E. Wyllys Andrews, IV (1916 – 1971) fue un arqueólogo y hombre de
ciencia estadounidense, especializado en la cultura maya, que dirigió en
la península de Yucatán durante más de tres décadas, desde antes de
1940, un programa de investigación de la Universidad de Tulane sobre la
historia y arqueología de la civilización maya. Complementó sus estudios
sobre la región con investigaciones sobre etnología, lingüística,
ecología y zoología. Sus escritos se consideran toda una síntesis de la
historia de los mayas, con el conocimiento que se tenía hasta su muerte,
acaecida en la ciudad de Nueva Orleans en 1971, cuando contaba con 54
años de edad. Desde su infancia Andrews recolectó artefactos geológicos y
paleontológicos y desarrolló su interés en la cultura maya durante su
adolescencia. A la edad de 15 años se inició en la arqueología en Mesa
Verde en una excavación arqueológica con Byron Cummings. En 1933 se
inscribió en la Universidad de Chicago donde trabajó en el Museo Field
en el tema de los jeroglíficos mayas y herpetología. Acompañó poco más
tarde a Sylvanus G. Morley a Chichén Itzá, Yucatán. Se matriculó en la
Universidad de Harvard en la que obtuvo su doctorado en 1942. A los 21
años, ya había publicado cinco artículos científicos, principalmente
sobre los jeroglíficos mayas. Durante la Segunda Guerra Mundial, Andrews
sirvió en las fuerzas navales de los Estados Unidos y después de la
guerra se incorporó a la Agencia Central de Inteligencia. Después de
esas experiencias sirviendo a su país, retornó a sus tareas
arqueológicas en el Instituto de Investigaciones sobre Mesoamérica de la
Universidad de Tulane. Los últimos 40 años de su vida los destinó al
estudio de la civilización maya, dedicando esfuerzo particular a los
yacimientos del norte de la península, como en
Dzibilchaltún, sitio
que ya había visitado antes de la guerra. Él fue quien afirmó por
primera vez que este sitio arqueológico era un gran centro urbano maya y
no un conjunto de yacimientos en una zona arqueológica extensa como se
pensaba originalmente. También participó activamente en la exploración
de Komchén, ayudando a definir los vínculos históricos de este sitio con
el de
Dzibilchaltún. Así mismo, promovió y participó, con
arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México,
en el descubrimiento de otro hallazgo importante en el norte de la
península, en las grutas de Balankanché, cerca de Chichén Itzá. Otro
caso similar fue el de Kulubá, cerca de Tizimín, en el sector
nororiental del estado de Yucatán. Sus trabajos lo llevaron a la zona de
Campeche en donde exploró e hizo estudios en Río Bec, en Becan, en Mocú
y en Xpuhil, contando en esta ocasión con el patrocinio de la
National Geographic Society y también de la Universidad de Tulane.
Dzibilchaltún es un sitio arqueológico maya ubicado en el
estado mexicano de Yucatán, aproximadamente 17 kilómetros al norte de
Mérida, la capital del estado. La estructura más famosa es el
Templo de las Siete Muñecas,
nombrado así debido a siete pequeñas figurillas de barro, encontradas
en el sitio cuando el templo fue excavado por arqueólogos, en la década
de 1950. En el equinoccio de primavera, la orientación del edificio hace
que sol pueda verse a través las puertas este y oeste, “
atravesando”
la construcción. El templo está conectado con el resto del sitio por un
sacbé largo. Sacbé es un camino recto, elevado, sin desniveles y
pavimentado construido por los mayas prehispánicos, particularmente en
la península de Yucatán. Otra característica importante de
Dzibilchaltún es su cenote, en el que es posible bañarse. En algunas partes alcanza los 40m. de profundidad.
