de Ricardo de la Cierva, «Pike utiliza a Lucifer como sinónimo de Satán y lo que nos dice es que la Luz Masónica, la de la Cuarta Columna, la de la Masonería Invisible es la Luz de Lucifer, la Luz de Satán». Al iniciado se le irá desvelando poco a poco, según vaya alcanzando los grados escalonados, el secreto de la masonería, consistente en conocer que la Luz lo salva del mundo de las Tinieblas, de la oscuridad. Y que la oscuridad es, entre otras cosas, la ausencia de conocimiento en la que permanecen los no iniciados. Esta luz no es otra que la de Lucifer, la de Satán. Para los Iluminados, Lucifer es Dios y Jesús es el imitador. Según los masones, esta Luz es una Fuerza creada para el bien, pero que puede ser utilizada para el mal, atribuyendo a Satán un signo muy positivo, como el de ser un instrumento de la libertad y la voluntad libre. Que el masón pueda actuar libremente con la fuerza de Lucifer, el espíritu de la luz y la verdad, significa que puede acometer cualquier acción aún pareciendo ésta perversa a priori, ya que las malas acciones a través del entendimiento que proporciona el espíritu de la luz, se revelan como buenas. En la práctica, esta conclusión significaría que es bueno que determinada gente muera o pase hambre para que otros vivan con exceso de todo. Y también significa que para que una élite global ostente el poder avalado por una riqueza infinita de billones de euros, muchas personas tienen que pasar hambre y ser explotadas. Como afirma Albert Pike en Morals and Dogma: «Frecuentemente, un hombre y muchos hombres tienen que ser sacrificados, en el sentido ordinario, para el bienestar de todos (…)».
Cuenta Ricardo de la Cierva que Jack Lang, intelectual y político del socialismo radical francés, se atrevió a celebrar en la histórica ciudad de Blois una reunión general de obediencias masónicas, con el piadoso fin de consagrar a Satán nada menos que Francia. El motivo era una correspondencia cabalística con el signo de Satán que coincidía con el 30 de junio de 2000. Y el convocante fue durante varios gobiernos socialistas Ministro de Cultura. Muchos presidentes de Estados Unidos eran masones, como Franklin D. Roosevelt (miembro también del CFR) y Harry S. Truman, que fue iniciado en el grado 33 del Rito Escocés (CFR). Por su parte, John F. Kennedy era católico, no masón, pero sí miembro del CFR. Lyndon B. Jonson era masón del grado 33 (CFR); Gerald R. Ford fue masón y presidente del CFR; George Bush I es masón y miembro de la comisión Trilateral, el Skull and Bones y el CFR. William J. Clinton es un masón reconocido, miembro de Bilderberg, la Trilateral y el CFR, las tres organizaciones mundialistas. Clinton ha estado afiliado a la organización juvenil masónica Demolay y es miembro de la moderna Orden del Temple masónica. Su ex vicepresidente Al Gore es masón confesado. Desde Eisenhower, que no era masón, pero sí del CFR, todos los presidentes norteamericanos han pertenecido a Bilderberg. La influencia de la Masonería también se hace notar en la Banca, esencia integradora del Club. J. Pierpont Morgan es un puntal básico de la Masonería invisible así como del Club Bilderberg, como también lo es John D. Rockefeller, quien nunca ha ocultado su condición masónica, pero tampoco la ha aireado. Su yerno el ex senador Nelson Aldrich, esposo de su hija Abby, también es masón. Otro miembro del Club Bilderberg y masón, que además fue presidente del grupo, es Lord Carrington, ex secretario general de la OTAN. David Bay, Director del Ministerio La Espada del Espíritu, cuyo objetivo es explicar los objetivos y aspiraciones del Nuevo Orden Mundial, describe a la Masonería Invisible como satánica y concluye que Manly P. Hall es un Elegido de la Masonería Invisible. Apunta, además, que los masones de Alto Grado que rechazan el satanismo masónico pertenecen a la Masonería Visible, la superficial, la que, sin ni siquiera intuirlo, existe para despistar, según la explicación de Pike. El autor deduce que sólo el 5% de los masones pertenecen a la facción Invisible, que sería el núcleo duro de la Orden. El 95% restante se indigna ante las atribuciones satánicas y con razón, porque nunca han sido testigos de ellas.
La Masonería de los Elegidos, que no alcanza a conocer y practicar más que un corto porcentaje de los masones de altos grados, como afirman los propios Albert Pike y Manly P. May, actúa en tres escenarios, siguiendo la división de Ricardo de la Cierva: El núcleo duro de la Masonería de los Elegidos; el esotérico-satanista; y la Masonería Invisible del poder mundial. En definitiva, en el último sentido, acaban siendo lo mismo pues se interrelacionan y se confunden entre sí. El mundialismo masónico hunde sus raíces en la doctrina del masón alemán Carlos Cristián Federico Krause, que en 1811 impulsó una teoría conocida como la Federación de la Humanidad, una trama masónica universal que desembocaría en la creación de un estado mundial. Parece pues, un precursor del gobierno único anhelado por el Club Bilderberg. La doctrina krausista se importó a todo el mundo, aunque con el tiempo perdió fuerza y casi desapareció. Sin embargo, es innegable que las organizaciones paramasónicas mundialistas e invisibles, órganos clave de la globalización, como el Club Bilderberg, el CFR, la Skull & Bones y la Comisión Trilateral, también bebieron de las teorías krausistas. El profesor Manuel Guerra, de la Facultad de Teología de Burgos, España, especialista en sectas, ocultismo y satanismo, ha profundizado en el estudio de las referidas materias en sus obras Diccionario Enciclopédico de las Sectas y El Satanismo y el Luciferismo. Las concibe como dos formas de religiosidad alternativa y mágica de nuestro tiempo. Además de revelar interesantes aspectos acerca de la profunda impregnación del satanismo y el luciferismo en la sociedad actual, apunta la existencia de la Gran Logia Rockefeller 666, cuya sede central está ubicada en Nueva York, cerca del Rockefeller Center. Tiene un letrero luminoso con el número 666 en la cima de su rascacielos y una estatua de Prometeo en su entrada, el héroe griego que robó el fuego a los dioses para entregárselo a los hombres. Sólo admiten a personas de gran nivel económico y cultural, que ya estén iniciados en los grados 30 a 33 de la Masonería del Rito Escocés. Su gran maestro fue David Paul Goldman, economista, crítico musical y escritor norteamericano, que ayudó a grupos como los Rolling Stones.
De acuerdo con Goldman, siguiendo los pasos de Franz Rosenzweig (1886 – 1929), filósofo y teólogo alemán, las creencias sobre el pasado y el futuro deciden el destino de las naciones, ya que la propagación de la cultura es tan fuerte que da forma a la historia. Así que el futuro de una nación está fuertemente influenciado por la religión. Franz Rosenzweig nació en Kassel (Alemania) el 25 de diciembre de 1886, en el seno de una familia judía asimilada, heredera de la emancipación y del judaísmo liberal, que buscaba integrarse en el mundo moderno burgués. A pesar de que no estaban dispuestos a abandonar la religión de sus padres, las cuestiones religiosas no desempeñaban un papel importante en sus vidas. Los Rosenzweig asistían sólo a las fiestas importantes en la gran sinagoga de la comunidad liberal en Kassel y tenían compromisos con las instituciones de ayuda comunitaria judías. El joven Franz fue guiado por su tío abuelo en los modos de la vida tradicional judía y en el aprendizaje del hebreo. A petición de su padre estudió medicina a partir de 1905 en Goettingen, Friburgo y Múnich. Después de concluir sus estudios en 1907 fijó su interés por la historia de la ciencia y la filosofía, estudios que realizó en Berlín y Friburgo. En 1912 obtuvo su doctorado con una tesis Sobre Hegel y el Estado en Friburgo. Dos acontecimientos marcarán su vida: la Primera Guerra Mundial y el redescubrimiento del judaísmo. Su participación directa en la guerra confirmó sus reservas respecto a la filosofía de Hegel, que justificaba la muerte de los individuos en nombre de causas superiores y le llevó a romper de manera definitiva con el idealismo. Su opción por el judaísmo fue poco tiempo antes, en 1913. Mientras pensaba en convertirse al cristianismo visitó casi por casualidad una pequeña sinagoga en Berlín durante el Yom Kipur. Tenía la intención de acercarse a las tradiciones de sus antepasados. Al finalizar el servicio religioso estaba convencido que deseaba dedicar el resto de su vida al estudio y a la enseñanza del judaísmo. Para ello permaneció en Berlín bajo la influencia del filósofo Hermann Cohen, exponente del judaísmo liberal. En su obra principal, La estrella de la Redención (1921), Rosenzweig analiza cómo la unicidad de cada ser humano, la realidad del mundo y la trascendencia de Dios ponen en jaque la idea de totalidad, mostrando cómo estas tres singularidades encuentran sentido, una en relación a la otra. La creación une el mundo a Dios, y la revelación permite que el ser humano sea orientado por la palabra divina, mientras que la redención le da como tarea la salvación del mundo, esencialmente por medio del amor. A pesar de la clara separación en tres volúmenes de La estrella de la Redención, se aprecia una correlación con su idea de un Nuevo Pensamiento, un marco filosófico nuevo.
