Mónica, ¿qué es la filosofía sapiencial y por qué deberíamos acercarnos a ella?
La filosofía sapiencial es la filosofía que sigue siendo fiel al sentido etimológico del término: amor a la sabiduría. La que no solo aspira a responder teóricamente a las grandes preguntas de la vida, sino también prácticamente. La que no solo se orienta al conocimiento de las cuestiones últimas, sino que pretende ser, también, una vía de transformación y de liberación interior. La que no solo compromete nuestras capacidades intelectuales, sino la totalidad de nuestro ser. La que nos invita a la consecución de lo más importante: la libertad interior, el pensamiento independiente, la superación del sufrimiento asociado a la ignorancia, la paz interior, la vida auténtica y con sentido, el conocimiento de nosotros mismos y de nuestro lugar en el mundo, el tránsito de la conciencia de separatividad a la conciencia de unidad…
Debemos acercarnos a ella porque es evidente que esas cuestiones y tareas nos conciernen a todos en lo más profundo. Por otra parte, todos somos ya filósofos. En nuestra vida cotidiana, de forma explícita o implícita, en nuestras acciones y omisiones, estamos respondiendo constantemente a las preguntas últimas: cuál es mi verdadero bien, quién creo ser, qué debo hacer… La cuestión es si somos buenos o malos filósofos. A lo primero nos invita la filosofía sapiencial.
¿Por qué es un tiempo difícil para la Filosofía y para las Humanidades en general?
Porque nuestro sistema educativo prima los conocimientos especializados, técnicos, los que nos permiten insertarnos en una sociedad orientada a la rentabilidad y a la productividad a corto plazo. Se relega la educación en lo más importante: el arte de vivir. Como planteo en la introducción del libro, ¿de qué nos sirven los conocimientos especializados si no conocemos quiénes somos ni cuál es el sentido último de nuestra vida, si no sabemos amar, si no tenemos paz interior, si vivimos torturados por nuestros propios pensamientos…?
El sistema educativo actual es sintomático de que estamos en una sociedad muy hábil en el ámbito de los medios (como ejemplifica el avance imparable de la tecnología), pero analfabeta en el ámbito de los fines, de lo único que puede dar un sentido humano a la existencia.
Recordarnos qué es lo realmente importante y educarnos en el arte de ser y de vivir son objetivos de la filosofía sapiencial.
En tu último libro, El arte de Ser, incides en el “yo superficial” como una forma de entendernos limitante, pero, por otro lado, muy propia de la sociedad contemporánea, de lo superficial, de lo inmediato, del “aparentar ser”, ¿Cómo podemos combatir esta falta de plenitud?
Mediante el autoconocimiento. Instalándonos en ese lugar interno en el que coincidimos con nosotros mismos y podemos responder con libertad y autenticidad. Ese lugar en el que somos Presencia viva en expresión, capacidad de comprender, amar y crear, y no una imagen de nosotros mismos con las que nos identificamos; una imagen que está constantemente amenazada —pues los demás y las situaciones pueden cuestionarla— y que necesita ser constantemente alimentada, engordada, reforzada. Por cierto, esta imagen puede ser también la de una persona “profunda” y “espiritual”.
Por ejemplo, el narcisismo y exhibicionismo tan frecuentes en las redes sociales nos hablan de un yo frágil, que no se vive como presencia sino como imagen, y que necesita, por lo tanto, una constante reafirmación y validación del exterior. Un yo que, desconectado en buena medida de su propio fondo, ya no recibe de éste un sentido sólido de identidad, valía incondicional, orientación , sentido y plenitud, sino que espera que todo esto le venga de fuera.
El autoconocimiento, en su sentido más radical, nos permite recuperar la sencillez de ser, la conexión con nuestra plenitud originaria.
¿Qué te impulsó a escribir este libro?
Tengo la vocación de escribir y la de compartir aquello que me ha ayudado a vivir. En mis ensayos, escribo lo que me ha resultado iluminador e intuyo que puede resultar útil a otras personas. Este libro, en concreto, tiene un objetivo pedagógico y busca iniciar en ciertas intuiciones sapienciales que considero profundamente inspiradoras y transformadoras.
