Abrid los ojos hacia vosotros mismos y mirad en el infinito del espacio y el tiempo. Oireis que alli vuelven a resonar el canto de los astros, la voz de los numeros y la armonia de las esferas. Cada sol es un pensamiento de dios y cada planeta una forma de ese pensamiento, y es para conocer el pensamiento divino que vosotras almas descendereis y remontareis penosamente el camino de los siete planetas y de los siete cielos suyos. HERMES TRISMEGISTO


Lo que la oruga ve como el final de la vida, el maestro lo llama una mariposa. RICHARD BACH

DEDICATORIA

Allí, donde habitan las mariposas, lo hacen tambien las hadas y los angeles, la verdad y la ilusion, la alegria, el amor, la dulzura y la fantasia; los mas bellos sueños y la esperanza.

Es el lugar donde los rios son de miel y las montañas de plata y diamantes; donde los seres alados bailan moviendose al ritmo de la musica de George Harrison y el aroma del Padmini; donde puedo descansar en grandes almohadones de plumas tejidos con hilos de seda y oro. Es mi refugio, y el de muchos que sueñan encontrarlo, sin saber aún que son mariposas.

Este blog esta dedicado a todos ellos y ojala puedan disfrutarlo como parte de su camino hacia el lugar donde habitaron o habitaran algun dia


Parameshwary
Enero 2009


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viernes, 9 de marzo de 2018

La alquimia, una visión holística del conocimiento-1-

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Roger Bacon (1214 – 1294), filósofo, científico y teólogo escolástico inglés, de la orden franciscana, nos dice que, en sus escritos, los filósofos se han expresado de muchas maneras diferentes pero siempre enigmáticas. Nos han legado una ciencia noble entre todas, pero completamente velada para la gente común por su lenguaje nebuloso, enteramente oculta bajo un impenetrable velo. Y, sin embargo, han tenido razón para obrar así.

En algunos manuscritos antiguos se encuentran varias definiciones de este arte. Hermes dice:
La Alquimia es la ciencia inmutable que trabaja sobre los cuerpos con ayuda de la teoría y de la experiencia, y que, por una conjunción natural, los transforma en una especie superior más preciosa”.
Otro filósofo ha dicho:
La Alquimia enseña a transmutar toda especie de metal en otra, esto con ayuda de una Medicina particular, como puede verse por los numerosos escritos de los filósofos“.
 Por eso Roger Bacon nos dice:
 “La Alquimia es la ciencia que enseña a preparar una cierta Medicina o elixir, la cual, proyectada sobre los metales imperfectos, les da la perfección en el instante mismo de la proyección”.

Los principios de los metales son el Mercurio y el Azufre.
 Estos dos principios han dado nacimiento a todos los metales y a todos los minerales, de los que existe un gran número de especies diferentes.
La naturaleza tuvo siempre por fin llegar a la perfección, al oro. Pero a consecuencia de diversos accidentes que dificultan su marcha, nacen las variedades metálicas, como lo han expuesto claramente varios filósofos. Roger Bacon nos explica que, según la pureza o impureza de los dos principios componentes, es decir, del Azufre y del Mercurio, se producen metales perfectos o imperfectos: oro, plata, estaño, plomo, cobre, hierro.

El Oro es un cuerpo perfecto, compuesto de un Mercurio puro, fijo, brillante, rojo, y de un Azufre puro, fijo, rojo y no combustible. El Oro es perfecto.
La Plata es un cuerpo puro, casi perfecto, compuesto de un Mercurio puro, casi fijo, brillante, y blanco.
Su Azufre tiene las mismas cualidades. No le falta a la Plata sino un poco más de fijeza, de color y de peso.
El Estaño es un cuerpo puro, imperfecto, compuesto de un Mercurio puro, fijo y volátil, brillante, blanco en el exterior, rojo en el interior. Su Azufre tiene las mismas cualidades. Sólo le falta al estaño ser un poco más cocido y digerido.
El Plomo es un cuerpo impuro e imperfecto, compuesto de un Mercurio impuro, inestable, terrestre, pulverulento, ligeramente blanco al exterior, rojo al interior. Su Azufre es semejante y además combustible. Al plomo le falta la pureza, la fijeza y el color; no está bastante cocido.




El termino Alquimia deriva del árabe “Alkimiya“.
Pero tenemos una segunda parte de definición, que se remonta a la raíz egipcia “kmm” que significa negro.
Alquimia viene a ser pues “Arte Negro“.
 Otra interpretación se basa en el hecho de que el plomo negro es una materia prima muy importante en los procedimientos alquímicos.
 Todas las fuentes de que se disponen nos llevan a que la alquimia tiene su punto de partida posiblemente en Egipto y Mesopotamia. El conocimiento hermético del que eran depositarios los egipcios fue recogido por los hebreos. Numerosos pasajes de la Biblia, sobre todo el Pentateuco de Moisés, nos permiten adivinarlo.
Por otra parte, también los griegos se nutrieron de la sabiduría egipcia, adecuándola a su civilización y a sus divinidades y sirviendo de transmisores de sus misterios.
 Más tarde, bebiendo tanto de las fuentes griegas como de las egipcias, los sabios doctores del Islam volvieron a actualizar y transmitieron de nuevo el conocimiento hermético.
Fue, finalmente, a través de estos tres, hebreos, griegos y árabes, como llegó a tierras europeas, donde volvemos a encontrarlo entre los alquimistas medievales, más o menos intacto, hasta finales del siglo XVIII.
No es tampoco despreciable el papel ejercido por algunos padres de la Iglesia en esta misteriosa transmisión. Durante la Edad Media aparecerán una serie de alquimistas cristianos que compararán la Gran Obra con la vida de Cristo. Con todo, los elementos más importantes de la filosofía hermética proceden en su mayoría de los griegos y de los egipcios.
 Varios mitos egipcios y griegos nos refieren que toda una serie de usos, enseñanzas y costumbres fueron transmitidos al pueblo egipcio por Thot, dios que recibiría entre los griegos los nombres de Hermes y de Mercurio.
 La raza negra que sucedió a la raza roja austral en la dominación de mundo, hizo del alto Egipto su principal santuario.
El nombre de Hermes/Thot, ese misterioso y primer iniciador del Egipto en las doctrinas sagradas, se relaciona sin duda con una primera y pacífica mezcla de la raza blanca y de la raza negra en las regiones de la Etiopía y del alto Egipto, largo tiempo antes de la época aria.