La logia Rockefeller es una orden secreta del iluminismo de signo luciferino, cuyo ritual, según el profesor Manuel Guerra, acata «el iluminismo más tétrico» que aspira a encontrar una luz superior a la masónica. Entre los rasgos esenciales del luciferismo destaca la creencia en Lucifer como Dios único, es decir, no hay más deidad que él. Lo que los cristianos identifican con Dios, simplemente, no existe. Otra característica es reconocer a Lucifer como el benefactor de la Humanidad, como Prometeo o Baphomet. Estos masones vuelven la mirada a la mitología clásica del héroe condenado por los dioses por haber entregado el fuego divino a los hombres y reinterpretan la alegoría de Prometeo como símbolo de la innovación espiritual, así como el rescate de lo justo y verdadero a costa del sacrificio y el sufrimiento. Hablan de esa luz que bajando a la tierra intenta iluminar a los mortales apartándolos de la oscuridad y trayéndoles la conciencia y el conocimiento del pasado y del futuro; siendo éste un atributo más propio de la divinidad que del hombre. Manuel Guerra destaca que en el transcurso de sus reuniones se celebran misas rojas, llamadas así por el predominio de este color en su ritual, durante las que colocan la efigie de un joven adornada con símbolos pontificios y de la realeza sobre el altar. Aunque no se practican sacrificios humanos sí se desarrollan ritos de sexualidad lujuriosa. La filosofía del siglo XVII en Occidente es considerada generalmente como el comienzo de la filosofía moderna. A menudo se le llama Siglo de la Razón y se considera como sucesora del Renacimiento y predecesora de la Ilustración. Alternativamente, puede verse como la primera parte de la Ilustración. En la filosofía occidental, el periodo moderno se asume que empieza con el siglo XVII, concretamente con la obra de René Descartes, que estableció los temas y el método de quienes le siguieron. Es un periodo caracterizado por los constructores de grandes sistemas y de filósofos que presentaron sistemas unificados de epistemología, metafísica, lógica, y ética, y a menudo política, así como también ciencias físicas. El filósofo alemán Immanuel Kant clasificó a sus predecesores en dos escuelas: los racionalistas y los empiristas. Y la filosofía moderna temprana de los siglos XVII y XVIII, a menudo se caracteriza en términos de un supuesto conflicto entre estas escuelas. Pero los filósofos involucrados no pensaban en ellos mismos como pertenecientes a estas escuelas, sino en una misma empresa filosófica. Lo cierto es que el llamado Siglo de la Razón marcó un punto de inflexión en la masonería, que ya no volvería a ser la misma sociedad hermética orientada en exclusiva hacia sus miembros.
A partir de entonces la mayor parte de sus intereses quedó fijada en el mundo material. Especialmente, en lo referente a la posibilidad de crear un imperio mundial al que se someterían todas las administraciones nacionales. Un imperio dirigido por una minoría «iluminada» que, basándose en el progreso de la ciencia, la técnica y la producción, impulsara un mundo más lógico, racional y acorde con los designios divinos del Gran Arquitecto del Universo. Quizá eso explique la proliferación de la masonería en los salones del poder actual. Todos los reyes ingleses desde el siglo XVIII, así como la mayoría de sus primeros ministros, la mayor parte de presidentes del gobierno y presidentes de la República francesa, innumerables políticos en Alemania, excepto en la época nazi, de Italia, excepto durante el fascismo, y en todos los demás países europeos, así como muchos de los miembros de las actuales instituciones de la Unión Europea, la gran mayoría de los presidentes de Estados Unidos y muchos de los dirigentes de otros países americanos, han sido o son masones. En algunos casos, los símbolos masones incluso han ondeado en banderas oficiales como la de la desaparecida República Democrática Alemana, que lucía sobre las franjas negra, roja y amarilla un martillo y un compás orgullosamente laureados, y no una hoz como cabría suponer tratándose de un régimen comunista. En España, donde la masonería estuvo prohibida y perseguida por el franquismo, casi todos los prohombres de las dos repúblicas pisaron las logias, desde Pi i Margall hasta Alcalá Zamora, pasando por Castelar, Negrín, Nin, Lerroux o Azaña. En 1979 consiguieron legalizarse de nuevo las dos obediencias más importantes de la época, enfrentadas entre sí: el Grande Oriente Español y el Grande Oriente Español Unido. Durante la República hubo una larga lista de personalidades españolas que eran miembros de la masonería, como el investigador Santiago Ramón y Cajal, el educador Francisco Ferrer y Guardia, el músico Tomás Bretón, el ingeniero Arturo Soria, o el novelista Vicente Blasco Ibáñez.
Paul H. Koch, escritor e historiador alemán, nacido en 1953, es doctor en Humanidades, Historia y Ciencias Sociales, así como reputado especialista en dinámica de grupos y organización de sociedades. Ha trabajado como consultor y analista privado en gestiones de crisis para diferentes estamentos de Alemania, Noruega, Suiza, Islandia y Canadá, entre otros países. Sus trabajos más conocidos a nivel internacional tratan sobre sociedades secretas, tales como los Illuminati, o bien sobre otros grupos de parecido comportamiento a lo largo de la historia. Según Koch, ser presidente de Estados Unidos encarna uno de los grandes sueños de cualquier político. Sin embargo, no es un puesto fácil de alcanzar debido a la cantidad de influencias y dinero necesarios. Tampoco se puede decir que se trate de un cargo especialmente cómodo; ni siquiera seguro. Llama la atención comprobar que prácticamente todos los que han logrado ocupar la Casa Blanca tras ganar unas elecciones en un año cuya cifra termina en cero y un decenio par han muerto en el ejercicio del cargo. Así pues, William Henry Harrison (1840), Abraham Lincoln (1860), James A. Garfield (1880), Warren Harding (1920), Franklin D. Roosevelt (1940) y John R Kennedy (1960) fallecieron víctimas de atentados o misteriosas enfermedades. Ronald Reagan, que fue elegido en 1980, resultó gravemente herido en un atentado del que consiguió recuperarse, aunque durante un tiempo corrió el rumor de que tuvo que ser sustituido por un doble. Para la astrología moderna, la explicación hay que buscarla en una conjunción que forman Júpiter y Saturno exactamente cada dos decenios. Para algunos estudiosos de la historia y la cultura de los indios americanos, los nativos autóctonos, que fueron progresivamente despojados de sus tierras y luego prácticamente exterminados, la culpa es de una maldición lanzada por importantes chamanes contra el «padre blanco de Washington que nos engañó». Algunos autores piensan que detrás de estas muertes estarían los Illuminati, o alguna organización paralela. En 1926 y durante un discurso pronunciado ante la Sociedad Química Americana, uno de los entonces prohombres de la alta sociedad estadounidense, el industrial Irenee Du Pont, disertó sobre la necesidad de mejorar la raza humana o, mejor, de crear una nueva raza de superhombres que pudiera afrontar con garantías el incierto futuro de la especie. Como tantos otros ciudadanos americanos y europeos, sobre todo de las clases acomodadas, Du Pont era un racista que creía que había que evitar la mezcla de razas y preservar la raza blanca. Por ello defendía la aplicación de la eugenesia, una rama de la ciencia actualmente casi maldita desde que salieron a la luz algunos de los experimentos nazis.
La eugenesia se practica desde tiempos inmemoriales con las plantas y el ganado, al cruzar los mejores ejemplares de una especie, favoreciendo las condiciones ambientales para su desarrollo y, en general, dando un pequeño empujón a la evolución natural. En el caso del ser humano, Du Pont planteaba que se trataría básicamente de buscar y poner en práctica la metodología y las técnicas precisas para ayudarlo a mejorar de forma progresiva, física y mentalmente. El problema es cuando la eugenesia se reserva en exclusiva para una serie de individuos escogidos, con el fin de lograr no una elevación general del nivel humano, sino sólo la de esos individuos, a los que se dotaría, de esta forma, de una ventaja con respecto a los demás. El régimen nazi no fue el único que investigó en este sentido. Sin embargo, Du Pont y muchos otros grandes industriales y magnates norteamericanos elaboraron una serie de planes, que los llevó a financiar a comienzos de los años treinta del siglo XX organizaciones racistas como la Liga de la Libertad Americana, que, según algunos expertos, llegó a contar con un millón de seguidores. En el fondo, los prohombres compartían muchas de las ideas de los nazis y deseaban aplicarlas también en su país. En 1934, y teniendo en cuenta la evolución de la política europea, la situación parecía lo bastante madura para intentar hacerse abiertamente con el poder en Estados Unidos. Se trataba de quitar de en medio al entonces presidente Franklin D. Roosevelt, al que los conjurados acusaban de pro-bolchevique y antiamericano, para sustituirlo por otro mandatario y otro tipo de régimen. No obstante, en un país donde la libertad de armamento está consagrada por la Constitución, se hacía imprescindible contar con el apoyo directo del ejército y de un hombre de acción capacitado para conducirlo, si es que llegaba el momento de imponerse por la fuerza. Los conspiradores estudiaron cuidadosamente las opciones disponibles y decidieron embarcar en su aventura a uno de los generales más populares de la época, Smedley Darlington Butler, ex comandante en jefe de los marines, con un amplio y brillante historial militar y condecorado en dos ocasiones con la Medalla de Honor del Congreso, uno de los militares más laureados de la historia de Estados Unidos. El encargado de contactar con Butler fue Gerald G. MacGuire, quien decía a todo aquel que quisiera escucharle que Estados Unidos «necesita un gobierno fascista» para «salvar a la nación de los comunistas, que sólo aspiran a destruir y arrasar todo lo que hemos construido en América».
