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Clotilde en traje de noche, Jjoaquìn Sorolla |
Los chismosos son más fiables que los historiadores, dicen
que en el reinado de Luis XIV los adictos al estilo secuestraban a los
modistos, los retenían en exclusividad para deslumbrar con un traje que nadie
más pudiera tener, la envidiosa violencia de esa obsesión provocó espionaje,
crímenes y la creación de una industria. En los fashionistas las marcas son más que un nombre, son un tipo de
sangre mutante en cada temporada, detrás de ese efímero escudo de armas pueden asesinar
al anonimato y trascender por unos instantes.
En el
Museo Thyssen Bornemisza de Madrid, exponen Sorolla
y la Moda, con pinturas, fotografías
y las prendas que usaron las modelos en los retratos del pintor. Los zapatos,
vestidos, joyas, muebles, la ficción de una escenografía, el teatro de la
inmortalidad en la frivolidad de la apariencia. Es el arte inventando a las
personas, a seres inexistentes que se retienen en el ideal que deberá ser recordado.
La belleza de esa mentira se delata al comparar el vestuario con el retrato, la
diferencia es que la ficción es más potente que la realidad, que la naturalidad
asesina al mito. Sorolla sabía que nos cansamos de las personas y que si nos heredan
un retrato que disfrutemos contemplar durante años, en el que no veamos a
“alguien”, entonces el desprecio o el fastidio que sentíamos se trasformará en
elogios.
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Joaquin Sorolla Retrato del Rey Don Alfonso XIII con el Uniforme de Husares |
El retrato del rey Alfonso XIII es magnífico, delgado como el
sable, posa con el uniforme de gala de Húsares, la coraza de un héroe para el débil
cuerpo del pornógrafo, es una estatua de brocado y seda. La fotografía de la
sesión de trabajo en el jardín, con Sorolla pintando al rey bajo la sombra de
un árbol, es un testimonio de la dictadura de la forma sobre la vida; después
de que la Historia habla y la sociedad olvida el dueño del destino de esa
persona es el pintor, él decide cómo será recordado, qué momento de su
existencia debe continuar para la eternidad.
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LA SEÑORITA BARRIOS JUGANDO CON SU GATO |
El elegante gato lleva un moño rojo y destroza los encajes,
la niña lo provoca, el pintor captura al juego, el vestido blanco es un
capricho transparente, la vida seguirá y la infancia quedará despedazada como
ese encaje, La Señorita Barrios con su
gato, melancólica recuerda sus últimos juegos, aprenderá que un vestido
tiene consecuencias. El voyerismo de Sorolla es fetichismo del estilo, los
zapatos, las cinturas fajadas esperando ser liberadas, dibuja las piernas
ocultas por las faldas, prolonga los escotes, conquista la humedad de la piel,
el palpitar del cuello, posee a sus modelos, las tiene para él en una
observación que cotidiana sería obscena. Los maridos no ven a sus esposas,
Sorolla las desviste, sabe qué llevan debajo del vestido, cómo es el corset, a
qué huelen sus medias, de qué tamaño tienen los pies, cómo se sientan y apoyan
el brazo, se polvean el pecho, el pintor reinventa a una mujer para que su
marido la vuelva a desear, y si no es así, será otro, la pintura está ahí para
despertar una pasión.
En estos tiempos del puritanismo de “lo políticamente
correcto”, la obra de Sorolla resulta una audacia seductora, la oportunidad de
ver que la elegancia y la presencia femenina no tiene que estar disminuida por un
statement político-feminista, y participar del hedonismo de la vida. Vestidos
de negro intenso o blancos enceguecedores, cinturas mínimas, encajes y gasas, aunque
vivamos y suframos como miserables, perduremos como diosas, eso es un retrato.
Sorolla conocía las leyes implacables del estilo, observaba las telas y los
reflejos de la luz, estudiaba las texturas, detallaba las joyas, llevaba los
materiales al límite de la fantasía, y se detenía un instante antes para que lo
imposible fuera verosímil. Los colores del mar, la paciencia de las olas, se
prolongaban en los volantes de los vestidos y el viento tensaba los parasoles,
el tiempo es del arte.
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