Hermes es un nombre genérico como Manú y Buddha, pues designa a la vez a un hombre, a una casta y a un Dios. Como hombre, Hermes es el primero, el gran iniciador del Egipto; como casta, es el sacerdocio depositario de las tradiciones ocultas. Como dios, es equivalente al planeta Mercurio, asimilado con su esfera a una categoría determinada de espíritus y de iniciadores divinos. En una palabra, Hermes preside a la región supra-terrena de la iniciación celeste.
En el nivel espiritual del mundo, todas esas cosas están ligadas por secretas afinidades como por un hilo invisible. El nombre de Hermes es un talismán que las resume, un sonido mágico que las evoca. De ahí su prestigio. Los griegos, discípulos de los egipcios, le llamaron Hermes Trismegisto o tres veces grande, porque era considerado como rey, legislador y sacerdote. Él caracteriza a una época en que el sacerdocio, la magistratura y la monarquía se encontraban reunidos en un solo cuerpo gobernante.
La cronología egipcia de Manetón llama a esa época el reino de los dioses.
 No había entonces ni papiros ni escritura fonética, pero la ideografía ya existía, la ciencia del sacerdocio estaba inscrita en jeroglíficos sobre las columnas y los muros de las criptas. Considerablemente aumentada, pasó más tarde a las bibliotecas de los templos.
Los egipcios atribuían a Hermes cuarenta y dos libros sobre la ciencia oculta. El libro griego conocido por el nombre de Hermes Trismegisto encierra ciertamente restos alterados, pero infinitamente preciosos, de la antigua teogonía, que es de donde Moisés y Orfeo recibieron sus primeros rayos. La doctrina del Fuego Principio y del Verbo Luz, encerrada en la visión de Hermes, será como la cúspide y el centro de la iniciación egipcia. Encontraremos esta visión en los maestros, en la rosa mística que se abre en la noche del santuario y en el arcano de las grandes religiones.
 Ciertas palabras de Hermes, impregnadas de sabiduría antigua, son propias para prepararnos a ello. Hermes habla del Dios desconocido, en el pórtico de las criptas, a su discípulo Asklepios: “Ninguno de nuestros pensamientos puede concebir a Dios, ni lengua alguna puede definirle. Lo que es incorpóreo, invisible, sin forma, no puede ser percibido por nuestros sentidos; lo que es eterno, no puede ser medido por la corta regla del tiempo: Dios es, pues, inefable. Dios puede, es verdad, comunicar a algunos elegidos la facultad de elevarse sobre las cosas naturales para percibir alguna radiación de su perfección suprema; pero esos elegidos no encuentran palabra para traducir en lenguaje vulgar la Visión inmaterial que les ha hecho estremecer. Ellos pueden explicar a la humanidad las causas secundarias de las creaciones que pasan bajo sus ojos como imágenes de la vida universal, pero la causa primera queda velada y no llegaríamos a comprenderla más que atravesando la muerte”.

Los discípulos de Hermes, que penetraban con él en sus profundidades, aprendían a conocerle como ser viviente.
Según Gaston Camille Charles Maspero (1846 — 1916), egiptólogo francés: “La teología sabia, esotérica es monoteísta desde los tiempos del antiguo Imperio. La afirmación de la unidad fundamental del ser divino, se lee expresada en términos formales y de una gran energía en los textos que se remontan a aquella época. Dios es el Uno único, el que existe por esencia, el solo que vive en substancia, el solo generador en el cielo y en la tierra que no haya sido engendrado. A la vez Padre, Madre e Hijo, él engendra, concibe y es perpetuamente; y esas tres personas, lejos de dividir la unidad de la naturaleza divina, concurren a su infinita perfección. Sus atributos son: la inmensidad, la eternidad, la independencia, la voluntad todopoderosa, la bondad sin límites“. “Él crea sus propios miembros que son los dioses”, dicen los viejos textos. Cada uno de esos dioses secundarios, considerados como idénticos al Dios Uno, puede formar un tipo nuevo de donde emanan, a su vez y por el mismo procedimiento, otros tipos inferiores”.
 El libro habla de su muerte como de la partida de un dios. “Hermes vio el conjunto de las cosas, y habiendo visto, comprendió, y habiendo comprendido, tenía el poder de manifestar y de revelar. Lo que pensó lo escribió; lo que escribió lo ocultó en gran parte, callándose con prudencia y hablando a la vez, a fin de que toda la duración del mundo por venir buscase esas cosas. Y así, habiendo ordenado a los dioses sus hermanos que le sirvieran de cortejo, subió a las estrellas”.
Se puede, en rigor, aislar la historia política de los pueblos, mas no así su historia religiosa.
Las religiones de Asiria, Egipto, Judea y Grecia no se comprenden más que cuando se vislumbra su punto de unión con la antigua religión indoaria. Tomadas aparte, son otros tantos enigmas vistos en conjunto y desde arriba, con una soberbia evolución donde se domina y se explica recíprocamente.
 En una palabra, la historia de una religión será siempre estrecha, supersticiosa y falsa. Sólo hay verdad en la historia religiosa de la humanidad. Desde tal altura no se sienten más que las corrientes que dan la vuelta al mundo.
El pueblo egipcio, el más independiente y el más cerrado de todos a las influencias exteriores, no pudo substraerse a esta ley universal.
Cinco mil años antes de nuestra era, la luz del dios hindú Rama, avatar) de Visnú, que nació en la India para librarla del yugo del demonio Rávana, encendida en el Irán, irradió sobre el Egipto y vino a ser la ley de Ammón-Rá, el dios solar de Thebas.

