Abrid los ojos hacia vosotros mismos y mirad en el infinito del espacio y el tiempo. Oireis que alli vuelven a resonar el canto de los astros, la voz de los numeros y la armonia de las esferas. Cada sol es un pensamiento de dios y cada planeta una forma de ese pensamiento, y es para conocer el pensamiento divino que vosotras almas descendereis y remontareis penosamente el camino de los siete planetas y de los siete cielos suyos. HERMES TRISMEGISTO


Lo que la oruga ve como el final de la vida, el maestro lo llama una mariposa. RICHARD BACH

DEDICATORIA

Allí, donde habitan las mariposas, lo hacen tambien las hadas y los angeles, la verdad y la ilusion, la alegria, el amor, la dulzura y la fantasia; los mas bellos sueños y la esperanza.

Es el lugar donde los rios son de miel y las montañas de plata y diamantes; donde los seres alados bailan moviendose al ritmo de la musica de George Harrison y el aroma del Padmini; donde puedo descansar en grandes almohadones de plumas tejidos con hilos de seda y oro. Es mi refugio, y el de muchos que sueñan encontrarlo, sin saber aún que son mariposas.

Este blog esta dedicado a todos ellos y ojala puedan disfrutarlo como parte de su camino hacia el lugar donde habitaron o habitaran algun dia


Parameshwary
Enero 2009


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los cuatro acuerdos de la sabiduria Maya

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Secretos Parameshwary

jueves, 27 de septiembre de 2018

¿Quién fue este misterioso personaje llamado Apolonio de Tiana?


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En el Nychthemeron, de Apolonio de Tiana (o Tyana), podemos leer:
En la unidad los demonios cantan las alabanzas de Dios, ellos pierden su maldad y su cólera“. 
Todo aquél que quiere recorrer el camino de la Gnosis universal debe comenzar por entrar en la Primera Hora de Apolonio, con el estudio trascendental del Ocultismo.
Ésta se refiere al camino de Juan, autor del Apocalipsis, quién enseña el camino para el dios que hay en los seres humanos, 


el hombre-alma caído.

El gnosticismo es un conjunto de corrientes sincréticas filosófico-religiosas que llegaron a asimilarse con el cristianismo en los tres primeros siglos de nuestra era, convirtiéndose finalmente en un pensamiento que fue declarado herético después de una etapa de cierto éxito entre los intelectuales cristianos.
Según esta doctrina, los iniciados no se salvan por la fe en el perdón, gracias al sacrificio de Cristo, sino que se salvan mediante la gnosis, o conocimiento introspectivo de lo divino, que es un conocimiento superior a la fe. Ni la sola fe ni la muerte de Cristo bastarían para salvarse.
 El ser humano sería autónomo para salvarse a sí mismo.
El gnosticismo es una doctrina mística sincrética de la salvación.
En ella se mezclan sincréticamente creencias orientalistas e ideas de la filosofía griega, principalmente platónica, que posteriormente influyeron en la doctrina cátara. Es una creencia dualista: la luz frente a las tinieblas, el bien frente al mal, el espíritu frente a la materia, el ser supremo frente al Demiurgo, el espíritu frente al cuerpo y el alma.
 El término proviene del griego y significa ‘conocimiento’.
Los demonios a los que aquí se hace referencia no serían los etéreos habitantes del más allá, sino los demonios que existen en cada ser humano. Lo demoníaco sería lo malo. lo impuro y lo pecaminoso en el ser humano. Lo demoníaco sería la suma negativa de todas las existencias vividas en nuestro microcosmos y que permanecerían en nuestro subconsciente como un flujo de determinadas tensiones magnéticas.
Así pues, el microcosmos contendría innumerables cargas magnéticas heterogéneas, absorbidas en el curso de sus interminables viajes a través de la naturaleza dialéctica. Estas cargas provienen de las diversas situaciones vitales, de sentimientos, pensamientos, actos y experiencias.





Apolonio de Tiana (3 a.C. – 97 d.C.) fue un filósofo, matemático y místico griego neopitagórico.
 En su Historia de la Religión Cristiana hasta el año Doscientos, del juez y teólogo decimonónico Charles B. Waite, encontramos partes de la obra relacionadas con el gran taumaturgo del segundo siglo d.C., Apolonio de Tiana, personaje importante en el Imperio Romano.
Según podemos leer en este libro: “El tiempo del cual este volumen toma especial conocimiento está dividido en seis periodos, durante el segundo de los cuales, 80 al 120 d.C., está incluida la ‘Era de los Milagros’, la historia que demostrará ser de interés para los espiritualistas como una forma de comparar las manifestaciones de inadvertidas inteligencias de nuestro tiempo con similares eventos de los días inmediatamente posteriores a la introducción del Cristianismo.
 Apolonio de Tiana fue la más notable personalidad de este periodo, y fue testigo del reinado de una docena de emperadores romanos
Antes de su nacimiento, Proteo, un dios egipcio, se le apareció a su madre y le anunció que encarnaría en el niño venidero. 
Siguiendo las indicaciones dadas en un sueño, ella se dirigió a un prado para recoger flores. Estando allí, una bandada de cisnes formó un coro a su alrededor, agitando sus alas y cantando al unísono. Mientras estaban ocupados en ello, y el aire era abanicado por un delicado céfiro, Apolonio nació”.

Un conjunto de tradiciones describe a Proteo como hijo de Poseidón y como un rey de Egipto.
Esta es una de las numerosas leyendas que se refieren a un personaje como hijo de un dios y milagrosamente nacido de una virgen.
 Se dice que en su juventud Apolonio tenía un poder mental y una belleza personal maravillosos, y hallaba su mayor felicidad en las conversaciones con los discípulos de los filósofos griegos Platón, Crisipo y Aristóteles.

Apolonio no comía ningún ser vivo y se mantenía con frutas y productos de la tierra. Era un admirador y discípulo del filósofo y matemático griego Pitágoras, y asimismo miembro de la Hermandad Pitagórica, que era una escuela de pensamiento a la que también se la conocía como los pitagóricos.
 Afirmaban que la estructura del universo era aritmética y geométrica. Obtuvieron grandes cuotas de poder hasta el siglo V, en el que fueron perseguidos y donde muchos de sus miembros murieron. La hermandad estaba dividida en dos grupos, los estudiantes y los oyentes. Los estudiantes aprendían las enseñanzas matemáticas, religiosas y filosóficas directamente de su fundador, mientras que los oyentes se limitaban a ver el modo de comportarse de los pitagóricos.
 Pitágoras fue el introductor de los pesos y medidas, y elaborador de una teoría musical. Asimismo, fue el primero en hablar de «teoría» y de «filósofos», así como en postular la existencia del vacío, canalizar el fervor religioso a intelectual, y en considerar que el universo es una obra sólo descifrable a través de las matemáticas.
 Fueron los pitagóricos los primeros en afirmar la forma esférica de la Tierra y postular que el Sol, la Tierra y el resto de los planetas conocidos no se encontraban en el centro del universo, sino que giraban en torno a una fuerza simbolizada por el número uno.

En los países que visitó, Apolonio reformó el culto religioso y realizó actos milagrosos. En las fiestas asombró a los invitados produciendo pan, frutos, verduras y varios bocados exquisitos de la nada.
Animaba a las estatuas, dotándolas de vida, y las figuras de bronce de los pedestales realizaban las labores de los sirviente, como si fueran modernos robots.
 También produjo desmaterializaciones, provocando que vasos de oro y plata, con sus contenidos, desaparecieran. Incluso los sirvientes desaparecían súbitamente de la vista.
La escuela neopitagórica surgió en Alejandría durante el siglo I de la era cristiana. Solo dos nombres destacan en relación con ella: Apolonio de Tiana y Moderato de Gades, filósofo hispano-latino del siglo I d. C. 
 El neopitagorismo es un eslabón entre las filosofías paganas más antiguas y el neoplatonismo. Al igual que aquellas, contenía numerosos elementos de pensamiento derivados de Pitágoras y Platón, en que, al igual que Platón, hacía hincapié en la especulación metafísica y el ascetismo. Varios autores han observado una semejanza notable entre el neopitagorismo y las doctrinas de los esenios, una comunidad dentro de las escuelas político-filosóficas en el judaísmo antiguo.

 Giuseppe Flavio describe a los esenios como judíos creyentes que vivían en comunidad, dedicados al estudio de las Escrituras, pero también de la medicina y de otras ciencias. Se ponía especial énfasis en el misterio de los números y es posible que los neopitagóricos tuvieran un conocimiento mucho más amplio de las verdaderas enseñanzas de Pitágoras del que se sabe en la actualidad. Incluso en el siglo I a Pitágoras se lo consideraba más un dios que un ser humano y, aparentemente, se recurrió a reinstaurar su filosofía con la esperanza de que su nombre despertara interés por los sistemas de aprendizaje más profundos.
Sin embargo, la filosofía griega había pasado el apogeo de su esplendor y el grueso de la humanidad estaba abriendo los ojos a la importancia de los fenómenos físicos. El énfasis en los asuntos terrenales que empezó a imponerse posteriormente alcanzó su madurez de expresión en el materialismo y el comercialismo del siglo XX, aunque tuvo que intervenir el neoplatonismo y tuvieron que pasar muchos siglos antes de que ello adquiriese forma definida.

Si bien durante mucho tiempo se consideró fundador del neoplatonismo a Amonio Saccas, filósofo de Alejandría del siglo III, en realidad la escuela comenzó con Plotino (205 – 270), filósofo griego neoplatónico, autor de las Enéadas, texto en que se proponen algunas preguntas para indagar lo que es el animal y el hombre, siendo el tema principal el alma.
Entre los neoplatónicos de Alejandría, Siria, Roma y Atenas destacaron Porfirio, Jámblico, Salustio, Plutarco, Proclo y el emperador romano Juliano, conocido como Juliano II o como «el Apóstata»
. El neoplatonismo fue el esfuerzo supremo del paganismo decadente por preservar para la posteridad su doctrina secreta, no escrita. Entre sus enseñanzas, el idealismo antiguo alcanzaba la máxima perfección.
El neoplatonismo se interesaba de forma casi exclusiva por los problemas de la metafísica más elevada. Reconocía la existencia de una doctrina secreta que, desde la época de las civilizaciones más primitivas, se ocultaba en los rituales, los símbolos y las alegorías de las diversas religiones y filosofías. Se basaban en las instituciones de los Misterios, escuelas secretas en cuyo profundo idealismo se iniciaron casi todos los primeros filósofos de la Antigüedad.