El plan, según le explicó al general Butler, era lanzar un ultimátum a Roosevelt para que éste nombrara un nuevo secretario de Asuntos Generales afín a los conspiradores. Dotado de pleno apoyo presidencial, este cargo pondría en marcha de manera pacífica el proceso de transición hacia el tipo de régimen que deseaban Du Pont, MacGuire y los suyos. En caso de que el presidente se negara a asumir esas exigencias, Butler debería liderar un ejército privado, que se organizaría en poco tiempo, a partir del medio millón de veteranos de la Legión Americana, así como de otros grupos de milicias fascistas. Entonces, el militar podría dar un golpe de Estado en Washington, que debería ser apoyado por las tropas regulares gracias a su prestigio personal. Nadie sabe lo que habría ocurrido si Butler hubiera decidido secundar ese plan, pero lo más probable es que la historia contemporánea fuera muy diferente de la que hoy conocemos. De puertas afuera, el general simuló un gran entusiasmo ante esa propuesta, pero en realidad se juró a sí mismo desbaratarla en cuanto descubriera la identidad de todos los conspiradores. Durante un tiempo participó en los preparativos del golpe, mientras reunía la suficiente información para desmontar toda la trama. Sin embargo, no pudo aguantar mucho el doble juego. Entre otras cosas, porque pensó que los acontecimientos se estaban precipitando cuando conoció al banquero y financiero Robert S. Clarke, uno de los principales «tiburones» de Wall Street en aquella época, el cual le explicó que estaba dispuesto a poner treinta millones de dólares de su propia fortuna para conducir el proyecto hasta sus últimas consecuencias. Clarke le confirmó que había varios magnates y empresas implicados y provistos de fondos equivalentes con los que financiar la toma del poder. Sus nombres eran: Rockefeller, Morgan, Pitcairn, Mellon, Goodyear, etc… Después de esa entrevista, el general Butler decidió acudir al Congreso y denunciar lo que estaba ocurriendo. Lo hizo en el seno del Comité McCormack Dickstein, el mismo que posteriormente se transformaría en el famoso Comité de Actividades Antiamericanas. El caso fue estudiado durante el mes de noviembre del mismo 1934 y su informe final es claro, ya que, según indica, «todas las acusaciones del general Butler están fundadas […] y han sido verificadas». Pero el intento de golpe de Estado no se hizo público de inmediato. A Butler le resultaba difícil de asimilar las explicaciones que le dieron para evitar la difusión de lo ocurrido.
El planteamiento era que Estados Unidos todavía estaba saliendo de una de las peores crisis financieras de la historia, el crack de 1929 y la Gran Depresión posterior. Si en ese mismo momento el gobierno detenía y encarcelaba a los principales magnates de la industria, la economía y las finanzas, acusados de alta traición contra el Estado, eso supondría un gran escándalo internacional y, sobre todo, nacional, además de un golpe mortal para el sistema económico y político del país. Además se originaría un shock de tal calibre que podría degenerar incluso en una nueva guerra civil. Esto es, acabaría facilitando los objetivos iniciales de los conspiradores. En la Casa Blanca, le dijeron, se creía que una vez descubierta la intentona, resultaba más práctico neutralizar a los implicados, procediendo a severas advertencias bajo cuerda y asignándoles vigilancia perpetua por parte de las agencias federales. En consecuencia, la versión pública del informe final fue censurada y los medios de comunicación advertidos para que dieran la mínima cobertura posible. Los implicados en el asunto salieron bien librados y el general Butler, profundamente decepcionado y sintiéndose traicionado, intentó denunciar el caso a través de entrevistas radiofónicas, cuyos ecos pronto se apagaron sin recibir una respuesta popular de interés. El ciudadano común no llegó a comprender muy bien lo ocurrido y todo el asunto fue rápidamente clasificado y archivado. Pese a que esta conspiración está documentada históricamente e incluso figura en las actas del propio Congreso de Estados Unidos, no aparece siquiera en los libros de texto escolares de este país ni, por descontado, de otros. «Ayudé a hacer de Haití y Cuba un lugar decente para que los chavales del National City Bank [propiedad de los Rockefeller] pudieran tener beneficios. Contribuí en la intervención de media docena de repúblicas centroamericanas a mayor gloria de Wall Street. Mi historial de delincuencia es largo», comentó Butler con amargura en 1935. Al parecer los Illuminati habían tanteado el terreno para apoderarse definitivamente de Estados Unidos. Pero aprendieron que tendrían que ser más cuidadosos en adelante.
Muchos pensarían que la forma de actuación de las sociedades secretas para resolver acusaciones como las del general Butler sería la del asesinato. Pero la sociedad moderna ofrece medios eficaces para tapar una boca delatora. Por ejemplo, el dinero. Como decía Napoleón: «Todo hombre tiene un precio y basta con pagarle lo suficiente para ponerlo de nuestra parte». Éste es el origen de la corrupción, uno de los peores males de la política contemporánea. Otras técnicas son la amenaza de un posible escándalo o la multiplicación de pistas. Si todas estas técnicas no ofrecen el resultado deseado o si de lo que se trata es de quitarse definitivamente de encima a alguien, entonces sí que se utiliza el asesinato, como sucedió en los casos de Abraham Lincoln y John Fitzgerald Kennedy. Existen una serie de coincidencias asombrosas entre ambos presidentes que dan mucho qué pensar. Abraham Lincoln fue elegido congresista de Estados Unidos en 1846 y alcanzó la Casa Blanca en 1860 mientras que JFK comenzó su carrera en el Congreso en 1946 y asumió la presidencia en 1960. Lincoln tenía un secretario privado que se apellidaba Kennedy, que le aconsejó que no acudiera al teatro el día que fue tiroteado, mientras Kennedy tuvo un secretario privado llamado Lincoln, que también le aconsejó que no visitara Dallas, escenario de su asesinato. Ambos presidentes, cuyos apellidos tienen siete letras cada uno, estuvieron vinculados en la defensa de los derechos civiles durante su etapa presidencial. Los dos fueron asesinados en viernes, de disparos en la cabeza. Y fueron sucedidos por sendos presidentes del Partido Demócrata, procedentes del sur y apellidados Johnson: Andrew Johnson, nacido en 1808, sucedió a Lincoln, y Lindon Johnson, nacido en 1908, sucedió a Kennedy. Sus presuntos asesinos tenían tres nombres y quince letras cada uno: John Wilkes Booth (1839) fue acusado de matar a Lincoln, y Lee Harvey Oswald, nacido en 1939, de matar a Kennedy. Los dos eran partidarios de fórmulas políticas muy impopulares en su país: Booth se declaraba anarquista y Oswald, comunista. Por cierto, Lincoln fue tiroteado cuando estaba en un palco en el Teatro Kennedy y Kennedy, cuando viajaba en un automóvil marca Lincoln. Según la versión policial, Wilkes Booth salió corriendo del teatro donde fue cometido el crimen, pero le detuvieron en un almacén, mientras que Oswald huyó del almacén desde donde se cree que disparó y fue detenido en un cine teatro. Ninguno de ellos llegó a testificar porque fueron los dos a su vez asesinados antes de poder ser procesados: a Booth le mató Jack Rothwell mientras que a Oswald le disparó Jack Ruby.
