Para
obtener aquello que se llama sabiduría interior tienes que volverte
humilde y mirar quién eres —no lo que te dice el espejo, sino quién eres
tú— y ver lo que está dentro de ti, el sublime Dios individual. Y
tienes que dejar de tener prisionero al Yo. Todos vosotros lo hacéis,
con excepción de una entidad en este salón, una entidad. ¿Sabes lo que
es una prisión? Puedo manifestarte un calabozo o dos para que puedas
entender lo que la verdad siente cuando está tras las rejas, y las ratas
comen a tus pies, y los piojos se mueven en tu cabeza, y los gusanos
salen del hedor de tu excremento.
Eres prisionero de ti mismo,
así como yo lo fui. Porque aunque el deseo de dominar, de donde yo
procedo, estaba ahí, yo no entendía la carne, el pensamiento coagulado y
sus necesidades, deseos, ni su conciencia en un plano de existencia más
bajo. Yo no sabía qué supondría eso. De modo que terminé en medio de un
gran conflicto y en una época grandiosa y terrible en vuestro tiempo,
todo pasado, en el cual las cosas tenian que enderezarse en conciencia y
dentro del Yo. ¿Sabes cómo encelas tu verdad? No sabes quién eres. Yo
fui un lémur hediondo, desalmado. ¿Sabes quién eres tú? ¿Conoces la
virtud que está dentro de ti? ¿Sabes qué viniste a hacer aquí? Todas las
culpas de tu vida las colocas sobre los hombros de otros, todos lo
habéis hecho. Todos los demás son responsables de tu infelicidad. Eso es
un gran disparate, pero es también un gran aprendizaje.
Cuando
sepas quién eres —en mi vida necesité 63 años para aprenderlo— te
mirarás a ti mismo y sabrás, rápidamente, quién ha creado todos los
destinos que has vivido por elección propia. Y toda la infelicidad es
cuestión de elección propia, así como la felicidad. Pero lo elegiste tú,
y nadie más. Cuando tengas la humildad de mirarte a ti mismo, de
sentirte, y de preguntarte por qué y luego decir: «Sé por qué», y puedas
razonar con el Yo, entonces le habrás quitado las barras de la prisión a
la verdad, que es el pájaro que se eleva en un cielo llamado felicidad,
virtud, unidad y paz. Durante la última parte de mis 63 años de
iluminación, yo dormí bien.
Dormí bien porque era un hombre
pacífico. Había llegado a un acuerdo con todas las cosas, había hecho la
paz con todas las cosas y aprendí a amar, respetar y admirar a mis
mejores adversarios, porque yo constituía su amenaza. Aprendí a amarlos
porque aprendí a amar la elegancia llamada Ramtha, en verdad.
Tu
vida es vida, tras vida, tras vida. En una vida se pueden vivir un
millón de años. ¿Sabes por qué te toma tanto, tantas vidas? Por tu
incapacidad de mirar quién eres. Juzgas a otro, y un día, en verdad,
decidirás vivir el juicio que has expresado, será por tu propio bien,
para que comprendas mejor a otros a través del medio llamado el Yo. Pero
en su mayor parte, has aprendido sólo una cosa en cada una de tus
vidas. Has sido muy lento para acelerar la sabiduría interior, porque te
has negado a mirar quién lo ha creado; te has negado.
Bueno,
puedo decir, entidad, que has sido toda entidad concebible que haya sido
creada por los genes del hombre y la mujer. Has sido todos los colores,
desde lo peor, como un lémur, hasta lo más arrogante, como un atlante.
Has sido todo eso, todo. Pero ¿por qué no acelerar en una vida lo que
puede proclamarse en un momento, y revelar el Yo en la compasión del
alma, mirando quién eres? Y yo empecé a comprender quién era Ramtha. Y
decididamente amaba lo que yo era, en verdad, y me sentí muy complacido
con la entidad, así que llegué a ser yo. ¿Por qué? Porque estaba en paz
con el Dios Desconocido, al que había encontrado a través de mí mismo, y
la manera maravillosa, única y poderosa de crear mi destino y conducir a
mi pueblo a un entendimiento mayor. Y cuando me perdoné a mí mismo y
comprendí por qué, lo que había hecho antes ya no importó, pues ya no me
atormentaba. Ya no dolía, ya no me impulsaba a conquistar.