Dzibilchaltún
también contiene las ruinas de una capilla abierta española del siglo
XVI, construida en el sitio después de la conquista. El sitio
arqueológico alberga un museo que contiene muchos artefactos mayas
hallados en el sitio y su región adyacente. Entre estos se cuentan
estelas, así como inscripciones de Chichén Itzá y Uxmal. También hay una
armadura de los conquistadores, vestidos mayas representativos de
Chiapas, Yucatán y Guatemala y fragmentos originales de una iglesia
colonial. El museo alberga una mayor cantidad de artefactos que los de
Chichén Itzá o Uxmal. En
Dzibilchaltún se encuentra el cenote de Xlacah es el más importante cenote abierto de la zona arqueológica de
Dzibilchaltún
y fue utilizada como abastecimiento de agua para los mayas. Mide 40
metros de profundidad ,40 metros de ancho y 100 de largo. Su nombre es
una voz maya que significa “
Pueblo viejo“. El sitio
arqueológico de Komchén se encuentra a unos 20 km de la costa del Golfo
de México en la Península de Yucatán, 17 km al norte de la ciudad de
Mérida, y a sólo 2 km del poblado del mismo nombre. El yacimiento maya
precolombino fue estudiado con una relativa profundidad por el
arqueólogo y antropólogo de la Universidad Tulane, Wyllys Andrews,
durante los años 1960. Los trabajos realizados en ese entonces señalan
la existencia de mayas del preclásico en esta región de la Península de
Yucatán, como Komchén, Dzibilchaltún y Tipikal. La ciudad maya de
Komchén se estableció durante el periodo preclásico medio. Sus
construcciones más tempranas consistieron en una zona residencial de
estructuras efímeras. Más tarde el sitio evolucionó hacia una ciudad más
compleja durante el preclásico tardío, habiendo alcanzado su apogeo
constructivo hacia los años de 350-150 a. C. De esta época datan los
vestigios que se encuentran actualmente en el yacimiento y que fueron
construidos con piedra caliza. Parece ser que el lugar fue totalmente
abandonado al final del periodo preclásico, hacia el año 250 d. C. Más
tarde, sin embargo, la ciudad se volvió a ocupar durante el periodo de
expansión de la cercana ciudad de
Dzibilchaltún. Durante la
investigación arqueológica del lugar, bajo la dirección de Andrews, se
hicieron excavaciones y descubrimientos importantes de la ciudad maya.
La investigación documentó cerca de 1000 estructuras residenciales en un
área de aproximadamente 2 km², que incluyó un núcleo de cinco
plataformas grandes.
Queriendo averiguar el motivo de este nombre, le fue narrada al
arqueólogo norteamericano una leyenda transmitida entre los indios desde
antiguas generaciones y que afirmaba que, en el fondo de la laguna,
existía una parte de la ciudad. De acuerdo con la narración del viejo
chamán, muchos siglos (o tal vez milenios) antes había en la ciudad de
Dzibilchaltún
un gran palacio, residencia del cacique. Cierta tarde llegó al lugar un
anciano desconocido que le solicitó hospedaje. Ordenó a sus esclavos
que preparasen un aposento para el viajero. Mientras tanto, el anciano
abrió su bolsa de viaje y de ella extrajo una enorme piedra preciosa de
color verde, que entregó al soberano como prueba de gratitud por el
hospedaje. Sorprendido con el inesperado presente, el cacique interrogó
al huésped acerca del lugar del que procedía la piedra preciosa. Como el
anciano rehusaba responder, su anfitrión le preguntó si llevaba en la
bolsa otras piedras preciosas. Y dado que el anciano continuó
manteniéndose en silencio, el soberano montó en cólera y ordenó a sus
servidores que ejecutasen inmediatamente al extranjero. Después del
crimen, que violaba las normas sagradas del hospedaje, el propio cacique
revisó la bolsa de su víctima, suponiendo que encontraría en ella más
objetos valiosos. Mas, para su desespero, solamente halló unas ropas
viejas y una piedra negra sin mayor atractivo. Lleno de rabia, el
soberano arrojó la piedra fuera del palacio. En cuanto cayó a tierra, se
originó una formidable explosión, e inmediatamente la tierra se abrió
engullendo el edificio, que desapareció bajo las aguas del pozo, surgido
en el punto exacto en el que cayó a tierra la piedra. El cacique, sus
servidores y su familia fueron a parar al fondo de la laguna, y nunca
más fueron vistos. Hasta aquí la leyenda. Pero en relación a estas
ruinas del Yucatán septentrional. La expedición acabó por desobstruir
una pirámide que albergaba ídolos diferentes de las representaciones
habituales de las divinidades mayas. Otro edificio cercano se revelaría
como mucho más importante. Se trataba de una construcción que difería
totalmente de los estilos tradicionales mayas, ofreciendo
características arquitectónicas jamás vistas en ninguna de las ciudades
mayas conocidas. En el interior del templo, adornado con
representaciones de animales marinos, Andrews descubrió un santuario
secreto, tapiado con una pared, en el que se encontraba un altar con
siete ídolos que representaban a seres híbridos entre peces y hombres.