El director norteamericano Oliver Stone se basó en la historia del fiscal de Nueva Orleans Jim Garrison, que investigó el caso, para realizar su larga e inquietante versión del asesinato de John Fitzgerald Kennedy. Stone recibió severas críticas en su propio país, que lo acusaban poco menos que de antipatriota, por sostener la teoría de que uno de los presidentes más populares del siglo XX había caído víctima de una compleja conspiración en la que aparecían implicados políticos, militares, agentes secretos, mafiosos, exiliados cubanos y otros extraños personajes, en lugar de aceptar la sencilla teoría del francotirador chiflado y solitario, cuya veracidad se suponía que había demostrado la Comisión Warren. Sin embargo, esa investigación oficial puesta en marcha para aclarar el magnicidio ofreció resultados muy poco creíbles y dejó sin aclarar puntos muy oscuros. Se dice que el cadáver del presidente había sido manipulado por el forense encargado del caso en el Hospital Naval de Bethesda para eliminar la prueba de la existencia de más impactos de bala. De hecho, la ley de Texas prohíbe que los cadáveres de las personas que mueren en ese estado sean trasladadas a otro sin la pertinente autopsia local, aunque sea un presidente de Estados Unidos. Pero según algunos miembros del Hospital Parkland Memorial de Dallas, los agentes de seguridad de la Casa Blanca llegaron a amenazarlos con sus armas para que no tocaran el cadáver y permitieran su traslado urgente a Washington. Por otra parte, numerosos y anómalos fallos en la seguridad demuestran desde un principio la inminencia del atentado, como el hecho de que la escolta motorizada que solía rodear al coche del presidente fuera colocada detrás del mismo y no a su alrededor, teniendo en cuenta además que se trataba de un descapotable. Jean Hill, testigo presencial de los hechos, afirma que uno de esos policías era amigo suyo y que le confirmó que la ruta de la caravana presidencial había sido alterada sin previo aviso nada más llegar Kennedy al aeropuerto de Dallas: «El plan inicial era ir por la carretera principal, pero se cambió para cruzar la plaza Dealy en dirección a la calle Elm». El mismo policía aseguró que uno de sus compañeros de la escolta del vicepresidente, que iba detrás, le confesó que había visto cómo Johnson se agachaba en su asiento como si buscara algo y permanecía así cuando entraron en la plaza «por lo menos treinta segundos» antes de que se produjera el atentado. Como si esperara que fuera a suceder.
Con los años hemos sabido que era técnicamente imposible que Oswald hubiera podido matar a Kennedy con un arma como la que utilizó. Durante los tres años posteriores a la muerte de Kennedy y de Oswald, 18 testigos presenciales que sostenían una opinión contraria a las conclusiones de la Comisión Warren murieron. Seis por arma de fuego, cinco por «causas naturales», tres en accidente de tráfico, dos por suicidio, uno porque le cortaron el cuello y el último con un golpe de karate. Según un matemático contratado por el diario británico London Sunday Times: «La posibilidad de que tantos testigos hayan muerto en estos pocos años es de 100 000 trillones entre una». El congresista Alie Bogs, miembro de la Comisión Warren, explicó que él no estaba de acuerdo con el informe final de sus compañeros, y llegó a acusar al FBI de utilizar «técnicas dignas de la Gestapo» durante la investigación. Pocos días después de mostrar su disconformidad con el documento y de plantearse seguir estudiando el caso por su cuenta se subió a su avioneta particular para viajar a Alaska. Se estrelló por el camino. Lo curioso es que el chófer del coche que le llevó al aeropuerto y le acompañó hasta el aparato donde encontraría la muerte fue un joven del Partido Demócrata, que, muchos años después, llegó a ser presidente de Estados Unidos. Se trataba de Bill Clinton. ¿Por qué murió Kennedy? Podemos suponer que hizo algo indebido respecto a los planes que los Illuminati habían trazado para él. Según los principales especialistas en el caso, Kennedy cometió no uno sino dos errores. Primero, oponerse a la guerra de Vietnam, que, a raíz de su asesinato, se recrudeció hasta convertirse en el conflicto más oneroso, hasta el momento, en la memoria colectiva de los estadounidenses. Segundo, intentar desmantelar la Reserva Federal. Según cuenta el coronel James Gritz, Kennedy ya había dado la orden de empezar a imprimir dólares con el sello del gobierno de Estados Unidos para sustituir al dinero con la firma de la Reserva Federal, que es un Banco privado, y recuperar así el control de las finanzas del país. Según un estudio de la Comisión Federal de Comercio de Estados Unidos, el crédito se ha convertido en el mejor medio de estafa en este país, donde todos los años uno de cada seis ciudadanos es víctima de un fraude de ese tipo. Según Howard Beales, director del Departamento de Protección del Consumidor de esa comisión, sólo un 8% de los afectados presenta una denuncia formal ante las autoridades. Pero éste es un «pequeño negocio» comparado con las grandes cuentas que manejan los banqueros favoritos de los Illuminati.
Los Rothschild empezaron a asociarse con antiguos rivales del sistema financiero cuando se hizo evidente la necesidad de ampliar el negocio. Estados Unidos crecía a gran velocidad y también lo hacía su influencia en el mundo. Pronto sería una nación demasiado grande para manejarla solo entre los hermanos Rothschild, como había hecho la segunda generación de la familia en Europa. Así que se plantearon la posibilidad de implantar un Banco central desde el que controlar la moneda y, mediante ella, la evolución de los acontecimientos. Sin embargo, la octava sección del artículo uno de la Constitución norteamericana dejaba bien claro que «el Congreso se reserva el poder de acuñar dinero y regular su valor», como representante del pueblo. La mayoría de políticos, industriales y magnates locales, en general todos los que no estaban confabulados con los Illuminati, eran reacios a cambiar la situación. En consecuencia, era preciso obligarlos a reconsiderar su opinión. Diversos autores señalan a John Pierpont Morgan, un norteamericano formado en Inglaterra y Alemania, como el agente más importante utilizado por la casa Rothschild en esa operación. Él fue el encargado de tirar de los hilos para provocar una serie de pánicos financieros y bursátiles durante varios años, a base de retirar grandes cantidades de dinero y volverlas a colocar de forma aleatoria e inoportuna. El senador Robert Owen explicó ante un comité del Congreso cómo se gestó esta cadena de desequilibrios financieros. Según Owen, los directores de las entidades recibían de sus superiores una orden, que fue bautizada como «la circular del pánico de 1893», en la que se decía textualmente: «Usted debe retirar de una vez la tercera parte de su dinero circulante y al mismo tiempo recoger la mitad de sus préstamos». Al reducir bruscamente semejante cantidad de dinero en circulación, la crisis estaba servida. Tal vez esto pueda darnos alguna pista sobre las últimas crisis. En 1907, el peor año del pánico, Paul Warburg empezó a escribir y dar charlas sobre la «necesidad inmediata» de una reforma bancaria «para estabilizar la situación».
En la tarea de propaganda le ayudaba el senador por Rhode Island y dirigente del Partido Republicano, Nelson Aldrich, uno de los lugartenientes de Morgan y cuya hija, Abigail, se casó con John D. Rockefeller, quien fue nombrado poco tiempo después jefe de la Comisión Monetaria Nacional por el Senado. Aún debemos tener en cuenta otro nombre, el de Frank Vanderlip, presidente del National City Bank de Nueva York y agente de Rockefeller, que dejó escrito en sus Memorias que «hubo una ocasión […] en la que fui tan reservado, de hecho tan sigiloso como cualquier conspirador […] respecto a nuestra expedición secreta a la isla de Jekyll, a propósito de lo que después se convertiría en el sistema de Reserva Federal». Es el mismo Vanderlip que apareció en el apartado dedicado a la financiación de la Revolución rusa. El 22 de noviembre de 1910, ocho hombres vinculados a las más importantes instituciones bancarias de Estados Unidos se sentaron a la misma mesa en una de las salas de la mansión que Nelson Aldrich poseía en la isla de Jekyll, en la costa de Georgia. Junto al propio Aldrich y su secretario personal, el señor Shelton, estaban el subsecretario del Tesoro Abraham Piatt Andrew, el banquero Henry P. Davidson, representando a J. P. Morgan; el presidente del First National Bank neoyorquino, Charles Norton; el presidente de la Bankers Trust Company, Benjamín Strong, y los ya conocidos Paul Warburg y Frank Vanderlip. Ninguno de ellos se levantó sin haber comprometido su participación en el asalto definitivo para el control financiero norteamericano y para sentar las bases para la creación de un banco central participado y dirigido por entidades privadas, la Reserva Federal, que sustituyera al Bank of the USA, una entidad pública dependiente del Departamento del Tesoro. En esa reunión también se elaboró el informe de la Comisión Monetaria que debía apoyar la idea, así como la Ley Aldrich, que se encargaría de imponerla. La conjura, y los detalles de la misma, se mantuvo durante muchos años en el más estricto de los secretos y lo más probable es que nunca hubiéramos conocido lo ocurrido si Vanderlip y Warburg no lo hubieran revelado en sus respectivas memorias. Los países europeos ya llevaban tiempo controlados por bancos centrales similares al sistema de la reserva que ahora quería imponerse en Estados Unidos. Para entender la importancia de la imposición de la Reserva Federal debemos recordar que los primeros colonos no estaban sujetos a un sistema fiscal. Gracias a la independencia de Inglaterra, establecieron un gobierno que rechazaba los impuestos directos y se limitaba a imprimir papel moneda para pagar las obras públicas y el mantenimiento de infraestructuras y edificios de uso común. A fin de mantener la estabilidad de los precios y el pleno empleo, el gobierno se limitaba a controlar que el papel moneda en circulación no excediera en valor los bienes y servicios ofrecidos en el mercado.