 Como antes nos hemos referido a Proteo como anunciador del nacimiento de Apolonia, debemos decir que en la mitología griega Proteo es un dios del mar, una de las varias deidades llamadas por Homero en la Odiseaanciano hombre del mar’. Se convirtió alternativamente, según las distintas fuentes, en hijo de Poseidón, según la teogonía olímpica, o de Nereo y Doris, o de Océano y una náyade. También se convirtió en pastor de las manadas de focas de Poseidón, el dios de los mares y, como «Agitador de la Tierra», de los terremotos en la mitología griega.
El nombre del dios marino etrusco Nethuns fue adoptado en latín para Neptuno (Neptunus) en la mitología romana, siendo ambos dioses del mar análogos a Poseidón.
 Las tablillas en lineal B muestran que Poseidón fue venerado en Pilos y Tebas en la Grecia micénica de finales de la Edad del Bronce, pero fue integrado en el panteón olímpico posterior como hermano de Zeus y Hades. Poseidón tuvo muchos hijos y fue protector de muchas ciudades helenas, aunque perdió la disputa por Atenas contra Atenea. Le fue dedicado un himno homérico.

Proteo podía predecir el futuro, aunque cambiaba de forma para evitar tener que hacerlo, contestando sólo a quien era capaz de capturarlo.
 Proteo aparece en las más antiguas leyendas como súbdito de Poseidón, y se lo describe como capaz de ver a través de toda la profundidad del mar.
Según Homero, la arenosa isla de Faro, situada a un día de distancia del delta del Nilo era el hogar de Proteo, por lo que también era llamado Egipcio.
  Sin embargo, Virgilio menciona en lugar de Faro la isla de Cárpatos, entre Creta y Rodas, mientras que, según el mismo poeta,
Proteo había nacido en Tesalia.
 Su vida es descrita como sigue: “A mediodía salía del agua y se dormía a la sombra de las rocas de la costa, rodeado de los monstruos de las profundidades. Quien desease forzarle a predecir el futuro estaba obligado a atraparle en ese momento, pues de hecho tenía el poder de adoptar cualquier forma posible para así evitar la obligación de profetizar, pero cuando veía que sus esfuerzos no le llevaban a nada retomaba su apariencia habitual y decía la verdad. Cuando había finalizado su profecía, regresaba al mar“.
 A veces se representa a Proteo viajando por el mar en un carro tirado por un hipocampo, una criatura mitológica, mitad caballo, mitad criatura marina.

En la Odisea, poema épico griego atribuido al poeta griego Homero, Menelao cuenta a Telémaco que había sido apaciguado en la tierra de Argos, donde reinaba Proteo, durante su viaje de vuelta de la Guerra de Troya.
 Aprendió de la hija de Proteo, la ninfa Idotea, que si podía capturar a su padre podría obligarle a revelar a cuál de los dioses había ofendido, y cómo podía apaciguarlo y, de esta manera, volver a casa.
 Proteo salió del mar para dormir entre su colonia de focas, pero Menelao logró atraparlo, a pesar de que se transformó en león, serpiente, leopardo, cerdo, e incluso agua y árbol.
 Proteo le respondió entonces verazmente, informando además a Menelao de que su hermano Agamenón había sido asesinado en su viaje de regreso, que Áyax el Menor había naufragado y muerto, y que Odiseo estaba varado en la isla de Calipso, Ogigia.

Asimismo, de acuerdo con la cuarta Geórgica de Virgilio, poeta romano, autor de la Eneida, las Bucólicas y las Geórgicas, se cuenta que en cierto momento todas las abejas de Aristeo, hijo de Apolo, enfermaron y murieron. Aristeo acudió a su madre, Cirene, en busca de ayuda.
 Ella le dijo que Proteo podía decirle cómo evitar otro desastre igual, pero que sólo lo haría si se le obligaba. Aristeo tenía que agarrarle y sujetarle, sin importar en qué se transformase.
Así lo hizo, y Proteo terminó rindiéndose y le dijo que sacrificase doce animales a los dioses, dejase los cuerpos en el lugar del sacrificio y volviese tres días después.
Cuando Aristeo volvió encontró en uno de los cadáveres putrefactos un enjambre de abejas, que llevó a su apiario. Las abejas nunca volvieron a enfermar.

 En la Odisea se atribuye a Proteo una hija, la ninfa Idotea, pero Estrabón, geógrafo e historiador griego conocido principalmente por su obra Geografía, menciona una segunda, la ninfa Cabiro.

 Por su parte, Zenódoto de Éfeso, primer bibliotecario de la Biblioteca de Alejandría, menciona a Eurínome en lugar de Idotea.

Otras tradiciones describen a Proteo como hijo de Poseidón y como un rey de Egipto que tenía dos hijos, Tmolo y Telégono.
Sin embargo, Diodoro Sículo, historiador griego del siglo I a. C., observa que sólo los griegos le llamaban Proteo y que los egipcios le llamaban Cetes.
 Su esposa se llamaba Psámate o Torone, según distintas versiones. Y, además de los anteriores, Teoclímeno y Teónoe (o Ido) son igualmente mencionados como hijos suyos.
Se dice que Proteo acogió hospitalariamente durante sus vagabundeos a Dioniso, dios de la vendimia y el vino, e hijo del dios principal Zeus.
 Asimismo se cuenta que Hermes llevó a Proteo a Helena de Troya tras su rapto. Helena era considerada hija de Zeus y era pretendida por muchos héroes debido a su gran belleza. Fue seducida o raptada por Paris, príncipe de Troya, lo que originó la guerra de Troya.

 Otras versiones dicen que el propio Proteo la tomó de Paris, entregó a éste un fantasma y devolvió la auténtica Helena a Menelao tras su regreso de Troya. La historia también cuenta que Proteo era originalmente un egipcio que viajó a Tracia, donde se casó con una tal Torone, que también es el nombre de una ciudad de la Calcídica. Pero como sus hijos con ella, Tmolo y Telégono, empleaban mucha violencia con los extraños, Proteo rezó a su padre Poseidón y le pidió que lo llevase de vuelta a Egipto. Poseidón abrió así una sima en la tierra en Palene y lo guió de vuelta a Egipto por un pasaje bajo el mar. Otro personaje llamado Proteo es mencionado por Apolodoro de Atenas, gramático, historiador y mitógrafo griego, como uno de los cincuenta hijos del rey Egipto.

Apolonio de Tiana pretendía descender de los antiguos fundadores de Tiana, una ciudad de Capadocia que recibió el nombre del rey tracio Thoas, llamado también el rey de los Tauros. Está situada al pie de los Montes Tauro, cerca de las Puertas de Cilicia y en la orilla de un río afluente del Lamos.
Tiana es la ciudad mencionada en archivos hititas como Tuwanuwa.
Durante la época del Imperio hitita a mediados segundo milenio a.C., Tuwanuwa fue uno de los principales asentamientos de la región junto con Hupisna, Landa, Sahasara, Huwassana y Kuniyawannni.
Esta región del centro-sur de Anatolia se la conoce como la Tierra Baja en las fuentes hititas y su población hablaba principalmente luvita, extinta rama anatolia de la familia lingüística indoeuropea.
Tras el colapso del imperio hitita, Tuwanuwa era una ciudad importante de los reinos neohititas independientes.
No está claro si estaba o no inicialmente incluida como parte del reino Tabal al norte, pero sin duda a finales del siglo VIII a.C. era un reino independiente bajo un gobernante llamado Warpalawa.
Él figura en varias inscripciones jeroglíficas luvitas que se encuentran en la región, incluyendo un relieve en roca hallado en Ivriz, lugar de culto neohitita en el centro-sur de Anatolia.
 Warpalawa también se menciona en los textos asirios, bajo el nombre de Urballa, primero en una lista de tributos al rey asirio Tiglatpileser III y posteriormente en una carta del rey Sargón II. Warpalawa probablemente fue sucedido por su hijo Muwaharani, cuyo nombre aparece en otro monumento que se halló en Niğde, ciudad situada en el centro de Turquía. Se trata de una tierra de cultivo muy rica cerca de la cual pasan varias antiguas rutas comerciales, entre ellas, la ruta de Kayseri, la antigua Caesarea de Capadocia, a las Puertas Cilicias.
 Entre los colonizadores que ocuparon la región, se encuentran los hititas, los asirios, los griegos, los romanos, los bizantinos y los turcos, éstos últimos, a partir de 1166. Apolonio era un niño prodigio, y cuando, a la edad de catorce años fue llevado a estudiar con Eutidemo, profesor de retórica en Tarso, sintió tal disgusto al ver la relajación de costumbres de aquella ciudad, que consiguió que su padre le permitiera trasladarse a un pueblo vecino. Siguiendo el ejemplo de la mística de Pitágoras, cuyas doctrinas había abrazado, sólo se alimentaba de legumbres, se abstenía del vino y de las mujeres, daba sus bienes a los pobres y vivía en los templos.




Su estilo de vida y su lenguaje críptico pero que, a la vez, propiciaba una enseñanza moral, hicieron tal impresión que Apolonio no tardó en verse rodeado de numerosos discípulos. Se dice que fue admirado por los brahmanes de la India, los magos de Persia y los sacerdotes de Egipto. En la tradición religiosa hinduista, el bráhmana es el miembro de la casta sacerdotal, la más importante de las cuatro existentes, y que está formada por los sacerdotes y los asesores del rey. En la época védica, antes del siglo V a. C., los sacerdotes eran los encargados exclusivos de cantar los himnos del Rig-veda para la realización de los sacrificios. El canto de esos himnos estaba prohibido para alguien que no fuera bráhmana. El permiso para cantarlo se transmitía de padres a hijos. Por otro lado, los magi eran miembros de una tribu persa antigua que se encargaba de las prácticas religiosas y los ritos funerarios. Cuando la tribu se convirtió al zoroastrismo los tres imperios persas reconocieron en los magi a los guardianes del legado de Zaratustra. A medida que se expandían sus conocimientos sobre el mundo, los magos de Persia incluyeron elementos de Babilonia como la astrología, la magia y la demonología. Sus ritos religiosos involucraban diferentes sustancias, desde miel y leche hasta aceite y ramas de tamarisco. Los cánticos y rezos también han sido una parte fundamental en sus hechizos y posteriormente los magos occidentales se inspirarían en estos procedimientos para llevar a cabo sus prácticas esotéricas. Hacia el siglo I la imagen de los magos paso a relacionarse directamente con los hombres sabios. Los Reyes Magos mencionados en la Biblia respondían a la definición original del término mago, ya que se trataba de sacerdotes persas. En Hierápolis, en Éfeso, en Esmirna, en Atenas, en Corinto y en otras grandes poblaciones de Grecia, Apolonio apareció como preceptor del género humano, visitando los templos, corrigiendo las costumbres, como los sacrificios de animales para los dioses, y predicando la reforma de todos los abusos.