Durante muchas páginas, transmites un mensaje negativo en torno a la equívoca figura del maestro, ¿por qué?
Dedico un apéndice del libro a discernir entre la figura genuina del maestro y la del pseudomaestro. El primero favorece nuestra mayoría de edad espiritual. El segundo, nuestra minoría de edad.
¿Por qué llevo a cabo esta reflexión? La vida y mis consultas de acompañamiento filosófico me han evidenciado la importancia de que las personas comprometidas con la búsqueda de la sabiduría, o con la búsqueda espiritual, lleven a cabo este discernimiento. He sido testigo, una y otra vez, de los problemas que origina no haberlo realizado adecuadamente.
Es decisivo comprender que la genuina espiritualidad florece siempre en un clima de libertad; propicia el amor maduro, no la sumisión; trasciende la razón, pero incluyendo (no negando) la razón crítica; promueve la plena responsabilidad sobre uno mismo, no la dependencia. No tener claro lo anterior no solo favorece la minoría de edad espiritual; también explica el rechazo que muchos sienten por la espiritualidad.
Cómo filósofa ¿cuál es tu opinión sobre la Psicología actual? Nos ha llamado la atención la visión que trasmites de ella, no tanto desde un punto de vista finalista, sino más bien como un medio para concienciarnos de nuestra situación, de nuestra “conciencia testimonial”?
Psicología, filosofía y espiritualidad se han de dar la mano. El autoconocimiento genuino abarca los tres planos: espiritual, psicológico y filosófico.
Por ejemplo, no puedo abrirme al amor que soy en lo profundo si no detecto y comprendo mis bloqueos internos al amor, así como las creencias erróneas asociadas. Repetirme que soy amor o que debo amar no sirve de nada si esos nudos que contraen mi corazón siguen presentes en mí. En el peor de los casos, me identificaré con un yo-ideal bueno y amoroso y reprimiré dichos nudos y errores, alejándolos aún más de mi conciencia.
No puedo vivir de forma estable lo profundo si no elimino los velos psicológicos que lo recubren, si no disuelvo las ideas erradas que tengo sobre mí y sobre la realidad. No puedo abrirme a mi luz interior si no miro y comprendo mis engaños. Por eso todos los grandes sabios han sido agudísimos psicólogos.
Ahora bien, mirar mis sombras sin saberme luz tampoco conduce a buen puerto. La psicología se queda corta y no puede ofrecer autorrealización genuina si no invita a trascenderse a sí misma, a transitar desde la conciencia de separatividad a la conciencia de unidad, si no invita al despertar interior, a dar el salto a la dimensión más real de nosotros mismos.
Estableces en el centro de aquello que debemos cambiar la “pasión”. Desde tu punto de vista, un elemento negativo y bloqueante. Sin embargo, es curioso que gran parte de los mensajes cotidianos que nos bombardean constantemente utilizan esa parte irracional como motor de cambio, como elemento central de la búsqueda del yo-ideal.
Retomo en el libro el término “pasión” en el sentido que le daban los filósofos clásicos, que no coincide con el sentido que otorgamos a ese término actualmente. Para los clásicos, las pasiones son las enfermedades del alma, en concreto, los impulsos y emociones desordenados que se originan en nuestras creencias erróneas y que nos impiden vivir en armonía con la realidad.
La pasión en su acepción contemporánea, es decir, entendida como intensidad en el amor y en el interés, es totalmente rescatable. Vive sabiamente quien vive con pasión lúcida y desapegada.
En estos momentos, en el que vivimos una constante reafirmación del “yo”, e incluso parte de la psicología gira en torno a la reafirmación de ese “yo”, tú en cambio planteas romper con ese mensaje en torno al egotismo, ¿Por qué se ha convertido el egotismo en el centro de todo?
En el libro afirmo reiteradamente que el impulso a afirmar y a potenciar lo que somos nos constituye. No podemos renunciar a ese impulso, como no podemos renunciar a la aspiración a ser felices. Creo que el problema no radica tanto en afirmar el yo, como en no saber cuál es nuestro verdadero yo.
