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Una disciplina espiritual, cualquiera que sea, pretende superar la ofuscación de la mente y liberarla de avaricia y odio, para que así pueda ir brotando lo mejor de la misma. La meditación es, por excelencia, un método para sanear y embellecer la mente, y así nos hacemos una magnífica contribución a nosotros mismos y a los demás. Mediante la meditación se va abriendo poco a poco un canal de luz en la espesura de la mente, para poder ver las cosas como son y poder conectar con la Realidad tras las apariencias.
El camino interior está sembrado de dudas y obstáculos, pero la recta motivación le permite al buscador ir encontrando el modo de seguir avanzando hacia su centro. Aunque muy lentamente, cada día es mayor el número de personas interesadas por la búsqueda espiritual y que perciben que la dicha y la paz no pueden hallarse en el exterior, sino en el propio hogar interno. Lo que más se aproxima a la dicha es el verdadero sosiego y por eso una antigua enseñanza reza: "No hay nada que pague un instante de paz". Mediante la práctica de la meditación vamos disipando los velos de la mente o ignorancia básica de ella y pudiendo conectar con la sabiduría que reside en lo más profundo de la misma. La meditación es el arte de parar, desconectar de lo exterior y conectar con uno mismo. En el silencio de la mente es posible escuchar la voz de nuestro yo más profundo, a menudo sofocada por el incesante charloteo mental. Cuando el pensamiento comienza a detenerse, se manifiesta la luz del ser. La meditación es la herramienta preciosa para poder llevar a cabo el viaje a los adentros y hacer posible aquello de "nada para afuera, todo para adentro", en el sentido de que solo en la medida en que uno supera la ofuscación, la avaricia y el odio, es posible hallar ese remanso de paz que se convierte en el regalo más precioso.
En la medida en que uno va realizando el trabajo interior y consiguiendo liberar la mente de sus tendencias insanas, trabas y autoengaños, van surgiendo las que podríamos denominar "mentes de sabiduría", entre otras las que a continuación detallo:
• La mente rayo: Es la que comprende con gran prontitud, no solo analíticamente, sino intuitivamente. Es la mente alerta, perspicaz, que capta al instante y conduce a la acción diestra. Es muy rápida en percibir y elaborar y no se enreda con las apariencias, sino que penetra hasta el fondo mismo de las cosas y los fenómenos. Su característica, pues, es la rapidez de captación.
• La mente adamantina: Es la mente del diamante, lúcida y resistente, transparente y clara, que conlleva la consciencia imperturbable y sagaz. La asidua práctica de la meditación y el cultivo metódico de la atención van desplegando esta mente, capaz de engendrar estados de lucidez y comprensión clara. Es resistente a los obstáculos del exterior y las influencias nocivas. Su característica es la lucidez.
• La mente río: Es la mente que fluye, permea, es elástica, sabe encontrar los puntos de menos resistencia, como el riachuelo. Evita los conflictos y tensiones inútiles, y así se despliega armónicamente. Su característica es la fluidez.
• La mente lirio: Es la mente dúctil y flexible como el lirio, que gracias a ello se pliega sobre el suelo cuando llega el vendaval y así no se quiebra, para luego incorporarse en todo su esplendor. Es la mente que sabe relativizar y no se extravía en la fricción ni se deja arrastrar por la aversión. Su característica es la flexibilidad.
• La mente montaña: Es la mente inmutable, estable, firme como una montaña, paciente y vigorosa. Su característica es la ecuanimidad.
Mediante la práctica de la meditación tratamos de convertir la mente enemiga en mente aliada, pues como reza el antiguo adagio: "La mente es una buena sierva, pero muy mala ama".
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