Su trabajo lo obligaba a ir y venir, de pueblo en pueblo, a través de aquellas soledades.
Viajaba en un carro de caballos, junto a ocho pasajeros de primera, segunda y tercera clase.
Juan Pío compraba siempre el pasaje de tercera, que era el más barato.
Nunca entendió por qué había precios diferentes.
Todos viajaban igual, los que pagaban más y los que pagabn menos: apretados unos contra otros, mordiendo polvo, sacudidos por el incesante traqueteo.
Nunca entendió por qué, hasta que un mal día de invierno el carro se atascó en el barro. Y entonces el mayoral mandó:
-¡Los de primera se quedan arriba!
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