Apolonio quiso ser admitido en los misterios de Eleusis, pero fue tratado como un mago y se le prohibió la entrada en ellos. Este interdicto no le fue levantado sino cuando ya estaba en los últimos días de su vida. Los misterios eleusinos eran ritos de iniciación anuales al culto a las diosas Deméter y Perséfone que se celebraban en Eleusis, cerca de Atenas, en la antigua Grecia. De todos los ritos celebrados en la antigüedad, estos eran considerados los de mayor importancia. Estos mitos y misterios se extendieron posteriormente al Imperio romano. Los ritos, así como las adoraciones y creencias del culto, eran guardados en secreto, y los ritos de iniciación unían al adorador con el dios, incluyendo promesas de poder divino y recompensas en la otra vida. En Roma, a donde había ido para ver “qué especie de animal era un tirano“, condenó el uso de los baños públicos. También se dice que hizo algunos milagros. Una vez, al pasar delante de él el féretro de una doncella de una familia consular, se acercó a ella, pronunció algunas palabras misteriosas y la doncella se levantó y se fue caminando hacia la casa de sus padres. Éstos le ofrecieron una crecida suma de dinero, pero él la aceptó sólo para dársela como dote a la doncella. Otro día encontró una multitud que observaba aterrada un eclipse de sol en medio de una fuerte tormenta. Apolonio miró al cielo y dijo en tono profético: “Algo grande sucederá y no sucederá“. Tres días después cayó un rayo en el palacio del emperador Nerón y derribó la copa que Nerón se llevaba a los labios. El pueblo creyó ver en aquel incidente el cumplimiento de la profecía de Apolonio. El emperador Vespasiano, que le había conocido en Alejandría, le miraba como hombre divino y le pedía consejo. Habiendo cantado un día Nerón en un teatro en los juegos públicos, Tigelino, prefecto de la Guardia Pretoriana durante gran parte del reinado del emperador romano Nerón, preguntó a Apolonio qué pensaba de Nerón: “Le hago mucho más favor que tú, respondió el filósofo; tú le crees digno de cantar; yo de callarse“. El rey de Babilonia le pedía un medio de reinar con tranquilidad. Apolonio se limitó a contestarle: “Ten muchos amigos y pocos confidentes“. Luego habiendo sorprendido a un esclavo eunuco con una concubina de dicho rey de Babilonia, el rey preguntó a Apolonio cómo castigaría al culpable. “Dejándole la vida“”, contestó el filósofo. Y como el rey se mostraba sorprendido, añadió: “Si vive, su amor será el mayor de los suplicios“.

Cuando Domiciano era emperador romano, Apolonio fue acusado de magia, y fue encerrado en un calabozo, cargado de grilletes y cadenas, después de haberle hecho cortar el pelo y las barbas. Desterrado después por el mismo Emperador, murió al poco tiempo, lo cual no fue obstáculo para que a su muerte se le erigieran estatuas y se le hicieran honores divinos. Éfeso, Rodas y la isla de Creta pretenden tener su tumba, y Tiana, que le dedicó un templo, obtuvo en memoria suya el título de ciudad sagrada, lo que le daba el derecho de elegir magistrados. Elio Lampridio, uno de los seis autores ficticios de la colección de biografías llamadas Historia Augusta, asegura que el emperador romano Alejandro Severo tenía en su oratorio, además de las imágenes de Jesús, Abraham y Orfeo, la de Apolonio. Flavio Vopisco, uno de los de los seis historiadores romanos de la Historia Augusta del siglo III, hace grandes elogios de Apolonio, diciendo que debe honrársele como un ser superior. Hasta el siglo V, la reputación de Apolonio se mantuvo viva incluso entre los cristianos. Prueba de ello es que un ministro del rey de los visigodos, Eurico, invitó a Sidonio Apolinar, obispo de Auvernia, a que le tradujera la vida del filósofo Apolonio, escrita por Filóstrato de Atenas (160 –  249), sofista griego. Probablemente era hijo de sofista, dada la transmisión frecuente de dicha actividad en esa época entre padres e hijos. Se citan entre sus maestros a Proclo de Naucratis, Hipódromo de Larisa, Demiano de Éfeso y Antípatro de Hierápolis. Sería posiblemente este último el introductor de Filóstrato en el círculo de la emperatriz siria Julia Domna, esposa de Septimio, usurpador del Imperio romano proclamado emperador en 271, en Dalmacia, durante el reinado del emperador oficial Aureliano. Debió colaborar en sus trabajos con la emperatriz desde comienzos del siglo III, siendo precisamente la Vida de Apolonio un encargo en vida de la emperatriz. A la muerte de la emperatriz escribió un tratado titulado Vidas de los sofistas. Se le atribuyen a Filóstrato asimismo el Heroico, unas Cartas, un Gimnástico y unos Cuadros. Es quizá también autor de un diálogo, el Nerón.



El obispo Sidonio Apolinar efectuó su traducción que remitió al ministro con una carta en que ensalza las virtudes del filósofo; diciendo que para ser perfecto sólo le faltaba haber sido cristiano. Jacques Bergier, autor de obras como El retorno de los brujos, en su libro Los libros condenados, dice: “El lector podría preguntarme de dónde he sacado la idea de que obras pertenecientes a civilizaciones muy antiguas se encuentren en la India. Esta idea no es nueva; fue introducida en Occidente por un personaje tan fantástico como Apolonio de Tiana… Apolonio de Tiana impresionó mucho a sus contemporáneos y a la posteridad. Se atribuyen a Apolonio poderes sobrenaturales, que él mismo niega con la mayor energía. Es indudable que viajó a la India. Murió a una edad muy avanzada, más de cien años. Lo cierto es que Apolonio de Tiana afirmaba que existieron en su época, o sea en el siglo I después de Cristo, en la India, libros extraordinarios y muy antiguos que contenían una sabiduría procedente de edades extinguidas, de un pasado muy remoto. Al parecer, Apolonio de Tiana trajo de la India alguno de estos libros, y conviene observar que, gracias a él, encontramos en la literatura hermética pasajes enteros de Upanishads y de la Bhagavad Gita. Damis habla, en lo que nos queda de sus notas, de reuniones secretas, de las que él era excluido, entre Apolonio y los sabios hindúes. También parece que éstos recibieron a Apolonio como un igual, que le instruyeron y que le enseñaron más de lo que jamás habían enseñado a ningún occidental“. Apolonio escribió también una biografía sobre Pitágoras, aunque de sus escritos auténticos el único que nos queda es la Apología, conservada por Filóstrato. Filósofo y matemático griego, Pitágoras, su nombre se halla vinculado al teorema de Pitágoras y la escuela por él fundada, dando un importante impulso al desarrollo de las matemáticas en la antigua Grecia. Pero la relevancia de Pitágoras alcanza también el ámbito de la historia de las ideas, ya que su pensamiento, teñido todavía del misticismo y del esoterismo de las antiguas religiones mistéricas y orientales, inauguró una serie de temas y motivos que, a través de Platón, dejarían una profunda impronta en la tradición occidental.

Pocos son los que conocen realmente la vida de Apolonio de Tiana. Pero estamos haciendo referencia a uno de los personajes más poderosos e importantes de la Historia. Nació, al igual que Jesús y otros personajes históricos o legendarios, de una supuesta Virgen. En cualquier caso, estos nacimientos míticos lo que estaban encubriendo era una intervención genética de los llamados Señores del Cielo, que propiciaron su nacimiento y probablemente la manipulación genética correspondiente. Apolonio estudio en las mismas escuelas, con las mismas personas y con los mismos métodos que Jesús, visitando los lugares y templos donde previamente se supone había estado Jesús. Apolonio tuvo, tal vez, tanto o más poder que el propio Jesús, pues además del don de profecía y de la sanación, resucitaba a muertos, volaba, o desaparecía y aparecía en dos sitios a la vez. Y finalmente y según testimonios históricos, parece ser que Apolonio empleaba unos “extraños cristales” con los que se comunicaba con los dioses y sanaba o resucitaba a los muertos. En Roma, Apolonio fue acusado de traición. Pero cuando lo llevaron ante el acusador, éste desplegó el rollo en el que había sido escrita la imputación, y quedó sorprendido al ver que estaba completamente en blanco. En otra ocasión, encontrándose en un cortejo fúnebre, dijo a los asistentes: “coloquen el féretro y yo secaré las lágrimas que ustedes han vertido por la doncella“. Tocó a la joven mujer, profirió unas palabras, y la muerta resucitó. Estando en Esmirna, fue convocado a Éfeso, a unos 76 km. de aquella ciudad, donde se había producido un brote de rabia. Inmediatamente ya se encontraba milagrosamente en Éfeso. Cuando tenía casi cien años, fue llevado ante el Emperador romano, acusado de ser un encantador. Sus respuestas a los acusadores impresionaron al Emperador, que lo declaró inocente del crimen que se le imputaba. Pero ordenó que permaneciera detenido para sostener con él una conversación privada. Apolonio contestó: “podrá usted detener mi cuerpo, pero no mi alma; e incluso agregaré, tampoco mi cuerpo“. Habiendo proferido estas palabras, desapareció del Tribunal, y aquel mismo día se encontró con sus amigos en Puteoli, a tres días de Roma.

Los escritos de Apolonio revelan que fue un hombre de gran erudición, con un conocimiento consumado de la naturaleza humana. Además estaba imbuido de nobles sentimientos y de los principios de una filosofía profunda. En una epístola al cónsul romano Valerio, con motivo de la pérdida de su hijo, le dice: “Nada muere excepto en apariencia, y del mismo modo, tampoco, nada nace excepto en apariencia. Lo que ocurre en esencia dentro de la naturaleza aparenta ser el nacimiento, y lo que ocurre en esencia dentro de la naturaleza, en cierto modo, es la muerte; aunque nada realmente se origina, y nada alguna vez perece; pero tan solo ahora aparece a la vista, y ahora se desvanece. Aparece a causa de la densidad de la materia; y desaparece a causa de lo tenue de la esencia; pero siempre es la misma, solo difiere en movimiento y condición“. Tal como hemos dicho, Apolonio nació en Tiana, ciudad de la Capadocia, actualmente llamada Kemerhisar, en Turquía, a 4 km al sudoeste de Bor, en los primeros años de la era cristiana. Su familia descendía de los fundadores de la ciudad de Tiana. Desde temprana edad, destacó por su inteligencia, su sorprendente memoria, su gusto y facilidad por el estudio. Se dice que fue un niño prodigio. A la edad de catorce años fue llevado a estudiar con Eutidemo de Fenicia, profesor de retórica en Tarso. Pero, descontento con el estilo de vida de los habitantes del lugar, que consideraba burlones e insolentes, pidió a su padre que lo dejase ir a Egas, pequeña ciudad vecina donde había un templo dedicado al dios Esculapio o Asclepio. A los 16 años abrazó la doctrina pitagórica. Por ello dejó de comer carne, argumentando que “vuelve espeso el espíritu y lo hace impuro”. El único alimento puro, decía, es aquel que proviene de la tierra, como las frutas y verduras. Igualmente se abstuvo de tomar vino, pues consideraba esta bebida contraria al equilibrio del espíritu, entorpeciendo la parte superior del alma. Renunció a toda vestidura hecha de piel o pelo de animal, vistiéndose de lino. Iba descalzo o con sandalias de corteza, se dejó crecer el pelo y se fue a vivir a un templo consagrado al dios Esculapio.




