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Entre 1508 y 1553 pintaría el creador alemán Lucas Cranach (1472-1553) alrededor de unas dieciocho obras con la figura bíblica de Eva.
Es probable que incluso más, e incluso antes, pero lo ignoro. El
desaforado alarde iconográfico de la tentación bíblica del Génesis fue
muy frecuente entre los pintores alemanes del periodo inicial del
Renacimiento (1470-1550 aprox.). Pero, Cranach, en su
obsesión con la figura de Eva, llegará a componerla en distintos
momentos del hecho sagrado relatado, y en distintos comportamientos
estéticos, y con diferentes semblantes, ademanes, gestos y miradas.
La leyenda sagrada siempre realizará la misma triangulación mítica, una
intencionalidad dirigida ya desde la sierpe hasta el hombre, en este
caso Adán, pasando antes ya por la mujer representada así por Eva. ¿Qué
intencionalidad es esa? El relato cuenta ya cómo el reptil es ahora la
voz del ángel caído que tratará de seducir verbalmente aquí -en el idílico Jardín del Edén-
a la confiada Eva. Hay un motivo en el diálogo, un sentido fundamental,
que será el que, muy hábilmente, sea ya utilizado por la sierpe. El
fruto de un determinado árbol del que no podrán comer. Y la voz maligna
sabrá ahora dejar ya en Eva la duda, la sensación, inquieta pero firme, de que ¿por qué no...?
Muchos pintores, como el propio Cranach, recrearon este momento edénico,
el instante legendario, o sólo la imagen, de los dos primeros seres en
el mundo, esos que se encontraron, también por primera vez, ante la
desnudez de sus deseos o la de sus individualidades. Porque,
básicamente, esa será ya la mitología que subyacerá en el relato edénico, la asunción de la individualidad del ser, la transformación ahora de una entidad sin pensamiento autónomo al hecho ya de ser entidades libres, personas auto-emancipadas
para poder ejercer así ya su propia decisión. Aun siendo ésta, también,
equivocada. Y la mitología o el relato o la leyenda escrita nos pueden
orientar ahora algo sobre cómo sucedió, y qué palabras se dijeron y qué
consecuencias produjo. Pero, tan sólo el Arte será ya capaz de
llegar mucho más allá. Y este pintor alemán del Renacimiento, no
precisamente un artista muy reconocido a veces por sus bellas o
elaboradas imágenes clásicas, conseguirá aquí, en esta pintura -una de ellas, de las muchas representaciones que hizo en su vida de este tema-, La caída del hombre, del año 1537, reflejar uno de los rostros femeninos más enigmáticos -a parte de hermoso- de toda la historia edénica del Arte.
Aquí tendrá ahora ya la manzana -ese fruto mencionado por la sierpe como otra cosa distinta a lo inicialmente señalado por la conciencia divina- Adán en su mano. Él la ha cogido, la posee ya. También tomará su decisión. Pero, ahora -en este lienzo-,
se la presentará a Eva, quiere hacer participar claramente ya de esta
decisión a ella. Pero, ella, no dirá nada. Y el creador renacentista
alemán obtiene aquí un gesto de Eva extraordinario. Sin inmutarse,
absolutamente inmóvil, sin ninguna emoción en su rostro, sin nada que la
delate, ni que defina finalmente lo que ella deseará, conseguirá Eva aquí -sin proponérselo, o tal vez sí- llevar ahora a él -a Adán- a tomar ya la determinación definitiva. ¿A dónde -a qué- estará aquí mirando Eva? El pintor alcanzará a componer en esta obra una de las miradas más interesantes
de toda la historia del Arte, de cualquier Arte. ¿Qué piensa ella
ahora, en este momento? Esta maravillosa forma que tiene el Arte -el pictórico fundamentalmente-
de expresar cosas, miles de cosas, ha sido utilizada por muchos
artistas en la historia, pero cómo lo llegará a plasmar en esta creación
-sólo en ésta, ni siquiera en ninguna de las otras diecisiete Evas que pintase nunca- Lucas Cranach el viejo, será la mejor forma de expresar ahora ya un sentimiento indefinido.
Uno de los sentimientos más enigmáticos que emoción alguna pueda llegar
a ser representada ya en un ser humano. Y en este caso representado,
además, por el paradigma femenino más universal del personaje más
legendario, primigenio y confuso de Eva.
(Detalle del cuadro La caída del Hombre, de Lucas Cranach el viejo; Mismo detalle más ampliado de la misma obra, ca. 1537; Óleo La caída del Hombre (Adán y Eva), ca. 1537, del pintor renacentista alemán Lucas Cranach el viejo, Museo de Bellas Artes de Viena, Austria.)
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