Cuando la mente se desvanece como un suspiro en el tiempo, la eternidad
acontece, el no-tiempo, el instante sin lugar, la presencia plena de lo
que es. Y entonces, una brisa de amor aparece, un momento de inocencia
incapaz de ser atrapado por el lenguaje. Pues es otro lenguaje el que lo
nombra: el lenguaje de la belleza, del corazón, de lo sin nombre.
No hay palabras para expresar ese no saber sabiendo, esa trascendencia
sublime que nos contiene, ese Ser que somos, que habita en la Verdad
desnuda, en el Amor fresco y naciente de nuestra propia esencia.
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