Tras la muerte de su padre y al llegar a la mayoría de edad, Apolonio heredó una fortuna considerable a la que renunció, quedándose con lo estrictamente necesario para sus desplazamientos y alimentación. Repartió los bienes entre su hermano y algunos familiares, explicando que llevaría una vida de asceta y por tanto nunca formaría un hogar. Su género de vida y su lenguaje sentencioso y críptico hicieron tal impresión que no tardó en verse rodeado de numerosos discípulos. Por ello se dice, tal como ya hemos idicado antes, que fue admirado por los brahmanes de la India, los magos de Persia y los sacerdotes de Egipto. En Hierápolis, en Éfeso, en Esmirna, en Atenas, en Corinto y en otras grandes poblaciones de Grecia, Apolonio apareció como preceptor del género humano, visitando los templos, corrigiendo algunas costumbres, como los sacrificios de animales para los dioses, y predicando evitar todos los abusos. A estos aspectos de su biografía hay que añadir la singularidad de su muerte, al menos la de Creta, en un templo custodiado por fieros perros que no le atacaron, puertas del templo que se abrieron solas ante él y un coro celestial que lo conminaba a subir. Además tenemos el hecho singular de que después de su muerte se apareció a un discípulo que dudaba de la inmortalidad del alma, algo similar a la historia de Jesús y el apóstol Tomás. Todo ello según la Vida de Apolonio de Filóstrato. El Emperador romano Tito rindió tributo a Apolonio. El filósofo le escribió poco después de su nombramiento, aconsejándole moderación en su gobierno. Tito respondió: “En mi propio nombre y en nombre de mi país le doy las gracias, y estaré atento a esas cosas. De hecho, yo he conquistado Jerusalén, pero usted me tiene capturado a mi“. Las cosas maravillosas realizadas por Apolonio, consideradas como milagros, fueron creídas extensamente durante el siglo II y los años subsiguientes, tanto por los cristianos como por otros.

Algunos escritores pretendieron hacer aparecer a Apolonio como un personaje de carácter legendario, mientras que algunos medios cristianos insisten en llamarlo un impostor. Apolonio de Tiana fue amigo y corresponsal de una Emperatriz romana y de varios emperadores, mientras que de Jesús nada ha permanecido en las páginas de la historia. Apolonio, entonces, es un personaje histórico. Apolonio viajó mucho, y no dejó de visitar uno solo de los puntos que debía recorrer prosiguiendo a un guía invisible. Fue a la India, donde recogió toda su ciencia. Visitó Egipto, Italia, toda la Grecia, el norte de África y llegó a la Península Ibérica. Este viaje ha sido negado, porque refiriendo Filóstrato la estancia de Apolonio, según lo que pudo saber de ella por las Memorias de Damis, dice que los distantes moradores de Cádiz eran unas gentes que jamás habían asistido a una tragedia ni a un concurso de cítara. Además cuenta que los habitantes de Hipolo, seguramente Sevilla, no pudieron por menos de asustarse durante la representación de una tragedia, celebrando la victoria de Nerón en los Juegos Olímpicos, cuando vieron a un actor “andar a grandes pasos, erguirse sobre los coturnos, abrir una gran boca y envolverse en una gran capa”. El emperador romano Nerón participó en los Juegos Olímpicos celebrados en 67 d.C., un año antes de su muerte y dos del que es conocido como el año de los cuatro emperadores. Lo hizo en varias especialidades. Una de sus aficiones era la de ejercer de auriga, compitiendo así con un carro tirado por diez caballos que sufrió un accidente del que salió malherido. También intervino en los concursos de canto y de declamación, ganando todos los premios disponibles. Seguramente su condición de emperador y los sobornos a los jueces ayudaron a tal éxito. De vuelta a Roma exhibió con gran orgullo todas las coronas de laurel recibidas en Olimpia. Conocido el carácter y propósito de reforma que animaba a Apolonio, su viaje a Península Ibérica es perfectamente verosímil, donde la indiscutible existencia de templos y santuarios consagrados a diversas divinidades podían reclamarle para dicha reforma. La existencia en Cádiz de un templo de Hércules y la naturaleza excepcional de su culto debían reclamar a Apolonio. El culto gaditano tenía muchas semejanzas con el culto ideal que perseguía Apolonio. “Los sacerdotes del templo gaditano vivían conventualmente, observaban el celibato, iban descalzos, tonsurada la cabeza: delante de los altares, su vestidura era toda de blanco lino pelusiano, sin mezcla de lana, y consistía en una túnica larga y una mitra o tocado del mismo color: para ofrecer el incienso se desceñían, dejando ver una capa de púrpura como el litaclavo”.

Pero el templo no tenía imágenes, ni siquiera la del propio Hércules. Cerca de Cádiz había más templos, uno consagrado a Saturno y en la isla Eritea otro dedicado a Venus marina, que fue un oráculo muy famoso en la época. Eritea es el nombre de una región que en la Antigüedad se identificó con Gadeira (Cádiz) o con alguna otra isla situada en sus proximidades. Según Plinio el Viejo, el término era utilizado por los geógrafos Éforo de Cime y Filístides, y hacía referencia a que sus primeros pobladores, de origen tirio, decían proceder del mar Éritro. En ella venció Hércules al gigante Gerión y le robó sus rebaños de bueyes. Según Estrabón, era el nombre que le aplicaban los indígenas al lugar donde se había establecido la primera colonia fenicia. La ciudad ha desaparecido por la explotación de sus canteras y la erosión marina, y debía de extenderse desde el Castillo de Santa Catalina hasta la punta del Nao, donde parece se encontraba el templo. Efectivamente, no se conocen discípulos de Apolonio en la Península Ibérica. Pero hay rastros muy marcadas de su paso por la Península Ibérica. ¿Quiénes pudieron leer en Península Ibérica la Vida de Apolonio de Filóstrato?. En general, se supone que todos aquellos que estaban vinculados al pitagorismo. El licenciado Torralba repite uno por uno los episodios más sugestivos de la Vida de Apolonio, y es un Apolonio de Tiana adaptado a las circunstancias cristianas de la simplicidad de la gente de la Península Ibérica en aquella época. Eugenio de Torralba fue un célebre nigromante y mago español, nacido en la ciudad de Cuenca. El licenciado Torralba fue el mago más célebre de todo el Renacimiento español. Nacido en el seno de una familia de viejos hidalgos cristianos, viajó muy joven a Italia, seguramente como sirviente de algún clérigo. En la Roma de comienzos del siglo XVI estudió Filosofía y Medicina, y fue protegido del obispo de Volterra, municipio de la provincia de Pisa, en la región de la Toscana italiana, quien sería nombrado cardenal en 1503. En la misma ciudad se inició también en las ciencias ocultas, en la astrología y en la nigromancia. El famoso escritor Cervantes recuerda al licenciado Torralba en su Quijote:No hagas tal, respondió don Quijote, y acuérdate del verdadero cuento del licenciado Torralba a quien llevaron los diablos en volandas por el aire caballero en una caña, cerrados los ojos y en doce horas llegó a Roma, y se apeó en Torre de Nona, que es una calle de la ciudad, y vio todo el fracaso y asalto y muerte de Borbón, y por la mañana ya estaba de vuelta en Madrid, donde dio cuenta de todo lo que había visto”.



Para el estudioso de los orígenes del cristianismo no hay un período en la historia de occidente de tan gran interés e importancia como el primer siglo de nuestra era, que comparativamente es aún poco conocido. Los escritores del primer siglo no dejaron información con respecto al origen y desarrollo que tuvo la religión en el mundo de occidente, ni sobre las condiciones sociales y religiosas de la época. Las leyes y las guerras del Imperio Romano parece que constituyeron el principal interés de los historiadores del siglo siguiente, y aún en esta parte de la historia política no nos encontramos sobre un terreno histórico. Sin embargo, los actos públicos de los emperadores romanos y otras autoridades pueden arrojar alguna luz sobre el general estado social de la época, aunque no viertan ninguna luz sobre las condiciones religiosas. Así, pues, se puede reconstruir la vida religiosa de la época a partir de las leyes y los edictos del Imperio. Pero las llamadas historias romanas no pueden ayudarnos a reconstruir la situación en que, por un lado, Pablo enseña la nueva fe en Asia Menor, Grecia y Roma, y en que, por otro, se halla la nueva fe ya está establecida en los distritos limitados por el sureste del Mediterráneo. Es únicamente por medio de fragmentos esparcidos, trozos de inscripciones, por lo que llegamos a darnos cuenta de la existencia de diversas asociaciones religiosas, y de que existió en este período un culto privado. No tenemos aún por eso una verdadera información de lo que pasaba en esas asociaciones, comunidades y hermandades; pero sí bastante evidencia para lamentar la falta de un mejor conocimiento. Pero si tratamos de obtener una idea general de la situación de los asuntos religiosos durante el primer siglo, nos hallamos sin una guía segura, pues las obras que tratan de este particular son muy pocas, y de ellas muy poco en lo que concierne al pensamiento del cristianismo. Por ello es interesante analizar el estado del mundo religioso no cristiano. Si, por ejemplo, examinamos las obras de historia general, tal como la Historia de los Romanos bajo el Imperio, de Carlos Merivale, encontrará una descripción del estado de la religión antes de la muerte de Nerón, pero poco inteligible. Si observamos las obras de los últimos escritores de la historia de la Iglesia que han tratado particularmente esta cuestión, hallará que están ocupados e la relación entre la Iglesia Cristiana y el Imperio Romano, y que únicamente, de un modo incidental, suministran alguna información adicional. Sobre este punto especial es interesante el estudio del profesor William Mitchell Ramsay en La Iglesia en el Imperio Romano, porque se esfuerza en interpretar la historia romana a través de los documentos del Nuevo Testamento, cuyas fechas son tan discutidas.

Pero, ¿cuál es la relación de todo esto con Apolonio de Tiana? Pues que Apolonio vivió en el primer siglo de la era cristiana y su obra se sitúa precisamente entre estas asociaciones religiosas. Un conocimiento de esta época puede describirnos el ambiente natural de una gran parte de su vida. Y el examen de su actividad en este primer siglo acaso nos ayude a comprender mejor algunas de las razones del trabajo que emprendió. Pero Apolonio ha sido mirado desde el siglo IV con recelo, ya que muchos consideraron a Apolonio no ya sólo como un charlatán, sino hasta como un anticristo. Pero cuando se tiene conocimiento de las asociaciones y órdenes religiosas de la época, no solo se arroja luz sobre la primera evolución del cristianismo, sino también sobre esas escuelas que fueron sucesivamente condenadas como heréticas. El Imperio Romano llegaba al cenit de su poder y no contaba con grandes administradores y hombres de valer para el gobierno. Sin embargo, por lo que toca a la libertad religiosa en el mundo antiguo, siempre estuvo garantizada, y cuando la hallamos perseguida, como en los reinados de Nerón y Domiciano, lo es por razones políticas pero no teológicas. Así, aparte de la cuestión de la persecución de los cristianos bajo Domiciano, la persecución neroniana se dirigió contra aquellos a quienes el poder imperial consideraba como revolucionarios políticos, como el caso de los judíos. Del mismo modo, cuando vemos a filósofos encarcelados o desterrados de Roma bajo esos dos emperadores, no lo fueron porque fueran filósofos, sino porque el objetivo de algunos de ellos era la restauración de la República, por lo que fueron acusados de conspirar contra el Emperador. Apolonio, sin embargo, fue un ardiente defensor del régimen monárquico. Cuando decimos que algunos filósofos deseaban restaurar la República, hemos de recordar que la inmensa mayoría de los mismos se apartaban de la política, y éste fue especialmente el caso con los discípulos de las escuelas religioso-filosóficas. En el dominio de la religión es cierto que los cultos del Estado romano y las instituciones estaban en una situación lamentable, por lo que Apolonio consagró mucho tiempo a tratar de purificar unas y otras. Su esfuerzo influyó, en general, sobre las instituciones religiosas del Estado, donde todo era superficial; pues no hallándose la vida religiosa en los cultos oficiales y en las instituciones antiguas, no producían una verdadera satisfacción de las necesidades religiosas del pueblo, por lo que dicho pueblo se aficionaba a los cultos privados, ansioso de sumergirse bajo la ola del entusiasmo religioso que venía desde el Oriente.

Las asociaciones religiosas, hermandades y clubs fueron de toda clase y condición, como tenemos en nuestros días con las sociedades masónicas, filantrópicas y otras por el estilo. Estas asociaciones religiosas no fueron privadas en el sentido de que no las mantuviese el Estado, sino en el de que la mayor parte de ellas eran secretas, y por esta razón es tan difícil investigarlas. Entre ellas abundaban las de un carácter más elevado, como las de los misterios frigios, báquicos, de Isis y de Mitra, que se extendieron por las distintas áreas del Imperio Romano. Se califica como religión mistérica o religión de misterio a aquella que intenta transmitir el conocimiento a través de la experiencia. Presenta entonces ciertos misterios que no se plantea explicitar, toda vez que los detalles doctrinales han de conocerse a través de la experiencia iniciática ritual y no mediante la palabra. Más que una religión es un modo de vivir una religión, existiendo a lo largo de la historia de las religiones muchas que pueden encajar en este tipo. El secretismo y exclusivismo de algunas de estas religiones mistéricas conlleva una serie de ritos iniciáticos, y frecuentemente un periodo de preparación y de pruebas, antes de aceptar a un nuevo adepto en la comunidad. Estas ceremonias recibían el nombre de misterios. Sus orígenes parecen remontarse hasta el neolítico. Y en cuanto a la procedencia, tampoco es seguro que sea oriental. Se ha afirmado que las religiones mistéricas parecen surgir en la Antigüedad egipcia, en relación con los dioses Isis, Serapis y Anubis. También se observa su existencia en religiones frigias, como el mitraísmo, así como en el culto a Atis y Cibeles. Los misterios egipcios parecen ser los más antiguos, y los de Isis y Osiris llevados a Roma bajo este nombre, dieron sin duda nacimiento a las tres grandes iniciaciones llamadas misterios órficos, misterios eleusinos y misterios samotrácios. Se observa en la cultura helenística de la Antigua Grecia, siendo ya evidente su existencia antes del 600 a. C. en los cultos mistéricos de Eleusis y en los de Dionisos y las bacantes. En Grecia comenzaron a tener muchos seguidores las religiones mistéricas del Oriente Próximo, como los dioses frigios (Cibeles, Atis, Sabacio, Mitra) o los egipcios (Anubis). Sin embargo, algunos expertos puntualizan que el culto a estas divinidades no muestra características mistéricas en sus lugares de origen, sino que parece adquirir estas características al llegar a Grecia. Algunos autores opinan que el éxito y la expansión de las religiones mistéricas se debían a que la mitología grecorromana clásica no implicaba al individuo en sus creencias, mientras que las religiones mistéricas acogían al creyente, proporcionándole protección y promesa de felicidad.

Las religiones mistéricas se extendieron desde Grecia hacia la totalidad del Imperio romano, a pesar de los esfuerzos de varios emperadores por evitarlo, entre los que destacó Augusto. Poco después, con Tiberio, el protagonismo de las religiones mistéricas era una realidad inevitable. Durante la época imperial romana ocurrió un fenómeno de sincretismo religioso entre los cultos latinos y los de divinidades procedentes de África y Oriente. En Roma, por ejemplo, los misterios eleusinos, cuyo origen se remonta a la Antigua Grecia, fueron introducidos bajo el nombre de misterios de Ceres, tomando otros nombres particulares según los lugares en que se celebraban. Asimismo prosperaron los cultos de Hermes Trismegisto y de Asclepio, con antecedentes egipcios aunque helenizados. Los misterios eleusinos, aunque estuvieron bajo la égida del Estado romano, como culto del Estado fue muy superficial. Estos grandes tipos de misterios religiosos tuvieron grandes y varias diferencias entre sí. Sabemos, por ejemplo, que se consideraba que el ciudadano de Atenas debía iniciarse en las eleusinas, y por eso la prueba no podía ser muy dura. El Dr. K. H. E. de Jong, en su obra De Apuleio Isacorum Mysteriorum Teste, muestra que una de las formas de iniciación del candidato era por medio del sueño, lo que indica algún tipo de telepatía. Lo elevado de estas instituciones misteriosas despertó el entusiasmo de la gente más ilustrada de la antigüedad, por lo que fueron elogiadas por los grandes pensadores y escritores de Grecia y Roma. Por ello, podemos pensar que el iniciado hallaba en ellas la satisfacción que necesitaba para sus necesidades religiosas. Pero los cultos oficiales fueron completamente incapaces de proporcionar tal satisfacción y fueron tolerados tan sólo como un medio de preservar y mantener la vida tradicional de la ciudad y del Estado. Los ciudadanos más virtuosos de Grecia eran miembros de las escuelas pitagóricas, tanto hombres como mujeres. Después de la muerte de su fundador, los pitagóricos, parece que gradualmente se mezclaron con las corrientes órficas, y la “vida órfica” fue el término escogido para designar la vida de pureza y de renuncia. El orfismo es una corriente religiosa de la antigua Grecia, relacionada con Orfeo, maestro de los encantamientos. Al poseer elementos propios de los cultos mistéricos, se le suele denominar también como misterios órficos. El movimiento órfico supone un enfrentamiento a las tradiciones religiosas de la ciudad griega y, en definitiva, una nueva concepción del ser humano y su destino. Bajo el nombre del mítico Orfeo, cantor y trágico viajero del Más Allá, surgen una serie de textos que predican y atestiguan esa nueva religiosidad, una doctrina de salvación para el hombre, su alma y su destino tras la muerte.

El orfismo se movía exclusivamente en un plano religioso. Cuestionaba la religión oficial de las ciudades peninsulares helénicas, tanto el pensamiento teológico como las prácticas y comportamientos. El orfismo era, fundamentalmente, una religión de textos, con las correspondientes cosmogonías, teogonías e interpretaciones. En lo esencial, toda esta literatura parece elaborada contra la teología dominante de los griegos, es decir, la de Hesíodo y su Teogonía (“Origen de los dioses”), que es una obra poética que contiene una de las más antiguas versiones del origen del cosmos y el linaje de los dioses de la mitología griega. Es una de las obras claves de la épica grecolatina, que suele datarse en el siglo VIII a. C. Al ser el orfismo una doctrina inseparable de un género de vida, la ruptura con el pensamiento oficial entraña diferencias no menos grandes en las prácticas y en los comportamientos. Aquel que optaba por vivir a la manera órfica, se presentaba, en primer lugar, como un individuo y como un marginado. Se trataba de un hombre errante, que va de ciudad en ciudad, proponiendo a los particulares sus recetas de salvación, paseándose por el mundo como los demiurgos del pasado. Eran miembros de una religión al margen de la política y de los textos sagrados, y al mismo tiempo practicantes de sus ritos mistéricos y de un peculiar ascetismo, con preceptos estrictos como el no comer carne ni derramar sangre animal o vestir tejidos de lino. Los órficos dejaron una larga huella en varios textos, pero también en algunos filósofos. También se sabe que los órficos, como los pitagóricos, se empeñaron activamente en la reforma de los ritos báquicos-eleusinos. Parece que buscaban la pureza del culto báquico mediante la restauración de los misterios báquicos. Su influencia se extendió y propagó también en general por los centros de los ritos báquicos. Las bacantes eran mujeres griegas adoradoras del dios Baco, conocido también como Dionisos o Bromio. A veces se las confunde con las ménades, que eran las ninfas que le servían. El culto al dios Baco, aunque en nuestros días esté simplemente asociado a la embriaguez, en la Antigua Grecia fue muy importante e incluso influyó mucho en el pensamiento filosófico de los griegos. Originalmente, Baco era un dios tracio que fue aglutinando diferentes ritos. El descubrimiento de la cerveza y posteriormente del vino fue asociado a un dios presa de la «locura divina». Posteriormente, la unión de Baco con el dios Pan le dio un giro feminista debido a los ritos de fertilidad del culto de este último, representado por las bacantes, o adoradoras del dios Baco, que eran quienes llevaban a cabo estos ritos, los misterios báquicos, ceremonias secretas en su mayoría prohibidas a los varones. En Roma las bacanales u orgías se abrieron a todo el mundo, degenerando de tal forma que el Senado las prohibió. El conocimiento del culto ha llegado hasta nuestros días de la mano de Eurípides y su obra Las Bacantes.

