Por Osho
-
«Soy un hombre pobre y no tengo nada que dejarte, pero me gustaría
darte algo. Lo único que he guardado como un tesoro es esto, que me lo
dio mi propio padre. Eres muy joven, pero recuérdalo. Algún día lo
comprenderás, así que basta con que lo recuerdes. Ahora no es el momento
de que lo entiendas, pero no lo olvides. Algún día lo entenderás.».
Y lo que le dijo fue: - «Si alguien te insulta, contéstale al cabo de veinticuatro horas».
Fue
una transformación porque ¿cómo puedes reaccionar al cabo de
veinticuatro horas? La reacción necesita inmediatez. Gurdjieff decía:
-
«Cuando alguien me insultaba o decía algo desagradable, yo tenía que
decir: volveré mañana. Sólo puedo responderte al cabo de veinticuatro
horas. Se lo prometí a mi abuelo y ahora está muerto, así que no puedo
echarme atrás. Pero volveré».
La
persona en cuestión se quedaba desconcertada. No comprendía de qué iba
todo aquel asunto. Y Gurdjieff tenía tiempo para pensar en ello. Cuanto
más pensaba, más inútil le parecía. A veces le parecía que aquella
persona tenía razón, que lo que había dicho era verdad. Gurdjieff
regresaba y daba las gracias:
- «Sacaste a la luz algo de lo que no era consciente».
A
veces descubría que la persona en cuestión estaba equivocada, así que
¿para qué molestarse? A nadie le importan las mentiras. Cuando te
sientes herido es que debe haber alguna verdad implícita: si no, no te
dolería. Por eso, en ese caso tampoco vale la pena enfadarse.
Y seguía contando:
- «Me di cuenta de que siempre que utilizaba la fórmula de mi abuelo, la rabia iba desapareciendo poco a poco».
Y
no sólo la rabia, sino que poco a poco se fue haciendo consciente de
que esa misma técnica podía utilizarse con otras emociones, y que todo
desaparecía.
Gurdjieff
fue una de las cimas más elevadas de esta era, un buda. Y su periplo
empezó dando un pasito, con la promesa hecha a un anciano moribundo, que
cambió toda su vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario