DON
El don es como la suma de una búsqueda particular,
acumulada durante ciclos de vidas encarnadas. Es inalienable. La
inspiración es como la gracia, movediza y muy inestable. Puede aparecer y
desaparecer sin motivo aparente.
Ese don, junto con la gracia y el amor manteniéndose
en la libertad del ser interior, es lo que permite comunicar sin
esfuerzo con el Universo sensible e inteligente que llamamos Dios.
Cuando la voluntad intenta forzar la expresión y el
orgullo exige el primer puesto -una cosa nunca va sin la otra- se amputa
la sensibilidad o se la destruye y sólo se logra caricaturizar el
talento con grandes penas y tormentos. El maligno también ha surgido de
Dios, pero perdió la gracia y el amor por la ignorancia del orgullo.
Tanto se hace el ángel como la bestia, a fin de que todos puedan
aplaudirle al menos una vez.
Nunca se pierde completamente el don inicial, es más
bien la gracia que, tras abandonar al artista, hace que el don
permanezca dormido o escondido a causa de su voluntad de aislarse.
Basta un abandono sincero, una verdadera gratuidad,
una ruptura de los resortes del ego, para que al circular la gracia de
nuevo, el don reaparezca en todo su asombroso esplendor. Así, la
imaginación y la inteligencia no pueden disociarse de la gracia y del
amor, so pena de muerte fraccionada.
Para la obra creativa, el artista que tiende
inconscientemente hacia el absoluto divino debe conservar y conciliar en
él los atributos de la divinidad y las cualidades de Dios.
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