El yo superficial, que vive en la conciencia de separatividad, siente con frecuencia que su bien y el bien de los demás está en conflicto. La afirmación del otro le amenaza porque vivencia su identidad desde la comparación: “si el otro es más, yo soy menos”; “si doy, pierdo”... Por el contrario, la persona que saborea la conciencia de unidad siente que pierde lo que no da; siente que al afirmarse a sí misma afirma a los demás y viceversa. Experimenta el yo, el tú y el mundo en su esencial unidad.
Por cierto, este criterio nos sirve para saber en qué nivel de conciencia nos estamos desenvolviendo.
Uno de los elementos que siempre has señalado en tus trabajos, por ejemplo en La sabiduría de la No-Dualidad, es la relación entre filosofía oriental y occidental. Estableciendo un cuadro comparativo, ¿qué las une y qué las diferencia?
La filosofía occidental abarca filosofías muy diversas. Del mismo modo, hay mucha diversidad entre las sabidurías de Oriente. Por otra parte, ha habido una constante influencia y retroalimentación entre culturas desde la antigüedad.
Teniendo esto presente, para no caer en una simplificación excesiva, destacaría lo siguiente al comparar la filosofía occidental y las sabidurías orientales:
Hay más semejanza entre las sabidurías orientales y la filosofía antigua de Occidente que entre dichas sabidurías y la filosofía actual. El sabio oriental tiene mucho más que ver con un filósofo griego de la antigüedad que con un profesor de filosofía. ¿Por qué?
Las sabidurías de Oriente no disocian el conocimiento del ser: se conoce solo aquello que se vive y se encarna. Se desarrollan en un clima de libertad, no en ámbitos institucionalizados, entre personas unidas por vínculos de amistad filosófica o espiritual. Entienden el camino sapiencial como un camino de liberación y de transformación. Parten de la base de que cualquier camino filosófico no fundamentado en el requisito del autoconocimiento es una ilusión, pues si nuestro mundo interno es irreal no podremos abrirnos a lo real. Por último, conciben el conocimiento no de forma acumulativa, sino como un progresivo despertar, como un cambio en nuestro nivel de ser y de conciencia.
¿Qué deberíamos adoptar de una sin olvidarnos de la otra?
Nunca hemos tenido un acceso tan directo a toda la sabiduría de la humanidad. Creo que estamos en un momento apasionante de estrecho contacto intercultural en el que podemos ver nuestras virtudes y carencias en el espejo de otras culturas; en el que podemos enriquecer y complementar nuestras mutuas perspectivas.
De forma muy esquemática, cabría decir que Occidente y Oriente han simbolizado dos actitudes ante la vida. Ha sido así en la medida en que han enfatizado, respectivamente, los extremos de las siguientes polaridades: la palabra o el silencio, la acción o la contemplación, la forma o el vacío, el devenir o el Ser, el tiempo o el ahora atemporal, el fomento de la individualidad o la trascendencia de la individualidad, la transformación externa o la transformación interna…
Estas polaridades son indisociables y los desequilibrios se producen cuando no se nivelan adecuadamente. El diálogo intercultural permite equilibrar aquello que cada cultura ha tendido a olvidar. Por ejemplo, la cultura occidental necesita recuperar la contemplación, el silencio, la unión con la naturaleza, el arraigo en el Ser… que forman parte de su propio nacimiento, pero que históricamente ha tendido a relegar. Las sabidurías orientales nos pueden inspirar en esta tarea.
¿Qué significa vivir el presente desde la óptica de la Filosofía sapiencial?
Reconocer que nuestra naturaleza profunda es Presencia. Y que esta Presencia es siempre en un presente constantemente nuevo. Que ser solo tiene un tiempo: el ahora. Que si no habitamos el ahora, no vivimos. Y que esto no equivale a olvidar las lecciones del pasado y a dejar de proyectarnos en el futuro. Equivale a rememorar y anticipar sin compulsión y ansiedad, porque sentimos que nuestra identidad y nuestra plenitud son previas a este movimiento mental.