Lo que exotéricamente se entiende por tradición, nos narra la leyenda que fue transmitido al pueblo egipcio por Thot-Hermes.
El filósofo árabe Alkendi se refiere a él en estos términos «En tiempos de Abraham vivía en Egipto Hermes o Idris segundo, que la paz sea con él, y fue apodado Trismegisto, porque era poeta, rey y filósofo. Enseñó el Arte de los metales, la Alquimia, al Astrología, la Magia, la Ciencia de los espíritus… ». Con ello vemos que Thot o Hermes fue también el transmisor del esoterismo. Dom Pernety (1716 – 1796), alquimista, bibliotecario, escritor y monje benedictino francés, afirmaba que se consideraba a Mercurio/Hermes como el inventor de las artes y de los caracteres jeroglíficos, porque Hermes los inventó a propósito del mercurio filosófico, uno de los arcanos de la Alquimia. La helenización del nombre de  Thot como Hermes Trismegisto, fue el Mercurio de los romanos, considerado como el padre de la Alquimia y que ha tomado de Hermes el nombre de «filosofía hermética».
Todos los alquimistas medievales estaban de acuerdo en ello y se llamaban a sí mismos «filósofos herméticos», para diferenciarse de los filósofos «profanos». Entre los escritos de los filósofos herméticos, aquellos en los que se hace alguna alusión directa a la mitología egipcia son muy numerosos, por lo que resultaría poco menos que imposible citarlos a todos.
Muchos de ellos no han sido traducidos nunca ni del latín ni del griego originales, y bastantes se conservan únicamente en forma de manuscrito.
 Entre los autores señalaremos cuatro, que parecen los más representativos: Michael Maier, médico y alquimista alemán del siglo XVII y prolífico escritor; Dom Pernety, benedictino de la congregación de St. Maure,antes mencionado, y autor de un Diccionario Mito-Hermético en el siglo XVIII, de obligada referencia; Saint Baque de Buford, filósofo del siglo XVIII, autor de Concordancia mito-físico-cábalo-hermética, probablemente relacionado con Dom Pernety o con el círculo hermético que éste presidía. En su obra, Saint Baque de Buford describe Las fábulas y los mitos del antiguo Egipto, las leyendas griegas y latinas, las enseñanzas de los druidas, la sabiduría hebrea y los escritos de los Filósofos Herméticos, que no nos hablan más que de una sola y única cosa: la Ciencia de la Naturaleza o Ciencia Alquímica, la llave de oro que abre el secreto tradicional que permite la regeneración de toda la creación caída; también tenemos un filósofo anónimo que se ocultaba bajo el nombre de Filovita o Uranicus, autor de una Instrucción introductoria a una de las obras de Esprit Gobineau de Montluisant.


Parece extraño ver relacionada la alquimia europea con la antigua mitología egipcia. Memorizábamos nombres de dioses, de diosas y de personajes mitológicos, pero no nos enterábamos ni de su simbolismo ni de su sentido profundo; dicho de otro modo: no sabíamos a qué se referían y, lo que sin duda es peor, no intuíamos que posiblemente eran símbolos y no mitos ni personajes reales de carne y hueso. Pero para los verdaderos alquimistas no existía este problema, ya que todo lo que los dioses y las fábulas egipcias representaban ya era conocido por ellos, y no les era difícil reconocer los principios y operaciones de su arte en las leyendas que nos han transmitido Plutarco, Diodoro de Sicilia o Porfirio.
Comentando el texto que aparecía en una columna egipcia, transcrito por Antoine Banier (1673 – 1741), eclesiástico, mitógrafo y traductor francés, en su Mitología, Dom Pernety afirmaba que «si se comparaban estas expresiones con las de los Filósofos Herméticos, se las encontrará tan conformes que se estará, por así decirlo obligado a convenir que el autor de estas Inscripciones contemplaba el mismo objeto que los Filósofos», y más adelante dice: «los Sacerdotes instruidos por Hermes tenían otro objetivo que el de la historia, con la que no podrán conciliarse las diferentes cualidades de madre e hijo, de esposo y esposa, de hermano y hermana, de padre e hija que se encuentran en las distintas historias de Isis y Osiris, pero que convienen muy bien a la Obra Hermética, cuando se toma su única materia bajo todos los puntos de vista».
El mismo autor nos dice: «Basta con un solo libro de los Filósofos Herméticos para ver que han utilizado el mismo método que los Egipcios para hablar de la Piedra Filosofal: han utilizado los mismo jeroglíficos y las mismas fábulas».
 Así pues, vemos que los filósofos herméticos y los egipcios no sólo hablaban de lo mismo, sino que empleaban un mismo lenguaje. Para el profano resultan tan jeroglíficos los textos de los papiros como la mayoría de los tratados de los alquimistas, y en ello reside la dificultad de traducción de los unos, tal como dicen los egiptólogos, como de comprensión de los otros.

