Esperando ser incluidos. Mirando por la ventana, como lo hace un niño, aguardando que nos inviten a jugar. Hambrientos de un abrazo… o por lo menos, una sonrisa. Expectantes de que alguien se nos acerque.
Por otro lado, temiendo que en ese potencial acercamiento del otro:
No caigamos del todo bien Alguien nos critique Nos rechacen Y lo que sería peor aún, nos abandonen y volvamos a quedarnos solos.
Como
lo describe Susan Jeffers: “Necesitamos gustar… Quiero gustarte. Pero
no me gusto, y si tú realmente llegas a conocerme es probable que
tampoco te guste. Es por eso que pretendo ser diferente de lo que
realmente soy… De esa manera, vivimos con el pensamiento aterrador de
que ´Si no los conformo, pueden irse´… La soledad es, a menudo, el
resultado de un corazón cerrado. Nuestro temor a ser heridos, rechazados
o juzgados nos congela en nuestra soledad”.
Y ahí estamos.
Deseosos de conexión. Anhelando ser amados. Y al mismo tiempo, llenos de
miedos. ¿Hay salida? Sí, pero con un cambio rotundo de perspectiva.
Mientras creamos que la solución viene de afuera y que el amor de los
demás nos rescatará, estaremos siendo esclavos del temor al rechazo y al
abandono.
El amor echa fuera el temor. Cuando nos enfocamos en amar, ya no estamos pendientes de cuánto nos amarán. Cuando salimos a abrazar, no nos quedamos con la necesidad de un contacto humano. Cuando sonreímos, las sonrisas en los demás aparecerán. Cuando gustamos de lo que hoy somos, aún siendo tan imperfectos, no necesitamos de un “Me Gusta”. Un
corazón abierto es, por definición, un corazón expuesto. Seguramente un
corazón que recibirá nuevas heridas y que necesitará de nuevas
cicatrices. Pero seguirá siendo un corazón lleno de vida e intensidad.
Cuando en este día, salgas a enfrentar la jornada con el largo listado
de características que los demás supuestamente deben cumplir, desafíate a
ser alguien más parecido a eso que estás esperando recibir. Da aquello
que estás esperando recibir. Mientras des, serás rico. |
Gustavo Bedrossian.
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