No somos seres esencialmente carentes que aspiran a completarse en el futuro, de modo que en cada logro o fracaso está en juego nuestra identidad y nuestro valor. Somos una plenitud básica que se despliega, desenvuelve y celebra en el tiempo, en una ahora que siempre es nuevo.
Por supuesto, no se trata de no tener objetivos. Lo decisivo es si los consideramos medios para llegar a sentirnos algo o alguien, o bien un cauce para la expresión de lo que somos.
El yo superficial necesita logros y conquistas que le permitan engordar su autoimagen. Por lo tanto, se centra el resultado de sus acciones, no en el proceso, no en el momento presente. Pero si el yo superficial se alimenta de la identificación con el resultado de sus acciones, lo real en nosotros crece y se expresa en el proceso mismo del vivir. Cada instante en que movilizamos lo que somos —capacidad de comprender, amar y crear—ya es un fin en sí. Ya tiene en sí mismo su propia plenitud y su propia meta.
Como nos enseña el karma yoga, nos compete estar presentes en nuestras repuestas; todo lo demás (los frutos y los resultados de nuestras acciones) podemos dejarlo en manos de la Vida.
¿Qué es el camino de la Alegría?
El camino de la alegría nos invita a seguir nuestra voz interior, nuestro sentir profundo. Nos invita a seguir esa dirección que nuestro ser confirma que es la adecuada para nosotros mediante un sentimiento íntimo de congruencia, de paz interior, de energía, de contentamiento sereno.
Con frecuencia vivimos desconectados de ese sentir profundo. Nos desconectamos de él en el pasado porque sentimos, en un momento dado, que mantener el vínculo con nuestro entorno exigía el sacrificio de nuestra autenticidad. Nos desconectamos en el presente por querer estar atura de cierta autoimagen ideal, por satisfacer “deberías” y roles asumidos del exterior, etcétera.
¿Qué de hacer? “Avanza en la dirección que te otorga íntimamente energía y alegría serena”. Este es el camino de la alegría. Un camino que requiere mucha independencia, autenticidad y coraje.
¿De tu experiencia dirigiendo la Escuela de Filosofía Sapiencial, qué es lo que extraes?
ue todos los seres humano anhelamos en lo profundo verdad, bien y belleza. Que nada menos que eso nos puede satisfacer. Y que no hay comunicación más noble y bella que la que se establece entre personas profundamente comprometidas con la verdad.
Mil gracias.
Acerca de Mónica Cavallé
Pionera del asesoramiento filosófico sapiencial en España, trabaja desde hace dieciocho años como filósofa asesora, facilitando consultas individuales, talleres dirigidos al público general y cursos de formación en asesoramiento filosófico. Fue fundadora, primera presidenta y posterior presidenta honorífica de la Asociación Española para la Práctica y el Asesoramiento Filosóficos (ASEPRAF). Actualmente dirige la Escuela de Filosofía Sapiencial.
Entre su obra escrita destacan los libros: La sabiduría recobrada. Filosofía como terapia (Grupo Anaya, 2002; Grupo Planeta, 2006; Kairós, 2011); La Filosofía, maestra de vida (Aguilar, 2003); La sabiduría de la no-dualidad (Kairós, 2008); El arte de ser (Kairós, 2017). Ha sido coordinadora y coautora del libro Arte de vivir, arte de pensar. Iniciación al asesoramiento filosófico (Desclée de Brouwer, 2007). Ha colaborado, entre otros, en los siguientes libros: Introducción filosófica al Hinduismo y al Budismo (Etnos, 1999); Psicópolis. Paradigmas actuales y alternativos en la psicología contemporánea, (Kairós, 2005); Filosofía y dolor (Tecnos, Grupo Anaya, 2006); Claves de la existencia. El sentido plural de la vida humana (Anthropos, 2013); La experiencia contemplativa. En la mística, la filosofía y el arte (Kairós, 2017).
Entrevista: Manuel Castro Priego
verdemente@verdemente.com
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