En su libro Y al séptimo día crearon la inflación, F. J. Irsigler explica que «todos los estados de la Unión que observaron durante más de 130 años este simple sistema alcanzaron la prosperidad en poquísimo tiempo, gozaron de unos precios estables de sus productos y servicios y no tuvieron nunca problemas de paro». Según diversos autores, con la Reserva Federal impulsada por los Illuminati, el gobierno perdía la gestión monetaria, que pasaba a manos de los «banqueros expertos, para apartarlo de las tentaciones de la política». Los mismos banqueros a los que, a partir de entonces, cada vez que cualquier presidente estadounidense quisiera poner en circulación una cantidad concreta de dinero, tendría no sólo que pedir permiso, sino además devolverlo con intereses. Es decir, en la práctica, la Reserva Federal se convertía en el prestamista del presidente y su gobierno. La acumulación de deudas y, sobre todo, de intereses, explica el astronómico déficit público que afronta desde entonces la Administración de Washington. Después de intentar sacar adelante su plan infructuosamente durante tres años, los banqueros internacionales apoyaron la investidura del presidente Woodrow Wilson, a cambio de que éste se comprometiera a hacerlo realidad. Cuando Wilson consiguió llegar a la Casa Blanca, lo hizo acompañado por un oscuro personaje que se hacía llamar coronel sin serlo y actuaba como su secretario permanente. El presidente lo llamaba enigmáticamente «mi otro yo». Se trataba de Edward Mandell House, hijo de un representante de diversos intereses financieros ingleses y autor de un libro en el que sostenía la necesidad de establecer «el socialismo como fue soñado por Karl Marx». Otro de sus consejeros fue Bernard Mannes Baruch, relacionado con los financieros de la isla de Jekyll e influyente asesor de sucesivos presidentes, como Hoover, Roosevelt, Truman y Eisenhower. Mandell House y Mannes Baruch fueron los encargados de recordar a Wilson que cumpliera su parte del pacto y «mostrara su progresismo modernizando el sistema bancario». En aquella época, 1913, la mayoría de los congresistas seguía estando en contra de cambiar el modelo financiero. Cuando Wilson anunció que presentaría de todas formas su propuesta, se prepararon para denegarla. Pero no pudieron hacerlo, merced a la treta utilizada por el presidente de la cámara, Cárter Glass, que convocó un pleno exclusivamente dedicado a la aprobación del sistema de la Reserva Federal el 22 de diciembre, cuando la mayor parte de los parlamentarios estaban celebrando las vacaciones de Navidad, porque el mismo Glass les había prometido sólo tres días antes que no convocaría ese pleno hasta enero de 1914.
Pese a que no existía el preceptivo quórum parlamentario y, por tanto, no podía aprobarse la ley, Glass echó mano de la legislación según la cual «en caso de urgente necesidad nacional» el presidente de la Cámara de Representantes podía obviar ese obstáculo y dar vía libre a una ley concreta. La artimaña fue denunciada por el indignado congresista Charles A. Lindbergh, padre del famoso aviador que cruzó en solitario el Atlántico por primera vez, el cual denunció que «este acto establece el más gigantesco trust sobre la tierra. […] Cuando el presidente lo firme, el gobierno invisible del poder monetario, cuya existencia ha sido probada en la investigación del trust del dinero, será legalizado». Wilson se apresuró a aprobar la ley presentándola como «una victoria de la democracia sobre el trust del dinero» cuando la realidad era justo lo contrario: los principales beneficiarios y defensores del sistema eran aquellos a los que se suponía que había que desplazar, los fieles aliados financieros de los Illuminati. Si quedaba algún iluso que todavía pudiese creer al presidente Wilson, tuvo tiempo de darse cuenta de su falacia al conocer los nombramientos del primer consejo de la Reserva Federal, que dictó Mandel House. Se trataba de Benjamin Strong, que fue encargado de presidir el selecto grupo en el que también estaba Paul Warburg. Pese al enfado de los congresistas, la decisión tomada era legal. Se pensó en revocarla, pero el trámite parlamentario era complejo y había asuntos en apariencia más importantes en los que volcarse. Entre otras cosas porque 1914 iba a ser un año terrible, el del comienzo de la primera guerra mundial. El debate sobre el nuevo sistema fue posponiéndose hasta que sus defensores lograron consolidar sus posiciones. El consejo de la Reserva Federal ni siquiera se molestó en guardar las formas. Habían tomado el control, asegurando que con su sistema se terminaría la inestabilidad y las depresiones financieras. Y, sin embargo, lo primero que hizo fue saturar los mercados de dinero barato. Entre 1923 y 1929 la oferta subió en un 62 % y la mayor parte fue a parar a la Bolsa. El gobernador del Banco de Inglaterra, Montagu Norman, el mismo que aseguró en plena segunda guerra mundial que «la hegemonía del mundo financiero debería reinar sobre todos, en todas partes, como un solo control de mecanismo supranacional», viajó a Washington en febrero de 1929 para conversar con Andrew Mellon, secretario del Tesoro. Inmediatamente después de esa visita la Reserva Federal empezó a subir la tasa de descuento.
En octubre de 1929 se produjo el mayor crack financiero de la historia, que enriqueció como nunca a un grupo de elegidos, los mismos que, sabedores de lo que iba a ocurrir, vendieron todas sus acciones a tiempo y buen precio y compraron después del crack los mismos valores hasta un 90 % más bajos, empobreciendo a todos los demás ciudadanos. Desde entonces, las «impredecibles» crisis financieras se han sucedido a un ritmo irregular. El consejo de la Reserva Federal jamás ha permitido una auditoría de sus cuentas. En 1967, el congresista y presidente del Comité de la Comisión Bancaria, Wright Patinan, anunció tras un infructuoso intento de revisarlas: «En Estados Unidos tenemos hoy dos gobiernos: […] uno legal, debidamente constituido, y otro independiente, sin control ni coordinación». La creciente deuda generada por este sistema bancario, implantado en realidad no sólo en Estados Unidos sino en todo el mundo occidental, fuerza a constantes subidas de impuestos. En 2001 se publicó en la prensa un trabajo realizado en diversos países para calcular el tiempo que los trabajadores dedican al Estado para cubrir sus impuestos, tanto directos como indirectos. Según este estudio, en el caso de España, el dinero que un ciudadano medio abona cada año equivale al trabajo que realiza entre el 1 de enero y finales de junio, en torno a un 48%. Otros países están en peores condiciones, como Suecia, donde se paga cerca del 70% de los ingresos anuales en impuestos. Todos los países del planeta arrastran una deuda y todos son acreedores de los mismos banqueros infiltrados por los Illuminati desde hace tres siglos. El premio Nobel de Economía de 2001, Joseph Stiglitz, responsabilizó públicamente, en mayo de 2002, al Fondo Monetario Internacional (FMI) de la gravísima crisis de Argentina: uno de los países más ricos del mundo en recursos naturales y en población cualificada y, sin embargo, sumido en la miseria. Stiglitz, que fue asesor del presidente estadounidense Bill Clinton y vicepresidente del Banco Mundial, opinaba que si los gobiernos argentinos hubieran seguido a rajatabla las recetas del FMI desde el primer momento «el desastre habría llegado antes y de forma aún peor». Según su análisis, no se puede sostener que el derroche fuera la causa del hundimiento de la economía argentina, porque «a principios de los años noventa su déficit comercial no era muy superior al de Estados Unidos, y en los últimos dos años recortó su gasto en un 10 %, lo que supone un gran esfuerzo para cualquier democracia».
Stiglitz cree que el Fondo Monetario es el principal culpable de lo ocurrido, lo mismo que de las crisis precedentes en otros lugares del mundo, como Indonesia o Brasil. El control de la Reserva Federal, como el control previo de los bancos europeos, sólo ha sido un paso más en el plan a largo plazo de los Illuminati. El siguiente movimiento lógico sería el acceso a los resortes de las finanzas mundiales. Según diversos autores, eso se consiguió a finales de 1944 cuando se celebró en Bretton Woods, New Hampshire, una conferencia con delegaciones de 44 estados que se hallaban en guerra contra Alemania y Japón. El objetivo formal era «propiciar la vuelta al multilateralismo de los pagos», imponiendo el patrón oro y constituyendo un banco internacional. Este banco debería respetar la autonomía de las políticas monetarias de cada Estado y cumplir las funciones de una cámara internacional de compensación. Pero en aquel momento los Estados Unidos ya poseía dos tercios de las reservas mundiales de oro, cuyo valor lo fijaba diariamente la Banca Rothschild de Londres. Pero la situación internacional era la que era y, quien no apoyara a los futuros vencedores de la segunda guerra mundial, los tendría en contra. Por esta razón las delegaciones se mostraron en general muy sumisas a la hora de firmar los acuerdos definitivos. La constitución del Fondo Monetario Internacional, con sede en Washington, implicaba la existencia de una institución organizada como una especie de sociedad anónima, en la que cada Estado miembro tendría un derecho de voto proporcional a la cuota que aportase. Ésta era fijada de acuerdo con su importancia económica, aunque Estados Unidos poseía la mayoría absoluta e imponía el código de conducta financiera que le beneficiase. En cuanto al Banco Mundial, su nombre original fue Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo, porque se fundó en 1945 como resultado de las conversaciones de los aliados. Su principal objetivo fue conceder préstamos a los países europeos devastados por la guerra. A partir del famoso Plan Marshall de 1948 se dedicó a financiar proyectos de naciones en vías de desarrollo. También con sede en Washington, cuenta con una asamblea de representantes de cada país, aunque los asuntos diarios de la institución están en manos de una veintena de directores ejecutivos. Entre los accionistas más importantes del Banco Mundial figuran también los Rothschild y los Rockefeller.