Te he
enseñado muy bien. Pero te digo —y la mayoría de vosotros aún no sabéis
lo que estoy diciendo— que todo lo que has sido, lo has sido con el fin
de obtener entendimiento, amor. Cuando el hombre creó el bien y el mal,
la verdad sentenciosa, también creó el temor y la culpa y la
incapacidad de progresar en la vida espiritual. Cuando digo espiritual,
hablo de toda la vida, no simplemente de algo maravilloso de lo cual
hablar en términos filosóficos, o en ciertos días de tu semana, sino
todos los días. Entonces te vuelves inhibido y te ahogas en tu propio
pesar, te pierdes en tu propio menosprecio y te rechaza tu propio Yo. Te
digo que todo lo que has hecho en todas tus vidas está bien. Dios, el
Padre, que es la resonancia de esta maravillosa estructura molecular, no
te ha juzgado; no conoce el juicio, pues no conoce la perfección, que
es una limitación total. Él simplemente es. Es el estado de ser que ama,
que es todo por sí mismo.
Y ese ser es el poder que abarca a todos vosotros que estáis aquí, a todas las gentes en todas partes.
Dios
nunca te juzgó, nunca clamó para que fueras un santo o un demonio. Eso
lo hiciste tú mismo, de nuevo por no saber quién eras. Si el Padre, en
todo lo que él es, ha encontrado mucha bondad en tu maravilloso ser, y
has obtenido y todavía tienes vida en este momento que sigue, para
vivir, para que rebose el Yo divino, te aseguro, amada entidad, cuando
yo te diga que eres Dios, vívelo para que puedas perdonar, y ver y
comprender por qué has sido como has sido, en verdad.
De modo que
el Dios Desconocido era todas las cosas: el crepúsculo, el pajaro
nocturno y su susurro en el arbusto, el ave salvaje en su vuelo matinal
de temporada, la risa de los niños y la magia de los amantes, el color
rubí del vino y la dulzura de la miel. Es todas las cosas; todas las
cosas que son perpetuas. Yo conocí al Dios Desconocido en todos estos
endimientos. No hubo un maestro que me enseñara esto. El Ram, el
maestro, el conquistador, estaba dentro de mí para comprender; fue la
necesidad de comprender. De modo que me dejaron con mi herida profunda
para que me curara, me sentara, reflexionara y pensara. Lo único que
tenía era a mí mismo, en verdad, solo, sentado sobre una gran roca, no
en una silla maravillosa como ésta. En medio de eso, razoné sobre el
perdón antes de que existiera tal palabra. Y razoné sobre el Yo antes de
que hubiera tal identidad. Y razoné sobre Dios y el Yo como uno, para
resolver el misterio.
Lo que hice en mi vida te lo he enseñado
elocuentemente, y lo he manifestado valientemente en tu vida para que
tuvieras la oportunidad de mostrar el mismo deseo de ser humilde para
ver quién eres. Y para todos aquellos de vosotros que todavía cierran
los ojos, yo no puedo enseñarle a la única imposibilidad que pueda
existir: una mente cerrada. Ellos ni oyen ni perciben, porque pone en
peligro su verdad encerrada que les proporciona seguridad. Tú, ¿cómo te
conoces a ti mismo? Como la paloma que está en la prisión. Perdónate a
ti mismo. El Padre siempre te ha perdonado; ha comprendido.
Contempla
quién eres; contémplalo. Contempla tu ira; ¿por qué estás furioso?
Contempla tus celos; ¿por qué eres celoso? Contempla tu envidia; ¿por
qué eres envidioso? Contempla tus inseguridades y entiende por qué.
Contempla tus juicios; ¿por qué juzgas? Contempla tu crueldad; ¿por qué
no eres compasivo? Y contempla tu risa; ¿dónde está? Reflexiona sobre
todo esto que te he contado. No tienes la paciencia para aguantar 63
años, puesto que eres muy veloz. La impaciencia es desdeñosa. Ahora la
necesitas totalmente.
Pero en mi vida, esa fue mi vida. Y eso me
hizo ser quien soy para ti en esta hora, y ha conservado la personalidad
del Yo llamado Ramtha el Grande, para que el conocimiento infinito de
Dios pudiera salir desde este recipiente establecido y enseñarte en
términos familiares.
Si quieres ser como yo soy, piensa como yo
pienso. Y hazlo aplicable a todas tus costumbres y ceremonias, no
importa cuáles sean, pero hazlo.
RAMTHA
Extracto de GUÍA DEL INICIADO PARA CREAR LA REALIDAD