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La actual entropía existencial que como
humanidad nos embarga, es fruto de la errada autoconciencia de
superioridad/centralidad humana en relación al resto de la comunidad
cósmica.
Embriagados por nuestro antropocentrismo,
y obnubilados por el espejismo de la modernidad ilusoria, naufragamos
en el mar del sin sentido, destruyendo las cadenas de todos los ciclos
de la vida, hasta llegar casi al punto de no retorno.
El argumento
para esta locura siempre fue: el bienestar humano (de algunos humanos) a
costa de los derechos del resto de la comunidad cósmica .
El monoteísmo y el antropocentrismo hicieron que fracasaran los derechos humanos
El humano monoteísta (cristiano, judío y
musulmán), durante el primer milenio, por su falsa conciencia (casi
supersticiosa) de sentirse “la única imagen y semejanza” de su único
Dios del lejano cielo (imago Dei), afianzó su desligamiento de la trama
vital de la Madre Tierra. Por voluntad divina “revelada” se auto
proclamó como el centro y culmen de la Creación. El antropocentrismo y
el individualismo modernos hunden sus raíces en esa falsa conciencia
monoteísta del primer milenio.
En el segundo milenio, el
antropocentrismo monoteísta se trasvasó en el pensamiento ilustrado que
reemplazó al supuesto único Dios verdadero con la supuesta razón única
occidental (científica y verdadera), y continuó afianzando el
antropocentrismo y la superioridad de los privilegiados individuos
europeos sobre el resto de la comunidad humana.
Si en el primer milenio se rompieron las
ligaduras del humano monoteísta con el resto de la comunidad cósmica, en
el segundo milenio (con la individuación) se quebraron las tramas
sociales que religaban a los humanos con el resto de humanos.
En este transcurrir histórico es que
debemos comprender la lógica y contenidos de la Declaración Universal de
los Derechos Humanos, progresiva y retóricamente reconocidos.
En el primer milenio, e incluso en el
segundo, el bienestar y la dignidad humana era una cualidad que asistía
única y exclusivamente a los predilectos creyentes en el único Dios
verdadero (aunque en el monoteísmo judío esto es de más larga data). En
el segundo milenio, la razón ilustrada amplió discursivamente la
cualidad de la “dignidad y derechos” a toda la humanidad (aunque en los
hechos esto jamás se ocurrió). En ambos casos, el sujeto de derechos y
de dignidad fue y es únicamente el humano. El humano individuo (varón,
blanco, ilustrado, propietario, libre). No el humano comunal poli
cromático. Tampoco la humana (mujer).
El obsesivo antropocentrismo
eurocristiano fustigó y castigó con la muerte toda manifestación de
reconocimiento o reverencia de derechos o dignidad de la Madre Tierra.
Todo aquel que no creyera en el único (individuo) Dios verdadero era
quemado vivo. Y quien dudase del antropocentrismo, y que no confesase
que el ser humano es el único sujeto de derechos, era vigilado y
castigado como desequilibrado.
Ahora, en el presente siglo, la humanidad
entera estamos pagando el costo del antropocentrismo
individualista/monoteísta y la negación de la dignidad y derechos de
nuestra Madre Tierra.
El resto de la comunidad cósmica se ha de
reír de nosotros (autoproclamados como únicos seres auto conscientes e
inteligentes en el pluriverso) al ver de cómo luchamos por nuestros
derechos (desarrollo, bienestar, etc.) destruyendo los derechos de la
Madre Tierra y de los demás seres de cuyo bienestar depende nuestros
derechos. Somos como fetos que se comen el cordón umbilical de la madre
en búsqueda de su bienestar. Y este bienestar suicida se constituye en
nuestro actual malestar terminal.
Sin el reconocimiento de los derechos de nuestra Madre Tierra los derechos humanos son insostenibles
Los humanos jamás disfrutaremos de
“derechos humanos” si simultáneamente no reconocemos y respetamos los
derechos de nuestra Madre Tierra. Los árboles, el agua, el aire, las
montañas, todos/as tienen derechos y dignidad. Los derechos humanos
dependen de la satisfacción de los derechos de nuestra Madre Tierra.
Jamás habrá bienestar humano sin el bienestar de la Madre Tierra.
Occidente, con sus dos mil años de
monoteísmo y antropocentrismo individualista, llevó a la humanidad y al
planeta a un punto de difícil retorno. En los hechos, ni todos los
humanos gozamos de derechos, ni todos los derechos humanos reconocidos
garantizan el bienestar de la humanidad porque las hebras del tejido de
ciclos de vida están destrozadas por el antropocentrismo individualista
de unos pocos.
Así como se ha comprendido y reconocido
los derechos humanos, hasta ahora, no llevan, ni llevarán a la humanidad
a un final feliz. Necesitamos reconocer y asumir nuestra identidad y
filiación de la Madre Tierra.
Somos Tierra que sueña, que ama, que sufre, que piensa, que siente. Necesitamos de nuestra Madre Tierra, y ello implica re encantarnos con Ella, reconocer y respetar su dignidad y sus derechos. Esto, en sencillo y cotidiano, significa austeridad y consumo responsable/sobriedad como estilo de vida.
En vísperas de energívoras y
consumopáticas fiestas navideñas y de fin de año, con medio planeta
ensangrentado por guerras en nombre de “derechos humanos”, es casi una
hipocresía suicida “celebrar” aniversarios de la Declaración Universal
de los Derechos Humanos.
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