Seres similares por lo tanto a aquellos que en tiempos remotos revelaron
conocimientos astronómicos a los dogones, en el Africa central, y a
aquellos otros que nos refieren las tradiciones asirias cuando hablan de
su divinidad Oannes.
En 1961, Andrews regresó a
Dzibilchaltún, acompañado por dos
experimentados submarinistas, que debían completar con un mejor
equipamiento la tentativa de inmersión efectuada en 1956 por David
Conkle y W. Robbinet, que alcanzaron una profundidad de 45 metros, a la
cual desistieron en su empeño debido a la total falta de luz. En esta
segunda tentativa, los submarinistas fueron el arqueólogo Marden, famoso
por haber hallado en 1956 los restos de la H.M.S Bounty, la nave del
gran motín, y B. Littlehales. Después de los primeros sondeos, vieron
que la laguna tenía una forma parecida a una bota, prosiguiendo bajo
tierra hasta un punto que a los arqueólogos submarinistas les fue
imposible determinar. Al llegar al fondo de la vertical, advirtieron que
existía allí un declive bastante pronunciado, que se encaminaba hacia
el tramo subterráneo del pozo. Y allí se encontraron con varios restos
de columnas labradas y con restos de otras construcciones. Con lo cual
parecía confirmarse que la leyenda del palacio sumergido se fundamentaba
en un suceso real. Este enclave del Yucatán presenta certeras
similitudes con las ruinas de Nan Madol, la antigua ciudad del océano
Pacífico del que afirman proceder los indios americanos. Consistente en
una serie de pequeñas islas artificiales unidas por una red de canales,
Nan Madol es conocido a veces como “
la Venecia del Pacífico“.
Está cerca de la isla de Pohnpei, que forma parte de los Estados
Federados de Micronesia, y fue la capital de la dinastía Saudeleur hasta
aproximadamente el año 1500 de nuestra era. Nan Madol significa “
entre espacios”
y hace referencia a sus canales. También allí se conserva una
enigmática ciudad abandonada y devorada por la jungla, a cuyos pies, en
las profundidades del mar, los submarinistas descubrieron igualmente
columnas y construcciones engullidas por el agua. En la costa del
Pacífico de México, en Jalisco, y a unos 120 km tierra adentro del cabo
Corrientes, cuentan los indígenas que se oculta un templo subterráneo en
el que antaño fue venerado el emperador del universo . Y que, cuando
finalice el actual ciclo evolutivo, volverá a gobernar la Tierra con
esplendor. Tal afirmación guarda relación con el legado que encierran
los pasadizos de
Tayu Wari, en la selva del Ecuador. En el
estado mexicano de Chiapas, junto a la frontera con Guatemala, moran
unos indios diferentes, de tez blanca, por cuyos secretos subterráneos
ya se había interesado en marzo de 1942 el mismo presidente
norteamericano Roosevelt. Cuentan los lacandones que saben de sus
antepasados que en la extensa red de subterráneos que surcan su
territorio, se hallan en algún lugar secreto unas láminas de oro, sobre
las que alguien dejó escrita la historia de los pueblos antiguos del
mundo, además de describir con precisión lo que sería la Segunda Guerra
Mundial, que implicaría a todas las naciones más poderosas de la Tierra.
Este relato llega a oídos de Roosevelt a los pocos meses de sufrir los
Estados Unidos el ataque japonés a Pearl Harbor.
Estas planchas de oro guardan estrecha relación con las que se
esconden en los citados túneles de Tayu Wari, en el Oriente ecuatoriano.
En 1689 el misionero Francisco Antonio Fuentes y Guzmán dejó descrita
la maravillosa estructura de los túneles del pueblo de Puchuta, que
recorre el interior de la tierra hasta el pueblo de Tecpan, en
Guatemala, situado a unos 50 km. A finales de los 40 del siglo pasado
apareció un libro titulado
Incidentes de un viaje a América Central, Chiapas y el Yucatán,
escrito por el abogado norteamericano John Lloyd Stephens, que en
misión diplomática visitó Guatemala en compañía de su amigo el dibujante
Frederick Catherwood. Allí, en Santa Cruz del Quiché, un anciano
sacerdote español le narró su visita, años atrás, a una zona situada al
otro lado de la sierra y a cuatro días de camino en dirección a la
frontera mexicana, que estaba habitada por una tribu de indios que
permanecían aún en el estado original en que se hallaban antes de la
conquista. En conferencia de prensa celebrada en New York, tiempo
después de la publicación del libro, añadió que, recabando más
información por la zona, averiguó que dichos indios habían podido
sobrevivir en su estado original gracias a que, siempre que aparecían
tropas extrañas, se escondían bajo tierra, en un mundo subterráneo
dotado de luz, cuyo secreto les fue legado en tiempos antiguos por los
dioses que habitan bajo tierra. Y aportó su propio testimonio de haber
comenzado a recorrer un túnel debajo de uno de los edificios de Santa
Cruz del Quiché, por el que en opinión de los indios antiguamente se
llegaba en una hora a México. Faber Kaiser, en octubre de 1985,
accedió, con otros acompañantes, a un túnel excavado en el subsuelo de
una finca situada en los montes de Costa Rica. Se internaron en una gran
cavidad que daba paso a un túnel artificial que descendía casi en
vertical hacia las profundidades de aquel terreno. Los lugareños
afirmaron que al final del túnel se halla el
templo de la Luna ,
un edificio sagrado, uno de los varios edificios expresamente
construidos bajo tierra hace milenios por una raza desconocida que, de
acuerdo con sus registros, había construido una ciudad subterránea de
más de 500 edificios. En 1986 Faber Kaiser se adentró en la intrincada
selva que, en el Oriente amazónico ecuatoriano, le llevaría hasta la
boca del sistema de túneles conocidos por
Los Tayos ,
Tayu Wari
en el idioma de los jíbaros que los custodian, en los que el etnólogo,
húngaro Janos Moricz había hallado una auténtica biblioteca de planchas
de metal. En ellas estaba grabada con signos y escritura ideográfica la
relación cronológica de la historia de la Humanidad, el origen del
hombre sobre la Tierra y los conocimientos científicos de una
civilización extinguida. Por los testimonios recogidos, a partir de allí
partían dos sendas subterráneas principales. Una se dirigía al Este
hacia la cuenca amazónica en territorio brasileño, y la otra se dirigía
hacia el Sur, para discurrir por el subsuelo peruano hasta Cuzco, el
lago Titicaca en la frontera con Bolivia, y finalmente alcanzar la zona
lindante a Arica, en el extremo norte de Chile.