El FMI y el Banco Mundial son las organizaciones más importantes de este tipo pero no las únicas. Muchas más actúan en coordinación con las anteriores para garantizar el control de la situación. Así, la Organización Mundial del Comercio cuenta con un grupo de trabajo, en uno de cuyos informes se reconoce que «todos los gobiernos han aceptado que sus regulaciones internas no deben constituir obstáculos encubiertos al comercio». Una de las analistas más conocidas de la globalización es la escritora Viviane Forrester, autora de El horror económico y la extraña dictadura. En ésta obra llama a luchar, no contra la globalización en sí, sino contra el régimen político ultra liberal que «con vocación totalitaria ha sustituido la economía real por una economía de casino, puramente especulativa» y que esconde «una dictadura sin cara que no pretende hacerse con el poder, sino controlar las fuerzas que lo tienen». Forrester cambia la palabra Illuminati por la expresión de régimen ultra liberal, pero se refiere al mismo concepto. En una entrevista recordaba decía que «la dictadura sin rostro utiliza una propaganda muy fuerte, que se basa en repetir que no existe alternativa». El Fondo Monetario, el Banco Mundial, la OCDE, la OMC, organismos internacionales de carácter económico, tienen según ella el poder real sobre los gobiernos de todo el mundo, porque «aunque se supone que su misión es aconsejar, no hacen otra cosa que dar órdenes». Y sentencia, «con su postura, sólo consiguen destruir la civilización». La argumentación de fondo podría ser: «De acuerdo, nos dejamos dominar por los Illuminati, les entregamos el poder si a cambio conseguimos paz y prosperidad». Pero, desgraciadamente, éste no es el caso. Una encuesta publicada en septiembre de 2000 por el Banco Mundial aseguraba que casi la mitad de la humanidad, unos 2 800 millones de personas, vive con menos de dos dólares al día. De ellos, 1 200 millones, la quinta parte de los seres humanos, se conforma con menos de un dólar al día. La miseria crece espectacularmente. Estados Unidos, con una población de algo menos del 6 % de todo el planeta, controla directamente el 50 % de la riqueza mundial, y su presupuesto militar es del 52% del total: es decir, superior al de todos los demás países del mundo juntos. Entre los grupos poderosos de nuestro mundo tenemos el Bohemians Club (Club de los Bohemios), que agrupa a ciudadanos privilegiados de todo el mundo occidental, y cuyo símbolo es un búho. Se cree que fue fundado en 1872 en San Francisco y que cuenta en estos momentos con unos 3.000 miembros. Según varios expertos, se trata de una especie de «sucursal» de la Trilateral.
Desde el final de la segunda guerra mundial, el dólar norteamericano es la divisa más potente del mundo, aceptada en casi cualquier lugar como antes lo fue la libra esterlina, quizá porque los Illuminati decidieron apoyarse en ella, como antes lo hicieran con la moneda inglesa, para proseguir sus designios. Y es que el billete verde no es una moneda más, sino que constituye una de las armas más poderosas de Estados Unidos para mantener sus aspiraciones como primera y única superpotencia mundial. Mientras el comercio internacional y especialmente el petróleo se rijan por la ley del dólar, la Casa Blanca podrá estar tranquila, ya que seguirá conservando el liderazgo. Algunos autores revelan que una de las razones secretas para desatar la guerra contra el régimen de Sadam Husein fue la decisión de éste de empezar a cobrar el petróleo en euros, en lugar de hacerlo en dólares. La palabra dólar es de origen alemán. Es una deformación de thaler, lo que en España se conoció como tálero, una moneda acuñada a partir del siglo XVI gracias a la plata extraída de la mina de Joachimstal, en lo que hoy es la localidad checa de Jachymov. Esta moneda llevaba grabada en una de sus caras la efigie de San Joaquín. Los reales de a ocho españoles, conocidos también como táleros, llevaban impreso el famoso icono de la divisa estadounidense, una especie de letra S cruzada por dos barras ($), que no era más que una estilización de las dos columnas de Hércules, junto al lema Plus Ultra (Más allá). Si examinamos el billete de dólar y nos fijamos en el anverso, veremos una pirámide truncada que posee trece escalones, en cuya base está escrito el número 1776 con caracteres romanos. Corresponde al reverso del gran sello de Estados Unidos. La explicación oficial de su simbología es que representa a los trece Estados que ese año firmaron la Declaración de Independencia respecto a Inglaterra. Pero no deja de resultar llamativo que trece sea el número de grados iniciáticos de la orden de los Iluminados de Baviera, fundada en este mismo año 1776. Encima de la pirámide y constituyendo su vértice, apreciamos el clásico ideograma divino, conformado por un triángulo radiante con un ojo en su interior, el Ojo que todo lo ve. El mismo que utilizaron los Illuminati para representar gráficamente su organización y que también aparecía en las portadas de los textos jacobinos de la Revolución francesa.
Dos lemas escritos en latín enmarcan la pirámide con el ojo. Arriba vemos «Annuit Coeptis», que se traduce por «Él ha favorecido nuestra empresa». Tal vez referido al Gran Arquitecto del Universo. Abajo vemos «Novus Ordo Seculorum», es decir, «Nuevo orden de los siglos». La frase más conocida del billete es «In God we trust» (En Dios confiamos). La sociedad norteamericana se caracteriza por su alto grado de puritanismo, que nació en el Reino Unido siglos atrás a partir del protestantismo e introdujo una versión más materialista de la evolución espiritual. Muchos apoyaron la idea de que el enriquecimiento era equivalente a la aprobación de la divinidad, que se complacía así en tratar bien a sus preferidos, como una especie de prólogo a la felicidad eterna que les esperaba tras la muerte. Esta idea, sumada a las oportunidades que se abrieron en el nuevo continente a todo el que mostrara la suficiente ambición, ideas y fortaleza para salir adelante, degeneró con rapidez y acabó convertida en un auténtico culto al dinero. Existe un dibujo en el dólar estadounidense que corresponde a la otra cara del sello nacional, el águila real calva. El águila es un clásico signo imperial. Desde las legiones romanas hasta la guardia de Napoleón Bonaparte, pasando por los tercios de Carlos V, todos los ejércitos europeos y americanos con vocación expansionista han coronado sus banderas y estandartes con este majestuoso animal, relacionado en la mitología con la tradición solar. Existe la teoría de que esta águila simboliza, a su vez, el ave Fénix, el legendario pájaro que, cuando envejece, se inmola hasta quedar reducido a cenizas, de las que poco después renacerá fuerte y joven con un nuevo cuerpo. Hay quien ha querido relacionar el origen judío de la familia de Weishaupt con el hecho de que sobre la cabeza del águila aparece una constelación de trece estrellas que formaría el símbolo de la estrella de David, el signo de Israel, en el interior de una nube. Puestos a buscar simbolismos, se ha llegado a sugerir que la misma forma del Pentágono, el centro de poder militar más importante del mundo, es demasiado singular. Si estiramos los ángulos del edificio en un ejercicio de imaginación veremos cómo aparece una estrella de cinco puntas, disimulada en su forma geométrica actual. En la tradición ocultista, este tipo de estrella significa dos cosas. Si tiene una punta hacia arriba, dos abajo y dos a los lados, es el símbolo del hombre espiritual, tal y como lo dibujó Leonardo da Vinci en su famoso estudio de las proporciones del cuerpo humano. Si tiene una punta hacia abajo, dos arriba y dos a los lados, es el símbolo del Diablo, representado por un macho cabrío, con la barba en la punta inferior, los cuernos en las superiores y las orejas en los laterales.