El personaje central de la mitología egipcia es Osiris, y lo que éste simboliza parece ser también el tema central en los libros de muchos alquimistas.
En el Discurso XXIV» de su libro de emblemas sobre alquimia La fuga de Atalanta o Atalanta fugiens, Michael Maier declara: «La alegoría de Osiris ha sido llevada por nosotros a su verdadero origen, que es químico, y explicaba de manera completa en otro lugar…(Osiris) es el sol, pero el sol filosófico, y este nombre, que le encontramos atribuido aquí y allá en los libros, ha sido interpretado como el sol exterior por el vulgo que no conoce otra luz que la luz de este mundo. El sol de los filósofos recibe su nombre del sol del mundo porque contiene todas las propiedades naturales que descienden de este sol celeste o que le convienen».
Contrariamente a lo que pudiera parecer, los egipcios no adoraban en realidad a una pluralidad de divinidades, sino a un solo Dios en todas las cosas, como nos lo demuestran por una parte Plutarco y por otra Dom Pernety: «Léanse con atención los himnos de Orfeo, particularmente el de Saturno, donde se dice que este dios está extendido por todas las partes que componen el Universo y que no ha sido engendrado; que se reflexione en Asklepios de Hermes, en las palabras de Parménides el Pitagórico, en las obras del mismo Pitágoras; en todas las partes se hallarán expresiones que manifiestan su sentimiento sobre la unidad de un Dios, principio de todo, él mismo sin principio, y que todos los dioses mencionados no son sino diferentes denominaciones, ya sean atributos, ya sean operaciones de la Naturaleza. Sólo Jámblico es capaz de convencernos con lo que dice a propósito de los misterios de los egipcios. Hermes y los otros sabios sólo presentaron a los pueblos las figuras de las cosas como dioses, para manifestarles un solo y único Dios en todas las cosas: ya que aquel que ve la Sabiduría, la Providencia y el Amor de Dios manifestados en este mundo, ve a Dios mismo: ya que todas las criaturas no son más que espejos que reflejan sobre nosotros los rayos de la sabiduría divina».
 Volviendo al sentido alquímico de las fábulas egipcias, vemos que, según los alquimistas, dos dificultades principales se presentan a aquel que quiere realizar la Obra. La primera es la determinación de qué materia ha de utilizarse y la segunda de cómo manipularla. Saint Baque de Buford nos explica que: «Los Filósofos Herméticos, en los escritos que nos han dejado, han hablado muy poco de la primera materia (…) se han extendido mucho, aunque con mucha ambigüedad, sobre los diversos principios del arte y sobre las formas progresivas que toma la materia en la segunda operación, pero han cubierto de un velo impenetrable al primer agente ostensible, los primeros procesos y todo el desarrollo de la primera operación… El Antiguo Testamento, la teología egipcia, griega y la de los druidas, al contrario, casi no hablan de la segunda operación, pero se extienden tan prolijamente y de un modo tan variado sobre la primera que, a fuerza de envolverla con parábolas, enigmas y ficciones, han formado un laberinto en el cual es casi imposible no extraviarse».

El proceso de la Obra alquímica consta de diversos pasos que aparecen representados en la iconografía hermética conjunción.
Se trata de la unión del «fijo y del volátil, del hermano y de la hermana, del Sol y de la Luna».
 Quién esté familiarizado con la leyenda de Isis y Osiris comprenderá, con Dom Pernety, que: «los egipcios entendían por Isis y Osiris tanto la substancia volátil y la substancia fija de la materia de la obra, como el color blanco y el rojo que toma en sus operaciones». En cuanto a Isis se refiere, citemos la opinión del filósofo Filovita: «La diosa Isis era el húmedo radical universal, influido por la Luna al que miraban como la madre original de toda generación y conservación. Las estatuas de Isis tenían todos los símbolos de la Luna, incluso los del cielo astral y de la región celeste, a la que se consideraba hacía tanto bien. Estaba vestida de negro para señalar la vía de la corrupción y de la muerte, comienzo de toda generación natural. La ropa negra que se daba a Isis muestra también que la Luna, o la Naturaleza, o también el Mercurio Filosófico que es su diminutivo y su substancia operativa en todas las generaciones, o tiene luz por sí mismo, al ser un cuerpo opaco, pero que este cuerpo esencial la ha recibido de otro, esto es, del Sol y de su propio espíritu vivificante que está infuso en él y que es su agente. Llevaba una ropa negra, blanca, amarilla y roja para significar los cuatro colores principales o grados hacia la perfección de la generación o de la obra secreta de los Sabios, de la que también es el sujeto, el objeto y la imagen. A menudo Isis estaba acompañada por una vaca negra y blanca, para dar a entender el trabajo asiduo con el que debe ser observado el culto filosófico, y que debe ser seguido en la operación del negro y del blanco perfecto que es engendrado por la Medicina Universal Lunar Hermética. Según Apuleyo, Isis hablaba así en su fiesta: Mi religión comenzará mañana para durar eternamente. O sea que la Ciencia religiosa de la Naturaleza y la Obra de su simiente primera, origen de toda producción y de las maravillas del mundo, tiene tanta duración como el Universo y se observa y practica cada día».