Eurípides pone las siguientes palabras en los labios de un coro de iniciados báquicos: “Vestido de blanco vengo desde el origen de los mortales, y nunca acerco el vaso de muerte, pues no tiene que alimentarse el que habita en el alma. Estas mismas palabras las podríamos poner en los labios de un brahmán o de un asceta budista, que ansía escapar de los lazos de Samsâra, ciclo de nacimiento, vida, muerte y reencarnación, o renacimiento en el budismo, que podemos ver en las tradiciones filosóficas de la India; hinduismo, budismo, jainismo, bön y sijismo, así como también en otras tradiciones como el gnosticismo, los Rosacruces y otras religiones filosóficas antiguas. Así, tales hombres no pueden clasificarse entre los típicos acompañantes de Baco. Puede decirse quizá, que Eurípides, los pitagóricos y los órficos, no dicen nada respecto del primer siglo de nuestra era; pues todo lo bueno que hubo en tales escuelas y comunidades había cesado hacía ya mucho tiempo. Filón de Alejandría, también llamado Filón el Judío (15 a. C. –  45 d. C.), fue uno de los filósofos más renombrados del judaísmo durante el período helenístico. Escribiendo cerca del año 25 d.C., nos cuenta que en sus días numerosos grupos de hombres, a quienes sólo guiaba una vida religiosa, abandonaron sus bienes apartándose del mundo, y se aplicaron por completo a adquirir la sabiduría y el cultivo de la virtud, para lo que se retiraron a la soledad. En su tratado Sobre la vida contemplativa escribe: “Estas clases naturales de hombres se hallan en muchas partes del mundo habitado, ya en Grecia, ya fuera de ella, consagradas al bien perfecto. En Egipto los hay en cada provincia o nomo, como ellos dicen, y especialmente en los alrededores de Alejandría”. Podemos deducir que si hubo tantas personas consagradas a la vida religiosa en ese tiempo, aquel primer siglo no fue uno de los más depravados. Pero no todas estas comunidades tuvieron un mismo origen, ni todas fueron herederas de los terapeutas o de los esenios. Los terapeutas (curar o servir) fue un grupo judío en la diáspora, similar a los esenios. El nombre proviene de las pretensiones del grupo de curarse de las enfermedades del alma y cuyo ejemplo podía servir para curar a los demás. Filón de Alejandría es el primero en hablar de ellos en su obra Sobre la vida contemplativa. Los primeros cristianos les confundieron como los primeros monjes cristianos y la historiografía actual opina que eran una secta judía. Los esenios eran los miembros de una secta judía, establecida probablemente desde mediados del siglo II a.C. tras la Revuelta Macabea, una rebelión judía, que tuvo lugar de 167 a 160 a. C., dirigido por los Macabeos, movimiento judío de liberación, contra el Imperio seléucida y la influencia helenística en la vida judía. La existencia de los esenios hasta el siglo I está documentada por distintas fuentes. Sus antecedentes inmediatos podrían estar en el movimiento hasideo, un partido religioso judío durante la época de la dominación seléucida (197 a 142 a. C.), que era un imperio helenístico, es decir, un estado sucesor del Imperio de Alejandro Magno.

Estudiando los distintos herederos de las doctrinas de las escuelas clasificadas como gnósticas y analizando los tratados de las escuelas herméticas, podemos deducir que en la primera centuria la confrontación entre la vida religiosa y la filosófica fue grande y variada. Pero no puede afirmarse que el origen de las comunidades terapeutas de Filón o de las esenias de Filón y Josefo mostrasen una influencia órfica o pitagórica. Cuando estudiamos la imperfecta, pero importante, historia de las numerosas escuelas y fraternidades que se hallan en íntimo contacto con el cristianismo en sus orígenes, no podemos por menos de creer que ellas fueron el origen de una intensa vida religiosa en muchas partes del Imperio romano. La gran dificultad está en que las creencias de esas comunidades, hermandades y asociaciones se han destruido o perdido. Por ello solo tenemos indicaciones de carácter muy superficial. En medio de todo esto se movió Apolonio. Pero su biógrafo Filostrato casi no ha reparado en este hecho, ya que hizo una descripción retórica de la gran vida del filósofo, pero sin creer en su vida religiosa. Por ello en la Vida de Apolonio sólo se arroja indirectamente alguna luz sobre esas interesantes comunidades. Si fuera posible penetrar en el alma de Apolonio, y ver con sus propios ojos lo que él vio hace unos diecinueve siglos, podrían registrarse hechos importantes de la historia. Apolonio no sólo atravesó todas las regiones por donde la nueva fe iba arraigando, sino que vivió algunos años en muchas de ellas y estuvo en contacto con muchísimas comunidades místicas de Egipto, Arabia y Siria. Seguramente visitó alguna de las primeras comunidades cristianas, y hasta incluso pudo haber hablado con alguno de los discípulos de Jesús. Seguramente pudo encontrarse con Pablo, ya que tuvo  que dejar Roma el año 66 a consecuencia del edicto de destierro contra los filósofo. Y este fue precisamente el mismo año en que Pablo fue decapitado.

 

Apolonio fue, además, un admirador entusiasta de la sabiduría de la India. Por ello podemos preguntarnos qué influencias, si las hubo, ejercieron el brahmanismo y el Budismo en el pensamiento de Occidente durante los primeros años de nuestra era. Algunos atribuyen precisamente a la constitución de los esenios y terapeutas una influencia pitagórica, mientras que otros basan su origen en la propaganda budista. Y no sólo se refieren a esta influencia en los dogmas y en las prácticas de los esenios, sino que también refieren la enseñanza general de Jesús a una fuente budista establecida en el monoteísmo judaico. Algunos investigadores afirman que dos siglos antes del contacto directo de Grecia con la India, realizado a través de las conquistas de Alejandro Magno, la India misma, por medio de Pitágoras, influyó sobre el pensamiento subsiguiente de los griegos. Está plenamente confirmado por los antiguos escritores griegos que Pitágoras estuvo en la India. Pero como semejante afirmación está hecha por los escritores neopitagóricos y neoplatónicos, posteriores al siglo de Apolonio, se ha objetado que los viajes que consigna Apolonio se indican sólo en las biografías de Pitágoras posteriores a la Vida de Pitágoras de Apolonio, que es el origen de esta información. Sin embargo, la semejanza entre la disciplina y el dogma pitagórico y el pensamiento y el dogma indoario, impiden rechazar la posibilidad de que Pitágoras visitase la antigua Aryâvarta, en sánscrito “la tierra de los Aryas“, o sea la India. Éste era el antiguo nombre de la India del Norte, en donde se establecieron primeramente los invasores brahmánicos, desde el río Oxo, actualmente río Amu-Daria, según dicen los orientalistas. No obstante sería erróneo dar este nombre a toda la India, puesto que Manú denomina “tierra de los Arios” sólo a la “región comprendida entre las cadenas de montañas del Himalaya y Vindhya“, del mar oriental al occidental.. Pero si no puede demostrase la posibilidad de un contacto personal directo de Pitágoras, sí se sabe que Ferécides, el maestro de Pitágoras, pudo muy bien estar familiarizado con algunas de las muchas ideas de la doctrina védica. Ferécides, muy probablemente persa, enseñó en Efeso y es creíble que fuera un docto asiático,  ya que enseñó una filosofía mística y basó su doctrina sobre la idea de la reencarnación, lo que indica un indirecto, si no directo, conocimiento del pensamiento Indo-ario.

En esta época Persia debió hallarse en un intenso contacto con la India, pues alrededor de la fecha de la muerte de Pitágoras, durante el reinado de Darío I el Grande, tercer rey de la dinastía aqueménida de Persia desde el año 521 al 486 a. C., e hijo de Histaspes, gobernador de Partia bajo los reyes persas Ciro II y Cambises II, tenemos noticia de la expedición para explorar el río Indo. Darío continuó la política de Ciro que autorizaba la libertad de culto siempre que se aceptase a Ahura-Mazda como máxima divinidad. Menciones positivas a esta práctica aparecen en el Libro de Esdras del Antiguo Testamento, en el que se menciona el supuesto apoyo a la reconstrucción del Templo de Jerusalén. Sin embargo, aparecen dudas a esta presentación, pues Jenofonte ya menciona esta política primeramente en la Ciropedia en el 362 a. C. La obra no representa ningún documento histórico. Faltan inscripciones del propio Darío sobre el apoyo a la reconstrucción. Darío promovió el Zoroastrismo, pero el cuándo permanece confuso, al igual que los cultos persas de este tiempo. El dios supremo era Ahura Mazda, que no admitía ningún otro junto a él. Se supone que Darío heredó de su padre esta religión. El apoyo al Zoroastrismo se implantó cuidadosamente. Los magos seguían siendo la clase sacerdotal superior, y por orden del gran rey se ofrecían sacrificios a los dioses. Solo en las inscripciones reales se encuentra a Ahura-Mazda como único dios. Tras consolidar el dominio intrafronterizo, fue el momento de adelantarse a posibles amenazas desde la frontera oriental. Por lo que el área de los satagidas, una satrapía del antiguo imperio aqueménida, que corresponde a la zona de montañas entre Irán y Pakistán, se anexionó definitivamente al imperio persa, cuyas tropas avanzaron hasta el valle del Indo, que pudo asimismo ser completamente avasallado. Especialmente valiosa para esta campaña de conquista demostró ser la región Gandhara, reconocida como la tribu india más valiente y bajo dominio persa desde hacía mucho tiempo. El valle del Indo no era solo políticamente interesante. En sus fértiles llanuras había muchas ciudades ricas y del río mismo se obtenía polvo áureo. Más lejos podía entonces establecerse comercio ilimitado con el interior subcontinental indio. Una impresión del interés comercial lo demostró el viaje de Escílax de Carianda, quien unos doscientos años antes había navegado la costa del golfo Pérsico desde Nearchos, para demostrar su utilidad para el comercio marítimo. Más tarde navegó también la península arábiga hasta Egipto.

El historiador y geógrafo griego Heródoto, que vivió entre el 484 y el 425 a. C., afirma que en la región del Penjab se formó la vigésima satrapia de la monarquía persa en la India. Tropas indias combatieron también en los ejércitos de Jerjes, invadiendo la Tesalia y combatiendo en la batalla de Platea, la última batalla terrestre de la Segunda Guerra Médica, que consistió en una invasión persa de la Antigua Grecia, que duró dos años. Mediante este invasión, el rey aqueménida Jerjes I pretendía conquistar toda Grecia. Desde el tiempo de Alejandro Magno en adelante, hubo un constante y directo contacto entre Aryâvarta, la India aria, y los reinos de los sucesores del conquistador del mundo. Algunos escritores griegos escribieron acerca de este país del misterio, pero en todo lo que ha llegado hasta nosotros no hay más que una vaga indicación del pensamiento de los filósofos de la India. Pero el que los brahmanes permitiesen en aquel tiempo que sus libros sagrados fuesen leídos por los jonios, el nombre genérico dado a los griegos por los indos, es contrario a todo lo que sabemos de su historia. La actividad religiosa dominante en aquel tiempo en la India era el Budismo, y es en esta protesta contra las rígidas distinciones de casta establecidas por el orgullo brahmánico, en donde debemos considerar el directo contacto de pensamiento entre la India y Grecia. Aśoka (304 – 232 a. C.) fue el tercer emperador mauria. Era hijo del rey Bindusara y nieto de Chandragupta. Aśoka reinó sobre la mayor parte del subcontinente indio, desde el actual Afganistán hasta Bengala, y también hacia el sur, hasta la actual Mysore. Alrededor de 260 a. C., Asoka emprendió una destructiva guerra contra el estado de Kalinga, y lo conquistó, cosa que no había logrado ninguno de sus antecesores. Después de presenciar las matanzas de la guerra, Asoka se convirtió gradualmente al budismo. Luego envió misioneros a Antíoco II de Siria, a Ptolomeo II de Egipto, a Antígono Gonatas de Macedonia, a Magas de Cirene y a Alejandro II de Epiro. Pero es extraordinario que no tengamos un testimonio directo de esa gran actividad misionera. A pesar de la carencia absoluta de toda información directa sobre las fuentes griegas, parece que no tuvieron gran relevancia pública la actuación de esos misioneros en Occidente. Pero la respuesta a esta cuestión está escondida en la obscuridad de las comunidades religiosas. No obstante, no podemos asegurar que las comunidades ascéticas de Siria y Egipto se fundaran por esos misioneros del Budismo.