Volviendo al dólar, la puesta en marcha del euro ha creado aparentemente una importante competencia, y tampoco hay que olvidar la fuerza del yen japonés en los mercados asiáticos. Desde hace varios años, diversos especialistas monetarios abogan incluso en público por una futura fusión de las tres monedas en una sola, que se convertiría prácticamente en la moneda mundial, ya que ninguna economía de ningún país del mundo podría hacerle frente. En ese sentido, resulta llamativa la «falta de alma» denunciada por muchos diseñadores en los billetes de euro. Si existe algún continente que haya alumbrado grandes artistas, filósofos, literatos, científicos e incluso políticos cuya imagen podría ilustrar una serie de billetes, ése es Europa. Sin embargo, en nuestro papel moneda apenas se ve otra cosa que puentes y fachadas arquitectónicas, sin ningún elemento humano en ellos. El contraste con los simbolismos del dólar es evidente, hasta el punto de que hay quien ha llegado a sugerir que eso precisamente es el indicio más claro del carácter provisional del euro como moneda. Para mantener el control del dólar y, por medio de él, el de la economía mundial, los Illuminati están dispuestos a lo que sea. Recordemos el magnicidio de Kennedy. O el de tantos otros líderes políticos que durante el último siglo murieron víctimas siempre de «tiradores solitarios». Eran todos de muy diversa ideología política, pero tenían algo en común: su deseo de tomar decisiones autónomas, sin seguir los dictados de ningún grupo de poder específico. Es el caso de Martin Luther King, el Premio Nobel de la Paz de 1964 y defensor de los derechos civiles de los negros norteamericanos, en un momento en el que los disturbios raciales amenazaban con sumir Estados Unidos en una auténtica guerra urbana sin precedentes. Imitando el estilo del Mahatma Gandhi, Luther King defendía la necesidad de resolver los problemas «a través del amor y la buena voluntad, luchando contra la injusticia, con un corazón y una mente abiertos». Un mensaje que no resultaba muy del agrado de los Illuminati. El 4 de abril de 1968, a las 18 horas y un minuto, Martin Luther King fue asesinado supuestamente por un segregacionista blanco en el balcón del Lorraine Motel en Memphis,Tennessee. Otro magnicidio sorprendente fue el del secretario general del Partido Laborista de Israel y primer ministro en ejercicio, Isaac Rabin. El 4 de noviembre de 1995 fue víctima de un atentado mortal tras el mitin que ofreció a sus partidarios en la plaza de los Reyes de Jerusalén y en el que insistió en su oferta de llegar a un acuerdo de paz con los palestinos. Esta paz no estaba contemplada en el plan de los Illuminati para la región. Otro caso de magnicidio reciente es el de la popular política sueca Anna Lindh, apuñalada el 11 de septiembre de 2003, mientras realizaba, sin escolta, unas compras en unos grandes almacenes de Estocolmo. Los ciudadanos suecos ya habían sufrido una conmoción similar con el asesinato en parecidas circunstancias del entonces primer ministro Olof Palme en 1986.
“23 – Nada es lo que parece” es una película de Hans-Christian Schmid del año 1998. En la película, basada en hechos reales y publicados por la revista alemana Der Spiegel, se cuenta la historia de un grupo de piratas informáticos alemanes que operaban en Hannover a finales de los años ochenta. El protagonista, obsesionado con la existencia de los Illuminati y lector empedernido de la novela Las máscaras de los Illuminati, de Robert A. Wilson, consigue infiltrarse en las redes informáticas del gobierno y del ejército, y empieza a vender información sobre la industria nuclear al KGB, antes de descubrir que muchos de los más llamativos sucesos contemporáneos transcurren en torno al número 23. Empezando por el asesinato de Olof Palme a las 23.23 horas. Otro cineasta, el sueco Kjell Sundvall, rodó El último contrato, un thriller en el que un policía encargado de las investigaciones del asesinato de Palme descubre una compleja red de conspiraciones que llegan a lo más alto del poder político, pero al que sus jefes no le dejan proseguir la investigación hasta el final. En mayo de 2002, durante la campaña para los comicios generales en Holanda, también fue asesinado el controvertido y, según todas las encuestas, gran favorito para la victoria final, el candidato de la ultraderecha, Pym Fortuyn. Entre otras cosas, Fortuyn defendía la salida inmediata de Holanda de la Unión Europea, así como el cierre de fronteras a la inmigración. Un «ecologista de personalidad compulsiva» llamado Volkert van der Graaf le asesinó días antes de las elecciones y fue condenado a veinte años de cárcel. La lista es interminable, pero no afecta sólo a grandes personalidades. No cabe ninguna duda de que los salvajes atentados del 11 de septiembre de 2001, y en Madrid el 11 de marzo de 2004, han marcado un antes y un después en las relaciones internacionales y los equilibrios de poder el mundo, aproximándonos a ese tercer enfrentamiento mundial del que hablaran los Illuminati en sus cartas del siglo XIX. Queda claro que la versión oficial de lo ocurrido en el 2001 se desmorona a poco que se examine en detalle. José María Lesta, en Golpe de Estado mundial, nos dice que existen «literalmente decenas de datos que aportan serias dudas sobre los acontecimientos sucedidos» y el menos chocante de ellos no es la publicación, bastante antes de que se produjeran los acontecimientos, de una novela llamada Operación Hebrón, firmada por un ex agente del Mossad, el servicio secreto exterior de Israel, que dijo haberse inspirado en informes preventivos de la CIA para redactarla. En esa novela ya se describía una serie de ataques aéreos terroristas a las Torres Gemelas, el Pentágono, el Capitolio y la Casa Blanca.
En relación al 11S hay algunos datos bastante extraños. Ariel Sharon, que se disponía a realizar su primera visita a Estados Unidos tras alcanzar el cargo de primer ministro israelí, suspendió el viaje dos días antes de los atentados por imperativa recomendación del Shabak, el Servicio de Seguridad General israelí. Las agencias de seguridad de medio mundo, incluyendo la israelí, la francesa y la vaticana, alertaron a Washington de que algo muy extraño pero peligroso se estaba preparando. Todos los pilotos comerciales, consultados tras los ataques, concluyeron que era imposible que unos secuestradores con unas pocas horas de vuelo en pequeñas avionetas pudieran haber impactado como lo hicieron con grandes aviones de pasajeros. Eso requiere, dijeron, «muchos años de experiencia» o que una radiobaliza teledirija la ruta. Se calcula que el World Trade Center daba trabajo cada día a más de 53.000 personas, sin contar los empleados de nivel inferior, muchos de ellos inmigrantes no censados que trabajaban temporalmente. A la hora en que se produjeron los ataques se calcula que debía haber como mínimo unas 20.000 personas en el interior de las Torres Gemelas. Sin embargo, la cifra oficial de víctimas mortales, contando bomberos, policías y ciudadanos en general, afectados por el derrumbe posterior, no supera las 2800. El ataque al Pentágono no pudo realizarlo uno de los aviones secuestrados, que, según la versión oficial, impactó contra la fachada. Aparte de ser uno de los edificios mejor vigilados y protegidos del mundo, sus propias cámaras de seguridad grabaron una explosión, pero en las imágenes no se ve ningún avión. Ni siquiera las alas o la cola del aparato, cuyos restos tenían que haber quedado en el exterior del edificio, dado su tamaño, y no aparecen por ningún lado. Días antes de los atentados, la Bolsa registró movimientos especulativos muy característicos, que afectaron, entre otras, a las acciones de las dos compañías aéreas que iban a sufrir los secuestros aéreos. Se calcula que las ganancias finales de los misteriosos inversores alcanzaron un valor de varios centenares de millones de dólares. A poco de producirse este atentado, diversos círculos de ultraderecha acusaron a agentes secretos más o menos vinculados con los servicios secretos israelíes, que se habrían encargado de manipular a los terroristas musulmanes para llevar a cabo el ataque. Lo que ocurre con el número 11 es bastante sospechoso. En numerología, este número encarna el concepto de castigo. Y tenemos los casos de los atentados del 11S y del 11M en Madrid.
Un equipo de científicos del Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos, dirigido por el doctor Barry Richmond, anunció el éxito de sus experiencias para desarrollar una terapia génica en monos, que transforma a los clásicos primates juguetones en adictos al trabajo. El equipo de Richmond ha comprobado que para ello basta con bloquear el gen D2, del que depende la recepción de la dopamina, un neurotransmisor que controla estados de ánimo como la motivación y el placer en las células del cerebro. El éxito de la terapia se confirmó cuando, al modificar sus receptores de dopamina, los monos empezaron a trabajar sin descanso y sin esperar ninguna recompensa a cambio. Alterando la recepción de la dopamina, «los monos trabajan con el mismo entusiasmo cometiendo menos errores desde un primer momento durante un período aproximado de unas diez semanas; después hay que volver a actuar sobre el neuro transmisor para reproducir el efecto, porque regresan a su estado original». Según Richmond, esta terapia, aplicada a humanos, «ayudará a las personas cuya disposición y capacidad para el trabajo haya desaparecido a consecuencia de una depresión». Tal vez estamos ante uno de los grandes sueños de los Illuminati. Imaginemos un nuevo marco laboral para el futuro en el que los trabajadores, con sus receptores de dopamina alterados, produzcan con gran entusiasmo y eficacia antes de tomarse un descanso. Todo el mundo recuerda los experimentos de los científicos nazis, como el doctor Josef Mengele, con los prisioneros del complejo de Auschwitz. Sin embargo existen crímenes aún peores, los cometidos por científicos y gobiernos de países democráticos contra sus propios ciudadanos. En 1995, la productora británica Twenty TV destapó uno de los mayores escándalos de la investigación médica en el Reino Unido. Las investigaciones incluían la inyección de partículas radiactivas en la glándula tiroides de al menos 400 embarazadas tratadas en centros hospitalarios de Liverpool, Londres y Aberdeen para estudiar su reacción, y la administración de altas dosis de radiactividad a una serie de pacientes que «de todas formas sufrían enfermedades malignas incurables» para observar cómo les afectaba en el hospital Churchill de Oxford, así como la inyección de yodo radiactivo en una veintena de mujeres de origen indio que no hablaban inglés y vivían en Coventry. Algunos años antes, el diputado laborista Ken Livingston confirmó que durante los gobiernos del laborista Harold Wilson y el conservador Edward Heath, millones de británicos sirvieron de conejillos de Indias cuando Londres y otras doce localidades del sur de Inglaterra fueron rociadas en secreto con una serie de tres gérmenes concretos, en un ensayo de guerra bacteriológica.