Y el filósofo Filovita añade que: «Cuando las Tempestades del Invierno sean apaciguadas, que el mar conmovido, alterado y tempestuoso sea calmado, apaciguado y hecho navegable, mis sacerdotes me ofrecerán una barquilla, como demostración de mi paso por el mar de Egipto, bajo la guía de Mercurio, mandado por Júpiter. Esta es la clave del gran Secreto filosófico para la extracción de la materia de los Sabios y del huevo en el que deben encerrarla y operar en el atanor de torre, comenzando por el régimen de la Saturnia Egipcia, que es la corrupción del buen augurio, para la generación del Hijo real filosófico, que de allí debe nacer al final de los siglos, o de las circulaciones requeridas».
El texto de Apuleyo que Filovita citaba y comentaba gozó de gran estima entre los otros filósofos.
Dom Pernety, por su parte, nos lo explica de este modo: «Isis pasaba por ser la Luna, la Tierra y la Naturaleza. Su corona, formada por un globo brillante como la Luna, la anuncia a todo el mundo. Las dos espigas que salen indican que la materia del Arte Hermético es la misma que la que emplea la Naturaleza para hacerlo vegetar todo en el Universo. Los colores que esta materia va tomando durante las operaciones, ¿no son exactamente nombrados en la enumeración de los vestidos de Isis?». Y más adelante Dom Pernety dice: «Parece que Apuleyo haya querido decirnos que todos estos colores nacen los unos de los otros; que el blanco está contenido en el negro, el amarillo en el blanco y el rojo en el amarillo; por ello el negro cubre a todos los demás».
 Para Saint Baque de Buford: «No hay ningún pasaje de los tratados que los Filósofos herméticos han escrito que sea tan claro, tan verdadero y tan instructivo para el comienzo de la obra hermética como aquel que Apuleyo ha referido a propósito de la fiesta de Isis. Isis era, en efecto, la madre de todas las cosas, porque unida a Osiris componen juntos el fluido luminoso que da la vida a todos los seres; era la dueña de los elementos, porque unida a Osiris, constituían los elementos simples que elementan a los cuatro elementos». He aquí lo que Dom Pernety explicaba a propósito de la historia mítica de Isis y de Osiris: «Esta misteriosa historia, o mejor dicho, esta ficción, se convirtió en lo sucesivo en el fundamento de la Teología Egipcia… Osiris era para los ignorantes el Sol o el Astro del día e Isis la Luna; los Sacerdotes veían en ellos a los dos principios de la Naturaleza y del Arte Hermético. Algunos, como Plutarco, pretendían que Osiris significaba muy santo, otros, como Diodoro, Horus-Apolo; Eusebio y Macrobio decían que quería decir que tiene muchos ojos, aquel que ve claro. Pero los Filósofos veían en el nombre de este Dios al Sol terrestre, el fuego escondido de la Naturaleza (25), el principio ígneo, fijo y radical que lo anima todo…Para los Sacerdotes, Isis era la Naturaleza misma, el principio material y pasivo de todo. Herodoto nos enseña que los Egipcios la tomaban también por Ceres, creyendo que Apolo y Diana eran sus hijos.  Hemos dicho que Osiris era el principio ígneo, suave y generador que la Naturaleza emplea en la formación de los mixtos, y que Isis era el húmedo radical; por los tanto no hay que confundir al uno con el otro, porque difieren entre sí como el humo y la llama, la luz y el aire, el azufre y el mercurio. El humor radical es en los mixtos el asiento y el alimento del cálido ígneo o del fuego natural y celeste».


Para los filósofos herméticos: «Las dos obras que son el objeto de este Arte están comprendidas, la primera, en la expedición de Osiris, la segunda, en su muerte y apoteosis. Por la primera se hace la Piedra, por la segunda se forma el Elixir. Osiris, en su viaje, recorre Etiopía, luego las Indias, Europa y regresa a Egipto por el mar Rojo para gozar de la gloria que ha adquirido, pero halla la muerte. Es como si dijéramos: en la primera obra, la materia pasa al principio por el color negro, luego por colores variados, el gris, el blanco y finalmente aparece el rojo, que es la perfección de la primera obra y la de la piedra o azufre filosófico. La segunda obra está muy bien representada en el tipo de muerte de Osiris y los honores que se le rindieron. Siendo esta segunda operación semejante a la primera, su clave es la solución de la materia o la división de los miembros de Osiris en muchas partes. El cofre en el que ha sido encerrado este Príncipe, es el vaso filosófico, cerrado herméticamente. Tifón y sus cómplices son los agentes de la disolución. La dispersión de los miembros del cuerpo de Osiris es la volatilización del oro Filosófico y la reunión de estos indica la fijación. Se hace gracias a los cuidados de Isis o la Tierra, que, como un imán, dicen los filósofos, atrae a sí las partes volatilizadas».
 En su obra La fuga de Atalanta, Michael Maier dedica un emblema a Osiris. Representa el asesinato de este dios por Tifón. Escritores helenísticos identificaron a Tifón con el dios egipcio Seth.
Sabemos por Plutarco, que Tifón era hermano de Osiris y fue su destructor, ya que Osiris representa a la «Palabra» sagrada cuya restauración pertinente fue llevada a cabo por Isis. Numerosos autores opinan que la muerte o el desmembramiento de Osiris en la tradición egipcia es equivalente a la caída de Adán en la tradición judeo-cristiana. El culpable de la caída, según los hebreos, es Samael, que se relacionará con Tifón.
 Veamos qué nos enseñaban los alquimistas a propósito de este hermano de Osiris: «Decían que Tifón y Osiris eran hermanos y que este último le hacía siempre la guerra al primero. Osiris era el buen principio o el humor radical, la base del mixto y su parte pura y homogénea; Tifón era el mal principio o las partes heterogéneas, accidentales; principio de destrucción y de muerte, como Osiris lo era de vida y de conservación Tifón nació de la tierra, pero de la tierra grosera, siendo el principio de la corrupción. Fue el causante de la muerte de Osiris… El fuego que saca por la boca indica su aspereza corrosiva y designa su pretendida fraternidad con Osiris, porque éste es un fuego escondido, natural y vivificante; el otro es un fuego tiránico y destructivo. Por eso d’Espagnet le llama el Tirano de Natura y el fratricida del fuego natural».