Antes, ya en la misma Grecia, hubo comunidades, no sólo pitagóricas, sino que las hubo órficas, y sobre esta base se cree que Pitágoras desenvolvió las comunidades suyas, en base a las existentes o estableciendo algunas completamente nuevas. Y si existieron en Grecia, es aún más razonable suponer que tales comunidades ya existían en Siria, Arabia y Egipto, puesto que estas regiones eran más dadas a los ejercicios religiosos que los helenos. Con todo, es creíble que en tales comunidades, si hubo alguna misión budista, hallarían una favorable acogida. Pero es evidente que no dejaron una huella directa de su influencia. Sin embargo, por el mar y por las rutas de las grandes caravanas pudieron establecerse líneas de comunicación entre la India y el Imperio de los sucesores de Alejandro Magno. Si hubiésemos podido hojear un catálogo de la lamentablemente destruida gran biblioteca de Alejandría quizás hubiéramos hallado manuscritos indos entre los rollos y pergaminos de la biblioteca. Hay, en verdad, frases en los más antiguos tratados de literatura hermética (de Hermes Trismegisto), que presentan semejanzas con frases de los Upanishads y del Bhagavad Gita, lo que lleva a creer que sus autores estaban familiarizados con el contenido de estas dos obras brahmánicas. La literatura hermética tuvo su génesis en Egipto, y principalmente debe fijarse en el siglo I de nuestra era, la época de Apolonio. Es aún más sorprendente la semejanza entre la metafísica mística del doctor gnóstico Basílides, que vivió al fin del primer siglo y comienzo del segundo de nuestra era, y las ideas del Vedanta hindú. Basílides fue uno de los más célebres gnósticos. Vivió por los años 120-140 en Alejandría. Sus teorías se conocen por san Ireneo, en su obra Contra las herejías, y San Hipólito. Según Ireneo de Lyon, Basílides enseñaba que del Dios supremo habían surgido 365 cielos, uno de los cuales, el nuestro, encierra un mundo sublunar y está gobernado por un demiurgo subalterno, el Yahvé de los judíos. Según Hipólito de Roma, Basílides hace derivar toda la existencia de una divinidad suprema inconcebible, de la que se engendran, en sucesivos despliegues, numerosos estratos, el último de los cuales es nuestro mundo, gobernado por el dios de los judíos. Concibe una redención totalmente intelectual, consistente en la súbita revelación (gnosis) de la existencia de Dios, a quien desconocemos por el orgullo inconsciente. Esto había de traer consigo una gran ignorancia, que cubriría al universo y a cada ser humano, y no permitiría conocer otros mundos superiores a este, y solo quedarían los deseos de elevarse por encima de tal condición. Habría afirmado además que en realidad no fue Jesús de Nazaret quien sufrió la muerte en la cruz, sino más bien Simón de Cirene, por un error de sus ejecutores. La moral de Basílides era austera y aconsejaba abstenerse del matrimonio. Basílides tuvo numerosos discípulos, tanto en Egipto como en la Europa meridional. Se distinguió por el uso de expresiones misteriosas y amuletos, como Abraxas. La secta desapareció aparentemente en el siglo IV.

El Vedanta es una escuela de filosofía dentro del hinduismo. Representa un resumen de las enseñanzas esotéricas que se pueden extraer de las leyendas de los Araniakas (escrituras ‘del bosque’), y de las Upanishads, escrituras compuestas aproximadamente desde el siglo VI a. C. Sin embargo, ambas escuelas, la hermética y la basílidea, así como sus inmediatas predecesoras, estuvieron consagradas a una severa autodisciplina y a un profundo estudio filosófico, que debió hacerlas acoger favorablemente el estudio filosófico que venía de Oriente. Pero no podemos establecer un contacto directo, a pesar de la semejanza de ideas. Vemos, por ejemplo, que hay muchísima semejanza entre las enseñanzas del dharma de la India y el Evangelio de Jesús, y que el mismo espíritu de amor anima a uno y otro. En el hinduismo, el dharma significa las conductas que se considera que están de acuerdo con el orden que hace posible la vida y el universo, e incluye deberes, derechos, leyes, conducta, virtudes y un recto modo de vivir. En el hinduismo, el dharma es la ley universal de la naturaleza, ley que se encuentra en cada individuo lo mismo que en todo el universo. A nivel cósmico esta ley se concibe manifestada por movimientos regulares y cíclicos. Por este motivo se simboliza al dharma como una rueda que gira sobre sí misma. Este símbolo es el que se encuentra en la bandera de la India. A nivel del individuo humano, el dharma adquiere una nueva acepción: la del deber ético y religioso que cada cual tiene asignado según su determinada situación de nacimiento. Existen varios textos acerca del tema del deber, llamados genéricamente Dharmasastra, entre los que se incluyen las Leyes de Manu. Los hinduistas no llaman «hinduismo» a su religión, sino sanatana dharma, que se traduce como ‘religión eterna’. En la epopeya india del Majábharata (texto épico-religioso del siglo III a. C.) también aparece la figura de Dharma como un dios, que encarna como un hombre, Iudistira, que es un emperador del Majabhárata. Cuando se retiró, por causa de edad, vivió en las ciudades indias para hacer meditación y encontrar el camino de la superación del ciclo de las reencarnaciones, algo que era habitual antiguamente. No murió, pues fue llevado en cuerpo y alma al Cielo de Indra, el jefe de todos los dioses, donde todavía seguiría viviendo. En el budismo, dharma significa ‘ley cósmica y orden’, aunque también se aplica a las enseñanzas de Buda. En la doctrina budista, el dharma es también el término usado para ‘fenómenos’. Dentro del budismo la noción del dharma, entendido como doctrina, se dividió para su mejor comprensión en las llamadas Tipitaka.

Aunque se pudiera probar, por los relatos históricos, alguna influencia directa del pensamiento indo sobre las concepciones y dogmas de algunas comunidades religiosas y escuelas filosóficas del Imperio grecorromano, no es necesario referirlo a una transmisión directa. No obstante, existe la posibilidad de que antes de los días de Apolonio hubiese en Grecia alguna noción general de las ideas del vedanta y el dharma. En el caso del propio Apolonio, la idea de que trajo alguna ciencia de la India parece haber estado muy extendida entre las comunidades e instituciones religiosas del Imperio romano. Pero cuando observamos, al final del primer siglo y durante la primera mitad del segundo, como entre las escuelas herméticas y gnósticas hay ideas que nos recuerdan la teosofía de los Upanishads o los preceptos éticos de los Suttas, discursos o sutras que Buda Gautama y algunos de sus discípulos habían pronunciado, entonces debemos considerar no solo que Apolonio visitase tales escuelas, sino la posibilidad de sus predicaciones sobre la sabiduría inda. La memoria de su influencia se extendió en tales círculos, de tal manera que vemos que Plotino, predicador del neoplatonismo, estaba entusiasmado por lo que había oído sobre la sabiduría inda en Alejandría. Por ello en el año 242 se alista en la fracasada expedición del emperador romano Gordiano III a Oriente, con la esperanza de llegar al país de la filosofía. Pero dicha esperanza se vio frustrada, pues tuvo que regresar por el fracaso de la expedición y el asesinato del emperador. De todas maneras, no hay que pensar que Apolonio se propusiera propagar la filosofía inda de la misma manera con que los misioneros predican el Evangelio. Por el contrario, Apolonio parece haberse esforzado en ayudar a sus oyentes, cualesquiera que fuesen, a seguir el camino escogido por ellos mismos. No les decía que lo que creían era falso y perjudicial para el alma, y que su eterna bienaventuranza la conquistarían cuando adoptases su propio esquema de salvación. Se esforzaba en purificar y explicar aquello que practicaban. Puede que algún etéreo poder le auxiliara en su incesante actividad, por lo que no solo Pablo, sino también Apolonio podrían haber sido ayudados espiritualmente en sus trabajos. Es, pues, en esta atmósfera de tolerancia, en la que debemos considerar a Apolonio y sus hechos. Apolonio de Tiana fue el filósofo más famoso del mundo grecorromano de la primera centuria y consagró la mayor parte de su larga existencia a la purificación de muchos cultos del Imperio romano y a la instrucción de los ministros y sacerdotes de esas religiones. Con excepción de Jesús, ningún otro personaje más interesante aparece en la historia de Occidente en esa época.

Muchas y muy varias opiniones, con frecuencia contradictorias, se han sostenido acerca de Apolonio, habiendo llegado hasta nosotros el relato de su vida, más como una leyenda que como una verdadera historia. Quizá ha contribuido a esto que Apolonio, además de su enseñanza pública, tuviera una vida en la que no penetraron ni aún sus discípulos más predilectos. Viajó por los más distantes países y luego desapareció. Penetró en lo más íntimo de los templos sagrados y en los círculos secretos de las distintas comunidades, de las que decía que encerraban un misterio o se servían de él para urdir alguna historia fantástica para los ignorantes. Hallamos referencias sobre Apolonio en los escritores clásicos y en los Padres de la Iglesia. Así, Luciano, escritor de la primera mitad del siglo segundo, tiene como protagonista de una de sus sátiras al pupilo de un discípulo de Apolonio. Y Apuleyo, un contemporáneo de Luciano, clasifica a Apolonio al mismo nivel que Moisés y Zoroastro entre los más famosos magos de la antigüedad. Hay una obra titulada Chœstiones et responsiones ad Orthodoxos, atribuida a Justino Mártir, que vivió en el siglo segundo y que fue uno de los primeros apologistas cristianos. En esta obra hallamos el siguiente extraño párrafo: “¿Si Dios es el hacedor y autor de la creación, cómo los objetos consagrados de Apolonio tienen poder en los varios órdenes de la creación?. Pues vemos que detienen el furor de las olas, el poder de los vientos, la invasión de las sabandijas y los ataques de las fieras. Dion Casio, en su obra Historia romana, afirma que el emperador romano Caracalla honró la memoria de Apolonio con un monumento. Fue en esta época, el año 216, en la que Filostrato compuso la Vida de Apolonio, a petición de la siria Julia Domna, madre del emperador Caracalla. el escritor romano Elio Lampridio, durante la mitad del siglo tercero, en su obra Vida de Alejandro Severo, nos informa que Alejandro Severo colocó la estatua de Apolonio en un pequeño altar sagrado de su vivienda, juntamente con las de Cristo, Abraham y Orfeo. El historiador romano Flavio Vopisco, que escribió en la última década del tercer siglo, nos cuenta que el emperador Aureliano (270 – 275) consagró un templo a Apolonio, quien supuestamente se le apareció en sueños cuando sitió la ciudad de Tiana. El mismo autor, en su obra Vida de Aureliano, habla de Apolonio como de un “sabio del más inmenso renombre y autoridad, un antiguo filósofo y un verdadero amigo de los dioses”. Y añade: “¿Pues quién, entre los hombres fue más santo, más digno de reverencia, más venerable y más divino que él?”. Él fue el que dio vida a los muertos; el que hacía y decía muchas cosas sobrehumanas”. Y Vopisco se entusiasmó tanto con Apolonio, que prometió un resumen de su vida en latín, para que sus hechos y sus obras pudiesen ser leídas por las gentes que no supiesen griego. Pero, sin embargo, Vopisco no llegó a realizar su promesa,

