La obra más cara, el artista más cotizado, la película más
vista y más premiada, el libro más vendido, el museo más visitado, más, más, la competencia del dinero, la
pirámide que se levanta con publicidad, la voracidad de un sistema que impone
una competencia artificial para ganar con la sumisión de la sociedad.
El
sistema ha traducido el más en
calidad, si una obra se vendió en una cifra absurda, eso la convierte en obra
maestra, y al autor en el más
cotizado, ocultando la evidente especulación que hay en una subasta, posicionando
obras que en ocasiones son falsas, no importa, en dinero legitima el valor. La
publicidad de los premios de cine, que carga de adjetivos cada película,
sumando palabras mientras suman la venta de boletos, y el público cree que si está
seleccionada o premiada su calidad es incuestionable y la ven con sumisión y
les parece excepcional.
Es un aparato ideológico que hace de la competencia, del
ganar más, la escalada de una pirámide
interminable que no deja de crecer, y que en cada peldaño pone otro con más
publicidad, más premios, más virtudes.
El mecanismo es tan elemental que
funciona, el consenso implanta el valor, si le gusta a millones entonces tiene
las cualidades que los publicistas le atribuyen a esa película o a esa pintura
o a lo que sea, aunque los premios estén controlados por los productores y las
obras compradas por los subastadores.
El criterio es un enemigo, la libertad de
pensamiento un anatema para esta estructura de comercio conductivista, que
además es patriotero. El orgullo nacional ciega la visión de la realidad, el
ranking chantajea con la patria, y es un asunto de Estado.
La competencia anula
al individuo, la incitación a conseguir y participar del aura de ser el más, es la esclavitud contemporánea.
Ser una persona con éxito exige alcanzar eso que posee el más. Leer el libro más vendido, aunque
sea una basura; ver la serie de televisión más famosa sea predecible y fácil,
otorga al consumidor un privilegio que no existe.
La masificada cultura
uniforma, el consumidor es el coro que repite la voz del marketing que dicta qué
es lo mejor, el consumidor acepta para no
tener el problema de enfrentarse a una elección que estigmatice su pensamiento
y su posición en la sociedad.
La estrategia de ventas es manipulación que hace
sentir a la masa que gana algo, mientras el único que gana es el sistema. La
aprobación de la mayoría establece la consagración, las multitudes que van a
una exposición para hacerse el selfie, son el argumento irrefutable de que eso
es arte, aunque vean un cuarto de espejos y calabazas pintadas con puntos.
Las
películas con clichés y millones de dólares en estrategias comerciales son la
excelencia en su facilismo, y la masa se
forma en la taquilla a ratificar que la publicidad no se equivoca.
Sospechar
del más rompe los cimientos de esa
pirámide de dinero y manipulación.
Claro, si se trata de ser feliz y no
incomodar, adelante, para el marketing todos los seguidores suman dinero.
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