Para Saint-Baque de Buford, Tifón es el flogisto, y su nombre en latín Typhon es el anagrama de Python, la serpiente que nació del barro, idea que nos vuelve a recordar algunas tradiciones judías. Saint-Baque de Buford escribe: «Cuando los dos principios que constituyen la materia pura del arte hermético han sido llevados por las manipulaciones del artista a este grado de pureza, ya no son llamados o conocidos por los nombres de Isis y Osiris o primera materia caótica, sino que en este estado son la materia de los Sabios designada bajo el nombre de Horus, el que mató a Tifón. Dicho de otro modo, Isis y Osiris, que son los principios de toda vida y de los cuales es formado Horus, son desembarazados de los principios de destrucción y de muerte, Tifón, el flogisto o los vapores de la tierra que los habían condensado».
 Isis y Osiris son pues los dioses principales de los Egipcios, junto con Horus que reinó en último lugar y que, para los alquimistas, simbolizaba el «resultado del Arte Sacerdotal». Por ello se le confundía con Harpócrates, el dios del secreto, pues Horus, o el Sol de los Sabios, es el gran secreto de la Filosofía Hermética.
Según cierta tradición, Horus: «Era considerado por ellos (los druidas) como el hijo de Isis y de Osiris, o sea de la Naturaleza y del fuego solar, al que llamamos húmedo radical y calor natural, que nos son enviados desde lo más alto de los Cielos por el Espíritu eterno de vida. Horus pasaba por ser la luz en calidad de hijo de Osiris, representando al Sol, y llevaba también algunos atributos de Apolo, hijo también del Sol y dios de la luz según la Fábula; por lo que estaban representados a sus lados, detrás de él y siguiéndole, veinticuatro pequeños ancianos que significaban las veinticuatro horas que antiguamente dividían al día y a la noche en veinticuatro partes».
Es interesante tener en cuenta las palabras de dos clásicos de la filosofía hermética. El primero de ellos , con un lenguaje actual, expresa en dos versículos el misterio de Isis y de Osiris, o el del agua y el fuego: «Os adoramos, Agua, madre de las aguas, pues el fuego vivo está en vuestro centro, y sois excelente sobre todas las demás luces. El sol es vuestra producción magnífica. Santa Madre del fuego, socorrednos ahora y en la hora del paso difícil. ¡Que así sea! ¡Oh, fuego que fluye, que disuelve y coagula, nuestro Señor fecundador!» El segundo apunta, siempre bajo el discreto velo del símbolo, cuál es el objetivo de la ciencia hermética, la recompensa del viajero que, abandonando la tierra de exilio, regresa a la Patria original: «Es este Horus o Apolo por quien Osiris emprendió un viaje tan largo y pasó tantos trabajos y fatigas. Es el tesoro de los Filósofos, el de los Sacerdotes, el de los Reyes de Egipto: el niño filosófico nacido de Isis y Osiris».

El lenguaje que emplearon los antiguos químicos, es decir, los alquimistas, era simbólico, como lo ha sido siempre el de todas las religiones.
Todo lo existente en el mundo de los efectos tiene tres atributos, o sea una triple síntesis de los siete principios. Esto resultará quizás más claro, diciendo que todo cuanto existe en el mundo está construido sobre tres principios y cuatro aspectos.  Así como el hombre es una unidad, compuesta de un cuerpo, un alma racional y un Espíritu Inmortal, así cada objeto en la Naturaleza tiene una forma objetiva, un alma vital y una Chispa Divina, puramente espiritual y subjetiva.
Ciertos metales, ciertas plantas y algunas drogas poseen poderes, inherentes a ellos, capaces de producir efectos determinados en los organismos dotados de vida, como lo demuestra la práctica diaria de la ciencia oficial. En cuanto a la presencia de una quintaesencia absoluta en cada átomo, el Anima Mundi, sólo es negada por el materialismo.
Antes existía la Alquimia como una ciencia, en la que la quintaesencia actuaba, a la vez, en todos los planos de la Naturaleza y en todas sus correlaciones. Pero cuando alguien que trata de reproducir alguno de estos efectos por un esfuerzo de su voluntad, se ve obligado a desarrollar en sí mismo una cierta facultad o poder, latente en la constitución humana, llamada Kriyâshakti en terminología oculta. Es ésta una facultad creadora, y es así simplemente porque no es más que el agente en un plano objetivo del primer Principio Creador. Es algo así como un radiante conductor que da una dirección definida y concreta a la creadora quintaesencia en su descenso a los planos inferiores. Pero no debe olvidarse que el intelecto humano, considerado como canal por donde se vierte esta enorme radiación, está constituido con arreglo a un plan predeterminado.
 De este conocimiento fundamental nacieron la Alquimia, la Magia magnética y las demás ramas de la Ciencia Oculta.
Cuando mediante el transcurso del tiempo fueron saturándose los pueblos de egoísmo y vanidad, llegando a considerarse superiores a cuanto les rodeaba y a cuanto les precedió; cuando el desarrollo del Kriyâshakti se hizo difícil y la divina facultad desapareció de la Tierra, fueron olvidando poco a poco la sabiduría de sus antepasados. Entonces fue negada hasta la existencia del hombre antediluviano y con ella huyó el espíritu y el alma contenida en la más antigua de todas las ciencias.
De los tres grandes atributos de la Naturaleza se ha aceptado solamente uno, la materia, y aun así, en su más ilusorio aspecto, por más que se presienta la existencia de una materia real o sustancia. Y, verdaderamente, al hablar así, tienen razón los materialistas, por más que sea muy vaga la concepción que de ella tienen. De este aspecto particular nació la nueva ciencia de la Química.
El cambio es el constante efecto de la evolución cíclica.
El principio creador, emanado de la raíz de existencia absoluta, sin fin posible y cuyo símbolo es la serpiente, o movimiento perpetuo (perpetuum mobile), mordiéndose la cola, no puede ser bien aprehendido, tal como ocurría con el ázoe (nitrógeno) de los alquimistas medioevales.