Por esta misma época Sotérico, poeta épico egipcio que escribió algunas historias poéticas en griego y que vivió en la última década del siglo III, y Nicómaco de Gerasa, filósofo y matemático neopitagórico, escribieron biografías de Apolonio. Posteriormente, el escritor romano Tascio Victoriano escribió otra biografía basada en las notas de Nicomaco. Ninguna de estas biografías, sin embargo, ha llegado hasta nosotros. También en los últimos años del siglo tercero y primeros del cuarto, es cuando los filósofos neoplatónicos griegos Porfirio y Jámblico componen sus tratados sobre la vida de Pitágoras y su escuela. Ambos mencionan a Apolonio como una de sus autoridades, y las treinta primeras secciones de Jámblico se refieran a Apolonio. Hierocles, filósofo además de gobernador de Palmira, Bitinia y Alejandría, hacia el año 305 escribió una crítica sobre las pretensiones de los cristianos en dos libros titulados La verdad sobre los cristianos y El amigo de la verdad. El autor parece haberse basado en gran parte en obras anteriores de Porfirio, pero oponiendo las obras milagrosas de Apolonio a la pretensión de los cristianos de obrar milagros como una prueba de la divinidad de Jesús. Hierocles utilizó en su tratado la Vida de Apolonio de Filostrato. Al pertinente criticismo de Hierocles respondió inmediatamente Eusebio de Cesárea, considerado padre de la historia de la Iglesia, ya que sus escritos están entre los primeros relatos de la historia del cristianismo primitivo, con un tratado que aún se conserva, titulado Contra Hierocles. Eusebio admite que Apolonio fue un hombre sabio y virtuoso, pero niega en cambio que haya pruebas suficientes para atribuirle los hechos milagrosos que se cuentan de él, y plantea que en dichos milagros, si los hubo, tomó parte el demonio. El tratado de Eusebio examina atentamente los relatos de Filostrato con espíritu crítico. Pero Eusebio ponía en duda lo que era extraño a su comprensión, y consideraba como blasfematorio criticar los supuestos milagros de Jesús. La vida de Apolonio se consideró como un plagio pagano de la vida de Jesús. Pero no hay una sola palabra en la obra de Filostrato que indique que estuviera familiarizado con la vida de Jesús. Filostrato escribió la historia de un hombre excelente y sabio, que hacía maravillas. Firmiano Lactancio, escritor latino y apologista cristiano, que escribió cerca de 315 de nuestra era, atacó también al tratado de Hierocles. Lactancio dice que Hierocles enumera muchas enseñanzas secretas del cristianismo, y que algunas veces señala como si hubiera existido en tiempos pasados una instrucción parecida. Pero es inútil, dice Lactancio en su obra Divinæ Instituciones, que Hierocles se empeñase en presentar a Apolonio haciendo hechos tan grandes como los de Jesús, pues los cristianos no creen que Cristo es Dios porque haya hecho maravillas, sino porque concurren en él todas las circunstancias anunciadas por los profetas.

Arnobio de Sicca, retórico pagano y, tras una tardía conversión, polemista cristiano del siglo IV, fue maestro de Lactancio. Sin embargo, en su obra Adversus Nationes clasificaba a Apolonio entre los magos, tales como Zoroastro y otros. Curiosamente los Padres de la Iglesia, sin embargo, omiten a Moisés de entre la lista de magos. Pero después de esta controversia se verificó un cambio de opinión entre los Padres de la Iglesia, pues aunque a fines del siglo cuarto Juan Crisóstomo, patriarca de Constantinopla y considerado por la Iglesia católica uno de los cuatro grandes Padres de la Iglesia de Oriente, en su obra Adversus Judœs llama a Apolonio impostor y malhechor, y declara que todos los incidentes de su vida son una farsa incalificable. Jerónimo de Estridón, por lo contrario, después de leer a Filostrato, escribe que en Apolonio hallará cualquiera algunas cosas que aprender, y que le parece que debió de ser un buen hombre. Al comienzo del siglo quinto, esforzándose en ridiculizar la comparación entre Apolonio y Jesús, Agustín de Hipona, santo, padre y doctor de la Iglesia católica, dice que el carácter de Apolonio fue “muy superior” al atribuido al dios Júpiter en cuanto a virtud. Antes, en su búsqueda incansable de respuesta al problema de la verdad, Agustín pasó de una escuela filosófica a otra sin que encontrara en ninguna una verdadera respuesta a sus inquietudes. Finalmente abrazó el maniqueísmo creyendo que en este sistema encontraría un modelo según el cual podría orientar su vida. Varios años siguió esta doctrina y finalmente, decepcionado, la abandonó al considerar que era una doctrina simplista que apoyaba la pasividad del bien ante el mal. Cerca de la misma fecha hallamos también a Isidoro de Pelusio, discípulo de Juan Crisóstomo, negaba que hubiera algo de verdad en la suposición de que Apolonio de Tiana “se consagrara en muchas partes del mundo a la salvación de sus habitantes”. El argumento de los Padres de la Iglesia, de que Apolonio usara de la magia para conseguir sus resultados, no puede aceptarse como válido por la crítica imparcial, cuando en la ignorancia cristiana se pudo curar milagrosamente por una simple palabra. No hay pruebas para sostener que Apolonio emplease tales medios para sus maravillas; al contrario, tanto Apolonio como su biógrafo Filostrato, rechazaban la imputación de mágico. Algunos años más tarde, Sidonio Apolinar, obispo de Clermont-Ferrand, en Francia, escribió en los más elevados términos sobre Apolonio. Sidonio tradujo al latín la vida de Apolonio para León, el consejero del rey Eurico, y escribiendo a su amigo decía: “Leed la vida de un hombre que se os parece en muchas cosas; un hombre solicitado por los ricos, pero no por las riquezas; que amaba la sabiduría y despreciaba el oro; un hombre frugal en medio de los festines, que se vestía de lino entre los que se adornaban de púrpura, austero en medio de la sensualidad. En fin, sinceramente hablando, acaso ningún historiador hallará en los tiempos pasados un filósofo cuya vida sea igual a la de Apolonio”.

Vemos, pues, que entre los Padres de la Iglesia las opiniones estaban divididas, mientras que entre los filósofos las alabanzas a Apolonio eran casi unánimes. Para Amiano Marcelino, militar e historiador romano del siglo IV, así como consejero del emperador Juliano, en su obra Amplissimus ille philosophus considera que Apolonio fue “el filósofo más célebre”. Pocos años después, Eunapio, sofista e historiador griego además de discípulo de Crisanto de Sardis, filósofo teorgista y uno de los preceptores del emperador Juliano, decía que Apolonio fue más que un filósofo, ya que fue “un término medio, algo así como entre los dioses y el hombre”. Hay algunos seres que son algo superiores al hombre, pero no iguales a los dioses, sino del orden de los daimones. La palabra daimon de los griegos fue alejándose de su significado primitivo igual al de “ángel”. Platón dice así en El Banquete: “Todo lo que es de los demonios, está entre Dios y el hombre“. Apolonio fue, no sólo un adepto de la filosofía pitagórica, sino “el ejemplo más divino y práctico de la misma”. Según  Eunapio de Sardes, sofista e historiador griego, en su obra Vitæ Philosophorum, afirma que Filostrato pudo haber titulado su biografía de Apolonio: “La estancia de un Dios entre los hombres”. Este título, muy exagerado, es entendible teniendo en cuenta que Eunapio perteneció a la escuela que conoció la naturaleza de los conocimientos atribuidos a Apolonio. También el teólogo francés Albert Réville, en su obra Apollonius of Tyana: The Pagan Christ of the Third Century, nos dice: “a fines del siglo quinto, hallamos un Volusiano, procónsul de África, descendiente de una antigua familia romana, muy apegado a la religión de sus antecesores, que veneraba a Apolonio de Tiana como a un ser sobrenatural”. Más adelante, ya en plena decadencia de la filosofía, hallamos a Casiodoro, político y escritor latino que pasó los últimos días de su dilatada existencia en un monasterio, se refiere a Apolonio como el “Insigne filósofo”. Entre los escritores bizantinos, el monje Jorge Syncelo, en el siglo octavo, estudió los tiempos de Apolonio, y no sólo no hizo la más ligera crítica contra él, sino que manifiesta que fue el primero y más célebre de todos los hombres que aparecieron bajo el Imperio romano. Ioannes Tzetzes, escritor y erudito bizantino, llamó a Apolonio “sabio y omnisciente”. Cedreno, en el siglo XI, en su obra Compendium Historiorum otorga a Apolonio el título de “filósofo adepto al pitagorismo”, y refiere algunos ejemplos de la eficacia de sus poderes en Bizancio. Si hemos de creer a Nicetas Choniates, historiador bizantino, hasta el siglo trece hubo unas puertas de bronce en Bizancio, en otro tiempo consagradas a Apolonio, que hubieron de derribarse porque eran un objeto de superstición hasta para los mismos cristianos. Si la obra de Filostrato hubiera desaparecido con los restos de las biografías, tendríamos todo lo principal para poder conocer a Apolonio. Suficientes para mostrarnos, que a excepción de prejuicios teológicos, todos los testimonios de la antigüedad están de parte de Apolonio.

Fuentes:
  • Blavatsky, H.P. – Apolonio de Tyana y Simón el Mago
  • R. S. Mead – Apolonio de Tyana
  • Palmer Hall Manly – Las Enseñanzas Secretas de todos los Tiempos
  • Schure Edouard – Los Grandes Iniciados
  • Filóstrato de Atenas – Vida de Apolonio de Tiana
  • Filóstrato y Alberto Bernabé Pajares – Vida de Apolonio de Tiana
  • Carmen Padilla – Los milagros de la Vida de Apolonio de Tiana: Morfología del relato de milagro y géneros afines
  • Jan van Rijckenborgh y Renate Lind – El Nychthemeron de Apolonio de Tiana

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