Según el entonces ministro de Defensa, Michael Portillo, esos experimentos «no presentaban ningún riesgo para la salud pública», pero diversos microbiólogos consultados al respecto opinaron de modo diferente, ya que los tres simuladores utilizados podían causar diversas enfermedades. Otros experimentos similares se habrían realizado en otros países. El presidente norteamericano Bill Clinton tuvo que pedir perdón, en nombre del gobierno, a las víctimas del Experimento Tuskegee, que se desarrolló entre 1932 y 1972 y que finalizó porque los medios de comunicación descubrieron y denunciaron su existencia. El experimento consistió en confirmar y documentar la evolución de la sífilis en unos 400 varones de raza negra y pobres, que fueron tratados con placebos en lugar de con medicamentos por el Servicio Público de Salud del gobierno federal. El título del documento elaborado por las autoridades sanitarias es bastante elocuente: «Estudio de Tuskegee sobre la sífilis no tratada en el macho negro». Según investigaciones efectuadas, entre 1905 y 1972, sólo en Estados Unidos, se experimentó ilegalmente y por orden gubernamental, con unos 70.000 seres humanos, sin contar las víctimas directas y las de sucesivas generaciones de las explosiones nucleares en Hiroshima y Nagasaki. En 1998, el genetista estadounidense Lee M. Silver, catedrático de la Universidad de Princeton y miembro de la Asociación Americana para el Avance de las Ciencias, así como una de las principales autoridades mundiales en biología molecular, explicaba que el ser humano se enfrenta a un doble y muy real peligro científico en un futuro próximo. En primer lugar, la implantación en algunos animales de los genes directores de la inteligencia, con la intención de crear especies a medio camino entre el hombre y los animales, para dedicarlas a determinadas tareas como la guerra o la exploración en ambientes extremos. En segundo lugar, la división de la humanidad en dos «razas» definidas: una minoritaria, rica, inmune a las enfermedades, cada vez más cercana a la perfección física y a la inmortalidad, y otra mucho más numerosa, pobre e imposibilitada para beneficiarse de todos los adelantos científicos, según el ideal Illuminati. Según Silver, «lo que hoy parece una mera fantasía no sólo se hará realidad en unos años, sino que algunas cosas ya se están haciendo en secreto», y citó el caso de las técnicas de reproducción asistida: «Aunque no sea legal, en Estados Unidos está permitido cualquier tipo de reproducción, siempre que se haga en lujosas clínicas privadas. Sí, incluso la clonación.»
La ciencia ha proporcionado a los Illuminati armas nunca vistas que, sumadas al poder generado por la política, la economía y las finanzas, pueden permitirles llevar planes de dominación hasta el último extremo. El último gran experimento ahora mismo en marcha para conseguirlo pasa por introducir un sistema de control que llevarían las personas en su propio cuerpo. Imaginemos la posibilidad de llevar siempre encima toda nuestra documentación legal, desde la tarjeta sanitaria al permiso de conducir, y todo nuestro dinero, sin temor a robos o pérdidas. Y que, además, podamos estar siempre localizados. Hoy en día, con el grafeno, tal como ya hemos indicado, ello sería posible. Albert Einstein, físico y matemático estadounidense de origen alemán, dijo lo siguiente: “La vida es muy peligrosa; no por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa“. Todo parece indicar que estamos abocados a una tercera guerra mundial, provocada por el enfrentamiento entre el sionismo político y el Islam, tal como pronosticaron Pike y Mazzini. Susan George, vicepresidenta de ATTAC y autora de El informe Lugano, advertía en una entrevista que «la rebelión ciudadana contra los tejemanejes de los grandes grupos de poder no se produce porque los ciudadanos no llegan a enterarse hasta que es demasiado tarde». Y ponía como ejemplo la llamada directiva bolkestein de la Unión Europea que «todavía no tiene rango de ley, pero que se está estudiando en este momento». Si se aprueba esta norma, una empresa podrá instalar su sede social en cualquiera de los 25 países de la UE y, a partir de ese momento, las leyes del país en cuestión se aplicarán a las actividades de dicha empresa en toda Europa. «Es decir, usted instala su sede social en Eslovenia, aunque sólo sea de forma ficticia, registrándola mediante un documento legal, y todos sus empleados, estén en España, Francia o Finlandia deberán regirse por las leyes eslovenas, aunque sean más perjudiciales para los trabajadores que las de sus países de origen. Esa es la directiva que quieren que se apruebe. Y nadie ha oído hablar de ella. La gente no reacciona porque no sabe». Por si faltaba algo, tenemos la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (ATCI), conocido en lengua inglesa como Transatlantic Trade and Investment Partnership (TTIP), que es una propuesta de tratado de libre comercio entre la Unión Europea y Estados Unidos. Actualmente se encuentra en negociaciones. Sus defensores argumentan que el acuerdo sería beneficioso para el crecimiento económico de las naciones que lo integrarían, aumentaría sobremanera la libertad económica y fomentaría la creación de empleo.
Sin embargo, sus críticos argumentan que éstas se producirían a costa del aumento del poder de las grandes empresas y la desregularizaría los mercados, rebajando los niveles de protección social y medioambiental de forma drástica. Así, se limitaría la capacidad de los gobiernos para legislar en beneficio de los ciudadanos así como el poder de los trabajadores en favor del poder de los empresarios. Sus mayores críticos también lo califican de una pesadilla para la democracia. El gobierno de Estados Unidos considera la asociación como un complemento a su Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico de Asociación Económica. En cambio la Unión Europea es duramente criticada por el secretismo con el que está llevando las negociaciones, de espaldas a la opinión pública. El anteproyecto filtrado reveló que el tratado no permitiría a los gobiernos aprobar leyes para la regulación de sectores económicos estratégicos como la banca, los seguros, servicios postales o telecomunicaciones. Ante cualquier expropiación, las empresas podrían demandar a los Estados, exigiendo la devolución de su inversión, más compensaciones e intereses. El tratado permitiría la libre circulación de capitales y establecería cuotas para la circulación de trabajadores. Este acuerdo de libre comercio podría estar finalizado para esta año 2016. El primer objetivo del TTIP es eliminar, tanto como sea posible, todas las “obligaciones aduaneras” entre la UE y EEUU. Esto ya ha sido prácticamente conseguido, excepto en el sector agrícola, donde permanecen siendo elevadas. El segundo objetivo es reducir, o incluso eliminar, las barreras no arancelarias. Esto hace referencia a las normas, reglas y regulaciones legales y constitucionales alegables de limitar la amplitud de la competencia económica, definida aquí como una libertad fundamental suprema e inalienable. Estas normas pueden ser de cualquier tipo: éticas, democráticas, legales, sociales, referentes a la salud o de orientación medioambiental, financieras, económicas o técnicas. El tercer objetivo es proporcionar a las corporaciones privadas derecho de litigio contra las leyes y regulaciones de los diversos estados, en aquellos casos en los que dichas corporaciones sientan que tales leyes y regulaciones representan obstáculos innecesarios para el comercio, el acceso a los mercados públicos y a las actividades de suministro de servicios. Estos litigios no serán ya más establecidos de acuerdo a las jurisdicciones nacionales, sino a través de estructuras privadas de arbitraje denominadas “mecanismos de resolución de conflictos“. Quieren eliminar las barreras al comercio para crear un gran mercado que beneficie a las grandes empresas. Pero estas barreras actuales regulan y protegen nuestros derechos sociales y ambientales.
Fuentes:
- Cristina Martin Jimenez – El Club Bilderberg – La realidad sobre los amos del Mundo
- David Icke – El Mayor Secreto
- David Icke – The Round Table Bilderberg Network
- Paul H. Koch – Illuminati
- Daniel Estulin – La verdadera historia del Club Bilderberg
- Gustavo Fernandez – Illuminati – El poder secreto detrás de la Historia
- Daniel Estulin – Los secretos del Club Bilderberg
- Robert Anton Wilson – Las Mascaras de Los Illuminati
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