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El psiquiatra chileno Claudio
Naranjo, candidato al Nobel de la Paz y pionero en la integración de la
Psicología occidental y las corrientes orientales, durante una
entrevista con Efe en la que asegura que “el mal de nuestra cultura es
que mira más hacia fuera que hacia adentro”. “La educación debería
enseñarnos a mirar hacia adentro. Nos han criado para la ceguera”, ha
señalado con motivo de la publicación del libro “La vida y sus
enseñanzas”.
.- Candidato al Nobel de la Paz y pionero en la integración
de la psicología occidental y las corrientes espirituales orientales,
el psiquiatra chileno Claudio Naranjo (Valparaíso, 1932) asegura en una
entrevista con Efe que “el mal de nuestra cultura es que mira más hacia
fuera que hacia adentro”.
“La
educación debería enseñarnos a mirar hacia adentro. Nos han criado para
la ceguera”, ha señalado con motivo de la publicación del libro “La
vida y sus enseñanzas”, editado por Kairós y que recopila una serie de
entrevistas con el profesor y terapeuta Javier Esteban.
Doctor
en Medicina y tres veces honoris causa en el campo de la educación y la
psicología humanista, Naranjo, a sus 83 años, se define esencialmente
como “un buscador”.
Su
programa de autoconocimiento SAT es un referente por su combinación de
terapia Gestalt -es discípulo de Fritz Perls-, meditación budista y
psicología del eneagrama, un sistema que clasifica la personalidad en
nueve tipos en función de la pasión que los domine: la ira, el orgullo,
la vanidad, la envidia, la avaricia, la cobardía, la gula, la lujuria y
la pereza.
“No
es muy diferente del concepto cristiano de los pecados”, admite. “En la
cultura medieval hubo cierto conocimiento de estos tipos en el ámbito
religioso. Pero la religión presenta esas fuerzas como ofensas a Dios, y
esa noción de pecado hoy no sirve”.
“El
eneagrama adopta una perspectiva más humanista y lo adapta a la
psicología moderna. Sentir que esas pasiones nos hacen daño a nosotros
mismos ayuda a barrer al enemigo interior”, prosigue.
En
el libro, Naranjo repasa momentos de su infancia en el seno de un
familia acomodada y librepensadora, sus estudios académicos, sus
encuentros con sus maestros y experiencias traumáticas, como la pérdida
de su hijo de once años en un accidente de tráfico a comienzos los 70.
A
largo de los años dice haber visto muchas transformaciones en sus
pacientes. “Se trata de ayudarles a deshacerse de su ego, de un ser
falso”, explica.
“Cada
uno que nace en el mundo es una semilla que cae en un terreno donde
falta algo. Una parte de la personalidad surge para defenderse de esas
influencias nocivas que transmite hasta la mejor intencionada de las
familias. Pero esas defensas que sirvieron al niño, de adulto se quedan
obsoletas”, añade.
Naranjo
define las pasiones como deseos intensos pero carenciales. “Es como
querer llenar un hueco a través de sentir más: más lujuria, más dulzura,
más perfección. Todos estos son deseos sin fondo, no se sacian, nos
sobran, y se sanan a través del autoconocimiento”, sostiene.
“Las
pasiones son parásitos mentales. Uno no vive para sí, sino para su
ambición, no vive para realizar sus potencialidades, sino una imagen
brillante de sí mismo que le vendieron o que uno siente que necesita
para que lo quieran”.
En los últimos años, su trabajo se ha centrado especialmente en la formación de educadores.
“Cuanto
más peleo por cambiar la educación, más me doy cuenta de las inmensas
resistencias del sistema”, asegura. “Es como si la educación quisiera
mantenernos dormidos, como si hubiera surgido en la era industrial para
tener una fuerza de trabajo obediente, que no hace preguntas”.
La raíz de estos problemas, en su opinión, es la persistencia de un modelo de sociedad patriarcal que ha quedado obsoleto.
“La
civilización surgió hace 7.000 años como respuesta a una situación dura
-hambre, migraciones-, donde era necesaria la actitud darwiniana de
supervivencia del más fuerte”, señala.
“Eso
se trasladó a la ruptura de la democracia familiar, un modelo donde el
padre es la autoridad, y que ha sido la fuente de todas las
desigualdades del mundo. Primero la esclavitud doméstica de la mujer y
luego la esclavitud general, que, aunque no se llama así, es un
despotismo laboral, económico que afecta a todos”, añade
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