El nitrógeno se considera que fue descubierto formalmente por Daniel Rutherford (1749 – 1819), médico, químico, y botánico escocés, en 1772, al dar a conocer algunas de sus propiedades. El nitrógeno es un gas tan inerte que Lavoisier se refería a él como azote (ázoe), que significa sin vida. O tal vez lo llamó así por no ser apto para respirar. Se clasificó entre los gases permanentes, sobre todo desde que Faraday no consiguiera verlo líquido a 50 atm y -110 °C, hasta los experimentos de Pictet y Cailletet, que en 1877 consiguieron licuarlo. Los compuestos de nitrógeno ya se conocían en la Edad Media. Así, los alquimistas llamaban aqua fortis al ácido nítrico y aqua regia (agua regia) a la mezcla de ácido nítrico y clorhídrico, conocida por su capacidad de disolver el oro y el platino.
Volviendo al círculo simbólico, vemos que se convierte en un triángulo, compenetrándose ambos mutuamente, como Minerva salió de la cabeza de Júpiter.
Este círculo simboliza el Absoluto.
 Todo cuanto existe tiende a transformarse, y por ende a desaparecer, ya que la eternidad de las cosas es una quimera.
El discípulo de los antiguos filósofos aprende a encontrar lo verdadero bajo las sutiles apariencias que lo encubren y sabe que la materia es como unl vestido con que se oculta la Naturaleza, la cual sólo se muestra a quien sabe sacrificar la forma en aras del conocimiento superior.
Las modernas investigaciones apenas han hecho otra cosa sino otear el verdadero vestido de la Naturaleza, creyendo que en él está la verdadera Ciencia. Se consuelan en su ignorancia, imaginando que con poner nuevos nombres a las cosas viejas, explican su esencia o han realizado verdaderos descubrimientos.
Según ellos, la nigromancia de Moisés no es más que Espiritismo; la Ciencia de los iniciados en los antiguos templos es, si acaso, el magnetismo de los gimnósofos (magos) indos; mientras que el mesmerismo de Esculapio queda reducido a hipnotismo o Magia negra.
Para los materialistas modernos, la Alquimia, con su transmutación de los metales en plata y oro, no fue más que hábil charlatanismo.
Los fundamentos son, según ellos, una superstición y no una ciencia, y todos cuantos creían o decían creer en ella eran engañados o impostores.
Existen algunos científicos que no desesperan de poder llegar a reducir los elementos a su estado primitivo y de éstos nadie se atreve a decir que  están locos.
Se admite generalmente la teoría ígnea en la formación de la Tierra, es decir, una masa homogénea primitiva de la que se derivaron los diferentes estados de materia, y no se quiere conceder que sea posible volver, mediante transmutaciones sucesivas, cualquier elemento a su estado original. Naturalmente hablamos en el terreno de las posibilidades, pues la cuestión es tan ardua que resolverla sería hallar la clave de los procedimientos naturales.

Por otra parte los químicos, y entre ellos el químico inglés Sir William Crookes (1832 – 1919), han probado que la relación que existe entre los metales proviene de su generación idéntica. Por lo tanto, estaban en lo cierto los alquimistas que buscaban un estado superior o sublimado en las cosas.
Y así se prueba en La Síntesis, de el naturalista y médico alemán Arnold Adolph Berthold (1803 – 1861), uno de los químicos más profundamente versados en la materia.
Michel Eugéne Chevreul (1786 – 1889) fue un químico francés que valoraba mucho la utilidad práctica de los trabajos alquímicos El hecho es que este padre de la química moderna encontró y legó a la posteridad los numerosos trabajos que existían sobre la alquimia.
Entre sus papeles se han encontrado grandes ideas alquímicas que este hombre de ciencia se complacía en consignar.
Pero los libros herméticos tienen una clave, lo cual explica la dificultad para interpretarlos.
 La sabiduría que contienen no está al alcance de la mayoría de la gente. Tal como ya hemos dicho, toda ciencia tiene tres aspectos y toda la simbología tiene siete interpretaciones diferentes, siendo tres las que aclaran los reinos de lo físico, lo psíquico y lo Espiritual, por lo cual sólo los grandes iniciados son capaces de descifrar correctamente el lenguaje críptico en que están escritas las obras de los filósofos herméticos. Kenneth Robert Henderson Mackenzie (1833 –1886), lingüista y orientalista inglés, en su obra Royal Masonic Cyclopaedia, cuando habla de las sociedades herméticas, nos dice lo siguiente: “Para el alquimista práctico todo está comprendido en la producción de oro según las reglas peculiares de su Arte, siendo de importancia secundarla la evolución de la filosofía mística que, por otra parte, refiere a un sistema completo de teosofía; pero el sabio que ha alcanzado un plano superior de contemplación metafísica, desdeña sus estudios porque encontró allí la completa realización de sus aspiraciones”.
Es evidente que la simbología dada como guía para alcanzar la transmutación de los metales, constituye el núcleo de lo que llamamos Química.
No es posible ya considerar como impostores a hombres de la talla intelectual de Paracelso, Van Helmont, Roger Bacon, Boerhaave y tantos otros.
 Los académicos franceses se burlaron tanto de la Kábala como de los alquimistas
 De hecho, la sabiduría oriental no brilló jamás en Occidente y se la llamó Magia. Sin embargo, los alquimistas que llegaron a comprender algo de su Arte, bebieron directamente en las fuentes del Oriente.
 Algunos pretenden que este movimiento ocultista no fue sino la última evolución de la Magia caldea, pero la Alquimia se remonta en su origen mucho más atrás en el tiempo.


Ole Borch (1626 – 1690), o Olaus Borrichius, científico, físico y poeta danés, dice que la Alquimia es anterior a Egipto.
Pero, ¿cuándo se originó la Alquimia?
 Ningún escritor moderno puede decirlo con exactitud. Unos hacen de Adán el primer adepto, otros se refieren al pasaje: “los hijos de Dios, viendo que las hijas de los hombres eran hermosas, las tomaron por mujeres”, como el nacimiento de este Arte. Moisés y Salomón fueron los últimos adeptos conocidos de esta Ciencia, en la que se vieron precedidos por Abraham, el cual, a su vez, fue iniciado por Hermes. Avicena dice que la Tabla Esmeraldina fue encontrada en el sarcófago de Hermes, el cual había sido enterrado en Hebrón por Sarah, mujer de Abraham.
Sin embargo, Hermes no es el nombre de un hombre, sino un título genérico, como los que después tuvieron los neo–platónicos y hoy los teósofos.
¿Qué sabemos de Hermes Trimegisto?
Más o menos lo que se sabe de Abraham, de su mujer Sarah y de su concubina Agar, que San Pablo dice que son una alegoría.
 En tiempos de Platón, Hermes era identificado con el dios Thot entre los egipcios. Pero la palabra Thot no significa solamente inteligencia, sino también asamblea o escuela.
Realmente Thot – Hermes no es más que la personificación de la clase sacerdotal egipcia, de donde viene el título de Gran Hierofante.
Aun cuando sepamos que este estado de cosas es posterior al tiempo en que la gran raza sacerdotal florecía en tierra de Chemi (Egipto), no habremos adelantado gran cosa en la resolución del problema.
 La antigua China, aunque no en tan gran escala como Egipto, tiene la reputación de ser la patria de la Alquimia trascendental, y probablemente así es.
William Alexander Parsons Martin (1827 – 1916), que fue un misionero presbiteriano en Pekín, la llama la cuna de la Alquimia.
 Ciertamente el Imperio Celeste puede considerarse como una de las naciones en que las antiguas escuelas de la Ciencia Oculta tuvieron un cierto auge.
En cierta ocasión la Alquimia penetró en Europa desde China. En chino la alquimia se denomina el arte del amarillo y el blanco. Y se remonta de forma demostrable a la época que va desde el 400 al 225 a.C.
Pero incluso existen datos que nos podrían remontar hasta el siglo VI a.C. La meta de la Alquimia China es la fabricación del “Chin Tan“, que se trataba de un medicamento que prolongaba la vida.

En la primera época de la alquimia china, se confiaba en encontrar ese medicamento en una de las islas de la Inmortalidad.
Existían tres de estas islas, las cuales recibían los nombres de P´en-Lai, Fang Chang y Jenchou.
 Los primeros indicios los encontramos en el libro llamado Shih Chi (Notas Históricas) redactado por Su-Ma Ch´ien, que vivió alrededor de los años 163 a 85 a.C.
 Durante el periodo de la Dinastía Han (Siglo I a.C.) la alquimia estaba muy extendida en China. Y en dicha disciplina además de la transformación de metales no preciosos en oro y plata, también se estimaba y trataban todas las formas de magia.
Fuentes de cronistas de la época, nos cuentan que los alquimistas pretendían ser capaces de reconocer emisiones gaseosas del cuerpo humano, con las cuales podían adivinar el futuro.
 El tratado taoísta del siglo II d. C. denominado Wei P´o-yang se considera la obra mas antigua de la alquimia china. Este libro trata los secretos de la alquimia, además de ocuparse del “Elixir de la Inmortalidad“.
El alquimista chino mas conocido es Ko Hung (284 – 361 d.C.) el cual utilizaba el seudónimo Pao-P´u-tzu y que publicó una extraña obra con este mismo nombre. En ella expuso de manera extensa y exhaustiva la transformación de metales, como por ejemplo la transformación del plomo blanco en uno rojizo, o viceversa, así como la fabricación del “Elixir de la Vida“. También mencionó una tintura dorada a la que denominó Chin-Ye, que se podía comparar con la tintura auri utilizada en la alquimia occidental.
Durante las Dinastias T´ang (618 – 907) y la Sung (960 – 1279), la alquimia gozó de protección y aprecio por parte de los distintos Emperadores.
 El alquimista mas conocido en ese periodo fue Chang Po-tuan (984 – 1082) el cual redactó un libro con el título de Wu-chen p´in (Tratado sobre la Alquimia) en el que comentaba muy extensamente el secreto arcano de lo que llamaba “El Elixir Interno y Externo“.
 Al empezar la Dinastía Yuan (1279 – 1368) bajó la reputación de la Alquimia y los alquimistas se limitaron a comentar los escritos difíciles de comprender.
 A partir de la Dinastía Ming, los alquimistas desaparecen de la corte del Emperador y se refugian en las montañas.
La alquimia china se basa en el efecto del cambio de los principios opuestos Yin y Yang, tan significativos para el orden cósmico. Además contiene la teoría o sistema denominado De los 5 elementos, es decir, madera, fuego, tierra, metal y agua, que puede pasar del uno al otro en un movimiento rotatorio.

Un misionero, llamado Hood, asegura solemnemente que la Alquimia nació en un jardín “que estuvo en el Edén, situado en Oriente”.
 Según él, es la producción de Satán, quien tentó a Eva bajo la forma de una serpiente. Pero el hombre olvidó seguir sus consejos y se quedó sólo. Serpiente, en hebreo, es Nahah (plural Nahashim), siendo, pues, de la sílaba shim de la que se derivó el nombre de la Alquimia y de la química.
 Las más notables personalidades en los estudios sobre las ciencias arcaicas, y entre ellas William Godwin (1756 – 1836), han llegado a la conclusión de que la Alquimia se cultivaba en casi todos los pueblos de la antigüedad, mucho tiempo antes de nuestra Era, siendo los griegos los últimos que, al aparecer el cristianismo, empezaron a estudiarla, haciéndola célebre mucho tiempo después.

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